Contratante: Micaiah Slavent
Descripción de la misión: los seísmos no dejan de azotar Diamuird, siendo el último bastante más potente que los demás. Afortunadamente, con el paso de los días los daños han conseguido ser minimizados y los supervivientes rescatados de entre los escombros. Los que no han conseguido salir con vida han sido enterrados o incinerados y la familia más influyente en Diamuird comienza a entender que algo raro sucede.
Resulta que de todas las islas del West Blue, Diamuird es la única que acusa semejantes desgracias y ha quedado claro que debe haber alguna causa subyacente. Cerca de la costa hay una profunda gruta que, según dicen, está conectada con el mar. No son pocos los lugareños que afirman haber escuchados sonidos de otro mundo nacer desde su interior, pero hasta ahora nadie se ha atrevido a adentrarse. La familia Slavent tampoco, por supuesto, y es por ello que está dispuesta a aceptar la duda de cualquiera que se digne a ofrecérsela.
Objetivo de la misión: investigar el origen de los seísmos y, de ser posible, descubrir y solventar la causa de los mismos... si es que hay una más allá de las réplicas de la catástrofe originada por el Jinete del Apocalipsis.
Recompensa: un puesto entre los asesores de confianza de la familia Slavent y cualquier objeto, equivalente a equipo infrecuente, encontrado en el transcurso de la invetigación.
Descripción de la misión: los seísmos no dejan de azotar Diamuird, siendo el último bastante más potente que los demás. Afortunadamente, con el paso de los días los daños han conseguido ser minimizados y los supervivientes rescatados de entre los escombros. Los que no han conseguido salir con vida han sido enterrados o incinerados y la familia más influyente en Diamuird comienza a entender que algo raro sucede.
Resulta que de todas las islas del West Blue, Diamuird es la única que acusa semejantes desgracias y ha quedado claro que debe haber alguna causa subyacente. Cerca de la costa hay una profunda gruta que, según dicen, está conectada con el mar. No son pocos los lugareños que afirman haber escuchados sonidos de otro mundo nacer desde su interior, pero hasta ahora nadie se ha atrevido a adentrarse. La familia Slavent tampoco, por supuesto, y es por ello que está dispuesta a aceptar la duda de cualquiera que se digne a ofrecérsela.
Objetivo de la misión: investigar el origen de los seísmos y, de ser posible, descubrir y solventar la causa de los mismos... si es que hay una más allá de las réplicas de la catástrofe originada por el Jinete del Apocalipsis.
Recompensa: un puesto entre los asesores de confianza de la familia Slavent y cualquier objeto, equivalente a equipo infrecuente, encontrado en el transcurso de la invetigación.
Kaito Takumi
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Micaiah podría decir lo que quisiese; realmente quien había averiguado la localización del epicentro era Laberne, la científica mink bovina al servicio de Kaito. Que sí, que quizás hubieran sido sus contactos con los locales los que le hubieran dicho lo de la gruta y solo había tenido que conectar unos cuantos puntos, pero más que eso los Slavent no habían hecho nada más. Eran unos inútiles. Y poco a poco aquel pensamiento iba reconcomiendo los corazones de los ciudadanos cuyo único consuelo era la comida proporcionada por aquel sireno pulpo que había llegado con una variopinta procesión de monstruos.
—¡Pelea conmigo, ahora! —gritó Otiak, cuyo verdadero nombre era Erebish, y cuya verdadera relacción con Kaito se sostenía solo sobre la sangre—. Demostraré que soy más fuerte que tú, y no habrá dudas sobre quién tiene que reinar.
Kaito estaba muy cansado del ímpetu de su recién encontrado hermano. Sí, le interesaba saber de dónde venía, y mentiríamos si dijéramos que la perspectiva de tener sangre noble no le agradaba, pero estaba comenzando a sopesar si valía la pena soportar semejante tortura. Aquel reflejo era todo lo contrario a él, y la vedad es que tanta inseguridad enmascarada de bravuconería le molestaba muchísimo.
—Ahora no es el momento, Enebish, ¿no entiendes que hay un problema mayor que tus juegos de tronos? —se quejó Kaito mientras cocinaba sobre las brasas un salteado de verduras.
—¿Juego? Oh, no, aquí no hay ningún juego. Esto es muy serio, Kimihiro. A ninguna de las familias le ha gustado el cambio del rey en la capital. Esa mezcla de sangre plebeya... —Escupió al suelo—. Y encima con un gyojin —añadió, volviendo a escupir.
—Nunca he entendido eso de porqué las familias reales deben ser solo de ningyos, la verdad. Supongo que porque los gyojin siempre piensan con los pies...
—Exacto. Y es tradición. Uno no puede romper las tradiciones así como así, sin consecuencia alguna.
Kaito sirvió la comida, repartiéndola entre los dos.
—Pues yo como carne; así que supongo que soy otro rompetradiciones...—reveló el más tranquilo de los gemelos, empezando a comer tranquilamente—. Como de todo, la verdad.
—¡Bah! No me extraña entonces que seas tan débil si tratas así tu cuerpo. Los ningyos solo debemos comer los frutos del mar, y nada que no crezca sobre este debería entrar en nuestros cuerpos.
—Pues menos mal que he adaptado mis cultivos a crecer en agua marina,si no no sé que demonios ibas a comer —gruñó el cocinero, repugnado por algo más desagradable aún que un vegano.
—Tsk... incluso te dedicas a cosas de pobres, como sembrar y criar bichos. No tienes madera de rey —comentó sin reconocer que lo que estaba comiendo era un buen manjar.
—Deberíamos hacer el combate ese ante madre, para que pueda ver cuánta razón tenía en quedarse contigo en vez de conmigo —sugirió, con el rostro sombrío.
—Esa no es mala idea...
Una vez almorzaron y habiendo preparado un par de linterna de aceite que milagrosamente habían sobrevivido en la ciudad derruida, Kaito se despidió de los lugareños y sus compañeros para dirigirse a la gruta; que ya iba siendo hora.
—A ver si viene alguien interesante esta vez —dijo para sí —. Aunque creo que tú eres buena compañía, ¿verdad, Paprika?
—¡Paprika guapa, Paprika linda! —contestó el pajarillo en su hombro, cuya calvicie por estrés había ido desapareciendo con el retorno de su querido amo.
—¡Pelea conmigo, ahora! —gritó Otiak, cuyo verdadero nombre era Erebish, y cuya verdadera relacción con Kaito se sostenía solo sobre la sangre—. Demostraré que soy más fuerte que tú, y no habrá dudas sobre quién tiene que reinar.
Kaito estaba muy cansado del ímpetu de su recién encontrado hermano. Sí, le interesaba saber de dónde venía, y mentiríamos si dijéramos que la perspectiva de tener sangre noble no le agradaba, pero estaba comenzando a sopesar si valía la pena soportar semejante tortura. Aquel reflejo era todo lo contrario a él, y la vedad es que tanta inseguridad enmascarada de bravuconería le molestaba muchísimo.
—Ahora no es el momento, Enebish, ¿no entiendes que hay un problema mayor que tus juegos de tronos? —se quejó Kaito mientras cocinaba sobre las brasas un salteado de verduras.
—¿Juego? Oh, no, aquí no hay ningún juego. Esto es muy serio, Kimihiro. A ninguna de las familias le ha gustado el cambio del rey en la capital. Esa mezcla de sangre plebeya... —Escupió al suelo—. Y encima con un gyojin —añadió, volviendo a escupir.
—Nunca he entendido eso de porqué las familias reales deben ser solo de ningyos, la verdad. Supongo que porque los gyojin siempre piensan con los pies...
—Exacto. Y es tradición. Uno no puede romper las tradiciones así como así, sin consecuencia alguna.
Kaito sirvió la comida, repartiéndola entre los dos.
—Pues yo como carne; así que supongo que soy otro rompetradiciones...—reveló el más tranquilo de los gemelos, empezando a comer tranquilamente—. Como de todo, la verdad.
—¡Bah! No me extraña entonces que seas tan débil si tratas así tu cuerpo. Los ningyos solo debemos comer los frutos del mar, y nada que no crezca sobre este debería entrar en nuestros cuerpos.
—Pues menos mal que he adaptado mis cultivos a crecer en agua marina,si no no sé que demonios ibas a comer —gruñó el cocinero, repugnado por algo más desagradable aún que un vegano.
—Tsk... incluso te dedicas a cosas de pobres, como sembrar y criar bichos. No tienes madera de rey —comentó sin reconocer que lo que estaba comiendo era un buen manjar.
—Deberíamos hacer el combate ese ante madre, para que pueda ver cuánta razón tenía en quedarse contigo en vez de conmigo —sugirió, con el rostro sombrío.
—Esa no es mala idea...
Una vez almorzaron y habiendo preparado un par de linterna de aceite que milagrosamente habían sobrevivido en la ciudad derruida, Kaito se despidió de los lugareños y sus compañeros para dirigirse a la gruta; que ya iba siendo hora.
—A ver si viene alguien interesante esta vez —dijo para sí —. Aunque creo que tú eres buena compañía, ¿verdad, Paprika?
—¡Paprika guapa, Paprika linda! —contestó el pajarillo en su hombro, cuya calvicie por estrés había ido desapareciendo con el retorno de su querido amo.
William White
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Akuma no mi
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Habían pasado ya cerca de una de semana desde mi partida de Peak, tras la visita que había realizado a la vieja anciana de Enyaba, la cual me había dejado un encargo de regresar a las lejanas tierras de Jaya, lo que para mí iba a ser un trabajo de contrabando más parecía tener un significado mucho más profundo para la tarotista. Con la promesa de cumplir el encargo más adelante, me encontraba de regreso al West Blue. Ahora me encontraba en la ciudad de Diurmund, una isla que había visitado antes, concretamente en la ciudad de Slav Schatch, donde tras ciertas pericias había logrado hacerme con un objecto pedido por uno de mis clientes más veteranos, aunque de aquello había pasado, mucho, mucho tiempo.
—Recordaba esto de otra forma— comenté a mi grupo mientras caminaba por las viejas calles de la ciudad medieval mirando de un lado para otro extrañado ante el desastre que parecía haber acontecido allí —Me cuesta imaginar que todo esto sea tan solo culpa de “La Gran aguja”— mascullé mientras miraba de reojo a mi equipo, entre los que se encontraban Binks, O’Connell y Colins los cuales miraban extrañados, no pudiendo reconocer el lugar que le había descrito a lo largo del viaje —En fin, busquemos a Black, no debería ser muy complicado encontrarle en un lugar como este—comenté pensando que el sireno debía destacar a la fuerza.
Continuamos avanzando como un cuarteto, sobrepasando los pequeños escombros y rodeando las pequeñas casas derruidas, dejando a un lado a los reacios pueblerinos que veían como otros cuatro extraños se aventuraban en su ciudad, o de lo que quedaba de ella.
—Disculpé, somos viajeros de tierras lejanas ¿Se puede saber que ha ocurrido? – aquí pregunté recibiendo como respuesta lo ocurrido en los últimos días, los torrentosos los accidentes y el extraño sireno que había rescatado a una multitud de uno de los accidentes—¿Sabe por dónde se encuentra ese sireno? Es un viejo conocido— mascullé mientras sostenía una mirada radiante al hombre de ojos hundidos.
No hubo una respuesta clara por nadie del lugar, todos le habían visto merodear de un grupo variopinto, pero nadie sabía dónde se encontraba ahora de forma exacta, aun así tras varios minutos llegamos al centro del pueblo donde me reencontré con Kaito, o como él se hacía llamar, Señor Black. El hijo del mar iba acompañado de un tropel bastante variopinto de seres y mascotas, para empezar, había otro sireno muy similar al sireno tanto que parecía su gemelo, seguido a ellos habían dos minks, y si bien no era la primera vez que ellos veía le extraño muchísimo verlos en un Blue, seguido a estos estaban un par de humanos que parecían pertenecer a la tripulación el pelirrojo, por si esto fuera poco parecían estar dando asistencia a una gran multitud de ciudadanos.
—Vaya señor Black, por lo que veo tienes poco que envidiar a Madame Rouge—solté con mi habitual tono de voz haciendo una clara referencia al circo que tenía detrás de él —Supongo que tendrás un momento para un viejo conocido ¿No? — dije mientras me acercaba y sacaba una botella de Jerez del interior de la gabardina.
Esperaba que el sireno tuviera la decencia de detenerse y explicarle tras lo que iba, después de todo, el pelirrojo le había demostrado ser un ser retorcido y para nada se trataba de un alma caritativa.
—Recordaba esto de otra forma— comenté a mi grupo mientras caminaba por las viejas calles de la ciudad medieval mirando de un lado para otro extrañado ante el desastre que parecía haber acontecido allí —Me cuesta imaginar que todo esto sea tan solo culpa de “La Gran aguja”— mascullé mientras miraba de reojo a mi equipo, entre los que se encontraban Binks, O’Connell y Colins los cuales miraban extrañados, no pudiendo reconocer el lugar que le había descrito a lo largo del viaje —En fin, busquemos a Black, no debería ser muy complicado encontrarle en un lugar como este—comenté pensando que el sireno debía destacar a la fuerza.
Continuamos avanzando como un cuarteto, sobrepasando los pequeños escombros y rodeando las pequeñas casas derruidas, dejando a un lado a los reacios pueblerinos que veían como otros cuatro extraños se aventuraban en su ciudad, o de lo que quedaba de ella.
—Disculpé, somos viajeros de tierras lejanas ¿Se puede saber que ha ocurrido? – aquí pregunté recibiendo como respuesta lo ocurrido en los últimos días, los torrentosos los accidentes y el extraño sireno que había rescatado a una multitud de uno de los accidentes—¿Sabe por dónde se encuentra ese sireno? Es un viejo conocido— mascullé mientras sostenía una mirada radiante al hombre de ojos hundidos.
No hubo una respuesta clara por nadie del lugar, todos le habían visto merodear de un grupo variopinto, pero nadie sabía dónde se encontraba ahora de forma exacta, aun así tras varios minutos llegamos al centro del pueblo donde me reencontré con Kaito, o como él se hacía llamar, Señor Black. El hijo del mar iba acompañado de un tropel bastante variopinto de seres y mascotas, para empezar, había otro sireno muy similar al sireno tanto que parecía su gemelo, seguido a ellos habían dos minks, y si bien no era la primera vez que ellos veía le extraño muchísimo verlos en un Blue, seguido a estos estaban un par de humanos que parecían pertenecer a la tripulación el pelirrojo, por si esto fuera poco parecían estar dando asistencia a una gran multitud de ciudadanos.
—Vaya señor Black, por lo que veo tienes poco que envidiar a Madame Rouge—solté con mi habitual tono de voz haciendo una clara referencia al circo que tenía detrás de él —Supongo que tendrás un momento para un viejo conocido ¿No? — dije mientras me acercaba y sacaba una botella de Jerez del interior de la gabardina.
Esperaba que el sireno tuviera la decencia de detenerse y explicarle tras lo que iba, después de todo, el pelirrojo le había demostrado ser un ser retorcido y para nada se trataba de un alma caritativa.
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Akuma no mi
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Qué sorpresa fue para el pulpo encontrar allí a su "jefe". Aquello iba entre comillas porque realmente los puestos de Nameless no respondían a una jerarquía fija, y porque tampoco se sentía demasiado unido a una organización con la que apenas había tenido trato. Para Kaito, William y todo lo que él singificaba después de haber obtenido una recompensa solo era peligro. Pero un peligro que había traido consigo cosas mucho más interesantes que un vino de la familia de los Xerez, que habían renunciado a su X para ser más comerciales en las familias nobiliarias.
—Ooooh...—gimió, a falta de otra palabra más exacta para aquel quejido de interés, excitación y sorpresa, pasando por el lado del chico de faz clara mientras cogía la botella como buen avaro—. Preferiría uno de estos, la verdad, como regalo... O al menos uno de estos dos—dijo refiriéndose al de akuma de leptidóptero y forma híbrida y al morenito de pelo plateado—, son unos ingredientes muy poco comunes...
Pasándole la botella a su pájaro para que la descorchara y oliéndola después, Kaito dio un largo buche al vino y se pasó aquel trago de cachete a cachete mientras sus ojos recorrían hasta el más mínimo detalle las anatomías de los compañeros de William. Tras tragar, una mueca de amplio desagrado se hizo hueco en el rostro del pulpo que pasó a centrar sus atenciones en el único apetecible.
—Akumas. No sé qué manía tenéis los pieles seca en que os odie el mar —escupió siendo consciente como biólogo que los rasgos del mariposón no provenían de la ciencia—. ¿De dónde es usted? No es común encontrar tal combinación de variación de melanina... No señor...
Ya estaba ocupada su mente en mil y una preguntas, a cada cual más turbia, mezcla de su interés científico y culinario. Cayó entonces de que le habían hecho una pregunta, algo bastante menos interesante que lo que había traido.
—Sí, supongo que tengo un momento. Siempre que no vengas a sacarte más recompensa, claro está, soy un humilde ciudadano y, legalmente hablando, no puedo inmiscuirme en asuntos turbios. Claro que... actualmente, Diamuird tiene demasiado problemas como para que la justicia sea muy diferente a la de Baristán —Se llevó la mano a la barbilla pensativamente—. Lo que me recuerda que tengo que ir a por ratas de allí y a coger biofilm para investigar resistencias químicas...
Desvariaba, pero era común en una mente tan poderosa el dispersar su enfoque. Ah, cuántos ingenieros habrán tenido más de mil proyectos a medio hacer. Centrando su torrente de pensamientos y siendo consciente, a buena hora, de la mala impresión que volvía a darle a White, Kaito volvió a dirigirse a él.
—Voy de camino a una gruta marina para intentar remediar los terremotos de la isla. ¿Os apuntáis y me vais contando por el camino? Ah, y recuérdame que te pida amapolas de las tuyas para aplicar mis investigaciones; seguro que con el caos del West la gente está recurriendo a la morfina.
Si no se hubiera puesto a andar, quizás aquello se considerase una sugerencia. Cogiendo el corcho de su pájaro y recorchando la botella, Kaito la guardó bajo su manto y bajo sus muchos tentáculos, como casi advirtiendo que todo lo que podían ver aquellos humanos no era todo lo que había.
—Ooooh...—gimió, a falta de otra palabra más exacta para aquel quejido de interés, excitación y sorpresa, pasando por el lado del chico de faz clara mientras cogía la botella como buen avaro—. Preferiría uno de estos, la verdad, como regalo... O al menos uno de estos dos—dijo refiriéndose al de akuma de leptidóptero y forma híbrida y al morenito de pelo plateado—, son unos ingredientes muy poco comunes...
Pasándole la botella a su pájaro para que la descorchara y oliéndola después, Kaito dio un largo buche al vino y se pasó aquel trago de cachete a cachete mientras sus ojos recorrían hasta el más mínimo detalle las anatomías de los compañeros de William. Tras tragar, una mueca de amplio desagrado se hizo hueco en el rostro del pulpo que pasó a centrar sus atenciones en el único apetecible.
—Akumas. No sé qué manía tenéis los pieles seca en que os odie el mar —escupió siendo consciente como biólogo que los rasgos del mariposón no provenían de la ciencia—. ¿De dónde es usted? No es común encontrar tal combinación de variación de melanina... No señor...
Ya estaba ocupada su mente en mil y una preguntas, a cada cual más turbia, mezcla de su interés científico y culinario. Cayó entonces de que le habían hecho una pregunta, algo bastante menos interesante que lo que había traido.
—Sí, supongo que tengo un momento. Siempre que no vengas a sacarte más recompensa, claro está, soy un humilde ciudadano y, legalmente hablando, no puedo inmiscuirme en asuntos turbios. Claro que... actualmente, Diamuird tiene demasiado problemas como para que la justicia sea muy diferente a la de Baristán —Se llevó la mano a la barbilla pensativamente—. Lo que me recuerda que tengo que ir a por ratas de allí y a coger biofilm para investigar resistencias químicas...
Desvariaba, pero era común en una mente tan poderosa el dispersar su enfoque. Ah, cuántos ingenieros habrán tenido más de mil proyectos a medio hacer. Centrando su torrente de pensamientos y siendo consciente, a buena hora, de la mala impresión que volvía a darle a White, Kaito volvió a dirigirse a él.
—Voy de camino a una gruta marina para intentar remediar los terremotos de la isla. ¿Os apuntáis y me vais contando por el camino? Ah, y recuérdame que te pida amapolas de las tuyas para aplicar mis investigaciones; seguro que con el caos del West la gente está recurriendo a la morfina.
Si no se hubiera puesto a andar, quizás aquello se considerase una sugerencia. Cogiendo el corcho de su pájaro y recorchando la botella, Kaito la guardó bajo su manto y bajo sus muchos tentáculos, como casi advirtiendo que todo lo que podían ver aquellos humanos no era todo lo que había.
William White
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Akuma no mi
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El sireno tomó botella de forma despreocupada, el pelirrojo había resultado ser avaro incluso para mis estándares, aunque no podía culparle, después de todo yo era una persona muy cuidadosa en cuanto a los pagos y cobros. Aún así, lo que no toleraba del pulpo era su palabrería y charlatanearía, lo cual a menudo le conducían a problemas que nos acaban salpicando a los demás:
—¿De qué diantres estás hablando?— arrancó iracundo el moreno de O’Connell, en lo que se hacía un ademan de buscar algo en el interior de su vieja chaqueta de oficial —¡Voy a enseñarte un poco de respeto!— prosiguió mientras sacaba una moneda de la asociación y la lanzaba al aire.
Sin muchos preámbulos y en vista del que comentario no había caído en gracia ni tan siquiera al bufón de Colins, el cual se estaba ajustando su cinturón donde yacía su pistola. Atrapé la moneda del exmilitar al vuelo, cortando de raíz cualquier propuesta que pudiera hacer, y es que la asociación tenía un código con lo que respectaba a disputas internas y es que estas se debían resolver con el lanzamiento de moneda, todo esto era con el propósito de evitar que un grupo de criminales en potencia se limitarán a resolver sus diferencias a capa y espada. Aunque aquella norma tenía un apunte, y es que si el líder tenía la última palabra a la hora de frenar estos pequeños roces, por lo tanto, al albino no le quedó otra cosa que apretar los dientes mientras me miraba fijamente, O’Connell no cuestionaba por ningún momento el desobedecer la norma, era un hombre recto y que comprendía que era necesaria una mínima jerarquía, aunque en esta ocasión no estuviera muy conforme con aguantar el comentario del que a sus ojos no parecía mucho más que un payaso con un circo al que por supuesto no respondió.
—Odio hacerme repetir señor Black, así que se lo diré una última vez, vigilé su lengua— dije antes de propinar un largo suspiro, recordándole unas palabras que había tenido con el ya en los eventos de la aguja —Pasemos a las presentaciones, Collins, Binks, O’Connell, os presento al señor Black, él es el octavo— continué mientras hacia un gesto con la mano y me apartaba para que los números tres, seis y nueve conocieran al número ocho, que si bien no indicaban un tipo de jerarquía nos servía como un código adicional.
Una vez los tres hombres saludarán de una forma algo fría, y de dar tiempo al sireno para contestar con su réplica, esperando que esta vez no se fuera por las ramas como solía hacer. El pulpo, por contra decidió soltar un cometario al ver alguno de los rasgos animales de Collins, el cual volvió a una forma humana completa, para seguir escuchando con atención las divagaciones del sireno.
—El odio al mar es mutuo—respondí, limitando a dedicarle una ligera sonrisa al sireno —Y tendrás oportunidad de hacerlo en unos días, después de la reunión que acordamos la última vez— respondí con un tono frio y adoptaba unas facciones inexpresivas, ignorando el recordatorio de que su cabeza ahora tenía precio.
Finalmente accedí con un gesto a acompañar al sireno en su periplo, aunque lo de adentrarme en una ruta marina no me hacía especial gracia, afortunadamente entre la habilidad de Binks, la capacidad de volar de Collins y contar con la compañía de un no usuario me hacía sentirme algo más tranquilo, aunque si se paraba a pensar jamás había tenido problemas con caer al mar. Por lo que haciendo un gesto a Kaito, esperé a que este arrancará y nos fuera indicando el camino, primero dejamos atrás la ciudad para introducirnos en una pequeña arbolada de robles de una espesura memorable.
Tras una serie de minutos poco a poco comenzamos a escuchar el sonido de las gaviotas, a la vez que la arbolada comenzaba a clarear hasta el punto de llegar a una colina escarpada, situada justo sobre una cala de piedra grisácea que hacia una forma de “v” invertida. A nuestros pies, arrancaba un pequeño sendero se adentraba en lo que parecía ser una gruta marina de piedra casi tan oscura como el azabache y que no permitía traspasar luz alguna, era uno de esos lugares que invitaba a soñar con historias de piratas y grandes fortunas, lamentablemente yo no esperaba encontrar nada más que problemas, y es que tratar con el sireno, era una de las cosas que usualmente me provocaba un punzante dolor de cabeza.
—Dejaremos esa charla para Baristan—mascullé, mientras observaba de reojo el paraje por el que nos movíamos—Discutiremos eso con más calma junto con el resto de los miembros, por el momento me gustaría escuchar tus periplos durante la carrera— dije aguardando una explicación en detalle de lo vivido por la gran ruta.
—¿De qué diantres estás hablando?— arrancó iracundo el moreno de O’Connell, en lo que se hacía un ademan de buscar algo en el interior de su vieja chaqueta de oficial —¡Voy a enseñarte un poco de respeto!— prosiguió mientras sacaba una moneda de la asociación y la lanzaba al aire.
Sin muchos preámbulos y en vista del que comentario no había caído en gracia ni tan siquiera al bufón de Colins, el cual se estaba ajustando su cinturón donde yacía su pistola. Atrapé la moneda del exmilitar al vuelo, cortando de raíz cualquier propuesta que pudiera hacer, y es que la asociación tenía un código con lo que respectaba a disputas internas y es que estas se debían resolver con el lanzamiento de moneda, todo esto era con el propósito de evitar que un grupo de criminales en potencia se limitarán a resolver sus diferencias a capa y espada. Aunque aquella norma tenía un apunte, y es que si el líder tenía la última palabra a la hora de frenar estos pequeños roces, por lo tanto, al albino no le quedó otra cosa que apretar los dientes mientras me miraba fijamente, O’Connell no cuestionaba por ningún momento el desobedecer la norma, era un hombre recto y que comprendía que era necesaria una mínima jerarquía, aunque en esta ocasión no estuviera muy conforme con aguantar el comentario del que a sus ojos no parecía mucho más que un payaso con un circo al que por supuesto no respondió.
—Odio hacerme repetir señor Black, así que se lo diré una última vez, vigilé su lengua— dije antes de propinar un largo suspiro, recordándole unas palabras que había tenido con el ya en los eventos de la aguja —Pasemos a las presentaciones, Collins, Binks, O’Connell, os presento al señor Black, él es el octavo— continué mientras hacia un gesto con la mano y me apartaba para que los números tres, seis y nueve conocieran al número ocho, que si bien no indicaban un tipo de jerarquía nos servía como un código adicional.
Una vez los tres hombres saludarán de una forma algo fría, y de dar tiempo al sireno para contestar con su réplica, esperando que esta vez no se fuera por las ramas como solía hacer. El pulpo, por contra decidió soltar un cometario al ver alguno de los rasgos animales de Collins, el cual volvió a una forma humana completa, para seguir escuchando con atención las divagaciones del sireno.
—El odio al mar es mutuo—respondí, limitando a dedicarle una ligera sonrisa al sireno —Y tendrás oportunidad de hacerlo en unos días, después de la reunión que acordamos la última vez— respondí con un tono frio y adoptaba unas facciones inexpresivas, ignorando el recordatorio de que su cabeza ahora tenía precio.
Finalmente accedí con un gesto a acompañar al sireno en su periplo, aunque lo de adentrarme en una ruta marina no me hacía especial gracia, afortunadamente entre la habilidad de Binks, la capacidad de volar de Collins y contar con la compañía de un no usuario me hacía sentirme algo más tranquilo, aunque si se paraba a pensar jamás había tenido problemas con caer al mar. Por lo que haciendo un gesto a Kaito, esperé a que este arrancará y nos fuera indicando el camino, primero dejamos atrás la ciudad para introducirnos en una pequeña arbolada de robles de una espesura memorable.
Tras una serie de minutos poco a poco comenzamos a escuchar el sonido de las gaviotas, a la vez que la arbolada comenzaba a clarear hasta el punto de llegar a una colina escarpada, situada justo sobre una cala de piedra grisácea que hacia una forma de “v” invertida. A nuestros pies, arrancaba un pequeño sendero se adentraba en lo que parecía ser una gruta marina de piedra casi tan oscura como el azabache y que no permitía traspasar luz alguna, era uno de esos lugares que invitaba a soñar con historias de piratas y grandes fortunas, lamentablemente yo no esperaba encontrar nada más que problemas, y es que tratar con el sireno, era una de las cosas que usualmente me provocaba un punzante dolor de cabeza.
—Dejaremos esa charla para Baristan—mascullé, mientras observaba de reojo el paraje por el que nos movíamos—Discutiremos eso con más calma junto con el resto de los miembros, por el momento me gustaría escuchar tus periplos durante la carrera— dije aguardando una explicación en detalle de lo vivido por la gran ruta.
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Varios
Kaito no tenía pies, por lo que no era de esperar que la relacción con el resto de miembros de Nameless tuviese uno bueno. De tropiezo en tropiezo no solo se había ganado ya una amenaza de muerte y un violento gesto, si no que también era bastante probable que las relacciones con aquellos tres fueran poco más que frías. Pero bueno, así eran los canapés; y ellos no suponían más interés para el pulpo que ligeros bocaditos.
Reculando y escusándose tras White como un niño cobarde, el ningyo se limitó a observar y olisquear las reacciones de sus acompañantes. Saludo a saludo las presentaciones fueron cortas y casi frívolas, sin aportar más información que el saludo preferencial de aquellos humanos que desde luego no compartían un origen común.
Tornándose particularmente silencioso para asimilar las palabras de William, de las que ya era consciente, Kaito supuso que no había forma de cagarla siempre y cuando mantuviera la boca cerrada o se limitase a hablar con monosílabos; más aquello le resultaba tremendamente aburrido. Rumiando aquella cuestión durante todo el camino a lo que para él era una acogedora vivienda, el pulpo recorrió el terreno escarpado con la mirada antes de lanzarse ágilmente hacia la entrada de la gruta.
—Pues veamos, veamos—Comenzó a andar, encendiendo la linterna e internándose en la oscura oscura gruta por su centro, allá donde el mar se internaba en ella formando largos charcos de escasa profundidad—. ¿Qué hice yo en la carrera aparte de perder el tiempo? Ya sabes lo del tema del gobierno, así que me lo ahorro... Me enfrenté a un pirata gyojin y lo maté, conseguí muestras de plantas y animales que finalmente se deshicieron en manos de inútiles becarios, pillé un cuchillo, un tridente, descubrí la oscuridad bajo el Archipiélago... Hmm... Preparé la salida. Fui a la coronación del nuevo Rey de los Gyojin después de la carrera donde me gané este bonito bichero por no matarlo mandato de su reina. Pillé esclavos que he liberado para no tener problemas con la ley —Pese a que no había sarcasmo o intención alguna de recochineo, algunos oídos ya inclinados a odiarle podrían haber manchado su tono—. Descubrí que tengo un hermano gemelo noble y tengo que ir a conocer a mi verdadera familia en cuanto pueda... Cosas científicas, cosas científicas... Busco la manera de hacerme con Diamuird para anexionarla al Gobierno Mundial pese a que seguro, segurísimo, la idea te escama... Uy, y descubrí la receta de una tarta que está de puta madre. Pero no es tiempo de calabazas.
Dicho aquello se detuvo. Realmente no había razón para ello. El suelo liso y resbaloso, la sensación claustrofóbica y la eterna y húmeda oscuridad eran para el ser marino gratas sensaciones, mas se hizo hueco en él una preocupación por sus acompañantes.
—Dos cosas. La primera, ¿tenéis todos fruta? Por que no se me olvida que prácticamente recurrís a mí como salvavidas por si alguien cae al mar. La gruta se llenará con la marea llena.—Quizás hubiera estado bien haber dicho eso antes de entrar, cuando no resultaba peligroso ir con la poca luz que llegaba desde la entrada para retomar el camino de vuelta—. Lo segundo es una aclaración de que sustento mis negocios en recovecos legales, como un parásito, de ahí que me interese el traer al gobierno más que por tener relacciones amistosas con él. Ya sabréis que la principal razón de nuestra asociación es... Bueno, la no disputa y en cierta medida la "colaboración". ¿No es eso verdad, White?
Miró al pálido "jefe" para esperar encontrar en su gélido gesto un leve asentimiento.
—No tendréis problemas conmigo si no tocáis temas de comida. Será un placer nimio, poco interesante para los criminales... pero es mío. ¿Vale? —Sonrió, pasando su rostro poco después a ser un mohín de curiosidad—. ¿Ha sonado eso mucho a amenaza? Perdón, perdón —añadió, agitando la mano delante de su rostro—. Ya veis que voy diciendo lo que pienso, y pienso un montón, pero os pido un poco de la paciencia que White ha depositado sobre mí; y no tardaréis en daros cuenta de que pese a que parezco un bocazas inútil y pesado, valgo la pena. ¿Okay? ¡All right!
Alzando su bichero casi hasta tocar el techo y volteándose hacia la oscuridad una vez recibiera una doble contestación, Kaito continuaría buscando el diálogo como una aburrida maruja en un concurrido patio de vecinos.
—Sé vuestros nombres, ¿pero qué puñetas hacéis? Por que sé que Willy le da a la droga y a la información, pero poco más. ¿Alguna expansión últimamente, White?
Reculando y escusándose tras White como un niño cobarde, el ningyo se limitó a observar y olisquear las reacciones de sus acompañantes. Saludo a saludo las presentaciones fueron cortas y casi frívolas, sin aportar más información que el saludo preferencial de aquellos humanos que desde luego no compartían un origen común.
Tornándose particularmente silencioso para asimilar las palabras de William, de las que ya era consciente, Kaito supuso que no había forma de cagarla siempre y cuando mantuviera la boca cerrada o se limitase a hablar con monosílabos; más aquello le resultaba tremendamente aburrido. Rumiando aquella cuestión durante todo el camino a lo que para él era una acogedora vivienda, el pulpo recorrió el terreno escarpado con la mirada antes de lanzarse ágilmente hacia la entrada de la gruta.
—Pues veamos, veamos—Comenzó a andar, encendiendo la linterna e internándose en la oscura oscura gruta por su centro, allá donde el mar se internaba en ella formando largos charcos de escasa profundidad—. ¿Qué hice yo en la carrera aparte de perder el tiempo? Ya sabes lo del tema del gobierno, así que me lo ahorro... Me enfrenté a un pirata gyojin y lo maté, conseguí muestras de plantas y animales que finalmente se deshicieron en manos de inútiles becarios, pillé un cuchillo, un tridente, descubrí la oscuridad bajo el Archipiélago... Hmm... Preparé la salida. Fui a la coronación del nuevo Rey de los Gyojin después de la carrera donde me gané este bonito bichero por no matarlo mandato de su reina. Pillé esclavos que he liberado para no tener problemas con la ley —Pese a que no había sarcasmo o intención alguna de recochineo, algunos oídos ya inclinados a odiarle podrían haber manchado su tono—. Descubrí que tengo un hermano gemelo noble y tengo que ir a conocer a mi verdadera familia en cuanto pueda... Cosas científicas, cosas científicas... Busco la manera de hacerme con Diamuird para anexionarla al Gobierno Mundial pese a que seguro, segurísimo, la idea te escama... Uy, y descubrí la receta de una tarta que está de puta madre. Pero no es tiempo de calabazas.
Dicho aquello se detuvo. Realmente no había razón para ello. El suelo liso y resbaloso, la sensación claustrofóbica y la eterna y húmeda oscuridad eran para el ser marino gratas sensaciones, mas se hizo hueco en él una preocupación por sus acompañantes.
—Dos cosas. La primera, ¿tenéis todos fruta? Por que no se me olvida que prácticamente recurrís a mí como salvavidas por si alguien cae al mar. La gruta se llenará con la marea llena.—Quizás hubiera estado bien haber dicho eso antes de entrar, cuando no resultaba peligroso ir con la poca luz que llegaba desde la entrada para retomar el camino de vuelta—. Lo segundo es una aclaración de que sustento mis negocios en recovecos legales, como un parásito, de ahí que me interese el traer al gobierno más que por tener relacciones amistosas con él. Ya sabréis que la principal razón de nuestra asociación es... Bueno, la no disputa y en cierta medida la "colaboración". ¿No es eso verdad, White?
Miró al pálido "jefe" para esperar encontrar en su gélido gesto un leve asentimiento.
—No tendréis problemas conmigo si no tocáis temas de comida. Será un placer nimio, poco interesante para los criminales... pero es mío. ¿Vale? —Sonrió, pasando su rostro poco después a ser un mohín de curiosidad—. ¿Ha sonado eso mucho a amenaza? Perdón, perdón —añadió, agitando la mano delante de su rostro—. Ya veis que voy diciendo lo que pienso, y pienso un montón, pero os pido un poco de la paciencia que White ha depositado sobre mí; y no tardaréis en daros cuenta de que pese a que parezco un bocazas inútil y pesado, valgo la pena. ¿Okay? ¡All right!
Alzando su bichero casi hasta tocar el techo y volteándose hacia la oscuridad una vez recibiera una doble contestación, Kaito continuaría buscando el diálogo como una aburrida maruja en un concurrido patio de vecinos.
—Sé vuestros nombres, ¿pero qué puñetas hacéis? Por que sé que Willy le da a la droga y a la información, pero poco más. ¿Alguna expansión últimamente, White?
William White
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El pulpo continúo narrando sus desventuras mientras se deslizaba hacia abajo por una pendiente de tierra y piedra que hacían de una especie de escaleras improvisadas, con algo de tiento y cuidado el resto del grupo fue siguiendo de forma prudencial, ya que una mala pisada desde tan alto podía ser fatal para cualquiera y aunque nosotros no éramos para nada un grupo normal, nadie disfrutaba de los sustos.
Estaba a punto de replicar al pelirrojo cuando abordó con otra pregunta, el hombre pregunto acerca de si éramos usuarios de frutas demoniacas, abordándonos seguidamente con el propósito con el que estaba en esta isla, que no era otro que el de ganar suficiente influencia como para lograr que el reino dejará de ser un reino independiente y se anexionará al gobierno con vete tu a saber que oscuros y taimados propósitos. Me limité a asentir al ver que el pulpo todavía se había dejado cosas en el tintero, por lo que pacientemente aguardé a terminar de escuchar sus cuestiones.
—Bueno vayamos por partes —arranqué quitándome las gafas de sol y dejando a la vista aquellos extraños ojos negros, tras pisar uno de los pequeños charcos que se acumulaban al inicio de la cueva —Somos tres usuarios, todos salvo O’Connell poseemos poderes de frutas diabólicas, aunque Colins gracias a su fruta puede volar si el espacio no es muy reducido, yo con mi poder puedo ingeniármelas, en cambio Binks…—dije mientras posaba su mirada en él esperando ver un gesto de afirmación —Dejémoslo que en que será más útil en otras circunstancias, pero creo no equivocarme al decir que es el que menos posibilidades tiene en caso de caer al mar —concluí valorando rápidamente la situación del equipo —Llegado el caso dependeremos de ti y de O’Connell ¿No hay problema con ello verdad? — anoté, dando una credibilidad total a los poderes acuáticos del hijo del mar, motivo principal por el que le había dejado unirse a la organización —Respecto a tus motivos para atraer a aquí al gobierno mundial creo que resultan innecesarios. Si lo que necesitas es amparo legal, puedo poner en marcha entramados que permitan entrar tus mercancías a el reino de Goa, y a partir de ahí, procedan a la libre circulación, y créeme cuando te digo que los miembros de la organización estaríamos muy complacidos de tener a alguien con influencia en el gobierno de Diamuird que mantenga lejos al gobierno mundial ¿Supuse que una maniobra así habría sido meritoria de una llamada o consejo? ¿O debo interpretar esto como una falta de confianza? — pregunté con un tono metódico mientras esperaba a que el pulpo comenzará a sacar un foco de luz que nos permitiera avanzar con mayor nitidez en la cueva la cual a cada paso se hacía más oscura.
Y es que, traspasado el umbral de la caverna, una enorme galería se adentraba en el mar, como si de un manantial se tratará, el techo del lugar estaría a una distancia no menor de una decena o e incluso una quincena de metros del que brotaban una estalactita que se alzaban como la dentadura de una criatura de una enorme dimensión.
—Ciertamente nos hemos expandido bastante en el último año, O’Connell se ha ganado un renombre bastante importante en las campañas de secesión del norte, por lo que tenemos una posición de privilegio en varios reinos independientes¬— anoté mientras miraba al albino el cual había tenido una actividad casi igual de frenética que la mía —Por otro lado, Collins ha estado infiltrado en la alta sociedad de las monarquías de los cuatro blues, por lo que actualmente tenemos ciertas informaciones que abordaremos en la reunión de Baristan— mencioné muy de pasada —Binks por su parte, ha ayudado a apuntalar nuestras posiciones en el pecio flotante y a preparar nuestro próximo movimiento en el mismo— dije mientras miraba de reojo al elogiado marinero y esperaba otra vez algo de paciencia por parte del sireno —Yo he estado centrado en varias investigaciones paralelas, una sobre la localización de los laboratorios de los Vinsmoke y otra sobre una leyenda cerca de la isla de Jaya, además te comparecerá saber que he logrado expandir nuestros negocios al contrabando de productos exóticos— finalicé de forma tajante mientras miraba la expresión del pulpo, el cual debía entender que poco a poco las piezas iban comenzando a encajar y que la reunión de la asociación no iba a consistir únicamente en hablar de mi cartel de recompensa.
Carraspeé la garganta y di un trago a una pequeña petaca cargada de tónica mezclado con otros extractos amargos los cuales calmaron mi sed momentáneamente, tras lo cual la guardé de vuelta al interior de la gabardina.
— Por último, no sabía nada del nuevo monarca de las profundidades —mencioné mirando al pulpo, mientras comenzaba a achinar los ojos— Por lo que yo sé, es complicado que las noticias del reino submarino lleguen a la superficie, pero dime ¿Qué clase de persona es el nuevo rey? — pregunté integrado de si podíamos sacar una nueva posición de todo aquello
Continúe siguiendo la estela y la luz del candil del hijo del pelirrojo con la esperanza de no encontrar ninguna forma anegada.
Estaba a punto de replicar al pelirrojo cuando abordó con otra pregunta, el hombre pregunto acerca de si éramos usuarios de frutas demoniacas, abordándonos seguidamente con el propósito con el que estaba en esta isla, que no era otro que el de ganar suficiente influencia como para lograr que el reino dejará de ser un reino independiente y se anexionará al gobierno con vete tu a saber que oscuros y taimados propósitos. Me limité a asentir al ver que el pulpo todavía se había dejado cosas en el tintero, por lo que pacientemente aguardé a terminar de escuchar sus cuestiones.
—Bueno vayamos por partes —arranqué quitándome las gafas de sol y dejando a la vista aquellos extraños ojos negros, tras pisar uno de los pequeños charcos que se acumulaban al inicio de la cueva —Somos tres usuarios, todos salvo O’Connell poseemos poderes de frutas diabólicas, aunque Colins gracias a su fruta puede volar si el espacio no es muy reducido, yo con mi poder puedo ingeniármelas, en cambio Binks…—dije mientras posaba su mirada en él esperando ver un gesto de afirmación —Dejémoslo que en que será más útil en otras circunstancias, pero creo no equivocarme al decir que es el que menos posibilidades tiene en caso de caer al mar —concluí valorando rápidamente la situación del equipo —Llegado el caso dependeremos de ti y de O’Connell ¿No hay problema con ello verdad? — anoté, dando una credibilidad total a los poderes acuáticos del hijo del mar, motivo principal por el que le había dejado unirse a la organización —Respecto a tus motivos para atraer a aquí al gobierno mundial creo que resultan innecesarios. Si lo que necesitas es amparo legal, puedo poner en marcha entramados que permitan entrar tus mercancías a el reino de Goa, y a partir de ahí, procedan a la libre circulación, y créeme cuando te digo que los miembros de la organización estaríamos muy complacidos de tener a alguien con influencia en el gobierno de Diamuird que mantenga lejos al gobierno mundial ¿Supuse que una maniobra así habría sido meritoria de una llamada o consejo? ¿O debo interpretar esto como una falta de confianza? — pregunté con un tono metódico mientras esperaba a que el pulpo comenzará a sacar un foco de luz que nos permitiera avanzar con mayor nitidez en la cueva la cual a cada paso se hacía más oscura.
Y es que, traspasado el umbral de la caverna, una enorme galería se adentraba en el mar, como si de un manantial se tratará, el techo del lugar estaría a una distancia no menor de una decena o e incluso una quincena de metros del que brotaban una estalactita que se alzaban como la dentadura de una criatura de una enorme dimensión.
—Ciertamente nos hemos expandido bastante en el último año, O’Connell se ha ganado un renombre bastante importante en las campañas de secesión del norte, por lo que tenemos una posición de privilegio en varios reinos independientes¬— anoté mientras miraba al albino el cual había tenido una actividad casi igual de frenética que la mía —Por otro lado, Collins ha estado infiltrado en la alta sociedad de las monarquías de los cuatro blues, por lo que actualmente tenemos ciertas informaciones que abordaremos en la reunión de Baristan— mencioné muy de pasada —Binks por su parte, ha ayudado a apuntalar nuestras posiciones en el pecio flotante y a preparar nuestro próximo movimiento en el mismo— dije mientras miraba de reojo al elogiado marinero y esperaba otra vez algo de paciencia por parte del sireno —Yo he estado centrado en varias investigaciones paralelas, una sobre la localización de los laboratorios de los Vinsmoke y otra sobre una leyenda cerca de la isla de Jaya, además te comparecerá saber que he logrado expandir nuestros negocios al contrabando de productos exóticos— finalicé de forma tajante mientras miraba la expresión del pulpo, el cual debía entender que poco a poco las piezas iban comenzando a encajar y que la reunión de la asociación no iba a consistir únicamente en hablar de mi cartel de recompensa.
Carraspeé la garganta y di un trago a una pequeña petaca cargada de tónica mezclado con otros extractos amargos los cuales calmaron mi sed momentáneamente, tras lo cual la guardé de vuelta al interior de la gabardina.
— Por último, no sabía nada del nuevo monarca de las profundidades —mencioné mirando al pulpo, mientras comenzaba a achinar los ojos— Por lo que yo sé, es complicado que las noticias del reino submarino lleguen a la superficie, pero dime ¿Qué clase de persona es el nuevo rey? — pregunté integrado de si podíamos sacar una nueva posición de todo aquello
Continúe siguiendo la estela y la luz del candil del hijo del pelirrojo con la esperanza de no encontrar ninguna forma anegada.
Kaito Takumi
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Los ecos de la cueva, las gotas de humedad cayendo a través del techo y las palabras de White se entremezclaban en los oídos de Kaito como los ingredientes de un buen caldo. Casi de manera instantánea ante la ofuscada amenaza de White, el pulpo, cómo no, respondió con la verdad. O al menos su verdad.
—¿Confianza? —se hubiera reído si hubiera sido físicamente capaz de hacerlo—. ¿Qué confianza? A veces siento que me tenéis simplemente como un salvavidas por si alguno de vosotros se cae al mar y se hunde por tener fruta. ¿Cómo cojones voy a confiar en vosotros? No somos ni amigos, y los negocios que tenemos soy el único que parece ofrecer sin sacar nada a cambio —gruñó, girado hacia el trío dinámico—. Espero que eso cambie en la reunión, la verdad.
Continuando camino a la garganta de aquella espeluznante cueva, el pulpo fue deteniéndose aquí y allá observando las paredes esculpidas por el paso del tiempo y el nivel freático que reposaba allá en lo alto. Todo indicaba que la cueva no se llenaba del todo, pero estando aún en la parte más alta y revelando la pendiente y las gotas el lento e imperioso descenso hacia las profundidades, pronto aquello dejaría de ser verdad.
Analizando cada palabra que salía de los labios de White y que se clavaba en su espalda como un recordatorio a lo poco que había hecho en comparación a tres personas, Kaito se sacó un moquillo que le había ido molestando desde hacía ya rato. Luchando por librarse de él hasta finalmente tener que restregarlo sobre una de las lisas rocas, el pelirrojo notó en sus tentáculos un escalón que la luz no había revelado. Allí todo era del mismo color, y la repentina desaparición del suelo hubiera significado la muerte para gente que solo tenía dos pies.
—Pues es un poco... especial. Se sabe que es un alto cargo revolucionario llamado... ¿Nigiri? ¿O nigiri? ¡Sashimi! No, eso no es. Uramaki. Gunkan... Hmm... Nope... —comentó, repasando los nombres del sushi—. Maki, eso es, Maki.
Inclinándose hacia el vacío para ver al fondo el inequívoco reflejo del agua, el ningyo arrugó la nariz a sabiendas de que lo más probable los malditos no quisieran acompañarle. La caída de veinte metros ya era bastante desagradable como para, además, prometerles una tumba acuática. Extendió su bichero hacia atrás para detenerles por propia prudencia, él no se resbalaba en el húmedo suelo, pero los zapatos de más de uno habían ya amenazado en la oscuridad con un mal traspiés.
—Me llegué a quedar con la duda, Will, ¿eras paramecia o logia? Y...—sus ojos pasaron por el que jugaba a ser bufón de las cortes, y lo saltaron con un claro desprecio. Las zoan eran muy aburridas—. ¿Y qué haces tú, Binks?
Descolgándose por el pozo adheriéndose a la pared con sus ventosas, el sireno se quedó apoyado en el borde como un nadador asomado al de una piscina. ¿Cuándo se atreverían sus colegas a darse el chapuzón? Aunque aún era pronto para decir si había profundidad suficiente como para considerar el agua que se veía desde allí como un buen lugar para lanzarse de cabeza.
—¿Confianza? —se hubiera reído si hubiera sido físicamente capaz de hacerlo—. ¿Qué confianza? A veces siento que me tenéis simplemente como un salvavidas por si alguno de vosotros se cae al mar y se hunde por tener fruta. ¿Cómo cojones voy a confiar en vosotros? No somos ni amigos, y los negocios que tenemos soy el único que parece ofrecer sin sacar nada a cambio —gruñó, girado hacia el trío dinámico—. Espero que eso cambie en la reunión, la verdad.
Continuando camino a la garganta de aquella espeluznante cueva, el pulpo fue deteniéndose aquí y allá observando las paredes esculpidas por el paso del tiempo y el nivel freático que reposaba allá en lo alto. Todo indicaba que la cueva no se llenaba del todo, pero estando aún en la parte más alta y revelando la pendiente y las gotas el lento e imperioso descenso hacia las profundidades, pronto aquello dejaría de ser verdad.
Analizando cada palabra que salía de los labios de White y que se clavaba en su espalda como un recordatorio a lo poco que había hecho en comparación a tres personas, Kaito se sacó un moquillo que le había ido molestando desde hacía ya rato. Luchando por librarse de él hasta finalmente tener que restregarlo sobre una de las lisas rocas, el pelirrojo notó en sus tentáculos un escalón que la luz no había revelado. Allí todo era del mismo color, y la repentina desaparición del suelo hubiera significado la muerte para gente que solo tenía dos pies.
—Pues es un poco... especial. Se sabe que es un alto cargo revolucionario llamado... ¿Nigiri? ¿O nigiri? ¡Sashimi! No, eso no es. Uramaki. Gunkan... Hmm... Nope... —comentó, repasando los nombres del sushi—. Maki, eso es, Maki.
Inclinándose hacia el vacío para ver al fondo el inequívoco reflejo del agua, el ningyo arrugó la nariz a sabiendas de que lo más probable los malditos no quisieran acompañarle. La caída de veinte metros ya era bastante desagradable como para, además, prometerles una tumba acuática. Extendió su bichero hacia atrás para detenerles por propia prudencia, él no se resbalaba en el húmedo suelo, pero los zapatos de más de uno habían ya amenazado en la oscuridad con un mal traspiés.
—Me llegué a quedar con la duda, Will, ¿eras paramecia o logia? Y...—sus ojos pasaron por el que jugaba a ser bufón de las cortes, y lo saltaron con un claro desprecio. Las zoan eran muy aburridas—. ¿Y qué haces tú, Binks?
Descolgándose por el pozo adheriéndose a la pared con sus ventosas, el sireno se quedó apoyado en el borde como un nadador asomado al de una piscina. ¿Cuándo se atreverían sus colegas a darse el chapuzón? Aunque aún era pronto para decir si había profundidad suficiente como para considerar el agua que se veía desde allí como un buen lugar para lanzarse de cabeza.
William White
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Kaito pareció explotar en uno de esos arrebatos que tiene, aunque al menos fue honesto. El ser del mar se aquejaba de una falta de confianza y es que esta no era infundada, para empezar tras los eventos de la aguja se había cruzado con aquella vampira, Ellanora, la misma persona a la que había encarga a Kaito asesinar, por no mencionar la serie de desplantes o desafortunados comentarios que había sufrido a lo largo de la aguja, los cuales no solo le habían dejado en evidencia al sireno, sino que además habían puesto en tela de juicio su capacidad de liderazgo a ojos de Elliot. Por otro lado, aunque de forma mucho más leve, habíamos tenido el incidente de Baristan, en el que si bien no había fracasado, acabo provocando un incendio arrebatándole la oportunidad de haber vaciado por completo los almacenes de Gao.
Contuve el suspiro y procuré no exteriorizar nada de lo que se me estaba pasando por la cabeza, después de todo, realmente necesitábamos a alguien que pudiera actuar en casos de emergencia y no ponía depende exclusivamente de O’Connell. Además de que el inusual ninja del mar había demostrado ser una persona con bastante potencial, ya que su espíritu había aumentado en los últimos tiempos, por lo que a pesar de ser algo mezquino e incluso cobarde, podría a llegar a ser alguien muy confiable si se le daban los estímulos adecuados.
—Interesante— concluí al escuchar lo de un rey revolucionario, algo que resultaba una contradicción en si mismo ya que pensaba que a fin de cuentas todos los revolucionarios debían estar en contra de las monarquías, ya que los suponía a todos con unos ideas republicanos —Aún así he de decir que me apena escuchar que la confianza que yo deposité en ti no sea reciproca— proseguí deteniéndome al borde del abismo cuyo final no se podía intuir —Yo accedí a darte un lugar en una organización secreta, y no solo eso, sino que además accedí a darte un terminal. Por si esto fuera poco, desde entonces he contado contigo para todas y cada una de las operaciones que se han antojado complejas y jamás te he dejado fuera— mascullé con pesar mientras pegaba un pegote de chicle al techo, y daba una serie de tirones hasta asegurarme de que efectivamente estaba bien anclada —Ellos tres, son miembros fundadores al igual que yo, por lo que llevan mucho más tiempo en la organización de lo que puedas imaginar. Y a pesar de ello, e incluso ellos se quedaron fuera de mis planes en la aguja— proseguí antes de comenzar a descender estirando y extendiendo la Bungee Gum descendiendo como si de una especie de ascensor se tratará hasta alcanzar la superficie y comprobar que efectivamente la cavidad continuaba por lo que parecía ser una galería subterránea —No somos una banda criminal al uso, somos un grupo con lo mejor de este gremio y nuestro pilar como tú bien has dicho es la colaboración, pero si no hay confianza no hay colaboración posible. Y por lo tanto, nada de esto tiene sentido— concluí, contrayendo el chicle y reuniéndome de nuevo con el grupo al borde del abismo —Yo he depositado mi confianza en ti, pero ahora la pregunta es ¿Cómo te vas a ganar su confianza? —dije mientras me asomaba de reojo y miraba a mis tres acompañantes —Eso de ahí abajo pinta feo para nosotros, la verdad— comenté de forma casual mientras comenzaba a esbozar una sonrisa a la vez que se me ocurría una de mis maquinaciones.
—Crea un arcón, Binks, uno que pueda llevar— ordené tajante —¿Así el podría abrirnos una puerta al otro lado? Asumiendo que hay algo más ¿No?— pregunté al marinero en base a lo que sabía de su fruta.
Tras eso me aparté y me apoyé en una de las paredes, colocándome el cinto del cual colgaba “La sususrradora” mientras observaba la escena como un espectador más.
—Está bien señor Black, mi poder consiste en crear desde pequeños arcones hasta el más grande de los armarios que puedas imaginar, además, puedo introducirme y viajar entre ellos, conmigo puedo llevar tanto objecto como seres vivos— arrancó a explicar con su característica voz ronca y ese permanente tono de mala leche —Aunque tengo mis limitaciones en cuanto a las personas que pueden entrar o salirv finalizó mientras entregaba un arcón de no mucho más grande que un pequeño joyero.
Una vez termino de hablar Binks, retomé la palabra una vez más.
—Y mi poder es chicle, y aunque mezcla propiedades de ambos tipos se asemeja más a una paramecia. Es una fruta sin catalogar, por lo que no sabría decirte el nombre— comenté con el propósito de evitar que el sireno se enojará, auqnue tampoco explicaba nada que no hubiera visto antes.
¿Demostraría el sireno ser alguien merecedor de mi confianza? ¿O sería un fiasco más que añadir a la colección?
Contuve el suspiro y procuré no exteriorizar nada de lo que se me estaba pasando por la cabeza, después de todo, realmente necesitábamos a alguien que pudiera actuar en casos de emergencia y no ponía depende exclusivamente de O’Connell. Además de que el inusual ninja del mar había demostrado ser una persona con bastante potencial, ya que su espíritu había aumentado en los últimos tiempos, por lo que a pesar de ser algo mezquino e incluso cobarde, podría a llegar a ser alguien muy confiable si se le daban los estímulos adecuados.
—Interesante— concluí al escuchar lo de un rey revolucionario, algo que resultaba una contradicción en si mismo ya que pensaba que a fin de cuentas todos los revolucionarios debían estar en contra de las monarquías, ya que los suponía a todos con unos ideas republicanos —Aún así he de decir que me apena escuchar que la confianza que yo deposité en ti no sea reciproca— proseguí deteniéndome al borde del abismo cuyo final no se podía intuir —Yo accedí a darte un lugar en una organización secreta, y no solo eso, sino que además accedí a darte un terminal. Por si esto fuera poco, desde entonces he contado contigo para todas y cada una de las operaciones que se han antojado complejas y jamás te he dejado fuera— mascullé con pesar mientras pegaba un pegote de chicle al techo, y daba una serie de tirones hasta asegurarme de que efectivamente estaba bien anclada —Ellos tres, son miembros fundadores al igual que yo, por lo que llevan mucho más tiempo en la organización de lo que puedas imaginar. Y a pesar de ello, e incluso ellos se quedaron fuera de mis planes en la aguja— proseguí antes de comenzar a descender estirando y extendiendo la Bungee Gum descendiendo como si de una especie de ascensor se tratará hasta alcanzar la superficie y comprobar que efectivamente la cavidad continuaba por lo que parecía ser una galería subterránea —No somos una banda criminal al uso, somos un grupo con lo mejor de este gremio y nuestro pilar como tú bien has dicho es la colaboración, pero si no hay confianza no hay colaboración posible. Y por lo tanto, nada de esto tiene sentido— concluí, contrayendo el chicle y reuniéndome de nuevo con el grupo al borde del abismo —Yo he depositado mi confianza en ti, pero ahora la pregunta es ¿Cómo te vas a ganar su confianza? —dije mientras me asomaba de reojo y miraba a mis tres acompañantes —Eso de ahí abajo pinta feo para nosotros, la verdad— comenté de forma casual mientras comenzaba a esbozar una sonrisa a la vez que se me ocurría una de mis maquinaciones.
—Crea un arcón, Binks, uno que pueda llevar— ordené tajante —¿Así el podría abrirnos una puerta al otro lado? Asumiendo que hay algo más ¿No?— pregunté al marinero en base a lo que sabía de su fruta.
Tras eso me aparté y me apoyé en una de las paredes, colocándome el cinto del cual colgaba “La sususrradora” mientras observaba la escena como un espectador más.
—Está bien señor Black, mi poder consiste en crear desde pequeños arcones hasta el más grande de los armarios que puedas imaginar, además, puedo introducirme y viajar entre ellos, conmigo puedo llevar tanto objecto como seres vivos— arrancó a explicar con su característica voz ronca y ese permanente tono de mala leche —Aunque tengo mis limitaciones en cuanto a las personas que pueden entrar o salirv finalizó mientras entregaba un arcón de no mucho más grande que un pequeño joyero.
Una vez termino de hablar Binks, retomé la palabra una vez más.
—Y mi poder es chicle, y aunque mezcla propiedades de ambos tipos se asemeja más a una paramecia. Es una fruta sin catalogar, por lo que no sabría decirte el nombre— comenté con el propósito de evitar que el sireno se enojará, auqnue tampoco explicaba nada que no hubiera visto antes.
¿Demostraría el sireno ser alguien merecedor de mi confianza? ¿O sería un fiasco más que añadir a la colección?
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Razón no le faltaba a William, más aquello no hacía mas que endulzar la antítesis de la realidad a la que Kaito se enfrentaba. ¿Cómo podía alguien decir una verdad y a la vez pronunciar palabras tan falsas? Devorando delicadamente las palabras como un buen plato de órganos frescos, el ningyo paladeó cada grumosa textura de las oraciones saltando de preposición en preposición, de gesto en gesto y de las leves entonaciones de White buscando... algo. Porque en aquel montón de alegatos, como en un buen montón de carne fresca, había algo que pocos habrían notado si no lo hubieran inpseccionado metiéndose sin escrúpulos hasta los hombros en el mondongo.
Y alí, de manera muy sutil, casi incomparable con la inmensidad de todo lo que se había dicho, estaba el trozo de bala. No lo hubiera encontrado si antes, esas trazas de sabor metálico que habían dejado las explicaciones de a qué se dedicaba el resto de miembros, no le hubieran empujado a buscarla. Pero ahí estaba, frente a él, entre sus dedos. Una clara muestra del desprecio y la reducción a la que le había sometido White, inconsciente de qué era pues, cómo no, para comprenderle le había asignado una existencia limitada.
Permaneció en silencio. Un sepulcral silencio en el que fueron sucediéndose los distintos diálgos del resto de personajes en escena cuya existencia, consideró, también habían sido limitadas. Trepando sin hacer el más mínimo ruido para extenderse al borde del abismo hasta sobrepasar ligeramente la altura de aquellos humanos, Kaito cogió el pequeño arcón clavando su mano en él como unas pequeñas y afiladas fauces.
—Esa es una buena pregunta, señor White. Supongo que debo demostrar que soy más que un simple hijo del mar, que es lo que usted me cree ahora —su tono se limitaba a narrar hechos sin juzgarlos o tomar afrenta de ellos—. Pero no mienta diciendo que confiaba en mí lo suficiente para no avisarles. Ellos tenían cosas que hacer aprovechando la distracción del gobierno y su migración al Blue. Simplemente era mucho más conveniente dejarlos allí... Por si no se lograba salvar a este mar aún moribundo —añadió sin melancolía, mirando al vacío contenido del arconcito que curioseaba. Tras cerrarlo con sigilo, se colocó la capucha—. Les veré al otro lado, supongo.
Descendiendo hasta las profundidades sin darse la vuelta, el ningyo abandonó la compañía de aquellos cuatro desconfiados en los que desconfiaba y en los que se veía obligado a depositar algo de mal gusto denominado por muchos "fé". Para él no era más que una decisión, una que como tantas otras no era reespaldada por más que simplemente tomarla y someterla por pura voluntad. Dejando allí la lamparita de aceite para que aquellos macacos no temieran a la infinita oscuridad, el monstruo se adentró en las aguas con no más ruido que el suabe rumor de su tierno pajarillo.
—Sí... Paprika buena, Paprika linda... —le dijo, abandonando el existencial vacío en el que se había convertido momentáneamente su esencia.
Moverse en ausencia de luz para un hijo del mar que había pasado gran tiempo huyendo en las profundidades era fácil. Además, el susurro de las rocas y las mil texturas de cada hueco eran en sus tentáculos como un claro mapa para encontrar la salida del laberinto de túneles, unos enteros, otros sellados y otros a medio desmoronar, en los que se habían convertido aquella su nueva senda. Además, el olor, el sabor de algo que moría se colaba entre sus labios casi asfixiándole, obligándole a tomar agua nueva de su fiel umigatana haciendo uso de las artes de su raza para continuar hasta el final.
Y tras un rato que se le antojó demasiado largo llegó a un lugar oscuro que continuaba hacia arriba; aunque aquello no podría ser de otra forma teniendo en cuenta todo lo que había girado y bajado. Arrojando el arcón a la roca seca que palpó, Kaito tosió y comprobó que el aire allí estaba viciado, pero no lo suficiente como para ser irrespirable.
—Supongo que vendrán ahora...¿no, Paprika?
Y alí, de manera muy sutil, casi incomparable con la inmensidad de todo lo que se había dicho, estaba el trozo de bala. No lo hubiera encontrado si antes, esas trazas de sabor metálico que habían dejado las explicaciones de a qué se dedicaba el resto de miembros, no le hubieran empujado a buscarla. Pero ahí estaba, frente a él, entre sus dedos. Una clara muestra del desprecio y la reducción a la que le había sometido White, inconsciente de qué era pues, cómo no, para comprenderle le había asignado una existencia limitada.
Permaneció en silencio. Un sepulcral silencio en el que fueron sucediéndose los distintos diálgos del resto de personajes en escena cuya existencia, consideró, también habían sido limitadas. Trepando sin hacer el más mínimo ruido para extenderse al borde del abismo hasta sobrepasar ligeramente la altura de aquellos humanos, Kaito cogió el pequeño arcón clavando su mano en él como unas pequeñas y afiladas fauces.
—Esa es una buena pregunta, señor White. Supongo que debo demostrar que soy más que un simple hijo del mar, que es lo que usted me cree ahora —su tono se limitaba a narrar hechos sin juzgarlos o tomar afrenta de ellos—. Pero no mienta diciendo que confiaba en mí lo suficiente para no avisarles. Ellos tenían cosas que hacer aprovechando la distracción del gobierno y su migración al Blue. Simplemente era mucho más conveniente dejarlos allí... Por si no se lograba salvar a este mar aún moribundo —añadió sin melancolía, mirando al vacío contenido del arconcito que curioseaba. Tras cerrarlo con sigilo, se colocó la capucha—. Les veré al otro lado, supongo.
Descendiendo hasta las profundidades sin darse la vuelta, el ningyo abandonó la compañía de aquellos cuatro desconfiados en los que desconfiaba y en los que se veía obligado a depositar algo de mal gusto denominado por muchos "fé". Para él no era más que una decisión, una que como tantas otras no era reespaldada por más que simplemente tomarla y someterla por pura voluntad. Dejando allí la lamparita de aceite para que aquellos macacos no temieran a la infinita oscuridad, el monstruo se adentró en las aguas con no más ruido que el suabe rumor de su tierno pajarillo.
—Sí... Paprika buena, Paprika linda... —le dijo, abandonando el existencial vacío en el que se había convertido momentáneamente su esencia.
Moverse en ausencia de luz para un hijo del mar que había pasado gran tiempo huyendo en las profundidades era fácil. Además, el susurro de las rocas y las mil texturas de cada hueco eran en sus tentáculos como un claro mapa para encontrar la salida del laberinto de túneles, unos enteros, otros sellados y otros a medio desmoronar, en los que se habían convertido aquella su nueva senda. Además, el olor, el sabor de algo que moría se colaba entre sus labios casi asfixiándole, obligándole a tomar agua nueva de su fiel umigatana haciendo uso de las artes de su raza para continuar hasta el final.
Y tras un rato que se le antojó demasiado largo llegó a un lugar oscuro que continuaba hacia arriba; aunque aquello no podría ser de otra forma teniendo en cuenta todo lo que había girado y bajado. Arrojando el arcón a la roca seca que palpó, Kaito tosió y comprobó que el aire allí estaba viciado, pero no lo suficiente como para ser irrespirable.
—Supongo que vendrán ahora...¿no, Paprika?
William White
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El sireno contestó fríamente con un cambio notable en el propio discurso, demostrando ser lo suficiente perspicaz como para darse cuenta de que el hecho de no haber convocado evidentemente era para ya no solo asegurar la persistencia de la organización, sino es ascenso de esta aprovechando el caos creciente en el mundo. Aún así se limito a asentir y a responder con un tono metódico y robótico:
—Eso espero— asentí mientras veía al ser marino escurriese hacia el abismo que me había aventurado a explorar, tras lo cual sonó una leve salpicadura del sireno introduciéndose en el agua hasta que quedo el silencio, tan solo interrumpido por el sonido del candil y la irregular respiración de Binks.
El grupo entero nos quedamos en un silencio sepulcral, aunque llegadas a esas alturas no teníamos mucho que decirnos el uno al otro, o al menos nada que no pudieras interpretar mirándonos, ya había pasado más de un año desde que conocía a alguno de ellos, más incluso a Binks al cual conocía desde casi dos años, y es que el tiempo no se detenía ni por un instante, y es que si miraba la mirada atrás no iba a hacer ni un año desde que cumplí la mayoría de edad en el reino de Goa, aunque poco importaba aquello, no había documento que reflejara donde nací y mi edad real, ni tan si quiera mi nombre. Que irónico era todo, había pasado de ser un completo desconocido que vivía en el anonimato a ser conocido por todo el mundo y perseguido por la mitad de este.
Y así me quedé absorto en mis pensamientos, mientras ignoraba la casual conversación de mis acompañantes, hasta que repentinamente una mano se posó sobre mi hombro, alcé la mirada y observé que se trataba de Binks el cual asentía afirmando que ya estaban hechos los preparativos, el trio restante nos comenzamos a levantar del lugar donde nos encontrábamos y nos pusimos delante del marinero el cual comenzó a gesticular con las manos hasta que una explosión del polvo sacudió levemente el lugar, un armario de dos metros de altura y un metro y algo de ancho apareció ante nuestras narices, era un mueble de madera de cerezo rosada, con algunos remates de caoba oscura y toques de marfil, en las puertas había una gran cantidad de grabados y detalles florales que hacían del mueble algo envidiable.
—He aquí las puertas de Babilonia— masculló Binks mientras se introducía en el armario y comenzaba a cerrar las puertas —En menos de un minuto terminaré los preparativos, daré un par de toques como señal— finalizó cerrando las puertas.
Paso algunos segundos no demasiados, los suficientes para que Binks logrará salir del pequeño cofre y aparecer al otro lado del lugar donde lo hubiera arrastrado el pelirrojo, para una vez allí repetir el proceso recreando la segunda parte de su técnica, terminando por conectar los armarios en su intricada realidad, un secreto que el propio Binks había decidido guardar bajo llave. Una vez hubiera terminado el proceso, O’Conell fue el primero en traspasar el lugar, luego Collins y finalmente yo.
Traspasada la extraña y fría oscuridad del armario, me encontré que habíamos salido a una enorme cavidad subterránea muy similar a la entrada por la que habíamos entrado, solo que esta galería tenía un tamaño mucho más colosal, apenas pudiendo alcanzar a ver el techo y las verdaderas dimensiones del lugar. El tintineo de la lampara que se encontraba en manos del guerrillero del norte no era más que una pequeña mota de polvo en medio de aquella inmensidad.
Fue entonces cuando un sonido retumbo por toda la caverna, rebotando y haciendo tambalear las columnas que sustentaba el lugar, un aullido de dolor, un lamento de lo funesto, fuera como fuera, no quedaba mucha alternativa a continuar si queríamos ver la obra del sireno cumplida.
—Deberíamos continuar— apremié mientras me llevaba la mano a la cintura, tomando contacto con la tosca empuñadura de mi hoja negra —Esperemos que este acto de filantropía no nos cueste mucho más que nuestro tiempo— finalicé mientras me encaminaba hacia le origen del ruido.
—Eso espero— asentí mientras veía al ser marino escurriese hacia el abismo que me había aventurado a explorar, tras lo cual sonó una leve salpicadura del sireno introduciéndose en el agua hasta que quedo el silencio, tan solo interrumpido por el sonido del candil y la irregular respiración de Binks.
El grupo entero nos quedamos en un silencio sepulcral, aunque llegadas a esas alturas no teníamos mucho que decirnos el uno al otro, o al menos nada que no pudieras interpretar mirándonos, ya había pasado más de un año desde que conocía a alguno de ellos, más incluso a Binks al cual conocía desde casi dos años, y es que el tiempo no se detenía ni por un instante, y es que si miraba la mirada atrás no iba a hacer ni un año desde que cumplí la mayoría de edad en el reino de Goa, aunque poco importaba aquello, no había documento que reflejara donde nací y mi edad real, ni tan si quiera mi nombre. Que irónico era todo, había pasado de ser un completo desconocido que vivía en el anonimato a ser conocido por todo el mundo y perseguido por la mitad de este.
Y así me quedé absorto en mis pensamientos, mientras ignoraba la casual conversación de mis acompañantes, hasta que repentinamente una mano se posó sobre mi hombro, alcé la mirada y observé que se trataba de Binks el cual asentía afirmando que ya estaban hechos los preparativos, el trio restante nos comenzamos a levantar del lugar donde nos encontrábamos y nos pusimos delante del marinero el cual comenzó a gesticular con las manos hasta que una explosión del polvo sacudió levemente el lugar, un armario de dos metros de altura y un metro y algo de ancho apareció ante nuestras narices, era un mueble de madera de cerezo rosada, con algunos remates de caoba oscura y toques de marfil, en las puertas había una gran cantidad de grabados y detalles florales que hacían del mueble algo envidiable.
—He aquí las puertas de Babilonia— masculló Binks mientras se introducía en el armario y comenzaba a cerrar las puertas —En menos de un minuto terminaré los preparativos, daré un par de toques como señal— finalizó cerrando las puertas.
Paso algunos segundos no demasiados, los suficientes para que Binks logrará salir del pequeño cofre y aparecer al otro lado del lugar donde lo hubiera arrastrado el pelirrojo, para una vez allí repetir el proceso recreando la segunda parte de su técnica, terminando por conectar los armarios en su intricada realidad, un secreto que el propio Binks había decidido guardar bajo llave. Una vez hubiera terminado el proceso, O’Conell fue el primero en traspasar el lugar, luego Collins y finalmente yo.
Traspasada la extraña y fría oscuridad del armario, me encontré que habíamos salido a una enorme cavidad subterránea muy similar a la entrada por la que habíamos entrado, solo que esta galería tenía un tamaño mucho más colosal, apenas pudiendo alcanzar a ver el techo y las verdaderas dimensiones del lugar. El tintineo de la lampara que se encontraba en manos del guerrillero del norte no era más que una pequeña mota de polvo en medio de aquella inmensidad.
Fue entonces cuando un sonido retumbo por toda la caverna, rebotando y haciendo tambalear las columnas que sustentaba el lugar, un aullido de dolor, un lamento de lo funesto, fuera como fuera, no quedaba mucha alternativa a continuar si queríamos ver la obra del sireno cumplida.
—Deberíamos continuar— apremié mientras me llevaba la mano a la cintura, tomando contacto con la tosca empuñadura de mi hoja negra —Esperemos que este acto de filantropía no nos cueste mucho más que nuestro tiempo— finalicé mientras me encaminaba hacia le origen del ruido.
Kaito Takumi
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La caja tembló y se abrió. De allí, en la plena oscuridad, emergió una figura que primero fue líquida y luego tomó forma y carne. Binks había llegado. Contemplándole con sus otros sentidos, el pulpo esperó paciente a que el muchacho palpase su entorno y se hiciese a la oscuridad que él ya había adoptado como propia.
—¿Señor Black?
—Aquí —pronunció, revelando su posición.
El usuario asintió, aunque Kaito no pudo verlo. El sonido de la transformación del cofre a puerta era extraño, como crujidos que se entrelazaban fluctuando en los timbres de la madera, el metal y la piedra; y pasado un rato en el que le pareció escuchar algún que otro gruñido de esfuerzo, todo estuvo listo.
—Ahora vuelvo —dijo el maldito, desapareciendo por su mueble llevándose consigo parte de la invisible ponzoña que enturbiaba el aire.
A la vuelta del equipo, todos trajeron suficiente aire consigo como para cambiar el atroz equilibrio de aquella atmósfera, pero, aún así, seguía como una amargo gusarapo que se anclaba en las gargantas de los allí presentes. Mas aquello pasó bastante desapercibido cuando el ruido y el temblor recorrieron la gruta al completo.
Calmando a su pajarillo, aterrorizado por el aullido, Kaito susurró unas palabras tan extrañas como tenebrosas.
—Es algo vivo...
Claro está, de momento. Con Will a la cabeza y su nueva espada, pronto el engendro que hacía temblar la isla no sería más que un recuerdo. ¿Pero sellarían su vida y la gruta a la vez? Quizás, quizás.
—¿Señor Black?
—Aquí —pronunció, revelando su posición.
El usuario asintió, aunque Kaito no pudo verlo. El sonido de la transformación del cofre a puerta era extraño, como crujidos que se entrelazaban fluctuando en los timbres de la madera, el metal y la piedra; y pasado un rato en el que le pareció escuchar algún que otro gruñido de esfuerzo, todo estuvo listo.
—Ahora vuelvo —dijo el maldito, desapareciendo por su mueble llevándose consigo parte de la invisible ponzoña que enturbiaba el aire.
A la vuelta del equipo, todos trajeron suficiente aire consigo como para cambiar el atroz equilibrio de aquella atmósfera, pero, aún así, seguía como una amargo gusarapo que se anclaba en las gargantas de los allí presentes. Mas aquello pasó bastante desapercibido cuando el ruido y el temblor recorrieron la gruta al completo.
Calmando a su pajarillo, aterrorizado por el aullido, Kaito susurró unas palabras tan extrañas como tenebrosas.
—Es algo vivo...
Claro está, de momento. Con Will a la cabeza y su nueva espada, pronto el engendro que hacía temblar la isla no sería más que un recuerdo. ¿Pero sellarían su vida y la gruta a la vez? Quizás, quizás.
William White
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Alcé con un gesto la lampara de aceite y encabecé la marcha a través de la colosal gruta, observando el impresionante trabajo que había hecho la naturaleza, trabajando y puliendo aquella piedra negra azulada hasta limites insospechados, tomando formas y aspectos dignos del mejor de los artistas. Las estalactitas y las estigmitas se entrelazaban entre sí formando colosales columnas dando la impresión de estar ante el mayor templo que dios hubiera podido haber creado.
Poco a poco, continuamos adentrándonos más en la caverna con tan solo sonido del goteo y el eco de nuestros pasos como acompañantes. No me hacía falta girarme para ver que el semblante del grupo era serio y de un temor contenido que cada uno sobrellevaba a su manera, por ejemplo, Collins se limitaba a hacer un pequeño tic con la yema de los dedos, tocando el frio metal de su pistola, Binks por el contrario era el más expresivo del grupo el cual se mordía nervioso las uñas de los dedos consciente de que no había nada que gritará así en los libros de biología que hubiera estudiado y por último estábamos O’Connell y yo, los cuales solíamos enfrascarnos en nuestros pensamientos y evitábamos a toda cosa exteriorizar el terror, a fin de cuentas, aquello era la actitud que nos convertía en los hombres de mayor confianza en el grupo. Por último, estaba el sireno, el cual no parecía aparentar temor alguno.
—¿Entonces no tienes ni idea de lo que puede ser, Black?— pregunté sereno, tanto en actitud como en tono, sin girarme y detenerme en ningún momento —¿Los pueblerinos no rumoreaban nada?— pregunté claramente extrañado porque supieran el lugar pero desconocieran el origen.
Independientemente de la respuesta del pelirrojo continuamos avanzando por él único camino que parecía tener cavada la gruta, la cual comenzaba a girar y a tornarse más abrupta y dura por momentos, dando la impresión de que aquel agujero en el suelo acabaría por conducirnos al mismo infierno. Y es que al aire viciado junto con la humedad daba una sensación de agobio muy parecida al bochorno de un día de verano. Afortunadamente, esta sensación se vio irrumpida por una especie de brisa, un refrescante soplo a aire fresco y es que resultaba que al fondo de la gruta se comenzaba a intuir con el tintineo de la lampara una enorme abertura con un sinfín de brillos de tonos amarillos, azulados y blanco de origen desconocido.
Tras señalar con un gesto de cuello la extraña luz y repasar el contorno de mi empuñadura con mi mano apresuré el paso con objetivo de alcanzar el origen de la luz ¿Sería un antiguo tesoro pirata, algún artefacto milenario o un peligro acechante? La respuesta no tardo en llegar puesto que se trataba de un pilar, un pilar cristalino en el que incidía una pequeña luz que de rebote en rebote desglosaba todos los colores inimaginables en centenares de destellos que iluminaban la cavidad hasta dejarla en una oscuridad tenue, el techo se encontraba al menos a una cuarentena de metros donde se conformaba una especie de cúpula de las que pendían estalactita del tamaño de un mástil.
A parte de ello, la cavidad tenía una enorme superficie de agua, una especie de poza o manantial con el agua más negra que hubiera visto en mi vida, jamás había visto un agua tan calmada en la vida. Pero lo peor, es que, a pesar de esa quietud, encontraba algo perturbado en las aguas. Una especie de acorazonada que le pedía a gritos que fuera lo que fuera aquel lugar no se le ocurría acercase al agua, una especie de premonición en la que la propia agua tomaría vida y lo arrastraría a su interior.
—Es enorme— masculló Binks con un tono de sorpresa hipnotizado por la extraña belleza del lugar.
—Jamás he visto colores más puros— murmuró Collins sobrecogido por el pilar de hielo y cristal que se erguía en el centro del agua.
—En mi vida he visto algo similar en el norte— respondió el militar, en una especie de permanente añoranza por el hogar que solía procesar.
—Parece ser que la gran ruta no es el único lugar con joyas perdidas— mascullé asombrado por el lugar —Aún así encuentro algo perturbador, no os dejéis llevar— finalicé tratando de centar al grupo en nuestra tarea y peligro más inminente, reconocer aquel que habitaba aquellas profundidades.
Y casi como pájaro de mal agüero, un sonido comenzó a retumbar por la sala, un rugido avernal tan claro como el de la luz reflejada, un sonido tan fuerte que hizo retumbar la estancia entera, como si de un terremoto se tratará. En medio del caos, una tenue sacudida comenzó a agitar las aguas del lugar rompiendo la calma antinatural de estas, hasta comenzar a hacerse más violenta hasta parecer una especie de geiser en erupción.
Sin más dilación una enorme figura comenzó a asomar de las aguas, una enorme sierpe de escamas de un tono color oscuro con una cabeza muy similar a la de los dragones de los cuentos de caballería, la cual se encontraba coronada por un par de retorcidos cuernos con un color muy similar a la piedra. En lo que emergía la figura más patente era su tamaño, siendo su ojo de brillo dorado apagado igual de grande que mi persona. La criatura se alzaba y se alzaba dando la sensación de no tener fin, y de que en algún momento iba a chocar con el techo y a colapsar el lugar.
Sin mediar palabra, desenfundé la hoja negra y esgrimiéndola con ambas manos comencé a correr al igual que el resto del grupo, tratando de evitar la primera embestida del viejo del rey del mar.
Poco a poco, continuamos adentrándonos más en la caverna con tan solo sonido del goteo y el eco de nuestros pasos como acompañantes. No me hacía falta girarme para ver que el semblante del grupo era serio y de un temor contenido que cada uno sobrellevaba a su manera, por ejemplo, Collins se limitaba a hacer un pequeño tic con la yema de los dedos, tocando el frio metal de su pistola, Binks por el contrario era el más expresivo del grupo el cual se mordía nervioso las uñas de los dedos consciente de que no había nada que gritará así en los libros de biología que hubiera estudiado y por último estábamos O’Connell y yo, los cuales solíamos enfrascarnos en nuestros pensamientos y evitábamos a toda cosa exteriorizar el terror, a fin de cuentas, aquello era la actitud que nos convertía en los hombres de mayor confianza en el grupo. Por último, estaba el sireno, el cual no parecía aparentar temor alguno.
—¿Entonces no tienes ni idea de lo que puede ser, Black?— pregunté sereno, tanto en actitud como en tono, sin girarme y detenerme en ningún momento —¿Los pueblerinos no rumoreaban nada?— pregunté claramente extrañado porque supieran el lugar pero desconocieran el origen.
Independientemente de la respuesta del pelirrojo continuamos avanzando por él único camino que parecía tener cavada la gruta, la cual comenzaba a girar y a tornarse más abrupta y dura por momentos, dando la impresión de que aquel agujero en el suelo acabaría por conducirnos al mismo infierno. Y es que al aire viciado junto con la humedad daba una sensación de agobio muy parecida al bochorno de un día de verano. Afortunadamente, esta sensación se vio irrumpida por una especie de brisa, un refrescante soplo a aire fresco y es que resultaba que al fondo de la gruta se comenzaba a intuir con el tintineo de la lampara una enorme abertura con un sinfín de brillos de tonos amarillos, azulados y blanco de origen desconocido.
Tras señalar con un gesto de cuello la extraña luz y repasar el contorno de mi empuñadura con mi mano apresuré el paso con objetivo de alcanzar el origen de la luz ¿Sería un antiguo tesoro pirata, algún artefacto milenario o un peligro acechante? La respuesta no tardo en llegar puesto que se trataba de un pilar, un pilar cristalino en el que incidía una pequeña luz que de rebote en rebote desglosaba todos los colores inimaginables en centenares de destellos que iluminaban la cavidad hasta dejarla en una oscuridad tenue, el techo se encontraba al menos a una cuarentena de metros donde se conformaba una especie de cúpula de las que pendían estalactita del tamaño de un mástil.
A parte de ello, la cavidad tenía una enorme superficie de agua, una especie de poza o manantial con el agua más negra que hubiera visto en mi vida, jamás había visto un agua tan calmada en la vida. Pero lo peor, es que, a pesar de esa quietud, encontraba algo perturbado en las aguas. Una especie de acorazonada que le pedía a gritos que fuera lo que fuera aquel lugar no se le ocurría acercase al agua, una especie de premonición en la que la propia agua tomaría vida y lo arrastraría a su interior.
—Es enorme— masculló Binks con un tono de sorpresa hipnotizado por la extraña belleza del lugar.
—Jamás he visto colores más puros— murmuró Collins sobrecogido por el pilar de hielo y cristal que se erguía en el centro del agua.
—En mi vida he visto algo similar en el norte— respondió el militar, en una especie de permanente añoranza por el hogar que solía procesar.
—Parece ser que la gran ruta no es el único lugar con joyas perdidas— mascullé asombrado por el lugar —Aún así encuentro algo perturbador, no os dejéis llevar— finalicé tratando de centar al grupo en nuestra tarea y peligro más inminente, reconocer aquel que habitaba aquellas profundidades.
Y casi como pájaro de mal agüero, un sonido comenzó a retumbar por la sala, un rugido avernal tan claro como el de la luz reflejada, un sonido tan fuerte que hizo retumbar la estancia entera, como si de un terremoto se tratará. En medio del caos, una tenue sacudida comenzó a agitar las aguas del lugar rompiendo la calma antinatural de estas, hasta comenzar a hacerse más violenta hasta parecer una especie de geiser en erupción.
Sin más dilación una enorme figura comenzó a asomar de las aguas, una enorme sierpe de escamas de un tono color oscuro con una cabeza muy similar a la de los dragones de los cuentos de caballería, la cual se encontraba coronada por un par de retorcidos cuernos con un color muy similar a la piedra. En lo que emergía la figura más patente era su tamaño, siendo su ojo de brillo dorado apagado igual de grande que mi persona. La criatura se alzaba y se alzaba dando la sensación de no tener fin, y de que en algún momento iba a chocar con el techo y a colapsar el lugar.
Sin mediar palabra, desenfundé la hoja negra y esgrimiéndola con ambas manos comencé a correr al igual que el resto del grupo, tratando de evitar la primera embestida del viejo del rey del mar.
Kaito Takumi
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Entre susurros y caricias, Kaito calmaba a la pequeña Paprika, que aún temblaba de miedo por el aullido que había recorrido la cueva. ¿Qué había sido aquello?, se preguntaban todos, aunque Kaito sospechaba ya de qué podía tratarse aquel aullido. De hecho, no había otra explicación.
Porque el origen de todos los males que habían azotado Diamurd después del jinete lo había traido él. O más bien le había seguido.
—Creo que sé exactamente lo que es —declaró el siniestro encapuchado, como si la verdad que sostenía aún estuviese enturbiada por algún deje de duda. Porque creer y saber eran cosas muy diferentes —. Pero lo he sabido mantener en secreto. Lo veréis al llegar.
No había contento en sus palabras, ni malicia por querer saber cómo reaccionarían aquellos monos de tierra ante el antiguo poder del mar, sino que aquello había sido dicho como un vulgar hecho exento de desprecio o aprecio. Guardando la retaguardia del grupo, oculto en la oscuridad, el ningyo medía los pasos y las reacciones de sus compañeros sin fraguar una propia. Lo más preocupante en aquel momento era el tic del creador de los armarios, el único que importaba finalmente allí que quedase con vida.
¿Cómo iban a salir si no? Si bien Kaito podía marcharse de allí por donde había venido; quizás arriesgándose a que los túneles submarinos colapsasen sobre él, los demás o lo que pudieran encontrar allí jamás volverían a ver la luz del sol si no era por él.
Kaito les siguió contorneando sus muchos miembros entre las estalactitas, algunas enteras y otras a medio caer, mas al llegar al final de la ruta se quedó al borde de aquella sala iluminada por un millar de reflejos. ¿Aquello era cuarzo? ¿Sílex? ¿Ámbar? La iridiscencia de cada veta del pilar se extendía por las paredes de la enorme cueva como los reflejos de las olas bajo las claras aguas de un arrecife, envolviendo y maravillando a los allí presentes que no conocían la verdadera belleza del fondo marino.
Kaito miró alrededor buscando no los espejismos y las puntiagudas estalactitas a medio cortar, sino el origen del agua negra como la ponzoña. Aunque el color del líquido siempre dependía del cielo que reflejaba, el hijo del mar supo reconocer bien la variación en el tono del lago subterráneo. ¿Qué había allí?, se preguntaba, consciente como biólogo de que las más puras aguas que podían encontrarse en la tierra estaban escondidas bajo la tierra y las rocas, tras las raíces, allí donde ellos debían estar ahora.
Usando su sentido de las corrientes, la presencia del abismal emperador marino, que les rodeaba con toda su inmensidad a lo largo, ancho y profundo del lago, le dio una pequeña pista.
La criatura estaba lejos ya de lo que había sido cuando le había perseguido desde el Calm Belt. Ya no había rastro de hambre, furia, odio ni miedo. Aquel pez colosal, aquella sierpe que había inspirado los cuentos del gran Behemot, simplemente estaba cansado. ¿Cuánto tiempo habría estado luchando? Kaito había llegado hacía meses, y si aquella cosa había salido de la hibenación con el jinete y había vuelto a ella tras el tortazo que le habría llevado a través del corazón rocoso de la isla, no importaba ya que pudiese salir. Su metabolismo le había condenado; y aquello bien lo sabían los seres que emponzoñaban las aguas.
Pensar que incluso en aquel estado había sido capaz de causar los terremotos de la isla era... Impresionante. No, impresionante se quedaba corto.
La criatura alzaba su cuello por encima de las aguas, mas aquello no era siquiera un gesto de amenaza por mucho que así lo notasen los humanos; probablemente siquiera se habría dado cuenta que habían llegado aquellas cuatro míseras pulgas a su cárcel. El animal lo hacía para intentar respirar. El líquido elemento se había convertido en sepsis, y pese a no tener pulmones, el intentar extraer la humedad de las rocas más arriba, por pequeña que fuese esta, era lo único que le quedaba para aferrarse con desespero a los últimos jirones de su larga vida.
¿Su... o sus? Inquirió el pelirrojo, entrecerrando los ojos ante una perspectiva para muchos oculta mucho más allá del haki.
En lugar de lanzarse hacia la batalla como el resto, el ninja del mar buscó una de las columnas que habían precipitado contra el suelo y habían quedado allí como pequeños islotes a lo largo del lago circundante. Saltando a estas con sus muchos y ágiles miembros, el pulpo se agachó lentamente y extendió uno de sus tentáculos hacia las aguas con un curioso pero precavido interés. Al introducir la fina punta de su rejo notó la tibia humedad inundándole la zona mojada. Estaba quizás a unos cuantos grados más por encima de la suya, como un charco que hubiese estado al sol un buen rato al medio día, mas lo atemperado de aquel líquido convirtió la siguiente sensación en algo mucho peor. Sus quimioreceptores, pues los brazos de un pulpo tienen también parte de lengua, se vieron inundados por una sensación mucho peor que la de nadar en estiércol. Incluso él, un antropófago acostumbrado a despiezar a sus presas y que no hacía ascos a limpiar tripas con sus muchos y sensibles miembros, le sobrevino una profunda arcada. Lo putrefacto y lo podrido se diferenciaban bien, mas aquello que tenía delante era el súmmum destilado de la completa corrupción.
Y poco después se dio cuenta que aquella sensación había desaparecido rápido. Demasiado rápido. Tan rápido que incluso sus manos se cerraron sobre el arma dispuestos a segar el miembro. Pero no... aquello, por suerte, no le había infectado, ni tampoco, como había temido, le estaba devorando. Aquella sensación había durado justo hasta que su haki se vió sobrecargado por ella; y con el fin de aquel sentido se acabó la sensación.
Kaito se dio cuenta entonces de que había saboreado la propia muerte de algo que nunca hubiera debido morir.
Porque el origen de todos los males que habían azotado Diamurd después del jinete lo había traido él. O más bien le había seguido.
—Creo que sé exactamente lo que es —declaró el siniestro encapuchado, como si la verdad que sostenía aún estuviese enturbiada por algún deje de duda. Porque creer y saber eran cosas muy diferentes —. Pero lo he sabido mantener en secreto. Lo veréis al llegar.
No había contento en sus palabras, ni malicia por querer saber cómo reaccionarían aquellos monos de tierra ante el antiguo poder del mar, sino que aquello había sido dicho como un vulgar hecho exento de desprecio o aprecio. Guardando la retaguardia del grupo, oculto en la oscuridad, el ningyo medía los pasos y las reacciones de sus compañeros sin fraguar una propia. Lo más preocupante en aquel momento era el tic del creador de los armarios, el único que importaba finalmente allí que quedase con vida.
¿Cómo iban a salir si no? Si bien Kaito podía marcharse de allí por donde había venido; quizás arriesgándose a que los túneles submarinos colapsasen sobre él, los demás o lo que pudieran encontrar allí jamás volverían a ver la luz del sol si no era por él.
Kaito les siguió contorneando sus muchos miembros entre las estalactitas, algunas enteras y otras a medio caer, mas al llegar al final de la ruta se quedó al borde de aquella sala iluminada por un millar de reflejos. ¿Aquello era cuarzo? ¿Sílex? ¿Ámbar? La iridiscencia de cada veta del pilar se extendía por las paredes de la enorme cueva como los reflejos de las olas bajo las claras aguas de un arrecife, envolviendo y maravillando a los allí presentes que no conocían la verdadera belleza del fondo marino.
Kaito miró alrededor buscando no los espejismos y las puntiagudas estalactitas a medio cortar, sino el origen del agua negra como la ponzoña. Aunque el color del líquido siempre dependía del cielo que reflejaba, el hijo del mar supo reconocer bien la variación en el tono del lago subterráneo. ¿Qué había allí?, se preguntaba, consciente como biólogo de que las más puras aguas que podían encontrarse en la tierra estaban escondidas bajo la tierra y las rocas, tras las raíces, allí donde ellos debían estar ahora.
Usando su sentido de las corrientes, la presencia del abismal emperador marino, que les rodeaba con toda su inmensidad a lo largo, ancho y profundo del lago, le dio una pequeña pista.
La criatura estaba lejos ya de lo que había sido cuando le había perseguido desde el Calm Belt. Ya no había rastro de hambre, furia, odio ni miedo. Aquel pez colosal, aquella sierpe que había inspirado los cuentos del gran Behemot, simplemente estaba cansado. ¿Cuánto tiempo habría estado luchando? Kaito había llegado hacía meses, y si aquella cosa había salido de la hibenación con el jinete y había vuelto a ella tras el tortazo que le habría llevado a través del corazón rocoso de la isla, no importaba ya que pudiese salir. Su metabolismo le había condenado; y aquello bien lo sabían los seres que emponzoñaban las aguas.
Pensar que incluso en aquel estado había sido capaz de causar los terremotos de la isla era... Impresionante. No, impresionante se quedaba corto.
La criatura alzaba su cuello por encima de las aguas, mas aquello no era siquiera un gesto de amenaza por mucho que así lo notasen los humanos; probablemente siquiera se habría dado cuenta que habían llegado aquellas cuatro míseras pulgas a su cárcel. El animal lo hacía para intentar respirar. El líquido elemento se había convertido en sepsis, y pese a no tener pulmones, el intentar extraer la humedad de las rocas más arriba, por pequeña que fuese esta, era lo único que le quedaba para aferrarse con desespero a los últimos jirones de su larga vida.
¿Su... o sus? Inquirió el pelirrojo, entrecerrando los ojos ante una perspectiva para muchos oculta mucho más allá del haki.
En lugar de lanzarse hacia la batalla como el resto, el ninja del mar buscó una de las columnas que habían precipitado contra el suelo y habían quedado allí como pequeños islotes a lo largo del lago circundante. Saltando a estas con sus muchos y ágiles miembros, el pulpo se agachó lentamente y extendió uno de sus tentáculos hacia las aguas con un curioso pero precavido interés. Al introducir la fina punta de su rejo notó la tibia humedad inundándole la zona mojada. Estaba quizás a unos cuantos grados más por encima de la suya, como un charco que hubiese estado al sol un buen rato al medio día, mas lo atemperado de aquel líquido convirtió la siguiente sensación en algo mucho peor. Sus quimioreceptores, pues los brazos de un pulpo tienen también parte de lengua, se vieron inundados por una sensación mucho peor que la de nadar en estiércol. Incluso él, un antropófago acostumbrado a despiezar a sus presas y que no hacía ascos a limpiar tripas con sus muchos y sensibles miembros, le sobrevino una profunda arcada. Lo putrefacto y lo podrido se diferenciaban bien, mas aquello que tenía delante era el súmmum destilado de la completa corrupción.
Y poco después se dio cuenta que aquella sensación había desaparecido rápido. Demasiado rápido. Tan rápido que incluso sus manos se cerraron sobre el arma dispuestos a segar el miembro. Pero no... aquello, por suerte, no le había infectado, ni tampoco, como había temido, le estaba devorando. Aquella sensación había durado justo hasta que su haki se vió sobrecargado por ella; y con el fin de aquel sentido se acabó la sensación.
Kaito se dio cuenta entonces de que había saboreado la propia muerte de algo que nunca hubiera debido morir.
William White
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La criatura embistió con un primer cabezo hacia adelante, dando inicio al caos más absoluto, arrancando por levantar una terrible humareda de polvo y pedruscos, obligándome a desplegar el mantra para confirmar que efectivamente el grupo al completo seguía vivo.
Desde luego aquella bestia no era precisamente lo que esperaba encontrarme en aquellas profundidades, aunque en vista de los terremotos, resultaba algo coherente y ciertamente admirable. Fue entonces cuando las palabras del sireno cobraron un nuevo sentido, aquel puñetero loco nos había metido en aquel embrollo a sabiendas ¿Acaso pertenecía a uno de esos cultos bizarros que adoraban a los seres del mar? Fuera como fuera, mi rostro y expresión reflejaba una ira incontenible.
—¡Mantener la calma¡— grité inundado por una mezcla de ira y preocupación —Ni se os ocurra encerraros ¡Mirar bien hacia donde huis!— exclamé tratando de dar una orden breve y concisa que evitará un mal mayor producto del miedo y de una mala elección por parte de mis compañeros.
No había terminado de huir cuando se comenzaron a escuchar los primeros disparos, Binks y Collins habían desenfundado sus pistolas y estaban descargando fuego sobre la criatura, aunque con aquella falta de calibre, aquello resultaba poco más que un cosquilleo para el emperador del mar.
—¡Con esto no vamos a ningún lado! — gritó Collins mientras revoloteaba en su forma hibrida alrededor del dragón de agua, soltando una especie de polvo sobre el animal, un potente somnífero que debido a su tamaño le resultaría casi fútil— ¿Tiene algo más potente, general? — preguntó mientras terminaba de vaciar el cargador de Parabellum.
—¡Procura que no se giré y tendré algo!— respondió mientras, terminaba de armar un par de lo que parecían unas granadas de fragmentación —¡Entre tanto, procurar que vuestro culo no este cerca cuando exploten! — finalizó mientras terminaba de accionarlas y las lanzaba a la cabeza de la criatura la cual aunque continuaba agitándose de un lado para otra con una velocidad propia de un monstruosidad tan grande.
Las granadas explotaron a los pocos segundos de ser lanzadas provocando una lluvia de piedra y escombro, así como un charco de sangre del emperador marino, producto de una inmensa deflagración que nos obligó a todos a escondernos detrás de alguna columna o cobertura antes de evitar ser consumidos por un mar de fuego. Además, la explosión hizo que la sala se tambaleara brevemente, lo cual, sumado a los incesantes azotes de la bestia, dejaban en claro de que el lugar no aguantaría por mucho una batalla como la que estaba a punto de acontecer.
—¡Nos vas a enterrar a todos!— increpó alarmado Binks, el cual parecía estar arrepintiéndose de haber desecho las puertas de Babilonia, las cuales se antojaban ahora como una buena ruta de escape.
—Mejor eso a ser devorado—respondió de vuelta el militar —¡Tú céntrate en sacar mis reservas! — gritó mientras preparaba el última que tenía oculta bajo la gabardina de oficial y desenfundaba el sable preparándose para una última carga.
Entre que el marinero conjuraba uno de los cofres que el había solicitado el moreno, salí de la cobertura blandiendo la hoja negra con mi diestra, tensando y agarrando con fuerza la empañadura, mientras en mi cabeza me imaginaba la imagen repetida de el movimiento del filo, el rey del mar se giro y posó su mirada sobre mí. Deteniéndome en secó, termine de focalizarme en un punto muy concreto, y si perderlo de vista, alcé la hoja la cual bailo cortando el aire, realizando un leve y pequeño siseo del que comenzó a broto una ominosa luz blanca que rápidamente salió disparada hacia punto que con tanta obsesión había mirado, para cuando había terminado el respiro la onda ya había alcanzado su objetivo, que no era otro que su malicioso ojo amarillo de pupilas negras dilatadas, un ojo que la bestia no volvería a ser capaz de abrir.
Desde luego aquella bestia no era precisamente lo que esperaba encontrarme en aquellas profundidades, aunque en vista de los terremotos, resultaba algo coherente y ciertamente admirable. Fue entonces cuando las palabras del sireno cobraron un nuevo sentido, aquel puñetero loco nos había metido en aquel embrollo a sabiendas ¿Acaso pertenecía a uno de esos cultos bizarros que adoraban a los seres del mar? Fuera como fuera, mi rostro y expresión reflejaba una ira incontenible.
—¡Mantener la calma¡— grité inundado por una mezcla de ira y preocupación —Ni se os ocurra encerraros ¡Mirar bien hacia donde huis!— exclamé tratando de dar una orden breve y concisa que evitará un mal mayor producto del miedo y de una mala elección por parte de mis compañeros.
No había terminado de huir cuando se comenzaron a escuchar los primeros disparos, Binks y Collins habían desenfundado sus pistolas y estaban descargando fuego sobre la criatura, aunque con aquella falta de calibre, aquello resultaba poco más que un cosquilleo para el emperador del mar.
—¡Con esto no vamos a ningún lado! — gritó Collins mientras revoloteaba en su forma hibrida alrededor del dragón de agua, soltando una especie de polvo sobre el animal, un potente somnífero que debido a su tamaño le resultaría casi fútil— ¿Tiene algo más potente, general? — preguntó mientras terminaba de vaciar el cargador de Parabellum.
—¡Procura que no se giré y tendré algo!— respondió mientras, terminaba de armar un par de lo que parecían unas granadas de fragmentación —¡Entre tanto, procurar que vuestro culo no este cerca cuando exploten! — finalizó mientras terminaba de accionarlas y las lanzaba a la cabeza de la criatura la cual aunque continuaba agitándose de un lado para otra con una velocidad propia de un monstruosidad tan grande.
Las granadas explotaron a los pocos segundos de ser lanzadas provocando una lluvia de piedra y escombro, así como un charco de sangre del emperador marino, producto de una inmensa deflagración que nos obligó a todos a escondernos detrás de alguna columna o cobertura antes de evitar ser consumidos por un mar de fuego. Además, la explosión hizo que la sala se tambaleara brevemente, lo cual, sumado a los incesantes azotes de la bestia, dejaban en claro de que el lugar no aguantaría por mucho una batalla como la que estaba a punto de acontecer.
—¡Nos vas a enterrar a todos!— increpó alarmado Binks, el cual parecía estar arrepintiéndose de haber desecho las puertas de Babilonia, las cuales se antojaban ahora como una buena ruta de escape.
—Mejor eso a ser devorado—respondió de vuelta el militar —¡Tú céntrate en sacar mis reservas! — gritó mientras preparaba el última que tenía oculta bajo la gabardina de oficial y desenfundaba el sable preparándose para una última carga.
Entre que el marinero conjuraba uno de los cofres que el había solicitado el moreno, salí de la cobertura blandiendo la hoja negra con mi diestra, tensando y agarrando con fuerza la empañadura, mientras en mi cabeza me imaginaba la imagen repetida de el movimiento del filo, el rey del mar se giro y posó su mirada sobre mí. Deteniéndome en secó, termine de focalizarme en un punto muy concreto, y si perderlo de vista, alcé la hoja la cual bailo cortando el aire, realizando un leve y pequeño siseo del que comenzó a broto una ominosa luz blanca que rápidamente salió disparada hacia punto que con tanta obsesión había mirado, para cuando había terminado el respiro la onda ya había alcanzado su objetivo, que no era otro que su malicioso ojo amarillo de pupilas negras dilatadas, un ojo que la bestia no volvería a ser capaz de abrir.
Kaito Takumi
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Porque no había más respuesta para la violencia que la violencia en sí misma. Contemplando cómo el emperador marino reparaba en aquellas ruidosas y molestas moscas, Kaito trazó mentalmente la precipitada trayectoria del monstruo centrado en el trozo de piedra seca que había abandonado. Aquello de saltar al cúmulo de estalactitas que se habían precipitado y se habían acumulado había sido un doble acierto, lo primero porque había evitado captar la atención del coloso, y lo siguiente porque allí no quedaban peligrosos proyectiles que pudieran lloverle una vez las potentes golpizas de la bestia hicieran vibrar la sala -y la isla-.
—Quédate aquí, Paprika. Paprika buena... Paprika linda —le dijo a su pajarillo dejándola engancharse en una de las rocas en lugar de a su hombro.
Con los ojos abiertos en exceso, el pulpo analizaba los movimientos de los allí presentes con una frialdad inhumana. Pero bueno, él, ni queriendo, habría podido ser humano. El tamaño daba las de ganar a la criatura, y pese a la agilidad y los conciencudos intentos de los pequeños humanos, no parecía que fuesen a conseguir mucho. Tomando una bocanada del pesado aire del hueco, el pelirrojo fue introduciéndose en la negra y ponzoñosa agua entibiada y enturbiada por la vitalidad del emperador del mar. Fue entonces cuando la explosión le cogió por sorpresa.
¿Y qué hizo? Se giró alargando uno de sus brazos para luego precipitarse al fondo. La onda le dio de lleno. Y es que en un lugar cerrado, lo peor que se puede hacer es recurrir a explosivos. Pudo sentir cómo su cuerpo se hundía una vez se recuperó de la onda espansiva que le había recorrido.
—No, no, no, no, no... —pensaba, mientras volvía a las rocas como un desesperado que se ahogaba.
Ah... que un sireno pudiera ahogarse. Aquella era una de los pilares de su estilo de lucha, pero nunca estaba de más que sus practicantes lo sintieran sobre sus carnes para reforzarlo.
—No, no, no, no...—dijo clavando las ventosas en las rocas, desesperado por el terror que le embargaba.
¿Quién no hubiera estado aterrado ante tal pronóstico? Enfrentarse a un emperador marítimo, un cazador de reyes del mar, era básicamente una pesadilla. Mas era una que aquel pulpo no temía. No. Temía algo que tenía menos arreglo que aquello.
No muchos saben que los pájaros pueden morir con casi nada. Desde un golpe hasta un susto. Y desde luego aquello había sido ambas cosas. Sujetando a su tierna mascota entre sus manos temblorosas, Kaito dejó de ver el mundo y el peligro a su alrededor. Lo único que le importaba en aquel instante era el rápido y débil palpitar de su pajarillo.
—No, no, no...—suplicó en susurro, usando la última carga de su umigatana para limpiar al pajarillo e introducirle agua limpia por sus branquias.
Aquella criatura no era un loro; nunca lo había sido. Aquel animalillo entre sus manos era único en su especie, un raro espécimen de un grupo selecto que prácticamente estaba en estinción. Era la familia de Kaito. Aunque apagado, casi rozando lo terminal, el gyojilorín, por ser lo que era, decidió vivir. Mas aquel breve murmullo y la expectativa de una recuperación no podían calmar a Kaito en aquel instante. Toda su frialdad, toda su analítica actitud había pasado a ser algo diferente. Pero él no era de esas criaturas que en un momento de cliché gritaban, aullaban y se volvían más fuertes y atrevidos, cargando contra el villano con un torrente de golpes cuya fuerza se anclaba en el amor y la amistad. No. Kaito, simplemente, se había vuelto letal.
Porque ser pacífico, tan pacífico como él solía ser, no tenía sentido si no pudiera volverse letal. No; entonces simplemente hubiera sido débil. Dejando a su pollito en la más estable de las estalactitas rotas, el ninja del mar anduvo por las aguas como un oscuro mesías. El caos a su alrededor era nada; menos que nada, y el agitar del coloso ciego apenas era una ola que cabalgar fácilmente.
Hacía dos meses que se había encargado de segar su ojo. Y ahora Will había lo hecho lo mismo con el otro. Aunque la vista no era algo demasiado necesario bajo el mar; sí que era cierto que la privación repentina de un sentido y el dolor proveniente del corte habían convertido a aquella moribunda criatura en una calamidad que se agitaba atrapada en su último estertor.
Y Kaito escalaba sin esfuerzo. No usaba sus ventosas, no, sino que el agua alrededor de la bestia, y al que él había traido consigo, le servían como tentáculos que se agarraban y se deslizaban sobre la piel de la criatura ajena totalmente al parásito que la había puesto en su punto de mira.
En silencio, uno ominoso, Kaito consiguió llegar al rostro de la criatura. Y allí, anclado en la cuenca vaciada, se arrancó la capa de agua que había estado ocultando su aura. En aquel instante la sierpe dejó de gritar y dejó de moverse. ¿Le había reconocido? ¿Recordaba qué había hecho aquel insecto el último día que había sido realmente libre? Quizás. Mas aquellos recuerdos dejaron de existir cuando Kaito introdujo su brazo en la húmeda y desgarrada cuenca.
Realmente no importa ser fuerte cuando uno encontraba el camino en el que no existía la resistencia. Allí no había cráneo que atravesar, ni músculo que cortar, solo un reguero de sangre y húmedos nervios directo a un órgano blando y de relativa pequeñez. Kaito extendió su voluntad dentro de aquel cuerpo, y la presión del líquido que controló se extendió con un resoplido hidráulico.
Tras un breve instante, el pelirrojo sacó la mitad de su cuerpo del rosáceo pringue que le resbalaba. Miró alrededor, consciente en aquel momento de la belleza de los músculos atrapados en el esfuerzo para el que no se le habían dado señal de relajar. Mas aquello no duró mucho. Poco a poco la petrificada estampa de la bestia empezó a inclinarse hacia delante, presa de su última posición, y sin mediar palabra ni regocijarse en la vida que acababa de sesgar, la parca saltó ágilmente recorriendo la espalda de la criatura a medida que esta precipitaba.
Luego quedo allí, en la humareda de polvo, barro y vísceras; buscando con la mirada y solo con esta la presencia del que le había abierto el camino al acto imposible que acababa de realizar.
¿Quién hubiera dicho que un pequeño sireno podía acabar con aquel monstruo usando una sola mano? Solo había necesitado la ayuda apropiada y la motivación apropiada...
—Quédate aquí, Paprika. Paprika buena... Paprika linda —le dijo a su pajarillo dejándola engancharse en una de las rocas en lugar de a su hombro.
Con los ojos abiertos en exceso, el pulpo analizaba los movimientos de los allí presentes con una frialdad inhumana. Pero bueno, él, ni queriendo, habría podido ser humano. El tamaño daba las de ganar a la criatura, y pese a la agilidad y los conciencudos intentos de los pequeños humanos, no parecía que fuesen a conseguir mucho. Tomando una bocanada del pesado aire del hueco, el pelirrojo fue introduciéndose en la negra y ponzoñosa agua entibiada y enturbiada por la vitalidad del emperador del mar. Fue entonces cuando la explosión le cogió por sorpresa.
¿Y qué hizo? Se giró alargando uno de sus brazos para luego precipitarse al fondo. La onda le dio de lleno. Y es que en un lugar cerrado, lo peor que se puede hacer es recurrir a explosivos. Pudo sentir cómo su cuerpo se hundía una vez se recuperó de la onda espansiva que le había recorrido.
—No, no, no, no, no... —pensaba, mientras volvía a las rocas como un desesperado que se ahogaba.
Ah... que un sireno pudiera ahogarse. Aquella era una de los pilares de su estilo de lucha, pero nunca estaba de más que sus practicantes lo sintieran sobre sus carnes para reforzarlo.
—No, no, no, no...—dijo clavando las ventosas en las rocas, desesperado por el terror que le embargaba.
¿Quién no hubiera estado aterrado ante tal pronóstico? Enfrentarse a un emperador marítimo, un cazador de reyes del mar, era básicamente una pesadilla. Mas era una que aquel pulpo no temía. No. Temía algo que tenía menos arreglo que aquello.
No muchos saben que los pájaros pueden morir con casi nada. Desde un golpe hasta un susto. Y desde luego aquello había sido ambas cosas. Sujetando a su tierna mascota entre sus manos temblorosas, Kaito dejó de ver el mundo y el peligro a su alrededor. Lo único que le importaba en aquel instante era el rápido y débil palpitar de su pajarillo.
—No, no, no...—suplicó en susurro, usando la última carga de su umigatana para limpiar al pajarillo e introducirle agua limpia por sus branquias.
Aquella criatura no era un loro; nunca lo había sido. Aquel animalillo entre sus manos era único en su especie, un raro espécimen de un grupo selecto que prácticamente estaba en estinción. Era la familia de Kaito. Aunque apagado, casi rozando lo terminal, el gyojilorín, por ser lo que era, decidió vivir. Mas aquel breve murmullo y la expectativa de una recuperación no podían calmar a Kaito en aquel instante. Toda su frialdad, toda su analítica actitud había pasado a ser algo diferente. Pero él no era de esas criaturas que en un momento de cliché gritaban, aullaban y se volvían más fuertes y atrevidos, cargando contra el villano con un torrente de golpes cuya fuerza se anclaba en el amor y la amistad. No. Kaito, simplemente, se había vuelto letal.
Porque ser pacífico, tan pacífico como él solía ser, no tenía sentido si no pudiera volverse letal. No; entonces simplemente hubiera sido débil. Dejando a su pollito en la más estable de las estalactitas rotas, el ninja del mar anduvo por las aguas como un oscuro mesías. El caos a su alrededor era nada; menos que nada, y el agitar del coloso ciego apenas era una ola que cabalgar fácilmente.
Hacía dos meses que se había encargado de segar su ojo. Y ahora Will había lo hecho lo mismo con el otro. Aunque la vista no era algo demasiado necesario bajo el mar; sí que era cierto que la privación repentina de un sentido y el dolor proveniente del corte habían convertido a aquella moribunda criatura en una calamidad que se agitaba atrapada en su último estertor.
Y Kaito escalaba sin esfuerzo. No usaba sus ventosas, no, sino que el agua alrededor de la bestia, y al que él había traido consigo, le servían como tentáculos que se agarraban y se deslizaban sobre la piel de la criatura ajena totalmente al parásito que la había puesto en su punto de mira.
En silencio, uno ominoso, Kaito consiguió llegar al rostro de la criatura. Y allí, anclado en la cuenca vaciada, se arrancó la capa de agua que había estado ocultando su aura. En aquel instante la sierpe dejó de gritar y dejó de moverse. ¿Le había reconocido? ¿Recordaba qué había hecho aquel insecto el último día que había sido realmente libre? Quizás. Mas aquellos recuerdos dejaron de existir cuando Kaito introdujo su brazo en la húmeda y desgarrada cuenca.
Realmente no importa ser fuerte cuando uno encontraba el camino en el que no existía la resistencia. Allí no había cráneo que atravesar, ni músculo que cortar, solo un reguero de sangre y húmedos nervios directo a un órgano blando y de relativa pequeñez. Kaito extendió su voluntad dentro de aquel cuerpo, y la presión del líquido que controló se extendió con un resoplido hidráulico.
Tras un breve instante, el pelirrojo sacó la mitad de su cuerpo del rosáceo pringue que le resbalaba. Miró alrededor, consciente en aquel momento de la belleza de los músculos atrapados en el esfuerzo para el que no se le habían dado señal de relajar. Mas aquello no duró mucho. Poco a poco la petrificada estampa de la bestia empezó a inclinarse hacia delante, presa de su última posición, y sin mediar palabra ni regocijarse en la vida que acababa de sesgar, la parca saltó ágilmente recorriendo la espalda de la criatura a medida que esta precipitaba.
Luego quedo allí, en la humareda de polvo, barro y vísceras; buscando con la mirada y solo con esta la presencia del que le había abierto el camino al acto imposible que acababa de realizar.
¿Quién hubiera dicho que un pequeño sireno podía acabar con aquel monstruo usando una sola mano? Solo había necesitado la ayuda apropiada y la motivación apropiada...
William White
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La pelea continuó durante algunos minutos más. La criatura, ahora ciega, se zarandeaba de un lado para otro guiándose por su furia e instinto a parte iguales, a cada cabezazo la estructura se tambaleaba más y más haciendo que en la cueva hubiera una permanente lluvia de gravilla del techo y algún que otra ocasional estalactita que se incrustaba en el suelo.
Y a pesar de todo ello, la bestia continuó gritando y agitándose, permitiéndonos ver aquella piel escamas repletas de todo tipo de heridas producto de la larga vida que había tenido el ser del mar. Cada herida parecía ser una historia en si misma para el ser marino, era impresionante que a pesar de todas y aquellas marcas, el emperador del mar no solo respirará, sino que gozará de tanta vida. Incluso con el refuerzo de material que nos había brindado Binks y a pesar de que cada onda que lanzaba era más fuerte y rápida que la anterior, no dejaba de ser la impresión de ser hormigas peleando contra un ser colosal, el cual a pesar de no dejar del mar auténticos ríos de sangre, no parecía estar antes el último hilo de su vida.
Y a pesar de lo torpe y lo caótico de sus movimientos, el aire que originaba su movimiento y las piedras que levantaba, eran más que suficiente como para hacernos poco a poco, a medida que se iba alargando el enfrentamiento pequeños cortes o magulladuras que, si bien no eran mortales en si mismos, nos iban mermando lentamente. Si continuábamos de esa manera, estaba claro que nosotros o la estancia pereceríamos antes que esa criatura, solo tenía un último movimiento que probar antes de que toda esperanza se perdiera.
—¡Binks!, invoca las puertas— ordené de forma tajante —Solo tengo una cosa más, si no funciona deberemos huir por “tu mundo”. Avísame cuando estéis todos preparados— sentencié mientras continuábamos la refriega, desviando la mirada lo justo para ver asentir al marinero el cual se ocultó rápidamente para comenzar a obrar su magia tras la cobertura que más confianza le dio.
Entre que el grupo se comenzaba a batir en retirada, a excepción de un desaparecido sireno al cual no lograba percibir ni encontrar. Yo por mi lado, continué blandiendo aquel acero negro con el sobrenombre de “La susurradora de estrellas”, un arma que atesoraba desde aquella extraña noche en aquella buhardilla. Tal vez fuera ese el motivo por el que me notaba tan grácil con ella, dibujando cortes en el aire que iban disparados hacía la criatura sin apenas dificultad, comenzando a crear una especie de dibujo en la escamada piel del monstruo, un dibujo del cual la criatura no parecía ni inmutarse.
Aunque todo cambio de forma repentina y tras un bramido de la bestia que levantó todo el polvo y la arena que podía haber por la sala, interponiendo y poniéndome en cuclillas lance mi gabardina como si fuera una especie de capa para protegerme de aquella reacción ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso había logrado algo? Cuando la polvareda se dispersó, alcé la vista y vio como la criatura se retorcía en los que parecía su último aliento de vida justo antes de comenzar a caer sobre el lugar en el que nos encontrábamos.
El rostro de la criatura era un rio de sangre que brotaba al mismo ritmo que la inmensa presencia del ser se iba apagando. Sobre la cabeza del monstruo, atisvé lo que parecía ser la figura del sireno, el cual parecía que se las había ingeniado para obrar sus malas artes acuáticas sobre la criatura. A pesar de que la criatura ya no era un problema, su caída inminente era peor que cualquiera de los golpes anteriores, ya que esta vez caería con todo el peso de su colosal tamaño.
—¡Ya las tengo!— gritó de forma oportuna Binks, el cual parecía haber ultimado los preparativos de la huida —Black, White. Deprisa— voceó en una última de exasperación mientras extendía la mano y hacia un gesto de acogida a los dos últimos hombres que quedábamos fuera de su mundo.
Entre que el pulpo terminaba de recular y esconderse, yo me limité a enfundar mi espada y ha tomar una grande bocanada de aire fresco, cerrando a los ojos buscando un estado de calma, un vacío en el que tan solo estaba yo, mi espada y la criatura que descendía sobre nosotros. Fueron varios los segundo que necesité esperar hasta visualizar el momento perfecto, y entonces sin ningún reparó desenfundé el arma una última vez, un movimiento rápido y limpio que fueron acompañado de un murmuro.
—Shötobo— mascullé mientras de la hoja brotaba un haz blanco, una confabulación del aire que gritaba y se enroscaba en espirar produciendo un efecto en el que se alternaban destellos blancos y azules. Un corte que parecía ya no parecía cortar el aire, sino la propia realidad, decapitando a la sierpe por la mitad y provocando una inmensa lluvia de sangre se cerniera sobre nosotros.
El gran monstruo marino se partió por la mitad cayendo sus dos partes al agua de forma inexorable, donde con el paso del tiempo desaparecería, a mis pies cayo un misero fragmento de la criatura, un colmillo de la bestia, un recuerdo de una aventura que se había tornado harto peligrosa y poco reconfortante. Agachándome con cierta dificultad tomé el colmillo, mientras a paso cansado me iba introduciendo en el armario antes de que la sala, la cual se había visto afectado por titánica demostración de poder, se viniera abajo.
Ya lo quedaba un deseado regreso a casa, un reposo donde poder dejar que las heridas reposarán y tomar un respiro antes de que el mundo se volviera a poner patas arriba, una vez más.
—Sácanos de aquí, Binks— mascullé con voz ronca y cansada, finalicé mientras me introducía en el extraño mundo del hombre.
Y a pesar de todo ello, la bestia continuó gritando y agitándose, permitiéndonos ver aquella piel escamas repletas de todo tipo de heridas producto de la larga vida que había tenido el ser del mar. Cada herida parecía ser una historia en si misma para el ser marino, era impresionante que a pesar de todas y aquellas marcas, el emperador del mar no solo respirará, sino que gozará de tanta vida. Incluso con el refuerzo de material que nos había brindado Binks y a pesar de que cada onda que lanzaba era más fuerte y rápida que la anterior, no dejaba de ser la impresión de ser hormigas peleando contra un ser colosal, el cual a pesar de no dejar del mar auténticos ríos de sangre, no parecía estar antes el último hilo de su vida.
Y a pesar de lo torpe y lo caótico de sus movimientos, el aire que originaba su movimiento y las piedras que levantaba, eran más que suficiente como para hacernos poco a poco, a medida que se iba alargando el enfrentamiento pequeños cortes o magulladuras que, si bien no eran mortales en si mismos, nos iban mermando lentamente. Si continuábamos de esa manera, estaba claro que nosotros o la estancia pereceríamos antes que esa criatura, solo tenía un último movimiento que probar antes de que toda esperanza se perdiera.
—¡Binks!, invoca las puertas— ordené de forma tajante —Solo tengo una cosa más, si no funciona deberemos huir por “tu mundo”. Avísame cuando estéis todos preparados— sentencié mientras continuábamos la refriega, desviando la mirada lo justo para ver asentir al marinero el cual se ocultó rápidamente para comenzar a obrar su magia tras la cobertura que más confianza le dio.
Entre que el grupo se comenzaba a batir en retirada, a excepción de un desaparecido sireno al cual no lograba percibir ni encontrar. Yo por mi lado, continué blandiendo aquel acero negro con el sobrenombre de “La susurradora de estrellas”, un arma que atesoraba desde aquella extraña noche en aquella buhardilla. Tal vez fuera ese el motivo por el que me notaba tan grácil con ella, dibujando cortes en el aire que iban disparados hacía la criatura sin apenas dificultad, comenzando a crear una especie de dibujo en la escamada piel del monstruo, un dibujo del cual la criatura no parecía ni inmutarse.
Aunque todo cambio de forma repentina y tras un bramido de la bestia que levantó todo el polvo y la arena que podía haber por la sala, interponiendo y poniéndome en cuclillas lance mi gabardina como si fuera una especie de capa para protegerme de aquella reacción ¿Qué había ocurrido? ¿Acaso había logrado algo? Cuando la polvareda se dispersó, alcé la vista y vio como la criatura se retorcía en los que parecía su último aliento de vida justo antes de comenzar a caer sobre el lugar en el que nos encontrábamos.
El rostro de la criatura era un rio de sangre que brotaba al mismo ritmo que la inmensa presencia del ser se iba apagando. Sobre la cabeza del monstruo, atisvé lo que parecía ser la figura del sireno, el cual parecía que se las había ingeniado para obrar sus malas artes acuáticas sobre la criatura. A pesar de que la criatura ya no era un problema, su caída inminente era peor que cualquiera de los golpes anteriores, ya que esta vez caería con todo el peso de su colosal tamaño.
—¡Ya las tengo!— gritó de forma oportuna Binks, el cual parecía haber ultimado los preparativos de la huida —Black, White. Deprisa— voceó en una última de exasperación mientras extendía la mano y hacia un gesto de acogida a los dos últimos hombres que quedábamos fuera de su mundo.
Entre que el pulpo terminaba de recular y esconderse, yo me limité a enfundar mi espada y ha tomar una grande bocanada de aire fresco, cerrando a los ojos buscando un estado de calma, un vacío en el que tan solo estaba yo, mi espada y la criatura que descendía sobre nosotros. Fueron varios los segundo que necesité esperar hasta visualizar el momento perfecto, y entonces sin ningún reparó desenfundé el arma una última vez, un movimiento rápido y limpio que fueron acompañado de un murmuro.
—Shötobo— mascullé mientras de la hoja brotaba un haz blanco, una confabulación del aire que gritaba y se enroscaba en espirar produciendo un efecto en el que se alternaban destellos blancos y azules. Un corte que parecía ya no parecía cortar el aire, sino la propia realidad, decapitando a la sierpe por la mitad y provocando una inmensa lluvia de sangre se cerniera sobre nosotros.
El gran monstruo marino se partió por la mitad cayendo sus dos partes al agua de forma inexorable, donde con el paso del tiempo desaparecería, a mis pies cayo un misero fragmento de la criatura, un colmillo de la bestia, un recuerdo de una aventura que se había tornado harto peligrosa y poco reconfortante. Agachándome con cierta dificultad tomé el colmillo, mientras a paso cansado me iba introduciendo en el armario antes de que la sala, la cual se había visto afectado por titánica demostración de poder, se viniera abajo.
Ya lo quedaba un deseado regreso a casa, un reposo donde poder dejar que las heridas reposarán y tomar un respiro antes de que el mundo se volviera a poner patas arriba, una vez más.
—Sácanos de aquí, Binks— mascullé con voz ronca y cansada, finalicé mientras me introducía en el extraño mundo del hombre.
Kaito Takumi
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No había tiempo para molestarse por la luvia de sangre que le había regado, ni para nada más que no fuese correr. Con sus muchos y largos miembros, el verdadero hijo del mar se deslizó sobre las aguas llenas de miasma negro y rojo para recoger a su pequeño pajarillo antes de girar sobre sí mismo rumbo al portal creado por la fruta del diablo.
Era el último, y tanto sala como puerta habían comenzado a colapsar sobre sí mismas. Pronto desaparecerían, y arrastrarían consigo todo su contenido. ¿Llegaría a tiempo? Aquel miedo, lejos de paralizarle, hizo que su sangre bombeara con más ímpetu, extrayendo fuerzas del arraigado instinto de autoconservación que el pelirrojo llevaba dentro. Tras nadar lo poco que le separaba del trozo de tierra central galopó, esquivando las sombras de los cascotes que amenazaban con sepultarle. Cada vez quedaba menos tiempo, menos hueco.
Saltó, estirándose todo cuan largo era hacia el último destello de las Puertas de Babilonia. Sintió en sus carnes el desagradable cambio de la atmósfera, que si hubiera tenido que compararlo con algo hubiera sido con una rápida ascensión desde las profundidades del mar. Mareado, vapuleado y finalmente escupido por los poderes de la akuma al otro lado, Kaito cayó al suelo de costado, sobre su bichero, aferrado a la tierna criatura por la que había ariesgado tanto en tan poco.
—Me cago en la mar—blasfemó tras asegurarse que su pájaro estaba bien. Sonrió al comprobarlo, y fue girando sobre sí mismo para mirar primero al cielo y luego para retorcerse lo justo como para dejar de clavarse el perfil de su curvo bastón —. Por poco...
El cuarteto de humanos estaba para el arrastre. Se habían esforzado demasaido y sufrido demasiado para una pelea en la que, realmente, solo uno de ellos había conseguido hacer algo importante y algo en exceso. Mas no sería Kaito quien se pusiera a quejarse de la batalla que le había servido de distracción, pese a que bien tenía ganas de hacer desaparecer al cateto que había lanzado los explosivos. Mas antes de abrir la boca para preguntar cómo estaba el resto del equipo, el pelirrojo se entretuvo mirando el mundo pintado a topos a su alrededor.
Allí, en la dimensión armario, el espacio se curvaba al caprichoso antojo de los vectores que unían entre sí los distintos puntos de acceso. El plano, voluble, torcido y súmamente extraño, anclaba a la realidad los distintos armarios, cofres y muebles sobre los que el usuario de la fruta tenía control pleno, dejándolos allí como puertas que aparecían y desaparecían del entorno cuando estaban en uso por otros.
—Interesante... Divertido—acreditó el pulpo, levantándose del suelo poco a poco
—¡¿Se puede saber qué te parece divertido?! —se quejó el moreno militar.
—Estamos dentro de un armario y vamos con una polilla —dijo sin pelos en la lengua, señalando al usuario de la akuma.
—¿¡Polilla, yo?! —bramó dracónico Collins—. ¡Si algo tiene gracia es que aquí hay una maricona enclaustrada!
—Pero Collins, ¿cómo puedes decir algo así del pobre White? —preguntó con tristeza el pulpo—. Deja que el pobre vaya a su ritmo.
—Tsk...—chasqueó el espadachín, demasiado cansado como para discutir algo sin ninguna importancia—. Salgamos de aquí ya.
Binks, que solo quería poner fin a aquella segunda broma que consideraba de mal gusto, asintió. Ayudando a White indicó el camino al grupo hasta el armario de tamaño apropiado que estaba más cercano, y sujetando al jefe de Nameless lo empujó con cuidado al otro lado. Tras pasar, el mundo a través del portal quedó iluminado cuando las puertas del armario quedaron abiertas al salir White. Allí quedaba una vivienda rodeada de lujos.
—Uuuuh... ¡Ségun! —exclamó el pulpo, escurriéndose entre el resto de miembros y lanzándose a través del portal.
Luego de esquivar por poco a su jefe, que miraba la estancia con un no muy fingido interés, Kaito se giró para contemplar el poder de su compañero.
—¡Maravilloso! ¡Genial! —chillaba como una colegiala, casi salivando sobre su pequeño pollo—.¡Completamente asombroso!
Era el último, y tanto sala como puerta habían comenzado a colapsar sobre sí mismas. Pronto desaparecerían, y arrastrarían consigo todo su contenido. ¿Llegaría a tiempo? Aquel miedo, lejos de paralizarle, hizo que su sangre bombeara con más ímpetu, extrayendo fuerzas del arraigado instinto de autoconservación que el pelirrojo llevaba dentro. Tras nadar lo poco que le separaba del trozo de tierra central galopó, esquivando las sombras de los cascotes que amenazaban con sepultarle. Cada vez quedaba menos tiempo, menos hueco.
Saltó, estirándose todo cuan largo era hacia el último destello de las Puertas de Babilonia. Sintió en sus carnes el desagradable cambio de la atmósfera, que si hubiera tenido que compararlo con algo hubiera sido con una rápida ascensión desde las profundidades del mar. Mareado, vapuleado y finalmente escupido por los poderes de la akuma al otro lado, Kaito cayó al suelo de costado, sobre su bichero, aferrado a la tierna criatura por la que había ariesgado tanto en tan poco.
—Me cago en la mar—blasfemó tras asegurarse que su pájaro estaba bien. Sonrió al comprobarlo, y fue girando sobre sí mismo para mirar primero al cielo y luego para retorcerse lo justo como para dejar de clavarse el perfil de su curvo bastón —. Por poco...
El cuarteto de humanos estaba para el arrastre. Se habían esforzado demasaido y sufrido demasiado para una pelea en la que, realmente, solo uno de ellos había conseguido hacer algo importante y algo en exceso. Mas no sería Kaito quien se pusiera a quejarse de la batalla que le había servido de distracción, pese a que bien tenía ganas de hacer desaparecer al cateto que había lanzado los explosivos. Mas antes de abrir la boca para preguntar cómo estaba el resto del equipo, el pelirrojo se entretuvo mirando el mundo pintado a topos a su alrededor.
Allí, en la dimensión armario, el espacio se curvaba al caprichoso antojo de los vectores que unían entre sí los distintos puntos de acceso. El plano, voluble, torcido y súmamente extraño, anclaba a la realidad los distintos armarios, cofres y muebles sobre los que el usuario de la fruta tenía control pleno, dejándolos allí como puertas que aparecían y desaparecían del entorno cuando estaban en uso por otros.
—Interesante... Divertido—acreditó el pulpo, levantándose del suelo poco a poco
—¡¿Se puede saber qué te parece divertido?! —se quejó el moreno militar.
—Estamos dentro de un armario y vamos con una polilla —dijo sin pelos en la lengua, señalando al usuario de la akuma.
—¿¡Polilla, yo?! —bramó dracónico Collins—. ¡Si algo tiene gracia es que aquí hay una maricona enclaustrada!
—Pero Collins, ¿cómo puedes decir algo así del pobre White? —preguntó con tristeza el pulpo—. Deja que el pobre vaya a su ritmo.
—Tsk...—chasqueó el espadachín, demasiado cansado como para discutir algo sin ninguna importancia—. Salgamos de aquí ya.
Binks, que solo quería poner fin a aquella segunda broma que consideraba de mal gusto, asintió. Ayudando a White indicó el camino al grupo hasta el armario de tamaño apropiado que estaba más cercano, y sujetando al jefe de Nameless lo empujó con cuidado al otro lado. Tras pasar, el mundo a través del portal quedó iluminado cuando las puertas del armario quedaron abiertas al salir White. Allí quedaba una vivienda rodeada de lujos.
—Uuuuh... ¡Ségun! —exclamó el pulpo, escurriéndose entre el resto de miembros y lanzándose a través del portal.
Luego de esquivar por poco a su jefe, que miraba la estancia con un no muy fingido interés, Kaito se giró para contemplar el poder de su compañero.
—¡Maravilloso! ¡Genial! —chillaba como una colegiala, casi salivando sobre su pequeño pollo—.¡Completamente asombroso!
William White
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fuerza
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Saberes
Akuma no mi
Varios
Entre que sus compañeros continuaban con su cháchara habitual, yo terminé de quitarme las manchas de sangre que tenía esparcidas por todo el cuerpo. Así mismo, también comprobé que efectivamente, tal como temía, alguna de mis heridas del combate originadas contra Priscila se había abierto otra vez, por lo que tocaría volver a hacer reposo.
Sin más dilación e ignorando las banalidades de mis compañeros, me introduje en el armario que me indico Binks, afirmando con pesadez con la cabeza. Al parecer era uno de los armarios de la casa de esa familia.
—No creo que se alegren de verte de nuevo— susurró al oído el marinero consciente del último encontronazo que había tenido con uno de los miembros —No me gusta, pero el encargo era de quien tu ya sabemos y por nuestro bien más valía no decepcionarle— mencioné haciendo referencia al encargo que me había hecho disputarme un objecto con la familia local.
Rápidamente el resto del grupo continuaron entrando en la estancia, hasta que Kaito dio un sorpresivo grito de sorpresa que puso en alerta a toda la familia que estaba en ese momento en la casa, rápidamente fácilmente una veintena de pasos comenzaron a ponerse en movimiento ascendente. No tardaron ni treinta segundos en irrumpir en la sala una veintena de hombres trajeados, aunque aquello había sido lo suficiente tiempo como para que la mitad del grupo ya se hubiera saltado por la ventana de la habitación, quedando tan solo Collins, Kaito y yo mismo en la habitación.
—Espera, tu cara me suena tú eres...— arrancó uno de los seguratas, un hombre de cabeza rapada y traje ajustado.
—William White— retumbó la familiar voz del encargado de seguridad de la familia Slavent, el mismísimo Debian Skravell. Un viejo conocido del cual me había visto forzado a huir en un pasado tras el robo de la pipa de Allhazread —Vuelves a devolvernos lo que robaste o acaso bienes a llevarte otro capricho— arrancó mientras Collins se transformaba en su forma animal y escapaba sorpresivamente volando.
—Ya no tengo ni que decir mi nombre— sonreí de forma jocosa —En fin, mis qué haceres aquí han concluido. Por cierto, Black, la próxima vez que quieras matar a un emperador marino dímelo abiertamente. Y ahora, si me disculpan, estoy seguro de que tienen cientos de cosas sobre las que discutir— concluí mientras me deslizaba por el marco de la ventana y me desvanecía a gran velocidad, como si fuera un espejismo, apareciendo casi sin inmutarme en la parte posterior del jardín de la casa.
Ya solo quedaba regresar al barco y zarpar al hogar, una vez más volverían a Baristan.
Sin más dilación e ignorando las banalidades de mis compañeros, me introduje en el armario que me indico Binks, afirmando con pesadez con la cabeza. Al parecer era uno de los armarios de la casa de esa familia.
—No creo que se alegren de verte de nuevo— susurró al oído el marinero consciente del último encontronazo que había tenido con uno de los miembros —No me gusta, pero el encargo era de quien tu ya sabemos y por nuestro bien más valía no decepcionarle— mencioné haciendo referencia al encargo que me había hecho disputarme un objecto con la familia local.
Rápidamente el resto del grupo continuaron entrando en la estancia, hasta que Kaito dio un sorpresivo grito de sorpresa que puso en alerta a toda la familia que estaba en ese momento en la casa, rápidamente fácilmente una veintena de pasos comenzaron a ponerse en movimiento ascendente. No tardaron ni treinta segundos en irrumpir en la sala una veintena de hombres trajeados, aunque aquello había sido lo suficiente tiempo como para que la mitad del grupo ya se hubiera saltado por la ventana de la habitación, quedando tan solo Collins, Kaito y yo mismo en la habitación.
—Espera, tu cara me suena tú eres...— arrancó uno de los seguratas, un hombre de cabeza rapada y traje ajustado.
—William White— retumbó la familiar voz del encargado de seguridad de la familia Slavent, el mismísimo Debian Skravell. Un viejo conocido del cual me había visto forzado a huir en un pasado tras el robo de la pipa de Allhazread —Vuelves a devolvernos lo que robaste o acaso bienes a llevarte otro capricho— arrancó mientras Collins se transformaba en su forma animal y escapaba sorpresivamente volando.
—Ya no tengo ni que decir mi nombre— sonreí de forma jocosa —En fin, mis qué haceres aquí han concluido. Por cierto, Black, la próxima vez que quieras matar a un emperador marino dímelo abiertamente. Y ahora, si me disculpan, estoy seguro de que tienen cientos de cosas sobre las que discutir— concluí mientras me deslizaba por el marco de la ventana y me desvanecía a gran velocidad, como si fuera un espejismo, apareciendo casi sin inmutarme en la parte posterior del jardín de la casa.
Ya solo quedaba regresar al barco y zarpar al hogar, una vez más volverían a Baristan.
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