Christa
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Estimada princesa:
Tengo el agrado de hacerte ver, una vez más, que soy un hombre de palabra: lo he encontrado. ¡He pasado los últimos dos meses persiguiendo pistas de mierda! Lo siento, pero es que ha sido un poco… frustrante. ¿Puedes creer que viajó desde el Reino de Arabasta hasta el Imperio Rojo? La verdad es que espero que los revolucionarios no estén involucrados en esto porque, de lo contrario, te harás un enemigo muy poderoso. Bueno, otro más de los que has hecho en el camino.
Si quieres recuperarlo, será mejor que vengas a Shihon City cuanto antes. Intenta no llamar demasiado la atención, ¿quieres? Aún estamos lidiando con los matones del señor Inferno.
Se despide atentamente, tu humilde servidor.
Christa saltó del camarote y corrió por el pasillo hasta llegar a la cubierta del galeón. Barrió el lugar con la mirada en busca de Michigan. El navegante de los Piratas de Duke estaba leyendo un libro mientras el sol lo abrazaba con suavidad. Se acercó al pirata y le dedicó una sonrisa.
—¿Qué quieres? —le preguntó sin despegar los ojos del libro.
—¿Has oído sobre el Imperio Rojo? —Michigan desvió la mirada—. Quería saber… Bueno, ya sabes, cómo es y esas cosas. ¿Cómo visten las mujeres allá?
—¿Y tú por qué quieres saber esas cosas?
—Es que… Bueno, alguien me envió una carta. No lo conoces, aún no, así que por favor no hagas preguntas como “¿y quién es?”. Necesito saber cómo son las cosas allá para no pasar vergüenza, ¿entiendes?
La mirada inquisitiva de Michigan era difícil de soportar, era como si tuviera un escáner en los ojos capaces de atravesar cualquier mentira, pero Christa había dicho la verdad. Bueno, una verdad a medias.
—¿Otra vez te meterás en problemas…? —Michigan escaneó por última vez a la princesa y luego suspiró—. Está bien, pero no te llevaremos nosotros. El Imperio Rojo está lejos de aquí y pertenece al Ejército Revolucionario, así que ten mucho cuidado con lo que harás en Shihon City, su capital. Es una ciudad relativamente moderna, puede que no tanto como antaño lo fue Lëxius, pero esa gente tiene electricidad.
—¿Y sobre la moda?
—No leo revistas de moda, niña —contestó el navegante, cerrando el libro de golpe—. Si tan preocupada estás de cómo vistes, lleva algo de dinero y cómprate lo que sea. El único consejo que te puedo dar es que no busques problemas con los revolucionarios.
—No te preocupes, estaré lejos de los revolucionarios. Lo prometo —le dijo, sonriéndole—. Gracias por la ayuda. ¿Puedes darle de comer a Loki mientras no estoy? A ti te respeta.
—Me cago en… Eres la única persona a la que se le ocurre viajar con un león y un maldito grifo, ¿sabes? Vete de una vez, yo me hago cargo. Y acuérdate de contestar el DDM.
Christa asintió con fuerza y luego silbó con los dedos; momentos después apareció Isara, agitando las olas por la fuerza de sus alas. La princesa se subió al lomo de la criatura usando sus plumas para escalar. Estaba emocionada porque hacía días que no volaba en la espalda de Isara. Sentir el viento, el zumbido en sus oídos, eran cosas que le hacían olvidarse de los problemas, aunque fuera por un rato.
Y así, la princesa partió hacia el Imperio Rojo. Haría unas cuantas paradas para que Isara pudiera descansar, pero tardaría un par de días en estar en Shihon City.
Tengo el agrado de hacerte ver, una vez más, que soy un hombre de palabra: lo he encontrado. ¡He pasado los últimos dos meses persiguiendo pistas de mierda! Lo siento, pero es que ha sido un poco… frustrante. ¿Puedes creer que viajó desde el Reino de Arabasta hasta el Imperio Rojo? La verdad es que espero que los revolucionarios no estén involucrados en esto porque, de lo contrario, te harás un enemigo muy poderoso. Bueno, otro más de los que has hecho en el camino.
Si quieres recuperarlo, será mejor que vengas a Shihon City cuanto antes. Intenta no llamar demasiado la atención, ¿quieres? Aún estamos lidiando con los matones del señor Inferno.
Se despide atentamente, tu humilde servidor.
Christa saltó del camarote y corrió por el pasillo hasta llegar a la cubierta del galeón. Barrió el lugar con la mirada en busca de Michigan. El navegante de los Piratas de Duke estaba leyendo un libro mientras el sol lo abrazaba con suavidad. Se acercó al pirata y le dedicó una sonrisa.
—¿Qué quieres? —le preguntó sin despegar los ojos del libro.
—¿Has oído sobre el Imperio Rojo? —Michigan desvió la mirada—. Quería saber… Bueno, ya sabes, cómo es y esas cosas. ¿Cómo visten las mujeres allá?
—¿Y tú por qué quieres saber esas cosas?
—Es que… Bueno, alguien me envió una carta. No lo conoces, aún no, así que por favor no hagas preguntas como “¿y quién es?”. Necesito saber cómo son las cosas allá para no pasar vergüenza, ¿entiendes?
La mirada inquisitiva de Michigan era difícil de soportar, era como si tuviera un escáner en los ojos capaces de atravesar cualquier mentira, pero Christa había dicho la verdad. Bueno, una verdad a medias.
—¿Otra vez te meterás en problemas…? —Michigan escaneó por última vez a la princesa y luego suspiró—. Está bien, pero no te llevaremos nosotros. El Imperio Rojo está lejos de aquí y pertenece al Ejército Revolucionario, así que ten mucho cuidado con lo que harás en Shihon City, su capital. Es una ciudad relativamente moderna, puede que no tanto como antaño lo fue Lëxius, pero esa gente tiene electricidad.
—¿Y sobre la moda?
—No leo revistas de moda, niña —contestó el navegante, cerrando el libro de golpe—. Si tan preocupada estás de cómo vistes, lleva algo de dinero y cómprate lo que sea. El único consejo que te puedo dar es que no busques problemas con los revolucionarios.
—No te preocupes, estaré lejos de los revolucionarios. Lo prometo —le dijo, sonriéndole—. Gracias por la ayuda. ¿Puedes darle de comer a Loki mientras no estoy? A ti te respeta.
—Me cago en… Eres la única persona a la que se le ocurre viajar con un león y un maldito grifo, ¿sabes? Vete de una vez, yo me hago cargo. Y acuérdate de contestar el DDM.
Christa asintió con fuerza y luego silbó con los dedos; momentos después apareció Isara, agitando las olas por la fuerza de sus alas. La princesa se subió al lomo de la criatura usando sus plumas para escalar. Estaba emocionada porque hacía días que no volaba en la espalda de Isara. Sentir el viento, el zumbido en sus oídos, eran cosas que le hacían olvidarse de los problemas, aunque fuera por un rato.
Y así, la princesa partió hacia el Imperio Rojo. Haría unas cuantas paradas para que Isara pudiera descansar, pero tardaría un par de días en estar en Shihon City.
Nassor
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- Cuéntame otra vez más por qué no deberías llevarte a las tropas - preguntó Joel.
- Porque es un asunto familiar. No voy a llevar a buena gente a arriesgar sus vidas por un asunto que no compete a la Revolución.
Su lugarteniente suspiró, cansado. Sabía que su superior era demasiado tozudo y recto para hacerle cambiar fácilmente de opinión, pero tenía que intentarlo. Puede que Nassor fuese un gran guerrero, pero estaba mayor. No quería que se marchase solo a una tarea de la que podía no volver vivo.
- Por lo que me has explicado, ese arma fue diseñada por grandes artífices contratados por la guardia real de Arabasta y es un artefacto letal en las manos apropiadas.
- Correcto.
- Pero fue robada y acabó en el mercado negro, desde donde se le perdió la pista.
- Sí. Ve al grano, Joel. No tengo toda una vida.
- Y ahora tu familia, que apoya al Gobierno Mundial, está buscando el arma - Joel suspiró al ver que Nassor volvía a asentir - ¿No lo ve, teniente general? Este asunto compete a la Revolución. Si este arma cae...
- No voy a arriesgar mi flota entera por una única arma. Yo soy reemplazable y ya estoy viejo. Otros me sucederán si caigo. Agradezco tu preocupación, Joel, pero mi decisión es definitiva.
El alférez negó con la cabeza, apenado, y se alejó caminando por la cubierta del Pandora. Nassor miró a su segundo al mando con cariño paternal y se dirigió a la pasarela. Dio un único silbido y, con un maullido, una gata de espeso pelaje gris del tamaño de un caballo se le unió.
Las calles de Nova Reddo Teikoku eran pintorescas y estaban llenas de vida. Poseían una estética muy peculiar que recordaba al viejo revolucionario a algunas islas del East Blue, al País de las Flores y a la lejana Wano. A su arquitectura tradicional se le unían avances tecnológicos como vehículos o electricidad. Nassor no había estado en el viejo Imperio Rojo antes de que su camarada Zuko consiguiese la isla para la Revolución, pero por lo que había oído, desde esos viejos tiempos la isla había progresado mucho. Sus ciudades prosperaban, viejas leyes opresivas habían sido abolidas y muchas de las comodidades traídas con la tecnología estaban al alcance del pueblo llano. Sin embargo, aún había mucho trabajo por hacer. Incluso en aquella isla a la que habían llegado los vientos de la utopía había sombras. El crimen era una lacra que pervivía en todas las sociedades. Y, aunque duramente perseguido, el crimen organizado también existía en Reddo Teikoku. Tal vez menos importante que en otras islas, pero estaba presente. Sus contactos le habían puesto en contacto con un perista de los bajos fondos, un tal Zhao. Ese hombre podría decirle más acerca de dónde estaba el arma. En otra situación le impelería a desvelar la localización de otras figuras del bajo mundo de la isla y los llevaría a todos ante la justicia, pero necesitaba encontrar el arma y para eso necesitaba a Zhao. Y necesitaba también no enfadar a sus contactos, o lo llevaría crudo la próxima vez que necesitase información sobre lo que ocurría en los círculos criminales.
- Porque es un asunto familiar. No voy a llevar a buena gente a arriesgar sus vidas por un asunto que no compete a la Revolución.
Su lugarteniente suspiró, cansado. Sabía que su superior era demasiado tozudo y recto para hacerle cambiar fácilmente de opinión, pero tenía que intentarlo. Puede que Nassor fuese un gran guerrero, pero estaba mayor. No quería que se marchase solo a una tarea de la que podía no volver vivo.
- Por lo que me has explicado, ese arma fue diseñada por grandes artífices contratados por la guardia real de Arabasta y es un artefacto letal en las manos apropiadas.
- Correcto.
- Pero fue robada y acabó en el mercado negro, desde donde se le perdió la pista.
- Sí. Ve al grano, Joel. No tengo toda una vida.
- Y ahora tu familia, que apoya al Gobierno Mundial, está buscando el arma - Joel suspiró al ver que Nassor volvía a asentir - ¿No lo ve, teniente general? Este asunto compete a la Revolución. Si este arma cae...
- No voy a arriesgar mi flota entera por una única arma. Yo soy reemplazable y ya estoy viejo. Otros me sucederán si caigo. Agradezco tu preocupación, Joel, pero mi decisión es definitiva.
El alférez negó con la cabeza, apenado, y se alejó caminando por la cubierta del Pandora. Nassor miró a su segundo al mando con cariño paternal y se dirigió a la pasarela. Dio un único silbido y, con un maullido, una gata de espeso pelaje gris del tamaño de un caballo se le unió.
...
Las calles de Nova Reddo Teikoku eran pintorescas y estaban llenas de vida. Poseían una estética muy peculiar que recordaba al viejo revolucionario a algunas islas del East Blue, al País de las Flores y a la lejana Wano. A su arquitectura tradicional se le unían avances tecnológicos como vehículos o electricidad. Nassor no había estado en el viejo Imperio Rojo antes de que su camarada Zuko consiguiese la isla para la Revolución, pero por lo que había oído, desde esos viejos tiempos la isla había progresado mucho. Sus ciudades prosperaban, viejas leyes opresivas habían sido abolidas y muchas de las comodidades traídas con la tecnología estaban al alcance del pueblo llano. Sin embargo, aún había mucho trabajo por hacer. Incluso en aquella isla a la que habían llegado los vientos de la utopía había sombras. El crimen era una lacra que pervivía en todas las sociedades. Y, aunque duramente perseguido, el crimen organizado también existía en Reddo Teikoku. Tal vez menos importante que en otras islas, pero estaba presente. Sus contactos le habían puesto en contacto con un perista de los bajos fondos, un tal Zhao. Ese hombre podría decirle más acerca de dónde estaba el arma. En otra situación le impelería a desvelar la localización de otras figuras del bajo mundo de la isla y los llevaría a todos ante la justicia, pero necesitaba encontrar el arma y para eso necesitaba a Zhao. Y necesitaba también no enfadar a sus contactos, o lo llevaría crudo la próxima vez que necesitase información sobre lo que ocurría en los círculos criminales.
Christa
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Recorrer las calles de la ciudad revolucionaria en compañía de una imponente criatura alada de más de tres metros de alto llamaba demasiado la atención, y justamente era lo que quería evitar. Isara, por su parte, estaba acostumbrada a separarse de la princesa cuando llegaban a las grandes urbes. Además, alimentar a semejante bestia significaba dejarse un dineral, así que Isara aprovechaba y salía a cazar por su cuenta. Y, sin embargo, por lejos que estuviera, siempre estaba atenta y recurría al llamado de su ama para brindarle protección.
Por debajo de la capa mágica iba ataviada con la Armadura de Raikiri, mientras que una daga capaz de atravesar las duras escamas de un dragón descansaba en su cintura. Michigan había dicho que Shihon City era una ciudad segura, pero, dada su tendencia por meterse en problemas, lo mejor era ir preparada para cualquier enfrentamiento; así había sobrevivido hasta ahora. Ahora bien, sus prendas eran notoriamente diferentes a las de las mujeres que concurrían las grandes calles de la ciudad. Había unas que iban con vestidos entallados (conocidos como cheongsam), mientras que otras llevaban ropas modernas.
Supongo que tendré que comprar uno de esos vestidos, pero usar algo tan ajustado… ¿No me dará problemas al pelear?, pensó mientras caminaba por una de las calles principales de la ciudad. A cada lado de la calle había restaurantes que invitaban a los transeúntes a pasar. En menos de diez minutos la princesa declinó más de cuatro invitaciones, comenzando a molestarse por la insistencia de los ciudadanos de Shihon City. ¿Por qué ha decidido juntarse en Sheng Xing, sabiendo que la comida no me hace ninguna gracia?
Se detuvo frente a un llamativo restaurante que tenía grabado el símbolo de un dragón en su fachada. Justo después de una escalinata de piedra había un pequeño techo con las puntas curvadas, sostenido por dos pilares circulares ornamentados con dragones dorados que parecían devorarlos. A cada lado de la doble puerta de madera había una vidriera con un diseño sutil, pero trabajado con dedicada precisión. Por dentro, el suelo pulido de madera reflejaba la luz de las lámparas de papel que colgaban del techo. El interior estaba dividido por un largo pasillo, separando una enorme habitación en donde había mesas circulares con manteles rojos, y otra habitación más pequeña pero con menos mesas. Antes de entrar, un hombre vestido de negro revisaba los nombres en una lista.
—¿Está en la lista? —le preguntó con indiferencia después de mirar de arriba abajo a Christa.
Admitía que llevar una armadura no era lo más elegante del mundo, pero nadie podía negar que la capa tejida por su madre era una pieza inigualable. Y, peor incluso, era la sensación de haber sido mirada en menos por el guardia de un restaurante.
—La lista de ahí no está de adorno, ¿verdad? Puedes revisar mi nombre —respondió, quitándose la capucha y mirando al hombre a los ojos.
—S-Sí, solo d-dígame su nombre y…
—¡Violet, querida! ¡Llevo media hora esperándote! —Un chico rubio y de sonrisa amigable intervino en la situación—. Espero que no estés atormentando a este pobre hombre, prima, ¿no ves que solo hace su trabajo?
—¡S-Señor Crowley, no sabía que esta chica era su prima! L-Lo siento. —El hombre hizo una reverencia a modo de disculpa e hizo pasar a Christa.
La princesa atravesó todo el pasillo hasta llegar a un balcón perfectamente adornado con plantas verdes y adornos de dragones. Tomó asiento en un cómodo sillón y su acompañante hizo lo mismo. Lo único que había sobre la mesa era una taza de té.
—¿Por qué has elegido este lugar, William?
El chico rubio y de ojos verdes vestía una extravagante chaqueta violeta con botones dorados, una sencilla camisa blanca y un corbatín rojo. Christa jamás lo había visto sin guantes, de hecho, William era una persona que rara vez interactuaba físicamente con los demás. Era más alto que la princesa, aunque tampoco mucho, y de complexión delgada.
—Porque la comida es deliciosa, por supuesto —contestó con una sonrisa burlesca—. Y porque, si me vas a enviar a una isla como esta, lo mínimo que puedo hacer es comer como creo que lo merezco, ¿no te parece?
—¿Y de dónde ha salido el dinero para pagar toda esta extravagancia? ¿No estás llamando demasiado la atención?
—Ay, mi inocente princesa, ¿cómo vas a ocultar al sol estando de día? Mientras antes lo aceptes mejor será para ti. —William llenó ambas tazas y luego le dio un sorbo a la suya. Sonrió con satisfacción—. Y no te preocupes por el dinero, todo esto ha salido de mis modestos ahorros. Nos hicimos una promesa: estamos juntos en esto, ¿recuerdas?
—Ya, lo sé, es solo que me cuesta confiar en la persona que me robó a Stormrage. Bueno, no es como si confiar fuera precisamente lo que mejor hago —dijo la princesa y Elyria apareció en su cabeza.
—Y gracias a eso es que ambos estamos avanzando en nuestros objetivos. Ya te dije que todo era parte de un plan, de mi plan.
Ese es mi problema contigo, William: nunca sé lo que estás planeando, respondió solo en su cabeza.
—Como sea, estoy aquí porque me dijiste que encontraste el Solsticio de Solaris. Cuéntame todo, por favor.
Por debajo de la capa mágica iba ataviada con la Armadura de Raikiri, mientras que una daga capaz de atravesar las duras escamas de un dragón descansaba en su cintura. Michigan había dicho que Shihon City era una ciudad segura, pero, dada su tendencia por meterse en problemas, lo mejor era ir preparada para cualquier enfrentamiento; así había sobrevivido hasta ahora. Ahora bien, sus prendas eran notoriamente diferentes a las de las mujeres que concurrían las grandes calles de la ciudad. Había unas que iban con vestidos entallados (conocidos como cheongsam), mientras que otras llevaban ropas modernas.
Supongo que tendré que comprar uno de esos vestidos, pero usar algo tan ajustado… ¿No me dará problemas al pelear?, pensó mientras caminaba por una de las calles principales de la ciudad. A cada lado de la calle había restaurantes que invitaban a los transeúntes a pasar. En menos de diez minutos la princesa declinó más de cuatro invitaciones, comenzando a molestarse por la insistencia de los ciudadanos de Shihon City. ¿Por qué ha decidido juntarse en Sheng Xing, sabiendo que la comida no me hace ninguna gracia?
Se detuvo frente a un llamativo restaurante que tenía grabado el símbolo de un dragón en su fachada. Justo después de una escalinata de piedra había un pequeño techo con las puntas curvadas, sostenido por dos pilares circulares ornamentados con dragones dorados que parecían devorarlos. A cada lado de la doble puerta de madera había una vidriera con un diseño sutil, pero trabajado con dedicada precisión. Por dentro, el suelo pulido de madera reflejaba la luz de las lámparas de papel que colgaban del techo. El interior estaba dividido por un largo pasillo, separando una enorme habitación en donde había mesas circulares con manteles rojos, y otra habitación más pequeña pero con menos mesas. Antes de entrar, un hombre vestido de negro revisaba los nombres en una lista.
—¿Está en la lista? —le preguntó con indiferencia después de mirar de arriba abajo a Christa.
Admitía que llevar una armadura no era lo más elegante del mundo, pero nadie podía negar que la capa tejida por su madre era una pieza inigualable. Y, peor incluso, era la sensación de haber sido mirada en menos por el guardia de un restaurante.
—La lista de ahí no está de adorno, ¿verdad? Puedes revisar mi nombre —respondió, quitándose la capucha y mirando al hombre a los ojos.
—S-Sí, solo d-dígame su nombre y…
—¡Violet, querida! ¡Llevo media hora esperándote! —Un chico rubio y de sonrisa amigable intervino en la situación—. Espero que no estés atormentando a este pobre hombre, prima, ¿no ves que solo hace su trabajo?
—¡S-Señor Crowley, no sabía que esta chica era su prima! L-Lo siento. —El hombre hizo una reverencia a modo de disculpa e hizo pasar a Christa.
La princesa atravesó todo el pasillo hasta llegar a un balcón perfectamente adornado con plantas verdes y adornos de dragones. Tomó asiento en un cómodo sillón y su acompañante hizo lo mismo. Lo único que había sobre la mesa era una taza de té.
—¿Por qué has elegido este lugar, William?
El chico rubio y de ojos verdes vestía una extravagante chaqueta violeta con botones dorados, una sencilla camisa blanca y un corbatín rojo. Christa jamás lo había visto sin guantes, de hecho, William era una persona que rara vez interactuaba físicamente con los demás. Era más alto que la princesa, aunque tampoco mucho, y de complexión delgada.
—Porque la comida es deliciosa, por supuesto —contestó con una sonrisa burlesca—. Y porque, si me vas a enviar a una isla como esta, lo mínimo que puedo hacer es comer como creo que lo merezco, ¿no te parece?
—¿Y de dónde ha salido el dinero para pagar toda esta extravagancia? ¿No estás llamando demasiado la atención?
—Ay, mi inocente princesa, ¿cómo vas a ocultar al sol estando de día? Mientras antes lo aceptes mejor será para ti. —William llenó ambas tazas y luego le dio un sorbo a la suya. Sonrió con satisfacción—. Y no te preocupes por el dinero, todo esto ha salido de mis modestos ahorros. Nos hicimos una promesa: estamos juntos en esto, ¿recuerdas?
—Ya, lo sé, es solo que me cuesta confiar en la persona que me robó a Stormrage. Bueno, no es como si confiar fuera precisamente lo que mejor hago —dijo la princesa y Elyria apareció en su cabeza.
—Y gracias a eso es que ambos estamos avanzando en nuestros objetivos. Ya te dije que todo era parte de un plan, de mi plan.
Ese es mi problema contigo, William: nunca sé lo que estás planeando, respondió solo en su cabeza.
—Como sea, estoy aquí porque me dijiste que encontraste el Solsticio de Solaris. Cuéntame todo, por favor.
Nassor
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Mientras recorría las calles de Shihon acompañado por Bastet, se preguntó si debería haber llevado consigo la Armadura de Marte. Era cierto que su gata gigante ya llamaba por sí la atención, pero si además entraba en los sitios con una armadura negra completa, era probable que todos los criminales en varios kilómetros a la redonda desaparecieran. Sin embargo, si entraba en combate con los enviados de su familia, la armadura le habría sido una enorme ayuda. Decidió apartar aquel pensamiento y centrarse en emplear las cosas que sí tenía a mano: los khopesh Réquiem e Indra y sus guanteletes de Reshef, unos guantes de combate de cuero reforzado. Iba vestido con su capa de viaje roja y por debajo ropas cómodas de tonos claros. Su calzado eran unas botas ligeras pero resistentes.
El lugar que le habían indicado era una casa de té de aspecto viejo. Estaba en un barrio más antiguo de la ciudad, con un ambiente más tradicional. Nassor dio un par de palmadas en el costado de Bastet y mientras la acariciaba, le indicó con voz baja y suave que le esperase. La gata ronroneó y frotó su enorme cabeza contra el pecho del anciano. Este sonrió y le rascó la nuca antes de marcharse hacia la puerta del local. Una última mirada hacia atrás le confirmó que Bastet se había hecho un ovillo a un lado de la calle y estaba reposando mientras le esperaba.
La casa de té le recibió con el familiar olor de la infusión. La estancia era algo oscura y pequeña, pero acogedora. La mayoría de clientes parecían locales. Nada parecía indicar que fuese la guarida o el lugar de reuniones habitual de un criminal. La presencia del revolucionario pareció inquietar a los clientes; algo comprensible, teniendo en cuenta que por anciano que fuese, seguía siendo un hombre grande y corpulento, y no ocultaba sus armas. Nassor no quería dar problemas o llamar la atención más de la cuenta, así que se fue a una mesa alejada y dejó sus armas contra la pared.
- Bienvenido a nuestro local. ¿Qué le puedo servir? - el camarero era un hombre joven de pelo oscuro.
- Un oolong estaría bien, gracias. Pagaré por adelantado.
Junto con el dinero, Nassor le pasó una pequeña moneda de madera. El camarero la observó y asintió con la cabeza. Observó al joven irse mientras se preguntaba cuáles eran las posibilidades de que fuese una trampa. Tal vez su familia había descubierto que les seguía la pista. Solo por si acaso se centró en su haki de observación y vigiló su entorno mientras esperaba. Al poco rato, una mujer se acercó a servirle la taza. Tenía el pelo recogido en dos moños y una mirada vigilante. Se sentó frente a él con una mirada inquisitiva.
- Lán niao, supongo - indicó Nassor.
- Yo en cambio no tengo el placer.
- Asdrubal Nassor. Busco cierto objeto, y tengo entendido que tú eres la persona a quien preguntar.
Tras unos segundos en silencio, la mujer contestó - Has traído la ficha, así que asumo que tú eres la visita de la que me avisaron. Si ese es el caso, puedes encontrar a la gente que la tiene en el Sheng Xing.
Nassor asintió y le pasó un sobre bastante grueso. Ella lo aceptó sin dejar de mirarle a los ojos en ningún momento.
- No me has visto. No sabes dónde encontrarme. No sabes quién soy. Esas son las reglas. Si sabes respetarlas, podremos volver a hacer negocios.
El revolucionario asintió y bebió su té con algo más prisa de la que acostumbraba. No era el momento de disfrutar de una infusión, por buena que estuviera. Desconocía cuánto tiempo le quedaba.
El lugar que le habían indicado era una casa de té de aspecto viejo. Estaba en un barrio más antiguo de la ciudad, con un ambiente más tradicional. Nassor dio un par de palmadas en el costado de Bastet y mientras la acariciaba, le indicó con voz baja y suave que le esperase. La gata ronroneó y frotó su enorme cabeza contra el pecho del anciano. Este sonrió y le rascó la nuca antes de marcharse hacia la puerta del local. Una última mirada hacia atrás le confirmó que Bastet se había hecho un ovillo a un lado de la calle y estaba reposando mientras le esperaba.
La casa de té le recibió con el familiar olor de la infusión. La estancia era algo oscura y pequeña, pero acogedora. La mayoría de clientes parecían locales. Nada parecía indicar que fuese la guarida o el lugar de reuniones habitual de un criminal. La presencia del revolucionario pareció inquietar a los clientes; algo comprensible, teniendo en cuenta que por anciano que fuese, seguía siendo un hombre grande y corpulento, y no ocultaba sus armas. Nassor no quería dar problemas o llamar la atención más de la cuenta, así que se fue a una mesa alejada y dejó sus armas contra la pared.
- Bienvenido a nuestro local. ¿Qué le puedo servir? - el camarero era un hombre joven de pelo oscuro.
- Un oolong estaría bien, gracias. Pagaré por adelantado.
Junto con el dinero, Nassor le pasó una pequeña moneda de madera. El camarero la observó y asintió con la cabeza. Observó al joven irse mientras se preguntaba cuáles eran las posibilidades de que fuese una trampa. Tal vez su familia había descubierto que les seguía la pista. Solo por si acaso se centró en su haki de observación y vigiló su entorno mientras esperaba. Al poco rato, una mujer se acercó a servirle la taza. Tenía el pelo recogido en dos moños y una mirada vigilante. Se sentó frente a él con una mirada inquisitiva.
- Lán niao, supongo - indicó Nassor.
- Yo en cambio no tengo el placer.
- Asdrubal Nassor. Busco cierto objeto, y tengo entendido que tú eres la persona a quien preguntar.
Tras unos segundos en silencio, la mujer contestó - Has traído la ficha, así que asumo que tú eres la visita de la que me avisaron. Si ese es el caso, puedes encontrar a la gente que la tiene en el Sheng Xing.
Nassor asintió y le pasó un sobre bastante grueso. Ella lo aceptó sin dejar de mirarle a los ojos en ningún momento.
- No me has visto. No sabes dónde encontrarme. No sabes quién soy. Esas son las reglas. Si sabes respetarlas, podremos volver a hacer negocios.
El revolucionario asintió y bebió su té con algo más prisa de la que acostumbraba. No era el momento de disfrutar de una infusión, por buena que estuviera. Desconocía cuánto tiempo le quedaba.
Christa
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¿Cómo es que no se había dado cuenta antes? El balcón estaba extrañamente silencioso a pesar de que en el comedor principal había un bullicio importante. William había elegido un buen lugar para reunirse, al menos allí estarían tranquilos y nadie los escucharía. Sin embargo, Christa desconfiaba de la buena suerte y prefería ser precavida; tenía la excusa perfecta para serlo.
Sacó una llamativa concha aperlada y presionó el botón. Primero se escucharon las notas de un piano y pronto entró la suave voz de una chica. No era música para una reunión importante, pero era relajante. Últimamente sentía que solo la música y sus mascotas le daban tranquilidad.
—Qué bonito: me encanta la música. ¿Eso es un…?
—Un dial —contestó—. Este en específico guarda un sonido y lo reproduce. Diría que es un aparato bastante práctico, sobre todo cuando amas la música como yo.
—Espero que pronto llegue el día en que tu única preocupación será no haber escuchado suficiente música —le deseó con una sonrisa amable—, pero estamos dejando una cola de enemigos peligrosos. El señor Inferno nos buscará hasta dar con nosotros, no importa cuánto tarde. Si vamos a recuperar el Solsticio de Solaris, debemos ser inteligentes y no enfadar a Tiefong.
—Ya nos haremos cargo de Inferno. ¿Quién es Tiefong?
—Un hombre que hace lo que dice, de eso no hay duda. Es el dueño de este restaurante y la persona que tiene el Solsticio de Solaris —respondió William, cruzándose de piernas—. El Imperio Rojo tiene una seguridad increíble así que no hay demasiados señores del crímen, pero Tiefong ha sabido abrirse paso entre tantos obstáculos.
Christa palideció de pronto y evitó el impulso de golpear la mesa y encarar a William.
—¿Estamos conspirando contra Tiefong en su restaurante?
—Hay que romper los estereotipos, ¿no crees? —contestó con una expresión divertida—. Es como esconder un árbol en un bosque, pero mucho más entretenido.
—¿Y si nos escuchan?
—Me gusta sonar modesto porque eso es lo que soy, un hombre modesto, pero déjame decirte que llevo años en este rubro. No es por ofender, pero, si alguien de entre los dos tiene experiencia jodiendo a personas importantes, definitivamente ese soy yo —aclaró con una sonrisa provocativa.
Christa abrió la boca para responder, pero no conjuró ninguna palabra. Solo podía darle la razón a William, después de todo, gracias a él habían escapado de Inferno y encontrado el Solsticio de Solaris. Lo único que podía hacer para recomponerse luego de ese golpe a su orgullo era cambiar de tema y continuar con la conversación de antes.
—¿Y cómo vamos a joder a este señor del crimen?
—Dentro de una semana celebrará una fiesta en su mansión, más por mantener las apariencias que por gusto, y conseguiremos que nos invite o directamente nos colaremos.
—Y supongo que el Solsticio de Solaris está en su mansión.
—Supones bien, querida, aunque te anticipo que no será sencillo.
—Ya, nunca lo es.¿Estás seguro de querer hacer esto?
—Por supuesto, Tiefong es el último hombre que vio a Sofía y debe haber alguna pista en su mansión —dijo William con sinceridad—. Para robar el Solsticio de Solaris sin que Tiefong se desquite con nosotros culparemos a su hermano menor: Haofong, el otro señor del crimen del Imperio Rojo.
Sacó una llamativa concha aperlada y presionó el botón. Primero se escucharon las notas de un piano y pronto entró la suave voz de una chica. No era música para una reunión importante, pero era relajante. Últimamente sentía que solo la música y sus mascotas le daban tranquilidad.
—Qué bonito: me encanta la música. ¿Eso es un…?
—Un dial —contestó—. Este en específico guarda un sonido y lo reproduce. Diría que es un aparato bastante práctico, sobre todo cuando amas la música como yo.
—Espero que pronto llegue el día en que tu única preocupación será no haber escuchado suficiente música —le deseó con una sonrisa amable—, pero estamos dejando una cola de enemigos peligrosos. El señor Inferno nos buscará hasta dar con nosotros, no importa cuánto tarde. Si vamos a recuperar el Solsticio de Solaris, debemos ser inteligentes y no enfadar a Tiefong.
—Ya nos haremos cargo de Inferno. ¿Quién es Tiefong?
—Un hombre que hace lo que dice, de eso no hay duda. Es el dueño de este restaurante y la persona que tiene el Solsticio de Solaris —respondió William, cruzándose de piernas—. El Imperio Rojo tiene una seguridad increíble así que no hay demasiados señores del crímen, pero Tiefong ha sabido abrirse paso entre tantos obstáculos.
Christa palideció de pronto y evitó el impulso de golpear la mesa y encarar a William.
—¿Estamos conspirando contra Tiefong en su restaurante?
—Hay que romper los estereotipos, ¿no crees? —contestó con una expresión divertida—. Es como esconder un árbol en un bosque, pero mucho más entretenido.
—¿Y si nos escuchan?
—Me gusta sonar modesto porque eso es lo que soy, un hombre modesto, pero déjame decirte que llevo años en este rubro. No es por ofender, pero, si alguien de entre los dos tiene experiencia jodiendo a personas importantes, definitivamente ese soy yo —aclaró con una sonrisa provocativa.
Christa abrió la boca para responder, pero no conjuró ninguna palabra. Solo podía darle la razón a William, después de todo, gracias a él habían escapado de Inferno y encontrado el Solsticio de Solaris. Lo único que podía hacer para recomponerse luego de ese golpe a su orgullo era cambiar de tema y continuar con la conversación de antes.
—¿Y cómo vamos a joder a este señor del crimen?
—Dentro de una semana celebrará una fiesta en su mansión, más por mantener las apariencias que por gusto, y conseguiremos que nos invite o directamente nos colaremos.
—Y supongo que el Solsticio de Solaris está en su mansión.
—Supones bien, querida, aunque te anticipo que no será sencillo.
—Ya, nunca lo es.¿Estás seguro de querer hacer esto?
—Por supuesto, Tiefong es el último hombre que vio a Sofía y debe haber alguna pista en su mansión —dijo William con sinceridad—. Para robar el Solsticio de Solaris sin que Tiefong se desquite con nosotros culparemos a su hermano menor: Haofong, el otro señor del crimen del Imperio Rojo.
Nassor
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El Shen Xing era un restaurante grande y caro, la clase de lugar con un volumen de negocios lo bastante grande como para poder ocultar actividades ilegales. El movimiento constante de gente, de trabajadores y los reservados eran perfectos para ocultar reuniones clandestinas. Si el Shen Xing estaba controlado por criminales, entrar en el lugar por la puerta principal sería jugársela y asegurarse que pusieran en guardia. Eso sin contar que había un agente de seguridad en la puerta con una lista. No podría entrar por ahí sin invitación o reserva. Tras darle permiso a Bastet para dar una vuelta (confiaba en que obedecería a sus órdenes y ser mantendría fuera de problemas), entró en una de las calles laterales del edificio. Tras localizar una ventana abierta y asegurarse de que no pasaba nadie cerca, flexionó las piernas.
- Sabaku no Arashi... Jet Stream.
El anciano saltó y salió disparado por los aires, ascendiendo rápidamente. Con un fluido movimiento corporal, redireccionó su trayectoria y cruzó la ventana con una pirueta. Cayó en un pasillo lleno de puertas y con una alfombra con aspecto de cara. La clase de alfombra en que sus sucias botas dejarían marca. Restregó las suelas contra la tela para limpiarlas y evitar ir dejando huellas. ¿Encontrarían un tramo de alfombra sucio? Sí, pero eso no le importaba. Aun si llegaban a la conclusión de que aquello era señal de que alguien se había colado y no de que un cliente o un empleado era muy guarro, mientras no supiesen que el intruso era un revolucionario importante no tendrían por qué entrar en alerta máxima.
Mientras vagabundeaba por los pasillos sigilosamente, un sonido de música llamó su atención. Sin una idea mejor de por dónde empezar, decidió ir a echar un oído. Tal vez era una reunión de negocios importante. Se detuvo a una distancia prudencial del lugar. Sabía que no era tan ágil como en un pasado y que era viable que le pillasen si se arriesgaba mucho, pero el sonido impedía que escuchase bien toda la conversación. Pero había una solución para eso. Se concentró y, empleando su akuma no mi, entró en forma híbrida y utilizó su oído de animal para discernir el tema de la conversación. Las palabras "joder al señor del crimen" y "Solsticio de Solaris" fueron toda la señal que necesitaba: había dado con lo que buscaba. Ahora la pregunta era: ¿se trataba de otros criminales o de los enviados de su familia? Necesitaba verificarlo. Con cuidado, asomó la cabeza para intentar verles los rostros.
- Sabaku no Arashi... Jet Stream.
El anciano saltó y salió disparado por los aires, ascendiendo rápidamente. Con un fluido movimiento corporal, redireccionó su trayectoria y cruzó la ventana con una pirueta. Cayó en un pasillo lleno de puertas y con una alfombra con aspecto de cara. La clase de alfombra en que sus sucias botas dejarían marca. Restregó las suelas contra la tela para limpiarlas y evitar ir dejando huellas. ¿Encontrarían un tramo de alfombra sucio? Sí, pero eso no le importaba. Aun si llegaban a la conclusión de que aquello era señal de que alguien se había colado y no de que un cliente o un empleado era muy guarro, mientras no supiesen que el intruso era un revolucionario importante no tendrían por qué entrar en alerta máxima.
Mientras vagabundeaba por los pasillos sigilosamente, un sonido de música llamó su atención. Sin una idea mejor de por dónde empezar, decidió ir a echar un oído. Tal vez era una reunión de negocios importante. Se detuvo a una distancia prudencial del lugar. Sabía que no era tan ágil como en un pasado y que era viable que le pillasen si se arriesgaba mucho, pero el sonido impedía que escuchase bien toda la conversación. Pero había una solución para eso. Se concentró y, empleando su akuma no mi, entró en forma híbrida y utilizó su oído de animal para discernir el tema de la conversación. Las palabras "joder al señor del crimen" y "Solsticio de Solaris" fueron toda la señal que necesitaba: había dado con lo que buscaba. Ahora la pregunta era: ¿se trataba de otros criminales o de los enviados de su familia? Necesitaba verificarlo. Con cuidado, asomó la cabeza para intentar verles los rostros.
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