Isak Heinikken
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Cuanto más tiempo pasaba en aquel archipiélago más ganas tenía de irse. Había llegado al centro comercial, el cuál era gigantesco y resultaba complicado orientarse. Isak iba de un lado para el otro cogiendo a Dahlia de su mano para evitar que se perdiera. Por suerte había conseguido algo de dinero para comprarle algún regalo a su hijastra, aunque fuese un insignificante detalle que la pusiera contenta. A fin de cuentas, ¿qué era más importante que sacarle una sonrisa?
Con esa idea en mente entraron en una tienda de peluches. La niña no tardó en saltar de alegría y comenzar a mirar los productos que vendían allí. Primero cogió uno que parecía una ballena, pero sus ojos se detuvieron fijamente en otro que era un murciélago.
- ¡Papi, papi! ¿Podemos llevarnos este? - Preguntó con una amplia sonrisa, ilusionada por tener un nuevo peluche. Isak no pudo evitar sentir cómo su corazón se deshacía ante la dulzura de la menor.
- Por supuesto, querida. Vamos a pagar. - Respondió de forma cariñosa y se acercó al mostrador, dejando sobre este la cantidad de monedas que costaba el peluche.
Al salir Dahlia iba abrazando el muñeco, pensando en qué nombre ponerle. Aquella era una tarea complicada, ¿cuál era el ideal para un murciélago? Aunque a simple vista fuera algo superficial sin importancia para ella era urgente. A fin de cuentas era una niña y actuaba cómo tal. Que pudiera ser simplemente lo que era le producía enorme satisfacción a Isak. Era consciente de que en muchos lugares del mundo pocos podían tener una infancia genuina y alegre cómo la que intentaba brindarle a la muchacha.
Volvieron a vagar por el centro comercial sin un rumbo fijo. Isak no sabía qué más hacer allí, en el epítome del consumismo, sin una triste moneda que poder gastar en una espiral infernal de compras. En cierto modo se alegraba de ello, ¿cómo iba a cargar con tantos objetos? ¡Era imposible! Sí, mejor así. Había guardado algo para comer, lo cuál era más importante que darse caprichos. Finalmente decidió buscar un bar o restaurante en el que poder alimentarse adecuadamente.
Ya hacía un buen rato que fue dejando de observar a los clientes de ese lugar, pues todos eran en cierta medida extravagantes, con ropajes ostentosos. ¿Era aquello una seña de estatus social? ¿Los más ricos vestían así siempre? No era que pudiera juzgarlos pero él al menos sabía conjuntar sus prendas… Ah, no tenía mayor importancia.
Al dar con un bar entró con la joven Dahlia en él, esperando que tuviesen comida y poder descansar un poco de tanto caminar.
Con esa idea en mente entraron en una tienda de peluches. La niña no tardó en saltar de alegría y comenzar a mirar los productos que vendían allí. Primero cogió uno que parecía una ballena, pero sus ojos se detuvieron fijamente en otro que era un murciélago.
- ¡Papi, papi! ¿Podemos llevarnos este? - Preguntó con una amplia sonrisa, ilusionada por tener un nuevo peluche. Isak no pudo evitar sentir cómo su corazón se deshacía ante la dulzura de la menor.
- Por supuesto, querida. Vamos a pagar. - Respondió de forma cariñosa y se acercó al mostrador, dejando sobre este la cantidad de monedas que costaba el peluche.
Al salir Dahlia iba abrazando el muñeco, pensando en qué nombre ponerle. Aquella era una tarea complicada, ¿cuál era el ideal para un murciélago? Aunque a simple vista fuera algo superficial sin importancia para ella era urgente. A fin de cuentas era una niña y actuaba cómo tal. Que pudiera ser simplemente lo que era le producía enorme satisfacción a Isak. Era consciente de que en muchos lugares del mundo pocos podían tener una infancia genuina y alegre cómo la que intentaba brindarle a la muchacha.
Volvieron a vagar por el centro comercial sin un rumbo fijo. Isak no sabía qué más hacer allí, en el epítome del consumismo, sin una triste moneda que poder gastar en una espiral infernal de compras. En cierto modo se alegraba de ello, ¿cómo iba a cargar con tantos objetos? ¡Era imposible! Sí, mejor así. Había guardado algo para comer, lo cuál era más importante que darse caprichos. Finalmente decidió buscar un bar o restaurante en el que poder alimentarse adecuadamente.
Ya hacía un buen rato que fue dejando de observar a los clientes de ese lugar, pues todos eran en cierta medida extravagantes, con ropajes ostentosos. ¿Era aquello una seña de estatus social? ¿Los más ricos vestían así siempre? No era que pudiera juzgarlos pero él al menos sabía conjuntar sus prendas… Ah, no tenía mayor importancia.
Al dar con un bar entró con la joven Dahlia en él, esperando que tuviesen comida y poder descansar un poco de tanto caminar.
Prometeo
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aún guardaba la esperanza y nadie podría arrebatársela.
El Archipiélago Shabaody era un hervidero de marines, quienes buscaban criminales rezagados que consiguieron esconderse luego de que la isla sucumbiera ante el caos. Debía haber piratas y revolucionarios ocultos como malditas ratas en algún lugar del archipiélago, y la justicia absoluta los metería tras los barrotes. Sí, Prometeo era consciente de esa desfavorable situación para él, pero aun así decidió volver para encontrar alguna pista del paradero del comandante Alain y de Katsu. Los había abandonado y la culpa le pesaba en los hombros, tanto así que por las noches apenas conseguía pegar los ojos.
Ignoró las advertencias de su amigo Nick, el hombre en quien más confiaba en ese momento, y se adentró en las profundidades de la isla. Eso sí, había aprendido algo. Ahora que tenía una injusta recompensa por su cabeza no podía enseñar su rostro sin ninguna especie de cuidado. Esperaba que las gafas de sol y el bigote pelirrojo despistase a los marines. El chaleco endemoniadamente llamativo con unos bonitos patrones pintorescos de estilo andino hacía juego con las getas de madera que había sacado de algún lugar. Y no, no eran robadas. Prometeo jamás robaría ninguna cosa. Los pendientes circulares en forma de sol le daban cierta seriedad a su ridículo estilo.
Le acompañaba Luna, la morena sensual que conoció en Turvolt y que ahora navegaba en el Vapor Justice tras haberse unido al Ejército Revolucionario. Era la indicada para conducirle por los estrechos pasadizos de la ciudad. Se movía a través de ellos como si los conociera de memoria, como si en su mente tuviera un verdadero mapa. La chica de piel relativamente morena vestía un peto escotado que poco dejaba para la imaginación, y bajo esa falda casi translúcida escondía una serie de afilados cuchillos. Oh, y también adornaba su cuello con un precioso collar de plata regalado por el mismo Prometeo. Una «señal de amistad» que Luna había interpretado como otra cosa.
Durante días siguieron la pista de un hombre que supuestamente tenía información importante, y fueron las huellas del mismo que condujo a la pareja de «detectives» a una taberna para nada excepcional. Era un edificio en forma de barco con paredes blancas y el marco de la puerta rojo, un bote de salvavidas a modo de adorno y unos cuantos letreros que indicaban el nombre del establecimiento. Ventanas circulares muy acorde a la temática y tres plantas separadas correctamente. Luna entró primero, echó un rápido vistazo y, luego de comprobar que no hubiera un solo marine, llamó al teniente.
—Comamos algo para no llamar la atención, Prometeo —propuso ella con expresión seria, tomando asiento en una mesa del rincón—. El ladrón al que hemos estado persiguiendo debería llegar dentro de poco. Es hora de capturarle y hacerle unas preguntas, ¿no crees?
La propuesta de Luna sonaba a demasiada violencia, pero a veces no había otros caminos… ¿Por qué el ladrón no se dejaba interrogar y ya está? A ver, ningún hombre que lleva un bigote pelirrojo pero el cabello blanco puede ser malo. Lo dice EL MANUAL, y eso que jamás había leído tal cosa, pero confiaba en el criterio del comandante Maki, el mejor revolucionario que alguna vez había pisado el Ejército.
—Sí, lo veo bien —contestó con la vista puesta en una situación bastante… peculiar—. ¿Es normal que una menor de edad entre a un lugar como este…?
—¿A qué te refieres con menor de edad? ¿Hay restricciones a la hora de entrar a determinados lugares? En Turvolt los niños se mantienen lejos de sitios como este porque son peligrosos y… Oh, mira. Ya se han levantado dos matones a ser los malos de turno.
El Archipiélago Shabaody era un hervidero de marines, quienes buscaban criminales rezagados que consiguieron esconderse luego de que la isla sucumbiera ante el caos. Debía haber piratas y revolucionarios ocultos como malditas ratas en algún lugar del archipiélago, y la justicia absoluta los metería tras los barrotes. Sí, Prometeo era consciente de esa desfavorable situación para él, pero aun así decidió volver para encontrar alguna pista del paradero del comandante Alain y de Katsu. Los había abandonado y la culpa le pesaba en los hombros, tanto así que por las noches apenas conseguía pegar los ojos.
Ignoró las advertencias de su amigo Nick, el hombre en quien más confiaba en ese momento, y se adentró en las profundidades de la isla. Eso sí, había aprendido algo. Ahora que tenía una injusta recompensa por su cabeza no podía enseñar su rostro sin ninguna especie de cuidado. Esperaba que las gafas de sol y el bigote pelirrojo despistase a los marines. El chaleco endemoniadamente llamativo con unos bonitos patrones pintorescos de estilo andino hacía juego con las getas de madera que había sacado de algún lugar. Y no, no eran robadas. Prometeo jamás robaría ninguna cosa. Los pendientes circulares en forma de sol le daban cierta seriedad a su ridículo estilo.
Le acompañaba Luna, la morena sensual que conoció en Turvolt y que ahora navegaba en el Vapor Justice tras haberse unido al Ejército Revolucionario. Era la indicada para conducirle por los estrechos pasadizos de la ciudad. Se movía a través de ellos como si los conociera de memoria, como si en su mente tuviera un verdadero mapa. La chica de piel relativamente morena vestía un peto escotado que poco dejaba para la imaginación, y bajo esa falda casi translúcida escondía una serie de afilados cuchillos. Oh, y también adornaba su cuello con un precioso collar de plata regalado por el mismo Prometeo. Una «señal de amistad» que Luna había interpretado como otra cosa.
Durante días siguieron la pista de un hombre que supuestamente tenía información importante, y fueron las huellas del mismo que condujo a la pareja de «detectives» a una taberna para nada excepcional. Era un edificio en forma de barco con paredes blancas y el marco de la puerta rojo, un bote de salvavidas a modo de adorno y unos cuantos letreros que indicaban el nombre del establecimiento. Ventanas circulares muy acorde a la temática y tres plantas separadas correctamente. Luna entró primero, echó un rápido vistazo y, luego de comprobar que no hubiera un solo marine, llamó al teniente.
—Comamos algo para no llamar la atención, Prometeo —propuso ella con expresión seria, tomando asiento en una mesa del rincón—. El ladrón al que hemos estado persiguiendo debería llegar dentro de poco. Es hora de capturarle y hacerle unas preguntas, ¿no crees?
La propuesta de Luna sonaba a demasiada violencia, pero a veces no había otros caminos… ¿Por qué el ladrón no se dejaba interrogar y ya está? A ver, ningún hombre que lleva un bigote pelirrojo pero el cabello blanco puede ser malo. Lo dice EL MANUAL, y eso que jamás había leído tal cosa, pero confiaba en el criterio del comandante Maki, el mejor revolucionario que alguna vez había pisado el Ejército.
—Sí, lo veo bien —contestó con la vista puesta en una situación bastante… peculiar—. ¿Es normal que una menor de edad entre a un lugar como este…?
—¿A qué te refieres con menor de edad? ¿Hay restricciones a la hora de entrar a determinados lugares? En Turvolt los niños se mantienen lejos de sitios como este porque son peligrosos y… Oh, mira. Ya se han levantado dos matones a ser los malos de turno.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.