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Freites D. Alpha
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sus palabras llamaron mi atención. La mirada y el tono de voz que usaba… se notaba que estaba disfrutando del jugueteo. La mire por un instante. Era hermosa, eso tenía que admitirlo. Podía imaginarme mil cosas, claro que sí. Pero al final, era simplemente eso, mi imaginación. Mi código personal me prohíbe hacer que las personas hagan que no quieren y, dudo mucho que ella quiera ir a ese lugar conmigo. Pero igualmente solamente era eso ¿no? Un juego. No pasaríamos de las palabras y el coqueteo. Por un instante la miré y solo sonreí. – No puedo permitirme devorar a alguien que no desea ser devorado por mí. – Le dije. – Pero… en una noche como esta… Me gustaría mostrarle a una dama un poco del yo que no le demuestro a nadie. Entre copas, besos y caricias.
Volví a mirar a la tarima. Realmente estaba disfrutando del ambiente.
- Pero me temo que no podre aprovecharme de tu curiosidad. – Dije sin desviar mi mirada. – Antes de que te des cuenta yo abre desaparecido. Algo me dices que la próxima vez que nos encontremos vendrás a por mí. Y para serte sinceros, no me molesta la idea. La vida me ha demostrado que el peligro puede venir de cualquier lugar y, especialmente de los lobos con piel de corderos. Todas las personas que se me han acercado, vienen con uno de dos propósitos: Unirse a mi o matarme. Y dudo mucho que tú seas de las primeras.
Di un gran salto cayendo sobre Suzaku, justo atrás de Alice. La plumífera se agacho inmediatamente y yo con sumo cuidado tome a la dama de la cintura y la baje de la montura. – Eres… magnifica…Alice - Dije mientras deslizaba mi mano por su mentón. – Espero algún día puedas ver el mundo un poco con los ojos como yo los veo. – De pronto todas las luces se apagaron. Susanoo monto a Suzaku sobre su lomo y antes que comenzaremos a alzar el vuelo, yo dije unas últimas palabras.
- Estaré esperando el día que vengas a por mí.
Ya en el cielo, suspire un poco. Debía ponerme camino hacia la siguiente ciudad y luego ponerme en marcha en dirección a Amazon Lili. Aunque no he de engañar a nadie. Había sido definitivamente una noche agradable.
Volví a mirar a la tarima. Realmente estaba disfrutando del ambiente.
- Pero me temo que no podre aprovecharme de tu curiosidad. – Dije sin desviar mi mirada. – Antes de que te des cuenta yo abre desaparecido. Algo me dices que la próxima vez que nos encontremos vendrás a por mí. Y para serte sinceros, no me molesta la idea. La vida me ha demostrado que el peligro puede venir de cualquier lugar y, especialmente de los lobos con piel de corderos. Todas las personas que se me han acercado, vienen con uno de dos propósitos: Unirse a mi o matarme. Y dudo mucho que tú seas de las primeras.
Di un gran salto cayendo sobre Suzaku, justo atrás de Alice. La plumífera se agacho inmediatamente y yo con sumo cuidado tome a la dama de la cintura y la baje de la montura. – Eres… magnifica…Alice - Dije mientras deslizaba mi mano por su mentón. – Espero algún día puedas ver el mundo un poco con los ojos como yo los veo. – De pronto todas las luces se apagaron. Susanoo monto a Suzaku sobre su lomo y antes que comenzaremos a alzar el vuelo, yo dije unas últimas palabras.
- Estaré esperando el día que vengas a por mí.
Ya en el cielo, suspire un poco. Debía ponerme camino hacia la siguiente ciudad y luego ponerme en marcha en dirección a Amazon Lili. Aunque no he de engañar a nadie. Había sido definitivamente una noche agradable.
El giro de personalidad que adoptó Alpha fue dramático, pero en realidad nada que no pudieses esperar de un pirata. Te sorprendió que repentinamente la epifanía de que pensabas cazarlo acudiese a su mente, aunque tampoco le diste mayor importancia: Obsesionado con la batalla como parecía estar, queriendo adiestrar a una muchacha que solo pretendía bailar, era lógico pensar que tras su acierto se hallaba tan solo la casualidad.
- ¿Adiós, supongo?
Ni te molestaste en contestar. Antes de que llegase a tocarte saltaste tú misma del ave, con una sonrisa más intensa de lo que habrías deseado. La avestruz se montó en el pato gigante, y como si de un tótem viviente se tratase Alpha abandonó el lugar volando. Algo confusa, diste un bocado a tu shawarma. Quizá demasiado salado para tomar asiduamente, pero el bocado resultaba completo y su textura en cierto modo extremadamente agradable. Era la clase de cosa que, con un delicado equilibrio entre lo suave del yogur y lo intenso de la carne, parecía el acompañante ideal para una fiesta.
Miraste a tu alrededor. Había demasiada gente, y eso te hacía sentir cierta ansiedad. Las aglomeraciones no significaban únicamente la plenitud de gente que se concentraba ahí, sino que venían acompañadas de empujones, apretones y en general todas esos insignificantes detalles que para ti podían significar un grave aprieto. No obstante, en aquella ocasión optaste por quedarte. Un poco de dolor no había impedido que llegases a correr, tampoco que echases a volar o que golpeases una y otra vez con tu espada; ¿por qué iba a ser un impedimento para pasar un buen rato?
Avanzaste un poco más, lo justo para tener un poco de aire mientras te mentalizabas, y dejaste que el espectáculo comenzase. Al principio surgió, aparentemente de la nada, una gran llamarada, y de ella ya más acomodada un grupo de personas, negras como el hollín y bellas como la talla de ébano, surgieron. Sospechabas que era pintura, pero en sus cuerpos semidesnudos tú solo querías apreciar cuando comenzó la danza del fuego.
- ¿Adiós, supongo?
Ni te molestaste en contestar. Antes de que llegase a tocarte saltaste tú misma del ave, con una sonrisa más intensa de lo que habrías deseado. La avestruz se montó en el pato gigante, y como si de un tótem viviente se tratase Alpha abandonó el lugar volando. Algo confusa, diste un bocado a tu shawarma. Quizá demasiado salado para tomar asiduamente, pero el bocado resultaba completo y su textura en cierto modo extremadamente agradable. Era la clase de cosa que, con un delicado equilibrio entre lo suave del yogur y lo intenso de la carne, parecía el acompañante ideal para una fiesta.
Miraste a tu alrededor. Había demasiada gente, y eso te hacía sentir cierta ansiedad. Las aglomeraciones no significaban únicamente la plenitud de gente que se concentraba ahí, sino que venían acompañadas de empujones, apretones y en general todas esos insignificantes detalles que para ti podían significar un grave aprieto. No obstante, en aquella ocasión optaste por quedarte. Un poco de dolor no había impedido que llegases a correr, tampoco que echases a volar o que golpeases una y otra vez con tu espada; ¿por qué iba a ser un impedimento para pasar un buen rato?
Avanzaste un poco más, lo justo para tener un poco de aire mientras te mentalizabas, y dejaste que el espectáculo comenzase. Al principio surgió, aparentemente de la nada, una gran llamarada, y de ella ya más acomodada un grupo de personas, negras como el hollín y bellas como la talla de ébano, surgieron. Sospechabas que era pintura, pero en sus cuerpos semidesnudos tú solo querías apreciar cuando comenzó la danza del fuego.
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