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La Reverse Mountain imponía más de lo que en un primer momento podía llegar a parecer: Kilómetros y kilómetros de ascenso a través de una cascada que, como su propio nombre indicaba, estaba invertida. Los riesgos que traía una corriente tan antinatural pasaban desde los múltiples torbellinos que generaba la extraña convección hasta las paredes de roca sólida contra las que empujaba un oleaje caótico e impredecible. Intentabas entender el porqué de aquello, pero simplemente escapaba a toda lógica. Lo más probable era que hubiese algún tipo de bombo natural de agua, pero tampoco ibas a bajar a comprobarlo. No estabas loca. No tanto.
Te mantenías de pie frente al timón, con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos puestos en todas partes. El velamen en su sitio, el rumbo recto, el casco deslizándose por entre el oleaje inmisericorde... ¿Por qué estaba asustado yo y no tú? Ah, claro, tú no eras consciente de ese pequeño detalle, de esa minucia que significaba morir si cometías el más mínimo error. Y si lo eras, no pareció que te importase mucho cuando al llegar a la cúspide aullaste como una loba. Por si fuera poco, al ver lo que tenías por delante solo sentiste una descarga aún mayor de adrenalina.
La bajada era casi vertical, pero tu agarre al timón lo bastante férreo como para mantenerte firme en tu posición. Apenas necesitaste maniobrar, si bien hiciste una extraña carambola que horizontalizó ligeramente el barco, y llegaste al final en poco más de dos minutos realizando un extraño viraje para convertir la aceleración tangencial en normal y, con ello, perder tanta inercia como pudieras. ¿El resultado? Una frenada elegante y progresiva, que te dejó lo bastante lejos de la costa como para no considerarlo un amerizaje perfecto pero totalmente a salvo. Por fin estabas en Grand Line, ¿ahora qué?
Miraste a todas partes buscando alguna pista o indicación aunque sabías que en realidad probablemente no habría nada. El Grand Line era un lugar extremadamente peligroso y desconocido para la mayoría -incluso para ti-, y estabas segura de que a nadie le interesaba que mucha gente fuese capaz de moverse por ese mar. A los piratas no les solía compensar porque quien entraba era rival o enemigo, pocas veces un aliado. A los demás... Bueno, seguramente la Marina tenía conocimiento y no estaba interesada en ayudar a piratas. Por suerte había un faro, y si había faro habría farero. Pusiste el barco en rumbo, acercándote todo lo que pudiste a un rudimentario embarcadero, y atracaste.
Un pasito adelante, luego otro. Ese día habías decidido llevar pantalones vaqueros y una blusa blanca, algo cómodo y que se saliese un poco de lo que vestías a diario. Además, seguías probando estilos a ver con cuál podías parecer una chica dura -con este tampoco lo lograbas, en realidad- para atemorizar a los criminales que se pusieran en tu camino. Aunque tampoco era tu prioridad, si querías ir a donde quisieses cuando lo deseases debías tener un aspecto imponente. Aún no lo tenías pero ya llegaría.
Te mantenías de pie frente al timón, con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos puestos en todas partes. El velamen en su sitio, el rumbo recto, el casco deslizándose por entre el oleaje inmisericorde... ¿Por qué estaba asustado yo y no tú? Ah, claro, tú no eras consciente de ese pequeño detalle, de esa minucia que significaba morir si cometías el más mínimo error. Y si lo eras, no pareció que te importase mucho cuando al llegar a la cúspide aullaste como una loba. Por si fuera poco, al ver lo que tenías por delante solo sentiste una descarga aún mayor de adrenalina.
La bajada era casi vertical, pero tu agarre al timón lo bastante férreo como para mantenerte firme en tu posición. Apenas necesitaste maniobrar, si bien hiciste una extraña carambola que horizontalizó ligeramente el barco, y llegaste al final en poco más de dos minutos realizando un extraño viraje para convertir la aceleración tangencial en normal y, con ello, perder tanta inercia como pudieras. ¿El resultado? Una frenada elegante y progresiva, que te dejó lo bastante lejos de la costa como para no considerarlo un amerizaje perfecto pero totalmente a salvo. Por fin estabas en Grand Line, ¿ahora qué?
Miraste a todas partes buscando alguna pista o indicación aunque sabías que en realidad probablemente no habría nada. El Grand Line era un lugar extremadamente peligroso y desconocido para la mayoría -incluso para ti-, y estabas segura de que a nadie le interesaba que mucha gente fuese capaz de moverse por ese mar. A los piratas no les solía compensar porque quien entraba era rival o enemigo, pocas veces un aliado. A los demás... Bueno, seguramente la Marina tenía conocimiento y no estaba interesada en ayudar a piratas. Por suerte había un faro, y si había faro habría farero. Pusiste el barco en rumbo, acercándote todo lo que pudiste a un rudimentario embarcadero, y atracaste.
Un pasito adelante, luego otro. Ese día habías decidido llevar pantalones vaqueros y una blusa blanca, algo cómodo y que se saliese un poco de lo que vestías a diario. Además, seguías probando estilos a ver con cuál podías parecer una chica dura -con este tampoco lo lograbas, en realidad- para atemorizar a los criminales que se pusieran en tu camino. Aunque tampoco era tu prioridad, si querías ir a donde quisieses cuando lo deseases debías tener un aspecto imponente. Aún no lo tenías pero ya llegaría.
Surya
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fuerza
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Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
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Tenía que admitir que, en retrospectiva, había cometido un error. Había insistido al barco en que le dejara allí, tan pronto habían pisado tierra. Todo el lugar era fascinante y el viaje por la Reverse Mountain había hecho que se le erizasen los pelos de la nuca. Podía volar, pero no se comparaba a ser levantado del suelo contra tu voluntad. Tenían un navegante excelente, pero cuando el barco llegó arriba del todo no pudo controlarse y se dejó llevar, acelerando y dejando que el barco cogiera más velocidad de la que posiblemente era seguro. Todos habían gritado y aquellos ingenuos como él que habían decidido no agarrarse a nada habían notado como poco a poco sus pies se separaban del suelo y el corazón les daba un vuelco. Surya había reído, dejándose llevar por la sensación, pero aunque no había sido el único también sabía que más de uno se había mareado.
Por fortuna, nadie había caído al agua. El aterrizaje había sido algo estrepitoso, pero un par de veloces maniobras habían conseguido que el barco llegara indemne y más allá de un par de golpetazos contra la cubierta, todos estaban bien. Mientras llegaban a tierra firme, le explicaron donde estaban. Los cabos gemelos, la boca del Grand Line. Más allá se encontraba un mar al que llamaban Paraíso. Iban a seguir inmediatamente, parando solo lo justo para recuperar fuerzas. Al fin y al cabo, no había mucho que ver en el lugar. Surya, sin embargo, se había empeñado en quedarse. ¡Quería verlo a fondo! Ya se marcharía. Venían más barcos por allí, ¿no era cierto? Había un faro, al fin y al cabo. Estaba allí por algo.
Le había costado convencerles, pero al final se habían encogido de hombros y tras asegurarse una vez más de que sabía cómo utilizar el pequeño den den mushi que le habían dado, habían zarpado. Tras despedirse, el pequeño ángel se había puesto a explorar el lugar con ansiedad… solo para darse cuenta media hora después de que efectivamente, poco había que ver.
No tardó en llamar a la puerta del faro y por suerte, tuvo respuesta. El amable farero se rió ante su historia y le acogió, diciéndole que no era el primero ni el último y que podía quedarse hasta que pasara el próximo barco. Le enseñó también su archivo, en donde Surya se sumergió inmediatamente. ¡Estaba lleno de estanterías, libros del suelo al techo! Hablaban de las diferentes islas y peligros del Grand Line y los devoró con sumo gusto, creando un pequeño nido de libros leídos y por leer a su alrededor en poco tiempo.
Pasaron tres días hasta que alguien más se acercó. Vio el barco aterrizar de casualidad, por una de las pequeñas ventanitas del faro. Emocionado, colocó los libros de vuelta a toda prisa y salió volando por la ventana. Mientras se acercaba con aleteos amplios y seguros, reparó en que era un barco bastante diferente a los que había visto hasta el momento. Era pequeño y solo había una persona en él. Una jovencita rubia, de mirada decidida y dulce a un tiempo. Parecía de fiar.
Aterrizó con calma en la madera. Llevaba puesta una túnica de lino blanca y pantalones a juego, con pequeños detalles bordados sutilmente en ambas prendas. Iba descalzo, se había dejado el calzado y la mochila con el resto de sus cosas en el faro. Pero ella iba en esa dirección, así que no creía que fuera a suponer un problema. Miró a la jovencita a los ojos y sonrió con ganas, tendiéndole las manos con amabilidad.
-¡Bienvenida al Grand Line!
Por fortuna, nadie había caído al agua. El aterrizaje había sido algo estrepitoso, pero un par de veloces maniobras habían conseguido que el barco llegara indemne y más allá de un par de golpetazos contra la cubierta, todos estaban bien. Mientras llegaban a tierra firme, le explicaron donde estaban. Los cabos gemelos, la boca del Grand Line. Más allá se encontraba un mar al que llamaban Paraíso. Iban a seguir inmediatamente, parando solo lo justo para recuperar fuerzas. Al fin y al cabo, no había mucho que ver en el lugar. Surya, sin embargo, se había empeñado en quedarse. ¡Quería verlo a fondo! Ya se marcharía. Venían más barcos por allí, ¿no era cierto? Había un faro, al fin y al cabo. Estaba allí por algo.
Le había costado convencerles, pero al final se habían encogido de hombros y tras asegurarse una vez más de que sabía cómo utilizar el pequeño den den mushi que le habían dado, habían zarpado. Tras despedirse, el pequeño ángel se había puesto a explorar el lugar con ansiedad… solo para darse cuenta media hora después de que efectivamente, poco había que ver.
No tardó en llamar a la puerta del faro y por suerte, tuvo respuesta. El amable farero se rió ante su historia y le acogió, diciéndole que no era el primero ni el último y que podía quedarse hasta que pasara el próximo barco. Le enseñó también su archivo, en donde Surya se sumergió inmediatamente. ¡Estaba lleno de estanterías, libros del suelo al techo! Hablaban de las diferentes islas y peligros del Grand Line y los devoró con sumo gusto, creando un pequeño nido de libros leídos y por leer a su alrededor en poco tiempo.
Pasaron tres días hasta que alguien más se acercó. Vio el barco aterrizar de casualidad, por una de las pequeñas ventanitas del faro. Emocionado, colocó los libros de vuelta a toda prisa y salió volando por la ventana. Mientras se acercaba con aleteos amplios y seguros, reparó en que era un barco bastante diferente a los que había visto hasta el momento. Era pequeño y solo había una persona en él. Una jovencita rubia, de mirada decidida y dulce a un tiempo. Parecía de fiar.
Aterrizó con calma en la madera. Llevaba puesta una túnica de lino blanca y pantalones a juego, con pequeños detalles bordados sutilmente en ambas prendas. Iba descalzo, se había dejado el calzado y la mochila con el resto de sus cosas en el faro. Pero ella iba en esa dirección, así que no creía que fuera a suponer un problema. Miró a la jovencita a los ojos y sonrió con ganas, tendiéndole las manos con amabilidad.
-¡Bienvenida al Grand Line!
Los tacones te gustaban. Desde que Eli te había regalado las pequeñas alzas blancas habías ido practicando con zapatos más y más altos hasta dominar los siete centímetros -si bien casi nunca pasabas de cuatro-, pero ese día habías preferido utilizar zapato plano. Quizá esto se debió a que conocías la dificultad de lo que pretendías hacer o tal vez simplemente no te apetecía, pero ese día llevabas unas deportivas de tela negras con puntera de caucho blanco. No era el calzado más práctico para largas caminatas, pero sí que resultaba cómodo y era un poco todoterreno, sirviendo igual de bien para mantenerte sobre el barco y para avanzar hasta el faro. También, si era necesario, para realizar una ligera carga contra algún indeseable que intentara asaltarte. En efecto, como ese.
Ese era un término muy complejo que abarcaba un sinfín de significados, pero en aquella situación se refería al hombre alado -sí, alado- que captaste planeando hacia el barco una vez pisaste el muelle. Aterrizó en él, de hecho, y con cierta desconfianza te diste la vuelta mientras esperabas su próximo movimiento. Un poco a la defensiva diste un paso hacia atrás cuando te atacó... Con una profunda y -tal vez demasiado efusiva- cordialidad. Agarró tu mano como un lunático y, pese a tu notable incomodidad, agitó tu brazo un total de quince veces y media antes de soltarlo mientras tu sonrisa se iba ensanchando.
Suspiraste. A pesar del dolor hiciste un esfuerzo por no devolverle su amabilidad -irresponsable, irreflexiva, imprudente y dolorosa amabilidad- con una bofetada y aceptaste su bienvenida con una inclinación de cabeza lo más educada que pudiste dar, asegurándote de retirar lo más rápido posible la mano de su alcance sin parecer una maleducada.
- ¡Gracias! -conseguiste articular con cierta emoción. En realidad, si lo pensabas detenidamente tenía sentido que saludase con semejante efusividad: Lo habías visto bajar desde el faro, por lo que probablemente fuese el solitario guardián de la luz, encargado de evitar que los barcos encallasen más de lo que seguro ya hacían. Una vida complicada sin gente a la que saludar-. Es un lugar muy bonito, y estoy deseando recorrerlo entero.
Tenías tantas preguntas que no sabías ni por dónde empezar, así que te quedaste callada durante un rato hasta que conseguiste señalar el edificio a tu espalda.
- ¿Podemos... Pasar?
Seguro que el farero tenía un montón de información que podías aprovechar; solo era cuestión de hacer las preguntas adecuadas. Además seguro que podía darte una respuesta clara a cómo era que las brújulas se volvían locas tras llegar a ese mar. De hecho, esa era una buena pregunta. No podías olvidarte de hacérsela.
Ese era un término muy complejo que abarcaba un sinfín de significados, pero en aquella situación se refería al hombre alado -sí, alado- que captaste planeando hacia el barco una vez pisaste el muelle. Aterrizó en él, de hecho, y con cierta desconfianza te diste la vuelta mientras esperabas su próximo movimiento. Un poco a la defensiva diste un paso hacia atrás cuando te atacó... Con una profunda y -tal vez demasiado efusiva- cordialidad. Agarró tu mano como un lunático y, pese a tu notable incomodidad, agitó tu brazo un total de quince veces y media antes de soltarlo mientras tu sonrisa se iba ensanchando.
Suspiraste. A pesar del dolor hiciste un esfuerzo por no devolverle su amabilidad -irresponsable, irreflexiva, imprudente y dolorosa amabilidad- con una bofetada y aceptaste su bienvenida con una inclinación de cabeza lo más educada que pudiste dar, asegurándote de retirar lo más rápido posible la mano de su alcance sin parecer una maleducada.
- ¡Gracias! -conseguiste articular con cierta emoción. En realidad, si lo pensabas detenidamente tenía sentido que saludase con semejante efusividad: Lo habías visto bajar desde el faro, por lo que probablemente fuese el solitario guardián de la luz, encargado de evitar que los barcos encallasen más de lo que seguro ya hacían. Una vida complicada sin gente a la que saludar-. Es un lugar muy bonito, y estoy deseando recorrerlo entero.
Tenías tantas preguntas que no sabías ni por dónde empezar, así que te quedaste callada durante un rato hasta que conseguiste señalar el edificio a tu espalda.
- ¿Podemos... Pasar?
Seguro que el farero tenía un montón de información que podías aprovechar; solo era cuestión de hacer las preguntas adecuadas. Además seguro que podía darte una respuesta clara a cómo era que las brújulas se volvían locas tras llegar a ese mar. De hecho, esa era una buena pregunta. No podías olvidarte de hacérsela.
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Quizá se había pasado un poco. Por un segundo vio el sobresalto en la cara de la joven y creyó que iba a pegarle, pero tan solo se apartó. Tomó nota, no quería parecer exagerado. Simplemente, estaba emocionado. No había tenido muy claro cuánto tendría que esperar para seguir su viaje y todos aquellos libros le habían llenado de emoción por todas las cosas que había más allá del faro y de la playa. Incluso se había planteado brevemente echar a volar en lugar de esperar por un barco, pero en seguida se dio cuenta de que no era algo realista. Estaba en buena forma, pero no había manera de que aguantara varios días seguidos volando sin parar. Necesitaba dormir, como mínimo, y las aguas no eran una buena cama. Mucho menos después del… incidente. Un diminuto rayo dio vueltas alrededor de dos de sus dedos cuando pensó en ello, pero sacudió la mano brevemente y se deshizo de él. No era el momento.
-Es precioso, aunque en realidad no hay mucho que mirar. Ahí está el faro, luego hay otro cacho de playa y… y ya está, eso es todo.
Se lo conocía de memoria, pero claro, es que no había gran cosa que memorizar. Aunque entendía la emoción de la chica. También parecía su primera vez y en cierto modo, le hizo sentirse acompañado. No era que antes se sintiera solo, eso no le incomodaba, pero sí agradecía la compañía. Era como el siguiente paso. De repente, le preguntó si podían pasar al faro. Se llevó una mano a la barbilla, pensativo. ¿Debería avisar al farero? Él había llamado a la puerta en su momento, igual debería avisarle antes de meterle a una extraña en casa. Pero por otro lado, su trabajo era dar cobijo e información a los que venían. Seguramente no le molestaría que le quitara un poco de faena. Además, era la hora de su siesta.
-Claro, no veo por qué no. Ven, te lo enseñaré.
Acabó de aterrizar y guió a la chica hasta el edificio, regocijándose con el tacto caliente de la arena en sus pies desnudos. La sensación había escalado rápidamente varios puestos en la contienda de sus sensaciones favoritas, seguida de cerca por el olor de los libros realmente viejos.
Abrió la puerta con cuidado y le hizo un pequeño tour del lugar. Le enseñó la pequeña cocina, el baño y la enorme escalera de caracol que llevaba hasta lo alto, hasta la luz. Señaló las pequeñas habitaciones pensadas para los invitados y la del farero y, por último, le llevó hasta el Archivo. Con algo de emoción le explicó que todos los libros que había allí hablaban del Grand Line y sus peligros.
-¡Es emocionante! Está todo muy bien pensado. Imagino que tendrás preguntas; yo tenía un montón cuando llegué. Todavía tengo muchas.
De hecho, si no se había leído todavía todos los libros del lugar era porque se debatía entre devorar la información o quedarse con los nombres de las cosas para ir en persona a experimentarlas. Se sentía como si estuviera rodeado de caramelos y no tenía muy claro por dónde empezar. Aguardó a ver qué hacía la recién llegada; quizá ella tuviera las cosas más claras. Quizá podría servirle de ejemplo.
-Oh, por cierto, me llamo Surya. Puedes llamarme Shuri, si quieres. Un placer.
-Es precioso, aunque en realidad no hay mucho que mirar. Ahí está el faro, luego hay otro cacho de playa y… y ya está, eso es todo.
Se lo conocía de memoria, pero claro, es que no había gran cosa que memorizar. Aunque entendía la emoción de la chica. También parecía su primera vez y en cierto modo, le hizo sentirse acompañado. No era que antes se sintiera solo, eso no le incomodaba, pero sí agradecía la compañía. Era como el siguiente paso. De repente, le preguntó si podían pasar al faro. Se llevó una mano a la barbilla, pensativo. ¿Debería avisar al farero? Él había llamado a la puerta en su momento, igual debería avisarle antes de meterle a una extraña en casa. Pero por otro lado, su trabajo era dar cobijo e información a los que venían. Seguramente no le molestaría que le quitara un poco de faena. Además, era la hora de su siesta.
-Claro, no veo por qué no. Ven, te lo enseñaré.
Acabó de aterrizar y guió a la chica hasta el edificio, regocijándose con el tacto caliente de la arena en sus pies desnudos. La sensación había escalado rápidamente varios puestos en la contienda de sus sensaciones favoritas, seguida de cerca por el olor de los libros realmente viejos.
Abrió la puerta con cuidado y le hizo un pequeño tour del lugar. Le enseñó la pequeña cocina, el baño y la enorme escalera de caracol que llevaba hasta lo alto, hasta la luz. Señaló las pequeñas habitaciones pensadas para los invitados y la del farero y, por último, le llevó hasta el Archivo. Con algo de emoción le explicó que todos los libros que había allí hablaban del Grand Line y sus peligros.
-¡Es emocionante! Está todo muy bien pensado. Imagino que tendrás preguntas; yo tenía un montón cuando llegué. Todavía tengo muchas.
De hecho, si no se había leído todavía todos los libros del lugar era porque se debatía entre devorar la información o quedarse con los nombres de las cosas para ir en persona a experimentarlas. Se sentía como si estuviera rodeado de caramelos y no tenía muy claro por dónde empezar. Aguardó a ver qué hacía la recién llegada; quizá ella tuviera las cosas más claras. Quizá podría servirle de ejemplo.
-Oh, por cierto, me llamo Surya. Puedes llamarme Shuri, si quieres. Un placer.
Quizá el shock inicial no te había dejado darle la importancia que realmente tenía el hecho de que el farero poseía alas. Por un momento lo habías ignorado, claro, pero una vez pasaba por delante de ti esas enormes extremidades que nacían en su espalda captaron todo tu campo visual, y la imaginación voló. Habías leído muchos libros, y en algunos se hablaba de ángeles: Eran seres de aspecto variopinto, desde ruedas y masas informes hasta dulces querubines, pero todos con alas. Sin embargo, ninguno era farero.
Enmudecida ante la imagen de la divinidad -no eras particularmente devota, aunque sí creyente- cruzaste el pulgar sobre tu dedo índice y lo besaste en señal de respeto, siguiéndolo en silencio. Quizá fue porque esperabas que te dijese algo o por miedo a despertar la cólera de ángel, pero no dijiste nada hasta que él abrió las puertas del edificio. Allí había una biblioteca ampliamente surtida y él reveló su emoción ante la idea de que gran parte del conocimiento sobre Grand Line se encontrase ahí acumulado.
- ¡Es impresionante! -exclamaste una vez en el gran archivo. En realidad te parecía hasta pequeño teniendo en cuenta el tamaño del Grand Line, que recorría toda la franja ecuatorial del mundo, pero se suponía que los caminos del Señor eran inescrutables, por lo que debía haber dejado misterios por descubrir en el mar; aquello era lo básico para comprender cómo funcionaba el mundo-. ¿Y tú te conoces todo lo que pone en cada libro?
Tenías muy buena memoria pero cada uno de esos enormes tomos bien podría llevarte una semana memorizarlo, y había más de mil. No tenías mil semanas para aprenderlo todo; pero daba igual, tampoco querías saberlo todo. Una de las partes más importantes de comenzar tu viaje era ver todo lo nuevo que pudieses encontrar: Querías enfrentarte a lo desconocido, ver cosas nuevas y sobre todo demostrarte a ti misma que ibas a llegar hasta el final; hasta la última isla. Aunque ese era un sueño muy de piratas de pronto se antojó como una idea fabulosa: No te faltarían presas en el camino, y llegar hasta el final marcaría el inicio de un nuevo viaje. O que los habías completado todos. Pero si eso pasaba tampoco era algo tan malo, ¿no?
- Shuria... Nunca había oído esa clase de nombre, sin duda es celestial -confirmaste-. Yo soy Alice. Puedes llamarme Alice. -Lo miraste con cierta inocencia, encogiéndote de hombros-. Lo siento, yo no tengo diminutivo. Ya soy bastante pequeña.
Enmudecida ante la imagen de la divinidad -no eras particularmente devota, aunque sí creyente- cruzaste el pulgar sobre tu dedo índice y lo besaste en señal de respeto, siguiéndolo en silencio. Quizá fue porque esperabas que te dijese algo o por miedo a despertar la cólera de ángel, pero no dijiste nada hasta que él abrió las puertas del edificio. Allí había una biblioteca ampliamente surtida y él reveló su emoción ante la idea de que gran parte del conocimiento sobre Grand Line se encontrase ahí acumulado.
- ¡Es impresionante! -exclamaste una vez en el gran archivo. En realidad te parecía hasta pequeño teniendo en cuenta el tamaño del Grand Line, que recorría toda la franja ecuatorial del mundo, pero se suponía que los caminos del Señor eran inescrutables, por lo que debía haber dejado misterios por descubrir en el mar; aquello era lo básico para comprender cómo funcionaba el mundo-. ¿Y tú te conoces todo lo que pone en cada libro?
Tenías muy buena memoria pero cada uno de esos enormes tomos bien podría llevarte una semana memorizarlo, y había más de mil. No tenías mil semanas para aprenderlo todo; pero daba igual, tampoco querías saberlo todo. Una de las partes más importantes de comenzar tu viaje era ver todo lo nuevo que pudieses encontrar: Querías enfrentarte a lo desconocido, ver cosas nuevas y sobre todo demostrarte a ti misma que ibas a llegar hasta el final; hasta la última isla. Aunque ese era un sueño muy de piratas de pronto se antojó como una idea fabulosa: No te faltarían presas en el camino, y llegar hasta el final marcaría el inicio de un nuevo viaje. O que los habías completado todos. Pero si eso pasaba tampoco era algo tan malo, ¿no?
- Shuria... Nunca había oído esa clase de nombre, sin duda es celestial -confirmaste-. Yo soy Alice. Puedes llamarme Alice. -Lo miraste con cierta inocencia, encogiéndote de hombros-. Lo siento, yo no tengo diminutivo. Ya soy bastante pequeña.
Surya
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Le pareció que la chica se quedaba un poco callada. Esperaba no haberla aturullado. Le podía la emoción, pero eso era un problema que no tenía por qué imponer a otros. Por suerte, cuando llegaron al Archivo esa mudez momentánea pareció pasarse. Surya asintió con la cabeza mientras le veía ilusionarse. Había tenido la misma reacción un par de días atrás. Le sorprendió la pregunta, sin embargo. Se apresuró a negar con la cabeza y con las manos mientras sonreía.
-¡Claro que no! Solo llevo aquí tres días, apenas he conseguido arañar la superficie. Hay tanto que ver… pero creo haber memorizado lo esencial. Todas las rutas, varios mapas… es algo complejo, pero me parece haberlo entendido bien.
Era complicado, sobre todo cuando realmente no conocía el mar. Dominaba el mar Blanco, claro, pero el Azul no se comportaba de la misma manera. Gran parte de su primera incursión en el Archivo la había pasado aprendiendo acerca de las mareas, los log pose y las islas. Entendía que había aterrizado en un lugar no exactamente ideal, porque por lo visto a partir de ese punto se volvían un poco… locas. Por otro lado, no tenía ninguna, así que aunque le alegraba saberlo, de momento era información un poco inútil. Había aprovechado también para aprenderse de memoria las diferentes rutas que se podían seguir por ese mar, sin indagar demasiado en ninguna isla. Todas sonaban fascinantes y todavía no era capaz de decidir por dónde empezar. Iba a preguntarle al farero en cuanto despertara, pero entonces había aparecido la chica en su barco.
-Celestial… - miró arriba con una sonrisa torcida. Pensó que la chica tenía su razón.- Sí, supongo que podría decirse que sí. – Volvió a mirarla a ella. Decía que no tenía diminutivo, pero eso era una mentira. Lo que ocurría era que no lo necesitaba.- ¿Estás segura? Siempre podría llamarte Ali.
Había cierta inocencia asomando a sus ojos, pero no le engañó ni por un instante. Eso no era más que falsa modestia. En realidad, le gustaban tanto su nombre como su tamaño. El por qué, lo ignoraba, aunque tampoco le interesaba. A él le gustaba su propia altura. Cada uno tenía sus manías.
-De todas formas, no tengo ningún interés en hacerte más pequeña. Alice me gusta. Te queda bien.
Era la verdad. Se quedó un segundo pensando en eso, cuando reparó en que el nicho de libros del que había emergido unos minutos atrás todavía estaba en un rincón en el suelo. Desparramados, abiertos y cerrados, a medio leer o comparar y en el centro un agujero perfecto en el que había estado sentado. Un tanto avergonzado por un instante, se apresuró a llegar al rincón de un pequeño salto y empezó a colocar los libros de vuelta en sus sitios. No quería que pensase que era un descuidado o desordenado. La emoción le volvía así, pero por normal general solía ser bastante organizado.
-Y dime… ¿qué buscas aquí?
-¡Claro que no! Solo llevo aquí tres días, apenas he conseguido arañar la superficie. Hay tanto que ver… pero creo haber memorizado lo esencial. Todas las rutas, varios mapas… es algo complejo, pero me parece haberlo entendido bien.
Era complicado, sobre todo cuando realmente no conocía el mar. Dominaba el mar Blanco, claro, pero el Azul no se comportaba de la misma manera. Gran parte de su primera incursión en el Archivo la había pasado aprendiendo acerca de las mareas, los log pose y las islas. Entendía que había aterrizado en un lugar no exactamente ideal, porque por lo visto a partir de ese punto se volvían un poco… locas. Por otro lado, no tenía ninguna, así que aunque le alegraba saberlo, de momento era información un poco inútil. Había aprovechado también para aprenderse de memoria las diferentes rutas que se podían seguir por ese mar, sin indagar demasiado en ninguna isla. Todas sonaban fascinantes y todavía no era capaz de decidir por dónde empezar. Iba a preguntarle al farero en cuanto despertara, pero entonces había aparecido la chica en su barco.
-Celestial… - miró arriba con una sonrisa torcida. Pensó que la chica tenía su razón.- Sí, supongo que podría decirse que sí. – Volvió a mirarla a ella. Decía que no tenía diminutivo, pero eso era una mentira. Lo que ocurría era que no lo necesitaba.- ¿Estás segura? Siempre podría llamarte Ali.
Había cierta inocencia asomando a sus ojos, pero no le engañó ni por un instante. Eso no era más que falsa modestia. En realidad, le gustaban tanto su nombre como su tamaño. El por qué, lo ignoraba, aunque tampoco le interesaba. A él le gustaba su propia altura. Cada uno tenía sus manías.
-De todas formas, no tengo ningún interés en hacerte más pequeña. Alice me gusta. Te queda bien.
Era la verdad. Se quedó un segundo pensando en eso, cuando reparó en que el nicho de libros del que había emergido unos minutos atrás todavía estaba en un rincón en el suelo. Desparramados, abiertos y cerrados, a medio leer o comparar y en el centro un agujero perfecto en el que había estado sentado. Un tanto avergonzado por un instante, se apresuró a llegar al rincón de un pequeño salto y empezó a colocar los libros de vuelta en sus sitios. No quería que pensase que era un descuidado o desordenado. La emoción le volvía así, pero por normal general solía ser bastante organizado.
-Y dime… ¿qué buscas aquí?
Te mostraste francamente sorprendida. ¿El ángel del faro llevaba tres días solamente? Quizá había comenzado sus funciones como guardián del faro hacía poco y su llegada era una pura coincidencia. Te resultó llamativo que allá de donde viniese no le hubiesen exigido estudiarlo todo antes de bajar, sobre todo sabiendo que debía hacer de guía hacia el mar más peligroso del mundo. Tenías un sinfín de preguntas, y la sola idea de pensar que tal vez no pudieses saciar tu curiosidad apoyándote en el hombre alado te decepcionó un poco. Aun así, querías preguntar una cosa.
- Ni se te ocurra -fue lo único que se te ocurrió decir cuando Shuri se sacó un diminutivo de la nada. Frunciste el ceño y apretaste los labios, inflando los mofletes. Justo lo que una chica dura haría, ¿verdad? Pues eso hiciste-. Mi nombre está bien así.
Tu gesto se relajó notablemente -y tú también- cuando admitió que le gustaba tu nombre. Habrías hecho una broma, pero no sabías del todo si los ángeles tenían sentido del humor y ese en concreto parecía comprender el mundo de una forma muy literal. Tenía sentido si venía del mismísimo reino celestial, pero te parecía extraño que no se dotase a los ángeles de la picardía necesaria para desenvolverse en el mundo. En cualquier caso, sonreíste y asentiste enérgicamente. Alice estaba bien.
- Busco información -admitiste-. Lo cierto es que he ascendido por la Reverse Mountain sin saber qué me esperaba al otro lado. No sé cómo funciona este mar, cuál es la isla más cercana... Nada de nada. Además, menos mal que estás tú aquí, porque mi brújula no funciona y no sé cómo voy a seguir un rumbo sin ella.
Sabías muy poco del Grand Line. De hecho, apenas tenías nociones generales de islas con climas y condiciones totalmente dispersas, mareas extrañas y tormentas extremas. También sabías que al final había un gran tesoro reclamado hasta el momento por dos personas y, ahora que conocías a Surya, sospechabas que habría otro ángel para felicitar al que resultase tercer descubridor del One Piece. O no, pero te hacía cierta ilusión pensar en ello como una carrera que daba sentido al mundo. Era como si, de pronto, todo tuviese un propósito. Aunque según esa idea los piratas serían los buenos y tú la mala, y si bien estabas dispuesta a asumir que no eras tan buena como podías creer, te negabas a estar en el lado malo de una panda de asesinos y ladrones.
- ¡Quiero encontrar el One Piece! -gritaste de golpe-. Pero no como un pirata asqueroso. Quiero ver lo que hay en cada isla de Grand Line y apuntarlo en un gran libro, ¡con muchísimos dibujos! -Oh no, los aspavientos!-. Quiero comer en cada rincón, dormir en cada nueva ciudad... -Tus ojos se volvieron sombríos de golpe-. Y acercarme al pirata más grande que encuentre en mi camino y pegarle una bofetada que le recuerde siempre cómo ha acabado en prisión.
Como una cabra.
- Ni se te ocurra -fue lo único que se te ocurrió decir cuando Shuri se sacó un diminutivo de la nada. Frunciste el ceño y apretaste los labios, inflando los mofletes. Justo lo que una chica dura haría, ¿verdad? Pues eso hiciste-. Mi nombre está bien así.
Tu gesto se relajó notablemente -y tú también- cuando admitió que le gustaba tu nombre. Habrías hecho una broma, pero no sabías del todo si los ángeles tenían sentido del humor y ese en concreto parecía comprender el mundo de una forma muy literal. Tenía sentido si venía del mismísimo reino celestial, pero te parecía extraño que no se dotase a los ángeles de la picardía necesaria para desenvolverse en el mundo. En cualquier caso, sonreíste y asentiste enérgicamente. Alice estaba bien.
- Busco información -admitiste-. Lo cierto es que he ascendido por la Reverse Mountain sin saber qué me esperaba al otro lado. No sé cómo funciona este mar, cuál es la isla más cercana... Nada de nada. Además, menos mal que estás tú aquí, porque mi brújula no funciona y no sé cómo voy a seguir un rumbo sin ella.
Sabías muy poco del Grand Line. De hecho, apenas tenías nociones generales de islas con climas y condiciones totalmente dispersas, mareas extrañas y tormentas extremas. También sabías que al final había un gran tesoro reclamado hasta el momento por dos personas y, ahora que conocías a Surya, sospechabas que habría otro ángel para felicitar al que resultase tercer descubridor del One Piece. O no, pero te hacía cierta ilusión pensar en ello como una carrera que daba sentido al mundo. Era como si, de pronto, todo tuviese un propósito. Aunque según esa idea los piratas serían los buenos y tú la mala, y si bien estabas dispuesta a asumir que no eras tan buena como podías creer, te negabas a estar en el lado malo de una panda de asesinos y ladrones.
- ¡Quiero encontrar el One Piece! -gritaste de golpe-. Pero no como un pirata asqueroso. Quiero ver lo que hay en cada isla de Grand Line y apuntarlo en un gran libro, ¡con muchísimos dibujos! -Oh no, los aspavientos!-. Quiero comer en cada rincón, dormir en cada nueva ciudad... -Tus ojos se volvieron sombríos de golpe-. Y acercarme al pirata más grande que encuentre en mi camino y pegarle una bofetada que le recuerde siempre cómo ha acabado en prisión.
Como una cabra.
Surya
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Tenía que decirlo, le recordaba a su hermanita. No ahora, claro, pero sí a cuando era más pequeña. Arrugaban el ceño de la misma forma cuando estaban indignadas y al verle inflar los mofletes con ira justiciera no pudo evitar reírse un poco en voz baja y sentirse tranquilo. Algo de su emoción se diluyó en comodidad, aunque no tardó en volver.
La Reverse Mountain era aquella montaña bizarra que él también había pasado en su camino, ¿no? Su sola existencia le había dejado perplejo y maravillado a partes iguales. No entendía cómo podía existir o funcionar, pero había sido tan divertido atravesarla… Entendía sus dudas, claro. Lo malo era que compartía varias. Tampoco él tenía muy claro cómo funcionaba ese mar. Por suerte, había algo que sí sabía.
-Necesitamos un Log Pose. Son brújulas especiales, compatibles con los campos magnéticos de este lugar.
Se giró un momento y fue a buscar uno de los libros que había consultado antes. No tenía muy claro de dónde podían sacar esa cosa, aunque quizá pudieran pedirle una al farero una vez despertase. Esperaba que a Alice no le molestara hacerle un hueco en su barco, no quería seguir esperando para zarpar y tampoco racanearle dos Log Pose al farero, en caso de que tuviese. No parecían algo muy abundante, aunque quizá en otras islas hubiera más.
Por fin encontró lo que estaba buscando y haciendo un gesto a Alice para que se acercase, lo abrió sobre una mesa de par en par. En las páginas había un diagrama de varios colores acerca de las diferentes rutas del Paraíso.
-Por lo que he leído, cada isla tiene un campo magnético único. Cuando coges el Log Pose puedes… ¿programarlo? Para que se dirija a una de estas siete islas. Cuando lleguemos, se recarga y marca el rumbo a la siguiente. Hay siete rutas posibles diferentes, ¿ves?
Se quedó un momento examinando el diagrama. No era capaz de decidirse, quería visitarlas todas. El grito de Alice le sacó de su ensimismamiento y se le quedó mirando mientras listaba todas las cosas que quería hacer. Surya se fue emocionando más y más mientras ella avanzaba, asintiendo con la cabeza y casi dando saltitos en el sitio. Al final, le agarró las manos entre las suyas sin poder contenerse y le miró fijamente a los ojos.
-¡Yo también tengo un pirata al que quiero mandar a prisión!
Vale, a ver, no era exactamente lo mismo. Ella quería mandar al más grande que se encontrara y Surya tenía a uno muy concreto en mente. Aquel hombre era peligroso en libertad. Pero a fin de cuentas, eran objetivos bastante parecidos. Más que suficiente. Asintió una última vez, con determinación.
-Deberíamos preguntarle al farero si tiene un Log Pose. Seguro que ya ha acabado de dormir la siesta.
La Reverse Mountain era aquella montaña bizarra que él también había pasado en su camino, ¿no? Su sola existencia le había dejado perplejo y maravillado a partes iguales. No entendía cómo podía existir o funcionar, pero había sido tan divertido atravesarla… Entendía sus dudas, claro. Lo malo era que compartía varias. Tampoco él tenía muy claro cómo funcionaba ese mar. Por suerte, había algo que sí sabía.
-Necesitamos un Log Pose. Son brújulas especiales, compatibles con los campos magnéticos de este lugar.
Se giró un momento y fue a buscar uno de los libros que había consultado antes. No tenía muy claro de dónde podían sacar esa cosa, aunque quizá pudieran pedirle una al farero una vez despertase. Esperaba que a Alice no le molestara hacerle un hueco en su barco, no quería seguir esperando para zarpar y tampoco racanearle dos Log Pose al farero, en caso de que tuviese. No parecían algo muy abundante, aunque quizá en otras islas hubiera más.
Por fin encontró lo que estaba buscando y haciendo un gesto a Alice para que se acercase, lo abrió sobre una mesa de par en par. En las páginas había un diagrama de varios colores acerca de las diferentes rutas del Paraíso.
-Por lo que he leído, cada isla tiene un campo magnético único. Cuando coges el Log Pose puedes… ¿programarlo? Para que se dirija a una de estas siete islas. Cuando lleguemos, se recarga y marca el rumbo a la siguiente. Hay siete rutas posibles diferentes, ¿ves?
Se quedó un momento examinando el diagrama. No era capaz de decidirse, quería visitarlas todas. El grito de Alice le sacó de su ensimismamiento y se le quedó mirando mientras listaba todas las cosas que quería hacer. Surya se fue emocionando más y más mientras ella avanzaba, asintiendo con la cabeza y casi dando saltitos en el sitio. Al final, le agarró las manos entre las suyas sin poder contenerse y le miró fijamente a los ojos.
-¡Yo también tengo un pirata al que quiero mandar a prisión!
Vale, a ver, no era exactamente lo mismo. Ella quería mandar al más grande que se encontrara y Surya tenía a uno muy concreto en mente. Aquel hombre era peligroso en libertad. Pero a fin de cuentas, eran objetivos bastante parecidos. Más que suficiente. Asintió una última vez, con determinación.
-Deberíamos preguntarle al farero si tiene un Log Pose. Seguro que ya ha acabado de dormir la siesta.
- ¿Necesitamos? -preguntaste, casi por acto reflejo. No entendías del todo por qué el farero había dicho aquello. ¿Pretendía irse contigo de allí? No, no tenía sentido; su labor era guiar a los curiosos hacia un peligroso y vasto mundo, proveyéndolos del conocimiento necesario... O eso era lo que a ti te había parecido al conocerlo.
Levantaste el dedo para intervenir, pero igual que tú habías hablado con cierta vehemencia el ángel poseía la misma avidez. Cada palabra era más rápida que la anterior, hasta el punto de que el discurso que iba hilando respondía tus preguntas pero terminaba generándote todavía más. Sobre todo cuando reconoció que él también tenía un pirata al que deseaba atrapar. ¿Qué clase de farero era ese? Arqueaste una ceja, dubitativa, mientras veías cómo Surya se había acoplado a tus planes de viaje sin ninguna clase de vergüenza como si se tratase de la cosa más natural del mundo. ¿Es que no sabía cómo funcionaba el mundo? Primero debía pedir permiso, no sumarse sin más a los planes de otros.
Lo que te rompió fue darte cuenta de que en ningún momento te había dicho que él fuese el farero. Ni siquiera le dio la más mínima importancia, de hecho, cuando mencionó que el farero habría despertado ya de la siesta. Entonces, ¿Era su ayudante? Podía ser que se tratase de su aprendiz recién llegado, un ángel en prácticas que necesitaba mejorar para ser algún día guardián de los Cabos Gemelos. Tal vez fuese así, pero si de eso se tratara, ¿por qué no decirlo? Pero es que no había barco ni ninguna isla a la vista. ¿De dónde podía haber llegado si no del cielo? Nada tenía sentido; Si acababa de llegar, ¿por qué quería irse ya?
- Esto... Sí. Vale. Preguntemos.
No terminabas de comprender qué era un log pose, pero tampoco entendías casi nada de lo que estaba sucediendo ahí. Anonadada todavía, debatiéndote en un mar de preguntas a cada cual más disparatada, acompañaste al ángel hasta la habitación del farero. Este abrió justo cuando ibas a llamar a la puerta, y mutuamente emitisteis un agudo gritito de susto.
- ¡Surya! -gritó, mirando al chico-. ¡¿Qué haces trayendo chicas a escondidas?! -Te pusiste roja como un tomate, matando con la mirada a Shuri. ¿No tenía permiso para dejarte entrar?-. Ya te he dicho que no me importa que te traigas compañías, pero no me gustan las sorpresas.
Fue entonces que caíste en que estaba en calzoncillos. Tenía el cuerpo ajado y las manos callosas; también estaba algo gordo, aunque dentro de lo que cabe se encontraba en forma. Aun así tapaste su perspectiva con la mano y, como mejor pudiste, te presentaste:
- HolaseñoryosoyAliceencantadadeconocerle.
Estoy seguro de que eso era más de una palabra, pero en ti casi pareció una mientras le tendías la mano sin mirarle.
Levantaste el dedo para intervenir, pero igual que tú habías hablado con cierta vehemencia el ángel poseía la misma avidez. Cada palabra era más rápida que la anterior, hasta el punto de que el discurso que iba hilando respondía tus preguntas pero terminaba generándote todavía más. Sobre todo cuando reconoció que él también tenía un pirata al que deseaba atrapar. ¿Qué clase de farero era ese? Arqueaste una ceja, dubitativa, mientras veías cómo Surya se había acoplado a tus planes de viaje sin ninguna clase de vergüenza como si se tratase de la cosa más natural del mundo. ¿Es que no sabía cómo funcionaba el mundo? Primero debía pedir permiso, no sumarse sin más a los planes de otros.
Lo que te rompió fue darte cuenta de que en ningún momento te había dicho que él fuese el farero. Ni siquiera le dio la más mínima importancia, de hecho, cuando mencionó que el farero habría despertado ya de la siesta. Entonces, ¿Era su ayudante? Podía ser que se tratase de su aprendiz recién llegado, un ángel en prácticas que necesitaba mejorar para ser algún día guardián de los Cabos Gemelos. Tal vez fuese así, pero si de eso se tratara, ¿por qué no decirlo? Pero es que no había barco ni ninguna isla a la vista. ¿De dónde podía haber llegado si no del cielo? Nada tenía sentido; Si acababa de llegar, ¿por qué quería irse ya?
- Esto... Sí. Vale. Preguntemos.
No terminabas de comprender qué era un log pose, pero tampoco entendías casi nada de lo que estaba sucediendo ahí. Anonadada todavía, debatiéndote en un mar de preguntas a cada cual más disparatada, acompañaste al ángel hasta la habitación del farero. Este abrió justo cuando ibas a llamar a la puerta, y mutuamente emitisteis un agudo gritito de susto.
- ¡Surya! -gritó, mirando al chico-. ¡¿Qué haces trayendo chicas a escondidas?! -Te pusiste roja como un tomate, matando con la mirada a Shuri. ¿No tenía permiso para dejarte entrar?-. Ya te he dicho que no me importa que te traigas compañías, pero no me gustan las sorpresas.
Fue entonces que caíste en que estaba en calzoncillos. Tenía el cuerpo ajado y las manos callosas; también estaba algo gordo, aunque dentro de lo que cabe se encontraba en forma. Aun así tapaste su perspectiva con la mano y, como mejor pudiste, te presentaste:
- HolaseñoryosoyAliceencantadadeconocerle.
Estoy seguro de que eso era más de una palabra, pero en ti casi pareció una mientras le tendías la mano sin mirarle.
Surya
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Surya giró la cabeza, sin entender del todo a qué venía la pregunta.
-Claro, necesitamos. Para ir a la siguiente isla, ¿no? Más allá de los libros aquí no hay mucho que ver.
Quizá había sido un simple lapsus, porque Alice no puso pega alguna a ir a preguntarle al farero. Normal, por otro lado. Sin la extraña brújula que describían los libros, no llegarían muy lejos.
No tardaron demasiado en llegar a la habitación del farero. Estaba en la parte baja del faro, tras una puerta de madera. En realidad el ángel no había estado allí todavía, pero le había visto meterse para dormir la siesta y sabía exactamente dónde encontrarle. Llegaron sin percances y cuando iban a llamar a la puerta, el farero abrió. Surya dio un respingo y un pequeño saltito al oír los grititos de susto que tanto Alice como el farero soltaron por la sorpresa. Y, sin darle tiempo a decir nada, el anciano señor empezó a reprenderle. Surya dejó que acabara antes de alzar un dedo para hablar y aclarar el malentendido.
-Técnicamente no ha sido a escondidas, se lo habría dicho pero estaba durmiendo y no quería despertarle. No hace mucho que ha llegado.- Hizo una pausa, antes de esbozar una sonrisa.- Ella tiene barco propio, así que juntos podremos llegar a la siguiente isla.
El farero les miró a ambos con curiosidad mientras se serenaba. Tomó la mano de Alice y la agitó un par de veces, antes de soltarla y asentir. Pareció reparar entonces en que todavía estaba sin vestir, por lo que suspiró antes de volver a su cuarto mientras les pedía que le esperasen abajo.
Surya asintió y guió a la todavía colorada Alice de vuelta hasta la playa.
-Lo siento. No creí que fuera a sorprenderse tanto.
Se agachó y se entretuvo jugando con un pequeño cangrejo ermitaño mientras tarareaba una canción. No recordaba su nombre, pero era dulce y la tenía pegada en la cabeza. No pasó mucho tiempo hasta que el farero volvió a salir, ya vestido y con una pequeña cajita en las manos. Llegó hasta ellos y abrió la tapa, mostrando una serie de… ¿pompas? ¿con brújulas dentro? Eran sólidas y tenían una pequeña correa para atarse a la muñeca. Los log pose.
-¿Habéis escogido ruta? – se giró hacia Surya, inquisitivo.- Porque asumo que ya le has explicado lo de las rutas.
Surya asintió, aunque lo cierto es que dudaba un poco. Esperaba haber entendido todo lo importante, pero la verdad era que se habría sentido más cómodo pudiendo llevarse algún libro del Archivo. Por desgracia ya se lo había advertido el primer día; los libros no salían de allí. Normal, claro, porque si cada persona que pasara se llevara uno, pronto no habría ninguno.
-Eso… es decisión de Alice. El barco es suyo.
Al fin y al cabo, no podía imponerle sus gustos. Y por otro lado, le daba un poco igual la isla. Quería recorrerlas todas antes o después, por dónde empezar no era algo que le importase.
-Claro, necesitamos. Para ir a la siguiente isla, ¿no? Más allá de los libros aquí no hay mucho que ver.
Quizá había sido un simple lapsus, porque Alice no puso pega alguna a ir a preguntarle al farero. Normal, por otro lado. Sin la extraña brújula que describían los libros, no llegarían muy lejos.
No tardaron demasiado en llegar a la habitación del farero. Estaba en la parte baja del faro, tras una puerta de madera. En realidad el ángel no había estado allí todavía, pero le había visto meterse para dormir la siesta y sabía exactamente dónde encontrarle. Llegaron sin percances y cuando iban a llamar a la puerta, el farero abrió. Surya dio un respingo y un pequeño saltito al oír los grititos de susto que tanto Alice como el farero soltaron por la sorpresa. Y, sin darle tiempo a decir nada, el anciano señor empezó a reprenderle. Surya dejó que acabara antes de alzar un dedo para hablar y aclarar el malentendido.
-Técnicamente no ha sido a escondidas, se lo habría dicho pero estaba durmiendo y no quería despertarle. No hace mucho que ha llegado.- Hizo una pausa, antes de esbozar una sonrisa.- Ella tiene barco propio, así que juntos podremos llegar a la siguiente isla.
El farero les miró a ambos con curiosidad mientras se serenaba. Tomó la mano de Alice y la agitó un par de veces, antes de soltarla y asentir. Pareció reparar entonces en que todavía estaba sin vestir, por lo que suspiró antes de volver a su cuarto mientras les pedía que le esperasen abajo.
Surya asintió y guió a la todavía colorada Alice de vuelta hasta la playa.
-Lo siento. No creí que fuera a sorprenderse tanto.
Se agachó y se entretuvo jugando con un pequeño cangrejo ermitaño mientras tarareaba una canción. No recordaba su nombre, pero era dulce y la tenía pegada en la cabeza. No pasó mucho tiempo hasta que el farero volvió a salir, ya vestido y con una pequeña cajita en las manos. Llegó hasta ellos y abrió la tapa, mostrando una serie de… ¿pompas? ¿con brújulas dentro? Eran sólidas y tenían una pequeña correa para atarse a la muñeca. Los log pose.
-¿Habéis escogido ruta? – se giró hacia Surya, inquisitivo.- Porque asumo que ya le has explicado lo de las rutas.
Surya asintió, aunque lo cierto es que dudaba un poco. Esperaba haber entendido todo lo importante, pero la verdad era que se habría sentido más cómodo pudiendo llevarse algún libro del Archivo. Por desgracia ya se lo había advertido el primer día; los libros no salían de allí. Normal, claro, porque si cada persona que pasara se llevara uno, pronto no habría ninguno.
-Eso… es decisión de Alice. El barco es suyo.
Al fin y al cabo, no podía imponerle sus gustos. Y por otro lado, le daba un poco igual la isla. Quería recorrerlas todas antes o después, por dónde empezar no era algo que le importase.
- Entonces... ¿Vas a venir conmigo? -preguntaste, confusa, muy despacio-. ¿Cuándo he firmado eso?
A lo mejor no tenías capacidad para decidir. Si realmente se trataba de un ángel tal vez era tu ángel de la guardia, alguien que había bajado desde los cielos para hacerte más sencillo tu viaje dado que, si dependía de ti, seguramente te volverías a abalanzar sobre un pingüino arriesgando tu vida en el proceso. Tal vez era una señal de lo más alto para que empezases a actuar como una adulta; quizá él fuese aquello de lo que el arlequín te había advertido con sus cartas.
- Supongo que puedo dejarte dormir en mi sofá -contestaste, encogiéndote de hombros. No había mucho que discutir, si eran órdenes de arriba...
Luego todo se precipitó. El farero semidesnudo abroncó -o lo intentó- a Surya, que contestó con la calma de quien no había hecho nada malo. En realidad, era lógico que alguien venido de un reino mucho más elevado no comprendiese el complejo funcionamiento de la sociedad humana y el concepto de la propiedad, mucho menos el respeto a esta. Aun así, teniendo en cuenta que lo contravino expresando que lo habría avisado de estar despierto, tal vez simplemente priorizaba el respeto al individuo antes que a la posesión.
- No... No pasa nada -contestaste, aún roja como un tomate por la situación en la que te habías visto envuelta-. ¿Ruta?
¿Cómo que qué ruta? ¿No había una y ya? El Grand Line era un tramo en el ecuador del mundo, tampoco podía haber una infinidad de... ¿Qué eran esas burbrújulas? Burbujas con una brujulita dentro, pero ninguna de ellas apuntando al norte. De hecho, todas apuntaban a direcciones diferentes algunas de ellas casi extrañas. Asumiste que cada una de ellas marcaría la ruta, pero claro, ¿qué sentido tenía todo eso?
- Esas brújulas están rotas -dijiste-. Todas apuntan en direcciones diferentes.
Entonces te ruborizaste todavía más. Surya acababa de explicártelo hacía apenas un instante, pero entre su autoinvitación a tu barco y el farero semidesnudo te habías quedado en blanco. Negaste con la cabeza un par de veces entonces, mirando al ángel después, y alternaste entre él y el farero un par de veces más. Qué difícil era todo aquello.
- Entonces cada isla tiene un campo propio, y estas burbujas... ¿Lo captan? -preguntaste, como si Surya no lo hubiese explicado ya-. ¿Dónde se fabrican, aquí? En cualquier caso... Quiero recorrerlas todas. Empezaré con esta. ¿Dónde consigo una?
Habías señalado una que apuntaba hacia... Hacia... No tenías ni idea de hacia dónde apuntaba, pero era la que iba más a la izquierda, así que debía ser la primera.
- Es hora de forjar nuestra...
Un cañonazo se escuchó. No era la clase de disparo de ataque, sino de advertencia. Entonces llegó uno más, más lejano. Miraste al ángel, ilusionada. ¡Una batalla! Ojalá fuese entre piratas, para poder pelear de una vez como una chica dura. Casi dabas saltitos de alegría, y tu vergüenza se desvaneció de golpe.
- ¿Podemos, podemos?
A lo mejor no tenías capacidad para decidir. Si realmente se trataba de un ángel tal vez era tu ángel de la guardia, alguien que había bajado desde los cielos para hacerte más sencillo tu viaje dado que, si dependía de ti, seguramente te volverías a abalanzar sobre un pingüino arriesgando tu vida en el proceso. Tal vez era una señal de lo más alto para que empezases a actuar como una adulta; quizá él fuese aquello de lo que el arlequín te había advertido con sus cartas.
- Supongo que puedo dejarte dormir en mi sofá -contestaste, encogiéndote de hombros. No había mucho que discutir, si eran órdenes de arriba...
Luego todo se precipitó. El farero semidesnudo abroncó -o lo intentó- a Surya, que contestó con la calma de quien no había hecho nada malo. En realidad, era lógico que alguien venido de un reino mucho más elevado no comprendiese el complejo funcionamiento de la sociedad humana y el concepto de la propiedad, mucho menos el respeto a esta. Aun así, teniendo en cuenta que lo contravino expresando que lo habría avisado de estar despierto, tal vez simplemente priorizaba el respeto al individuo antes que a la posesión.
- No... No pasa nada -contestaste, aún roja como un tomate por la situación en la que te habías visto envuelta-. ¿Ruta?
¿Cómo que qué ruta? ¿No había una y ya? El Grand Line era un tramo en el ecuador del mundo, tampoco podía haber una infinidad de... ¿Qué eran esas burbrújulas? Burbujas con una brujulita dentro, pero ninguna de ellas apuntando al norte. De hecho, todas apuntaban a direcciones diferentes algunas de ellas casi extrañas. Asumiste que cada una de ellas marcaría la ruta, pero claro, ¿qué sentido tenía todo eso?
- Esas brújulas están rotas -dijiste-. Todas apuntan en direcciones diferentes.
Entonces te ruborizaste todavía más. Surya acababa de explicártelo hacía apenas un instante, pero entre su autoinvitación a tu barco y el farero semidesnudo te habías quedado en blanco. Negaste con la cabeza un par de veces entonces, mirando al ángel después, y alternaste entre él y el farero un par de veces más. Qué difícil era todo aquello.
- Entonces cada isla tiene un campo propio, y estas burbujas... ¿Lo captan? -preguntaste, como si Surya no lo hubiese explicado ya-. ¿Dónde se fabrican, aquí? En cualquier caso... Quiero recorrerlas todas. Empezaré con esta. ¿Dónde consigo una?
Habías señalado una que apuntaba hacia... Hacia... No tenías ni idea de hacia dónde apuntaba, pero era la que iba más a la izquierda, así que debía ser la primera.
- Es hora de forjar nuestra...
Un cañonazo se escuchó. No era la clase de disparo de ataque, sino de advertencia. Entonces llegó uno más, más lejano. Miraste al ángel, ilusionada. ¡Una batalla! Ojalá fuese entre piratas, para poder pelear de una vez como una chica dura. Casi dabas saltitos de alegría, y tu vergüenza se desvaneció de golpe.
- ¿Podemos, podemos?
Surya
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
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La chica tenía razón. Debería haberle preguntado. Por un momento se avergonzó; su madre le había criado mejor que eso, pero le había podido el entusiasmo. El poco tiempo que llevaba en el faro solo había servido para aumentar su ilusión y sus ganas de avanzar y en cuanto había visto un barco había asumido que podía coger un sitio en él sin muchos problemas. Al fin y al cabo si la situación fuera al revés, habría acogido a Alice sin dudarlo. La soledad estaba bien, pero en pequeñas dosis.
Por suerte, antes de que pudiera decir nada Alice consintió en dejarle dormir en el sofá. No era lo más cómodo del mundo, sin duda, pero desde luego era un pase y le ahorraba tener que rogarle que le sacara de allí. No le apetecía especialmente. Sin más dilación, le dio un breve pero fuerte abrazo y le dio las gracias con una enorme sonrisa.
Parecía que entre una cosa y otra había acabado un poco desorientada. El farero les había traído los Log Pose pero ella no parecía capaz de decidir. Le dio el tiempo que necesitaba y fue asintiendo con calma mientras iba recordando lo que acababa de explicarle. Iba a recordarle los nombres de las siete rutas, pero antes de que pudiera ya había cogido una. Sabía que tenían el nombre grabado en el borde, pero no había alcanzado a verlo. Sonrió. Mejor, sería una sorpresa.
El farero también sonreía. Guardó el resto y les pidió que se la devolvieran por correo una vez hubieran llegado al final. Surya ya estaba decidido a subirse al barco cuando oyeron un cañonazo. Todos los presentes se pusieron serios. Bueno, todos menos Alice. El farero regresó a su faro para guardar los Log Poses y el ángel sacó su espada de la funda. Una pequeña chispa recorrió brevemente su mano antes de desaparecer mientras escudriñaba el horizonte. Normalmente no estaría tan a la defensiva, pero un solo nombre había ocupado su mente al escuchar el cañonazo y ninguna precaución era suficiente. Si ese pirata estaba ahí, estaban en peligro. Querría lo que le había quitado y por lo que le habían contado la única forma de conseguirlo acababa con Surya degollado en una fosa. Eso si es que se molestaban en cavarle un agujero.
Miró a Alice. Daba saltitos de alegría y ¿le estaba pidiendo permiso? ¿para qué? Oh… quizá quería entablar conversación. Al fin y al cabo eran otros viajeros y él en seguida se había colocado listo para el combate. Con algo de vergüenza bajó el arma y asintió con la cabeza.
-Claro, adelante. Veamos quiénes son antes de nada.
En cuanto el barco se acercó se quedó un tanto más tranquilo. Podía ver su bandera, fondo azul y un extraño pulpo verde de uñas rojas pintado encima. Bizarro, pero desde luego no era la bandera de su némesis. Oh, dios mío, ya tenía un némesis. Realmente estaba madurando.
Por suerte, antes de que pudiera decir nada Alice consintió en dejarle dormir en el sofá. No era lo más cómodo del mundo, sin duda, pero desde luego era un pase y le ahorraba tener que rogarle que le sacara de allí. No le apetecía especialmente. Sin más dilación, le dio un breve pero fuerte abrazo y le dio las gracias con una enorme sonrisa.
Parecía que entre una cosa y otra había acabado un poco desorientada. El farero les había traído los Log Pose pero ella no parecía capaz de decidir. Le dio el tiempo que necesitaba y fue asintiendo con calma mientras iba recordando lo que acababa de explicarle. Iba a recordarle los nombres de las siete rutas, pero antes de que pudiera ya había cogido una. Sabía que tenían el nombre grabado en el borde, pero no había alcanzado a verlo. Sonrió. Mejor, sería una sorpresa.
El farero también sonreía. Guardó el resto y les pidió que se la devolvieran por correo una vez hubieran llegado al final. Surya ya estaba decidido a subirse al barco cuando oyeron un cañonazo. Todos los presentes se pusieron serios. Bueno, todos menos Alice. El farero regresó a su faro para guardar los Log Poses y el ángel sacó su espada de la funda. Una pequeña chispa recorrió brevemente su mano antes de desaparecer mientras escudriñaba el horizonte. Normalmente no estaría tan a la defensiva, pero un solo nombre había ocupado su mente al escuchar el cañonazo y ninguna precaución era suficiente. Si ese pirata estaba ahí, estaban en peligro. Querría lo que le había quitado y por lo que le habían contado la única forma de conseguirlo acababa con Surya degollado en una fosa. Eso si es que se molestaban en cavarle un agujero.
Miró a Alice. Daba saltitos de alegría y ¿le estaba pidiendo permiso? ¿para qué? Oh… quizá quería entablar conversación. Al fin y al cabo eran otros viajeros y él en seguida se había colocado listo para el combate. Con algo de vergüenza bajó el arma y asintió con la cabeza.
-Claro, adelante. Veamos quiénes son antes de nada.
En cuanto el barco se acercó se quedó un tanto más tranquilo. Podía ver su bandera, fondo azul y un extraño pulpo verde de uñas rojas pintado encima. Bizarro, pero desde luego no era la bandera de su némesis. Oh, dios mío, ya tenía un némesis. Realmente estaba madurando.
- Es una buena elección -fue lo único que dijo el farero. Le habrías preguntado más, pero antes de darte cuenta él corría a guardar las cosas en el faro y tú salías abruptamente hacia la costa para encontrarte con los navíos que estaban a punto de entablar pelea. El primero de ellos resultó ser un enorme galeón cuyo palo mayor bien podría haber sido más largo que toda tu embarcación. En lo alto llevaba una extraña bandera de fondo azul bajo un pulpo verde. Ridículo, pero no eran piratas.
Trataste de recordar todo lo que habías aprendido de heráldica, pero lo único que lograste deducir fue que se debía tratar de un barco militar con varias hileras de cañones. Se movía con lentitud y pesadez, como si le costase deslizarse por el agua. Te daban dolores de cabeza solo pensar en cómo tendrías que hacer para maniobrar con una monstruosidad así, pero antes de que sufrieses mucho viste el otro: Un bergantín de diez cañones por banda, mucho más pequeño que el abominable buque, pero también mucho más rápido. Su armamento no era tan potente, pero su velocidad era endiablada en comparación, hasta el punto de que casi no parecía cortar las olas. Su bandera era, por otro lado, negra. Como la noche sin luna, el pendón no era más que una masa de oscuridad apenas decorada por un corazón blanco ensartado por sables. Cómo deseaste en ese momento tener a mano el regalo que te había hecho Illje, pero no dudaste: Corriste hasta tu barco ignorando el dolor y te dispusiste a zarpar contra ellos.
- ¡Sube, Surya! -gritaste al ángel-. ¡Ahora tienes que cubrirme las espaldas, son las normas!
No tenías muy claro que realmente hubiese algo así como normas para un ser celestial, mucho menos que una mortal pudiese imponérselas, pero era tu guardián y se había acoplado a tu barco, así que oficialmente tú mandabas. Esperaste por él lo justo y una vez se hubomontado -o se hubiese lanzado al ataque usando sus alas de ángel- comenzaste a mover tu barco hacia la batalla sin dudarlo. En parte tenías miedo de que el fuego cruzado te alcanzase, pero tu plan pasaba por utilizar el barco pirata como escudo y abordarlo por detrás.
Era emocionante. El olor a pólvora en el mar, el sonido del viento tensando las velas, el atronador bramido de la batalla... Se parecía a las historias que Padre solía contarte, aunque no dejaste mucho tiempo para las emociones y tan solo sacaste el sable de emergencia de debajo del timón. Estabas tan excitada que casi saltabas de alegría. Era hora de pelear.
Trataste de recordar todo lo que habías aprendido de heráldica, pero lo único que lograste deducir fue que se debía tratar de un barco militar con varias hileras de cañones. Se movía con lentitud y pesadez, como si le costase deslizarse por el agua. Te daban dolores de cabeza solo pensar en cómo tendrías que hacer para maniobrar con una monstruosidad así, pero antes de que sufrieses mucho viste el otro: Un bergantín de diez cañones por banda, mucho más pequeño que el abominable buque, pero también mucho más rápido. Su armamento no era tan potente, pero su velocidad era endiablada en comparación, hasta el punto de que casi no parecía cortar las olas. Su bandera era, por otro lado, negra. Como la noche sin luna, el pendón no era más que una masa de oscuridad apenas decorada por un corazón blanco ensartado por sables. Cómo deseaste en ese momento tener a mano el regalo que te había hecho Illje, pero no dudaste: Corriste hasta tu barco ignorando el dolor y te dispusiste a zarpar contra ellos.
- ¡Sube, Surya! -gritaste al ángel-. ¡Ahora tienes que cubrirme las espaldas, son las normas!
No tenías muy claro que realmente hubiese algo así como normas para un ser celestial, mucho menos que una mortal pudiese imponérselas, pero era tu guardián y se había acoplado a tu barco, así que oficialmente tú mandabas. Esperaste por él lo justo y una vez se hubomontado -o se hubiese lanzado al ataque usando sus alas de ángel- comenzaste a mover tu barco hacia la batalla sin dudarlo. En parte tenías miedo de que el fuego cruzado te alcanzase, pero tu plan pasaba por utilizar el barco pirata como escudo y abordarlo por detrás.
Era emocionante. El olor a pólvora en el mar, el sonido del viento tensando las velas, el atronador bramido de la batalla... Se parecía a las historias que Padre solía contarte, aunque no dejaste mucho tiempo para las emociones y tan solo sacaste el sable de emergencia de debajo del timón. Estabas tan excitada que casi saltabas de alegría. Era hora de pelear.
Surya
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se quedó embobado mirando el barco. Era enorme y parecía moverse casi a cámara lenta, las olas replegándose rítmicamente a su pesado paso. Por algún motivo, se imaginó volando hasta posarse en lo alto del mástil. ¿Cómo se vería el mundo con toda esa madera y esa potencia rendida a sus pies? Podía imaginarlo, pero sabía que no se comparaba. Sin darse cuenta, se alzó unos centímetros del suelo. Antes de que pudiera dejarse llevar, la voz de Alice restalló en el silencio y el ángel se movió por instinto, bajando y echando a correr detrás de ella.
Tardó un par de segundos en encontrar el significado de las palabras que acababa de lanzarle, pero en cuanto lo hizo asintió y sacó la espada, oteando el horizonte. No sabía que una plaza en un sofá pudiera salir tan cara, pero lo cierto era que no quería que a la joven le pasara nada, ni al farero ni a él mismo. No quería pelear, pero iba a defenderles a todos con uñas y dientes. Y entonces, vio el segundo barco.
Era otra bandera, negra como el agua por la noche y decorada con un corazón atravesado. Le recorrió un escalofrío, no sabía si de emoción o de miedo. Bandera negra, ¡eran piratas! Funcionaba así, ¿no? Sí, tenía que funcionar así. Nadie escogería una bandera negra sin ser piratas, las confusiones podían ser mortales. Ahora bien… ¿piratas buenos o piratas malos? Echó otro vistazo al corazón atravesado y supo que iban a saberlo muy pronto. Se fijó en los cañones que portaba la pequeña embarcación y mientras corría junto a Alice pensó que no serían capaces de pelear contra ellos. Un solo disparo podía cargarse la barquita de madera de la chica como si fuera una cáscara de nuez. No, tenían que distraerlos, alejarlos de su barco. ¿Pero cómo? En cualquier sitio serían una presa fácil para esos cañones, a no ser…
El primer disparo le sacó de su ensoñación, pero no iba hacia ellos. Había estallado contra el barco grande, ¡estaban enfrentados! Y algo le decía que el pequeño tenía la ventaja. Desde su posición lo hundiría en breve a no ser que hicieran algo. La pólvora le llenaba la nariz y el humo y el agua empezaban a agitar el mar, la adrenalina le recorría y al final se decidió por la solución radical.
-Si nos acercamos en el barco, acabará en el fondo del mar. Ven.
Dio dos pasos y agarró a Alice con delicadeza, acercándola a su pecho para protegerla mientras levantaba el vuelo de dos poderosos aletazos. En cuanto se acercó comprobó que efectivamente el pequeño bergantín estaba lleno de piratas, enzarzados en la lucha con el galeón. Habían empezado a colocar tablas entre ambos barcos y era cuestión de minutos que la sangre empezara a correr. Surya aterrizó en la cofa, vacía, y soltó a Alice mientras se agachara para que la madera les cubriese un poco. Seguramente les habrían visto, pero tardarían un poco en subir.
-Técnicamente, si nos hacemos con su capitán, ganamos la lucha, ¿verdad?
Eso le habían dicho otros piratas, pero prefería confirmar. Alice parecía estar más al tanto de las normas en estas situaciones.
-Seguro que desde aquí podemos encontrarle e ir directamente. Así tu barquito no correrá peligro.
Era un plan un tanto alocado, pero si iban a arriesgarse, prefería hacerlo hasta las últimas consecuencias. No tenía sentido hacer las cosas a medias. Además... ¡era demasiado emocionante!
Tardó un par de segundos en encontrar el significado de las palabras que acababa de lanzarle, pero en cuanto lo hizo asintió y sacó la espada, oteando el horizonte. No sabía que una plaza en un sofá pudiera salir tan cara, pero lo cierto era que no quería que a la joven le pasara nada, ni al farero ni a él mismo. No quería pelear, pero iba a defenderles a todos con uñas y dientes. Y entonces, vio el segundo barco.
Era otra bandera, negra como el agua por la noche y decorada con un corazón atravesado. Le recorrió un escalofrío, no sabía si de emoción o de miedo. Bandera negra, ¡eran piratas! Funcionaba así, ¿no? Sí, tenía que funcionar así. Nadie escogería una bandera negra sin ser piratas, las confusiones podían ser mortales. Ahora bien… ¿piratas buenos o piratas malos? Echó otro vistazo al corazón atravesado y supo que iban a saberlo muy pronto. Se fijó en los cañones que portaba la pequeña embarcación y mientras corría junto a Alice pensó que no serían capaces de pelear contra ellos. Un solo disparo podía cargarse la barquita de madera de la chica como si fuera una cáscara de nuez. No, tenían que distraerlos, alejarlos de su barco. ¿Pero cómo? En cualquier sitio serían una presa fácil para esos cañones, a no ser…
El primer disparo le sacó de su ensoñación, pero no iba hacia ellos. Había estallado contra el barco grande, ¡estaban enfrentados! Y algo le decía que el pequeño tenía la ventaja. Desde su posición lo hundiría en breve a no ser que hicieran algo. La pólvora le llenaba la nariz y el humo y el agua empezaban a agitar el mar, la adrenalina le recorría y al final se decidió por la solución radical.
-Si nos acercamos en el barco, acabará en el fondo del mar. Ven.
Dio dos pasos y agarró a Alice con delicadeza, acercándola a su pecho para protegerla mientras levantaba el vuelo de dos poderosos aletazos. En cuanto se acercó comprobó que efectivamente el pequeño bergantín estaba lleno de piratas, enzarzados en la lucha con el galeón. Habían empezado a colocar tablas entre ambos barcos y era cuestión de minutos que la sangre empezara a correr. Surya aterrizó en la cofa, vacía, y soltó a Alice mientras se agachara para que la madera les cubriese un poco. Seguramente les habrían visto, pero tardarían un poco en subir.
-Técnicamente, si nos hacemos con su capitán, ganamos la lucha, ¿verdad?
Eso le habían dicho otros piratas, pero prefería confirmar. Alice parecía estar más al tanto de las normas en estas situaciones.
-Seguro que desde aquí podemos encontrarle e ir directamente. Así tu barquito no correrá peligro.
Era un plan un tanto alocado, pero si iban a arriesgarse, prefería hacerlo hasta las últimas consecuencias. No tenía sentido hacer las cosas a medias. Además... ¡era demasiado emocionante!
El fragor de la batalla te iba enardeciendo más y más. Aún no habías olido la sangre, pero ya aullabas como una amazona alzando tu sable, sin perder el manejo del timón. Tenías muy claro que entrar en ese barco era una locura de la que solo podías salir viva esforzándote al máximo y dejando atrás tus comportamientos de amateur -los mismos que casi te habían costado un ojo con Clayton-, pero también tenías claro que a mayor riesgo más y más adrenalina iba a apoderarse de ti; y eso te gustaba.
Durante años habías aprendido a manejar el pequeño velero, al punto que apenas necesitabas suaves giros de muñeca para que el timón se enderezase y el viento te obedeciese al son de tus velas. Para lo que no estabas preparada, sin embargo, era para que un ángel te levantase por los aires como quien no quiere la cosa, sin ni siquiera pedir permiso.
- ¡Suéltame ahora mismo hijo de...! -Y entonces, solo entonces, te percataste de que el ángel había ascendido mucho más de lo que creías en un inicio-. ¡Nomesueltesporfi!
Yo también estaba bastante alterado, para qué negarlo, pero si bien que nuestro cuerpo estuviese secuestrado me incomodaba yo sabía, al contrario que tú, que aun si caíamos al vacío estábamos lejos de nuestro final. De todos modos, me mantuve alerta hasta que Surya tuvo a bien aterrizar en medio de la cofa del barco enemigo, y fui testigo del abanico de emociones encontradas que fueron surgiendo en tu interior: Primero el miedo dio paso al alivio, el alivio a la ira y tu barco a las rocas. Quisiste asfixiarlo, pero por suerte encalló con suavidad en una zona de piedra redondeada. Dudabas que hubiese salido indemne, pero no se había hundido. Eso era bueno.
- ¡Pero s...!
Te callaste de golpe. Estabais en el barco pirata, rodeados de enemigos y, sí, ser una bocazas formaba parte de esos errores que no te podías permitir cometer en aquel momento. Por eso simplemente esgrimiste una mirada de reproche al ángel, señalando con pasión enfurecida tu nave, quejándote en silencio de lo que acababa de suceder.
Respiraste profundamente un par de veces, negando con la cabeza. Te percataste de que aún llevabas el sable en la mano, y las pistolas en el bolso. Ibas vestida como una chica dura -al menos, esa era tu opinión- y estabas lista para el combate. Además, seguro que algo te darían por cazarlos. Te acercaste a Surya, poniéndote de puntillas para llegar a su oído y tiraste de él hacia abajo, pues aún no llegabas.
- Estos hombres son piratas -dijiste-. Seguramente no estés hecho a los problemas terrenales, pero son criminales que hacen infelices a la gente. Nuestro trabajo es atraparlos. Más o menos.
Saliste entonces a trote silencioso. Tenías un plan, tan solo esperabas que él cumpliese su... ¡Mierda! No le habías dicho su parte. Bueno, habría que improvisar. Y nada era mejor para improvisar que la técnica de hombre al agua.
Pateaste una de las tablas mientras media docena de piratas trataba de cruzar. Sus gritos al caer fueron graves, pero al meterse en el agua agudos como una soprano. Entonces captaste su atención.
- ¡Escuchadme chusma! -gritaste. No era lo más apropiado, pero bueno-. ¡Estáis detenidos, y si no os resistís no hay por qué herir a nadie.
Confiabas en que tu aspecto te hiciese alguien a temer, pero además de un par de preguntas bastante ofensivas y comentarios insidiosos solo levantaste risas. Al menos, tras la confusión inicial.
- ¡Y si no qué! -exclamó uno-. ¿Nos vas a dar un abrazo?
Por algún motivo estallaron en carcajadas. ¡El comentario ni siquiera tenía gracia! Te pusiste furiosa, tanto que de un tajo cortaste otra de las tablas mientras desenfundabas tu pistola, apuntando al graciosete.
- ¿Insinúas algo, mequetrefe? -preguntaste, quitando el seguro al arma-. Tú lo que quieres es un abrazo de plomo, ¿verdad, rata salobre?
Entonces no despertaste risas. Provocaste que veinte hombres te apuntaran con sus armas. En cierto modo te hizo feliz.
Tenías un problema.
Durante años habías aprendido a manejar el pequeño velero, al punto que apenas necesitabas suaves giros de muñeca para que el timón se enderezase y el viento te obedeciese al son de tus velas. Para lo que no estabas preparada, sin embargo, era para que un ángel te levantase por los aires como quien no quiere la cosa, sin ni siquiera pedir permiso.
- ¡Suéltame ahora mismo hijo de...! -Y entonces, solo entonces, te percataste de que el ángel había ascendido mucho más de lo que creías en un inicio-. ¡Nomesueltesporfi!
Yo también estaba bastante alterado, para qué negarlo, pero si bien que nuestro cuerpo estuviese secuestrado me incomodaba yo sabía, al contrario que tú, que aun si caíamos al vacío estábamos lejos de nuestro final. De todos modos, me mantuve alerta hasta que Surya tuvo a bien aterrizar en medio de la cofa del barco enemigo, y fui testigo del abanico de emociones encontradas que fueron surgiendo en tu interior: Primero el miedo dio paso al alivio, el alivio a la ira y tu barco a las rocas. Quisiste asfixiarlo, pero por suerte encalló con suavidad en una zona de piedra redondeada. Dudabas que hubiese salido indemne, pero no se había hundido. Eso era bueno.
- ¡Pero s...!
Te callaste de golpe. Estabais en el barco pirata, rodeados de enemigos y, sí, ser una bocazas formaba parte de esos errores que no te podías permitir cometer en aquel momento. Por eso simplemente esgrimiste una mirada de reproche al ángel, señalando con pasión enfurecida tu nave, quejándote en silencio de lo que acababa de suceder.
Respiraste profundamente un par de veces, negando con la cabeza. Te percataste de que aún llevabas el sable en la mano, y las pistolas en el bolso. Ibas vestida como una chica dura -al menos, esa era tu opinión- y estabas lista para el combate. Además, seguro que algo te darían por cazarlos. Te acercaste a Surya, poniéndote de puntillas para llegar a su oído y tiraste de él hacia abajo, pues aún no llegabas.
- Estos hombres son piratas -dijiste-. Seguramente no estés hecho a los problemas terrenales, pero son criminales que hacen infelices a la gente. Nuestro trabajo es atraparlos. Más o menos.
Saliste entonces a trote silencioso. Tenías un plan, tan solo esperabas que él cumpliese su... ¡Mierda! No le habías dicho su parte. Bueno, habría que improvisar. Y nada era mejor para improvisar que la técnica de hombre al agua.
Pateaste una de las tablas mientras media docena de piratas trataba de cruzar. Sus gritos al caer fueron graves, pero al meterse en el agua agudos como una soprano. Entonces captaste su atención.
- ¡Escuchadme chusma! -gritaste. No era lo más apropiado, pero bueno-. ¡Estáis detenidos, y si no os resistís no hay por qué herir a nadie.
Confiabas en que tu aspecto te hiciese alguien a temer, pero además de un par de preguntas bastante ofensivas y comentarios insidiosos solo levantaste risas. Al menos, tras la confusión inicial.
- ¡Y si no qué! -exclamó uno-. ¿Nos vas a dar un abrazo?
Por algún motivo estallaron en carcajadas. ¡El comentario ni siquiera tenía gracia! Te pusiste furiosa, tanto que de un tajo cortaste otra de las tablas mientras desenfundabas tu pistola, apuntando al graciosete.
- ¿Insinúas algo, mequetrefe? -preguntaste, quitando el seguro al arma-. Tú lo que quieres es un abrazo de plomo, ¿verdad, rata salobre?
Entonces no despertaste risas. Provocaste que veinte hombres te apuntaran con sus armas. En cierto modo te hizo feliz.
Tenías un problema.
Surya
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Nada más aterrizar el ángel dejó ir a Alice y se agachó para no ser visto por los piratas. Se aseguró de que ella estaba bien, pero se encontró con una mirada de reproche. Le estaba señalando algo, así que se asomó tentativamente por encima de la cofa para ver… el barquito de Alice. Había continuado moviéndose hasta encallar suavemente contra las rocas redondeadas, pero a juzgar por las corrientes y las piedras que tenía alrededor, había sido pura suerte. Se volvió para mirarla y murmuró un ''lo siento'' gesticulando bien con la boca. No pretendía destrozarlo, pero debería haber pensado en que no se iba a quedar quieto por arte de magia. Frunció el ceño. Puede que él no tuviera ningún barco, pero debería empezar a aprender cómo llevar uno. Quizá en el futuro tuviera que separarse de Alice o ir por su cuenta. Debería pedirle que le enseñase.
Otro cañonazo les sacudió a los dos, por fortuna sin tirarlos. Alice aprovechó para decirle que su trabajo era capturar a los piratas, a lo que Surya rebuscó entre su ropa y le tendió con cierto orgullo su carnet de cazarrecompensas, todavía tan inmaculado que chillaba novato; aunque él no fuera consciente.
-Esa me la sabía.- dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Ella fue la primera en bajar e ir a por los piratas. No se habían puesto de acuerdo en un plan, pero contaba con que supieran compenetrarse. Los dos querían lo mismo, no podía ser tan difícil, ¿verdad?
Mentira.
Incluso Surya se sobresaltó cuando oyó gritar a Alice, aunque pasada la confusión inicial a los piratas solo les causó risas. Creyó que lo tenía controlado cuando sacó la pistola, así que desconectó un poco y decidió centrarse en su estrategia principal: encontrar al capitán. Si encontraban al capitán y se lo llevaban ganaban, estaba seguro. Y si se lo llevaba a Alice quizá podría añadir un par de mantas y un buen cojín al sofá.
Miró a su alrededor, intentando no caerse cada vez que se escuchaba un cañonazo y examinando a los piratas que se habían quedado en el barco. No tardó en encontrar un objetivo y se movió con el sigilo de un gato hacia él. Era un hombre alto, moreno, de pelo oscuro y con un diente de oro. Ninguna de estas cualidades le hacía capitán, claro, sino otra muy específica. Era el mejor vestido del grupo. Solo el capitán sería el mejor vestido. Incluso llevaba uno de esos anchos cinturones de tela para aguantarse la camisa. Se acercó a él y entonces vio que tenían rodeada a Alice. Enfadado y un poco asustado, actuó con rapidez, dejándose llevar por su instinto.
Agarró al hombre por la cintura con tanta delicadeza que habría parecido un abrazo, de no ser porque al mismo tiempo que su mano le ceñía, su acero le acariciaba el cuello.
-Alto.- Dijo, sorprendentemente grave. Dio un par de pasos hacia el centro, todavía agarrando a su rehén y mirando uno por uno a todos los desgraciados que rodeaban a Alice. Un diminuto relámpago de luz se formó en su pupila y se perdió por su pelo, tan rápido que algunos dudaron de haberlo visto. – No vais a tocarle un solo pelo.
No tenía muy claro cómo proceder ahora. No quería matar a ese hombre, pero tampoco quería que mataran a Alice. Por suerte, no tuvo que escoger. Por desgracia, no fue por un buen motivo.
Una risa más alta que el resto se oyó en el lugar. Una mujer todavía mejor vestida que el hombre que sujetaba, con el logo de los piratas bordado en una larga chaqueta de capitana, se abrió paso entre los piratas y apuntó con un sable a cada uno de los polizones.
-Creo que alguien se ha perdido. Deja ir a mi mano derecha, chiquillo.
Surya no le soltó. Era su única moneda de cambio. Le reconfortó un poco saber que no había ido tan desencaminado. Mano derecha estaba cerca de capitán, al fin y al cabo. Pena que no fuera suficiente.
Otro cañonazo les sacudió a los dos, por fortuna sin tirarlos. Alice aprovechó para decirle que su trabajo era capturar a los piratas, a lo que Surya rebuscó entre su ropa y le tendió con cierto orgullo su carnet de cazarrecompensas, todavía tan inmaculado que chillaba novato; aunque él no fuera consciente.
-Esa me la sabía.- dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
Ella fue la primera en bajar e ir a por los piratas. No se habían puesto de acuerdo en un plan, pero contaba con que supieran compenetrarse. Los dos querían lo mismo, no podía ser tan difícil, ¿verdad?
Mentira.
Incluso Surya se sobresaltó cuando oyó gritar a Alice, aunque pasada la confusión inicial a los piratas solo les causó risas. Creyó que lo tenía controlado cuando sacó la pistola, así que desconectó un poco y decidió centrarse en su estrategia principal: encontrar al capitán. Si encontraban al capitán y se lo llevaban ganaban, estaba seguro. Y si se lo llevaba a Alice quizá podría añadir un par de mantas y un buen cojín al sofá.
Miró a su alrededor, intentando no caerse cada vez que se escuchaba un cañonazo y examinando a los piratas que se habían quedado en el barco. No tardó en encontrar un objetivo y se movió con el sigilo de un gato hacia él. Era un hombre alto, moreno, de pelo oscuro y con un diente de oro. Ninguna de estas cualidades le hacía capitán, claro, sino otra muy específica. Era el mejor vestido del grupo. Solo el capitán sería el mejor vestido. Incluso llevaba uno de esos anchos cinturones de tela para aguantarse la camisa. Se acercó a él y entonces vio que tenían rodeada a Alice. Enfadado y un poco asustado, actuó con rapidez, dejándose llevar por su instinto.
Agarró al hombre por la cintura con tanta delicadeza que habría parecido un abrazo, de no ser porque al mismo tiempo que su mano le ceñía, su acero le acariciaba el cuello.
-Alto.- Dijo, sorprendentemente grave. Dio un par de pasos hacia el centro, todavía agarrando a su rehén y mirando uno por uno a todos los desgraciados que rodeaban a Alice. Un diminuto relámpago de luz se formó en su pupila y se perdió por su pelo, tan rápido que algunos dudaron de haberlo visto. – No vais a tocarle un solo pelo.
No tenía muy claro cómo proceder ahora. No quería matar a ese hombre, pero tampoco quería que mataran a Alice. Por suerte, no tuvo que escoger. Por desgracia, no fue por un buen motivo.
Una risa más alta que el resto se oyó en el lugar. Una mujer todavía mejor vestida que el hombre que sujetaba, con el logo de los piratas bordado en una larga chaqueta de capitana, se abrió paso entre los piratas y apuntó con un sable a cada uno de los polizones.
-Creo que alguien se ha perdido. Deja ir a mi mano derecha, chiquillo.
Surya no le soltó. Era su única moneda de cambio. Le reconfortó un poco saber que no había ido tan desencaminado. Mano derecha estaba cerca de capitán, al fin y al cabo. Pena que no fuera suficiente.
Todo estaba funcionando casi a la perfección. Salvo por una veintena de detalles lo tenías todo completamente controlado. Una pena que cada detalle fuese una pistola probablemente cargada y que todas ellas estuviesen apuntando hacia ti. Aunque, a pesar de todo, te sentías contenta: Por fin habías conseguido que te viesen como una amenaza. ¡Eras una chica dura! Muerta también, pero por lo menos que estuvieran dispuestos a intentar matarte te hacía sentirte lo bastante imponente como para que te tuviesen en cuenta, incluso para que te temieran. No podías evitar sonreír, aunque te encontrabas francamente nerviosa. En el mejor de los casos tenías un disparo y menos de un segundo antes de que las balas te impactasen para encontrar una solución. Tenías un tipo relativamente cerca, pero... Arriesgado.
Un poco menos arriesgado pareció una vez que Surya apreció, como si te hubiese leído la mente, con el pirata más estiloso del lugar. Todo el mundo sabía que el capitán era el mejor vestido, y obviamente tu plan era que el ángel aprovechase sus poderes divinos para atraparlo mientras tú organizabas una distracción. Aunque, claro, no habías pensado en una salida y menos mal que él había llegado, porque si no te habrías metido en un buen lío. Afortunadamente había captado todas las miradas, y con estas una gran parte de los cañones, aparte de uno en el que no habías reparado: El de la verdadera capitana.
No podías culpar a tu ángel de la guarda de no entender la moda mundana, pero aquella mujer era divina mientras que el tipo solo era fabuloso, y de hecho se identificó a sí misma como la capitana y, al otro... No importaba.
Fue algo instintivo, en realidad. Era la capitana, así que no importaba su nombre, ni lo guapa que fuese, ni su recompensa. Valía dinero, claro, pero cuánto no era relevante cuando se trataba de una criminal. Lo que importaba era cómo lo hubiera conseguido. Y, visto lo visto, estaba claro que no era una gran peleadora. Impactaste en su pecho de lleno, en el pulmón. No era letal necesariamente, pero sí incapacitante. No tuviste tiempo de celebrarlo porque todos volvieron a ti, pero sí pudiste usar al piratuelo más cercano como cobertura para casi todos los disparos. Estabas nerviosa, casi emocionada -de hecho, más nerviosa que emocionada- y diste un paso en falso al creer que todas las balas habían sido disparadas. No habías contado bien.
No tuvimos tiempo a reaccionar; nos quedamos congelados en el acto mientras la fugaz bola de plomo volaba hacia nosotros y, de pronto, un brillo negruzco refulgió sobre tu cuerpo, haciendo que la bala rebotase sobre tu hombro y cayese pesadamente al suelo.
Consciente de que la casualidad no se repite dos veces y a pesar de que ibas a investigar aquello optaste por seguir el modus operandi de actuar deprisa. Guardaste tu pistola y recogiste de inmediato el sable del tipo que habías utilizado como escudo humano, entrando antes que nadie en una batalla cuerpo a cuerpo que nadie habría esperado. Y esa precisamente era tu mayor arma, así que la aprovechaste cuando, girando como un torbellino, te abalanzaste sobre cada enemigo que se te puso al alcance.
Un poco menos arriesgado pareció una vez que Surya apreció, como si te hubiese leído la mente, con el pirata más estiloso del lugar. Todo el mundo sabía que el capitán era el mejor vestido, y obviamente tu plan era que el ángel aprovechase sus poderes divinos para atraparlo mientras tú organizabas una distracción. Aunque, claro, no habías pensado en una salida y menos mal que él había llegado, porque si no te habrías metido en un buen lío. Afortunadamente había captado todas las miradas, y con estas una gran parte de los cañones, aparte de uno en el que no habías reparado: El de la verdadera capitana.
No podías culpar a tu ángel de la guarda de no entender la moda mundana, pero aquella mujer era divina mientras que el tipo solo era fabuloso, y de hecho se identificó a sí misma como la capitana y, al otro... No importaba.
Fue algo instintivo, en realidad. Era la capitana, así que no importaba su nombre, ni lo guapa que fuese, ni su recompensa. Valía dinero, claro, pero cuánto no era relevante cuando se trataba de una criminal. Lo que importaba era cómo lo hubiera conseguido. Y, visto lo visto, estaba claro que no era una gran peleadora. Impactaste en su pecho de lleno, en el pulmón. No era letal necesariamente, pero sí incapacitante. No tuviste tiempo de celebrarlo porque todos volvieron a ti, pero sí pudiste usar al piratuelo más cercano como cobertura para casi todos los disparos. Estabas nerviosa, casi emocionada -de hecho, más nerviosa que emocionada- y diste un paso en falso al creer que todas las balas habían sido disparadas. No habías contado bien.
No tuvimos tiempo a reaccionar; nos quedamos congelados en el acto mientras la fugaz bola de plomo volaba hacia nosotros y, de pronto, un brillo negruzco refulgió sobre tu cuerpo, haciendo que la bala rebotase sobre tu hombro y cayese pesadamente al suelo.
Consciente de que la casualidad no se repite dos veces y a pesar de que ibas a investigar aquello optaste por seguir el modus operandi de actuar deprisa. Guardaste tu pistola y recogiste de inmediato el sable del tipo que habías utilizado como escudo humano, entrando antes que nadie en una batalla cuerpo a cuerpo que nadie habría esperado. Y esa precisamente era tu mayor arma, así que la aprovechaste cuando, girando como un torbellino, te abalanzaste sobre cada enemigo que se te puso al alcance.
Surya
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El olor a sangre llegó a su nariz, pero en seguida se vio opacado por el de la pólvora, antes incluso de que pudiera reaccionar. Le llevó un par de segundos entender por qué se había desplomado la capitana y para entonces la pelea ya había comenzado.
Se preocupó por un momento en cuanto comprendió que las balas habían sido disparadas, pero se tranquilizó al ver que Alice no caía al suelo. Podía notar al recién nombrado de forma tácita capitán tratar de soltarse de su abrazo, pero no podía dejarle ir. Sin embargo, la angustia se fue formando en su pecho. Alice estaba peleando contra no pocos hombres y necesitaba refuerzos. Pero tenía que lidiar con el capitán primero, ¡si no no ganarían! No solo eso, estarían en todavía más peligro. Miró de soslayo a la excapitana, que empezaba a desangrarse sobre la madera y contuvo una arcada. No podía hacerle eso al hombre que tenía amenazado. No comprendía cómo Alice había podido; un disparo al hombro o a la pierna la habrían incapacitado igualmente, pero ahora la vida se le escapaba por segundos. Tampoco iba a intentar salvarla, principalmente porque todo estaba pasando muy rápido y había demasiadas cosas en las que pensar y…
Le pitaban los oídos. Sin darse cuenta, había empezado a apretar el pecho del hombre con la mano que no sujetaba el sable contra su cuello. De repente, una extraña luz salió de su mano y el hombre se sobresaltó, haciendo que su piel se hincara en el acero. Lo siguiente que vio el ángel fue la sangre manchándole y el pirata cayendo al suelo. Se quedó confuso por un instante, mirándose las manos ahora rojas mientras trataba de entender qué acababa de suceder. Él no le había matado, ¿o sí?
-¡Demonio!
Escuchó la palabra y supo que iba por él. Se giró con el ceño fruncido y al encontrar al responsable de tamaño insulto batió las alas con indignación, azotándole en la cabeza al inoportuno. Las tenía bien desarrolladas y si bien no era un golpe tremendo, desde luego debería valer como para haberle molestado. Surya miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie más demasiado bien vestido. Alice había matado a la capitana y el mano derecha se había suicidado contra su espada así que… ¿quién iba el siguiente en la cadena de mando?
Se dio cuenta de que les estaban mirando. No los piratas a ellos, si no la tripulación del otro barco, asomada por la borda y un tanto consternada. Les saludó con la mano, sin saber bien qué hacer. Luego dio un salto y aterrizó junto a Alice en el medio de la pelea, espalda contra espalda.
-¡Ya no queda nadie bien vestido! ¿Qué hacemos ahora? ¿Ya hemos ganado?
Eso pareció atraer la atención de los piratas, que poco a poco fueron dejando de pelear y mirando a los dos cuerpos ensangrentados en el suelo. Por lo visto, tampoco ellos estaban seguros de cómo proceder.
Lo cierto era que ver que no era el único confuso por lo que acababa de pasar le hacía sentir un poquito mejor.
Se preocupó por un momento en cuanto comprendió que las balas habían sido disparadas, pero se tranquilizó al ver que Alice no caía al suelo. Podía notar al recién nombrado de forma tácita capitán tratar de soltarse de su abrazo, pero no podía dejarle ir. Sin embargo, la angustia se fue formando en su pecho. Alice estaba peleando contra no pocos hombres y necesitaba refuerzos. Pero tenía que lidiar con el capitán primero, ¡si no no ganarían! No solo eso, estarían en todavía más peligro. Miró de soslayo a la excapitana, que empezaba a desangrarse sobre la madera y contuvo una arcada. No podía hacerle eso al hombre que tenía amenazado. No comprendía cómo Alice había podido; un disparo al hombro o a la pierna la habrían incapacitado igualmente, pero ahora la vida se le escapaba por segundos. Tampoco iba a intentar salvarla, principalmente porque todo estaba pasando muy rápido y había demasiadas cosas en las que pensar y…
Le pitaban los oídos. Sin darse cuenta, había empezado a apretar el pecho del hombre con la mano que no sujetaba el sable contra su cuello. De repente, una extraña luz salió de su mano y el hombre se sobresaltó, haciendo que su piel se hincara en el acero. Lo siguiente que vio el ángel fue la sangre manchándole y el pirata cayendo al suelo. Se quedó confuso por un instante, mirándose las manos ahora rojas mientras trataba de entender qué acababa de suceder. Él no le había matado, ¿o sí?
-¡Demonio!
Escuchó la palabra y supo que iba por él. Se giró con el ceño fruncido y al encontrar al responsable de tamaño insulto batió las alas con indignación, azotándole en la cabeza al inoportuno. Las tenía bien desarrolladas y si bien no era un golpe tremendo, desde luego debería valer como para haberle molestado. Surya miró a su alrededor, asegurándose de que no hubiera nadie más demasiado bien vestido. Alice había matado a la capitana y el mano derecha se había suicidado contra su espada así que… ¿quién iba el siguiente en la cadena de mando?
Se dio cuenta de que les estaban mirando. No los piratas a ellos, si no la tripulación del otro barco, asomada por la borda y un tanto consternada. Les saludó con la mano, sin saber bien qué hacer. Luego dio un salto y aterrizó junto a Alice en el medio de la pelea, espalda contra espalda.
-¡Ya no queda nadie bien vestido! ¿Qué hacemos ahora? ¿Ya hemos ganado?
Eso pareció atraer la atención de los piratas, que poco a poco fueron dejando de pelear y mirando a los dos cuerpos ensangrentados en el suelo. Por lo visto, tampoco ellos estaban seguros de cómo proceder.
Lo cierto era que ver que no era el único confuso por lo que acababa de pasar le hacía sentir un poquito mejor.
Ganar era una sensación increíble. Derrotar a una tripulación pirata, diez veces mejor. Te metiste de lleno en la pelea, girando sobre ti misma y deslizándote con elegancia entre ellos mientras tajo a tajo ibas dejando regueros de sangre allá por donde pasabas hasta que un chispazo de luz restalló con un estruendoso rugido proveniente de Surya. Del ángel. Había descargado un rayo. Todos en el barco estaban tan confusos como tú, naciendo un armisticio tácito mientras con cierta incomprensión observabais al hombre que determinado pirata osó llamar demonio.
No pudiste contener una carcajada cuando, en medio de un mohín, el ángel descargó su ala en una colleja sobre el pobre desgraciado para, acto seguido, declarar que el estatu quo había cambiado. Lógicamente, confuso ante las costumbres terrenales, no podía saber que por mucho que sus capitanes hubiesen sido derrotados -aunque el segundo al mando no parecía muy vivo y la capitana empezaba a semejar un poco muerta- aún quedaba una tripulación entera a la que hacer frente. ¿Cuánto tardaría uno de esos pordioseros en arrebatar el chaquetón de su antigua líder? Ni siquiera esperabas que la dejasen mantener las botas intactas antes de acabar muriendo por la falta de auxilio. Por eso, diste un paso adelante. Era hora de hacer un movimiento poderoso.
- De entre todos vosotros, caterva de chacales rabiosos, ¿cuántos NO tenéis recompensa? ¡Levantad la mano! -Por si tu hoja ensangrentada no hubiese sido suficiente, el poder del rayo de tu ángel de la guarda era una herramienta de intimidación lo bastante eficaz como para que tan pronto como procesaron la pregunta siete de ellos alzaron la mano. Parecían simples grumetes, salvo un señor muy muy viejo que tenía pinta de no saber muy bien qué hacía allí-. ¡Muy bien, ahora este barco es nuestro! ¡Si tiráis por la borda a los delincuentes os dejamos quedaros.
- ¿Y si no qué?
Muchas veces un silencio elocuente era más valioso que cualquier explicación, por lo que simplemente te encogiste de hombros con una sonrisa inocentona, como si no supieses lo que podía pasar. Pareció ser suficiente, y antes de poder darte cuenta en medio de cubierta se había montado un altercado impropio de las tripulaciones organizadas. Pero claro, esa tripulación no estaba en absoluto organizada.
Los primeros treinta segundos fueron interesantes, como ver dos ratas peleando por un churro. Los siguientes cinco minutos fueron simplemente lamentables. Los más veteranos eran hombres rudos, y si bien no parecían en tan buena forma conocían bien el mar y trabajaban en equipo -para los estándares piratas, al menos- mientras que los más mozos intentaban abusar de su juventud sin que saliese demasiado bien. Cero planificación. Y encima, el viejo... Bueno, era el viejo. Te sentaste a esperar mientras algo sucedía, fuese lo que fuese. Te estaban entrando ganas de tirarlos a todos, claro, pero a ver qué hacías sin una tripulación para semejante velero.
No pudiste contener una carcajada cuando, en medio de un mohín, el ángel descargó su ala en una colleja sobre el pobre desgraciado para, acto seguido, declarar que el estatu quo había cambiado. Lógicamente, confuso ante las costumbres terrenales, no podía saber que por mucho que sus capitanes hubiesen sido derrotados -aunque el segundo al mando no parecía muy vivo y la capitana empezaba a semejar un poco muerta- aún quedaba una tripulación entera a la que hacer frente. ¿Cuánto tardaría uno de esos pordioseros en arrebatar el chaquetón de su antigua líder? Ni siquiera esperabas que la dejasen mantener las botas intactas antes de acabar muriendo por la falta de auxilio. Por eso, diste un paso adelante. Era hora de hacer un movimiento poderoso.
- De entre todos vosotros, caterva de chacales rabiosos, ¿cuántos NO tenéis recompensa? ¡Levantad la mano! -Por si tu hoja ensangrentada no hubiese sido suficiente, el poder del rayo de tu ángel de la guarda era una herramienta de intimidación lo bastante eficaz como para que tan pronto como procesaron la pregunta siete de ellos alzaron la mano. Parecían simples grumetes, salvo un señor muy muy viejo que tenía pinta de no saber muy bien qué hacía allí-. ¡Muy bien, ahora este barco es nuestro! ¡Si tiráis por la borda a los delincuentes os dejamos quedaros.
- ¿Y si no qué?
Muchas veces un silencio elocuente era más valioso que cualquier explicación, por lo que simplemente te encogiste de hombros con una sonrisa inocentona, como si no supieses lo que podía pasar. Pareció ser suficiente, y antes de poder darte cuenta en medio de cubierta se había montado un altercado impropio de las tripulaciones organizadas. Pero claro, esa tripulación no estaba en absoluto organizada.
Los primeros treinta segundos fueron interesantes, como ver dos ratas peleando por un churro. Los siguientes cinco minutos fueron simplemente lamentables. Los más veteranos eran hombres rudos, y si bien no parecían en tan buena forma conocían bien el mar y trabajaban en equipo -para los estándares piratas, al menos- mientras que los más mozos intentaban abusar de su juventud sin que saliese demasiado bien. Cero planificación. Y encima, el viejo... Bueno, era el viejo. Te sentaste a esperar mientras algo sucedía, fuese lo que fuese. Te estaban entrando ganas de tirarlos a todos, claro, pero a ver qué hacías sin una tripulación para semejante velero.
Surya
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fuerza
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Por suerte, Alice cogió la delantera. De entre toda la confusión salió su voz clara como el agua y se alzó entre los incrédulos piratas. Surya tuvo que contener una carcajada ante la ''caterva de chacales rabiosos'', pero logró camuflarla con una pequeña tos. Su plan parecía bastante bueno y en cuestión de segundos los piratas se pusieron en marcha. Más o menos.
Lo cierto es que fue bastante caótico. Pese a que había visto a los que habían levantado la mano, no tardó en perderles el rastro mientras se perdían en la marabunta de gente. Vio a un par caer por la borda, pero si eran de los que pretendían quedarse o deshacerse, lo ignoraba. En cualquier caso, parecía que habían dejado de lado la idea de apuntarles a ello, por lo que la situación estaba controlada. Casi.
Se giró hacia los dos cuerpos caídos en cubierta y no pudo evitarlo. Se agachó junto al mano derecha de la capitana, a sabiendas de que era culpa suya que estuviera ahora sí. Comprobó sin muchas esperanzas su pulso y se alegró de saber que aunque débil, seguía ahí. Rápidamente le rompió la camisa e improvisó un torniquete para parar la hemorragia. Necesitaba atención médica, pero de momento eso les ganaría tiempo. Con suerte, el suficiente como para que la tripulación se serenara y señalara al que normalmente se encargaba de esas cosas. Tenían que tener un médico, ¿no?
Se movió hacia la excapitana. Surya sabía lo justo para evitar su muerte en caso de emergencia, pero era consciente de que aún le faltaba mucho por aprender en lo que a anatomía y medicina se refería. Examinó con cuidado la herida de la mujer y, con cuidado, introdujo la punta de su sable en la herida para hacer palanca y sacar la bala. Fue una chapuza y desde luego le salpicó todavía más haciendo parecer la escena un matadero, pero así la mujer podría volver a respirar. Repitió el proceso que había seguido con su compañero taponando la herida y le dejó descansar. Puede que no fueran a morir, pero ninguno de los dos tenía fuerzas como para salir corriendo. Podrían entregarlos sin problemas.
Miró a su alrededor. Parecía que poco a poco habían ido logrando organizarse y en cubierta quedaban ya solo unos diez piratas. Se acercó a Alice intentando no tocarla; todavía estaba cubierto de sangre y empezaba a darse un poco de asco, pero darse un chapuzón en el mar no era una opción viable.
-Si está todo controlado, creo que voy a ver si estos piratas tienen algo parecido a una ducha dentro del barco. ¿Te busco algo de paso?
Se le pasó por la mente la posibilidad de que los piratas llevaran un fabuloso tesoro a bordo, pero pronto descartó la posibilidad. La capitana no iba tan bien vestida.
Lo cierto es que fue bastante caótico. Pese a que había visto a los que habían levantado la mano, no tardó en perderles el rastro mientras se perdían en la marabunta de gente. Vio a un par caer por la borda, pero si eran de los que pretendían quedarse o deshacerse, lo ignoraba. En cualquier caso, parecía que habían dejado de lado la idea de apuntarles a ello, por lo que la situación estaba controlada. Casi.
Se giró hacia los dos cuerpos caídos en cubierta y no pudo evitarlo. Se agachó junto al mano derecha de la capitana, a sabiendas de que era culpa suya que estuviera ahora sí. Comprobó sin muchas esperanzas su pulso y se alegró de saber que aunque débil, seguía ahí. Rápidamente le rompió la camisa e improvisó un torniquete para parar la hemorragia. Necesitaba atención médica, pero de momento eso les ganaría tiempo. Con suerte, el suficiente como para que la tripulación se serenara y señalara al que normalmente se encargaba de esas cosas. Tenían que tener un médico, ¿no?
Se movió hacia la excapitana. Surya sabía lo justo para evitar su muerte en caso de emergencia, pero era consciente de que aún le faltaba mucho por aprender en lo que a anatomía y medicina se refería. Examinó con cuidado la herida de la mujer y, con cuidado, introdujo la punta de su sable en la herida para hacer palanca y sacar la bala. Fue una chapuza y desde luego le salpicó todavía más haciendo parecer la escena un matadero, pero así la mujer podría volver a respirar. Repitió el proceso que había seguido con su compañero taponando la herida y le dejó descansar. Puede que no fueran a morir, pero ninguno de los dos tenía fuerzas como para salir corriendo. Podrían entregarlos sin problemas.
Miró a su alrededor. Parecía que poco a poco habían ido logrando organizarse y en cubierta quedaban ya solo unos diez piratas. Se acercó a Alice intentando no tocarla; todavía estaba cubierto de sangre y empezaba a darse un poco de asco, pero darse un chapuzón en el mar no era una opción viable.
-Si está todo controlado, creo que voy a ver si estos piratas tienen algo parecido a una ducha dentro del barco. ¿Te busco algo de paso?
Se le pasó por la mente la posibilidad de que los piratas llevaran un fabuloso tesoro a bordo, pero pronto descartó la posibilidad. La capitana no iba tan bien vestida.
Empezabas a aburrirte. Las peleas llegaba cierto punto en el que se hacían aburridas y predecibles. En ese caso, concretamente, los más veteranos eran conscientes de que si ganaban luego tendrían que enfrentarse al ángel y a ti. Tú habías demostrado tu habilidad ya, y él había dado a conocer un poder terrorífico. Si no perdían tendrían que afrontar una nueva batalla y, una vez acabase, los inocentes serían recogidos. Por eso, en cuanto iban cayendo en la cuenta, perdían la lucha psicológica. Por eso dejaste de mirar y te centraste en el barco frente a ti. Acongojados aún no disparaban, pero podías ver cómo los cañones se mantenían cargados y apuntándoos, solo por si acaso. Por eso, mientras Surya salvaba a los maleantes tú te quitaste la blusa para ondearla como si fuese una bandera blanca. Al fin y al cabo, una chica dura hacía lo que fuese necesario. Eso y que llevabas un body por debajo para hacer tu figura más estilizada -y porque a veces refrescaba-, así que no importaba demasiado quitártela.
Pareció tranquilizarlos, aunque no pudiste evitar reírte mientras veías la desilusión de alguna que otra mirada lasciva. Alguno que otro incluso había sacado un catalejo, pero tan solo te importó que respondieron enarbolando en su palo mayor una bandera blanca también, justo a tiempo para que el ángel te sobresaltase apareciendo a tu espalda. Tenía la voz aterciopelada, pero eso lo hacía parecer más siniestro cuando se acercaba en silencio por tu espalda, e incluso una declaración tan simple como la que había hecho podía sobresaltar a una señorita.
- Vale, pero la habitación grande me la pido. -Era oficial, acababas de agenciarte un barco pirata-. De hecho, me pido esa.
La habitación más grande debía ser, lógicamente, la dependencia de la capitana. Se trataba de la parte más alta del castillo de popa, accesible a través de la segunda cubierta por unas escaleras y con una terraza a modo de tercera cubierta sobre la que se encontraba el timón. Aunque tú querías cotillear su ropa, claro. Te había parecido que, si bien era algo más alta que tú, probablemente tuvieseis la misma talla -o una que fácilmente podrías corregir con un par de arreglillos-. Además era la que más probablemente tuviese un baño individual dado que, bueno, parecía ser la única chica entre un montón de hombres que en general olían a tigre. Tú por lo menos no habrías compartido baño con ellos ni de broma.
Corriste como un cervatillo recién nacido -torpemente, vaya, pero llena de ilusión- mientras uno tras otro los maleantes caían al agua con un sonoro "ploff". Abriste la puerta y, sin centrarte mucho en el resto de cosas, abriste el armario. Esa mujer era, indudablemente, tu reverso tenebroso: Un poco putilla, pero sin duda con un estilo imponente y una apariencia de rudeza iconmensurable. Aunque estabas segura de que su expresión hacía mucho más que cualquier otra cosa. En todo caso, aprovechaste para darte una ducha rápida y te probaste un conjunto. Efectivamente, era ropa de tía dura. Mucho más dura de lo que cualquier prenda en tu armario podía ser.
Cerraste la puerta al salir de un portazo, recalcando tu poder colosal. Botas altas de tacón que resonaban en la madera con fuerza a cada paso que dabas. Tus piernas estaban perfectamente delineadas por un pantalón de cuero también negro, perfectamente ajustado, y en contraste con eso un corsé -más bien un falso corsé- amarillo pastel con algunos detalles transparentes por la espalda. Aunque en ti no parecía muy de chica dura fue emocionante ver que cargaste a tu espalda un chaquetón púrpura de capitana, que sí te hacía ver imponente. Aunque deberías haberte puesto el tricornio, pero tu melena desatada al viento ondeando libre como la capa de tu abrigo.
- ¡Muy bien, sinvergüenzas! -exclamaste. Creo que fue la primera vez que no sonaste ridícula cuando intentabas imponerte-. ¡No tenéis motivos para confiar en mí, pero mi problema es que yo no puedo confiar en vosotros! ¡Con recompensa o no, estabais aquí como piratas, y si vuestra lealtad no es otra que el dinero podéis arrojaros por la borda ahora o...! No queréis saber lo que sucederá. -Paraste ahí hasta que descendiste junto a ellos. Casi todos más altos que tú, pero empequeñecidos ante tu mirada-. Si queréis mi confianza quiero saber uno a uno vuestras razones para haceros piratas, y si hay algún crimen por el que todavía no estéis siendo perseguidos... Quiero conocerlo. ¿Entendido?
Asintieron al unísono, salvo el viejo. El viejo seguía a lo suyo.
Pareció tranquilizarlos, aunque no pudiste evitar reírte mientras veías la desilusión de alguna que otra mirada lasciva. Alguno que otro incluso había sacado un catalejo, pero tan solo te importó que respondieron enarbolando en su palo mayor una bandera blanca también, justo a tiempo para que el ángel te sobresaltase apareciendo a tu espalda. Tenía la voz aterciopelada, pero eso lo hacía parecer más siniestro cuando se acercaba en silencio por tu espalda, e incluso una declaración tan simple como la que había hecho podía sobresaltar a una señorita.
- Vale, pero la habitación grande me la pido. -Era oficial, acababas de agenciarte un barco pirata-. De hecho, me pido esa.
La habitación más grande debía ser, lógicamente, la dependencia de la capitana. Se trataba de la parte más alta del castillo de popa, accesible a través de la segunda cubierta por unas escaleras y con una terraza a modo de tercera cubierta sobre la que se encontraba el timón. Aunque tú querías cotillear su ropa, claro. Te había parecido que, si bien era algo más alta que tú, probablemente tuvieseis la misma talla -o una que fácilmente podrías corregir con un par de arreglillos-. Además era la que más probablemente tuviese un baño individual dado que, bueno, parecía ser la única chica entre un montón de hombres que en general olían a tigre. Tú por lo menos no habrías compartido baño con ellos ni de broma.
Corriste como un cervatillo recién nacido -torpemente, vaya, pero llena de ilusión- mientras uno tras otro los maleantes caían al agua con un sonoro "ploff". Abriste la puerta y, sin centrarte mucho en el resto de cosas, abriste el armario. Esa mujer era, indudablemente, tu reverso tenebroso: Un poco putilla, pero sin duda con un estilo imponente y una apariencia de rudeza iconmensurable. Aunque estabas segura de que su expresión hacía mucho más que cualquier otra cosa. En todo caso, aprovechaste para darte una ducha rápida y te probaste un conjunto. Efectivamente, era ropa de tía dura. Mucho más dura de lo que cualquier prenda en tu armario podía ser.
Cerraste la puerta al salir de un portazo, recalcando tu poder colosal. Botas altas de tacón que resonaban en la madera con fuerza a cada paso que dabas. Tus piernas estaban perfectamente delineadas por un pantalón de cuero también negro, perfectamente ajustado, y en contraste con eso un corsé -más bien un falso corsé- amarillo pastel con algunos detalles transparentes por la espalda. Aunque en ti no parecía muy de chica dura fue emocionante ver que cargaste a tu espalda un chaquetón púrpura de capitana, que sí te hacía ver imponente. Aunque deberías haberte puesto el tricornio, pero tu melena desatada al viento ondeando libre como la capa de tu abrigo.
- ¡Muy bien, sinvergüenzas! -exclamaste. Creo que fue la primera vez que no sonaste ridícula cuando intentabas imponerte-. ¡No tenéis motivos para confiar en mí, pero mi problema es que yo no puedo confiar en vosotros! ¡Con recompensa o no, estabais aquí como piratas, y si vuestra lealtad no es otra que el dinero podéis arrojaros por la borda ahora o...! No queréis saber lo que sucederá. -Paraste ahí hasta que descendiste junto a ellos. Casi todos más altos que tú, pero empequeñecidos ante tu mirada-. Si queréis mi confianza quiero saber uno a uno vuestras razones para haceros piratas, y si hay algún crimen por el que todavía no estéis siendo perseguidos... Quiero conocerlo. ¿Entendido?
Asintieron al unísono, salvo el viejo. El viejo seguía a lo suyo.
Surya
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Entonces, ya estaba. Si Alice se pedía la habitación de la capitana, significaba que el barco era suyo. ¡Habían ganado! Ah, ya no tendría que dormir en el sofá. Podía quedarse la habitación del segundo de a bordo, seguro que era la más grande después de la capitana… espera, ¿eso le convertía a él en el segundo de a bordo? ¿les convertía a ambos en piratas? Al fin y al cabo necesitaban a más gente para llevar un navío de esas dimensiones y si adoptaban a seis o siete piratas…
Decidió pensar en ello después de ducharse. El olor a sangre y a pólvora se le había metido en la nariz y le estaba distrayendo. Además, parecía que Alice lo tenía todo más que controlado. Mientras ella subía en busca de las dependencias de la capitana, el ángel se internó en el corazón del barco a la caza de lo que sería su cama esa noche. No tardó en encontrar el lugar: una puerta al fondo de un pasillo estrecho llevaba añadida una placa dorada identificándola como el camarote del segundo al mando. Lo cierto es que era bastante hortera, pero serviría por ahora. Entró deseando quitarse las ropas manchadas y tras un breve vistazo al cuarto se metió al baño. No era una habitación muy grande, pero estaba limpia. Y tenía ducha propia, que era lo que le interesaba. Rápidamente se quitó la ropa manchada de sangre y se lavó a conciencia, antes de meter las prendas bajo el agua para quitar como buenamente pudo el desastre ocasionado por los piratas.
Le daba rabia, pero al final entendió que iba a tener que tirarlas. El rojo no salía tan fácilmente del blanco. Su mochila con el resto de su ropa estaba todavía en el barquito de Alice, así que al final resolvió coger prestado un conjunto del mano derecha. Salió a cubierta justo cuando la nueva capitana empezaba a gritar a los nuevos grumetes. No había podido ponerse ninguna camisa ni chaqueta porque no tenían huecos para sus alas y no quería romperlas, así que simplemente se había puesto unos ajustados pantalones negros y una banda a la cintura de color granate. Contrastaban con su piel, su pelo y en general todo lo que solía ponerse, pero aunque sabía que se cansaría pronto, en cierto modo se sentía elegante. Travieso también, pero sobre todo elegante. Y quizá un tanto… atractivo.
Se quedó en la retaguardia dejando que Alice los arengase, atendiendo a sus historias y excusas. La mayoría buscaban dinero, algunos estaban buscando a familiares perdidos en mares lejanos y un pirata especialmente joven quería a toda costa encontrar el One Piece. En cuanto a sus crímenes, entraban dentro de lo esperable: robo, saqueo, traspaso de propiedades, ebriedad abundante y pública… la lista seguía y si sus caras no estaban ya en carteles de se busca era meramente cuestión de suerte. El único que no había dicho nada era el más anciano de todos. Le resultaba curioso, pero justo cuando iba a preguntarle la capitana emitió un gorgoteo de dolor.
Surya se apresuró a agacharse junto a los heridos, pero el dictamen no había cambiado desde hacía diez minutos: necesitaban un médico.
-¿Alguno de los presentes sabe de medicina? De lo contrario, haríais bien en ir pensando en cómo despediros de vuestra capitana.
Los piratas se miraron entre sí, nerviosos. Por un momento, Surya se temió que no tuviesen a nadie… hasta que señalaron al agua. El ángel miró a Alice, dubitativo. Entendía que dejar que uno de los criminales que todavía estaban intactos subiera al barco era un riesgo.
-Siempre podemos entregar a tres…
Decidió pensar en ello después de ducharse. El olor a sangre y a pólvora se le había metido en la nariz y le estaba distrayendo. Además, parecía que Alice lo tenía todo más que controlado. Mientras ella subía en busca de las dependencias de la capitana, el ángel se internó en el corazón del barco a la caza de lo que sería su cama esa noche. No tardó en encontrar el lugar: una puerta al fondo de un pasillo estrecho llevaba añadida una placa dorada identificándola como el camarote del segundo al mando. Lo cierto es que era bastante hortera, pero serviría por ahora. Entró deseando quitarse las ropas manchadas y tras un breve vistazo al cuarto se metió al baño. No era una habitación muy grande, pero estaba limpia. Y tenía ducha propia, que era lo que le interesaba. Rápidamente se quitó la ropa manchada de sangre y se lavó a conciencia, antes de meter las prendas bajo el agua para quitar como buenamente pudo el desastre ocasionado por los piratas.
Le daba rabia, pero al final entendió que iba a tener que tirarlas. El rojo no salía tan fácilmente del blanco. Su mochila con el resto de su ropa estaba todavía en el barquito de Alice, así que al final resolvió coger prestado un conjunto del mano derecha. Salió a cubierta justo cuando la nueva capitana empezaba a gritar a los nuevos grumetes. No había podido ponerse ninguna camisa ni chaqueta porque no tenían huecos para sus alas y no quería romperlas, así que simplemente se había puesto unos ajustados pantalones negros y una banda a la cintura de color granate. Contrastaban con su piel, su pelo y en general todo lo que solía ponerse, pero aunque sabía que se cansaría pronto, en cierto modo se sentía elegante. Travieso también, pero sobre todo elegante. Y quizá un tanto… atractivo.
Se quedó en la retaguardia dejando que Alice los arengase, atendiendo a sus historias y excusas. La mayoría buscaban dinero, algunos estaban buscando a familiares perdidos en mares lejanos y un pirata especialmente joven quería a toda costa encontrar el One Piece. En cuanto a sus crímenes, entraban dentro de lo esperable: robo, saqueo, traspaso de propiedades, ebriedad abundante y pública… la lista seguía y si sus caras no estaban ya en carteles de se busca era meramente cuestión de suerte. El único que no había dicho nada era el más anciano de todos. Le resultaba curioso, pero justo cuando iba a preguntarle la capitana emitió un gorgoteo de dolor.
Surya se apresuró a agacharse junto a los heridos, pero el dictamen no había cambiado desde hacía diez minutos: necesitaban un médico.
-¿Alguno de los presentes sabe de medicina? De lo contrario, haríais bien en ir pensando en cómo despediros de vuestra capitana.
Los piratas se miraron entre sí, nerviosos. Por un momento, Surya se temió que no tuviesen a nadie… hasta que señalaron al agua. El ángel miró a Alice, dubitativo. Entendía que dejar que uno de los criminales que todavía estaban intactos subiera al barco era un riesgo.
-Siempre podemos entregar a tres…
Cuando Surya apareció no pudiste evitar sonrojarte un poco. ¿Qué hacía medio desnudo? Vale, tú llevabas más escote del que habrías sumado en toda tu vida adulta con ese conjunto, pero al menos guardabas la decencia. Evitaste mirarlo de inmediato y agitaste levemente la cabeza, alejando cualquier pensamiento impuro en presencia de algo tan divino centrándote en la lista que cada uno de los muchachos iba recitando.
- Yo... Yo maté a un hombre -reconoció, agachando la cabeza. Los demás parecían casi orgullosos de sus robos y otros delitos, algunos demasiado relacionados con el exhibicionismo. No pudiste evitar arquear una ceja, esperando que prosiguiera-. Fue hace un par de años. La Capitana Duvalle estaba por la isla y me dijo que si subía a bordo nadie se enteraría nunca.
- ¿Por qué? -preguntaste con frialdad-. ¿Por qué lo hiciste?
Le falló la voz al intentar decirlo. Las dos primeras veces. Al final te inspiró casi ternura. Sabías que eso era peligroso.
- Cuando lleguemos a la isla más cercana vas a entregarte a la Marina -sentenciaste-. Si les explicas lo mismo que a mí no creo que te pase nada; quizá duermas unas noches en el calabozo. Pero si de verdad te arrepientes, es lo que debes hacer. -Y de paso, tú sabrías si era un asesino en el que podías confiar o no.
Centraste tu mirada entonces en el anciano. Parecía ajeno a toda la conversación, y no ibas a tolerar que te ignorase ahora que estabas al mando, pero cuando te disponías a disciplinarlo el ángel te interrumpió. Al parecer la capitana estaba muriéndose, y si bien no terminaba de importarte delante de un ángel debías intentar parecerte al ejemplo de virtud celestial que él había buscado en ti.
La escena no pareció mejorar. El único médico había sido tirado por la borda e introducir a un hombre con recompensa en un barco después de haberlo arrojado al mar podía resultar en un problema. Baremaste tus opciones con un resoplido, renteando un poco mientras ensayabas una respuesta mascullada. No te hacía feliz subirlo, pero aun así ordenaste a tus nuevos hombres buscar un cabo.
- Si intenta subir alguien que no es el doctor, apresadlo de inmediato. Si podemos entregar tres podemos entregar nueve.
Miraste con cierta dureza a Surya antes de darte cuenta de que iba desnudo de cintura para arriba. Bueno, antes de volver a darte cuenta. Apartaste la mirada como si volvieras a ser una adolescente avergonzada y entonces sí, te pusiste delante del anciano.
- Usted -Chasqueaste los dedos delante de él, pero no pareció percatarse-. ¡¿Oiga?!
- Es ciego -dijo desde el otro lado de cubierta un joven fornido de incipiente calva-. Y sordo. Tenemos mucha suerte de que aún no nos haya envenenado, pero si ha cometido un delito en toda su vida podéis tirarme a mí en su lugar.
Te giraste hacia el muchacho.
- ¡¿Me estás diciendo que este hombre es el cocinero?!
- Yo... Yo maté a un hombre -reconoció, agachando la cabeza. Los demás parecían casi orgullosos de sus robos y otros delitos, algunos demasiado relacionados con el exhibicionismo. No pudiste evitar arquear una ceja, esperando que prosiguiera-. Fue hace un par de años. La Capitana Duvalle estaba por la isla y me dijo que si subía a bordo nadie se enteraría nunca.
- ¿Por qué? -preguntaste con frialdad-. ¿Por qué lo hiciste?
Le falló la voz al intentar decirlo. Las dos primeras veces. Al final te inspiró casi ternura. Sabías que eso era peligroso.
- Cuando lleguemos a la isla más cercana vas a entregarte a la Marina -sentenciaste-. Si les explicas lo mismo que a mí no creo que te pase nada; quizá duermas unas noches en el calabozo. Pero si de verdad te arrepientes, es lo que debes hacer. -Y de paso, tú sabrías si era un asesino en el que podías confiar o no.
Centraste tu mirada entonces en el anciano. Parecía ajeno a toda la conversación, y no ibas a tolerar que te ignorase ahora que estabas al mando, pero cuando te disponías a disciplinarlo el ángel te interrumpió. Al parecer la capitana estaba muriéndose, y si bien no terminaba de importarte delante de un ángel debías intentar parecerte al ejemplo de virtud celestial que él había buscado en ti.
La escena no pareció mejorar. El único médico había sido tirado por la borda e introducir a un hombre con recompensa en un barco después de haberlo arrojado al mar podía resultar en un problema. Baremaste tus opciones con un resoplido, renteando un poco mientras ensayabas una respuesta mascullada. No te hacía feliz subirlo, pero aun así ordenaste a tus nuevos hombres buscar un cabo.
- Si intenta subir alguien que no es el doctor, apresadlo de inmediato. Si podemos entregar tres podemos entregar nueve.
Miraste con cierta dureza a Surya antes de darte cuenta de que iba desnudo de cintura para arriba. Bueno, antes de volver a darte cuenta. Apartaste la mirada como si volvieras a ser una adolescente avergonzada y entonces sí, te pusiste delante del anciano.
- Usted -Chasqueaste los dedos delante de él, pero no pareció percatarse-. ¡¿Oiga?!
- Es ciego -dijo desde el otro lado de cubierta un joven fornido de incipiente calva-. Y sordo. Tenemos mucha suerte de que aún no nos haya envenenado, pero si ha cometido un delito en toda su vida podéis tirarme a mí en su lugar.
Te giraste hacia el muchacho.
- ¡¿Me estás diciendo que este hombre es el cocinero?!
Surya
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Agilidad
Destreza
Precisión
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Agudeza
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Varios
Surya sonrió de oreja a oreja. Entendía que eran piratas y que tenían que cazarlos, pero la idea de llevarles muertos cuando podían haberles salvado le ponía un poco nervioso. Ambos se habían defendido porque era lo que tenían que hacer, igual que ahora que podían salvarlos tenían que tomar esa decisión. Se alegraba de que Alice lo entendiera; claramente era alguien en quien se podía confiar.
Por si necesitaba más confirmación, no pudo sino asentir en silencio cuando mandó a aquel joven pirata a entregarse. Incluso desde la distancia vio como al chico le temblaba el labio, pero se quedó pensando en las palabras de Alice. Surya supo nada más verle la cara que iba a hacerle caso. Menos mal; de haber seguido en compañía de los piratas seguramente habría acabado volviendo a delinquir o algo peor. Era mejor así.
En cuanto trajeron el cabo, se arrimó a la borda para ayudar a subir al hombre. Estaba empapado y tenía un par de arañazos algo feos de la pelea de antes, pero por lo demás parecía ileso. Perfecto. Acabó de auparle y le dio la bienvenida, dirigiéndole ante los heridos en parte por curiosidad y en parte para no quitarle el ojo de encima. A su espalda quedaron tres de sus nuevos hombres intentando recuperar el cabo sin que se colara ningún indeseable. Les llevó un rato porque seguían intentando subirse, pero tras varios coscorrones y algún que otro disparo de advertencia lograron deshacerse de sus antiguos compañeros.
Acompañó al médico a su camarote para conseguir una toalla y sus herramientas. Por suerte incluso después de todo el trajín, ambos piratas seguían vivos y el hombre pudo coserles las heridas con no poca pericia. Surya se encontró a si mismo cautivado por la rapidez con la que unía la carne el hombre, si bien un tanto repugnado. Demasiada sangre. Cuando terminó, se aseguró de agarrar una cuerda y atarle firmemente las muñecas.
-No es nada personal. Como comprenderá, no puedo dejar que intente escapar.
El hombre no se resistió, pero pidió quedarse junto a los heridos para vigilarlos. El ángel consintió y fue a ver qué estaba ocurriendo con Alice y con el viejo. En cuanto escuchó que el hombre era no solo ciego y sordo, sino además el cocinero, se quedó mirando al resto con la confusión pintada en el rostro.
-¿Cómo es capaz de preparar la comida? ¿No se quema con el fuego?¿Cómo habláis siquiera?
Varios de los hombres se encogieron de hombros, hasta que uno tomó la iniciativa.
-En realidad, no hace tanto que le conocemos. Se subió a nuestro barco una tarde hace unos meses y encontró las cocinas por su cuenta. La cena le gustó tanto a la capitana que dejó que se quedase y, sinceramente, fue de las mejores decisiones que ha tomado.
El viejo seguía sin decir nada, pero sonreía de forma traviesa como si de alguna manera, supiera que estaban hablando de él. Por un segundo, Surya se sintió intimidado y retrocedió un par de pasos hasta quedarse al lado de Alice. ¿Era acaso ese hombre uno de los llamados Peligros del Mar? ¿Un Hombre Poderoso? Ah, cuántos secretos debía de ocultar para haber logrado tantas hazañas aún dentro de su ceguera. Para haber llegado a esa edad sin cicatrices visibles en una vida en mitad de bandas pirata…
-Qué tremenda esencia…- musitó sin poder evitarlo.
Por si necesitaba más confirmación, no pudo sino asentir en silencio cuando mandó a aquel joven pirata a entregarse. Incluso desde la distancia vio como al chico le temblaba el labio, pero se quedó pensando en las palabras de Alice. Surya supo nada más verle la cara que iba a hacerle caso. Menos mal; de haber seguido en compañía de los piratas seguramente habría acabado volviendo a delinquir o algo peor. Era mejor así.
En cuanto trajeron el cabo, se arrimó a la borda para ayudar a subir al hombre. Estaba empapado y tenía un par de arañazos algo feos de la pelea de antes, pero por lo demás parecía ileso. Perfecto. Acabó de auparle y le dio la bienvenida, dirigiéndole ante los heridos en parte por curiosidad y en parte para no quitarle el ojo de encima. A su espalda quedaron tres de sus nuevos hombres intentando recuperar el cabo sin que se colara ningún indeseable. Les llevó un rato porque seguían intentando subirse, pero tras varios coscorrones y algún que otro disparo de advertencia lograron deshacerse de sus antiguos compañeros.
Acompañó al médico a su camarote para conseguir una toalla y sus herramientas. Por suerte incluso después de todo el trajín, ambos piratas seguían vivos y el hombre pudo coserles las heridas con no poca pericia. Surya se encontró a si mismo cautivado por la rapidez con la que unía la carne el hombre, si bien un tanto repugnado. Demasiada sangre. Cuando terminó, se aseguró de agarrar una cuerda y atarle firmemente las muñecas.
-No es nada personal. Como comprenderá, no puedo dejar que intente escapar.
El hombre no se resistió, pero pidió quedarse junto a los heridos para vigilarlos. El ángel consintió y fue a ver qué estaba ocurriendo con Alice y con el viejo. En cuanto escuchó que el hombre era no solo ciego y sordo, sino además el cocinero, se quedó mirando al resto con la confusión pintada en el rostro.
-¿Cómo es capaz de preparar la comida? ¿No se quema con el fuego?¿Cómo habláis siquiera?
Varios de los hombres se encogieron de hombros, hasta que uno tomó la iniciativa.
-En realidad, no hace tanto que le conocemos. Se subió a nuestro barco una tarde hace unos meses y encontró las cocinas por su cuenta. La cena le gustó tanto a la capitana que dejó que se quedase y, sinceramente, fue de las mejores decisiones que ha tomado.
El viejo seguía sin decir nada, pero sonreía de forma traviesa como si de alguna manera, supiera que estaban hablando de él. Por un segundo, Surya se sintió intimidado y retrocedió un par de pasos hasta quedarse al lado de Alice. ¿Era acaso ese hombre uno de los llamados Peligros del Mar? ¿Un Hombre Poderoso? Ah, cuántos secretos debía de ocultar para haber logrado tantas hazañas aún dentro de su ceguera. Para haber llegado a esa edad sin cicatrices visibles en una vida en mitad de bandas pirata…
-Qué tremenda esencia…- musitó sin poder evitarlo.
Uno de los chicos lo explicó. Al parecer el hombre había subido al barco sin invitación, encontrado las cocinas por su propia cuenta y la capitana había consentido su estancia a raíz de un plato muy bien elaborado. ¿Inverosímil? Desde luego, pero si sus discapacidades eran fingidas había desarrollado un talento actoral desmesurado.
- Parece más bien un peligro inminente -atinaste a decir con cierta preocupación-. Tal vez deberíamos dejarlo en la próxima isla, o en un lugar donde lo cuiden bien.
Miraste a Surya, buscando apoyo, pero volviste a desviar la mirada. Seguía desnudo. ¿Por qué demonios no se ponía una camisa, santo cielo? Un hombre decente, y más un ser divino, no debía ir mostrando su cuerpo a la ligera. Resoplando te dispusiste a caminar por cubierta, pero entonces una mano se posó sobre tu hombro, sobresaltándote. Era el anciano.
Estuviste segura por un momento de que dijo tu nombre con voz cautivadora, pero no recordabas haber escuchado nada. Miraste a todos los demás en busca de una explicación, pero todos compartían el mismo gesto confundido. No parecía que nadie se hubiese molestado en acercarse al viejo, y si en algún momento había estado cuerdo la oscuridad y el silencio lo habrían terminado por volver loco. De todos modos lo que te alteraba no era que te hubiese tocado, que seguía en el umbral de lo razonable. Ni siquiera que supiese tu nombre, dado que perfectamente podía fingir su sordera o esta ser parcial. Era su voz, calmada y profunda, que solo había resonado en tu mente.
Al final le dirigiste una mirada y ni siquiera pareció ser consciente de lo que acababa de hacer; debieron ser imaginaciones tuyas.
- Bien, vamos allá -sentenciaste, sin alzar la voz-. Vamos a atracar este barco.
Comenzaste a dar órdenes a diestro y siniestro. Habías calculado que ese barco se podía manejar con seis personas, tal vez siete para ir holgados, pero en cualquier caso te sobraban tripulantes. Ordenaste al anciano que entrase a cocinar y correspondió no haciendo ni caso, y tú te pusiste al timón tras hacer un gesto a Surya para que te acompañase. Los aparejos comenzaron a moverse con cierto tono sinfónico mientras comenzabas a maniobrar. No era tan ágil como tu barquito, claro, pero eso solo hacía que cada cambio pausado y firme fuese más emocionante. Notabas menos las corrientes, pero más la resistencia del mar, y desde el castillo la perspectiva del horizonte era mucho más limpia.
- Tendremos que recoger mis cosas. -Te daba rabia abandonar tu barco ahí, pero no podías llevártelo. Suspiraste por un momento, pensando qué decir. Había demasiadas cosas, y ninguna terminaba de encajar del todo-. ¿Y luego qué?
- Parece más bien un peligro inminente -atinaste a decir con cierta preocupación-. Tal vez deberíamos dejarlo en la próxima isla, o en un lugar donde lo cuiden bien.
Miraste a Surya, buscando apoyo, pero volviste a desviar la mirada. Seguía desnudo. ¿Por qué demonios no se ponía una camisa, santo cielo? Un hombre decente, y más un ser divino, no debía ir mostrando su cuerpo a la ligera. Resoplando te dispusiste a caminar por cubierta, pero entonces una mano se posó sobre tu hombro, sobresaltándote. Era el anciano.
Estuviste segura por un momento de que dijo tu nombre con voz cautivadora, pero no recordabas haber escuchado nada. Miraste a todos los demás en busca de una explicación, pero todos compartían el mismo gesto confundido. No parecía que nadie se hubiese molestado en acercarse al viejo, y si en algún momento había estado cuerdo la oscuridad y el silencio lo habrían terminado por volver loco. De todos modos lo que te alteraba no era que te hubiese tocado, que seguía en el umbral de lo razonable. Ni siquiera que supiese tu nombre, dado que perfectamente podía fingir su sordera o esta ser parcial. Era su voz, calmada y profunda, que solo había resonado en tu mente.
Al final le dirigiste una mirada y ni siquiera pareció ser consciente de lo que acababa de hacer; debieron ser imaginaciones tuyas.
- Bien, vamos allá -sentenciaste, sin alzar la voz-. Vamos a atracar este barco.
Comenzaste a dar órdenes a diestro y siniestro. Habías calculado que ese barco se podía manejar con seis personas, tal vez siete para ir holgados, pero en cualquier caso te sobraban tripulantes. Ordenaste al anciano que entrase a cocinar y correspondió no haciendo ni caso, y tú te pusiste al timón tras hacer un gesto a Surya para que te acompañase. Los aparejos comenzaron a moverse con cierto tono sinfónico mientras comenzabas a maniobrar. No era tan ágil como tu barquito, claro, pero eso solo hacía que cada cambio pausado y firme fuese más emocionante. Notabas menos las corrientes, pero más la resistencia del mar, y desde el castillo la perspectiva del horizonte era mucho más limpia.
- Tendremos que recoger mis cosas. -Te daba rabia abandonar tu barco ahí, pero no podías llevártelo. Suspiraste por un momento, pensando qué decir. Había demasiadas cosas, y ninguna terminaba de encajar del todo-. ¿Y luego qué?
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