Prometeo
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Tenía que estar en Wano lo antes posible, aunque por algún motivo que escapaba de su entendimiento no sentía que tuviera que apurarse. Sabía que era una idea abstracta, pero al final del día lo que importaba era el viaje y no el destino, ¿verdad? Tenía planeado llegar al Archipiélago de Sabaody dentro de un mes y medio. Sin embargo, únicamente un necio dejaría pasar la oportunidad de explorar las islas que visitaría. Los compañeros con los que viajaba también lo merecían. No sería un buen líder si únicamente les daba responsabilidades y trabajo; necesitaban descansar y divertirse. Incluso un homúnculo podía entender esas cuestiones del ser humano.
Había escuchado cosas maravillosas sobre la isla en la que estaba. Karakuri era una especie de cuna científica y tecnológica donde incluso los animales eran robóticos. Si bien la nieve y las bajas temperaturas eran un problema para Prometeo, la oportunidad de aprender muchísimas cosas nuevas hacía que valiera la pena todo sacrificio. No llevaba más de dos días en la ciudad y había visto de todo: sardinas cantantes de ópera, perros cocineros que horneaban galletas en forma de gato, ¡incluso aerostáticos que se perdían entre las nubes! Ninguno había regresado, lo cual suponía una preocupación, pero no dejaba de ser fascinante.
Prometeo vestía un cálido abrigo de color beige con un escote en “V” y tan largo que le pasaba la cadera. Bajo este tenía un grueso chaleco negro de cuello alto que reemplazaba sin ningún problema una bufanda. Toda su vestimenta, incluído los pantalones negros y ajustados, era obra de Luna. La revolucionaria era fanática de la moda y le tenía prohibido al homúnculo vestirse como él quería. ¿Quién podía culparla? Una vez había usado una boina, unas gafas de fiesta con forma de estrella y un poncho. ¡Todo a la vez! En fin, ahora iba como un muchacho medianamente decente.
—¿Dónde me llevarás a comer esta vez, Prome? —preguntó la morena, mirando al teniente con sus grandes y penetrantes ojos esmeraldas—. Nunca he probado el chocolate caliente…
—¿En serio? Vamos a una cafetería —contestó, pero a Luna no le hizo demasiada gracia.
—¿Estás seguro de que no quieres ir a una cafetería por esas maids robots?
No iba a negar que las puddles robóticas con faldas y peinados extravagantes eran interesantes, no por el servicio particularmente erótico, sino porque tenían una inteligencia artificial increíble. Si bien la temática sexual no era de su agrado ni interés, el que pudieran seguir una conversación con tanta facilidad era digno de estudiar.
—Podemos volver al hotel, si quieres. Yo prepararé chocolate caliente para ti —le propuso Prometeo, sonriéndole con amabilidad—. Por cierto, mañana comienza el evento, ¿no?
—Está bien, vamos al hotel. Tampoco es como si hubiera mejores cocineros que tú, Prome —dijo Luna, pegándose más al teniente—. El evento, ¿eh? Tienes muchas ganas de ver el zeppelin-ballena, ¿verdad?
Una lástima que ninguno de los revolucionarios imaginó siquiera en ese momento que el zeppelin traería tantísimo caos.
Había escuchado cosas maravillosas sobre la isla en la que estaba. Karakuri era una especie de cuna científica y tecnológica donde incluso los animales eran robóticos. Si bien la nieve y las bajas temperaturas eran un problema para Prometeo, la oportunidad de aprender muchísimas cosas nuevas hacía que valiera la pena todo sacrificio. No llevaba más de dos días en la ciudad y había visto de todo: sardinas cantantes de ópera, perros cocineros que horneaban galletas en forma de gato, ¡incluso aerostáticos que se perdían entre las nubes! Ninguno había regresado, lo cual suponía una preocupación, pero no dejaba de ser fascinante.
Prometeo vestía un cálido abrigo de color beige con un escote en “V” y tan largo que le pasaba la cadera. Bajo este tenía un grueso chaleco negro de cuello alto que reemplazaba sin ningún problema una bufanda. Toda su vestimenta, incluído los pantalones negros y ajustados, era obra de Luna. La revolucionaria era fanática de la moda y le tenía prohibido al homúnculo vestirse como él quería. ¿Quién podía culparla? Una vez había usado una boina, unas gafas de fiesta con forma de estrella y un poncho. ¡Todo a la vez! En fin, ahora iba como un muchacho medianamente decente.
—¿Dónde me llevarás a comer esta vez, Prome? —preguntó la morena, mirando al teniente con sus grandes y penetrantes ojos esmeraldas—. Nunca he probado el chocolate caliente…
—¿En serio? Vamos a una cafetería —contestó, pero a Luna no le hizo demasiada gracia.
—¿Estás seguro de que no quieres ir a una cafetería por esas maids robots?
No iba a negar que las puddles robóticas con faldas y peinados extravagantes eran interesantes, no por el servicio particularmente erótico, sino porque tenían una inteligencia artificial increíble. Si bien la temática sexual no era de su agrado ni interés, el que pudieran seguir una conversación con tanta facilidad era digno de estudiar.
—Podemos volver al hotel, si quieres. Yo prepararé chocolate caliente para ti —le propuso Prometeo, sonriéndole con amabilidad—. Por cierto, mañana comienza el evento, ¿no?
—Está bien, vamos al hotel. Tampoco es como si hubiera mejores cocineros que tú, Prome —dijo Luna, pegándose más al teniente—. El evento, ¿eh? Tienes muchas ganas de ver el zeppelin-ballena, ¿verdad?
Una lástima que ninguno de los revolucionarios imaginó siquiera en ese momento que el zeppelin traería tantísimo caos.
Rei Arslan
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Después de tantos días sin respuestas, Rei había llegado hasta una isla que nunca antes había conocido. Se llamaba Karakuri y se quedó impresionada ante como era el lugar. Blanco y nevado siempre, los copos caían con suavidad sobre su cabello todo el rato y parecía que no iba a cesar. Se agachó y cogió un puñado de nieve, la cual le dio forma con las manos. Al poco tiempo la tiró, pues estas estaban más rojas de lo normal debido a lo helada que estaba. Se cruzó de brazos y ocultó sus manos bajo las mangas del quimono, frotándose contra la ropa para que entraran en calor otra vez.
Era tan distinto al reino de la arena en el que había crecido. Nunca tuvo opción de ver la nieve de cerca; ni siquiera en Wano a pesar de que era un lugar lluvioso. Un pequeño atisbo de felicidad iluminó sus ojos al sentirse contenta por disfrutar de algo nuevo, pero no dudaría mucho.
Rei abandonó el barco en el que había llegado, no sin antes agradecerles la ayuda a los mercantes que aceptaron recogerla de Wano. Durante su estadía en la capital de las flores había recogido la suficiente información de los bajos fondos como para abandonar su hogar. Lo único que quería era encontrar a los suyos y regresar a su casa, a vivir tranquilamente, pero el destino no estaba de acuerdo en ello y la obligó echarse a la mar. Rei sabía que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en una pirata como su padre el gyojin, pues sabía que la justicia muchas veces no estaría de su parte y tendría que encargarse ella misma.
Caminó con cautela por miedo a que el suelo estuviera congelado mientras exhalaba el vaho. Poco a poco se acercaba a la ciudad y, cuanto más se acercaba, más alucinaba ante lo que habitaba. Los pocos animales que había visto eran robóticos. Rei no comprendía como podía haber tanta tecnología, no entendía nada de aquel mundo, pero le agradaba. En cuanto se adentró en el interior se sintió atosigada ante camareros que trataban de captar clientes para sus locales, pero con la condición de que estos también era robots.
La vida artificial no le convencía para nada a Rei. No le resultaba ético en ningún aspecto, no tenían sentimientos no poseían literalmente nada, solo un cuerpo inerte. La muchacha negó con la cabeza y siguió sus andanzas. La verdad es que el frío no ayudaba, lo único que quería era tomarse un buen chocolate caliente por lo que entró al primer local que vio, que no eran pocos precisamente.
Era tan distinto al reino de la arena en el que había crecido. Nunca tuvo opción de ver la nieve de cerca; ni siquiera en Wano a pesar de que era un lugar lluvioso. Un pequeño atisbo de felicidad iluminó sus ojos al sentirse contenta por disfrutar de algo nuevo, pero no dudaría mucho.
Rei abandonó el barco en el que había llegado, no sin antes agradecerles la ayuda a los mercantes que aceptaron recogerla de Wano. Durante su estadía en la capital de las flores había recogido la suficiente información de los bajos fondos como para abandonar su hogar. Lo único que quería era encontrar a los suyos y regresar a su casa, a vivir tranquilamente, pero el destino no estaba de acuerdo en ello y la obligó echarse a la mar. Rei sabía que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en una pirata como su padre el gyojin, pues sabía que la justicia muchas veces no estaría de su parte y tendría que encargarse ella misma.
Caminó con cautela por miedo a que el suelo estuviera congelado mientras exhalaba el vaho. Poco a poco se acercaba a la ciudad y, cuanto más se acercaba, más alucinaba ante lo que habitaba. Los pocos animales que había visto eran robóticos. Rei no comprendía como podía haber tanta tecnología, no entendía nada de aquel mundo, pero le agradaba. En cuanto se adentró en el interior se sintió atosigada ante camareros que trataban de captar clientes para sus locales, pero con la condición de que estos también era robots.
La vida artificial no le convencía para nada a Rei. No le resultaba ético en ningún aspecto, no tenían sentimientos no poseían literalmente nada, solo un cuerpo inerte. La muchacha negó con la cabeza y siguió sus andanzas. La verdad es que el frío no ayudaba, lo único que quería era tomarse un buen chocolate caliente por lo que entró al primer local que vio, que no eran pocos precisamente.
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Los robots trabajan arduamente quitando la nieve de las calles. Ahora más que nunca los necesitaban. En el último mes Karakuri había recibido más turistas que en todo un año. Era bueno porque estimulaba considerablemente la economía regional, pero a muchos ciudadanos les preocupaba que los niveles de violencia e inseguridad aumentasen producto de este repentino aumento de extranjeros. Tonterías, decían los más optimistas, ningún idiota osaría atacar una isla del Gobierno Mundial. ¡Y encima el hogar del científico más importante de todos los tiempos!
La humanidad había ganado la guerra contra el océano con sus imponentes buques de guerra y sus gigantescos barcos comerciales, pero el cielo… Ah, todo lo que había cerca de las nubes era territorio inexplorado. Hacía tiempo un científico del Gobierno Mundial había construido una enorme nave con una tecnología increíble, sin embargo, era de uso militar y hasta que el ciudadano de a pie pudiera tener esas mismas vistas la batalla por la expansión hacia el cielo continuaría. Y el Gran Azul, nombre del zeppelin-ballena, era la estocada más importante, aquella que conduciría a la humanidad a la victoria.
—La compañía aeronáutica Elvejing construyó el Gran Azul, ¿no? —dijo Luna.
—Creo que sí. Un chico dijo que estuvieron trabajando diez años en un prototipo y, cinco años más tarde, estrenaron el Gran Azul —respondió Prometeo, levantando una rama para no darse en la cabeza—. A diferencia de los barcos, el zeppelin no tiene que seguir ninguna ruta marítima específica. ¿Quieres subirte al Gran Azul, Luna? —le preguntó con una sonrisa amable, mirándole hacia abajo por la diferencia de estaturas.
—Estaría bien, pero solo para conocerlo. Para ir más allá de las nubes conozco a cierto fénix que jamás me diría que no —continuó la revolucionaria, guiñándole el ojo a Prome.
Los revolucionarios se detuvieron a la par e intercambiaron miradas, sorprendidos. Cerraron los ojos y olfatearon como perros el ambiente. ¡¿Qué era ese aroma tan exquisito?! Las notas dulces con una sutil dosis amarga… No había ninguna duda: era chocolate caliente. Luna descubrió que provenía de una cafetería con forma de bota. Llamaba la atención, sobre todo considerando que los demás edificios tenían aspectos futuristas, pero el sitio Elvenpath conservaba una fachada fantástica, maravillosa.
Prometeo tuvo que agacharse para poder entrar, pero por fortuna el interior era espacioso. Había guirnaldas de luces y otras que simulaban hojas de pino. Un grupo de enanos animaba el ambiente con una melodía alegre y relajante al mismo tiempo. La combinación entre el violín, la guitarra y el tambor era extraordinaria. Tomó asiento y al cabo de un rato una enana narigona, barbuda y colorina le entregó la carta. El mundo era increíble… Nunca había visto a una criatura como esa. ¿Tendría nombre? ¿Se podría reproducir? Lo normal era que las hembras de razas antropomórficas no tuvieran barba.
Luna frunció el ceño cuando vio a un grupo de marines al otro lado de la cafetería. Bebían alegres, canturreaban con los enanos y se lo estaban pasando genial. Pero todo se trastornó cuando uno de ellos se puso de pie. La felicidad en su rostro se había esfumado luego de que sus ojos hicieran contacto con una chica de piel anaranjada. Un ciudadano común y corriente jamás se daría cuenta que era una híbrida entre humano y gyojin. Sin embargo, sus ropas holgadas no eran suficientes para esconder su naturaleza a un soldado del Gobierno Mundial. Y desde el asalto a Mariejois, ambas razas se habían embarcado en un conflicto que parecía no tener fin.
—Este no es un sitio para basura como tú —le espetó el soldado a la mujer, llevando la mano a la empuñadura del sable—. Te daré treinta segundos para que te largues y vuelvas a tu estanque de agua podrida, fenómeno.
Luna intentó levantarse para enfrentar al soldado, pero Prometeo le tomó del brazo y negó con la cabeza. No podían montar un escándalo dentro de la cafetería, además el revolucionario ostentaba una recompensa de sesenta millones. Sería reconocido de inmediato y arrastraría a Luna a sus problemas.
—Intervendremos solo si es necesario —determinó el teniente con el ceño fruncido, mirando a los marines.
La humanidad había ganado la guerra contra el océano con sus imponentes buques de guerra y sus gigantescos barcos comerciales, pero el cielo… Ah, todo lo que había cerca de las nubes era territorio inexplorado. Hacía tiempo un científico del Gobierno Mundial había construido una enorme nave con una tecnología increíble, sin embargo, era de uso militar y hasta que el ciudadano de a pie pudiera tener esas mismas vistas la batalla por la expansión hacia el cielo continuaría. Y el Gran Azul, nombre del zeppelin-ballena, era la estocada más importante, aquella que conduciría a la humanidad a la victoria.
—La compañía aeronáutica Elvejing construyó el Gran Azul, ¿no? —dijo Luna.
—Creo que sí. Un chico dijo que estuvieron trabajando diez años en un prototipo y, cinco años más tarde, estrenaron el Gran Azul —respondió Prometeo, levantando una rama para no darse en la cabeza—. A diferencia de los barcos, el zeppelin no tiene que seguir ninguna ruta marítima específica. ¿Quieres subirte al Gran Azul, Luna? —le preguntó con una sonrisa amable, mirándole hacia abajo por la diferencia de estaturas.
—Estaría bien, pero solo para conocerlo. Para ir más allá de las nubes conozco a cierto fénix que jamás me diría que no —continuó la revolucionaria, guiñándole el ojo a Prome.
Los revolucionarios se detuvieron a la par e intercambiaron miradas, sorprendidos. Cerraron los ojos y olfatearon como perros el ambiente. ¡¿Qué era ese aroma tan exquisito?! Las notas dulces con una sutil dosis amarga… No había ninguna duda: era chocolate caliente. Luna descubrió que provenía de una cafetería con forma de bota. Llamaba la atención, sobre todo considerando que los demás edificios tenían aspectos futuristas, pero el sitio Elvenpath conservaba una fachada fantástica, maravillosa.
Prometeo tuvo que agacharse para poder entrar, pero por fortuna el interior era espacioso. Había guirnaldas de luces y otras que simulaban hojas de pino. Un grupo de enanos animaba el ambiente con una melodía alegre y relajante al mismo tiempo. La combinación entre el violín, la guitarra y el tambor era extraordinaria. Tomó asiento y al cabo de un rato una enana narigona, barbuda y colorina le entregó la carta. El mundo era increíble… Nunca había visto a una criatura como esa. ¿Tendría nombre? ¿Se podría reproducir? Lo normal era que las hembras de razas antropomórficas no tuvieran barba.
Luna frunció el ceño cuando vio a un grupo de marines al otro lado de la cafetería. Bebían alegres, canturreaban con los enanos y se lo estaban pasando genial. Pero todo se trastornó cuando uno de ellos se puso de pie. La felicidad en su rostro se había esfumado luego de que sus ojos hicieran contacto con una chica de piel anaranjada. Un ciudadano común y corriente jamás se daría cuenta que era una híbrida entre humano y gyojin. Sin embargo, sus ropas holgadas no eran suficientes para esconder su naturaleza a un soldado del Gobierno Mundial. Y desde el asalto a Mariejois, ambas razas se habían embarcado en un conflicto que parecía no tener fin.
—Este no es un sitio para basura como tú —le espetó el soldado a la mujer, llevando la mano a la empuñadura del sable—. Te daré treinta segundos para que te largues y vuelvas a tu estanque de agua podrida, fenómeno.
Luna intentó levantarse para enfrentar al soldado, pero Prometeo le tomó del brazo y negó con la cabeza. No podían montar un escándalo dentro de la cafetería, además el revolucionario ostentaba una recompensa de sesenta millones. Sería reconocido de inmediato y arrastraría a Luna a sus problemas.
—Intervendremos solo si es necesario —determinó el teniente con el ceño fruncido, mirando a los marines.
Rei Arslan
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Rei empujó la puerta con suavidad y un leve tintineo sonó por todo el local. Parecía un lugar muy acogedor y cálido, la gente disfrutaba de sus bebidas calientes con gran felicidad y juerga. Le gustaba ese ambiente, era muy distinto a las tabernas de la capital de las flores en donde siempre debían guardarse las formas. La muchacha sonrió y caminó entre algunas personas hasta encontrar una mesa libre. Posó su katana al lado de la silla y entrelazó sus manos, esperando a que vinieran a tomarle nota. No tardó mucho en pedir su chocolate caliente.
Los robots también trabajaban incluso dentro del establecimiento, lo cual no le gustaba a Rei, pero parecían tener vida propia y emociones. Eso cambiaba un poco su pensamiento, pero seguía reticente ante aquella vida. Enseguida le trajeron su chocolate caliente y Rei le dio un sorbo, no sin antes quemarse la lengua. Aquello estaba hirviendo, hizo una mueca de dolor y posó la taza.
El jolgorio de su alrededor la animaba bastante. Música por doquier, gente bailando, a Yun también le hubiera gustado aquel lugar si fuera con ella, pero por desgracia no estaba a su lado. Miró sonriente a los que tocaban el violín mientras movía al ritmo de la música su pie derecho. Mucha gente aplaudía ante el espectáculo de los enanos para compaginar la melodía y Rei decidió unirse también.
Tras parar de aplaudir, decidió coger su chocolate caliente y darle otro sorbo, al menos ahora era un poco más bebible, pero seguía quemando. Cuando se giró para seguir mirando el espectáculo musical, este se detuvo de golpe con uno de los hombres poniéndose en pie. Rei se quedó mirando perpleja la actuación del desconocido, el cual se dirigía a su mesa bastante rápido y enfadado. Esta ladeó la cabeza para escuchar lo que decía, pero no le gustó mucho. Aquel hombre era muy maleducado, y encima por sus ropajes parecía del gobierno. Lo que le faltaba, problemas nada más empezar.
-Basura serás tú - Espetó Rei enfadada por aquella amenaza tan burda -. ¿Es que no te han enseñado modales? Deberían poner en la puerta un cartel de que no se admiten imbéciles.
El espadachín se quedó perplejo ante aquella respuesta y desenvainó su sable finalmente. Ella solo quería disfrutar de un buen momento, pero parecía que no iba a ser posible. Lo que si que tenía claro es que en ningún momento desenvainaría su katana contra él, pero lo que no iba a tolerar eran aquellas faltas de respeto solo por tener ascendencia gyojin. Ni mucho menos.
El marine no se atrevió a atacar de momento, solo a apuntarla con su sable para ver si abandonaba el local, pero Rei se quedó mirándolo con serenidad. Tras esto la agarró del brazo bruscamente y la levantó de golpe. La muchacha no se quedó atrás, y para desprenderse, agarró la taza de chocolate que quemaba como el fuego y le lanzó el líquido por toda la cara. Este la soltó y dejó caer su sable, llevándose las manos a la cara mientras profesaba mil insultos sobre ella y su raza. El resto de marines se levantaron y rodearon al que parecía ser su jefe.
-No te atrevas a tocarme - Ordenó la pirata, apoyando su mano en la empuñadura de su katana. Tras eso, miró a todos a su alrededor, la gente no parecía contenta.
Los robots también trabajaban incluso dentro del establecimiento, lo cual no le gustaba a Rei, pero parecían tener vida propia y emociones. Eso cambiaba un poco su pensamiento, pero seguía reticente ante aquella vida. Enseguida le trajeron su chocolate caliente y Rei le dio un sorbo, no sin antes quemarse la lengua. Aquello estaba hirviendo, hizo una mueca de dolor y posó la taza.
El jolgorio de su alrededor la animaba bastante. Música por doquier, gente bailando, a Yun también le hubiera gustado aquel lugar si fuera con ella, pero por desgracia no estaba a su lado. Miró sonriente a los que tocaban el violín mientras movía al ritmo de la música su pie derecho. Mucha gente aplaudía ante el espectáculo de los enanos para compaginar la melodía y Rei decidió unirse también.
Tras parar de aplaudir, decidió coger su chocolate caliente y darle otro sorbo, al menos ahora era un poco más bebible, pero seguía quemando. Cuando se giró para seguir mirando el espectáculo musical, este se detuvo de golpe con uno de los hombres poniéndose en pie. Rei se quedó mirando perpleja la actuación del desconocido, el cual se dirigía a su mesa bastante rápido y enfadado. Esta ladeó la cabeza para escuchar lo que decía, pero no le gustó mucho. Aquel hombre era muy maleducado, y encima por sus ropajes parecía del gobierno. Lo que le faltaba, problemas nada más empezar.
-Basura serás tú - Espetó Rei enfadada por aquella amenaza tan burda -. ¿Es que no te han enseñado modales? Deberían poner en la puerta un cartel de que no se admiten imbéciles.
El espadachín se quedó perplejo ante aquella respuesta y desenvainó su sable finalmente. Ella solo quería disfrutar de un buen momento, pero parecía que no iba a ser posible. Lo que si que tenía claro es que en ningún momento desenvainaría su katana contra él, pero lo que no iba a tolerar eran aquellas faltas de respeto solo por tener ascendencia gyojin. Ni mucho menos.
El marine no se atrevió a atacar de momento, solo a apuntarla con su sable para ver si abandonaba el local, pero Rei se quedó mirándolo con serenidad. Tras esto la agarró del brazo bruscamente y la levantó de golpe. La muchacha no se quedó atrás, y para desprenderse, agarró la taza de chocolate que quemaba como el fuego y le lanzó el líquido por toda la cara. Este la soltó y dejó caer su sable, llevándose las manos a la cara mientras profesaba mil insultos sobre ella y su raza. El resto de marines se levantaron y rodearon al que parecía ser su jefe.
-No te atrevas a tocarme - Ordenó la pirata, apoyando su mano en la empuñadura de su katana. Tras eso, miró a todos a su alrededor, la gente no parecía contenta.
Prometeo
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—¿Estás seguro de que no intervendremos, teniente? —preguntó Luna cuando el marine desenfundó el sable.
Prometeo se levantó con los ojos clavados en la pelea y Luna le siguió enseguida, blanqueando los ojos y maldiciendo al Gobierno Mundial. Entendía lo injusto que era ser despreciado únicamente por ser distinto, pero la chica tenía que ver más allá de su indignación. Estaba en territorio prohibido para alguien como ella y tenía a un grupo de marines en frente. Desconocía si tenía algún plan en mente, pero incluso teniéndolo había actuado con una imprudencia desmedida.
Se interpuso entre la pequeña criatura y el dolorido marine que permanecía en el suelo, quejándose y gimiendo. Le dedicó una mirada amable a la chica, una mirada profunda y serena, una mirada que rebosaba seguridad. Y entonces se giró hacia el soldado. A juzgar por el uniforme se trataba de un capitán, pero su fuerza era notoriamente menor a la de un oficial de la Marina. Incluso en el ejército más poderoso del mundo había corrupción, ¿eh? La mano de Prometeo se bañó en fuego azul y los marines, temerosos, desenfundaron sus temblorosas espadas.
—La reacción natural de todo ser vivo al ver fuego es alarma —comenzó a decir el revolucionario—, pero estas llamas azules no están hechas para dañar. —Prometeo se agachó, ignorando a los marines, y acercó su mano al rostro del capitán—. Estarás bien, no te preocupes.
Las quemaduras desaparecían al mismo tiempo que el dolor se desvanecía. El capitán había recuperado la vista. ¡Podía ver quién le había sanado! Pero una sensación de repulsión acompañada de miedo se adueñó de su cuerpo. Había reconocido a Prometeo, y un hombre de su rango debía odiar a todo miembro del Ejército Revolucionario. Sin embargo, ¿por qué le había ayudado? ¿Acaso intentaba entregarle un mensaje de superioridad? Sabía muy bien que ese chico tenía una recompensa de sesenta millones por haber participado en un asalto al puerto de Water Seven, además de ser cómplice directo del ataque terrorista a la fábrica de Armonia.
Se levantó, preguntándose si luego se arrepentiría por haber ayudado al enemigo. A pesar de entender las fuerzas antagónicas que cada grupo representaba a la perfección, se negaba a creer que todo aquel que vistiera el uniforme de la Marina era un enemigo al que abatir. Ahora no era el momento de reflexiones filosóficas sobre las autodestructivas tendencias de la humanidad.
—Abandonaremos la cafetería y llevaremos a esta chica a un lugar seguro —determinó Prometeo, alzando su rasposa y tosca voz—. No nos sigan, por favor, es por su bien. Considéralo un favor por haberte devuelto la vista —le indicó al capitán—. Si deciden seguirnos, háganlo con la idea de que no pueden ganar. —Prometeo se giró hacia la chica—. Estarás bien con nosotros, así que permítenos acompañarte. Soy el teniente Prometeo del Ejército Revolucionario y esta es mi subordinada, Luna.
—Oye, teniente, ¿no estás demasiado cerca de la sirena? Como sea, no es momento de presentaciones. Vámonos de aquí antes de que lleguen los refuerzos enemigos.
Prometeo se levantó con los ojos clavados en la pelea y Luna le siguió enseguida, blanqueando los ojos y maldiciendo al Gobierno Mundial. Entendía lo injusto que era ser despreciado únicamente por ser distinto, pero la chica tenía que ver más allá de su indignación. Estaba en territorio prohibido para alguien como ella y tenía a un grupo de marines en frente. Desconocía si tenía algún plan en mente, pero incluso teniéndolo había actuado con una imprudencia desmedida.
Se interpuso entre la pequeña criatura y el dolorido marine que permanecía en el suelo, quejándose y gimiendo. Le dedicó una mirada amable a la chica, una mirada profunda y serena, una mirada que rebosaba seguridad. Y entonces se giró hacia el soldado. A juzgar por el uniforme se trataba de un capitán, pero su fuerza era notoriamente menor a la de un oficial de la Marina. Incluso en el ejército más poderoso del mundo había corrupción, ¿eh? La mano de Prometeo se bañó en fuego azul y los marines, temerosos, desenfundaron sus temblorosas espadas.
—La reacción natural de todo ser vivo al ver fuego es alarma —comenzó a decir el revolucionario—, pero estas llamas azules no están hechas para dañar. —Prometeo se agachó, ignorando a los marines, y acercó su mano al rostro del capitán—. Estarás bien, no te preocupes.
Las quemaduras desaparecían al mismo tiempo que el dolor se desvanecía. El capitán había recuperado la vista. ¡Podía ver quién le había sanado! Pero una sensación de repulsión acompañada de miedo se adueñó de su cuerpo. Había reconocido a Prometeo, y un hombre de su rango debía odiar a todo miembro del Ejército Revolucionario. Sin embargo, ¿por qué le había ayudado? ¿Acaso intentaba entregarle un mensaje de superioridad? Sabía muy bien que ese chico tenía una recompensa de sesenta millones por haber participado en un asalto al puerto de Water Seven, además de ser cómplice directo del ataque terrorista a la fábrica de Armonia.
Se levantó, preguntándose si luego se arrepentiría por haber ayudado al enemigo. A pesar de entender las fuerzas antagónicas que cada grupo representaba a la perfección, se negaba a creer que todo aquel que vistiera el uniforme de la Marina era un enemigo al que abatir. Ahora no era el momento de reflexiones filosóficas sobre las autodestructivas tendencias de la humanidad.
—Abandonaremos la cafetería y llevaremos a esta chica a un lugar seguro —determinó Prometeo, alzando su rasposa y tosca voz—. No nos sigan, por favor, es por su bien. Considéralo un favor por haberte devuelto la vista —le indicó al capitán—. Si deciden seguirnos, háganlo con la idea de que no pueden ganar. —Prometeo se giró hacia la chica—. Estarás bien con nosotros, así que permítenos acompañarte. Soy el teniente Prometeo del Ejército Revolucionario y esta es mi subordinada, Luna.
—Oye, teniente, ¿no estás demasiado cerca de la sirena? Como sea, no es momento de presentaciones. Vámonos de aquí antes de que lleguen los refuerzos enemigos.
Rei Arslan
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Rei retiró la mano de Oasis al ver los rostros preocupados de la gente. Había metido la pata hasta el fondo y nunca fue su intención. Ella solo quería disfrutar de un momento agradable, pero como siempre su condición se interponía en todo lo que la rodeaba. Muchas veces soñó con ser alguien normal y corriente, dónde poder vivir una tranquila.
¿Era mucho pedir? Para Rei parecía que sí, pero con el tiempo que llevaba en la mar poco a poco se estaba acostumbrando a tener que aguantar una vida tan dura. Aun así, no se doblegaba ante nadie y si tenía que ganarse el respeto del mundo con sus hazañas para que dejaran de tratarla como una simple mestiza, lo haría sin dudar.
La pirata dio un paso hacia atrás, preocupada por la actuación de los marines del local y porque estos habían rodeado a su jefe. Defenderse no era una injusticia, aunque ahora seguramente fuese perseguida por estos y castigada duramente. No quería que ocurriera eso y pensó en huir, escapar antes de que se dieran cuenta, pero un muchacho intervino entre ambos bandos.
¿Muchacho? Rei abrió los ojos como platos al ver al hombre que se interpuso. Era enorme y con unos cabellos tan blancos como los suyos. La muchacha se echó un poco más hacia atrás al ver que estaba ayudando al marine. Otro enemigo, pensó. Cada vez que miraba a la puerta del local sus esperanzas de salir de allí ilesa se desvanecían. El marine ahora volvía a ver y le dedicó una cara de odio a la pirata; sin embargo, Rei miró al desconocido que había ayudado al marine con cierta decepción. Ella nunca lo hubiera hecho.
Arqueó las cejas cuando el desconocido dijo que se la llevarían. ¿Cómo era eso posible? Rei miró a todos lados confusa y con cierto temor por lo que pudieran hacerle, pero al parecer era la revolución la que estaba tras el hombre llamado Prometeo. Miró a la chica llamada Luna y después otra vez al teniente, el cual estaba muy cerca de ella y enseguida su compañera le llamó la atención. Ellos creían que era una sirena, pero no era así, ya tendría tiempo de explicárselo más adelante.
Rei acompañó a los revolucionarios al exterior, mirando una última vez al marine que había agredido. Cerró la puerta y respiró profundamente. Jamás se había imaginado que la revolución la salvaría de un castigo por ser de mestiza de otra raza. Todavía estaba asumiendo aquella situación en su cabeza. Hizo una leve inclinación con las manos entrelazadas a Prometeo y esbozó una sonrisa sincera.
-Gracias, no sé que habría sido de mi sin vosotros - Tomó una pausa -. Me llamo Rei. Lo más probable es que esos marines no se rindan por lo que he visto, deberíamos alejarnos de aquí lo antes posible.
Rei tenía que buscar un lugar a salvo para que los miembros del gobierno no fueran tras ellos. No quería que los revolucionarios salieran perjudicados por su culpa por lo que pensó en algo. Desde que había llegado a Karakuri había visto varias pancartas con un festival sobre un zeppelin, quizás si se metieran dentro lo que durara el viaje se calmarían las cosas.
-¿Nos introducimos en el zeppelin? - Dijo mirando hacia la plaza -. Lo único malo es que saldrá mañana por la mañana. ¿Tenéis alguna idea en donde refugiarnos mientras?
¿Era mucho pedir? Para Rei parecía que sí, pero con el tiempo que llevaba en la mar poco a poco se estaba acostumbrando a tener que aguantar una vida tan dura. Aun así, no se doblegaba ante nadie y si tenía que ganarse el respeto del mundo con sus hazañas para que dejaran de tratarla como una simple mestiza, lo haría sin dudar.
La pirata dio un paso hacia atrás, preocupada por la actuación de los marines del local y porque estos habían rodeado a su jefe. Defenderse no era una injusticia, aunque ahora seguramente fuese perseguida por estos y castigada duramente. No quería que ocurriera eso y pensó en huir, escapar antes de que se dieran cuenta, pero un muchacho intervino entre ambos bandos.
¿Muchacho? Rei abrió los ojos como platos al ver al hombre que se interpuso. Era enorme y con unos cabellos tan blancos como los suyos. La muchacha se echó un poco más hacia atrás al ver que estaba ayudando al marine. Otro enemigo, pensó. Cada vez que miraba a la puerta del local sus esperanzas de salir de allí ilesa se desvanecían. El marine ahora volvía a ver y le dedicó una cara de odio a la pirata; sin embargo, Rei miró al desconocido que había ayudado al marine con cierta decepción. Ella nunca lo hubiera hecho.
Arqueó las cejas cuando el desconocido dijo que se la llevarían. ¿Cómo era eso posible? Rei miró a todos lados confusa y con cierto temor por lo que pudieran hacerle, pero al parecer era la revolución la que estaba tras el hombre llamado Prometeo. Miró a la chica llamada Luna y después otra vez al teniente, el cual estaba muy cerca de ella y enseguida su compañera le llamó la atención. Ellos creían que era una sirena, pero no era así, ya tendría tiempo de explicárselo más adelante.
Rei acompañó a los revolucionarios al exterior, mirando una última vez al marine que había agredido. Cerró la puerta y respiró profundamente. Jamás se había imaginado que la revolución la salvaría de un castigo por ser de mestiza de otra raza. Todavía estaba asumiendo aquella situación en su cabeza. Hizo una leve inclinación con las manos entrelazadas a Prometeo y esbozó una sonrisa sincera.
-Gracias, no sé que habría sido de mi sin vosotros - Tomó una pausa -. Me llamo Rei. Lo más probable es que esos marines no se rindan por lo que he visto, deberíamos alejarnos de aquí lo antes posible.
Rei tenía que buscar un lugar a salvo para que los miembros del gobierno no fueran tras ellos. No quería que los revolucionarios salieran perjudicados por su culpa por lo que pensó en algo. Desde que había llegado a Karakuri había visto varias pancartas con un festival sobre un zeppelin, quizás si se metieran dentro lo que durara el viaje se calmarían las cosas.
-¿Nos introducimos en el zeppelin? - Dijo mirando hacia la plaza -. Lo único malo es que saldrá mañana por la mañana. ¿Tenéis alguna idea en donde refugiarnos mientras?
Prometeo
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¡Por fin todo había terminado! Uf, qué nervioso estaba. ¿Nadie se había fijado en cómo los marines miraban al pobre Prometeo? Había hecho un esfuerzo enorme por mantener la calma y no comportarse como un estúpido. ¿Estaría bien la señorita gyojin? Había sanado en frente de sus ojos al hombre que la había insultado, esperaba que pudiera perdonarle eso. Su corazón dejó de latir como si hubiera corrido una maratón de una semana entera luego de abandonar la cafetería. Soltó un suspiro de alivio y enseguida las palabras de Rei llegaron a sus oídos.
—A ver si para la otra tienes más cuidado, sirenita —le espetó Luna, cruzada de brazos—. Lo pillo, es una mierda ser discriminado sólo por verse diferente, pero a veces debemos tragarnos nuestro orgullo y mirar hacia otro lado. Esos marines de ahí tenían la ventaja numérica y, por muchas espadas que lleves, no podrías-
—Está bien, Luna, ha sido un descuido de su parte. Todos nos dejamos llevar por el calor del momento —le interrumpió Prometeo, sonriendo amablemente—. Como dice la señorita Rei, debemos alejarnos y evitar llamar la atención.
—Eres demasiado bueno para este mundo, teniente —dijo la revolucionaria tras suspirar—. Venga, vámonos de aquí.
Fue entonces que la gyojin propuso esconderse dentro del zeppelin. Si bien era una buena idea, involucraría a los civiles que lo fueran a abordar. En principio, los marines no les harían daño y, si la suerte estaba del lado de los revolucionarios, acabarían en un lugar seguro. Pero había visto al capitán, ¿no? Era un hombre que carecía de razón al discriminar y juzgar a una mujer únicamente por ser de otra raza. Podía entender el resentimiento mutuo por lo sucedido hacía años, pero su comportamiento, lo quisiera o no, había involucrado a los clientes de la cafetería. Irresponsable, imprudente y carente de liderazgo. Si un hombre así abordaba el Gran Azul, habría problemas.
—No es la mejor opción, pero funcionará —dijo Prometeo luego de reflexionar un momento—. Luna, nos reuniremos con los chicos en la próxima isla. Nos esconderemos hasta mañana y entonces subiremos al Gran Azul, aunque estamos pasando por alto un detalle importante.
—Los boletos, ¿verdad? —dijo Luna.
El teniente asintió. El boleto para subir al Gran Azul era un papel metálico de doce centímetros con un sencillo sistema de holografía que proyectaba una ballena y simulaba su canto. Tenía unas letras doradas con el número del boleto, además de un código a ser escaneado por los administradores del zeppelin. Si bien había varias formas de conseguirlo, obtener uno literalmente de un día para otro era complicado. Cada boleto tenía un valor de diez millones de berries, y los revolucionarios no tenían tanto dinero para gastar. La mayoría de los eventos para conseguir uno habían terminado. Infiltrarse, por otra parte, no haría más que agravar la situación. Los administradores no eran idiotas y el dueño del dirigible había instalado un sistema de seguridad sofisticado e impenetrable.
—Ya pensaremos en cómo conseguir uno, por ahora vamos al hotel —propuso Prometeo.
—Espera, ¿no nos buscarán ahí?
—Los seres humanos tienden a ser desconfiados. No pensarán que unos revolucionarios se hospedan en el hotel principal de Karakuri —contestó el teniente, confiado—. ¿Qué dice, señorita Rei? Podemos planificar algo en la habitación del hotel y así hallar la manera de conseguir un boleto. En el peor de los casos yo puedo entregarle el mío.
—A ver si para la otra tienes más cuidado, sirenita —le espetó Luna, cruzada de brazos—. Lo pillo, es una mierda ser discriminado sólo por verse diferente, pero a veces debemos tragarnos nuestro orgullo y mirar hacia otro lado. Esos marines de ahí tenían la ventaja numérica y, por muchas espadas que lleves, no podrías-
—Está bien, Luna, ha sido un descuido de su parte. Todos nos dejamos llevar por el calor del momento —le interrumpió Prometeo, sonriendo amablemente—. Como dice la señorita Rei, debemos alejarnos y evitar llamar la atención.
—Eres demasiado bueno para este mundo, teniente —dijo la revolucionaria tras suspirar—. Venga, vámonos de aquí.
Fue entonces que la gyojin propuso esconderse dentro del zeppelin. Si bien era una buena idea, involucraría a los civiles que lo fueran a abordar. En principio, los marines no les harían daño y, si la suerte estaba del lado de los revolucionarios, acabarían en un lugar seguro. Pero había visto al capitán, ¿no? Era un hombre que carecía de razón al discriminar y juzgar a una mujer únicamente por ser de otra raza. Podía entender el resentimiento mutuo por lo sucedido hacía años, pero su comportamiento, lo quisiera o no, había involucrado a los clientes de la cafetería. Irresponsable, imprudente y carente de liderazgo. Si un hombre así abordaba el Gran Azul, habría problemas.
—No es la mejor opción, pero funcionará —dijo Prometeo luego de reflexionar un momento—. Luna, nos reuniremos con los chicos en la próxima isla. Nos esconderemos hasta mañana y entonces subiremos al Gran Azul, aunque estamos pasando por alto un detalle importante.
—Los boletos, ¿verdad? —dijo Luna.
El teniente asintió. El boleto para subir al Gran Azul era un papel metálico de doce centímetros con un sencillo sistema de holografía que proyectaba una ballena y simulaba su canto. Tenía unas letras doradas con el número del boleto, además de un código a ser escaneado por los administradores del zeppelin. Si bien había varias formas de conseguirlo, obtener uno literalmente de un día para otro era complicado. Cada boleto tenía un valor de diez millones de berries, y los revolucionarios no tenían tanto dinero para gastar. La mayoría de los eventos para conseguir uno habían terminado. Infiltrarse, por otra parte, no haría más que agravar la situación. Los administradores no eran idiotas y el dueño del dirigible había instalado un sistema de seguridad sofisticado e impenetrable.
—Ya pensaremos en cómo conseguir uno, por ahora vamos al hotel —propuso Prometeo.
—Espera, ¿no nos buscarán ahí?
—Los seres humanos tienden a ser desconfiados. No pensarán que unos revolucionarios se hospedan en el hotel principal de Karakuri —contestó el teniente, confiado—. ¿Qué dice, señorita Rei? Podemos planificar algo en la habitación del hotel y así hallar la manera de conseguir un boleto. En el peor de los casos yo puedo entregarle el mío.
Rei Arslan
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Aquella muchacha no le caía bien. Nada bien. Y Rei siempre había sido muy sociable, pero el hecho de tener una voz de fondo que le dijera a Prometeo lo que debía hacer la dejaba muy desconcertada. Si se supone que era el teniente, ¿por qué alguien como ella no lo dejaba ni a sol ni a sombra? Cuanto menos contacto tuviera con ella mejor. Por si fuera poco esta se había encarado con ella por haberse intentado defender. ¿Y esa mujer se consideraba una revolucionaria ante una injusticia? Rei nunca agacharía la cabeza por la superioridad de otras personas. Nunca.
-Creía que los revolucionarios luchaban contra las injusticias siempre ya que sin riesgos no hay logros - Se encogió de hombros mirando a la muchacha -. Y no soy una sirenita. Soy medio humana, medio koi.
Esa chica era racista. Estaba seguro de ello, pero tampoco iba a montar una escenita como la de los marines. Ni siquiera les había pedido que intercedieran entre ella y los marines, sabía defenderse sola en el mundo cruel y unos pocos soldados no lograrían amedrentarla. Se cruzó de brazos, un poco molesta por la actitud que profesaba hacia ella y decidió prestar solamente atención a Prometeo, el cual si se había dignado a ayudarla sin poner problemas.
La idea del Gran Azul parecía buena, pero fallaba una cosa: los dichosos boletos. Rei no poseía ninguno, pero Prometeo se había ofrecido a darle el suyo si no llegaban a conseguir alguno. El revolucionario tenía en mente llevarla a su habitación de hotel. Según ellos, sería muy difícil que les buscaran en un lugar tan elegante y rico, por lo que Rei accedió a ir con ellos. El hotel no estaba precisamente lejos, pero Rei caminó rápido junto a sus nuevos compañeros.
Cuando entró en el vestíbulo se quedó sorprendida por la cantidad de detalles que desprendían las paredes y columnas. Era todo blanco, lujoso y muy limpio. Los robots junto con empleados humanos cuidaban del lugar. La muchacha siguió a los revolucionarios que se adentraron en un ascensor circular, el cual estaba llevado por uno de los robots. Enseguida llegaron a la habitación que ellos tenían y cuando Rei la vio por dentro, se quedó boquiabierta. Ella jamás tendría un lujo así en su vida; sin embargo, dejando de lado todas aquellas emociones por lujos, estuvo pensando de camino maneras de conseguir los boletos.
-¿Y si lo falsificamos? - Inquirió cruzándose de brazos -. Puede ser difícil, pero con esfuerzo tenemos toda la noche para hacerlo perfecto. ¿Qué me dices?
-Creía que los revolucionarios luchaban contra las injusticias siempre ya que sin riesgos no hay logros - Se encogió de hombros mirando a la muchacha -. Y no soy una sirenita. Soy medio humana, medio koi.
Esa chica era racista. Estaba seguro de ello, pero tampoco iba a montar una escenita como la de los marines. Ni siquiera les había pedido que intercedieran entre ella y los marines, sabía defenderse sola en el mundo cruel y unos pocos soldados no lograrían amedrentarla. Se cruzó de brazos, un poco molesta por la actitud que profesaba hacia ella y decidió prestar solamente atención a Prometeo, el cual si se había dignado a ayudarla sin poner problemas.
La idea del Gran Azul parecía buena, pero fallaba una cosa: los dichosos boletos. Rei no poseía ninguno, pero Prometeo se había ofrecido a darle el suyo si no llegaban a conseguir alguno. El revolucionario tenía en mente llevarla a su habitación de hotel. Según ellos, sería muy difícil que les buscaran en un lugar tan elegante y rico, por lo que Rei accedió a ir con ellos. El hotel no estaba precisamente lejos, pero Rei caminó rápido junto a sus nuevos compañeros.
Cuando entró en el vestíbulo se quedó sorprendida por la cantidad de detalles que desprendían las paredes y columnas. Era todo blanco, lujoso y muy limpio. Los robots junto con empleados humanos cuidaban del lugar. La muchacha siguió a los revolucionarios que se adentraron en un ascensor circular, el cual estaba llevado por uno de los robots. Enseguida llegaron a la habitación que ellos tenían y cuando Rei la vio por dentro, se quedó boquiabierta. Ella jamás tendría un lujo así en su vida; sin embargo, dejando de lado todas aquellas emociones por lujos, estuvo pensando de camino maneras de conseguir los boletos.
-¿Y si lo falsificamos? - Inquirió cruzándose de brazos -. Puede ser difícil, pero con esfuerzo tenemos toda la noche para hacerlo perfecto. ¿Qué me dices?
Prometeo
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
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Akuma no mi
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Luna miró a la chica, suspiró y se encogió de hombros. No iba a comenzar un discurso sobre la responsabilidad de la Armada Revolucionaria con el mundo, pero tampoco dejaría pasar por alto la inocencia con la que exigía un comportamiento sacado de alguna especie de cuento de fantasía.
—Luchar contra las injusticias sin considerar los riesgos nos llevó a destruir un mar entero y a casi repetir lo mismo en el North Blue —respondió la revolucionaria—. El cementerio está lleno de valientes, sirenita —remarcó mucho esta última palabra—, y si te hubieras enfrentado tú sola a esos cinco marines para mañana estarías dentro de un ataúd.
La revolucionaria comenzó a caminar sin esperar la respuesta de la chica. El teniente, por su parte, suspiró y dejó que su subordinada avanzara sin más. Entendía su posición, pero también la de la gyojin.
—Lo siento… Cuando conocí a Luna intentó matarme en dos ocasiones, no es fácil tratar con ella —dijo Prometeo, recordando esa noche en Turvolt cuando la casa del lanista fue invadida—. Puede que no lo parezca, pero está preocupada por nosotros: estamos en territorio enemigo.
«Enemigo». Era una de las palabras que menos le gustaba, pero que necesitaba usar de vez en cuando porque, por mucho que quisiera un mundo sin violencia, jamás podría negar la hostilidad entre el Gobierno Mundial y el Ejército Revolucionario. Eran enemigos sin más ni menos. En fin, dejaría las reflexiones para otro momento puesto que debía llegar al hotel lo antes posible. Camino a este, pensó en distintas maneras de conseguir un boleto para la señorita Rei. Al menos contaba con un par de ideas bastante decentes.
La habitación del hotel era maravillosamente lujosa, algo que al teniente no le terminaba de convencer. «¡Siempre nos quedamos en pocilgas, Prome! ¡También merecemos un buen descanso!», había protestado Luna cuando decidieron el lugar de hospedaje. Una bonita lámpara de araña hecha de oro con adornos de diamante colgaba del techo. Había un montón de espejos con marcos dorados y platinados. Por muy futurista que fuera la isla, el interior de la habitación guardaba un aspecto indudablemente victoriano. Quizás era por su condición de ser humano artificial, pero no encontraba belleza en los objetos ridículamente costosos que había en la suite.
—¿Falsificarlo…? Podríamos, pero habría que intervenir el sistema de seguridad del Gran Azul —respondió Prometeo con una postura pensativa—. Los boletos tienen un código único generado en el momento de su impresión. Si bien no soy un experto en informática, podría reprogramar el sistema y generar un código para tu boleto. Sin embargo, me tomaría mucho más que solo una noche…
Luna suspiró pesadamente y miró a la sirenita, luego a Prometeo, y se detuvo nuevamente en la gyojin.
—Pese a que no estoy de acuerdo con arriesgar tanto para ayudarte, no deja de ser nuestro trabajo —le espetó y luego levantó los dedos índice y corazón—. Tenemos dos maneras de conseguir el boleto. La primera es quitándoselo a otra persona, pero el teniente no es esa clase de hombre. Y la segunda es ganando El Circo del Poeta, un evento organizado por un señor del inframundo. No sé de qué va, pero puedo llevarnos hasta allá. —Frunció el ceño y miró con sus ojos verdes a Prome—. El evento comienza dentro de dos horas y termina a las cinco de la madrugada. Tú decides, teniente.
—¿Qué opina, señorita Rei?´Podemos arriesgarnos y falsificar el boleto, o participar en el evento.
—Luchar contra las injusticias sin considerar los riesgos nos llevó a destruir un mar entero y a casi repetir lo mismo en el North Blue —respondió la revolucionaria—. El cementerio está lleno de valientes, sirenita —remarcó mucho esta última palabra—, y si te hubieras enfrentado tú sola a esos cinco marines para mañana estarías dentro de un ataúd.
La revolucionaria comenzó a caminar sin esperar la respuesta de la chica. El teniente, por su parte, suspiró y dejó que su subordinada avanzara sin más. Entendía su posición, pero también la de la gyojin.
—Lo siento… Cuando conocí a Luna intentó matarme en dos ocasiones, no es fácil tratar con ella —dijo Prometeo, recordando esa noche en Turvolt cuando la casa del lanista fue invadida—. Puede que no lo parezca, pero está preocupada por nosotros: estamos en territorio enemigo.
«Enemigo». Era una de las palabras que menos le gustaba, pero que necesitaba usar de vez en cuando porque, por mucho que quisiera un mundo sin violencia, jamás podría negar la hostilidad entre el Gobierno Mundial y el Ejército Revolucionario. Eran enemigos sin más ni menos. En fin, dejaría las reflexiones para otro momento puesto que debía llegar al hotel lo antes posible. Camino a este, pensó en distintas maneras de conseguir un boleto para la señorita Rei. Al menos contaba con un par de ideas bastante decentes.
La habitación del hotel era maravillosamente lujosa, algo que al teniente no le terminaba de convencer. «¡Siempre nos quedamos en pocilgas, Prome! ¡También merecemos un buen descanso!», había protestado Luna cuando decidieron el lugar de hospedaje. Una bonita lámpara de araña hecha de oro con adornos de diamante colgaba del techo. Había un montón de espejos con marcos dorados y platinados. Por muy futurista que fuera la isla, el interior de la habitación guardaba un aspecto indudablemente victoriano. Quizás era por su condición de ser humano artificial, pero no encontraba belleza en los objetos ridículamente costosos que había en la suite.
—¿Falsificarlo…? Podríamos, pero habría que intervenir el sistema de seguridad del Gran Azul —respondió Prometeo con una postura pensativa—. Los boletos tienen un código único generado en el momento de su impresión. Si bien no soy un experto en informática, podría reprogramar el sistema y generar un código para tu boleto. Sin embargo, me tomaría mucho más que solo una noche…
Luna suspiró pesadamente y miró a la sirenita, luego a Prometeo, y se detuvo nuevamente en la gyojin.
—Pese a que no estoy de acuerdo con arriesgar tanto para ayudarte, no deja de ser nuestro trabajo —le espetó y luego levantó los dedos índice y corazón—. Tenemos dos maneras de conseguir el boleto. La primera es quitándoselo a otra persona, pero el teniente no es esa clase de hombre. Y la segunda es ganando El Circo del Poeta, un evento organizado por un señor del inframundo. No sé de qué va, pero puedo llevarnos hasta allá. —Frunció el ceño y miró con sus ojos verdes a Prome—. El evento comienza dentro de dos horas y termina a las cinco de la madrugada. Tú decides, teniente.
—¿Qué opina, señorita Rei?´Podemos arriesgarnos y falsificar el boleto, o participar en el evento.
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