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“Hay puñales en las sonrisas de los hombres”.
Nunca una frase había dejado tanta marca en mi. Mi capitán siempre me recordaba eso cuando las cosas no aparentaban ser lo que eran. El mundo no dejaba de ser un nido de hipócritas, creídos y abusadores que miran al resto por encima del hombro. Dressrosa era el mejor ejemplo de esto, pero, tras dejar atrás su puerto para embarcarme a nuevas islas, se podía ver que el mundo en general tenía esta terrible “enfermedad”. Nadie se salvaba, nadie podía evitarlo, aunque lo supieras.
Mi destino me condujo a la villa de Mock Town, en Jaya. No era la panacea, pero el lugar estaba bien para la gente que tuviera asuntos de “dudosa legalidad” pendientes. El barco de mercancías que me dejó allí no tardó en marcharse tras aprovisionarse, pues la isla tenía su mala fama por ser el lugar donde los piratas solían concentrarse. Por este motivo había arribado a la isla, pues ahora era una capitán “autónomo”, sin embargo, no tenía ni hombres ni un navío. Pero bueno, eso no era importante, al menos por ahora. Lo único que me apetecía era tomar un licor o algo que tuviera alta graduación. Ahogar el cansancio en alcohol no era lo mejor del mundo, pero si me evitaba el tener que escuchar los rebuznos de todos aquellos tipos que había por las calles de la ciudad.
Traté de buscar una taberna en la plaza principal, y no sería muy difícil ya que aquí abundaban en exceso. Busqué la que estaba menos concurrida, pero como era obvio todas estaban llenas. Así que tiré a la primera que vi, una llamada: “Disorder”.
Nada más entrar se podía ver un establecimiento bastante grande. Muchas mesas colocadas en paralelo a lo largo de la pared derecha, mientras que en el lado izquierdo había una barra y varias sillas junto a ella. Había bastante gente, dejando solo dos o tres mesas libres al fondo. El camarero me vio entrar, y supuse que le extrañó ver a un tipo de traje blanco, guantes y camisa a juego. Pero sin duda lo más raro sería ver el pequeño conejo blanco que iba en mi hombro. El animal estaba muy tranquilo, yo no tanto. Tomé asiento en una de las mesas del fondo, aprovechando de pedirle al tabernero, ya que pasaba por el lado de la barra un vino, el mejor que tuviera.
Antes de sentarme cogí uno de los periódicos que había en el revistero al final de la barra. Tomé asiento y esperé a que me sirvieran mi bebida. Mi conejo, al cual llamaba Tinny, se puso sobre mi regazo mientras leía la sección de “Actualidad”, aunque apenas se podía leer por el bullicio.
Nunca una frase había dejado tanta marca en mi. Mi capitán siempre me recordaba eso cuando las cosas no aparentaban ser lo que eran. El mundo no dejaba de ser un nido de hipócritas, creídos y abusadores que miran al resto por encima del hombro. Dressrosa era el mejor ejemplo de esto, pero, tras dejar atrás su puerto para embarcarme a nuevas islas, se podía ver que el mundo en general tenía esta terrible “enfermedad”. Nadie se salvaba, nadie podía evitarlo, aunque lo supieras.
Mi destino me condujo a la villa de Mock Town, en Jaya. No era la panacea, pero el lugar estaba bien para la gente que tuviera asuntos de “dudosa legalidad” pendientes. El barco de mercancías que me dejó allí no tardó en marcharse tras aprovisionarse, pues la isla tenía su mala fama por ser el lugar donde los piratas solían concentrarse. Por este motivo había arribado a la isla, pues ahora era una capitán “autónomo”, sin embargo, no tenía ni hombres ni un navío. Pero bueno, eso no era importante, al menos por ahora. Lo único que me apetecía era tomar un licor o algo que tuviera alta graduación. Ahogar el cansancio en alcohol no era lo mejor del mundo, pero si me evitaba el tener que escuchar los rebuznos de todos aquellos tipos que había por las calles de la ciudad.
Traté de buscar una taberna en la plaza principal, y no sería muy difícil ya que aquí abundaban en exceso. Busqué la que estaba menos concurrida, pero como era obvio todas estaban llenas. Así que tiré a la primera que vi, una llamada: “Disorder”.
Nada más entrar se podía ver un establecimiento bastante grande. Muchas mesas colocadas en paralelo a lo largo de la pared derecha, mientras que en el lado izquierdo había una barra y varias sillas junto a ella. Había bastante gente, dejando solo dos o tres mesas libres al fondo. El camarero me vio entrar, y supuse que le extrañó ver a un tipo de traje blanco, guantes y camisa a juego. Pero sin duda lo más raro sería ver el pequeño conejo blanco que iba en mi hombro. El animal estaba muy tranquilo, yo no tanto. Tomé asiento en una de las mesas del fondo, aprovechando de pedirle al tabernero, ya que pasaba por el lado de la barra un vino, el mejor que tuviera.
Antes de sentarme cogí uno de los periódicos que había en el revistero al final de la barra. Tomé asiento y esperé a que me sirvieran mi bebida. Mi conejo, al cual llamaba Tinny, se puso sobre mi regazo mientras leía la sección de “Actualidad”, aunque apenas se podía leer por el bullicio.
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No había en toda Jaya una cama a mi altura. Tampoco una cafetería decente ni una buena vinoteca en la que tomarme el tiempo de elegir un caldo delicado con el que acompañar una buena comida. Tampoco había buena comida, ni buen ambiente en general. En realidad, Mocktown era el último lugar en el que una persona querría perderse, llena de gente a la que la mayoría de gente temería encontrarse en un callejón oscuro y salpicada de un aura de violencia sin parangón en cualquier otra isla de Grand Line. Ni siquiera Bloothe, la otra gran isla pirata, vivía sumida en semejante anarquía.
- Pero por eso estamos aquí, ¿verdad? -pregunté, levantándome de la cama-. Por el caos de esta ciudad, por sus infinitas posibilidades, y porque hace años que no me doy el lujo de pasar un buen rato.
La verdad es que tras tanto tiempo casi se sentía extraño, pero mientras me abrochaba de nuevo la camisa aún podía sentir el hormigueo electrizante que llevaba horas recorriéndome. Aunque había pasado un rato ya desde el clímax, todo mi cuerpo seguía inmerso en un subidón de adrenalina como no había experimentado desde antes de la construcción de Oasis, desde que Claire no era más que una simple esclava encerrada en mi apartamento en Ennies Lobby. Eran tiempos más sencillos, más felices en cierto modo, pero no cambiaría nada de todo lo que me había llevado hasta ese momento.
- Es una pena que no pueda pasar el día oliendo a ti -me disculpé, echándome una buena cantidad de desodorante neutro por encima de la ropa y unas gotas de perfume cítrico-, pero aunque me encantaría Mihael Markov tiene una imagen que mantener.
Pasé la púa de mi lima por entre las uñas, retirándome los restos más grandes antes de, remangado, lavarme las manos casi hasta el antebrazo, con sumo cuidado de no dejar ni una sola micra de mi piel sin limpiar. Al fin y al cabo, hasta la más mínima mancha podía dar un aspecto descuidado que ni de lejos pensaba transmitir. De una forma o de otra, mi aspecto siempre debía ser completamente pulcro; incluso en el revoltoso desastre que era Mihael, de camisas sin corbata y pelo ligeramente desaliñado, había que conservar la dignidad que distinguía al Servicio Secreto.
- Te pediría que me acompañases, pero sé lo difícil que resulta caminar cuando termino de jugar. Tú ahora descansa, más tarde vuelvo.
En realidad no pensaba volver, y dudaba que ella siguiese con vida pasadas unas horas. Le había abierto la garganta para que, por mucho que intentase chillar no se escuchase, y había pasado las últimas treinta horas en una sesión que había incluido quitarle los ojos, pelar hasta el hueso una de sus piernas y había cortado su lengua a la mitad. Esto último había sido más cautela que otra cosa, pues si alguien la salvaba dudaba que pudiese volver a hablar con normalidad. También había martilleado sus dedos, rajado con suavidad todo su cuerpo y le había dado algún que otro puñetazo, pero lo cierto era que no estaba muy imaginativo. Necesitaba desquitarme para volver a ser yo mismo, pero tampoco me había esforzado demasiado para innovar un poco. De hecho, bien pensado, era mi peor trabajo.
- Pensándolo mejor, lo ideal será que no nos veamos más.
Sí, le pegué un tiro. También salí por la ventana tras coger mis cosas, y comencé a caminar por las calles de Mocktown. Diría que discretamente, pero lo cierto era que un hombre de traje siempre destacaba. Podría haberme metido en líos, pero nadie se atrevía a atacar a alguien que caminaba como si Jaya le perteneciese -y si se atrevía, que lo hiciese-.
Miré mi reloj. No era como si tuviese algo que hacer, pero me gustaba controlar la hora. Y era una buena hora para trabajar un poco: Entré a la primera taberna que vi. Se trataba de un lugar tan grande y ordenado como lleno estaba de gente y ruido. Solo con mirar al tabernero supe exactamente el porqué de su sorpresa, pero lo ignoré y me senté a la barra.
- Simple malta. Dos hielos. El mejor que tenga -dije-. E invite a una ronda a todo el mundo, si es tan amable. Mihael Markov paga.
- Pero por eso estamos aquí, ¿verdad? -pregunté, levantándome de la cama-. Por el caos de esta ciudad, por sus infinitas posibilidades, y porque hace años que no me doy el lujo de pasar un buen rato.
La verdad es que tras tanto tiempo casi se sentía extraño, pero mientras me abrochaba de nuevo la camisa aún podía sentir el hormigueo electrizante que llevaba horas recorriéndome. Aunque había pasado un rato ya desde el clímax, todo mi cuerpo seguía inmerso en un subidón de adrenalina como no había experimentado desde antes de la construcción de Oasis, desde que Claire no era más que una simple esclava encerrada en mi apartamento en Ennies Lobby. Eran tiempos más sencillos, más felices en cierto modo, pero no cambiaría nada de todo lo que me había llevado hasta ese momento.
- Es una pena que no pueda pasar el día oliendo a ti -me disculpé, echándome una buena cantidad de desodorante neutro por encima de la ropa y unas gotas de perfume cítrico-, pero aunque me encantaría Mihael Markov tiene una imagen que mantener.
Pasé la púa de mi lima por entre las uñas, retirándome los restos más grandes antes de, remangado, lavarme las manos casi hasta el antebrazo, con sumo cuidado de no dejar ni una sola micra de mi piel sin limpiar. Al fin y al cabo, hasta la más mínima mancha podía dar un aspecto descuidado que ni de lejos pensaba transmitir. De una forma o de otra, mi aspecto siempre debía ser completamente pulcro; incluso en el revoltoso desastre que era Mihael, de camisas sin corbata y pelo ligeramente desaliñado, había que conservar la dignidad que distinguía al Servicio Secreto.
- Te pediría que me acompañases, pero sé lo difícil que resulta caminar cuando termino de jugar. Tú ahora descansa, más tarde vuelvo.
En realidad no pensaba volver, y dudaba que ella siguiese con vida pasadas unas horas. Le había abierto la garganta para que, por mucho que intentase chillar no se escuchase, y había pasado las últimas treinta horas en una sesión que había incluido quitarle los ojos, pelar hasta el hueso una de sus piernas y había cortado su lengua a la mitad. Esto último había sido más cautela que otra cosa, pues si alguien la salvaba dudaba que pudiese volver a hablar con normalidad. También había martilleado sus dedos, rajado con suavidad todo su cuerpo y le había dado algún que otro puñetazo, pero lo cierto era que no estaba muy imaginativo. Necesitaba desquitarme para volver a ser yo mismo, pero tampoco me había esforzado demasiado para innovar un poco. De hecho, bien pensado, era mi peor trabajo.
- Pensándolo mejor, lo ideal será que no nos veamos más.
Sí, le pegué un tiro. También salí por la ventana tras coger mis cosas, y comencé a caminar por las calles de Mocktown. Diría que discretamente, pero lo cierto era que un hombre de traje siempre destacaba. Podría haberme metido en líos, pero nadie se atrevía a atacar a alguien que caminaba como si Jaya le perteneciese -y si se atrevía, que lo hiciese-.
Miré mi reloj. No era como si tuviese algo que hacer, pero me gustaba controlar la hora. Y era una buena hora para trabajar un poco: Entré a la primera taberna que vi. Se trataba de un lugar tan grande y ordenado como lleno estaba de gente y ruido. Solo con mirar al tabernero supe exactamente el porqué de su sorpresa, pero lo ignoré y me senté a la barra.
- Simple malta. Dos hielos. El mejor que tenga -dije-. E invite a una ronda a todo el mundo, si es tan amable. Mihael Markov paga.
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Vaya, no había nada interesante en la sección de "Actualidad". No sabía que últimamente la prensa estuviera tan de capa caída. Salvo por las noticias de ataques piratas cercanos a Amazon Lily y Sakura, el resto del periódico sólo servía para tirar a la chimenea. Que bien todo...
Dejé el periódico sobre la mesa enrollado contra una esquina de esta. Lancé un profundo suspiro mientras acariciaba la cogota de Tinny, el cual estaba tranquilo a pesar de todo aquel jaleo en mi regazo.
-Tranquilo, papi tampoco aguanta este ruido- le susurré al animal mientras le acariciaba las orejas.
El tabernero no tardó en traerme la copa de vino y dejármela sobre la mesa. Yo por mi parte saqué un puñado de berries de mi bolsillo de la chaqueta y los tiré sobre la mesa a modo de pago. Cogí la copa y le di un leve sorbo al vino tinto que me habian servido. No era gran cosa, pero estaba pasable para hacer gárgaras y escupir al inodoro. Tinny se quedó mirando la copa, se la acerqué y el animal empezó a olisquear el vino y a beber un poco.
-Solo dos veces, que ya sabes que a la tercera te emborrachas- le dije quitándole la copa antes de escuchar el estruendo más palpable de la taberna. Pues parecía que un tipo trajeado había entrado en el lugar. Obivamente me llamó la atención, ya que era el único que tenía un mínimo de buen gusto en la vestimenta, pues el resto de clientes parecían salidos de un naufragio.
Parece que aquel tipo invitaba a una ronda a todo el mundo. Tinny se quedó mirando al recién llegado desde mi regazo, para luego mirarme a mi.
-Si, lo sé Tinny....otro iluminado-dije tomándome el vino de golpe y volviendo a coger el periódico para leerlo. Actualmente me interesaban más las noticias basura, que la llegada de un tipo random. ¿Me levantaba curiosidad? Si. Pero si alguien se permite el lujo de invitar a un montón de borrachos a una ronda es porque o tiene mucha pasta o un ego increíble....y solía ser lo segundo.
Sin embargo su apellido me sonaba de algo....Markov.....Markov....no, que va, no me sonaba de nada. Así que levanté la copa para que el tabernero se diera de cuenta y me sirviera otra cuanto pudiera.
Dejé el periódico sobre la mesa enrollado contra una esquina de esta. Lancé un profundo suspiro mientras acariciaba la cogota de Tinny, el cual estaba tranquilo a pesar de todo aquel jaleo en mi regazo.
-Tranquilo, papi tampoco aguanta este ruido- le susurré al animal mientras le acariciaba las orejas.
El tabernero no tardó en traerme la copa de vino y dejármela sobre la mesa. Yo por mi parte saqué un puñado de berries de mi bolsillo de la chaqueta y los tiré sobre la mesa a modo de pago. Cogí la copa y le di un leve sorbo al vino tinto que me habian servido. No era gran cosa, pero estaba pasable para hacer gárgaras y escupir al inodoro. Tinny se quedó mirando la copa, se la acerqué y el animal empezó a olisquear el vino y a beber un poco.
-Solo dos veces, que ya sabes que a la tercera te emborrachas- le dije quitándole la copa antes de escuchar el estruendo más palpable de la taberna. Pues parecía que un tipo trajeado había entrado en el lugar. Obivamente me llamó la atención, ya que era el único que tenía un mínimo de buen gusto en la vestimenta, pues el resto de clientes parecían salidos de un naufragio.
Parece que aquel tipo invitaba a una ronda a todo el mundo. Tinny se quedó mirando al recién llegado desde mi regazo, para luego mirarme a mi.
-Si, lo sé Tinny....otro iluminado-dije tomándome el vino de golpe y volviendo a coger el periódico para leerlo. Actualmente me interesaban más las noticias basura, que la llegada de un tipo random. ¿Me levantaba curiosidad? Si. Pero si alguien se permite el lujo de invitar a un montón de borrachos a una ronda es porque o tiene mucha pasta o un ego increíble....y solía ser lo segundo.
Sin embargo su apellido me sonaba de algo....Markov.....Markov....no, que va, no me sonaba de nada. Así que levanté la copa para que el tabernero se diera de cuenta y me sirviera otra cuanto pudiera.
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El camarero arqueó una ceja. Mihael Markov no era un nombre que le sonase de nada, y aunque podía conocer el apellido de los famosos reyes de Hallstat allá por el North Blue, no pareció que la presencia de uno de ellos en su local fuese a impresionarlo. Como era habitual, el nombre no resultaba conocido fuera de los ámbitos de poder en el Bajo Mundo. Casi nadie conocía de su existencia, lo cual llegaba a ser tanto una bendición como una maldición, pero a final de cuentas tenía, al menos por el momento, más cosas buenas que malas. Que nadie conociera mi pseudónimo protegía al Yarmin Prince que se ocultaba tras él, al no intentar nadie contactar fuera de forma conmigo e incluso evitando que la gente indagase en mi pasado. Al fin y al cabo, ¿por qué alguien que siempre parecía merecer estar donde estaba iba a ocultar su nombre?
Había pocos motivos para hacerlo, en realidad, si bien lo cierto era que yo cumplía con todos: En primer lugar hacía cosas ilícitas, tanto a la hora de llevar mis negocios como en según qué aficiones; siguiendo, tenía enemigos muy poderosos que querrían verme atado por los pulgares tras todo lo que les había hecho y, cómo no, tenía una fama impecable que no podía manchar viéndome directamente inmiscuido en negocios truculentos. Si bien era cierto que muchos agentes lo hacían, el Gobierno Mundial llevaba control de todos ellos y siempre exigía su parte a cambio de hacer la vista gorda. Yo no pensaba pagar ni un solo berrie. Aunque, en realidad, haber adoptado un pseudónimo solo era una forma de separar dos vidas que nunca debían mezclarse, un duro recordatorio de que no podía hacer como Thawne y dejarme llevar por la arrogancia. Tenía que ser paciente hasta que ambos mundos pudiesen fundirse; no iba a permitir que colapsasen.
- ¿Cuánto es? -pregunté, sacando la billetera, pero el hombre me hizo un gesto para guardarla de nuevo.
- Más tarde; espere a que se vayan, o lo seguirán.
No pude evitar sonreír.
- ¿Cuánto es?
El hombre aceptó el dinero, y era cierto que muchos estaban, tras mi invitación, pendientes de ver si había más dinero que arrogancia en mi cartera. Seguramente en esos momentos estuviesen haciendo planes sobre cómo echarse sobre mí tras haber comprobado cuánto llevaba conmigo, pero aun así fingí no darme cuenta de que había muchos buitres posando su ojo en mí.
- Y cuénteme, amigo -entoné con cierta melosidad-, ¿ha sucedido algo interesante últimamente? Mucho me temo que he llegado hace poco y tengo cierta curiosidad...
Apunté con un gesto de los ojos hacia el otro trajeado, completamente de blanco, que estaba al límite de mi campo visual, esperando que pudiese decirme algo. La gente con suficiente valor como para vestir así en medio de Jaya bien podía tener unos arrestos fácilmente aprovechables; y yo había venido hasta aquí para... Bueno, en realidad para divertirme. Pero cuando a uno le gusta su trabajo, no trabaja nunca.
- La verdad es que no sé nada de él, señor. -Se encogió de hombros-. Llegó poco antes que usted, aunque bien podría ser un traficante de órganos, o de armas. Pocas veces aparecen en esta isla, pero no es demasiado raro ver gente que busca un lugar donde escapar de la vigilancia del Gobierno. Especialmente aquellos con recompensa.
Dudaba que fuese traficante de armas, o lo sabría. Tampoco tenía aspecto de vender órganos. Qué misterio...
Había pocos motivos para hacerlo, en realidad, si bien lo cierto era que yo cumplía con todos: En primer lugar hacía cosas ilícitas, tanto a la hora de llevar mis negocios como en según qué aficiones; siguiendo, tenía enemigos muy poderosos que querrían verme atado por los pulgares tras todo lo que les había hecho y, cómo no, tenía una fama impecable que no podía manchar viéndome directamente inmiscuido en negocios truculentos. Si bien era cierto que muchos agentes lo hacían, el Gobierno Mundial llevaba control de todos ellos y siempre exigía su parte a cambio de hacer la vista gorda. Yo no pensaba pagar ni un solo berrie. Aunque, en realidad, haber adoptado un pseudónimo solo era una forma de separar dos vidas que nunca debían mezclarse, un duro recordatorio de que no podía hacer como Thawne y dejarme llevar por la arrogancia. Tenía que ser paciente hasta que ambos mundos pudiesen fundirse; no iba a permitir que colapsasen.
- ¿Cuánto es? -pregunté, sacando la billetera, pero el hombre me hizo un gesto para guardarla de nuevo.
- Más tarde; espere a que se vayan, o lo seguirán.
No pude evitar sonreír.
- ¿Cuánto es?
El hombre aceptó el dinero, y era cierto que muchos estaban, tras mi invitación, pendientes de ver si había más dinero que arrogancia en mi cartera. Seguramente en esos momentos estuviesen haciendo planes sobre cómo echarse sobre mí tras haber comprobado cuánto llevaba conmigo, pero aun así fingí no darme cuenta de que había muchos buitres posando su ojo en mí.
- Y cuénteme, amigo -entoné con cierta melosidad-, ¿ha sucedido algo interesante últimamente? Mucho me temo que he llegado hace poco y tengo cierta curiosidad...
Apunté con un gesto de los ojos hacia el otro trajeado, completamente de blanco, que estaba al límite de mi campo visual, esperando que pudiese decirme algo. La gente con suficiente valor como para vestir así en medio de Jaya bien podía tener unos arrestos fácilmente aprovechables; y yo había venido hasta aquí para... Bueno, en realidad para divertirme. Pero cuando a uno le gusta su trabajo, no trabaja nunca.
- La verdad es que no sé nada de él, señor. -Se encogió de hombros-. Llegó poco antes que usted, aunque bien podría ser un traficante de órganos, o de armas. Pocas veces aparecen en esta isla, pero no es demasiado raro ver gente que busca un lugar donde escapar de la vigilancia del Gobierno. Especialmente aquellos con recompensa.
Dudaba que fuese traficante de armas, o lo sabría. Tampoco tenía aspecto de vender órganos. Qué misterio...
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Se podría hacer un chiste acerca de nuestros respectivos trajes. El jing y el jang parecíamos. Éramos los únicos tipos medianamente bien vestidos del lugar. Aquel tipo me levantaba cierta curiosidad, pero también lo hacía las noticias del periódico. Así que por mi parte seguí leyendo la sección, a pesar de que el tabernero y el extraño trajeado estaban hablando.
Seguramente le estaría poniéndose al día o algo, vete tu a saber. Ni me interesaba ni me importaba. Sin embargo Tinny estaba bastante pendiente del extraño trajeado, asomándose discretamente entre mi regazo y el periódico que sostenía.
-No seas curioso- le dije sin quitar la vista de la lectura. El conejo se dio por aludido volviendo a meter la cabeza para dentro, quedándose en el regazo sentado.
Todo el bar estaba mirando a aquel tipo, seguramente que alguno fantaseaba con robarle la cartera mientras bebía o bien robársela en un calllejón oscuro en cuanto abandonara el local. Pero.. Que voy a esperar de toda esta basura a la que llaman clientes?.
¿Era el único al que le daba igual aquel tipo? Vale, si algo de curiosidad tenía, pero hablar con él implicaba dejar mi vino y tener que prestarle atención . Socializar no era mi punto fuerte y tampoco es que me esforzara mucho para mejorar, pero bueno, cada uno es como es.
Pensado esto concluí con el vino dándole un último sorbo a la copa y dejándola sobre la mesa, sin embargo no me acordaba que le había pedido al tabernero otra. Pues este no tardó nada en llenármela, así que me pasaría allí dentro un poco más.
-Tinny ayúdame con las apuestas ¿Dónde crees que tocará?-dije colocando el periódico sobre la mesa, en la sección apuestas donde había varios artículos con posibles números premiados. El conejo se quedó encima de la mesa mirando para el papel, y con la patita izquierda señaló el artículo que tenía le número 99.
-¿Estás seguro?- dije algo confuso mientras miraba el resto de números-Bueno, de momento sigues dándome suerte así que nada, luego pasamos por el kiosko y nos agenciamos un boleto con el 99- concluí enrollando el periódico y lo coloqué bajo mi brazo.
-Si aciertas tendrás dos zanahorias tan gordas como mi brazo para desayunar.
Dicho esto bebí de un trago la copa, me levanté y fui al revistero a dejar el periódico junto a la barra. Tas eso me apoyé sobre la madera para sacar una pequeña bolsa de berries y pagar el segundo vino.
Seguramente le estaría poniéndose al día o algo, vete tu a saber. Ni me interesaba ni me importaba. Sin embargo Tinny estaba bastante pendiente del extraño trajeado, asomándose discretamente entre mi regazo y el periódico que sostenía.
-No seas curioso- le dije sin quitar la vista de la lectura. El conejo se dio por aludido volviendo a meter la cabeza para dentro, quedándose en el regazo sentado.
Todo el bar estaba mirando a aquel tipo, seguramente que alguno fantaseaba con robarle la cartera mientras bebía o bien robársela en un calllejón oscuro en cuanto abandonara el local. Pero.. Que voy a esperar de toda esta basura a la que llaman clientes?.
¿Era el único al que le daba igual aquel tipo? Vale, si algo de curiosidad tenía, pero hablar con él implicaba dejar mi vino y tener que prestarle atención . Socializar no era mi punto fuerte y tampoco es que me esforzara mucho para mejorar, pero bueno, cada uno es como es.
Pensado esto concluí con el vino dándole un último sorbo a la copa y dejándola sobre la mesa, sin embargo no me acordaba que le había pedido al tabernero otra. Pues este no tardó nada en llenármela, así que me pasaría allí dentro un poco más.
-Tinny ayúdame con las apuestas ¿Dónde crees que tocará?-dije colocando el periódico sobre la mesa, en la sección apuestas donde había varios artículos con posibles números premiados. El conejo se quedó encima de la mesa mirando para el papel, y con la patita izquierda señaló el artículo que tenía le número 99.
-¿Estás seguro?- dije algo confuso mientras miraba el resto de números-Bueno, de momento sigues dándome suerte así que nada, luego pasamos por el kiosko y nos agenciamos un boleto con el 99- concluí enrollando el periódico y lo coloqué bajo mi brazo.
-Si aciertas tendrás dos zanahorias tan gordas como mi brazo para desayunar.
Dicho esto bebí de un trago la copa, me levanté y fui al revistero a dejar el periódico junto a la barra. Tas eso me apoyé sobre la madera para sacar una pequeña bolsa de berries y pagar el segundo vino.
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Era una situación extraña. Estaba en medio de una taberna, trajeado de blanco y sin prestar atención a nada más que a su prensa -aparte de a su mascota, claro-. No parecía esperar a nadie, y si bien no había un perfil concreto de "gente que espera a alguien" de tener una reunión probablemente esta sería en una habitación, lejos de miradas indiscretas. A no ser que su objetivo pasase por las miradas indiscretas o que, simplemente, no tuviese un objetivo. De hecho, eso era en efecto lo más probable. Tal vez solo formaba parte de uno de los múltiples piratas excéntricos que poblaban el mundo, vistiendo de punta en blanco mientras ejercía uno de los oficios más sucios de los siete mares.
En cualquier caso yo tenía "mis propias razones para preocuparme". A mi alrededor, de forma más o menos discreta, se iba formando una atmósfera de rudos hombres del mar con bastantes malas intenciones. No se acercaban, lo cual era de agradecer debido a su olor a almizcle, pero estaba seguro de que una vez saliese ellos vendrían detrás. Era una pena para ellos, dado que todos esos hombres con aspecto tan peligroso aún no se habían dado cuenta de que, sin saberlo, iban a perseguir al hombre que ni siquiera ellos querrían encontrar en un callejón oscuro. Y una vez terminase con ellos lo único que iba a quedar era carne para alimentar la maquinaria de Oasis.
De todos modos no tuve que esperar mucho para que mi curiosidad se viese saciada. Él no era como los demás, pero sí se distinguía en sus andares la clase de vaivén propio de la gente que navega mucho. Apenas perceptible para casi todo el mundo, pero ese hombre era sin duda marinero; y en tanto que marinero en Jaya, no cabía duda que tenía que ser un pirata. Pero, al igual que yo, mantenía un cierto gusto en el vestir. No era ni la mitad de estiloso, claro, y su mascota era el equivalente tímido y vago de un animal de verdad. Sin embargo, que alguien con un conejo de mascota y trajeado pudiese hacerse un hueco en una tripulación decía mucho de él.
- Su dinero no tiene valor aquí, caballero -intervine, poniéndole la mano sobre la bolsa-. No al menos hasta que se tome la copa a la que está invitado.
La curiosidad estaba presente, claro, y aunque no tenía muy claro qué iba a sacar de ese hombre, estaba seguro de que como mínimo iba a ser una forma de entretenerme antes de que empezase a hablar con mis nuevos amigos.
- Resulta extraño encontrar a alguien con cierto estilo en este estercolero. ¿Qué ha venido buscando, si no es indiscreción?
En cualquier caso yo tenía "mis propias razones para preocuparme". A mi alrededor, de forma más o menos discreta, se iba formando una atmósfera de rudos hombres del mar con bastantes malas intenciones. No se acercaban, lo cual era de agradecer debido a su olor a almizcle, pero estaba seguro de que una vez saliese ellos vendrían detrás. Era una pena para ellos, dado que todos esos hombres con aspecto tan peligroso aún no se habían dado cuenta de que, sin saberlo, iban a perseguir al hombre que ni siquiera ellos querrían encontrar en un callejón oscuro. Y una vez terminase con ellos lo único que iba a quedar era carne para alimentar la maquinaria de Oasis.
De todos modos no tuve que esperar mucho para que mi curiosidad se viese saciada. Él no era como los demás, pero sí se distinguía en sus andares la clase de vaivén propio de la gente que navega mucho. Apenas perceptible para casi todo el mundo, pero ese hombre era sin duda marinero; y en tanto que marinero en Jaya, no cabía duda que tenía que ser un pirata. Pero, al igual que yo, mantenía un cierto gusto en el vestir. No era ni la mitad de estiloso, claro, y su mascota era el equivalente tímido y vago de un animal de verdad. Sin embargo, que alguien con un conejo de mascota y trajeado pudiese hacerse un hueco en una tripulación decía mucho de él.
- Su dinero no tiene valor aquí, caballero -intervine, poniéndole la mano sobre la bolsa-. No al menos hasta que se tome la copa a la que está invitado.
La curiosidad estaba presente, claro, y aunque no tenía muy claro qué iba a sacar de ese hombre, estaba seguro de que como mínimo iba a ser una forma de entretenerme antes de que empezase a hablar con mis nuevos amigos.
- Resulta extraño encontrar a alguien con cierto estilo en este estercolero. ¿Qué ha venido buscando, si no es indiscreción?
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Me disponía a guardar mi pequeña bolsa de monedas atándola con un doble nudo mientras escuchaba el ajetreo a mi espalda. Tarde o temprano se iba a liar, y no había que ser muy listo para darse cuenta de ello. Por este motivo, y para no poner nervioso a Tinny, decidí que o mejor era largarse del lugar antes de que los borrachos locales se acabaran la copa a la que habían sido invitados.
-No me de la vuelta- le dije al tabernero. No me gustaba que me dieran las vueltas en las tasca, al fin y al cabo simpatizaba un poco con el pobre tabernero. Si bien su higiene coporal era asquerosa, su local inmundo y sus modales propias de una meretriz borracha le compadecía. Había que tener mucho empaque para aguantar a toda esta mugre.
Cuando intenté guardar la bolsita en mi bolsillo izquierdo del pantalón, la mano de aquel extraño hombre trajeado de negro se interpuso sobre ella. Sin quitar la vista de Tinny, al cual le acaricié con el dedo índice la cabecita le dije:
- Le agradezco su generosidad caballero, pero no es necesario que me invite a nada. No nos conocemos, y no me gusta malgastar el dinero de otros. Se lo agradezco, pero si quisiera darle un buen uso a su invitación sería con un vino mejor del que sirven aquí...-me giré hacia el tabernero- No se ofenda.
Traté de tirar de las cuerdas de la bolsa para quitar su mano de esta cuidadosamente. La guardé en el bolsillo izquierdo de mi pantalón y esta vez miré al extraño.
-Indiscreción es preguntármelo señor. Si buscara algo en este "estercolero" como bien dice, sería una hepatitis....o una cirrosis. De todas maneras le agradezco su invitación, pero creo que aunque se la aceptara no podría disfrutarla como es debido...pues parece que ha hecho muchos amigos con su invitación, aunque tenga cuidado, más de uno le está sonriendo con un puñal en la boca ahora mismo. De hecho diría que tiene entre veinte y treinta segundos hasta que el primero le intente azotar en la nuca como a un conejo.
Tinny lanzó un pequeño gruñido ante esa apreciación, a lo que yo le acaricié la carrillera con el dedo.
-Tu me has entendido ¿No?- le dije al animal.
-No me de la vuelta- le dije al tabernero. No me gustaba que me dieran las vueltas en las tasca, al fin y al cabo simpatizaba un poco con el pobre tabernero. Si bien su higiene coporal era asquerosa, su local inmundo y sus modales propias de una meretriz borracha le compadecía. Había que tener mucho empaque para aguantar a toda esta mugre.
Cuando intenté guardar la bolsita en mi bolsillo izquierdo del pantalón, la mano de aquel extraño hombre trajeado de negro se interpuso sobre ella. Sin quitar la vista de Tinny, al cual le acaricié con el dedo índice la cabecita le dije:
- Le agradezco su generosidad caballero, pero no es necesario que me invite a nada. No nos conocemos, y no me gusta malgastar el dinero de otros. Se lo agradezco, pero si quisiera darle un buen uso a su invitación sería con un vino mejor del que sirven aquí...-me giré hacia el tabernero- No se ofenda.
Traté de tirar de las cuerdas de la bolsa para quitar su mano de esta cuidadosamente. La guardé en el bolsillo izquierdo de mi pantalón y esta vez miré al extraño.
-Indiscreción es preguntármelo señor. Si buscara algo en este "estercolero" como bien dice, sería una hepatitis....o una cirrosis. De todas maneras le agradezco su invitación, pero creo que aunque se la aceptara no podría disfrutarla como es debido...pues parece que ha hecho muchos amigos con su invitación, aunque tenga cuidado, más de uno le está sonriendo con un puñal en la boca ahora mismo. De hecho diría que tiene entre veinte y treinta segundos hasta que el primero le intente azotar en la nuca como a un conejo.
Tinny lanzó un pequeño gruñido ante esa apreciación, a lo que yo le acaricié la carrillera con el dedo.
-Tu me has entendido ¿No?- le dije al animal.
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