Dexter Black
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Quiso romper el silencio, pero no supo cómo. Sintió que cualquier cosa que dijese, cualquier descenso a la realidad, podía ser terrible para las esperanzas que habían renacido tan precariamente en Aki. Estaba preocupado, sí; que todas esas mujeres se encontrasen con vida traía una chispa de esperanza, pero al mismo tiempo hacía la tarea mucho más delicada de lo que en un principio podría haber sido. Los hexarcas podían aprovecharse de ello como una ventaja, y chantajear a la pelirroja como podían estar haciendo con el pueblo. Podían estar simplemente esperando para ejecutarlas una a una y minar la confianza de la pirata, o podían estar torturándolas o utilizándolas como esclavas sexuales. Las posibilidades en las que todo se desdoblaba eran demasiado negras.
Por eso prefirió no decir nada. Como dueño del espejo, como guardián del poder y cautivo de la maldición trató de encerrar esos pensamientos, solo acariciando a Aki, sonriendo frente a su mirada, devolviéndole candor desde el hielo de sus ojos, clavando la tormenta en su prístino cielo azul... Abrazándola; escuchándola; nada más. Si la desgracia los alcanzaba ya lidiarían con ello, Aki necesitaba y merecía un poco de ilusión.
- Odiarlo es indispensable para entrar en esa sala -dijo, al final-. Si no, el riesgo de emborracharse con su poder es demasiado elevado. Debería haber roto el pedazo que me diste, pero... -"Necesitaba esperanza".
No lo dijo; claro que no. La guerra en la que había entrado frente al Gobierno Mundial era fraticida y nihilista, un sinsentido tanto táctico como moral. La Revolución llevaba años comportándose como una organización terrorista, reclamando con violencia y destrucción lo que no había logrado convenciendo al pueblo. "No puedes hacerlo solo", había dicho Alice. "No puedes", había resonado en su cabeza cada vez que leía un nuevo informe de bombas, asaltos y asesinatos a cargos oficiales. Prohibir aquellos actos bajo pena de prisión había sido la primera de sus medidas, pero resultaba insuficiente. La imagen de la Armada, deteriorada y corrompida tras el mandato del viejo y más tarde por el ímpetu fundamentalista de Brownie, ya no servía para atraer a nadie a la Causa.
Por eso, en su momento, se había dejado atravesar. Como la esperanza, él no podía ser asesinado. Como la convicción, él no podía ser derrotado. Pero había necesitado algo más: Su papel fundamental como Comandante en Jefe era analizar las tácticas de los demás oficiales, dar un "sí" o un "no" a sus estrategias y asegurarse de que en ninguna se perdiese el rumbo. Para ayudar con esa tarea, había optado por hacer trampas; por dar una ligera ventaja apoyándose en cada mínimo resquicio, por aprovechar cada detalle. Nunca revelaba cómo descubría las ubicaciones de los objetivos, nunca explicaba cómo llegaba hasta él toda esa información. Jamás lo haría, y el día que se viese tentado de utilizarlo para sí mismo... Lo destruiría.
- Antes de las maletas hay cosas más importantes -respondió, levantándose-. Si quieres puedes elegir mi ropa, o... Puedes acompañarme al laboratorio. Hay pocas cosas más divertidas que el Laboratorio de Dexter.
No se levantó muy deprisa. De hecho, lo hizo muy despacio. Fue acompañando a Aki con la mano para que lo hiciese al tiempo que él lo hacía. Sin separarse demasiado, sin dejar que la manta cayese, abrazándola cuando ambos estuvieron de pie. Sabía que era fuerte, lo había sabido siempre y estaba más seguro tras verla en su regreso, pero no era su mejor momento y, aunque quizá no lo necesitase, estaba seguro de que algo de cariño podría ayudarla.
Le dio tantos segundos como necesitase, también tantos abrazos como le pidiese, y entonces avanzó. Los pasillos de la casa eran en general amplios, y el que llevaba al laboratorio no era la excepción. En la puerta, alertas de seguridad y varios brazos mecánicos que vestían al visitante. Para Dexter tenían talla, pero a Aki hubo que pasarle un escáner encima... Aunque sabía antes de que empezase que ninguna bata que le cubriese en altura cerraría bien... Bueno... Ahí.
- No olviden ponerse la mascarilla. -La voz metálica que resonaba siempre que abría la puerta hermética del laboratorio recitó el mismo discurso de cada día-. Recuerden caminar siempre por la línea azul, y respeten la franja amarilla de trabajo. En caso de accidente consulten las tablas de emergencia, y si necesitan evacuación...
Él habría entrado por la puerta auxiliar, pero esa entrada resultaba mucho más impresionante. La grabación terminó con un "Bienvenidos al Laboratorio de Dexter, diviértanse", frente al que él no pudo sino reírse antes de avanzar.
El lugar estaba lleno de un sinfín de cachivaches, robotitos y máquinas de toda clase para industrializar la mayoría de procesos que podría desear. Casi cada ingenio que había creado en sus adentros podía ser fácilmente replicado, a excepción del fatídico espejo. En parte era un problema, dado que el plan era precisamente replicarlo, aunque tenía un modo de trampear aquello. No obstante, antes de ponerse manos a la obra, alzó los brazos y mostró, orgulloso, toda su creación.
- No está mal, ¿no? -La gran bóveda de un blanco impoluto los esperaba, llena de objetos a cada cual más fantaseoso-. Todo lo que creas que podemos necesitar, solo pídelo. Si puedo hacerlo en unas horas, será tuyo.
Por eso prefirió no decir nada. Como dueño del espejo, como guardián del poder y cautivo de la maldición trató de encerrar esos pensamientos, solo acariciando a Aki, sonriendo frente a su mirada, devolviéndole candor desde el hielo de sus ojos, clavando la tormenta en su prístino cielo azul... Abrazándola; escuchándola; nada más. Si la desgracia los alcanzaba ya lidiarían con ello, Aki necesitaba y merecía un poco de ilusión.
- Odiarlo es indispensable para entrar en esa sala -dijo, al final-. Si no, el riesgo de emborracharse con su poder es demasiado elevado. Debería haber roto el pedazo que me diste, pero... -"Necesitaba esperanza".
No lo dijo; claro que no. La guerra en la que había entrado frente al Gobierno Mundial era fraticida y nihilista, un sinsentido tanto táctico como moral. La Revolución llevaba años comportándose como una organización terrorista, reclamando con violencia y destrucción lo que no había logrado convenciendo al pueblo. "No puedes hacerlo solo", había dicho Alice. "No puedes", había resonado en su cabeza cada vez que leía un nuevo informe de bombas, asaltos y asesinatos a cargos oficiales. Prohibir aquellos actos bajo pena de prisión había sido la primera de sus medidas, pero resultaba insuficiente. La imagen de la Armada, deteriorada y corrompida tras el mandato del viejo y más tarde por el ímpetu fundamentalista de Brownie, ya no servía para atraer a nadie a la Causa.
Por eso, en su momento, se había dejado atravesar. Como la esperanza, él no podía ser asesinado. Como la convicción, él no podía ser derrotado. Pero había necesitado algo más: Su papel fundamental como Comandante en Jefe era analizar las tácticas de los demás oficiales, dar un "sí" o un "no" a sus estrategias y asegurarse de que en ninguna se perdiese el rumbo. Para ayudar con esa tarea, había optado por hacer trampas; por dar una ligera ventaja apoyándose en cada mínimo resquicio, por aprovechar cada detalle. Nunca revelaba cómo descubría las ubicaciones de los objetivos, nunca explicaba cómo llegaba hasta él toda esa información. Jamás lo haría, y el día que se viese tentado de utilizarlo para sí mismo... Lo destruiría.
- Antes de las maletas hay cosas más importantes -respondió, levantándose-. Si quieres puedes elegir mi ropa, o... Puedes acompañarme al laboratorio. Hay pocas cosas más divertidas que el Laboratorio de Dexter.
No se levantó muy deprisa. De hecho, lo hizo muy despacio. Fue acompañando a Aki con la mano para que lo hiciese al tiempo que él lo hacía. Sin separarse demasiado, sin dejar que la manta cayese, abrazándola cuando ambos estuvieron de pie. Sabía que era fuerte, lo había sabido siempre y estaba más seguro tras verla en su regreso, pero no era su mejor momento y, aunque quizá no lo necesitase, estaba seguro de que algo de cariño podría ayudarla.
Le dio tantos segundos como necesitase, también tantos abrazos como le pidiese, y entonces avanzó. Los pasillos de la casa eran en general amplios, y el que llevaba al laboratorio no era la excepción. En la puerta, alertas de seguridad y varios brazos mecánicos que vestían al visitante. Para Dexter tenían talla, pero a Aki hubo que pasarle un escáner encima... Aunque sabía antes de que empezase que ninguna bata que le cubriese en altura cerraría bien... Bueno... Ahí.
- No olviden ponerse la mascarilla. -La voz metálica que resonaba siempre que abría la puerta hermética del laboratorio recitó el mismo discurso de cada día-. Recuerden caminar siempre por la línea azul, y respeten la franja amarilla de trabajo. En caso de accidente consulten las tablas de emergencia, y si necesitan evacuación...
Él habría entrado por la puerta auxiliar, pero esa entrada resultaba mucho más impresionante. La grabación terminó con un "Bienvenidos al Laboratorio de Dexter, diviértanse", frente al que él no pudo sino reírse antes de avanzar.
El lugar estaba lleno de un sinfín de cachivaches, robotitos y máquinas de toda clase para industrializar la mayoría de procesos que podría desear. Casi cada ingenio que había creado en sus adentros podía ser fácilmente replicado, a excepción del fatídico espejo. En parte era un problema, dado que el plan era precisamente replicarlo, aunque tenía un modo de trampear aquello. No obstante, antes de ponerse manos a la obra, alzó los brazos y mostró, orgulloso, toda su creación.
- No está mal, ¿no? -La gran bóveda de un blanco impoluto los esperaba, llena de objetos a cada cual más fantaseoso-. Todo lo que creas que podemos necesitar, solo pídelo. Si puedo hacerlo en unas horas, será tuyo.
Aki D. Arlia
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-La verdad es que me gustaría hacer ambas.
Sabía que el traje que llevaba era solo una ilusión, dado que no había llevado más ropa al Loreley. La idea de perderse en su armario y buscar algún traje azul profundo que hiciera resaltar sus ojos grises le relajaba, por algún motivo. Por otro lado, lo del Laboratorio le daba curiosidad. Nunca había estado ahí.
Apreció el abrazo y se quedó pegada a él unos segundos, todavía con la manta por encima. No hacían falta palabras y de alguna manera, eso lo hacía mejor. No se sentía inquieta, ya no. Tenían una ingente tarea por delante, pero podían con ella. Incluso la monstruosidad que guardaba en las profundidades de su cueva había servido para algo y si incluso esa cosa podía hacer algo bueno, ellos podían hacerlo muchísimo mejor.
Curiosamente, no le costó separarse. Lo hizo despacio, a sabiendas de que si quería más solo tendría que tomarlos y de alguna manera ese pensamiento le daba más seguridad que incertidumbre. Le dedicó una pequeña sonrisa y, mucho más tranquila y decidida, le siguió en busca de su Laboratorio.
No sabía bien qué esperaba. Realmente la ciencia no era lo suyo y no creía haber estado en algún laboratorio de alta tecnología… nunca, vaya. Los brazos mecánicos le pillaron por sorpresa, pero se dejó poner la bata sin molestarse en abrocharla. Los dos sabían que era un poco estúpido intentarlo. Se ató la melena en una larga coleta y se colocó la mascarilla siguiendo las instrucciones de la voz metálica. Alzó una ceja hacia Dexter, entre divertida y curiosa, antes de entrar por fin al lugar.
Encontró en seguida la línea azul, pero sus ojos no tardaron en perderla de vista. Simplemente, había muchas otras cosas que mirar. Lo que más le llamó la atención era que… no había gente. Ni una sola persona, aparte de ellos dos. Todo el lugar estaba lleno de máquinas y robots pequeños y grandes que parecían tremendamente ocupados. No entendía la mitad de lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero precisamente por eso le impresionaba todavía más. Y entonces, él le hizo la pregunta del siglo.
Se rió un poco mientras pensaba. En unas horas, vale, pero exactamente, ¿qué podía crear con ese pequeño ejército de maquinaria? A ella se le antojaba que cualquier cosa, pero era posible que no fuera así. En cualquier caso no tenía forma de calibrarlo, así que lo mejor era pedir y a partir de lo que dijera ajustar la petición.
¿Qué quería? ¿Qué podía serles útil allí a donde iban? Tenían los ddm de bolsillo para comunicarse el uno con el otro y sus poderes les daban un camuflaje natural. No creía que ninguno de ellos necesitase armas nuevas, aunque… igual justo lo contrario les iría bien.
-Quiero una jaula portátil.- dijo sin titubear.- Algo que pueda llevar en el bolsillo o escondido y que me baste con arrojárselo a alguien para atraparle sin que se lo espere. Quizá que de paso le diera una pequeña descarga nos facilitaría las cosas, aunque no pretendo matar a nadie con eso.
Tenían suficientes maneras de atacar y de defenderse solitos, pero iban a ir un sitio en el que seguramente no tuvieran ninguna ventaja de terreno. Llevarla en el bolsillo podía ayudar a equilibrar un poco la balanza en ese sentido. Y pensando en ello, había otra cosa que podía ahorrarles trabajo.
-Y quizá… algo para montar distracciones que no nos implique a ninguno de los dos. Si necesitamos distraer a un grupo de gente en algún momento, lo más probable es que tengamos que separarnos mientras uno se queda cuidando de, bueno, la distracción. ¿Se te ocurre alguna manera de mantener a la gente ocupada sin que tengamos que involucrarnos?
No tenía muy claro qué saldría de la cabeza de Dexter con indicaciones tan vagas, pero si alguien podía hacer de esas ideas algo material, sin ninguna duda era él.
Sabía que el traje que llevaba era solo una ilusión, dado que no había llevado más ropa al Loreley. La idea de perderse en su armario y buscar algún traje azul profundo que hiciera resaltar sus ojos grises le relajaba, por algún motivo. Por otro lado, lo del Laboratorio le daba curiosidad. Nunca había estado ahí.
Apreció el abrazo y se quedó pegada a él unos segundos, todavía con la manta por encima. No hacían falta palabras y de alguna manera, eso lo hacía mejor. No se sentía inquieta, ya no. Tenían una ingente tarea por delante, pero podían con ella. Incluso la monstruosidad que guardaba en las profundidades de su cueva había servido para algo y si incluso esa cosa podía hacer algo bueno, ellos podían hacerlo muchísimo mejor.
Curiosamente, no le costó separarse. Lo hizo despacio, a sabiendas de que si quería más solo tendría que tomarlos y de alguna manera ese pensamiento le daba más seguridad que incertidumbre. Le dedicó una pequeña sonrisa y, mucho más tranquila y decidida, le siguió en busca de su Laboratorio.
No sabía bien qué esperaba. Realmente la ciencia no era lo suyo y no creía haber estado en algún laboratorio de alta tecnología… nunca, vaya. Los brazos mecánicos le pillaron por sorpresa, pero se dejó poner la bata sin molestarse en abrocharla. Los dos sabían que era un poco estúpido intentarlo. Se ató la melena en una larga coleta y se colocó la mascarilla siguiendo las instrucciones de la voz metálica. Alzó una ceja hacia Dexter, entre divertida y curiosa, antes de entrar por fin al lugar.
Encontró en seguida la línea azul, pero sus ojos no tardaron en perderla de vista. Simplemente, había muchas otras cosas que mirar. Lo que más le llamó la atención era que… no había gente. Ni una sola persona, aparte de ellos dos. Todo el lugar estaba lleno de máquinas y robots pequeños y grandes que parecían tremendamente ocupados. No entendía la mitad de lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero precisamente por eso le impresionaba todavía más. Y entonces, él le hizo la pregunta del siglo.
Se rió un poco mientras pensaba. En unas horas, vale, pero exactamente, ¿qué podía crear con ese pequeño ejército de maquinaria? A ella se le antojaba que cualquier cosa, pero era posible que no fuera así. En cualquier caso no tenía forma de calibrarlo, así que lo mejor era pedir y a partir de lo que dijera ajustar la petición.
¿Qué quería? ¿Qué podía serles útil allí a donde iban? Tenían los ddm de bolsillo para comunicarse el uno con el otro y sus poderes les daban un camuflaje natural. No creía que ninguno de ellos necesitase armas nuevas, aunque… igual justo lo contrario les iría bien.
-Quiero una jaula portátil.- dijo sin titubear.- Algo que pueda llevar en el bolsillo o escondido y que me baste con arrojárselo a alguien para atraparle sin que se lo espere. Quizá que de paso le diera una pequeña descarga nos facilitaría las cosas, aunque no pretendo matar a nadie con eso.
Tenían suficientes maneras de atacar y de defenderse solitos, pero iban a ir un sitio en el que seguramente no tuvieran ninguna ventaja de terreno. Llevarla en el bolsillo podía ayudar a equilibrar un poco la balanza en ese sentido. Y pensando en ello, había otra cosa que podía ahorrarles trabajo.
-Y quizá… algo para montar distracciones que no nos implique a ninguno de los dos. Si necesitamos distraer a un grupo de gente en algún momento, lo más probable es que tengamos que separarnos mientras uno se queda cuidando de, bueno, la distracción. ¿Se te ocurre alguna manera de mantener a la gente ocupada sin que tengamos que involucrarnos?
No tenía muy claro qué saldría de la cabeza de Dexter con indicaciones tan vagas, pero si alguien podía hacer de esas ideas algo material, sin ninguna duda era él.
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Se le escapó una pequeña risa cuando vio a Aki en bata. Aunque había previsto contingencias para vestir a todos los miembros vivos de la banda, ninguno de los que contaban con una altura similar tenían un perímetro de su talla. Se habría disculpado, pero seguramente para la pelirroja fuese fácil darse cuenta de que no llevaba mucha gente al lugar, mucho menos estaba preparado para acoger mujeres en el interior de su laboratorio. Y si bien era cierto que había una talla específica para Mura... Bueno, seguía quedándose algo corta. En cualquier caso, dudaba que fuese a dejar que se acercase al ácido clorhídrico y, si lo hacía, muy malas tenían que ser las cartas para que le cayese justo encima. Pensándolo mejor, tenía que encargar batines de mujer. Y trajes; aunque no los necesitaban en ese momento, si tuvieran que acceder al área de mantenimiento Aki iba a parecer un fetiche andante.
Fueron avanzando entre maquinaria, pero no fue hasta que vio la luz en los ojos de la pelirroja que se dio cuenta de lo espectacular que resultaba su creación. Para él había sido, de una forma u otra, un proceso natural y escalonado. Sí, sabía que no había muchos espacios como ese -probablemente ningún otro-, pero pocas veces se paraba a ver lo increíble que era aquello que bañaba su mirada: Los brazos mecánicos ensambblaban nueva maquinaria que volvía a formar parte de cada cadena; a una distancia segura los seguían dos taburetes con ruedas a los que había bautizado como "robopoyos", acechando para aproximarse en cuanto necesitaran sentarse; en la esquina estaba escondiéndose la maquinaria de limpieza -nunca se debía fregar mientras hubiese gente en el laboratorio-, entrando al sistema de drenaje y puesta a punto... Por todas partes, allá donde mirase, artilugios de todos los tamaños y formas se movían con la sincronía de un reloj perfectamente engrasado. Todo, a excepción de la sala de impresión, que por motivos lógicos, solo trabajaba cuando había algo que hacer.
- Voy a asumir que no quieres una red que se vuelva rígida -contestó, acercándose a un ordenador para marcar una secuencia alfanumérica-, sino algo que ocupe mucho menos. ¿Algo del tamaño de una moneda, quizás? Aunque siendo realistas, no creo que pueda hacer algo eficiente de tamaño menor a una pelota de golf.
Casi instantáneamente, cuando paró de hablar apareció un sinfoide, una suerte de canesú móvil con un brazo retráctil. En él guardaba piezas y bártulos por igual, y concretamente en el N37 estaba... ¿Estaba ahí? Tuvo que rebuscar en tres cajones antes de dar con él, pero finalmente lo encontró: El núcleo de un rayo maestro. El rayo maestro era un arma que nunca había utilizado, si bien había diseñado teniendo en cuenta una de sus magnitudes físicas favoritas: La fuerza de Lorentz. A través de ella era posible generar una suerte de cápsula o botella aislante en la que ninguna partícula podía atravesar el muro que generaba. Formalmente se trataba de una fuerza y, por ende, una suerte de movimiento ondulatorio, pero podía abreviarse a que generaba un muro de "vacío" que ninguna forma de materia podía atravesar.
- Sin irnos a tecnicismos, esta es tu jaula. -Le tendió un aro de cobre. En realidad se trataba de una bobina, pero el cable era tan fino y las vueltas eran tantas que a la vista de casi cualquiera era una lámina recta. Afortunadamente, para lo que importaba, no-. Tendría que hacer algunos ajustes, pero con un par de simulaciones creo que daremos con la fórmula.
Dejó ir al sinfoide y guio a Aki hasta la sala de impresión, un enorme espacio en el que se juntaban hasta setenta máquinas de tamaños colosales , al menos una veintena de ellas separadas a través de un muro de aerogel transparente. Eran las impresoras, capaces de crear nanotecnología las más precisas hasta enormes piezas de varios metros cuadrados de superficie las más grandes. Las que estaban en la sala por sí mismas trabajaban con plásticos y materiales de fundición sencilla, mientras que las otras eran impresoras de fragua. Las había llamado así dado que trabajaban con metal fundido, aunque también habría sido preciso el sobrenombre de deshidratantes. Y es que a pesar del aerogel, la sala alcanzaba los cuarenta grados como poco cuando trabajaban. O sea, que no se podía estar ahí.
Introdujo los datos de simulación para el mínimo tamaño consiguiendo un elipsoide de semieje y de al menos tres metros. Tuvo que hacer varios ajustes, y por momentos apuntó en una pizarra varios números -él podía calcular en pocos segundos datos que al ordenador le llevaría meses- que introdujo manualmente, llegando a una pequeña esfera con disgregación arácnida y activación por contacto. Para superar problemas posibles derivados como la potencial hipoxia o la inaudibilidad, añadió en el centro un filtro de aire. El tamaño crecía algo más, en medio centímetro de radio, pero no matarían a nadie accidentalmente.
- Vale, creo que esto podría funcionar.
Le explicó cómo funcionaba. Básicamente se apretaba el botón para que desplegase las patitas, se lanzaba contra una persona y al engancharse comenzaba a liberar energía, manteniendo en una "jaula" de vacío a casi cualquier individuo. Desde luego no funcionaría con la gente más fuerte, pero tampoco una celda al uso lo haría. Fácil, sencillo y para toda la familia. La distracción ya era otro asunto.
- Creo que nunca me he propuesto hacer algo así -reflexionó, en voz alta-, pero si quisiera hacerlo... Sería algo puntual, para escabullirnos. Eso, o...
No dijo nada, tan solo comenzó a trastear en un segundo ordenador mientras calculaba y corregía. Si quería obligar a que todo el mundo mirase, tenía que tratarse de algo lo suficientemente molesto como para tener que dedicar tiempo a arreglarlo. El problema era que también les molestaría a ellos, a no ser...
- No sería una única cosa, sino dos. Puedo armar una suerte de "bomba de ruido", que sería poco más que una radio a un volumen muy elevado dentro de un cascarón híper resistente. Y yo tengo una cosita... -Pulsó su colgante y siguió hablando, pero ningún sonido salió hasta que volvió a activarlo-. Impide que el sonido salga o entre, por lo que podríamos seguir comunicados en den den mushi sin resultar afectados por el pedo randomizado de Fang. -Fang era el dinosaurio de Berthil, y por mucho que lo negase, la razón por la que el insomnio había atacado a media tripulación hasta que lo dejaron definitivamente en el Ojo-. Aunque si tienes una idea mejor, te escucho.
Mientras ella pensaba él hizo dos cosas: Comenzó a preparar el nuevo complemento del M.I.D.O.R.I.M.A. y señaló a Aki con uno de los kawaiizadores que tenía por el escritorio.
- Qué bien te queda -se burló. Aún no entendía cuándo había decidido crear algo así, pero no se arrepentía lo más mínimo.
Aunque era más gracioso hacérselo a Berthil.
Fueron avanzando entre maquinaria, pero no fue hasta que vio la luz en los ojos de la pelirroja que se dio cuenta de lo espectacular que resultaba su creación. Para él había sido, de una forma u otra, un proceso natural y escalonado. Sí, sabía que no había muchos espacios como ese -probablemente ningún otro-, pero pocas veces se paraba a ver lo increíble que era aquello que bañaba su mirada: Los brazos mecánicos ensambblaban nueva maquinaria que volvía a formar parte de cada cadena; a una distancia segura los seguían dos taburetes con ruedas a los que había bautizado como "robopoyos", acechando para aproximarse en cuanto necesitaran sentarse; en la esquina estaba escondiéndose la maquinaria de limpieza -nunca se debía fregar mientras hubiese gente en el laboratorio-, entrando al sistema de drenaje y puesta a punto... Por todas partes, allá donde mirase, artilugios de todos los tamaños y formas se movían con la sincronía de un reloj perfectamente engrasado. Todo, a excepción de la sala de impresión, que por motivos lógicos, solo trabajaba cuando había algo que hacer.
- Voy a asumir que no quieres una red que se vuelva rígida -contestó, acercándose a un ordenador para marcar una secuencia alfanumérica-, sino algo que ocupe mucho menos. ¿Algo del tamaño de una moneda, quizás? Aunque siendo realistas, no creo que pueda hacer algo eficiente de tamaño menor a una pelota de golf.
Casi instantáneamente, cuando paró de hablar apareció un sinfoide, una suerte de canesú móvil con un brazo retráctil. En él guardaba piezas y bártulos por igual, y concretamente en el N37 estaba... ¿Estaba ahí? Tuvo que rebuscar en tres cajones antes de dar con él, pero finalmente lo encontró: El núcleo de un rayo maestro. El rayo maestro era un arma que nunca había utilizado, si bien había diseñado teniendo en cuenta una de sus magnitudes físicas favoritas: La fuerza de Lorentz. A través de ella era posible generar una suerte de cápsula o botella aislante en la que ninguna partícula podía atravesar el muro que generaba. Formalmente se trataba de una fuerza y, por ende, una suerte de movimiento ondulatorio, pero podía abreviarse a que generaba un muro de "vacío" que ninguna forma de materia podía atravesar.
- Sin irnos a tecnicismos, esta es tu jaula. -Le tendió un aro de cobre. En realidad se trataba de una bobina, pero el cable era tan fino y las vueltas eran tantas que a la vista de casi cualquiera era una lámina recta. Afortunadamente, para lo que importaba, no-. Tendría que hacer algunos ajustes, pero con un par de simulaciones creo que daremos con la fórmula.
Dejó ir al sinfoide y guio a Aki hasta la sala de impresión, un enorme espacio en el que se juntaban hasta setenta máquinas de tamaños colosales , al menos una veintena de ellas separadas a través de un muro de aerogel transparente. Eran las impresoras, capaces de crear nanotecnología las más precisas hasta enormes piezas de varios metros cuadrados de superficie las más grandes. Las que estaban en la sala por sí mismas trabajaban con plásticos y materiales de fundición sencilla, mientras que las otras eran impresoras de fragua. Las había llamado así dado que trabajaban con metal fundido, aunque también habría sido preciso el sobrenombre de deshidratantes. Y es que a pesar del aerogel, la sala alcanzaba los cuarenta grados como poco cuando trabajaban. O sea, que no se podía estar ahí.
Introdujo los datos de simulación para el mínimo tamaño consiguiendo un elipsoide de semieje y de al menos tres metros. Tuvo que hacer varios ajustes, y por momentos apuntó en una pizarra varios números -él podía calcular en pocos segundos datos que al ordenador le llevaría meses- que introdujo manualmente, llegando a una pequeña esfera con disgregación arácnida y activación por contacto. Para superar problemas posibles derivados como la potencial hipoxia o la inaudibilidad, añadió en el centro un filtro de aire. El tamaño crecía algo más, en medio centímetro de radio, pero no matarían a nadie accidentalmente.
- Vale, creo que esto podría funcionar.
Le explicó cómo funcionaba. Básicamente se apretaba el botón para que desplegase las patitas, se lanzaba contra una persona y al engancharse comenzaba a liberar energía, manteniendo en una "jaula" de vacío a casi cualquier individuo. Desde luego no funcionaría con la gente más fuerte, pero tampoco una celda al uso lo haría. Fácil, sencillo y para toda la familia. La distracción ya era otro asunto.
- Creo que nunca me he propuesto hacer algo así -reflexionó, en voz alta-, pero si quisiera hacerlo... Sería algo puntual, para escabullirnos. Eso, o...
No dijo nada, tan solo comenzó a trastear en un segundo ordenador mientras calculaba y corregía. Si quería obligar a que todo el mundo mirase, tenía que tratarse de algo lo suficientemente molesto como para tener que dedicar tiempo a arreglarlo. El problema era que también les molestaría a ellos, a no ser...
- No sería una única cosa, sino dos. Puedo armar una suerte de "bomba de ruido", que sería poco más que una radio a un volumen muy elevado dentro de un cascarón híper resistente. Y yo tengo una cosita... -Pulsó su colgante y siguió hablando, pero ningún sonido salió hasta que volvió a activarlo-. Impide que el sonido salga o entre, por lo que podríamos seguir comunicados en den den mushi sin resultar afectados por el pedo randomizado de Fang. -Fang era el dinosaurio de Berthil, y por mucho que lo negase, la razón por la que el insomnio había atacado a media tripulación hasta que lo dejaron definitivamente en el Ojo-. Aunque si tienes una idea mejor, te escucho.
Mientras ella pensaba él hizo dos cosas: Comenzó a preparar el nuevo complemento del M.I.D.O.R.I.M.A. y señaló a Aki con uno de los kawaiizadores que tenía por el escritorio.
- Qué bien te queda -se burló. Aún no entendía cuándo había decidido crear algo así, pero no se arrepentía lo más mínimo.
Aunque era más gracioso hacérselo a Berthil.
Aki D. Arlia
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fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
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Akuma no mi
Varios
Siguieron andando por el laboratorio, en compañía de taburetes y otros muebles con patas y bracitos de metal tremendamente afanados en sus correspondientes trabajos… fueran los que fueran.
-¿De verdad has construido tú todo esto? ¿Todos y cada uno?
No lo decía porque fuera o no capaz, sabía de sobras que sí, pero había tantas cosas mirara a donde mirara que simplemente no entendía de dónde demonios había sacado tiempo para crear tantos robots y máquinas. Que era el líder de la Revolución y por más que fueras atrás en el tiempo no se volvía alguien menos ocupado, tan solo cambiaban sus ocupaciones.
-Supongo que el cine y el teatro eran pasatiempos demasiado estables para ti.- comentó con una pequeña sonrisa.
Le había hecho caso y había pedido lo que se le viniera a la mente. Y contaba conque lograra construir algo así, pero desde luego no contaba con que ya lo tuviera o pudiera hacerlo en… bueno, minutos.
Agarró el aro de… ¿cobre? Que le tendía, un tanto escéptica pero más confusa que otra cosa. Cuando le señaló a otra sala se lo dejó sutilmente al bracito móvil del robot del que lo había sacado, para que lo devolviera a su sitio. Prefería quedarse con el producto terminado.
La nueva sala también estaba llena de máquinas y dividida en dos por un muro transparente de algo que no reconocía, pero que asumía que no debía tocar. Fuera lo que fuera no parecía muy estable y si giraba la cabeza de cierta forma casi parecía que no estaba allí. No, lo mejor era meterse las manos en los bolsillos. Menos mal que la bata llevaba unos incorporados, había pensado en todo.
Le dejó trabajar a gusto, sin decir nada, tan solo recibiendo los objetos cuando él los terminaba. Le gustaba verle ir de aquí para allá, completamente concentrado. Por otro lado, era increíble que de algo que se le había ocurrido hacía apenas nada, pudiera tenerlo ya en la mano. Podía esconderlo sin problemas y les ayudaría, no tenía ninguna duda. Era la jaula más eficiente a la que podían aspirar y, realmente, ¿para qué iban a necesitar una mejor?
Escuchó sus cavilaciones acerca del segundo y sus ojos se abrieron un poco al ver lo que hacía su colgante. Sin embargo, el asombro no tardó en ser sustituido por una sonrisa divertida.
-¿Tan pronto y ya vas a regalarme un colgante? No, eso es perfecto. Ambas cosas nos serán de utilidad.
De repente, agarró algo de su escritorio y le señaló con él. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que su ropa había cambiado. Se miró de arriba abajo, perpleja, antes de estallar en una carcajada.
-Mira, de esos también quiero uno, si puede ser. No puedo garantizarte que solo vaya a utilizarlo para cosas serias, pero… ¿por favor?
Habría intentado ponerle ojitos, pero todavía estaba a medio reírse. La capucha le quedaba cómicamente grande y todo el traje era absurdamente suave y esponjoso. Le encantaba.
-De todas formas, ya que has escogido mi ropa… me toca escoger la tuya.
Dejó que acabara de construir lo que necesitara antes de arrastrarle lejos de allí. Recorrieron de vuelta los pasillos de la cueva y acabaron en la vivienda del dragón, la pelirroja liderando el viaje. Tenía bastante claro su objetivo y no tardó en encontrarlo. El armario de Dexter. Había no pocos trajes y le llevó un par de minutos escoger, pero al final encontró el que quería y se lo dejó con cuidado en la cama. Le sonrió mientras le llevaba la corbata y se la ponía al cuello, dándole un pequeño beso antes de salir del cuarto. Si no lo hacía ahora, no lo haría en toda la noche y se retrasarían por la mañana. Era dolorosamente consciente de ello.
-Te espero fuera.- dijo guiñándole un ojo.
Era un buen traje. El azul no era demasiado llamativo y las rayas sutiles tan solo harían más relevante la bonita figura que tenía. Tenía ganas de verle y le costó no volver a entrar al cuarto, pero cerró los ojos y esperó, consciente de que valía la pena. Por todo.
-¿De verdad has construido tú todo esto? ¿Todos y cada uno?
No lo decía porque fuera o no capaz, sabía de sobras que sí, pero había tantas cosas mirara a donde mirara que simplemente no entendía de dónde demonios había sacado tiempo para crear tantos robots y máquinas. Que era el líder de la Revolución y por más que fueras atrás en el tiempo no se volvía alguien menos ocupado, tan solo cambiaban sus ocupaciones.
-Supongo que el cine y el teatro eran pasatiempos demasiado estables para ti.- comentó con una pequeña sonrisa.
Le había hecho caso y había pedido lo que se le viniera a la mente. Y contaba conque lograra construir algo así, pero desde luego no contaba con que ya lo tuviera o pudiera hacerlo en… bueno, minutos.
Agarró el aro de… ¿cobre? Que le tendía, un tanto escéptica pero más confusa que otra cosa. Cuando le señaló a otra sala se lo dejó sutilmente al bracito móvil del robot del que lo había sacado, para que lo devolviera a su sitio. Prefería quedarse con el producto terminado.
La nueva sala también estaba llena de máquinas y dividida en dos por un muro transparente de algo que no reconocía, pero que asumía que no debía tocar. Fuera lo que fuera no parecía muy estable y si giraba la cabeza de cierta forma casi parecía que no estaba allí. No, lo mejor era meterse las manos en los bolsillos. Menos mal que la bata llevaba unos incorporados, había pensado en todo.
Le dejó trabajar a gusto, sin decir nada, tan solo recibiendo los objetos cuando él los terminaba. Le gustaba verle ir de aquí para allá, completamente concentrado. Por otro lado, era increíble que de algo que se le había ocurrido hacía apenas nada, pudiera tenerlo ya en la mano. Podía esconderlo sin problemas y les ayudaría, no tenía ninguna duda. Era la jaula más eficiente a la que podían aspirar y, realmente, ¿para qué iban a necesitar una mejor?
Escuchó sus cavilaciones acerca del segundo y sus ojos se abrieron un poco al ver lo que hacía su colgante. Sin embargo, el asombro no tardó en ser sustituido por una sonrisa divertida.
-¿Tan pronto y ya vas a regalarme un colgante? No, eso es perfecto. Ambas cosas nos serán de utilidad.
De repente, agarró algo de su escritorio y le señaló con él. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que su ropa había cambiado. Se miró de arriba abajo, perpleja, antes de estallar en una carcajada.
-Mira, de esos también quiero uno, si puede ser. No puedo garantizarte que solo vaya a utilizarlo para cosas serias, pero… ¿por favor?
Habría intentado ponerle ojitos, pero todavía estaba a medio reírse. La capucha le quedaba cómicamente grande y todo el traje era absurdamente suave y esponjoso. Le encantaba.
-De todas formas, ya que has escogido mi ropa… me toca escoger la tuya.
Dejó que acabara de construir lo que necesitara antes de arrastrarle lejos de allí. Recorrieron de vuelta los pasillos de la cueva y acabaron en la vivienda del dragón, la pelirroja liderando el viaje. Tenía bastante claro su objetivo y no tardó en encontrarlo. El armario de Dexter. Había no pocos trajes y le llevó un par de minutos escoger, pero al final encontró el que quería y se lo dejó con cuidado en la cama. Le sonrió mientras le llevaba la corbata y se la ponía al cuello, dándole un pequeño beso antes de salir del cuarto. Si no lo hacía ahora, no lo haría en toda la noche y se retrasarían por la mañana. Era dolorosamente consciente de ello.
-Te espero fuera.- dijo guiñándole un ojo.
Era un buen traje. El azul no era demasiado llamativo y las rayas sutiles tan solo harían más relevante la bonita figura que tenía. Tenía ganas de verle y le costó no volver a entrar al cuarto, pero cerró los ojos y esperó, consciente de que valía la pena. Por todo.
Dexter Black
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- ¿Todos? No. -Se encogió de hombros-. Algunos están en griego.
Estaba seguro de que Aki conocía el chascarrillo, y puede que también la historia de amor detrás del cuento que lo guardaba. En ella, una bestia debía encontrar a alguien que la amara antes de una cierta edad, para lo que había recluido a su pretendiente en palacio, cual jilguero en una jaula de oro. No pudo evitar ver alguna que otra similitud entre esa historia y la que empezaba a surgir entre ellos, pero la pelirroja tenía mucho menos pelo que la bestia y él no sabía cantar, así que difícilmente podía hacerse una comparación en condiciones. En cualquier caso, le guiñó un ojo antes de ponerse manos a la obra.
Trabajar a su lado era, en cierto modo, relajante. A veces le dirigía miradas furtivas para comprobar que siguiese allí, sin caer rendida frente a los complejos cálculos que debía realizar y a su total inoperancia pedagógica. Aun así no parecía perder el interés, y la primera mariquita no tardó en salir perfectamente ensamblada de la zona de impresión. Pasó por seis baños de ajuste térmico para refrigerar los materiales sin provocar fatiga, y llegó a las manos de Aki, que parecía no dar crédito. Era como si sus ojos no terminasen de dar crédito a un proceso de creación tan veloz, pero guardaba un secreto: En realidad tenía años. En ciencia, así como en ingeniería, algo era totalmente original. Podía ameritarse cierta inventiva, claro que sí, pero había tanta infinidad de ingenios y recursos en sus estanterías que había creado gente antes que él... Bueno, en realidad, verlo así le quitaba mucho la magia. Si para la pelirroja, que no estaba intoxicada por enfrentarse a ese taller casi a diario, era impresionante, debía serlo. Los ojos, al fin y al cabo, rara vez mentían.
Siguió trabajando un rato antes de que perdiese la paciencia. No lo dijo, no se quejó, no tiró de él, pero a medida que el tiempo iba pasando podía notar que el tedio la sobrecogía. Lógico, por otro lado. El primer truco era impresionante, pero una vez todo era posible conocer los trucos del mago perdía encanto. Por eso dejó en cola un par de cosas, le tendió el pequeño artilugio nacido para molestar y se dejó arrastrar hasta el exterior del laboratorio.
- Espero que no sea una venganza -comentó, con fingido miedo, sabiendo que se lo merecía-. A mí no me quedan bien los pijamas de gatita.
La verdad era que estaba adorable. Y tapada. No podía decir que fuese más seguro que la bata, pero como mínimo era menos revelador. Daban ganas de achucharla y contarle un cuento antes de dormir, no de arrancárselo, lo cual teniendo en cuenta delante de quién estaba era una cierta ventaja. Sin embargo, no terminaba de saber si, en ese preciso instante, no habría preferido dejarse llevar en vez de esperar junto a la cama mientras ella hurgaba en su vestidor.
- ¡Más vale que no sea el de cebra! -gritó desde los pies de la cama. Hacía años, muchos quizá, había perdido una apuesta. Aún conservaba el traje, pero no se lo volvería a poner jamás.
El traje llegó. Azul noche con chaleco de cuatro botones. No era su favorito, era más de grises metálicos y negros, pero debía reconocer que le sentaba bien. Contrastaba y realzaba su mirada gris, que se potenciaba además con la corbata de estrellas. Esta última Aki optó por colocársela, anudando con los dedos y regalándole un beso en los labios. Quiso abrazarla entonces, pero se contuvo. Quiso que ella lo hiciera por él, pero ambos sabían que no era el momento. Y aún quedaba mucha noche por delante; más teniendo en cuenta que era por la mañana.
Se retiró cuidadosamente la corbata. También la ilusión que ocultaba su cuerpo desnudo. Se vistió desde los pies, primero uno y después el otro, eligiendo unos calzoncillos de blancor perlado para ir bajo los pantalones de línea perfecta e imperceptible raya vertical. También se puso la camisa, subió el cuello y ajustó el nudo antes de abotonarse, con cierta pereza, el chaleco. Tenía un toque satinado que en realidad le gustaba bastante, aunque había perdido la costumbre de vestir así y casi siempre optaba por el mismo: El que había llevado; el que siempre llevaba. Tal vez era hora de cambiar.
Aún con la chaqueta tirada en la cama entró a su vestidor y trató de secuestrarla en un abrazo desde la espalda, dedicándole un beso en la mejilla.
- Tienes un gusto estupendo -le dijo-. ¿Cuánto vas a saquear?
Estaba seguro de que Aki conocía el chascarrillo, y puede que también la historia de amor detrás del cuento que lo guardaba. En ella, una bestia debía encontrar a alguien que la amara antes de una cierta edad, para lo que había recluido a su pretendiente en palacio, cual jilguero en una jaula de oro. No pudo evitar ver alguna que otra similitud entre esa historia y la que empezaba a surgir entre ellos, pero la pelirroja tenía mucho menos pelo que la bestia y él no sabía cantar, así que difícilmente podía hacerse una comparación en condiciones. En cualquier caso, le guiñó un ojo antes de ponerse manos a la obra.
Trabajar a su lado era, en cierto modo, relajante. A veces le dirigía miradas furtivas para comprobar que siguiese allí, sin caer rendida frente a los complejos cálculos que debía realizar y a su total inoperancia pedagógica. Aun así no parecía perder el interés, y la primera mariquita no tardó en salir perfectamente ensamblada de la zona de impresión. Pasó por seis baños de ajuste térmico para refrigerar los materiales sin provocar fatiga, y llegó a las manos de Aki, que parecía no dar crédito. Era como si sus ojos no terminasen de dar crédito a un proceso de creación tan veloz, pero guardaba un secreto: En realidad tenía años. En ciencia, así como en ingeniería, algo era totalmente original. Podía ameritarse cierta inventiva, claro que sí, pero había tanta infinidad de ingenios y recursos en sus estanterías que había creado gente antes que él... Bueno, en realidad, verlo así le quitaba mucho la magia. Si para la pelirroja, que no estaba intoxicada por enfrentarse a ese taller casi a diario, era impresionante, debía serlo. Los ojos, al fin y al cabo, rara vez mentían.
Siguió trabajando un rato antes de que perdiese la paciencia. No lo dijo, no se quejó, no tiró de él, pero a medida que el tiempo iba pasando podía notar que el tedio la sobrecogía. Lógico, por otro lado. El primer truco era impresionante, pero una vez todo era posible conocer los trucos del mago perdía encanto. Por eso dejó en cola un par de cosas, le tendió el pequeño artilugio nacido para molestar y se dejó arrastrar hasta el exterior del laboratorio.
- Espero que no sea una venganza -comentó, con fingido miedo, sabiendo que se lo merecía-. A mí no me quedan bien los pijamas de gatita.
La verdad era que estaba adorable. Y tapada. No podía decir que fuese más seguro que la bata, pero como mínimo era menos revelador. Daban ganas de achucharla y contarle un cuento antes de dormir, no de arrancárselo, lo cual teniendo en cuenta delante de quién estaba era una cierta ventaja. Sin embargo, no terminaba de saber si, en ese preciso instante, no habría preferido dejarse llevar en vez de esperar junto a la cama mientras ella hurgaba en su vestidor.
- ¡Más vale que no sea el de cebra! -gritó desde los pies de la cama. Hacía años, muchos quizá, había perdido una apuesta. Aún conservaba el traje, pero no se lo volvería a poner jamás.
El traje llegó. Azul noche con chaleco de cuatro botones. No era su favorito, era más de grises metálicos y negros, pero debía reconocer que le sentaba bien. Contrastaba y realzaba su mirada gris, que se potenciaba además con la corbata de estrellas. Esta última Aki optó por colocársela, anudando con los dedos y regalándole un beso en los labios. Quiso abrazarla entonces, pero se contuvo. Quiso que ella lo hiciera por él, pero ambos sabían que no era el momento. Y aún quedaba mucha noche por delante; más teniendo en cuenta que era por la mañana.
Se retiró cuidadosamente la corbata. También la ilusión que ocultaba su cuerpo desnudo. Se vistió desde los pies, primero uno y después el otro, eligiendo unos calzoncillos de blancor perlado para ir bajo los pantalones de línea perfecta e imperceptible raya vertical. También se puso la camisa, subió el cuello y ajustó el nudo antes de abotonarse, con cierta pereza, el chaleco. Tenía un toque satinado que en realidad le gustaba bastante, aunque había perdido la costumbre de vestir así y casi siempre optaba por el mismo: El que había llevado; el que siempre llevaba. Tal vez era hora de cambiar.
Aún con la chaqueta tirada en la cama entró a su vestidor y trató de secuestrarla en un abrazo desde la espalda, dedicándole un beso en la mejilla.
- Tienes un gusto estupendo -le dijo-. ¿Cuánto vas a saquear?
Aki D. Arlia
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Se rió, claro. Conocía la historia y aunque veía a Dexter perfectamente capaz de cabrear a un hada, le faltaba pelo para ser una bestia. No mucho. Un poco.
Guardó la mariquita y el extraño puntero para hacer ropas bonitas entre sus ropas, como oro en paño. Eran regalos, al fin y al cabo y pensaba sacarles mucho uso.
Mientras esperaba a que Dexter saliera del cuarto, sin embargo, volvió a sacar la bolita, maravillada. Le había explicado su uso y lógicamente no iba a ser tan idiota de utilizarse de conejita de indias – iba de gatita, las orejas eran claramente diferentes – sí que tenía ganas de verla en acción. Nadie diría que era un invento hecho de forma apresurada. Cada cierre y cada línea eran firmes, bien trazadas. Todas las piezas encajaban a la perfección y el diseño de mariquita con puntitos negros era simplemente adorable. Sonrió un poco tontamente mientras volvía a guardarla, simplemente feliz. Le escuchó gritar y rió para sí, un tanto arrepentida de no haber escogido el de cebra. Había estado a punto, pero el azul era simplemente perfecto.
De repente, dos brazos fuertes la abrazaron desde atrás, secuestrándola. Se dejó hacer y cerró los ojos. Olía divinamente, aunque no habría sido capaz de decir a qué.
-¿Saquear? No te he elegido el traje para quitártelo, al menos no tan pronto.
Le miró divertida de arriba abajo. Lo cierto es que había escogido muy, muy bien. Luego cayó en que probablemente no hablaba de eso, o no estarían hablando tan tranquilamente. Tras un par de segundos, entendió a lo que se refería.
-Lo cierto es que solo pensaba escoger el de hoy, pero ahora que lo dices…
No podía aparecer con un traje tan bonito en Samirn. Basicamente porque llamaría muchísimo la atención. Volvió al armario, sospechando una cosa que no tardó en comprobar. En efecto pese a que era una colección bastante impresionante… nada de lo que había ahí le valía, al menos no si pretendían ir de incógnito. En la Fortaleza daría igual; allí había tan poca gente que todos se conocían. Pero en la ciudad, trajes de esa calidad solo conseguirían que algún pobre loco intentara desnudarle.
-A no ser que también tengas la Mágica Costurería de Dexter Marca Registrada, tendremos que buscar otra solución. Mientras pensamos… ¿te apetece dar un paseo?
No había estado mucho en el Ojo, desde luego no lo suficiente como para conocerlo de cabo a rabo. Sabía que él sí, pero era su casa. Dudaba que le aburriera. Una vez fuera, comenzaría a explicarle:
-No es que la gente allí no tenga trajes, pero tienden a vestir de forma más simple, la verdad. En realidad con buscar algo un tanto más discreto creo que no tendríamos ningún problema, pero desde luego era una buena excusa para venir a dar una vuelta.
Hacían una pareja bastante estrafalaria, él de etiqueta y ella todavía con el pijama de gatita. De todas formas, lo cierto es que estaba bastante cómoda. De repente, se dio cuenta de que había algo que quería saber.
-¿Cuál es tu sitio favorito de todo el Ojo? Quitando tu cueva, por supuesto.- Sonrió con tranquilidad. Aún quedaban varias horas para acercarse al cabaret y… quería saber más del dragón.
Guardó la mariquita y el extraño puntero para hacer ropas bonitas entre sus ropas, como oro en paño. Eran regalos, al fin y al cabo y pensaba sacarles mucho uso.
Mientras esperaba a que Dexter saliera del cuarto, sin embargo, volvió a sacar la bolita, maravillada. Le había explicado su uso y lógicamente no iba a ser tan idiota de utilizarse de conejita de indias – iba de gatita, las orejas eran claramente diferentes – sí que tenía ganas de verla en acción. Nadie diría que era un invento hecho de forma apresurada. Cada cierre y cada línea eran firmes, bien trazadas. Todas las piezas encajaban a la perfección y el diseño de mariquita con puntitos negros era simplemente adorable. Sonrió un poco tontamente mientras volvía a guardarla, simplemente feliz. Le escuchó gritar y rió para sí, un tanto arrepentida de no haber escogido el de cebra. Había estado a punto, pero el azul era simplemente perfecto.
De repente, dos brazos fuertes la abrazaron desde atrás, secuestrándola. Se dejó hacer y cerró los ojos. Olía divinamente, aunque no habría sido capaz de decir a qué.
-¿Saquear? No te he elegido el traje para quitártelo, al menos no tan pronto.
Le miró divertida de arriba abajo. Lo cierto es que había escogido muy, muy bien. Luego cayó en que probablemente no hablaba de eso, o no estarían hablando tan tranquilamente. Tras un par de segundos, entendió a lo que se refería.
-Lo cierto es que solo pensaba escoger el de hoy, pero ahora que lo dices…
No podía aparecer con un traje tan bonito en Samirn. Basicamente porque llamaría muchísimo la atención. Volvió al armario, sospechando una cosa que no tardó en comprobar. En efecto pese a que era una colección bastante impresionante… nada de lo que había ahí le valía, al menos no si pretendían ir de incógnito. En la Fortaleza daría igual; allí había tan poca gente que todos se conocían. Pero en la ciudad, trajes de esa calidad solo conseguirían que algún pobre loco intentara desnudarle.
-A no ser que también tengas la Mágica Costurería de Dexter Marca Registrada, tendremos que buscar otra solución. Mientras pensamos… ¿te apetece dar un paseo?
No había estado mucho en el Ojo, desde luego no lo suficiente como para conocerlo de cabo a rabo. Sabía que él sí, pero era su casa. Dudaba que le aburriera. Una vez fuera, comenzaría a explicarle:
-No es que la gente allí no tenga trajes, pero tienden a vestir de forma más simple, la verdad. En realidad con buscar algo un tanto más discreto creo que no tendríamos ningún problema, pero desde luego era una buena excusa para venir a dar una vuelta.
Hacían una pareja bastante estrafalaria, él de etiqueta y ella todavía con el pijama de gatita. De todas formas, lo cierto es que estaba bastante cómoda. De repente, se dio cuenta de que había algo que quería saber.
-¿Cuál es tu sitio favorito de todo el Ojo? Quitando tu cueva, por supuesto.- Sonrió con tranquilidad. Aún quedaban varias horas para acercarse al cabaret y… quería saber más del dragón.
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Acarició su vientre mientras la abrazaba, sintiendo entre los dedos el tacto suave de su ropa. Un par de veces pellizcó las dos o tres arrugas que se formaban en la tela, estirándolas después al tiempo que, con cuanto descaro pudo, iba sembrando besos tenues en sus intensos labios. Ella mantuvo los ojos cerrados y el cuerpo dispuesto, pegando la espalda contra su pecho y moviendo su cuello de cisne al ritmo que iban marcando, hasta que el tiempo volvió a avanzar, y el espacio volvió a importar. Él detuvo sus caricias, y ella huyó de su presa. Se dio la vuelta a distancia corta, pero segura, y comprobó con una mezcla de orgullo y satisfacción el traje que había elegido para él.
Sin embargo, algo llamó su atención. No era el disfraz de gato -aunque solo Aki podía hacer parecer inapropiado un pijama como ese-, sino que había malinterpretado a la pelirroja en cuanto a sus intenciones respecto al vestidor que había invadido. Si bien Dexter habría esperado que optase por preparar todo lo que desearía verle puesto en el viaje que estaba por llegar, ella se había quedado en las prendas que quería verle durante ese día y arrancarle durante esa noche. No pudo evitar reírse ante el malentendido mientras reflexionaba, aunque había cierta verdad detrás de lo que decía: Si Samirn era una isla pobre, o al menos la mayoría de sus habitantes lo eran, cualquiera que fuese la ropa que guardaba en sus armarios, solo valdría para llamar más la atención. Que no era como si un hombre de más de dos metros y cabello a dos colores resultase muy discreto, pero tampoco era cuestión de ponerse luces de neón gritando "estoy aquí".
- Tengo un maletín de costura, pero no se me da muy bien. -Se llevó la mano al mentón, fingiendo pensar al respecto-. ¡Justo eso es lo que necesitamos!
No ocultó su risa cuando pasaron unos segundos, ni la sonrisa de idiota que se le quedó después. A todo el mundo le gustaban de vez en cuando los chistes malos, y para ese momento... Bueno, podía tomarse las cosas con humor, por una vez. Estar cerca de Aki le ponía de buen humor, de alguna forma, y aunque estuviesen a punto de aventurarse en una peligrosa misión no podía evitar sentirlo como un viaje más. Bueno, no. No era uno más. Programaban un asalto como unas vacaciones, conscientes del riesgo pero más interesados en ello casi como una excusa para condensar aquella nube de sentimientos encontrados; podía desvanecerse como la llovizna, pero también podrían terminar dibujando corazones en el vaho de las ventanas.
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso -aunque tampoco era como si pensar en ello fuese a arrojar una respuesta-. Asintió a Aki enérgicamente y la guio hacia el exterior, esa vez subiendo de nuevo las escaleras que había descendido la primera vez. Aunque había instalado un ascensor para subir hasta la cima seguía prefiriendo utilizar aquel pasadizo acaracolado. No habría sabido explicarlo, pero disfrutaba de ello. Además, de ese modo iba explicando planta a planta cada uno de los niveles de la montaña, incluyendo la Cúpula de la Creación: Su suelo, el más grueso de todos los niveles, abarcaba setenta de los seiscientos metros que medía el Colmillo, y el circuito de agua corría, alimentando raíces de árboles profundos, a hasta sesenta de ellos. Se trataba de un espacio verde, alumbrado a ciclos regulares de día y noche lleno de vegetación de toda clase, mucha de ella imposible de encontrar en el resto de la isla y algunas especies, simplemente, únicas. En su bosque personal había formado un ecosistema funcional, un mundo en miniatura en el que poder perderse y meditar tranquilo entre flora y fauna salvaje; un lugar pequeño y acogedor, pero al mismo tiempo gigantesco.
- Es una semiesfera autosustentable -explicó-. Necesité ayuda de un centenar de expertos para crear un bioma de equilibrio absoluto.
Le explicó cómo funcionaba. También, a grandes rasgos, cómo estaba constituida la estructura del Colmillo. Siete niveles, gruesos muros de roca y una espiral de seiscientos treinta y siete metros que comunicaba el punto más bajo -la guarida- con el más alto -la entrada-, a unos cincuenta metros de la cima. Se ahorró explicar la compleja maquinaria de peso indeterminado que había tenido que fabricar para mantenerse en forma -potencialmente era un peso ilimitado, aunque no tenía energía suficiente como para alimentarla tanto-, pero repasó con cierto orgullo algunos de sus trofeos en la sala de reuniones, en el nivel previo a la salida.
Cuando por fin salieron el viento era más suave de lo normal. Habitualmente la cima estaba cubierta por remanentes del viejo tornado que daba nombre a la isla, pero en esa ocasión fluía pausadamente, como brisa primaveral. Aun así fue suficiente para echar atrás la capucha de Aki y sacar a relucir su cabello pelirrojo. Se sorprendió a sí mismo sonriendo, una vez más, como un idiota.
- ¿Mi lugar favorito? -Era una pregunta difícil, aunque tenía algo en mente-. Cierra los ojos y te lo enseño.
Esperó a que lo hiciese, y la tomó en brazos. Aferró su cuerpo con fuerza mientras desplegaba las alas y echó a volar, planeando hacia el único lugar que se mantenía inalterado desde su llegada a la isla, hacía ya muchos tiempo. Se trataba de un manantial al sureste de la isla, alejado de los ríos y perdido en medio de un claro de bosque. El agua termal y la foresta de color violáceo que lo rodeaba hacían del espacio un sitio peculiar, agradable y del que gustaba visitar de vez en cuando. No tenía mucho más que ofrecer fuera de paz y calma, pero era lo que más solía necesitar.
- Ya puedes abrir -susurró en su oído, sin soltarla todavía-. Pero ten cuidado, corres riesgo de enamorarte.
Sin embargo, algo llamó su atención. No era el disfraz de gato -aunque solo Aki podía hacer parecer inapropiado un pijama como ese-, sino que había malinterpretado a la pelirroja en cuanto a sus intenciones respecto al vestidor que había invadido. Si bien Dexter habría esperado que optase por preparar todo lo que desearía verle puesto en el viaje que estaba por llegar, ella se había quedado en las prendas que quería verle durante ese día y arrancarle durante esa noche. No pudo evitar reírse ante el malentendido mientras reflexionaba, aunque había cierta verdad detrás de lo que decía: Si Samirn era una isla pobre, o al menos la mayoría de sus habitantes lo eran, cualquiera que fuese la ropa que guardaba en sus armarios, solo valdría para llamar más la atención. Que no era como si un hombre de más de dos metros y cabello a dos colores resultase muy discreto, pero tampoco era cuestión de ponerse luces de neón gritando "estoy aquí".
- Tengo un maletín de costura, pero no se me da muy bien. -Se llevó la mano al mentón, fingiendo pensar al respecto-. ¡Justo eso es lo que necesitamos!
No ocultó su risa cuando pasaron unos segundos, ni la sonrisa de idiota que se le quedó después. A todo el mundo le gustaban de vez en cuando los chistes malos, y para ese momento... Bueno, podía tomarse las cosas con humor, por una vez. Estar cerca de Aki le ponía de buen humor, de alguna forma, y aunque estuviesen a punto de aventurarse en una peligrosa misión no podía evitar sentirlo como un viaje más. Bueno, no. No era uno más. Programaban un asalto como unas vacaciones, conscientes del riesgo pero más interesados en ello casi como una excusa para condensar aquella nube de sentimientos encontrados; podía desvanecerse como la llovizna, pero también podrían terminar dibujando corazones en el vaho de las ventanas.
Sacudió la cabeza. No era momento de pensar en eso -aunque tampoco era como si pensar en ello fuese a arrojar una respuesta-. Asintió a Aki enérgicamente y la guio hacia el exterior, esa vez subiendo de nuevo las escaleras que había descendido la primera vez. Aunque había instalado un ascensor para subir hasta la cima seguía prefiriendo utilizar aquel pasadizo acaracolado. No habría sabido explicarlo, pero disfrutaba de ello. Además, de ese modo iba explicando planta a planta cada uno de los niveles de la montaña, incluyendo la Cúpula de la Creación: Su suelo, el más grueso de todos los niveles, abarcaba setenta de los seiscientos metros que medía el Colmillo, y el circuito de agua corría, alimentando raíces de árboles profundos, a hasta sesenta de ellos. Se trataba de un espacio verde, alumbrado a ciclos regulares de día y noche lleno de vegetación de toda clase, mucha de ella imposible de encontrar en el resto de la isla y algunas especies, simplemente, únicas. En su bosque personal había formado un ecosistema funcional, un mundo en miniatura en el que poder perderse y meditar tranquilo entre flora y fauna salvaje; un lugar pequeño y acogedor, pero al mismo tiempo gigantesco.
- Es una semiesfera autosustentable -explicó-. Necesité ayuda de un centenar de expertos para crear un bioma de equilibrio absoluto.
Le explicó cómo funcionaba. También, a grandes rasgos, cómo estaba constituida la estructura del Colmillo. Siete niveles, gruesos muros de roca y una espiral de seiscientos treinta y siete metros que comunicaba el punto más bajo -la guarida- con el más alto -la entrada-, a unos cincuenta metros de la cima. Se ahorró explicar la compleja maquinaria de peso indeterminado que había tenido que fabricar para mantenerse en forma -potencialmente era un peso ilimitado, aunque no tenía energía suficiente como para alimentarla tanto-, pero repasó con cierto orgullo algunos de sus trofeos en la sala de reuniones, en el nivel previo a la salida.
Cuando por fin salieron el viento era más suave de lo normal. Habitualmente la cima estaba cubierta por remanentes del viejo tornado que daba nombre a la isla, pero en esa ocasión fluía pausadamente, como brisa primaveral. Aun así fue suficiente para echar atrás la capucha de Aki y sacar a relucir su cabello pelirrojo. Se sorprendió a sí mismo sonriendo, una vez más, como un idiota.
- ¿Mi lugar favorito? -Era una pregunta difícil, aunque tenía algo en mente-. Cierra los ojos y te lo enseño.
Esperó a que lo hiciese, y la tomó en brazos. Aferró su cuerpo con fuerza mientras desplegaba las alas y echó a volar, planeando hacia el único lugar que se mantenía inalterado desde su llegada a la isla, hacía ya muchos tiempo. Se trataba de un manantial al sureste de la isla, alejado de los ríos y perdido en medio de un claro de bosque. El agua termal y la foresta de color violáceo que lo rodeaba hacían del espacio un sitio peculiar, agradable y del que gustaba visitar de vez en cuando. No tenía mucho más que ofrecer fuera de paz y calma, pero era lo que más solía necesitar.
- Ya puedes abrir -susurró en su oído, sin soltarla todavía-. Pero ten cuidado, corres riesgo de enamorarte.
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Parar para robarle unos segundos o unos minutos al mundo comenzaba a ser costumbre. Un beso aquí, una caricia allá. ¿En qué momento se habían vuelto esos labios tan familiares? Le gustaba su tacto. Empezaba a sentirse a gusto de una forma diferente, aunque no habría sabido ponerle palabras. No era amor, no era lujuria. Podría ser cercanía, pero se sentía más complejo. Quizá lo más sencillo sería llamarle lo que era: un principio. De algo bueno, de algo malo, de una apasionante historia. De una nueva página, un capítulo inesperado. Un precioso regalo.
Se la llevó de allí. Le siguió de buen grado y antes de que pudiera darse cuenta, estaban paseando entre los árboles. ¿No estaban dentro todavía? Echó un vistazo al lugar del que habían salido, antes de cogerle la mano y seguirle. Comenzó a explicarle todo lo que había tenido que hacer para crear ese sitio. Mirase a donde mirase había verde y vida. Sonrió, encantada. Así que este era el tipo de cosas que podías hacer cuando tenías tiempo, dinero y poder. Adoraba el Loreley, pero el bosque del Colmillo hizo que empezara a pensar en qué cosas quería hacer de Samirn una vez la recuperara. Era estúpido negar que estaba atada a la isla y por más que le encantara navegar, quería que fuera bonita. Bonita y fuerte, segura y bien protegida para todos los que vivían en ella.
Sabía que había hecho bien en su día pidiéndole ayuda a Dexter. El Ojo era todo lo que habría querido para los suyos y solo el hecho de que existiera le llenaba de determinación hacia la tarea que tenían por delante.
Por otro lado… no quería apresurarse. Continuaron subiendo y en lo más alto, el viento le hizo sonreír. ¿Por qué no disfrutar? Nada iba a cambiar en unas horas. Podían permitírselo y amargar el tiempo haciendo planes que podían hacer más tarde no beneficiaba a nadie. No, en lugar de eso, por una vez, quería hundirse en el presente.
Le pidió que cerrara los ojos y lo hizo. Se dejó coger en brazos mientras una sonrisa tonta le llegaba a la cara y entrelazó las manos por detrás de su cuello, apoyándose en él mientras echaban a volar. Había volado de bastantes maneras y definitivamente su favorita eran sus propias alas, pero allí, ligeramente acurrucada, con el viento acariciándole un tanto agresivamente, sin ver nada y sintiéndolo todo, se había ganado un merecido segundo puesto.
Abrió los ojos tras su susurro, parpadeando un par de veces antes de formar una perfecta ‘’o’’ con la boca. Estaban en un pedazo del paraíso. Un claro de bosque y un manantial de agua cristalina les contemplaban pacíficamente, esperando a ver qué hacían. Bajó de los brazos de Dexter y dio un par de pasos curiosos, examinando el paisaje. Se agachó en la orilla y acarició el agua con la mano, maravillada.
-Puedo entender por qué te gusta.- dijo mientras sonreía.- No es suficiente para enamorarme, pero desde luego se queda cerca.- añadió mirándole con travesura en la mirada.
Era un lugar precioso, no había más que decir. Le daban ganas de tumbarse en la hierba y simplemente empaparse de todo lo que tenían a su alrededor. En lugar de eso, volvió a cogerle de la mano y se sentó con el contra un árbol, acariciando con la otra mano un ramillete de pequeñas flores violetas.
-Es precioso. Gracias por enseñármelo.
Quería besarle. Y en aquel momento, al intentar pensar en alguna razón por la que no debería hacerlo, se quedó en blanco. Sonriendo por ello, lo hizo. Despacio, con cariño. Con agradecimiento. No solo por la vista, sino por las horas regaladas. Por los momentos robados y los recuerdos que quería atesorar con ahínco.
Se quitó los zapatos y se arremangó el pijama de gatita, metiendo los pies en el agua y chapoteanod un poquitito al notar lo fresca que estaba.
-¡Así da gusto!
Lo daba.
Se la llevó de allí. Le siguió de buen grado y antes de que pudiera darse cuenta, estaban paseando entre los árboles. ¿No estaban dentro todavía? Echó un vistazo al lugar del que habían salido, antes de cogerle la mano y seguirle. Comenzó a explicarle todo lo que había tenido que hacer para crear ese sitio. Mirase a donde mirase había verde y vida. Sonrió, encantada. Así que este era el tipo de cosas que podías hacer cuando tenías tiempo, dinero y poder. Adoraba el Loreley, pero el bosque del Colmillo hizo que empezara a pensar en qué cosas quería hacer de Samirn una vez la recuperara. Era estúpido negar que estaba atada a la isla y por más que le encantara navegar, quería que fuera bonita. Bonita y fuerte, segura y bien protegida para todos los que vivían en ella.
Sabía que había hecho bien en su día pidiéndole ayuda a Dexter. El Ojo era todo lo que habría querido para los suyos y solo el hecho de que existiera le llenaba de determinación hacia la tarea que tenían por delante.
Por otro lado… no quería apresurarse. Continuaron subiendo y en lo más alto, el viento le hizo sonreír. ¿Por qué no disfrutar? Nada iba a cambiar en unas horas. Podían permitírselo y amargar el tiempo haciendo planes que podían hacer más tarde no beneficiaba a nadie. No, en lugar de eso, por una vez, quería hundirse en el presente.
Le pidió que cerrara los ojos y lo hizo. Se dejó coger en brazos mientras una sonrisa tonta le llegaba a la cara y entrelazó las manos por detrás de su cuello, apoyándose en él mientras echaban a volar. Había volado de bastantes maneras y definitivamente su favorita eran sus propias alas, pero allí, ligeramente acurrucada, con el viento acariciándole un tanto agresivamente, sin ver nada y sintiéndolo todo, se había ganado un merecido segundo puesto.
Abrió los ojos tras su susurro, parpadeando un par de veces antes de formar una perfecta ‘’o’’ con la boca. Estaban en un pedazo del paraíso. Un claro de bosque y un manantial de agua cristalina les contemplaban pacíficamente, esperando a ver qué hacían. Bajó de los brazos de Dexter y dio un par de pasos curiosos, examinando el paisaje. Se agachó en la orilla y acarició el agua con la mano, maravillada.
-Puedo entender por qué te gusta.- dijo mientras sonreía.- No es suficiente para enamorarme, pero desde luego se queda cerca.- añadió mirándole con travesura en la mirada.
Era un lugar precioso, no había más que decir. Le daban ganas de tumbarse en la hierba y simplemente empaparse de todo lo que tenían a su alrededor. En lugar de eso, volvió a cogerle de la mano y se sentó con el contra un árbol, acariciando con la otra mano un ramillete de pequeñas flores violetas.
-Es precioso. Gracias por enseñármelo.
Quería besarle. Y en aquel momento, al intentar pensar en alguna razón por la que no debería hacerlo, se quedó en blanco. Sonriendo por ello, lo hizo. Despacio, con cariño. Con agradecimiento. No solo por la vista, sino por las horas regaladas. Por los momentos robados y los recuerdos que quería atesorar con ahínco.
Se quitó los zapatos y se arremangó el pijama de gatita, metiendo los pies en el agua y chapoteanod un poquitito al notar lo fresca que estaba.
-¡Así da gusto!
Lo daba.
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Sonrió. Se estaba acostumbrando demasiado a hacerlo, aunque no tenía por qué ser malo. Tenía que terminar de comprender el por qué de aquella sensación, más allá de las nebulosas erótico-sentimentales que rodeaban cada encuentro juntos. ¿Por qué con ella cerca se sentía bien? Con otra gente había deseado estar bien, pero por primera vez en mucho tiempo la posibilidad era real y no una ilusión vacua. Aki se parecía, más por lo que él veía que por lo que era, al pastel tras una buena comida y no a la adrenalina de una droga. Aunque era una, en cierto modo.
Se fijó bien en ella mientras dejaba que lo guiase. Gatita gris que encerraba a un demonio pelirrojo, con ojos de ángel e intenciones tan oscuras como la luz que reflejaba en sus pupilas. Brillaba como una estrella, incluso durante el tiempo que su cabello se quiso teñir como el carbón más oscuro, grabando el oro a fuego con sus labios. No pudo evitar sentarse junto a ella cuando tiró de él; tampoco rechazarla cuando lo procuró para un beso que empezaba a ser costumbre. Una buena costumbre, en cualquier caso. No había ninguna razón para no dejarse llevar por el deseo, pero imperó el respeto frente a la pasión, y sus bocas rodaron poco a poco mientras se decían en una lengua que ninguno hablaba cosas que no terminaban de entender, pero que si no pensaban entendían. Con los ojos cerrados y Aki pecho contra pecho aún la veía, buscando el tacto de su piel y amoldándose a sus manos desnudas, inquietas, cálidas contra la tibia perfección de su cintura. Eso... Eso sí era un beso.
- Gracias a ti por disfrutarlo.
No mucha gente pasaba por ahí. Tampoco mucha gente lo acompañaba normalmente. Los aborígenes habían visto en él una suerte de ente deífico, un ser capaz de hazañas gloriosas, pero también habían sufrido la ira del gran tornado durante generaciones. Para ellos el Bondye, la encarnación de su deidad, era algo a lo que uno podía consagrar el alma, pero no alguien a quien uno desearía arriesgarse a enfadar. Su tripulación -si es que aún podía ser llamada así- era poco más ya que un recuerdo lejano, dividida entre la cúpula revolucionaria y el baluarte fiordiano, con Midorima y Akane infiltrados en el Cipher Pol. A veces no podía evitar pensar que cada uno había dado un motivo, pero el verdadero e inconfesable era, y siempre sería, el mismo que tenían los nativos: Nadie quería arriesgarse a estar cerca de él.
Pero Aki sí. No terminaba de entenderlo, pero solo era una cosa más que poner en la lista. Con el tiempo lo comprendería o, por el contrario, dejaría de tener importancia. Si es que en algún momento la tuvo.
Dejó que se quitase los zapatos y se refrescase los pies en el agua templada, pero no la imitó. Se limitó a verla jugar, divertida, y a sonreír tontamente mientras la miraba. Ni siquiera pensó en nada mientras la observaba, absorto en sus maltratados pies de bailarina, tan llenos de callos y heridas curadas como las manos del dragón. Daba igual cuánto las cuidasen, esas heridas nunca desaparecerían, pero eran testigo de todo lo que habían avanzado; eran la prueba contundente de que habían sobrevivido.
- Lo da -concedió, finalmente. Le gustaba verla sonreír, también saber que estaba alegre. No siempre era capaz de ignorar todo lo que las voces de Aki susurraban, pero cuando eso pasaba prefería no verla hundida en una tormenta de preocupación-. Aunque... Hay algo que da mucho más gusto. -La miró con travesura en los ojos- ¿Sabes qué da más gusto?
Ambos sabían lo que venía a continuación. Estaban solos, lejos de cualquier mirada indiscreta, arrullados por el canto de los pájaros y guarnecidos por las copas de los árboles. Le dio un toque con la nariz en la suya, suavemente, apenas rozándose las puntas. También entrecerró los ojos con perspicacia, sonriendo en el sentido más audaz, e introdujo la mano en el agua, descargando sobre ella una ligera salpicadura antes de alejarse un poco, sin parar de reírse.
Tenía razón, aquello daba gusto. Ser malo, todavía más.
Se fijó bien en ella mientras dejaba que lo guiase. Gatita gris que encerraba a un demonio pelirrojo, con ojos de ángel e intenciones tan oscuras como la luz que reflejaba en sus pupilas. Brillaba como una estrella, incluso durante el tiempo que su cabello se quiso teñir como el carbón más oscuro, grabando el oro a fuego con sus labios. No pudo evitar sentarse junto a ella cuando tiró de él; tampoco rechazarla cuando lo procuró para un beso que empezaba a ser costumbre. Una buena costumbre, en cualquier caso. No había ninguna razón para no dejarse llevar por el deseo, pero imperó el respeto frente a la pasión, y sus bocas rodaron poco a poco mientras se decían en una lengua que ninguno hablaba cosas que no terminaban de entender, pero que si no pensaban entendían. Con los ojos cerrados y Aki pecho contra pecho aún la veía, buscando el tacto de su piel y amoldándose a sus manos desnudas, inquietas, cálidas contra la tibia perfección de su cintura. Eso... Eso sí era un beso.
- Gracias a ti por disfrutarlo.
No mucha gente pasaba por ahí. Tampoco mucha gente lo acompañaba normalmente. Los aborígenes habían visto en él una suerte de ente deífico, un ser capaz de hazañas gloriosas, pero también habían sufrido la ira del gran tornado durante generaciones. Para ellos el Bondye, la encarnación de su deidad, era algo a lo que uno podía consagrar el alma, pero no alguien a quien uno desearía arriesgarse a enfadar. Su tripulación -si es que aún podía ser llamada así- era poco más ya que un recuerdo lejano, dividida entre la cúpula revolucionaria y el baluarte fiordiano, con Midorima y Akane infiltrados en el Cipher Pol. A veces no podía evitar pensar que cada uno había dado un motivo, pero el verdadero e inconfesable era, y siempre sería, el mismo que tenían los nativos: Nadie quería arriesgarse a estar cerca de él.
Pero Aki sí. No terminaba de entenderlo, pero solo era una cosa más que poner en la lista. Con el tiempo lo comprendería o, por el contrario, dejaría de tener importancia. Si es que en algún momento la tuvo.
Dejó que se quitase los zapatos y se refrescase los pies en el agua templada, pero no la imitó. Se limitó a verla jugar, divertida, y a sonreír tontamente mientras la miraba. Ni siquiera pensó en nada mientras la observaba, absorto en sus maltratados pies de bailarina, tan llenos de callos y heridas curadas como las manos del dragón. Daba igual cuánto las cuidasen, esas heridas nunca desaparecerían, pero eran testigo de todo lo que habían avanzado; eran la prueba contundente de que habían sobrevivido.
- Lo da -concedió, finalmente. Le gustaba verla sonreír, también saber que estaba alegre. No siempre era capaz de ignorar todo lo que las voces de Aki susurraban, pero cuando eso pasaba prefería no verla hundida en una tormenta de preocupación-. Aunque... Hay algo que da mucho más gusto. -La miró con travesura en los ojos- ¿Sabes qué da más gusto?
Ambos sabían lo que venía a continuación. Estaban solos, lejos de cualquier mirada indiscreta, arrullados por el canto de los pájaros y guarnecidos por las copas de los árboles. Le dio un toque con la nariz en la suya, suavemente, apenas rozándose las puntas. También entrecerró los ojos con perspicacia, sonriendo en el sentido más audaz, e introdujo la mano en el agua, descargando sobre ella una ligera salpicadura antes de alejarse un poco, sin parar de reírse.
Tenía razón, aquello daba gusto. Ser malo, todavía más.
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Era idiota. Se le había quedado mirando con curiosidad, como si no pasara nada, pese a que no se había metido al agua con ella. Debería haberlo sabido. ¿En qué momento había bajado la guardia? El agua mojó su cara sin que le diera tiempo ni siquiera a poner la mano delante. Parpadeó, perpleja al principio, antes de sonreír de oreja a oreja.
No dudó ni un momento en devolverle el golpe, o al menos intentarlo. Iba a empaparle y tirarle al agua, lo tenía muy claro. Le persiguió mientras le oía reírse y sintió que algo se agitaba dentro de ella. Haciendo oídos sordos, hizo un pocillo con las palmas de las manos para tirárselo a la cara, o al pecho. A dónde llegara. Solo quería hacerle pagar por tamaña traición. Ella ahí confiando en él, dejando que se acercase, tan solo para caer en un truco tan sucio.
En realidad, estaba encantada. No tardó en volver a quedar entre sus brazos, más mojada que él pero ambos riendo sin parar. Durante unos segundos, todo fue perfecto. Y cuando lograron parar de reír y volver a besarse, todo fue todavía mejor.
No había nadie por allí. Le miró a los ojos y supo lo que quería, al menos en aquel momento. Logró tirarle a la hierba, simplemente por el hecho de que tenía un buen motivo para querer estar tumbado. Sonrió, tapándole el sol y con una sonrisa traviesa, le agarró una muñeca.
-Te voy a explicar lo que ocurre con la gente que me traiciona.
Y… se lo explicó. Se lo explicó larga y detalladamente, asegurándose de que entendiera cada detalle y de que no fuera a volver a caer en tamaña deshonra. Para cuando la clase hubo terminado, ya no había pijama de gatita y el agua que tenían al lado parecía todavía más deliciosa que cuando habían llegado.
La pelirroja no tardó en tirarse de cabeza, pero sabía que no podía quedarse ahí toda la tarde. Tenían más cosas que hacer y más pronto que tarde, tuvieron que abandonar su pedacito de cielo.
En el Ojo había bastantes boutiques, pero por las mismas razones que el vestidor de Dexter, quedaban descartadas. Era cierto que entre su vestido negro y el traje de etiqueta del dragón destacaban un poco en el Zora en el que habían terminado, pero era por el bien mayor.
Aki paseaba por las diversas islas del lugar con ojo profesional, cogiendo prendas tanto femeninas como masculinas. Le había dicho a Dexter que hiciera lo mismo; así ambos tendrían alguna que otra sorpresa un día que no se esperaran. Era ropa simple, buena, pero no duradera. Intentaba evitar los colores llamativos, pero buscaba prendas cómodas. Faldas que le ocultaran los cuchillos pero le dejaran libertad de movimiento. Camisetas sin manga pero con capucha, o simples tops de manga larga. Vestidos sencillos, sin mucho por lo que destacar. No era lo mejor y precisamente por eso, era perfecto.
Una vez hubo reunido su montoncito, fue a buscar al dragón con una pequeña sonrisa.
-Yo invito a esta ronda, lo tuyo y lo mío. A cambio, tú me invitas a una copa cuando lleguemos al cabaret. ¿Tenemos un trato?
No dudó ni un momento en devolverle el golpe, o al menos intentarlo. Iba a empaparle y tirarle al agua, lo tenía muy claro. Le persiguió mientras le oía reírse y sintió que algo se agitaba dentro de ella. Haciendo oídos sordos, hizo un pocillo con las palmas de las manos para tirárselo a la cara, o al pecho. A dónde llegara. Solo quería hacerle pagar por tamaña traición. Ella ahí confiando en él, dejando que se acercase, tan solo para caer en un truco tan sucio.
En realidad, estaba encantada. No tardó en volver a quedar entre sus brazos, más mojada que él pero ambos riendo sin parar. Durante unos segundos, todo fue perfecto. Y cuando lograron parar de reír y volver a besarse, todo fue todavía mejor.
No había nadie por allí. Le miró a los ojos y supo lo que quería, al menos en aquel momento. Logró tirarle a la hierba, simplemente por el hecho de que tenía un buen motivo para querer estar tumbado. Sonrió, tapándole el sol y con una sonrisa traviesa, le agarró una muñeca.
-Te voy a explicar lo que ocurre con la gente que me traiciona.
Y… se lo explicó. Se lo explicó larga y detalladamente, asegurándose de que entendiera cada detalle y de que no fuera a volver a caer en tamaña deshonra. Para cuando la clase hubo terminado, ya no había pijama de gatita y el agua que tenían al lado parecía todavía más deliciosa que cuando habían llegado.
La pelirroja no tardó en tirarse de cabeza, pero sabía que no podía quedarse ahí toda la tarde. Tenían más cosas que hacer y más pronto que tarde, tuvieron que abandonar su pedacito de cielo.
En el Ojo había bastantes boutiques, pero por las mismas razones que el vestidor de Dexter, quedaban descartadas. Era cierto que entre su vestido negro y el traje de etiqueta del dragón destacaban un poco en el Zora en el que habían terminado, pero era por el bien mayor.
Aki paseaba por las diversas islas del lugar con ojo profesional, cogiendo prendas tanto femeninas como masculinas. Le había dicho a Dexter que hiciera lo mismo; así ambos tendrían alguna que otra sorpresa un día que no se esperaran. Era ropa simple, buena, pero no duradera. Intentaba evitar los colores llamativos, pero buscaba prendas cómodas. Faldas que le ocultaran los cuchillos pero le dejaran libertad de movimiento. Camisetas sin manga pero con capucha, o simples tops de manga larga. Vestidos sencillos, sin mucho por lo que destacar. No era lo mejor y precisamente por eso, era perfecto.
Una vez hubo reunido su montoncito, fue a buscar al dragón con una pequeña sonrisa.
-Yo invito a esta ronda, lo tuyo y lo mío. A cambio, tú me invitas a una copa cuando lleguemos al cabaret. ¿Tenemos un trato?
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Es curioso cómo, a veces, uno deja de pensar en las cosas que suele considerar importantes. En ese momento su cabeza no giraba en torno al carísimo y espectacular traje que se machaba de hierba, dificilísima de limpiar; tampoco en todo lo que tenía pendiente tanto antes como a su vuelta de Samirn, tanto en la Revolución como en su laboratorio y, por supuesto, no pensaba en prácticamente nada. Para él, que solía pensar en todo, verse simplemente riendo a carcajadas mientras rodaba lejos, apenas con Aki tratando de vengarse rondando por su mente, casi podría decir que se sentía feliz. Tal vez no feliz del todo, pero era lo más cerca que había estado de sentir felicidad real desde... ¿Desde que había dejado de nadar, tal vez?
Ni siquiera ese pensamiento enraizó en su mente, como sí enraizaron las manos empapadas de Aki. La pelirroja derramó sobre su cara más agua de la que él habría esperado tuviese capacidad de reunir, y se atragantó por reír mientras caía sobre su cabeza. También se rio mientras se atragantaba, iniciando un ciclo en el que dio vueltas a las que muy pronto se sumó el fuego en cuerpo y alma, pero también el mar.
Cuando Aki reía se le arrugaba la nariz. Sus ojos azules se entrecerraban, y eso oscurecía sus brillantes irises, haciendo parecer que las olas rompían en sus ojos, empapando con su luz a quien encontrase aquella mirada. Sus mejillas subían hasta formar mofletes en una cara levemente redondeada, haciendo parecer al demonio inocente, pero nada más lejos de la realidad, porque veía en sus dientes blancos y perfectos el negro peligro que acechaba. Un peligro que no tardó en hacerse real cuando le mordió el cuello.
- Espero que no hagas esto de verdad con todos -dijo, a modo de broma, entre risas y suspiros-. Me sentiría mucho menos especial.
Claro que no lo hacía. Aun si la naturaleza erótica de sus poderes potenciaba su lado más pícaro, había cierta candidez en sus movimientos. Cada roce era tímido, en cierto modo, aun si su tacto era seguro, y cada caricia parecía dada con la curiosidad y placidez del primer momento. Conocía sus armas mejor que nadie, pero dejaba que fuese otro quien las empuñase mientras se perdían en una nube de gemidos inconstantes, susurros aspirados y jadeos entrecortados. Se movía enérgicamente, de forma expeditiva, haciendo las veces de reina y otras tantas de esclava, siempre con la dignidad de una diosa. Podía verlo en su mirada, en la sutil "o" que fruncía sus labios cuando la sorprendía, y sobre todo en el calor que compartían cuando todo parecía detenerse, y de pronto estallaba.
Tras el "castigo" llegó el castigo de verdad. El Ojo estaba lleno de boutiques, tiendas de lujo y sastres que preparaban hermosos trajes a medida. Había ropas modernas, pero también tradicionales y étnicas. Sin embargo, de alguna manera Aki había decidido que eso era demasiado bueno para un traidor -aunque se había escudado en Samirn, él sabía que le robaba sus trajes en reprimenda-, terminando ambos en el Zora. Allí la ropa era decente, pero sin excesos ni tampoco mucha personalidad. Tirada en serie, seguramente se hubiese extendido también por Samirn. Llamaría menos la atención, eso estaba claro, ¿pero a qué precio? Ya se podía ver gastando cientos de miles en una buena crema hidratante para calmar la dermatitis del sintético, o rompiendo "accidentalmete" su ropa para terminar yendo desnudo por ahí, cubierto con una simple ilusión.
Pero había segunda parte: Aki iba a pagar. A cambio, él debía invitar a las copas en el Velvet. No iba a quejarse por visitar el Velvet, claro, era el mejor local nocturno de toda la isla. Sin embargo... No era fácil lidiar con la idea de que él fuese a pagar tanto y ella tan poco. Al fin y al cabo, con todo lo que ella había decidido comprar apenas sí se pagaba una de las entradas. Las okamas eran, aparte de hosteleras, usureras. Se aprovechaban de estar en la misma zona que el Oh My Gusi, lo que en comparación les hacía ganar mucho. Aun así, para él seguía siendo calderilla; ¿por qué preocuparse?
- Está bien, pero cuando volvamos te voy a explicar muy lentamente qué le hago a las estafadoras como tú.
Otro beso, y una palmada algo indecente. Luego un abrazo, y el beso se dilató. El eco de la palmada se apagó, pero siguió junto a ella un poco más. Lo justo hasta que volvieron al mundo.
Tenían que pagar.
Ni siquiera ese pensamiento enraizó en su mente, como sí enraizaron las manos empapadas de Aki. La pelirroja derramó sobre su cara más agua de la que él habría esperado tuviese capacidad de reunir, y se atragantó por reír mientras caía sobre su cabeza. También se rio mientras se atragantaba, iniciando un ciclo en el que dio vueltas a las que muy pronto se sumó el fuego en cuerpo y alma, pero también el mar.
Cuando Aki reía se le arrugaba la nariz. Sus ojos azules se entrecerraban, y eso oscurecía sus brillantes irises, haciendo parecer que las olas rompían en sus ojos, empapando con su luz a quien encontrase aquella mirada. Sus mejillas subían hasta formar mofletes en una cara levemente redondeada, haciendo parecer al demonio inocente, pero nada más lejos de la realidad, porque veía en sus dientes blancos y perfectos el negro peligro que acechaba. Un peligro que no tardó en hacerse real cuando le mordió el cuello.
- Espero que no hagas esto de verdad con todos -dijo, a modo de broma, entre risas y suspiros-. Me sentiría mucho menos especial.
Claro que no lo hacía. Aun si la naturaleza erótica de sus poderes potenciaba su lado más pícaro, había cierta candidez en sus movimientos. Cada roce era tímido, en cierto modo, aun si su tacto era seguro, y cada caricia parecía dada con la curiosidad y placidez del primer momento. Conocía sus armas mejor que nadie, pero dejaba que fuese otro quien las empuñase mientras se perdían en una nube de gemidos inconstantes, susurros aspirados y jadeos entrecortados. Se movía enérgicamente, de forma expeditiva, haciendo las veces de reina y otras tantas de esclava, siempre con la dignidad de una diosa. Podía verlo en su mirada, en la sutil "o" que fruncía sus labios cuando la sorprendía, y sobre todo en el calor que compartían cuando todo parecía detenerse, y de pronto estallaba.
Tras el "castigo" llegó el castigo de verdad. El Ojo estaba lleno de boutiques, tiendas de lujo y sastres que preparaban hermosos trajes a medida. Había ropas modernas, pero también tradicionales y étnicas. Sin embargo, de alguna manera Aki había decidido que eso era demasiado bueno para un traidor -aunque se había escudado en Samirn, él sabía que le robaba sus trajes en reprimenda-, terminando ambos en el Zora. Allí la ropa era decente, pero sin excesos ni tampoco mucha personalidad. Tirada en serie, seguramente se hubiese extendido también por Samirn. Llamaría menos la atención, eso estaba claro, ¿pero a qué precio? Ya se podía ver gastando cientos de miles en una buena crema hidratante para calmar la dermatitis del sintético, o rompiendo "accidentalmete" su ropa para terminar yendo desnudo por ahí, cubierto con una simple ilusión.
Pero había segunda parte: Aki iba a pagar. A cambio, él debía invitar a las copas en el Velvet. No iba a quejarse por visitar el Velvet, claro, era el mejor local nocturno de toda la isla. Sin embargo... No era fácil lidiar con la idea de que él fuese a pagar tanto y ella tan poco. Al fin y al cabo, con todo lo que ella había decidido comprar apenas sí se pagaba una de las entradas. Las okamas eran, aparte de hosteleras, usureras. Se aprovechaban de estar en la misma zona que el Oh My Gusi, lo que en comparación les hacía ganar mucho. Aun así, para él seguía siendo calderilla; ¿por qué preocuparse?
- Está bien, pero cuando volvamos te voy a explicar muy lentamente qué le hago a las estafadoras como tú.
Otro beso, y una palmada algo indecente. Luego un abrazo, y el beso se dilató. El eco de la palmada se apagó, pero siguió junto a ella un poco más. Lo justo hasta que volvieron al mundo.
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¿Estafadora? Tardó un poco en entender a qué se refería. Al fin y al cabo, ella nunca había estado en el cabaret. Y si bien la ropa que habían comprado no era muy cara, desde luego una copa valía mucho menos. Pero si bien la frase no le cuadraba, supuso que no lo decía por decir. En lugar de preguntarle, disfrutó de la precuela del castigo, quizá la secuela dependiendo de cómo se mirase. Aunque desde luego disfrutó mucho más de la cara de la cajera.
Era una chica joven, con pinta de haber tenido un día muy largo. Quizá por eso le costó cerrar la boca cuando les vio llegar a ambos, cada uno con un buen montón de ropa en los brazos. Colocó sus compras en bolsas esmeradamente y les cobró sin dejar de echarles miradas furtivas, A Aki le costó no reírse, pero podía entenderla. Entre ambos componían una estampa digna de mirar, pero por otro lado el Zora era uno de los últimos lugares en los que nadie se esperaría ver a una pirata supuestamente muerta y al líder de la Revolución. Sobre todo en su propia isla, donde podía ir a donde le diera la gana.
Aún así, la muchacha fue amable y no les dijo nada. Salieron del lugar cargados de bolsas y un breve vistazo al cielo les avisó de que empezaba a anochecer. Hicieron una breve parada para dejar las compras y, en el caso de Aki, adecentarse un poco. No le llevó apenas tiempo decorarse los ojos y cambiar los zapatos de tacón por unos más altos y llamativos. El vestido estaba bien, así que simplemente se echó una bufanda de tul por encima para completar el conjunto y tras hacerse un recogido alto con una mano y un palito bañado en oro, en seguida estuvieron listos para irse. Ante la mirada de Dexter, tan solo pudo explicarle con algo de burla:
-Bueno, si me presento allí de cualquier manera no tardarán nada en sentarme en una silla para hacerlo ellas mismas. En realidad, nos estoy ahorrando tiempo.
El paseo fue tranquilo, sin incidencias de ningún tipo. Fueron en silencio la mayor parte del corto trayecto, pero la pelirroja no podría estar más tranquila. Quizá fue por eso que disfrutó cada minuto de los que les llevó llegar al cabaret.
Supieron que estaban cerca mucho antes de verlo. Había luces que se colaban por las esquinas y un montón de gente hablando. En cuanto apareció ante ellos, lo que más le llamó la atención fue la cola. Casi daba la vuelta al edificio y todos los que allí se encontraban parecían encantados de estar tan cerca.
-Wow. Ciertamente les ha ido bien. Pero ven, no vamos a esperar tanto.
Recorrieron la cola con tranquilidad y una vez estuvieron en la puerta, la pelirroja colocó una mano en el brazo del gorila que había a la entrada, esbozando una pequeña sonrisa.
-Hola. Perdona, ¿podrías ir y decirles a Barnie, Aurora y Jhon que Aki quiere verles?
Le guiñó un ojo y el hombre desapareció en la boca del edificio. Regresó menos de dos minutos después y prácticamente les empujó para que se metieran al cabaret. Con una sonrisa en la boca, Aki agarró la mano de Dexter y le guió hasta el interior.
Estaban dentro.
Era una chica joven, con pinta de haber tenido un día muy largo. Quizá por eso le costó cerrar la boca cuando les vio llegar a ambos, cada uno con un buen montón de ropa en los brazos. Colocó sus compras en bolsas esmeradamente y les cobró sin dejar de echarles miradas furtivas, A Aki le costó no reírse, pero podía entenderla. Entre ambos componían una estampa digna de mirar, pero por otro lado el Zora era uno de los últimos lugares en los que nadie se esperaría ver a una pirata supuestamente muerta y al líder de la Revolución. Sobre todo en su propia isla, donde podía ir a donde le diera la gana.
Aún así, la muchacha fue amable y no les dijo nada. Salieron del lugar cargados de bolsas y un breve vistazo al cielo les avisó de que empezaba a anochecer. Hicieron una breve parada para dejar las compras y, en el caso de Aki, adecentarse un poco. No le llevó apenas tiempo decorarse los ojos y cambiar los zapatos de tacón por unos más altos y llamativos. El vestido estaba bien, así que simplemente se echó una bufanda de tul por encima para completar el conjunto y tras hacerse un recogido alto con una mano y un palito bañado en oro, en seguida estuvieron listos para irse. Ante la mirada de Dexter, tan solo pudo explicarle con algo de burla:
-Bueno, si me presento allí de cualquier manera no tardarán nada en sentarme en una silla para hacerlo ellas mismas. En realidad, nos estoy ahorrando tiempo.
El paseo fue tranquilo, sin incidencias de ningún tipo. Fueron en silencio la mayor parte del corto trayecto, pero la pelirroja no podría estar más tranquila. Quizá fue por eso que disfrutó cada minuto de los que les llevó llegar al cabaret.
Supieron que estaban cerca mucho antes de verlo. Había luces que se colaban por las esquinas y un montón de gente hablando. En cuanto apareció ante ellos, lo que más le llamó la atención fue la cola. Casi daba la vuelta al edificio y todos los que allí se encontraban parecían encantados de estar tan cerca.
-Wow. Ciertamente les ha ido bien. Pero ven, no vamos a esperar tanto.
Recorrieron la cola con tranquilidad y una vez estuvieron en la puerta, la pelirroja colocó una mano en el brazo del gorila que había a la entrada, esbozando una pequeña sonrisa.
-Hola. Perdona, ¿podrías ir y decirles a Barnie, Aurora y Jhon que Aki quiere verles?
Le guiñó un ojo y el hombre desapareció en la boca del edificio. Regresó menos de dos minutos después y prácticamente les empujó para que se metieran al cabaret. Con una sonrisa en la boca, Aki agarró la mano de Dexter y le guió hasta el interior.
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Supo que los observaban, pero no le importó en absoluto. Aki contenía una risita de duende malicioso mientras la cajera contenía el impulso de toser para llamar su atención, y Dexter sonreía con la seguridad de quien tenía todo bajo control, aunque no era así en absoluto. ¿Cuándo habían dejado de detener el tiempo para viajar a través de él? ¿Cuándo se habían encontrado, apenas sí como adolescentes incendiados de pasión? Hacía cada una de esas preguntas con los labios mientras se dejaba llevar por ella, pero también las respondía con sus ojos cada vez que parpadeaba y la veía con si cabe, mayor nitidez. Tal vez no fuera perfecta, pero sobre el techo de su perfecta imperfección lloviznaban perlas de alegría.
Al final la cajera había tosido. Atontados por el momento pagaron aún con el rubor en las mejillas, más sonrojados por el ardor que por la vergüenza, y marcharon del lugar. Como aún les sobraba tiempo regresaron a la cueva, lo cual en realidad habrían tenido que hacer les gustase o no. Aki, con su vestido arrugado y el cabello hecho un revoltijo no parecía mucho más desarreglada que él, lleno de manchas de hierba y tierra, amén de alguna que otra manga empapada. Afortunadamente no había manchas sospechosas en ninguno, así como ningún chupetón donde otro pudiese verlo. Se había asegurado, eso sí, de marcar su nuca con esmero hasta que dibujó un perfecto círculo violáceo. Difícil de ver, si no se buscaba, pero estaba ahí; una forma pueril de marcar su territorio, aun si no era suyo; aun si no sabía quién pertenecía a quién. Aun si no sabía si uno pertenecía al otro.
Aunque tampoco quiso responder.
Ella comenzó a arreglarse, y él hizo lo propio. Tiró el traje al suelo, aunque no tardó en ser recogido por un brazo de limpieza, y rebuscó entre su armario. Tenía trajes de conjunto, pero también pantalones algo menos solemnes, sin llegar a ser informales. Podría haber optado por camisas de pirata y pantalones holgados, botas y... No entendía cómo pudo en algún momento vestirse así a partir de una foto tomada durante un carnaval. Le hacía gracia, pero ya había seguido el juego demasiado a una broma.
Agitando la cabeza para alejar sus errores, eligió una corbata rayada a blanco y negro, similar al diseño en cebra pero recto y si ondulaciones. Los rebordes eran plateados, dándole un elemento de transición a los colores y una cierta elegancia estética para destacar sobre la camisa blanca que seleccionó a continuación. A primera vista parecía ideal para un traje, pero estaba diseñada para llevarse ligeramente remangada: Ahí estaba el punto de caos, su detalle de estilo que lo hacía diferente. Cubierta de chaleco negro mate y los pliegues dentro de un pantalón color pizarra, parecía un profesor bohemio con esas pintas.
- Eso espero, porque llevo ya dos horas esperándote -bromeó, mientras terminaba de abrocharse un cinturón de hebilla recta de acero y se ponía unos zapatos negros sin brillo-. En cualquier caso, mientras acabas voy un momento al laboratorio.
Entró por la puerta auxiliar, sin bata ni mascarilla. Escuchó la leve advertencia del mecanismo de control, pero lo ignoró. Había tenido una idea, solo tenía que ponerla en marcha.
Se sentó a la silla del único ordenador individual, desconectado de cualquier red, y enchufó un cable azul. Si la Marina hubiese sabido lo sencillo que era hackear sus sistemas seguramente habrían intentado impedir su entrada, pero no era como si pudiesen. Había estudiado durante muchos años y poseía un talento natural para la informática, por lo que no tardó más de cinco minutos en conseguir llegar a su objetivo, El Arca. Así era como Dexter llamaba a la base digital donde se almacenaban todos los datos de cualquier persona adherida al Gobierno Mundial, desde Marines hasta personal administrativo y sanitario. También cualquier cazador o pirata en el sistema, y aunque en ese aspecto estaban bastante más yermos, también aquellos que alguna vez se habían identificado voluntariamente -o los de aquellos reinos con sistemas de identificación, claro-. Más difícil era dar con los agentes de identidad desconocida, pero asumió que si él no podía encontrarlos no existían en la red, o estaban camuflados como civiles. Imaginaba que, probablemente, con alguna profesión que pudiesen usar como clave para identificarlos. Si era eso, ya lo descubriría.
Mientras los archivos terminaban de descargarse activó las impresoras una vez más, y antes de que la temperatura comenzase a subir, dejó orden de desconexión automática al ordenador -así como desconexión física programada en un pequeño robotito- y salió del laboratorio. Trenzó su cabello en casi un instante de forma sencilla y, tras eso, salieron a conocer la noche fiordiana.
Todavía no se había puesto el sol, pero la cola ya llegaba más allá de los límites del club. Se trataba de una gigantesca caja de acero, acristalada de negro y decorada con matices rojos hasta los límites de la estructura. La entrada, una gran bóveda recorrida por la alfombra que daba nombre al local, estaba custodiada por siete guardias que, tras cordones de terciopelo rojo, iban dejando entrar a la gente a medida que iba llegando su turno. Dexter ya había estado dentro y sabía que cabían hasta tres mil personas en el lugar; la seguridad solo buscaba mantener un orden en medio de esa marea humana. Por eso, aunque estaba listo para la cola de tres horas que llegaría -una buena oportunidad para seguir comportándose como adolescentes- Aki tenía otra idea: Una llamada de atención por aquí, unas palabras dulces por allá... Apretó una tecla en el guardia, que de inmediato levantó uno de los cordones para ellos, indicándoles que entrasen por la puerta tres.
Intentó hacer memoria, pero solo pudo recordar una vez que hubiese entrado por la zona vip, y había sido durante la inauguración. Sin embargo, lo que había visto allí era inolvidable.
- Bienvenida -la preparó, abriendo la puerta para ella- al Red Velvet, Aki. Una visita a tu propio corazón.
Bueno, la sala tenía su historia. Ya se la contaría.
Al final la cajera había tosido. Atontados por el momento pagaron aún con el rubor en las mejillas, más sonrojados por el ardor que por la vergüenza, y marcharon del lugar. Como aún les sobraba tiempo regresaron a la cueva, lo cual en realidad habrían tenido que hacer les gustase o no. Aki, con su vestido arrugado y el cabello hecho un revoltijo no parecía mucho más desarreglada que él, lleno de manchas de hierba y tierra, amén de alguna que otra manga empapada. Afortunadamente no había manchas sospechosas en ninguno, así como ningún chupetón donde otro pudiese verlo. Se había asegurado, eso sí, de marcar su nuca con esmero hasta que dibujó un perfecto círculo violáceo. Difícil de ver, si no se buscaba, pero estaba ahí; una forma pueril de marcar su territorio, aun si no era suyo; aun si no sabía quién pertenecía a quién. Aun si no sabía si uno pertenecía al otro.
Aunque tampoco quiso responder.
Ella comenzó a arreglarse, y él hizo lo propio. Tiró el traje al suelo, aunque no tardó en ser recogido por un brazo de limpieza, y rebuscó entre su armario. Tenía trajes de conjunto, pero también pantalones algo menos solemnes, sin llegar a ser informales. Podría haber optado por camisas de pirata y pantalones holgados, botas y... No entendía cómo pudo en algún momento vestirse así a partir de una foto tomada durante un carnaval. Le hacía gracia, pero ya había seguido el juego demasiado a una broma.
Agitando la cabeza para alejar sus errores, eligió una corbata rayada a blanco y negro, similar al diseño en cebra pero recto y si ondulaciones. Los rebordes eran plateados, dándole un elemento de transición a los colores y una cierta elegancia estética para destacar sobre la camisa blanca que seleccionó a continuación. A primera vista parecía ideal para un traje, pero estaba diseñada para llevarse ligeramente remangada: Ahí estaba el punto de caos, su detalle de estilo que lo hacía diferente. Cubierta de chaleco negro mate y los pliegues dentro de un pantalón color pizarra, parecía un profesor bohemio con esas pintas.
- Eso espero, porque llevo ya dos horas esperándote -bromeó, mientras terminaba de abrocharse un cinturón de hebilla recta de acero y se ponía unos zapatos negros sin brillo-. En cualquier caso, mientras acabas voy un momento al laboratorio.
Entró por la puerta auxiliar, sin bata ni mascarilla. Escuchó la leve advertencia del mecanismo de control, pero lo ignoró. Había tenido una idea, solo tenía que ponerla en marcha.
Se sentó a la silla del único ordenador individual, desconectado de cualquier red, y enchufó un cable azul. Si la Marina hubiese sabido lo sencillo que era hackear sus sistemas seguramente habrían intentado impedir su entrada, pero no era como si pudiesen. Había estudiado durante muchos años y poseía un talento natural para la informática, por lo que no tardó más de cinco minutos en conseguir llegar a su objetivo, El Arca. Así era como Dexter llamaba a la base digital donde se almacenaban todos los datos de cualquier persona adherida al Gobierno Mundial, desde Marines hasta personal administrativo y sanitario. También cualquier cazador o pirata en el sistema, y aunque en ese aspecto estaban bastante más yermos, también aquellos que alguna vez se habían identificado voluntariamente -o los de aquellos reinos con sistemas de identificación, claro-. Más difícil era dar con los agentes de identidad desconocida, pero asumió que si él no podía encontrarlos no existían en la red, o estaban camuflados como civiles. Imaginaba que, probablemente, con alguna profesión que pudiesen usar como clave para identificarlos. Si era eso, ya lo descubriría.
Mientras los archivos terminaban de descargarse activó las impresoras una vez más, y antes de que la temperatura comenzase a subir, dejó orden de desconexión automática al ordenador -así como desconexión física programada en un pequeño robotito- y salió del laboratorio. Trenzó su cabello en casi un instante de forma sencilla y, tras eso, salieron a conocer la noche fiordiana.
Todavía no se había puesto el sol, pero la cola ya llegaba más allá de los límites del club. Se trataba de una gigantesca caja de acero, acristalada de negro y decorada con matices rojos hasta los límites de la estructura. La entrada, una gran bóveda recorrida por la alfombra que daba nombre al local, estaba custodiada por siete guardias que, tras cordones de terciopelo rojo, iban dejando entrar a la gente a medida que iba llegando su turno. Dexter ya había estado dentro y sabía que cabían hasta tres mil personas en el lugar; la seguridad solo buscaba mantener un orden en medio de esa marea humana. Por eso, aunque estaba listo para la cola de tres horas que llegaría -una buena oportunidad para seguir comportándose como adolescentes- Aki tenía otra idea: Una llamada de atención por aquí, unas palabras dulces por allá... Apretó una tecla en el guardia, que de inmediato levantó uno de los cordones para ellos, indicándoles que entrasen por la puerta tres.
Intentó hacer memoria, pero solo pudo recordar una vez que hubiese entrado por la zona vip, y había sido durante la inauguración. Sin embargo, lo que había visto allí era inolvidable.
- Bienvenida -la preparó, abriendo la puerta para ella- al Red Velvet, Aki. Una visita a tu propio corazón.
Bueno, la sala tenía su historia. Ya se la contaría.
Aki D. Arlia
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Le miró a él antes de mirar a la sala y su sonrisa rápidamente se transformó en asombro. Era precioso.
Espacioso, lleno como su nombre indicaba de terciopelos y otras suaves texturas, una luz roja bañaba cariñosamente toda la estancia. Cada detalle estaba diseñado al milímetro y se descubrió sonriendo al reconocer el patrón de la alfombra de uno de los viejos cuadernos de bocetos de Aurora. La okama era la que se encargaba de coordinar los eventos de entretenimiento cuando estaban en Impel Down y por lo visto con el tiempo había mejorado. Mucho.
El guardia les llevó prestamente a la sala VIP, pero por el camino vio muchas maravillas. La sala principal, tras un pequeño recibidor con espacio para dejar abrigos y bolsos de forma segura, era una pista de baile enorme y sorprendentemente no demasiado poblado. En las cuatro esquinas había instaladas barras de bar con musculosos hombres sirviendo todo tipo de extravagantes bebidas. Se rió un poco al entender que allí no había cosa como un chupito de tequila y al imaginarse a Barnie explicándole las bondades de las sombrillitas, la fruta y el hielo de colores en las bebidas alcohólicas. ¡Fundamentales! Habría dicho. Su corazón latió un poco más deprisa al pensar que podía estar por allí.
De la sala principal partían tres corredores. Dos daban a otras salas en las que a juzgar por las pequeñas pantallas que lo anunciaban se estaban llevando a cabo espectáculos más concretos y elaborados. Un cabaret de burlesque a cargo de una prestigiosa compañía de okamas en una y… El dios de la Papaya en otra. Ni siquiera decía de qué se trataba el espectáculo, pero Aki no necesitaba saberlo para reconocerlo. Estaba feliz, encantada de que hubieran encontrado un sitio en el que poder hacer todo lo que quisieran.
Frente a ellos, sin embargo, esperaba lo mejor. Un corredor rojo les llevó hasta la zona VIP, dividida en cómodas secciones para facilitar la privacidad de sus miembros. La luz era menos tenue en ese lugar y al fondo de la sala se hallaba otra barra de bar notablemente más grande en la que en lugar de trucos de luces y colores predominaba la elegancia. O al menos, eso fue todo lo que pudo ver y notar antes de que un huracán le cayese encima.
Se cayó al suelo en cuanto Barnie le abrazó, tirándosele encima. Entre risas, le devolvió el abrazo mientras le oía gritarle en la oreja.
-¡AKI! La madre que te parió cielo pero cómo se te ocurre, creíamos que estabas muerta, NUNCA VIENES A VISITARNOS, PERO TÚ TE CREES.
Pese a los reproches, no estaba enfadado. Podía verlo y no tardó en levantarse y ayudarle a hacer lo propio. Mientras intentaba contener toda la emoción que llevaba encima, señaló con un pequeño cabezazo a Dexter.
-Creo que es al jefe a quien tienes que agradecer, Barnie. Si te soy sincera, de no ser por él no sabría que esto estaba aquí.
Ella misma fue hacia él y formó un pequeño ‘’gracias’’ con los labios. Segundos después, el okama los estaba arrastrando hasta una de las mesitas de la zona VIP y tratando de hacer que se sentaran. Les explicó que Aurora estaba tratando una pequeña crisis que había tenido una de las okamas al descubrir que su pareja estaba embarazada, pero que vendría en cuanto estuviera solucionado. Profesional ante todo, como siempre.
-No. NO. Invito yo. Ahora os traigo algo que VALGA LA PENA ¿VALE CHURRI? Venga venga, que esto hay que celebrarlo.
Se alejó en dirección a la barra moviendo las caderas enfundadas en su consabido pantalón de cuero, rojo esta vez. A juego con la decoración, suponía. Sin poder contenerse, le dio un abrazo enorme al dragón.
-Gracias. No sabía cuánta falta me hacía esto hasta que… bueno, hasta que he estado aquí. Es perfecto.
Espacioso, lleno como su nombre indicaba de terciopelos y otras suaves texturas, una luz roja bañaba cariñosamente toda la estancia. Cada detalle estaba diseñado al milímetro y se descubrió sonriendo al reconocer el patrón de la alfombra de uno de los viejos cuadernos de bocetos de Aurora. La okama era la que se encargaba de coordinar los eventos de entretenimiento cuando estaban en Impel Down y por lo visto con el tiempo había mejorado. Mucho.
El guardia les llevó prestamente a la sala VIP, pero por el camino vio muchas maravillas. La sala principal, tras un pequeño recibidor con espacio para dejar abrigos y bolsos de forma segura, era una pista de baile enorme y sorprendentemente no demasiado poblado. En las cuatro esquinas había instaladas barras de bar con musculosos hombres sirviendo todo tipo de extravagantes bebidas. Se rió un poco al entender que allí no había cosa como un chupito de tequila y al imaginarse a Barnie explicándole las bondades de las sombrillitas, la fruta y el hielo de colores en las bebidas alcohólicas. ¡Fundamentales! Habría dicho. Su corazón latió un poco más deprisa al pensar que podía estar por allí.
De la sala principal partían tres corredores. Dos daban a otras salas en las que a juzgar por las pequeñas pantallas que lo anunciaban se estaban llevando a cabo espectáculos más concretos y elaborados. Un cabaret de burlesque a cargo de una prestigiosa compañía de okamas en una y… El dios de la Papaya en otra. Ni siquiera decía de qué se trataba el espectáculo, pero Aki no necesitaba saberlo para reconocerlo. Estaba feliz, encantada de que hubieran encontrado un sitio en el que poder hacer todo lo que quisieran.
Frente a ellos, sin embargo, esperaba lo mejor. Un corredor rojo les llevó hasta la zona VIP, dividida en cómodas secciones para facilitar la privacidad de sus miembros. La luz era menos tenue en ese lugar y al fondo de la sala se hallaba otra barra de bar notablemente más grande en la que en lugar de trucos de luces y colores predominaba la elegancia. O al menos, eso fue todo lo que pudo ver y notar antes de que un huracán le cayese encima.
Se cayó al suelo en cuanto Barnie le abrazó, tirándosele encima. Entre risas, le devolvió el abrazo mientras le oía gritarle en la oreja.
-¡AKI! La madre que te parió cielo pero cómo se te ocurre, creíamos que estabas muerta, NUNCA VIENES A VISITARNOS, PERO TÚ TE CREES.
Pese a los reproches, no estaba enfadado. Podía verlo y no tardó en levantarse y ayudarle a hacer lo propio. Mientras intentaba contener toda la emoción que llevaba encima, señaló con un pequeño cabezazo a Dexter.
-Creo que es al jefe a quien tienes que agradecer, Barnie. Si te soy sincera, de no ser por él no sabría que esto estaba aquí.
Ella misma fue hacia él y formó un pequeño ‘’gracias’’ con los labios. Segundos después, el okama los estaba arrastrando hasta una de las mesitas de la zona VIP y tratando de hacer que se sentaran. Les explicó que Aurora estaba tratando una pequeña crisis que había tenido una de las okamas al descubrir que su pareja estaba embarazada, pero que vendría en cuanto estuviera solucionado. Profesional ante todo, como siempre.
-No. NO. Invito yo. Ahora os traigo algo que VALGA LA PENA ¿VALE CHURRI? Venga venga, que esto hay que celebrarlo.
Se alejó en dirección a la barra moviendo las caderas enfundadas en su consabido pantalón de cuero, rojo esta vez. A juego con la decoración, suponía. Sin poder contenerse, le dio un abrazo enorme al dragón.
-Gracias. No sabía cuánta falta me hacía esto hasta que… bueno, hasta que he estado aquí. Es perfecto.
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Se abstuvo de preguntar qué era "el dios de la Papaya". Imaginaba que tendría que ver con la Papaya caliente, de alguna perturbadora y retorcida manera en la que, a decir verdad, no se atrevía a indagar. Las okamas que había llevado al Ojo habían sido una bendición para el ocio de la isla, no cabía duda, pero a veces cuando comenzaban con sus cosas le daban ganas de mandarlas de vuelta a Momoiro. Raro era el día que una de ellas no estaba en una comisaría a causa de manoseos, o conducta inadecuada -exhibicionismo, mayormente-, pero lo verdaderamente preocupante era cómo reaccionaban cuando había problemas en sus locales. El último que organizó una pelea había acabado siete meses en el hospital, y Dexter difícilmente podía evitar pensar en que todas aquellas mujeres -u hombres, cada uno se sentía de una extraña manera- eran o habían sido delincuentes lo bastante peligrosos como para ser enviados a una prisión de máxima seguridad en medio del Calm Belt.
Pero mandarles de vuelta a Momoiro sería condenarles a... Bueno, a Zane. Aún no habían hecho nada que mereciese semejante castigo; podía tolerar los pellizcos en las nalgas y el tono extremadamente irritante. Sobre todo a cambio del increíble salón de invitados especiales del Red Velvet. Bajo su techo alto, una bóveda de neones rojos cubría sus cabezas, con cómodas -e íntimas- mesas redondas que, por lo que veía, bien valdrían como cama, a juzgar por su tamaño.
- Nunca pensé que esta sala fuese en tu honor -confesó, fijándose en el todo. Rojo y negro, dorados para el detalle, tonos intensos y volúmenes acogedores... Aki debía haber marcado mucho a esa gente para que la homenajeasen de aquella forma-. Así te imagino si fueses un salón, la verdad.
Su comentario quedó opacado por el grito rugiente de una masa morena, enorme y sobremusculada embutida en un demasiado revelador pantalón de cuero rojo, al menos dos tallas por debajo de la suya. No le quedaba mal -supuso, la moda okama no era su fuerte-, pero en movimientos fuertes se notaba demasiado la marca de la pantorrilla. Y, claro, acababa de tirar a Aki al suelo, lo cual no dejaba de ser una tarea titánica para una persona normal. Aunque, claro, Barney no era una persona normal.
- Si no fuese por mí esto no estaría aquí -dijo, guiñando un ojo como respuesta al agradecimiento de la pelirroja-. Aunque era mi obligación moral, nadie sabía divertirse aquí hasta que llegaron las chicas.
Había salvado el tipo. De Barney, al menos. Más o menos. De hecho, fue caminando mientras los empujaba paso a paso con tal vez más ímpetu del debido y, por supuesto, más pellizcos en el trasero de los necesarios. Se giró una vez con mirada asesina, pero apenas sí pudo mantenerla ante aquellos ojitos de travesti degollado, así que mientras no se propasase más la dejó hacer. Total, al sentarse su culo quedaba a salvo.
Cuando estaba a punto de sacar la cartera Barney intervino una vez más. Invitaba ella, por supuesto. Se acercó a Aki para susurrarle al oído que aun con esas no se iba a librar de su castigo, pero antes de si quiera enterarse estaba dibujando corazones sobre sus piernas y huracanes en su espalda. Si ya Aki era una tentación difícil de resistir sus poderes y los últimos días hacían que todo empeorase. También, que hubiesen entrado los dos juntos hasta su corazón le despertaba cierto morbo, pero antes de que pudiese hacer nada notó a una distancia muy poco respetuosa unos ojos que lo observaban.
- ¿Interrumpo algo? -preguntó tras unos segundos, tras asegurarse de que Dexter ya se había separado de la pirata-. Iba a traeros algo para acompañar las copas, pero parece que os sabéis servir solos.
No pudo evitar ruborizarse un poco. Aquel okama parecía lo más cercano a encontrarse prematuramente con la madre de Aki que jamás viviría. Agachó un poco la mirada, alejando las manos de la pelirroja y esperó a que la copa llegara, pero en su lugar vino una sonora carcajada burlándose de él.
- ¡Pero mira que eres tonto! -exclamó, dándole una cariñosa palmada en el hombro-. ¡Estáis en la edad, loquita! Aprovecha. Que el amor no se encuentra todos los días.
No pudo evitar girarse lentamente hacia Aki, patidifuso. ¿De verdad parecía enamorado? Habría entendido salido, excitado, caliente, hormonado, descontrolado, excitado, obsesionado... Poco a poco buscó en sus ojos más una respuesta que una explicación, aunque no sabía a qué, ni cómo, ni por qué.
Pero así funcionaba.
Pero mandarles de vuelta a Momoiro sería condenarles a... Bueno, a Zane. Aún no habían hecho nada que mereciese semejante castigo; podía tolerar los pellizcos en las nalgas y el tono extremadamente irritante. Sobre todo a cambio del increíble salón de invitados especiales del Red Velvet. Bajo su techo alto, una bóveda de neones rojos cubría sus cabezas, con cómodas -e íntimas- mesas redondas que, por lo que veía, bien valdrían como cama, a juzgar por su tamaño.
- Nunca pensé que esta sala fuese en tu honor -confesó, fijándose en el todo. Rojo y negro, dorados para el detalle, tonos intensos y volúmenes acogedores... Aki debía haber marcado mucho a esa gente para que la homenajeasen de aquella forma-. Así te imagino si fueses un salón, la verdad.
Su comentario quedó opacado por el grito rugiente de una masa morena, enorme y sobremusculada embutida en un demasiado revelador pantalón de cuero rojo, al menos dos tallas por debajo de la suya. No le quedaba mal -supuso, la moda okama no era su fuerte-, pero en movimientos fuertes se notaba demasiado la marca de la pantorrilla. Y, claro, acababa de tirar a Aki al suelo, lo cual no dejaba de ser una tarea titánica para una persona normal. Aunque, claro, Barney no era una persona normal.
- Si no fuese por mí esto no estaría aquí -dijo, guiñando un ojo como respuesta al agradecimiento de la pelirroja-. Aunque era mi obligación moral, nadie sabía divertirse aquí hasta que llegaron las chicas.
Había salvado el tipo. De Barney, al menos. Más o menos. De hecho, fue caminando mientras los empujaba paso a paso con tal vez más ímpetu del debido y, por supuesto, más pellizcos en el trasero de los necesarios. Se giró una vez con mirada asesina, pero apenas sí pudo mantenerla ante aquellos ojitos de travesti degollado, así que mientras no se propasase más la dejó hacer. Total, al sentarse su culo quedaba a salvo.
Cuando estaba a punto de sacar la cartera Barney intervino una vez más. Invitaba ella, por supuesto. Se acercó a Aki para susurrarle al oído que aun con esas no se iba a librar de su castigo, pero antes de si quiera enterarse estaba dibujando corazones sobre sus piernas y huracanes en su espalda. Si ya Aki era una tentación difícil de resistir sus poderes y los últimos días hacían que todo empeorase. También, que hubiesen entrado los dos juntos hasta su corazón le despertaba cierto morbo, pero antes de que pudiese hacer nada notó a una distancia muy poco respetuosa unos ojos que lo observaban.
- ¿Interrumpo algo? -preguntó tras unos segundos, tras asegurarse de que Dexter ya se había separado de la pirata-. Iba a traeros algo para acompañar las copas, pero parece que os sabéis servir solos.
No pudo evitar ruborizarse un poco. Aquel okama parecía lo más cercano a encontrarse prematuramente con la madre de Aki que jamás viviría. Agachó un poco la mirada, alejando las manos de la pelirroja y esperó a que la copa llegara, pero en su lugar vino una sonora carcajada burlándose de él.
- ¡Pero mira que eres tonto! -exclamó, dándole una cariñosa palmada en el hombro-. ¡Estáis en la edad, loquita! Aprovecha. Que el amor no se encuentra todos los días.
No pudo evitar girarse lentamente hacia Aki, patidifuso. ¿De verdad parecía enamorado? Habría entendido salido, excitado, caliente, hormonado, descontrolado, excitado, obsesionado... Poco a poco buscó en sus ojos más una respuesta que una explicación, aunque no sabía a qué, ni cómo, ni por qué.
Pero así funcionaba.
Aki D. Arlia
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Le halagaba el comentario, pero al mirar alrededor no podía dejar de notar que tenía razón. El rojo y el negro eran sus colores y toda la estancia gritaba elegancia y lujuria a partes iguales. Si era así cómo le veía la gente, quizá no había estado haciendo tan mal trabajo.
No pudo evitar reírse al ver cómo las manos de Barney se iban hasta más allá de lo que era apropiado. Comprensible, la verdad. Le encantaría imitarle, pero quería guardar las apariencias. Por lo menos un poco más.
Por suerte, no tardaron en quedarse a solas. No tenían mucho tiempo, pero tampoco necesitaba tanto. Y a juzgar por la reacción de Dexter, no era la única que lo había estado pensando. Corazones en las piernas, huracanes en la espalda y el pelo de punta entre caricias sutiles y alocadas. Sonrió y sus dedos se alargaron buscando aterrizar en su garganta mientras la otra mano tomaba posesión de su pierna. Le agarró la oreja con los dientes y estaba a punto de responderle algo ingenioso cuando una voz llena de seriedad les interrumpió.
Se apartó lentamente para descubrir frente a ellos a Aurora, la propietaria del Red Velvet. No pudo evitar sonreír de oreja a oreja al ver cómo Dexter se ruborizaba. Le había engañado totalmente y por un instante pareció un niño pillado en falta. Cuando se echó a reír y recuperó la actitud que ella recordaba, Dexter se giró hacia ella con la confusión en la mirada. Aki se encogió de hombros, sonriendo sin saber qué decirle.
Amor… qué palabra tan fuerte, pero por otro lado, ¿cómo le explicaban a la okama lo que ni ellos mismos sabían entender? Habría dicho que no era eso, pero no era capaz ni de negarlo ni de confirmarlo. Simplemente, no lo sabía.
-Debe de haberte echado unos 25, yo que tú me lo tomaría como un halago.- dijo simplemente, la risa en los ojos. Estaba a gusto y no iba a arruinarlo con preocupaciones que simplemente no tenía con qué enfrentar.
Le agarró una mano y le dio un pequeño beso en la muñeca, guiñándole un ojo antes de levantarse para darle un gran abrazo a la okama.
-Aki, ¡mi cielo! Cuánto tiempo, espero que te guste el lugar. Lo hicimos expresamente para ti, ya era hora de que te pasaras.
Le alejó un poco de Dexter mientras le cogía del brazo y le iba explicando los detalles de la habitación y el cómo habían elegido la decoración. Efectivamente se habían inspirado en ella y no pudo evitar sentirse orgullosa de haber ayudado a que ese sitio existiera, incluso sin haber estado allí.
En seguida Barney regresó con una bandeja llena de bebidas y les arrastró de vuelta hasta la mesa, donde se decidió a hacer un brindis.
-¡Por mi pelifuego favorita y una pareja de aúpa! Ay cielo, ¡qué escalofríos! ¡Estás de vuelta, aaaaay!
Esta vez sí que se mordió el labio, insegura de qué decir. No eran una pareja, ¿no? No. Pero Barney había cogido carrerilla y tras zamparse media copa de un trago, empezó a contarle acerca de los diferentes espectáculos del lugar, ilusionado por contárselo todo. No fue capaz de interrumpirle y en lugar de decir nada dio un par de sorbos a la bebida, dedicando una mirada de reojo a Dexter. No tenía claro cómo se lo tomaría él. Decidió corregir a la okama en cuanto pudiera, pero se distrajo. Barney había comenzado a hablar de un negocio de herrero que había forjado además de colaborar en el cabaret y había algo que tenía que enseñarle.
Se puso en pie de un salto y con una sonrisa de oreja a oreja, se levantó el vestido lo justo para mostrarle los cuchillos, todavía en las ligas originales.
-Hiciste un gran trabajo, me han estado acompañando todo este tiempo. De hecho… - añadió sonriéndole a Dexter.- en gran parte han ayudado a que regresara. Te debo mucho, Barney.
Se abrazaron de nuevo y volvieron a sentarse. En seguida tanto él como la okama volvieron a la retahíla de explicaciones. Sin saber bien qué hacer o cómo pararlos, se limitó a coger la mano de Dexter por debajo de la mesa. No sabía qué quería decirle con eso exactamente. Estoy aquí, quizás. Quizá no hacía falta nada más.
No pudo evitar reírse al ver cómo las manos de Barney se iban hasta más allá de lo que era apropiado. Comprensible, la verdad. Le encantaría imitarle, pero quería guardar las apariencias. Por lo menos un poco más.
Por suerte, no tardaron en quedarse a solas. No tenían mucho tiempo, pero tampoco necesitaba tanto. Y a juzgar por la reacción de Dexter, no era la única que lo había estado pensando. Corazones en las piernas, huracanes en la espalda y el pelo de punta entre caricias sutiles y alocadas. Sonrió y sus dedos se alargaron buscando aterrizar en su garganta mientras la otra mano tomaba posesión de su pierna. Le agarró la oreja con los dientes y estaba a punto de responderle algo ingenioso cuando una voz llena de seriedad les interrumpió.
Se apartó lentamente para descubrir frente a ellos a Aurora, la propietaria del Red Velvet. No pudo evitar sonreír de oreja a oreja al ver cómo Dexter se ruborizaba. Le había engañado totalmente y por un instante pareció un niño pillado en falta. Cuando se echó a reír y recuperó la actitud que ella recordaba, Dexter se giró hacia ella con la confusión en la mirada. Aki se encogió de hombros, sonriendo sin saber qué decirle.
Amor… qué palabra tan fuerte, pero por otro lado, ¿cómo le explicaban a la okama lo que ni ellos mismos sabían entender? Habría dicho que no era eso, pero no era capaz ni de negarlo ni de confirmarlo. Simplemente, no lo sabía.
-Debe de haberte echado unos 25, yo que tú me lo tomaría como un halago.- dijo simplemente, la risa en los ojos. Estaba a gusto y no iba a arruinarlo con preocupaciones que simplemente no tenía con qué enfrentar.
Le agarró una mano y le dio un pequeño beso en la muñeca, guiñándole un ojo antes de levantarse para darle un gran abrazo a la okama.
-Aki, ¡mi cielo! Cuánto tiempo, espero que te guste el lugar. Lo hicimos expresamente para ti, ya era hora de que te pasaras.
Le alejó un poco de Dexter mientras le cogía del brazo y le iba explicando los detalles de la habitación y el cómo habían elegido la decoración. Efectivamente se habían inspirado en ella y no pudo evitar sentirse orgullosa de haber ayudado a que ese sitio existiera, incluso sin haber estado allí.
En seguida Barney regresó con una bandeja llena de bebidas y les arrastró de vuelta hasta la mesa, donde se decidió a hacer un brindis.
-¡Por mi pelifuego favorita y una pareja de aúpa! Ay cielo, ¡qué escalofríos! ¡Estás de vuelta, aaaaay!
Esta vez sí que se mordió el labio, insegura de qué decir. No eran una pareja, ¿no? No. Pero Barney había cogido carrerilla y tras zamparse media copa de un trago, empezó a contarle acerca de los diferentes espectáculos del lugar, ilusionado por contárselo todo. No fue capaz de interrumpirle y en lugar de decir nada dio un par de sorbos a la bebida, dedicando una mirada de reojo a Dexter. No tenía claro cómo se lo tomaría él. Decidió corregir a la okama en cuanto pudiera, pero se distrajo. Barney había comenzado a hablar de un negocio de herrero que había forjado además de colaborar en el cabaret y había algo que tenía que enseñarle.
Se puso en pie de un salto y con una sonrisa de oreja a oreja, se levantó el vestido lo justo para mostrarle los cuchillos, todavía en las ligas originales.
-Hiciste un gran trabajo, me han estado acompañando todo este tiempo. De hecho… - añadió sonriéndole a Dexter.- en gran parte han ayudado a que regresara. Te debo mucho, Barney.
Se abrazaron de nuevo y volvieron a sentarse. En seguida tanto él como la okama volvieron a la retahíla de explicaciones. Sin saber bien qué hacer o cómo pararlos, se limitó a coger la mano de Dexter por debajo de la mesa. No sabía qué quería decirle con eso exactamente. Estoy aquí, quizás. Quizá no hacía falta nada más.
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Las palabras de Aki iban encaminadas a calmarlo, pero no surtieron efecto. En su lugar casi produjeron que el rubor rozase la incandescencia y la posición de su espalda pasase a una tensión casi total. Como si no le bastase con sentirse un adolescente atrapado con las manos en la masa, el comentario había terminado de hacerle ver que el comportamiento era... Impropio para alguien de su edad. Cuanto menos. No era como si importara, claro, pero tampoco querría que un grupo de cotorras transgénero extendiesen el rumor de que Aki D. Arlia había vuelto de la tumba para escalar el gran príncipe. Ya bastante daño había hecho que se popularizase aquel término después de que Kimihiro hubiese pasado tanto tiempo entre la secta de adolescentes fantaseosas aquella, "las Dexteritas".
Por otro lado, ¿acaso necesitaba esconderse? Tenía treinta y cuatro años, había navegado entre la vida y la muerte y había hecho cosas que nadie más habría siquiera aspirado soñar que las hacía. Si todo lo que alguien podía hablar de él era que había hecho a la pirata más deseada de los mares entrar en las profundidades de su camarote el problema no era suyo, sino de ellos. De hecho, la intimidad con Aki tal vez fuese, dada la naturaleza casi exclusiva de ello, era algo que muchos otros irían anunciando con cierto orgullo. Aunque probablemente por eso no se había acostado con ellos, claro.
- No sabría si quitarme años es un halago o un insulto -comentó, tratando de relajarse un poco-. No sabes cómo era con veinticinco. No creo ni que te cayese bien.
En realidad, no había cambiado demasiado a lo largo de ese tiempo. Había cargado cada vez con más peso, y en su mente se había ido acumulando cada vez un poso más denso de ilusiones rotas, dolor y sinsentidos. Quizá era un poco más alegre al principio, o un poco más inocente. La vida había pasado por encima de él con violencia, y pocas veces había sentido un poco de alegría desde Vidrian; desde mucho antes, en realidad. Tenía asumido que su historia tendría final amargo, también hacía tiempo, lo cual lo hacía un poco menos miserable pero igualmente infeliz.
De hecho, él prefería al Dexter de veinticinco años. Tal vez debiese tomar el cumplido como algo más que un halago vacío; tal vez sí había recuperado, aunque fuese un poco, el brillo en su mirada. Solo un poco.
Ni se inmutó entonces ante las suposiciones de la okama. Si lo parecían, si lo eran... ¿Qué necesidad había de ponerle un nombre? Ni siquiera hacía falta pensar en ello. Parecían enamorados, parecían pareja, parecían... ¿Felices? Eso era todo lo que importaba, al fin y al cabo. Tomó su mano por debajo de la mesa, apretándola con fuerza. Eran algo que no tenía nombre, sentían algo que no tenía sentido, vivían una realidad que nadie más, a fin de cuentas, podía comprender. Si no importaba lo que pensasen otros, ¿qué importaba lo que dijesen ellas? Tan solo brindó.
- Por la pareja más torpe del mundo -concedió, desviando los ojos hacia Aki, entrechocando sus copas delicadamente.
No atendió demasiado a la conversación. No le desagradaba el lugar, pero tendía a distraerse pensando en sus cosas. Tal vez aún necesitaban algo más para acercarse hasta Samirn, pero no terminaba de caer en qué podía ser. Había preparado las cosas que Aki había pedido, tenía los artilugios que podían hacer falta y sus armas estaban ordenadas en el otro vestidor. No entendía del todo cómo iba a pasar desapercibido con dos brazaletes de metal precioso y joyas, tampoco cómo iba a ocultar el guantelete o a Nadia, incluso el Filo del destino... Daba igual si llevaba ropa del Zora, porque una sola de sus armas bien podía valer más que una vida de trabajo allí, y de eso cualquiera podía darse cuenta.
- Buenos cuchillos. -Asintió-. Muy buenos, sí señor.
Soltó la mano de Aki y le pasó el brazo por la espalda. Total, ¿para qué esconderse ya de ellas?
Le dio un beso en la mejilla cuando la tuvo junto a él. Toda para él, mirase quien mirase. Y que muriesen de la envidia.
Por otro lado, ¿acaso necesitaba esconderse? Tenía treinta y cuatro años, había navegado entre la vida y la muerte y había hecho cosas que nadie más habría siquiera aspirado soñar que las hacía. Si todo lo que alguien podía hablar de él era que había hecho a la pirata más deseada de los mares entrar en las profundidades de su camarote el problema no era suyo, sino de ellos. De hecho, la intimidad con Aki tal vez fuese, dada la naturaleza casi exclusiva de ello, era algo que muchos otros irían anunciando con cierto orgullo. Aunque probablemente por eso no se había acostado con ellos, claro.
- No sabría si quitarme años es un halago o un insulto -comentó, tratando de relajarse un poco-. No sabes cómo era con veinticinco. No creo ni que te cayese bien.
En realidad, no había cambiado demasiado a lo largo de ese tiempo. Había cargado cada vez con más peso, y en su mente se había ido acumulando cada vez un poso más denso de ilusiones rotas, dolor y sinsentidos. Quizá era un poco más alegre al principio, o un poco más inocente. La vida había pasado por encima de él con violencia, y pocas veces había sentido un poco de alegría desde Vidrian; desde mucho antes, en realidad. Tenía asumido que su historia tendría final amargo, también hacía tiempo, lo cual lo hacía un poco menos miserable pero igualmente infeliz.
De hecho, él prefería al Dexter de veinticinco años. Tal vez debiese tomar el cumplido como algo más que un halago vacío; tal vez sí había recuperado, aunque fuese un poco, el brillo en su mirada. Solo un poco.
Ni se inmutó entonces ante las suposiciones de la okama. Si lo parecían, si lo eran... ¿Qué necesidad había de ponerle un nombre? Ni siquiera hacía falta pensar en ello. Parecían enamorados, parecían pareja, parecían... ¿Felices? Eso era todo lo que importaba, al fin y al cabo. Tomó su mano por debajo de la mesa, apretándola con fuerza. Eran algo que no tenía nombre, sentían algo que no tenía sentido, vivían una realidad que nadie más, a fin de cuentas, podía comprender. Si no importaba lo que pensasen otros, ¿qué importaba lo que dijesen ellas? Tan solo brindó.
- Por la pareja más torpe del mundo -concedió, desviando los ojos hacia Aki, entrechocando sus copas delicadamente.
No atendió demasiado a la conversación. No le desagradaba el lugar, pero tendía a distraerse pensando en sus cosas. Tal vez aún necesitaban algo más para acercarse hasta Samirn, pero no terminaba de caer en qué podía ser. Había preparado las cosas que Aki había pedido, tenía los artilugios que podían hacer falta y sus armas estaban ordenadas en el otro vestidor. No entendía del todo cómo iba a pasar desapercibido con dos brazaletes de metal precioso y joyas, tampoco cómo iba a ocultar el guantelete o a Nadia, incluso el Filo del destino... Daba igual si llevaba ropa del Zora, porque una sola de sus armas bien podía valer más que una vida de trabajo allí, y de eso cualquiera podía darse cuenta.
- Buenos cuchillos. -Asintió-. Muy buenos, sí señor.
Soltó la mano de Aki y le pasó el brazo por la espalda. Total, ¿para qué esconderse ya de ellas?
Le dio un beso en la mejilla cuando la tuvo junto a él. Toda para él, mirase quien mirase. Y que muriesen de la envidia.
Aki D. Arlia
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-Oh, no te preocupes. A mi con veinticinco no me habrías aguantado. Era demasiado… inquieta. Más que ahora.
Quizá no era la mejor manera de describirse, pero al fin y al cabo de eso hacía mucho tiempo. De aquella no hacía tanto que se había despedido de Akon y la gente del circo. Acababa de encontrar la akuma de tigre, de conocer a Simo… dio otro trago de su bebida.
-No, definitivamente me alegro de que me hayas conocido ahora.
Le gustaría decir que había madurado, que ahora era más cabal y entendía mejor la vida. Al fin y al cabo, ya no era una niña. Y sin embargo, estaba en un cabaret creado en su honor, negándose a ponerle nombre a unos sentimientos que no se sentía capaz de examinar y sonriendo como una estúpida mientras le cogía la mano a Dexter por debajo de la mesa.
De acuerdo, quizá no hubiera cambiado tanto. Al menos, no en lo bueno, o mejor dicho, en lo divertido.
Aceptó su brindis mientras alzaba una ceja, antes de soltar una pequeña carcajada.
-Por la pareja más torpe del mundo.- concedió.
Supo que él empezaba a aburrirse cuando le pasó el brazo por la espalda. Se tensó por un momento, antes de aceptarlo y relajarse contra él, todavía asintiendo a la conversación. Sin embargo, tras unos minutos las okamas parecieron entender la indirecta. Barney les guiñó un ojo a ambos y le dio unas palmaditas en el muslo a Aki antes de levantarse.
-Bueno, creo que Jhon debe de estar a punto de hacer el segundo pase y le prometí que no me lo perdería. Aurora, cariño, ¿me acompañas? Tranqui cielo, ya la secuestraremos cuando intente salir.
Si lo decía en serio o en broma, Aki no tenía ni idea. Tampoco iba a protestar. Aurora dio un dramático suspiro, antes de levantarse y señalar con el dedo a Dexter.
-No manches los sillones de nada que no sepas como lavar, ¿estamos? - dijo antes de esbozar una sonrisa llena de picardía.- Aunque no me opondría a verte con un delantal y un cepillo en la mano, así que… haz lo que te salga del corazón.
Aki se llevó la mano a la boca para ocultar la risa al ver como la okama le daba un par de palmaditas en la cabeza al dragón, antes de colgarse del brazo de Barney y desaparecer en dirección al Dios de la Papaya. La pelirroja volvió a reírse entre dientes antes de apoyarse en el hombro de Dexter.
- Ten cuidado.- le advirtió.- Lo dice en serio y si manchas algo, te hará limpiarlo de rodillas. He pasado por ahí.
Cerró los ojos. No sabía por qué, le apetecía. Estaba a gusto.
- Me gusta.
No dijo el qué. No sabía si había un qué concreto. Eso era lo más cerca que se atrevía a ir y pudo notar cómo su corazón se saltaba un latido al decirlo. Qué estúpido. Qué bonito.
Quizá no era la mejor manera de describirse, pero al fin y al cabo de eso hacía mucho tiempo. De aquella no hacía tanto que se había despedido de Akon y la gente del circo. Acababa de encontrar la akuma de tigre, de conocer a Simo… dio otro trago de su bebida.
-No, definitivamente me alegro de que me hayas conocido ahora.
Le gustaría decir que había madurado, que ahora era más cabal y entendía mejor la vida. Al fin y al cabo, ya no era una niña. Y sin embargo, estaba en un cabaret creado en su honor, negándose a ponerle nombre a unos sentimientos que no se sentía capaz de examinar y sonriendo como una estúpida mientras le cogía la mano a Dexter por debajo de la mesa.
De acuerdo, quizá no hubiera cambiado tanto. Al menos, no en lo bueno, o mejor dicho, en lo divertido.
Aceptó su brindis mientras alzaba una ceja, antes de soltar una pequeña carcajada.
-Por la pareja más torpe del mundo.- concedió.
Supo que él empezaba a aburrirse cuando le pasó el brazo por la espalda. Se tensó por un momento, antes de aceptarlo y relajarse contra él, todavía asintiendo a la conversación. Sin embargo, tras unos minutos las okamas parecieron entender la indirecta. Barney les guiñó un ojo a ambos y le dio unas palmaditas en el muslo a Aki antes de levantarse.
-Bueno, creo que Jhon debe de estar a punto de hacer el segundo pase y le prometí que no me lo perdería. Aurora, cariño, ¿me acompañas? Tranqui cielo, ya la secuestraremos cuando intente salir.
Si lo decía en serio o en broma, Aki no tenía ni idea. Tampoco iba a protestar. Aurora dio un dramático suspiro, antes de levantarse y señalar con el dedo a Dexter.
-No manches los sillones de nada que no sepas como lavar, ¿estamos? - dijo antes de esbozar una sonrisa llena de picardía.- Aunque no me opondría a verte con un delantal y un cepillo en la mano, así que… haz lo que te salga del corazón.
Aki se llevó la mano a la boca para ocultar la risa al ver como la okama le daba un par de palmaditas en la cabeza al dragón, antes de colgarse del brazo de Barney y desaparecer en dirección al Dios de la Papaya. La pelirroja volvió a reírse entre dientes antes de apoyarse en el hombro de Dexter.
- Ten cuidado.- le advirtió.- Lo dice en serio y si manchas algo, te hará limpiarlo de rodillas. He pasado por ahí.
Cerró los ojos. No sabía por qué, le apetecía. Estaba a gusto.
- Me gusta.
No dijo el qué. No sabía si había un qué concreto. Eso era lo más cerca que se atrevía a ir y pudo notar cómo su corazón se saltaba un latido al decirlo. Qué estúpido. Qué bonito.
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Acompañó el brindis imitando sus palabras, riendo como él y, naturalmente, bebiendo. Cuando la rodeó, sin embargo, todo pareció llegar a su abrupto final: Barney, la okama de los pantalones rojos, les guiñó un ojo con picardía antes de buscar la primera excusa posible para llevarse a Aurora lejos de allí. No podía decir que se lo pasase mal con ellas, pero igualmente agradeció que se esfumaran casi tanto como se rio ante la advertencia.
- Tranquila -dijo como pudo-. La comida no se desperdicia.
Fue capaz de mantener la risa mientras los ojos exorbitados de aurora se movían lentamente hacia Aki, con un rictus rectilíneo en los labios fruncidos que solo daba más rienda suelta a su imaginación. Igualmente, recibió con expresión inocente las palmadas en la cabeza y, como si nunca hubiese roto un plato, se despidió de ambas con las manos. Aunque, debía admitir, se había quedado con curiosidad por la clase de espectáculo que se llevaba a cabo en la sala del Dios de la papaya. Se lo imaginaba, al menos en síntesis, como una versión retorcida de la Venus de la concha, tal vez saliendo del interior de un percebe completamente untado en nata o, aún peor, en crema de papaya. En una versión más extrema, el Dios de la papaya debería alimentar con su crema al público, pero ahí ya se enfrentaba, más que a una moral estricta, al propio buen gusto. Y las okamas, por muy pervertidas que fuesen, tenían gusto. Al menos ellas.
Aki tiró de él otra vez hacia la realidad. La advertencia no era una broma, y ella lo había experimentado. No quiso preguntar hasta qué punto estaba unida a esas mujeres, así que se quedó en silencio hasta que ella lo rompió con dos palabras tan sencillas como complicadas. No era un "te quiero", que sería mucho más sencillo. Significaría, al fin y al cabo, que entendería todo lo que había en su mente, de una u otra forma. Decir "me gusta", por el contrario, dejaba en el aire tantas cosas... La intensidad, el sentimiento, la razón... ¿Qué sabían ellos, más que esa sensación de hormigueo agradable en el estómago? Ese suave escalofrío que les recorría desde la espalda hasta el cuello, acariciándoles la nuca como si ellos mismos siguiesen haciéndolo... ¿Qué significaba?
Tampoco importaba.
La dejó un rato apoyada sobre su pecho, acariciando su costado. Él echó hacia atrás la cabeza, cerrando los ojos. Podría haber buscado los futuros en los que ese momento se repetía a cada instante, pero sabía que ambos se aburrirían si dejase de ser algo especial; no quería dejar de verlo único tan pronto. Más días estaban por llegar, mejores y peores, pero eran días junto a ella, y por el momento eso era lo que le apetecía. Por una vez, el presente era un regalo. Por una vez, solo el ahora importaba.
- Me gustas.
No sabía lo que significaba, pero sí que le gustaba. Disfrutaba de estar con ella, de tenerla cerca, de oler su pelo; de acariciarla con los dedos sumergidos en su cabello, de pasar por su espalda, de besar su cuello. Estaba casi tan rota como él, tal vez un poco más, pero a su lado se estaba sintiendo mucho más entero. Y le gustaba. Querría acostumbrarse a ello.
- Tranquila -dijo como pudo-. La comida no se desperdicia.
Fue capaz de mantener la risa mientras los ojos exorbitados de aurora se movían lentamente hacia Aki, con un rictus rectilíneo en los labios fruncidos que solo daba más rienda suelta a su imaginación. Igualmente, recibió con expresión inocente las palmadas en la cabeza y, como si nunca hubiese roto un plato, se despidió de ambas con las manos. Aunque, debía admitir, se había quedado con curiosidad por la clase de espectáculo que se llevaba a cabo en la sala del Dios de la papaya. Se lo imaginaba, al menos en síntesis, como una versión retorcida de la Venus de la concha, tal vez saliendo del interior de un percebe completamente untado en nata o, aún peor, en crema de papaya. En una versión más extrema, el Dios de la papaya debería alimentar con su crema al público, pero ahí ya se enfrentaba, más que a una moral estricta, al propio buen gusto. Y las okamas, por muy pervertidas que fuesen, tenían gusto. Al menos ellas.
Aki tiró de él otra vez hacia la realidad. La advertencia no era una broma, y ella lo había experimentado. No quiso preguntar hasta qué punto estaba unida a esas mujeres, así que se quedó en silencio hasta que ella lo rompió con dos palabras tan sencillas como complicadas. No era un "te quiero", que sería mucho más sencillo. Significaría, al fin y al cabo, que entendería todo lo que había en su mente, de una u otra forma. Decir "me gusta", por el contrario, dejaba en el aire tantas cosas... La intensidad, el sentimiento, la razón... ¿Qué sabían ellos, más que esa sensación de hormigueo agradable en el estómago? Ese suave escalofrío que les recorría desde la espalda hasta el cuello, acariciándoles la nuca como si ellos mismos siguiesen haciéndolo... ¿Qué significaba?
Tampoco importaba.
La dejó un rato apoyada sobre su pecho, acariciando su costado. Él echó hacia atrás la cabeza, cerrando los ojos. Podría haber buscado los futuros en los que ese momento se repetía a cada instante, pero sabía que ambos se aburrirían si dejase de ser algo especial; no quería dejar de verlo único tan pronto. Más días estaban por llegar, mejores y peores, pero eran días junto a ella, y por el momento eso era lo que le apetecía. Por una vez, el presente era un regalo. Por una vez, solo el ahora importaba.
- Me gustas.
No sabía lo que significaba, pero sí que le gustaba. Disfrutaba de estar con ella, de tenerla cerca, de oler su pelo; de acariciarla con los dedos sumergidos en su cabello, de pasar por su espalda, de besar su cuello. Estaba casi tan rota como él, tal vez un poco más, pero a su lado se estaba sintiendo mucho más entero. Y le gustaba. Querría acostumbrarse a ello.
Aki D. Arlia
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No sabía qué era lo que había esperado recibir a cambio de su tímida confesión, pero que pensara igual que ella no.
¿Y por qué no? Él había tenido más coraje que ella. Había añadido una diminuta ‘’s’’ que aclaraba algunas de las sombras que había colocado Aki por inercia. No podía decir que estaba acostumbrada a hacerlo, porque no era así. No había sombras que poner cuando solo había oscuridad.
Mucha gente había fantaseado, fantaseaba y fantasearía en el futuro con ver su cuerpo. Muchas menos habían llegado a vislumbrarlo y podía contar con los dedos de las manos aquellas que habían llegado a disfrutarlo.
Para contar a los que habían llegado a adentrarse más allá de la piel, le sobraban dedos de una mano.
Por su cabeza pasaron fugazmente dos rostros. Una risa alegre y un par de ojos de color avellana. Una barba poblada y una cicatriz en la cara. En su momento, había creído que Karl siempre estaría allí, a su lado. Hasta el final. Descubrir que no era así había sido fácilmente de las cosas más duras por las que había pasado. Y ahora, la idea de que otra persona fuera a acompañarla hasta el final de sus días parecía… infantil. Irrisoria. Pero entre eso y la ausencia de cariño… había un gran camino. Quería recorrerlo, pero asustaba. Era más fácil quedarse quieta, sentada en la oscuridad. Aguardando sin saber el qué.
Pero no podía hacer eso para siempre. Le gustaban los besos, le estaban gustando los abrazos. Esas dos palabras le habían causado una sacudida imperceptible y por eso, decidió rendirse. Solo un poco. Lo justo para hacer una diminuta concesión.
-Si. - admitió con una sonrisa.- Tú también me gustas.
Al fin y al cabo, era la verdad.
Se dejó estar en el sitio un rato más. Daba sorbitos a su bebida de forma distraída mientras acariciaba el pelo o la cara de Dexter con suavidad, perdida en sus pensamientos. Si alguien le hubiera preguntado qué se le pasaba por la cabeza, no habría sabido qué decir. Al final, sin embargo, volvió al presente. Como si alguien hubiera tocado un interruptor, las paredes de la sala VIP parecieron más rojas de repente y empezó a oír la música lejana que hasta entonces había estado ignorando. Era un lugar hermoso y, sin embargo, en ese momento era demasiado. Agarró una servilleta y con un bolígrafo, escribió una breve nota de disculpa. Tras doblarla y dejarla en la mesa, se giró hacia Dexter con expresión tranquila.
-¿Y si salimos hoy? Ahora.
Era una petición extraña. Era renunciar a una noche extra, pero la pelirroja lo sabía. En realidad, quería aprovecharla.
-Podemos dejar la dirección planeada en el submarino e irnos… a dormir.
Ninguno de ellos lo necesitaba, era consciente. Ella misma se había pasado largas noches en vela, a veces por falta de apetencia y otras por necesidad, por utilizar ese tiempo. Hoy, sin embargo, quería dormir. No caer rendida, no agotada sin más. Tumbarse conscientemente en la cama e irse apagando poco a poco… en compañía.
Se dio cuenta de lo que había dicho un par de segundos después de soltarlo y un ligero rubor cubrió sus mejillas. ¿Le parecería raro? Era algo tontamente específico. Sí, ganarían tiempo, llegarían antes a la isla, pero esa no era la parte extraña. Sin embargo, no se le ocurrió cómo mejorar lo que acababa de decir, así que simplemente aprovechó para acabar su copa y evitó su mirada unos instantes mientras esperaba una respuesta.
De todas formas, ¿qué era lo peor que podía pasar?
¿Y por qué no? Él había tenido más coraje que ella. Había añadido una diminuta ‘’s’’ que aclaraba algunas de las sombras que había colocado Aki por inercia. No podía decir que estaba acostumbrada a hacerlo, porque no era así. No había sombras que poner cuando solo había oscuridad.
Mucha gente había fantaseado, fantaseaba y fantasearía en el futuro con ver su cuerpo. Muchas menos habían llegado a vislumbrarlo y podía contar con los dedos de las manos aquellas que habían llegado a disfrutarlo.
Para contar a los que habían llegado a adentrarse más allá de la piel, le sobraban dedos de una mano.
Por su cabeza pasaron fugazmente dos rostros. Una risa alegre y un par de ojos de color avellana. Una barba poblada y una cicatriz en la cara. En su momento, había creído que Karl siempre estaría allí, a su lado. Hasta el final. Descubrir que no era así había sido fácilmente de las cosas más duras por las que había pasado. Y ahora, la idea de que otra persona fuera a acompañarla hasta el final de sus días parecía… infantil. Irrisoria. Pero entre eso y la ausencia de cariño… había un gran camino. Quería recorrerlo, pero asustaba. Era más fácil quedarse quieta, sentada en la oscuridad. Aguardando sin saber el qué.
Pero no podía hacer eso para siempre. Le gustaban los besos, le estaban gustando los abrazos. Esas dos palabras le habían causado una sacudida imperceptible y por eso, decidió rendirse. Solo un poco. Lo justo para hacer una diminuta concesión.
-Si. - admitió con una sonrisa.- Tú también me gustas.
Al fin y al cabo, era la verdad.
Se dejó estar en el sitio un rato más. Daba sorbitos a su bebida de forma distraída mientras acariciaba el pelo o la cara de Dexter con suavidad, perdida en sus pensamientos. Si alguien le hubiera preguntado qué se le pasaba por la cabeza, no habría sabido qué decir. Al final, sin embargo, volvió al presente. Como si alguien hubiera tocado un interruptor, las paredes de la sala VIP parecieron más rojas de repente y empezó a oír la música lejana que hasta entonces había estado ignorando. Era un lugar hermoso y, sin embargo, en ese momento era demasiado. Agarró una servilleta y con un bolígrafo, escribió una breve nota de disculpa. Tras doblarla y dejarla en la mesa, se giró hacia Dexter con expresión tranquila.
-¿Y si salimos hoy? Ahora.
Era una petición extraña. Era renunciar a una noche extra, pero la pelirroja lo sabía. En realidad, quería aprovecharla.
-Podemos dejar la dirección planeada en el submarino e irnos… a dormir.
Ninguno de ellos lo necesitaba, era consciente. Ella misma se había pasado largas noches en vela, a veces por falta de apetencia y otras por necesidad, por utilizar ese tiempo. Hoy, sin embargo, quería dormir. No caer rendida, no agotada sin más. Tumbarse conscientemente en la cama e irse apagando poco a poco… en compañía.
Se dio cuenta de lo que había dicho un par de segundos después de soltarlo y un ligero rubor cubrió sus mejillas. ¿Le parecería raro? Era algo tontamente específico. Sí, ganarían tiempo, llegarían antes a la isla, pero esa no era la parte extraña. Sin embargo, no se le ocurrió cómo mejorar lo que acababa de decir, así que simplemente aprovechó para acabar su copa y evitó su mirada unos instantes mientras esperaba una respuesta.
De todas formas, ¿qué era lo peor que podía pasar?
Dexter Black
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Aquella sensación que lo recorría se parecía peligrosamente a tantas que casi le agobiaba. No podría haber reconocido ninguna en medio de la nebulosa, pero eso se debía a que estaba sumergido de lleno en la incerteza. En física, el principio de incerteza decía que, a partir de una escala determinada, un observador no podía saber a la vez dónde se encontraba una partícula y hacia dónde se movía, al menos sin condicionar el experimento; es decir, podía conocer una o la otra, pero no ambas. Era curioso cómo muchas veces la ciencia observaba en la naturaleza alegorías tan curiosas: Allí estaban los dos, en presente, pero su rumbo era incierto y, probablemente, de no serlo, no sería lo mismo. Nadie luchaba por algo que creía condenado y, por supuesto, saber lo bueno antes de que sucediese habría restado todo el encanto a la sopresa. Y haberse molestado en conocer la respuesta de Aki antes de salir por sus labios habría cohibido la plácida sonrisa que se dibujó en su cara.
Porque a veces, como en la física, la incerteza era la clave de todo.
No hizo mucho más. No abrió los ojos, ni trató de robarle un beso. No irguió la cabeza, y si bien sus manos seguían acariciando suavemente su vestido, apenas se movió durante un rato. A veces Aki lo hacía, bien para beber de su copa a pequeños sorbos bien para acariciar su cara o cabello. No hacía falta pasión desmedida; no querría que todo se resumiese a eso. Calma y paz, como la que ella le aportaba, bastaban para convertir el ruidoso cabaret en un sanctasanctórum; el calor que ella bombeaba con cada latido contra su pecho podría haberlo calentado en medio de la nieve.
Se permitió ahogar una carcajada cuando Aki empezó a moverse. Tuvo la cortesía consigo mismo de no hurgar en su mente, y disfrutó dibujando un gesto sorprendido en su rostro cuando, efectivamente, se sorprendió. La noche era joven, ellos dos tenían ese instante para ellos entre tantos otros y sería una oportunidad irrepetible, tan única que si la desperdiciasen sería una pésima idea.
Pero, justamente, era una pésima idea.
- Vámonos.
Ni siquiera dio respuesta a su petición, tan ajena como cercana. No pedía dormir, sino repetir por una noche lo que fugazmente estaban viviendo en el club. Acariciar sus cabellos, acompasar sus respiraciones, abrazarse hasta dormir... Aunque ninguno lo necesitara, en realidad, era otra de esas buenas oportunidades que no tenía pensado dejar escapar.
Se levantó primero, tendiéndole la mano para no separarse, y echó a caminar. Abrió la puerta con urgencia y salió del local, abandonando la gran alfombra roja sin esperar a que la seguridad levantase los cordones. ¿Para qué? Tan solo lo saltó, quizá por hacer el tonto, tal vez simplemente porque podía. A veces, la mejor razón para hacer algo era precisamente esa. Por eso, entre los focos del cabaret y la luz de las estrellas, se regaló a sí mismo un beso para Aki. Porque podía.
Podrían haberse besado en cada farola, pero aquello no era una ranchera. Avanzaron por las calles como si fueran suyas, correteando y gritando de la emoción. ¿Emoción de qué, si ambos podrían haber surcado el cielo mucho más deprisa? Emoción. A ratos sí que decidían besarse, o abrazarse... A ratos la aupaba y fingían que la luna estaba apenas a un palmo de distancia; que podían tocar cualquier cosa con la yema de los dedos. Porque podían.
Llegaron por fin al interior de la cueva. Tal vez habían tardado más de lo que esperaban, pero en compensación iban a salir mucho antes de lo que planeaban. Dexter entró una última vez al laboratorio para coger todo lo que habían preparado, y tomándola del brazo la arrastró a la armería. Era una parte de su equipaje todavía sin hacer, y señaló con cierta vergüenza lo que ya llevaba un rato pensando:
- ¿Y con esto no llamaré más aún la atención?
Zafiro y Rubí reposaban en un maniquí, mientras el Filo del destino reposaba en una cámara de levitación -pesaba demasiado como para mantenerla apoyada en alguna parte sin temor a las consecuencias-, y Nadia devolvía con sagacidad la mirada de Aki con dos intensos zafiros que formaban el cabezal.
Sin esperar respuesta comenzó a colocar cada arma en su lugar; al fin y al cabo, llevar las iba a llevar. Tenían toda una noche con su día para decidir cómo disimularlas.
Porque a veces, como en la física, la incerteza era la clave de todo.
No hizo mucho más. No abrió los ojos, ni trató de robarle un beso. No irguió la cabeza, y si bien sus manos seguían acariciando suavemente su vestido, apenas se movió durante un rato. A veces Aki lo hacía, bien para beber de su copa a pequeños sorbos bien para acariciar su cara o cabello. No hacía falta pasión desmedida; no querría que todo se resumiese a eso. Calma y paz, como la que ella le aportaba, bastaban para convertir el ruidoso cabaret en un sanctasanctórum; el calor que ella bombeaba con cada latido contra su pecho podría haberlo calentado en medio de la nieve.
Se permitió ahogar una carcajada cuando Aki empezó a moverse. Tuvo la cortesía consigo mismo de no hurgar en su mente, y disfrutó dibujando un gesto sorprendido en su rostro cuando, efectivamente, se sorprendió. La noche era joven, ellos dos tenían ese instante para ellos entre tantos otros y sería una oportunidad irrepetible, tan única que si la desperdiciasen sería una pésima idea.
Pero, justamente, era una pésima idea.
- Vámonos.
Ni siquiera dio respuesta a su petición, tan ajena como cercana. No pedía dormir, sino repetir por una noche lo que fugazmente estaban viviendo en el club. Acariciar sus cabellos, acompasar sus respiraciones, abrazarse hasta dormir... Aunque ninguno lo necesitara, en realidad, era otra de esas buenas oportunidades que no tenía pensado dejar escapar.
Se levantó primero, tendiéndole la mano para no separarse, y echó a caminar. Abrió la puerta con urgencia y salió del local, abandonando la gran alfombra roja sin esperar a que la seguridad levantase los cordones. ¿Para qué? Tan solo lo saltó, quizá por hacer el tonto, tal vez simplemente porque podía. A veces, la mejor razón para hacer algo era precisamente esa. Por eso, entre los focos del cabaret y la luz de las estrellas, se regaló a sí mismo un beso para Aki. Porque podía.
Podrían haberse besado en cada farola, pero aquello no era una ranchera. Avanzaron por las calles como si fueran suyas, correteando y gritando de la emoción. ¿Emoción de qué, si ambos podrían haber surcado el cielo mucho más deprisa? Emoción. A ratos sí que decidían besarse, o abrazarse... A ratos la aupaba y fingían que la luna estaba apenas a un palmo de distancia; que podían tocar cualquier cosa con la yema de los dedos. Porque podían.
Llegaron por fin al interior de la cueva. Tal vez habían tardado más de lo que esperaban, pero en compensación iban a salir mucho antes de lo que planeaban. Dexter entró una última vez al laboratorio para coger todo lo que habían preparado, y tomándola del brazo la arrastró a la armería. Era una parte de su equipaje todavía sin hacer, y señaló con cierta vergüenza lo que ya llevaba un rato pensando:
- ¿Y con esto no llamaré más aún la atención?
Zafiro y Rubí reposaban en un maniquí, mientras el Filo del destino reposaba en una cámara de levitación -pesaba demasiado como para mantenerla apoyada en alguna parte sin temor a las consecuencias-, y Nadia devolvía con sagacidad la mirada de Aki con dos intensos zafiros que formaban el cabezal.
Sin esperar respuesta comenzó a colocar cada arma en su lugar; al fin y al cabo, llevar las iba a llevar. Tenían toda una noche con su día para decidir cómo disimularlas.
Aki D. Arlia
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-Vámonos.
Una sola palabra, tres sílabas, menos de una respiración. ¿Cómo podía algo tan pequeño contener algo tan grande? Pero lo hacía. Contenía todos y cada uno de los segundos que siguieron. Desde su huida del cabaret, saltando la cinta de seguridad y dejando atrás tanto al guardia como a los que todavía estaban en la cola, hasta su carrera indómita hasta la cueva.
¿En qué momento había salido la luna? Grande, no llena, pero casi. Le faltaba un pedacito y cualquiera habría dicho que Dexter y Aki acababan de tragárselo. Corrían a ratos, caminaban a otros y pese a los saltos, cabriolas y besos salvajes, sus respiraciones iban al compás. Cada abrazo, cada parada, cada nuevo trote era una aventura. Improvisando, siguiendo lo que más les apetecía, disfrutando. Simplemente, disfrutando.
Gritaban, reían, se miraban, se besaban, volvían a reír y de repente, Aki sintió piedra a su espalda. Habían llegado. Pero en lugar de sentirse mal porque el momento había acabado, no pudo dejar de sonreír. Había sido sorprendente, emocionante y… todavía estaban allí. Los dos.
Le siguió adentro de buena gana, aunque se quedó en la puerta del laboratorio esperando a que cogiese lo que necesitase. No tenía ganas de ponerse otra bata y no estaba segura de que los robotitos que había por toda la sala no fueran a hacerle ponérsela a la fuerza. Era mucho más sencillo así.
No tardó en salir y aunque creía que ya se marchaban, la arrastró a una nueva sala. Una armería. Y… tenía razón, en realidad. Se adelantó un momento, contemplando las armas en sus lugares de descanso. Acarició distraídamente los zafiros de Nadia antes de darse la vuelta con una sonrisa.
-No. Tengo justo lo que necesitamos.
Por otro lado, también ella tenía que completar su equipaje. Esta vez fue Aki quien le cogió del brazo y tiró de él. Corrieron nuevamente bajo la mirada suspicaz de las estrellas y para cuando llegaron al Loreley, de alguna manera, estaban sin aliento. Le dio un diminuto beso en los labios antes de desaparecer en el interior del barco para ir a rebuscar a su armario.
Debería tenerlo mejor ordenado, pero no solía utilizarlo demasiado. Solía acabar cogiendo ropa nueva allí a donde iba, pero de vez en cuando alguna prenda se ganaba su cariño y terminaba en el barco. Era el caso de las dos capas que sacó, ambas de color arena. Tenían capucha y eran lo bastante largas como para cubrir a Aki hasta los tobillos y a Dexter hasta las rodillas, incluso siendo más grande. Su vestidor tampoco obraba milagros. Con cuidado, poniéndose de puntillas por un instante, se la pasó por los hombros al dragón y se la afianzó con el broche en el pecho.
-Así. Como mínimo, no será tan exagerado.
Le quedaba bien. La forma al menos, el color era otro tema. Pero estaba hecha para pasar desapercibidos, por lo que tendría que conformarse.
Rápidamente, recogió lo esencial de su barco. Un pequeño kit portable para cuidar sus armas, su den den mushi de bolsillo y dos pares de zapatos planos. Eso era todo. Lo que echase en falta, lo buscaría en el momento.
-Estoy lista.- le dijo con una sonrisa. Se acercó a él y le colocó la capucha antes de hacer lo propio con la suya. - Ya podemos escaparnos.
Le guiñó un ojo y lideró el camino para salir del barco. Le esperó en tierra, tendiéndole una mano que si bien sabía que no necesitaba, quería ofrecerle.
-Vamos a hacer historia.
Una sola palabra, tres sílabas, menos de una respiración. ¿Cómo podía algo tan pequeño contener algo tan grande? Pero lo hacía. Contenía todos y cada uno de los segundos que siguieron. Desde su huida del cabaret, saltando la cinta de seguridad y dejando atrás tanto al guardia como a los que todavía estaban en la cola, hasta su carrera indómita hasta la cueva.
¿En qué momento había salido la luna? Grande, no llena, pero casi. Le faltaba un pedacito y cualquiera habría dicho que Dexter y Aki acababan de tragárselo. Corrían a ratos, caminaban a otros y pese a los saltos, cabriolas y besos salvajes, sus respiraciones iban al compás. Cada abrazo, cada parada, cada nuevo trote era una aventura. Improvisando, siguiendo lo que más les apetecía, disfrutando. Simplemente, disfrutando.
Gritaban, reían, se miraban, se besaban, volvían a reír y de repente, Aki sintió piedra a su espalda. Habían llegado. Pero en lugar de sentirse mal porque el momento había acabado, no pudo dejar de sonreír. Había sido sorprendente, emocionante y… todavía estaban allí. Los dos.
Le siguió adentro de buena gana, aunque se quedó en la puerta del laboratorio esperando a que cogiese lo que necesitase. No tenía ganas de ponerse otra bata y no estaba segura de que los robotitos que había por toda la sala no fueran a hacerle ponérsela a la fuerza. Era mucho más sencillo así.
No tardó en salir y aunque creía que ya se marchaban, la arrastró a una nueva sala. Una armería. Y… tenía razón, en realidad. Se adelantó un momento, contemplando las armas en sus lugares de descanso. Acarició distraídamente los zafiros de Nadia antes de darse la vuelta con una sonrisa.
-No. Tengo justo lo que necesitamos.
Por otro lado, también ella tenía que completar su equipaje. Esta vez fue Aki quien le cogió del brazo y tiró de él. Corrieron nuevamente bajo la mirada suspicaz de las estrellas y para cuando llegaron al Loreley, de alguna manera, estaban sin aliento. Le dio un diminuto beso en los labios antes de desaparecer en el interior del barco para ir a rebuscar a su armario.
Debería tenerlo mejor ordenado, pero no solía utilizarlo demasiado. Solía acabar cogiendo ropa nueva allí a donde iba, pero de vez en cuando alguna prenda se ganaba su cariño y terminaba en el barco. Era el caso de las dos capas que sacó, ambas de color arena. Tenían capucha y eran lo bastante largas como para cubrir a Aki hasta los tobillos y a Dexter hasta las rodillas, incluso siendo más grande. Su vestidor tampoco obraba milagros. Con cuidado, poniéndose de puntillas por un instante, se la pasó por los hombros al dragón y se la afianzó con el broche en el pecho.
-Así. Como mínimo, no será tan exagerado.
Le quedaba bien. La forma al menos, el color era otro tema. Pero estaba hecha para pasar desapercibidos, por lo que tendría que conformarse.
Rápidamente, recogió lo esencial de su barco. Un pequeño kit portable para cuidar sus armas, su den den mushi de bolsillo y dos pares de zapatos planos. Eso era todo. Lo que echase en falta, lo buscaría en el momento.
-Estoy lista.- le dijo con una sonrisa. Se acercó a él y le colocó la capucha antes de hacer lo propio con la suya. - Ya podemos escaparnos.
Le guiñó un ojo y lideró el camino para salir del barco. Le esperó en tierra, tendiéndole una mano que si bien sabía que no necesitaba, quería ofrecerle.
-Vamos a hacer historia.
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Esbozó una sonrisa. Aki podía ser una experimentada pirata, un malévolo demonio e incluso una avezada guerrera, pero a veces resultaba sumamente inocente. "Tengo la solución", había dicho, y prestos se habían lanzado a la carrera de nuevo, saltimbanqueando por cada esquina, escalando sobre cada banco. Habían acabado jadeando, con la respiración entrecortada a pesar del poco esfuerzo. Tras irrumpir en el Loreley furtivamente, como si se estuviesen preparando para hacer alguna travesura, se internaron de lleno en el profundo -y desordenado- vestidor -desordenado- de la pelirroja, cuyo plan infalible para ocultar sus armas era...
- Una capa. -Se le escapó una risa tonta-. Tengo capas de mi talla en la cueva, pero gracias. Esta me la guardo; los regalos no deben ir a la guerra.
Nada más enrolarse en la Armada, le habían regalado una capa propia de color caqui, así como habían encargado hacerle una de mejor calidad ajustándose a las dignidades de un cargo como el que ostentaba. Aunque había agradecido el gesto, siempre supuso que una de las dos sobraba; además, él casi siempre utilizaba el H.A.D.A. a modo de abrigo y su presencia no podía ser ocultada, por lo que esconderse nunca había formado parte de sus planes. No al menos hasta ese preciso instante en que pareció volverse sumamente necesario. Sin embargo, aun así veía varios problemas al plan de llevar una capa. Por lo menos, una capa de buena calidad.
Abrió el broche con una mano, deshaciéndose de la capa y doblándola sobre sí misma. No pudo evitar encartarla con especial cuidado, aunque sí fue capaz de contener la sonrisa de idiota que se le formaba al pensar en el detalle. Hacía años que nadie le regalaba nada bajo la excusa de ya tener de todo, pero aunque había asentido con expresión neutra seguía echando de menos esas cosas. No era tanto el regalo en sí, sino tener una parte de la otra persona entre las manos que decía "pienso en ti". Y, aunque en según qué connotaciones le habría valido con acariciar despreocupadamente su cuerpo, a todo el mundo le hacía ilusión recibir un buen regalo.
- De todos modos, si llevo una capa de buena calidad seguiré llamando la atención. Y no pienso ponerme ropa del Zora si no sirve para nada. -Lo decía muy en serio; Nadia escapaba por debajo de la capa y formaba una extraña protuberancia en su espalda si no la llevaba por encima del abrigo-. Además, eso seguiría dejándonos el problema del pelo por resolver. ¿No te parece que si me escondo ya parecerá que estoy haciendo algo malo? Podría simplemente ir por ahí, fingir que estoy de vacaciones... Ya sabes. Lo que hacemos las chicas guapas.
Le guiñó un ojo. También volvió a mirar la capa. No le valía, pero le gustaba. El color arena era agradable, y el forro calentito. No tenía bolsillitos por el interior, pero a cambio parecía ser capaz de retener el calor fácilmente en su cuerpo... O lo sería, si la mitad de sus piernas no se saliesen por fuera de ella. Sin embargo, solo por notar los dedos de Aki rodeando su cuello y acomodando la prenda por su espalda una vez más, se la probaría cuantas veces hiciese falta.
- Te diría que puedo dejar la mayoría de cosas en el submarino, pero si hacen falta seguro que me arrepiento. -Además, estaba el problema de que con solo llevar a Nadia ya se esperarían toda clase de problemas-. Aunque... Que noten mi presencia no quiere decir que puedan reconocerlo, ¿no? Podría disfrazarme de cualquier cosa, y aunque si alguien decidiese usar el haki parecería una bola de discoteca nadie tiene por qué...
Cayó en la cuenta. No hacía falta intentar percibirlo, solo poder verlo. Su presencia era, en cierto modo, como el sol. Daba igual que no lo mirasen, había que cerrar los ojos para no darse cuenta de que estaba ahí. Y no se le ocurría nada que pudiese solucionar ese problema.
Con eso en mente, todavía pensando, la siguió de vuelta hacia la montaña. Tenían que tomar el submarino.
- Una capa. -Se le escapó una risa tonta-. Tengo capas de mi talla en la cueva, pero gracias. Esta me la guardo; los regalos no deben ir a la guerra.
Nada más enrolarse en la Armada, le habían regalado una capa propia de color caqui, así como habían encargado hacerle una de mejor calidad ajustándose a las dignidades de un cargo como el que ostentaba. Aunque había agradecido el gesto, siempre supuso que una de las dos sobraba; además, él casi siempre utilizaba el H.A.D.A. a modo de abrigo y su presencia no podía ser ocultada, por lo que esconderse nunca había formado parte de sus planes. No al menos hasta ese preciso instante en que pareció volverse sumamente necesario. Sin embargo, aun así veía varios problemas al plan de llevar una capa. Por lo menos, una capa de buena calidad.
Abrió el broche con una mano, deshaciéndose de la capa y doblándola sobre sí misma. No pudo evitar encartarla con especial cuidado, aunque sí fue capaz de contener la sonrisa de idiota que se le formaba al pensar en el detalle. Hacía años que nadie le regalaba nada bajo la excusa de ya tener de todo, pero aunque había asentido con expresión neutra seguía echando de menos esas cosas. No era tanto el regalo en sí, sino tener una parte de la otra persona entre las manos que decía "pienso en ti". Y, aunque en según qué connotaciones le habría valido con acariciar despreocupadamente su cuerpo, a todo el mundo le hacía ilusión recibir un buen regalo.
- De todos modos, si llevo una capa de buena calidad seguiré llamando la atención. Y no pienso ponerme ropa del Zora si no sirve para nada. -Lo decía muy en serio; Nadia escapaba por debajo de la capa y formaba una extraña protuberancia en su espalda si no la llevaba por encima del abrigo-. Además, eso seguiría dejándonos el problema del pelo por resolver. ¿No te parece que si me escondo ya parecerá que estoy haciendo algo malo? Podría simplemente ir por ahí, fingir que estoy de vacaciones... Ya sabes. Lo que hacemos las chicas guapas.
Le guiñó un ojo. También volvió a mirar la capa. No le valía, pero le gustaba. El color arena era agradable, y el forro calentito. No tenía bolsillitos por el interior, pero a cambio parecía ser capaz de retener el calor fácilmente en su cuerpo... O lo sería, si la mitad de sus piernas no se saliesen por fuera de ella. Sin embargo, solo por notar los dedos de Aki rodeando su cuello y acomodando la prenda por su espalda una vez más, se la probaría cuantas veces hiciese falta.
- Te diría que puedo dejar la mayoría de cosas en el submarino, pero si hacen falta seguro que me arrepiento. -Además, estaba el problema de que con solo llevar a Nadia ya se esperarían toda clase de problemas-. Aunque... Que noten mi presencia no quiere decir que puedan reconocerlo, ¿no? Podría disfrazarme de cualquier cosa, y aunque si alguien decidiese usar el haki parecería una bola de discoteca nadie tiene por qué...
Cayó en la cuenta. No hacía falta intentar percibirlo, solo poder verlo. Su presencia era, en cierto modo, como el sol. Daba igual que no lo mirasen, había que cerrar los ojos para no darse cuenta de que estaba ahí. Y no se le ocurría nada que pudiese solucionar ese problema.
Con eso en mente, todavía pensando, la siguió de vuelta hacia la montaña. Tenían que tomar el submarino.
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Oh. Ciertamente.
Se sintió algo tonta por un instante. Por supuesto que tenía capas de su talla. De alguna manera, había asumido que todo lo que tenía en su armario eran trajes. Ni siquiera había visto su cajón de los calcetines, y tenía que tener uno. Todo el mundo tenía uno. Ella no, pero ella rara vez los utilizaba. Prefería las medias o los pies descalzos. Y los pocos que tenía los guardaba en un rincón del armario, listos para cuando los necesitaba. Quizás a él le pasara algo similar.
En cualquier caso, acabó soltando una pequeña risa. De acuerdo. Al menos, le había gustado el gesto. Y tenía razón, los regalos no debían ir a la guerra. No todos, al menos. Los que él le había dado estaban hechos para que se los llevaran, así que dejarlos sería como mínimo de mala educación y, definitivamente, una elección bastante estúpida.
Atendió a su explicación mientras fruncía el ceño, pensando en ello. Ciertamente con las armas que llevaba la capa no era el mejor método. Harían formas extrañas y terminarían llamando más la atención.
-Si el problema solo fuera el pelo, te lo trenzaría y podrías ponerte la capucha para taparlo. Pero tienes razón, tendremos que buscar otra manera.
Una pena, en cierto modo. Le habría gustado pasarse un par de horas trenzándoselo de forma intrincada para que no ocupara tanto. Por no hablar de lo rizado y extraño que se vería una vez las soltaran todas. Pero ese plan tendría que esperar a días más pacíficos. De momento, tenían que ser prácticos.
-Yo puedo camuflar mi presencia.- caviló.- Quizá podría hacerlo con la tuya también, aunque tengo la sensación de que me costaría un poco. Podríamos probarlo de camino.
En cualquier caso, por más que lo decía de verdad, también sabía que en el mejor de los casos no sería más que un parche. Ella era capaz de reclamar la atención de la gente, pero de la misma manera sabía esconderse de ella. Fiel a su naturaleza, era un dulce dedicado solo a los ojos de su elección y así se comportaba. Pero Dexter no era igual. Encontrárselo era como tropezarse con el sol. Abrupto, nada a lo que pudieras prepararte. Si estaba ahí ibas a notarlo, lógicamente.
-En el peor de los casos podemos cubrirnos de ilusiones y si nos pillan… me temo que tendremos que improvisar. - Esbozó una pequeña sonrisa.- No podemos retrasar el viaje solo porque seas demasiado guapo para los meros mortales.
Le guiñó el ojo antes de seguir caminando hacia el submarino. ¿Para qué amargarse? Estaban en camino. Tenían lo que necesitaban y sabían lo que querían. Iban a recuperar lo que era de ella e iban a hacerlo juntos. Sabía desde el principio que iba a ser una tarea difícil y porque uno de los obstáculos fuera algo de su lado en lugar de un evento impredecible, no iba a quejarse. Era un precio que estaba más que dispuesta a pagar por no ir sola. No quería volver a estarlo. No completamente.
Cuando quedaban apenas unos minutos, sintió que su corazón se aceleraba. Solo un poco. Un latido de más, quizá uno de menos. Algo había saltado por ahí y le hizo fruncir el ceño. ¿Ahora era una adolescente? Pero recordó la tarde y recordó que él había aceptado dormir con ella y no pudo sino reírse entre dientes. Sí, quizá lo era. O por lo menos su corazón se comportaba como tal. Quizá debería dar gracias por ello. Desde luego prefería eso que la amargura que había visto crecer en otros corazones. O la indiferencia. Lo que fuera menos la indiferencia.
Y la alternativa que de momento tenía para ella… era hermosa. Iba a disfrutarla.
Se sintió algo tonta por un instante. Por supuesto que tenía capas de su talla. De alguna manera, había asumido que todo lo que tenía en su armario eran trajes. Ni siquiera había visto su cajón de los calcetines, y tenía que tener uno. Todo el mundo tenía uno. Ella no, pero ella rara vez los utilizaba. Prefería las medias o los pies descalzos. Y los pocos que tenía los guardaba en un rincón del armario, listos para cuando los necesitaba. Quizás a él le pasara algo similar.
En cualquier caso, acabó soltando una pequeña risa. De acuerdo. Al menos, le había gustado el gesto. Y tenía razón, los regalos no debían ir a la guerra. No todos, al menos. Los que él le había dado estaban hechos para que se los llevaran, así que dejarlos sería como mínimo de mala educación y, definitivamente, una elección bastante estúpida.
Atendió a su explicación mientras fruncía el ceño, pensando en ello. Ciertamente con las armas que llevaba la capa no era el mejor método. Harían formas extrañas y terminarían llamando más la atención.
-Si el problema solo fuera el pelo, te lo trenzaría y podrías ponerte la capucha para taparlo. Pero tienes razón, tendremos que buscar otra manera.
Una pena, en cierto modo. Le habría gustado pasarse un par de horas trenzándoselo de forma intrincada para que no ocupara tanto. Por no hablar de lo rizado y extraño que se vería una vez las soltaran todas. Pero ese plan tendría que esperar a días más pacíficos. De momento, tenían que ser prácticos.
-Yo puedo camuflar mi presencia.- caviló.- Quizá podría hacerlo con la tuya también, aunque tengo la sensación de que me costaría un poco. Podríamos probarlo de camino.
En cualquier caso, por más que lo decía de verdad, también sabía que en el mejor de los casos no sería más que un parche. Ella era capaz de reclamar la atención de la gente, pero de la misma manera sabía esconderse de ella. Fiel a su naturaleza, era un dulce dedicado solo a los ojos de su elección y así se comportaba. Pero Dexter no era igual. Encontrárselo era como tropezarse con el sol. Abrupto, nada a lo que pudieras prepararte. Si estaba ahí ibas a notarlo, lógicamente.
-En el peor de los casos podemos cubrirnos de ilusiones y si nos pillan… me temo que tendremos que improvisar. - Esbozó una pequeña sonrisa.- No podemos retrasar el viaje solo porque seas demasiado guapo para los meros mortales.
Le guiñó el ojo antes de seguir caminando hacia el submarino. ¿Para qué amargarse? Estaban en camino. Tenían lo que necesitaban y sabían lo que querían. Iban a recuperar lo que era de ella e iban a hacerlo juntos. Sabía desde el principio que iba a ser una tarea difícil y porque uno de los obstáculos fuera algo de su lado en lugar de un evento impredecible, no iba a quejarse. Era un precio que estaba más que dispuesta a pagar por no ir sola. No quería volver a estarlo. No completamente.
Cuando quedaban apenas unos minutos, sintió que su corazón se aceleraba. Solo un poco. Un latido de más, quizá uno de menos. Algo había saltado por ahí y le hizo fruncir el ceño. ¿Ahora era una adolescente? Pero recordó la tarde y recordó que él había aceptado dormir con ella y no pudo sino reírse entre dientes. Sí, quizá lo era. O por lo menos su corazón se comportaba como tal. Quizá debería dar gracias por ello. Desde luego prefería eso que la amargura que había visto crecer en otros corazones. O la indiferencia. Lo que fuera menos la indiferencia.
Y la alternativa que de momento tenía para ella… era hermosa. Iba a disfrutarla.
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En realidad, Aki tenía razón. Bueno, tenía razón en que él había tenido razón inicialmente... ¿Tenía eso sentido? Qué importaba, el caso era que ciertamente resultaba muy poco probable que mucha gente pudiese utilizar el Haki de observación en la isla; al fin y al cabo el dominio sobre la voluntad, además de requerir un formidable espíritu, exigía entrenamiento constante. El sacrificio de desenvolver aquel poder podía llegar a ser, incluso para los más aguerridos, demasiado. Muchos podían morir por el esfuerzo, o a causa de las extraordinariamente peligrosas aventuras en que debían embarcarse para dar un paso más hacia el control total de esa habilidad. Y si había alguien que hubiese caminado entre el fuego y las llamas para agarrar con los dedos un nimio margen de las hojas del futuro, qué menos que recompensarlo improvisando. Nadie podría prever eso.
- Improvisaremos -repitió-. Eso suena bien.
El regreso al Colmillo fue silencioso, en cierto modo. A lo lejos aún podían verse los focos del Velvet en el cielo, pero su música se perdía en la distancia y la tenue luz de las farolas no era suficiente para combatir la inmensa oscuridad. Tampoco corrieron, ni brincaron, ni saltaron. Quizá porque querían perder un poco de tiempo, quizá porque cuando llegaran la guerra habría comenzado, pero avanzaron despacio, dilatando el tiempo lo más que podían. Durante un momento se cogieron de la mano, incluso, pero al ser conscientes las soltaron. No porque no estuviese bien, no porque tuviesen una razón para hacerlo, simplemente... ¿Por qué? Quizá ya habría tiempo de darse la mano cuando todo hubiese terminado, una vez Aki hubiese reclamado lo que era suyo... Por el momento, no debían dejar que sentimientos tan difusos e intenciones tan poco claras enturbiasen la perspectiva de una batalla que estaba por caer.
Le dio la mano una vez más. No había un porqué, pero tampoco un por qué no. Le apetecía, en cierto modo, y disfrutaba de la mirada curiosa de la pelirroja cuando se percataba de sus dedos entrelazados.
Ninguno dijo nada al respecto; él no desvió la mirada cuando buscó su mano, centrado en el horizonte que se avecinaba. Bajó por su brazo a tientas, cruzando palma con palma, sonriendo al unísono. Pero ninguno rompió el silencio, ni siquiera con la respiración. Tranquila, sosegada, más propia de quien las tenía todas consigo que los nervios de quien arriesgaba su vida en una aventura destinada al fracaso. Solo esperaba que en Samirn también fuese tan fácil.
Una vez en la cueva terminó de preparar sus cosas. Habría conectado al M.I.D.O.R.I.M.A. la intranet del espejo, pero lo descartó de inmediato. Si se lo robaran sería un desastre; si se acomodaba en su uso, también. Recogió cada una de sus armas entre las que faltaban, y preparó las maletas. Seleccionó ropa barata, sí, pero no mencionó nada del armario -unos veinte conjuntos formales y casi una cincuentena informal- que guardaba en el submarino. También cogió dos capas, una de color gris perlado y otra negro noche. La primera valdría más o menos durante el día; la segunda estaba destinada a las noches.
Cuando todo estuvo listo dio un beso a Aki. No era el último, pero sí se adentraban de lleno en un hiatus que tal vez no terminara nunca. Tal vez fuese lo mejor, aunque tampoco quería que todo se esfumase de la nada. Se encogió de hombros, alejándose lentamente.
- Hora de zarpar, supongo -dijo, con cierta tristeza. No quería que esa noche terminase.
Poner en marcha el submarino fue fácil. Dar inicio al viaje, extremadamente complicado.
- Improvisaremos -repitió-. Eso suena bien.
El regreso al Colmillo fue silencioso, en cierto modo. A lo lejos aún podían verse los focos del Velvet en el cielo, pero su música se perdía en la distancia y la tenue luz de las farolas no era suficiente para combatir la inmensa oscuridad. Tampoco corrieron, ni brincaron, ni saltaron. Quizá porque querían perder un poco de tiempo, quizá porque cuando llegaran la guerra habría comenzado, pero avanzaron despacio, dilatando el tiempo lo más que podían. Durante un momento se cogieron de la mano, incluso, pero al ser conscientes las soltaron. No porque no estuviese bien, no porque tuviesen una razón para hacerlo, simplemente... ¿Por qué? Quizá ya habría tiempo de darse la mano cuando todo hubiese terminado, una vez Aki hubiese reclamado lo que era suyo... Por el momento, no debían dejar que sentimientos tan difusos e intenciones tan poco claras enturbiasen la perspectiva de una batalla que estaba por caer.
Le dio la mano una vez más. No había un porqué, pero tampoco un por qué no. Le apetecía, en cierto modo, y disfrutaba de la mirada curiosa de la pelirroja cuando se percataba de sus dedos entrelazados.
Ninguno dijo nada al respecto; él no desvió la mirada cuando buscó su mano, centrado en el horizonte que se avecinaba. Bajó por su brazo a tientas, cruzando palma con palma, sonriendo al unísono. Pero ninguno rompió el silencio, ni siquiera con la respiración. Tranquila, sosegada, más propia de quien las tenía todas consigo que los nervios de quien arriesgaba su vida en una aventura destinada al fracaso. Solo esperaba que en Samirn también fuese tan fácil.
Una vez en la cueva terminó de preparar sus cosas. Habría conectado al M.I.D.O.R.I.M.A. la intranet del espejo, pero lo descartó de inmediato. Si se lo robaran sería un desastre; si se acomodaba en su uso, también. Recogió cada una de sus armas entre las que faltaban, y preparó las maletas. Seleccionó ropa barata, sí, pero no mencionó nada del armario -unos veinte conjuntos formales y casi una cincuentena informal- que guardaba en el submarino. También cogió dos capas, una de color gris perlado y otra negro noche. La primera valdría más o menos durante el día; la segunda estaba destinada a las noches.
Cuando todo estuvo listo dio un beso a Aki. No era el último, pero sí se adentraban de lleno en un hiatus que tal vez no terminara nunca. Tal vez fuese lo mejor, aunque tampoco quería que todo se esfumase de la nada. Se encogió de hombros, alejándose lentamente.
- Hora de zarpar, supongo -dijo, con cierta tristeza. No quería que esa noche terminase.
Poner en marcha el submarino fue fácil. Dar inicio al viaje, extremadamente complicado.
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