Michaela Albás
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Se alegró mucho de poder alejarse de Yellow Spice. El cielo no tardó en aclararse, aunque el hedor todavía flotó en el aire durante unas cuantas horas. Los primeros días del viaje procuró darse largos baños, tratando de quitarse de encima la sensación de estar contaminada. Había tenido cuidado, por descontado, pero aquella apestosa isla tenía algo que le hacía arrugar la nariz en disgusto. Sin embargo, incluso ella terminó por olvidarse.
Tenía otro entretenimiento, por descontado. A menudo bajaba hasta la bodega para examinar a sus pasajeros secretos. Eran un total de cinco pingüinos karatekas, dos hembras y tres machos. Le habría gustado que fuera al revés, porque así se habrían reproducido más rápido, pero no importaba. Tendría algo más de paciencia. Pretendía reproducirlos y vender solo las crías, una y otra vez. Había estado preguntando tras la subasta en Yellow Spice y ya tenía varios compradores. No solo eso, si no que había gente dispuesta a alquilarlos por velada. Querían exhibirlos en fiestas, utilizarlos de atracción. Lo prefería, por supuesto. A la larga, eso daría más beneficios. Escogió los dos machos más grandes para ese trabajo y coordinó lo necesario con ayuda de Crawford. Cuando llegaran a tierra, se irían en otro barco de vuelta a los Blues. Allí su compañía se encargaría adecuadamente de ellos. Ya tenían experiencia con otras especies exóticas.
Isla Banaro era una isla pequeña, no demasiado conocida. Apenas tenía un pueblo y no había en ella nada de gran valor. Sin embargo, continuar hacia la siguiente isla no era aconsejable. La distancia entre ambas era grande y aunque le pesara, tenían que parar al menos durante un par de días para recuperar agua, alimentos y estirar las piernas. Quería acabar ya el viaje, pero se conformaría con apartarse del barco y de los marineros un rato.
Atracaron de buena mañana, cuando el sol estaba en lo alto. El pueblo no estaba lejos y a Michaela no le costó llegar. Se sintió un poco observada mientras entraba. Las dos hileras de edificios se arremolinaban a los lados de una enorme y única calle, un tanto polvorienta. La gente vestía de forma bastante diferente, con sombreros de ala ancha, camisolas blancas y mucho cuero. Ella iba con un vestido negro, sencillo. Hacía calor y había decidido dejar el abrigo en el barco. Ahora se preguntaba si habría sido buena idea, porque Berrie y Aurum iban en sus hombros y la gente las estaba mirando a ellas. Pero las pequeñas serpientes ni se inmutaban, así que tampoco lo hizo ella.
No tardó en llegar hasta la taberna y se dejó caer en la barra un tanto cansada. Algo en la atmósfera del lugar le resultaba cargante.
-Un té, por favor. Negro.
La camarera le dedicó una sonrisa brillante y se dio la vuelta para prepararlo. Michaela se relajó un poco. Igual el sitio no estaba tan mal.
Tenía otro entretenimiento, por descontado. A menudo bajaba hasta la bodega para examinar a sus pasajeros secretos. Eran un total de cinco pingüinos karatekas, dos hembras y tres machos. Le habría gustado que fuera al revés, porque así se habrían reproducido más rápido, pero no importaba. Tendría algo más de paciencia. Pretendía reproducirlos y vender solo las crías, una y otra vez. Había estado preguntando tras la subasta en Yellow Spice y ya tenía varios compradores. No solo eso, si no que había gente dispuesta a alquilarlos por velada. Querían exhibirlos en fiestas, utilizarlos de atracción. Lo prefería, por supuesto. A la larga, eso daría más beneficios. Escogió los dos machos más grandes para ese trabajo y coordinó lo necesario con ayuda de Crawford. Cuando llegaran a tierra, se irían en otro barco de vuelta a los Blues. Allí su compañía se encargaría adecuadamente de ellos. Ya tenían experiencia con otras especies exóticas.
Isla Banaro era una isla pequeña, no demasiado conocida. Apenas tenía un pueblo y no había en ella nada de gran valor. Sin embargo, continuar hacia la siguiente isla no era aconsejable. La distancia entre ambas era grande y aunque le pesara, tenían que parar al menos durante un par de días para recuperar agua, alimentos y estirar las piernas. Quería acabar ya el viaje, pero se conformaría con apartarse del barco y de los marineros un rato.
Atracaron de buena mañana, cuando el sol estaba en lo alto. El pueblo no estaba lejos y a Michaela no le costó llegar. Se sintió un poco observada mientras entraba. Las dos hileras de edificios se arremolinaban a los lados de una enorme y única calle, un tanto polvorienta. La gente vestía de forma bastante diferente, con sombreros de ala ancha, camisolas blancas y mucho cuero. Ella iba con un vestido negro, sencillo. Hacía calor y había decidido dejar el abrigo en el barco. Ahora se preguntaba si habría sido buena idea, porque Berrie y Aurum iban en sus hombros y la gente las estaba mirando a ellas. Pero las pequeñas serpientes ni se inmutaban, así que tampoco lo hizo ella.
No tardó en llegar hasta la taberna y se dejó caer en la barra un tanto cansada. Algo en la atmósfera del lugar le resultaba cargante.
-Un té, por favor. Negro.
La camarera le dedicó una sonrisa brillante y se dio la vuelta para prepararlo. Michaela se relajó un poco. Igual el sitio no estaba tan mal.
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Ichigo no había tenido nunca por costumbre ponerse vestidos. No porque no le gustaran, sino porque solía ir siempre vestida con su gi del dojo para entrenar. O para fingir que entrenaba. Ciertamente, el gi era la mejor prenda si lo que quería era ir balanceándose por las calles de Reddo, dando saltos y trepando como un mono. Pero no estaba en Reddo y además, a diferencia de su hermana, Illje si que estaba dispuesta a prestarle algún vestido. Aunque en vez de coger uno prestado habían decidido arrancar una cortina y hacerle uno desde cero. No era el más bonito ni el mejor confeccionado, pero hacía su función. Era color turquesa con un enorme lazo atado en la parte frontal bajo el pecho. Era lo suficientemente largo como para cubrir sus piernas, aunque estaba abierto de forma que si quería podía sacar una de ellas. Así no le daba tanto calor, supuso. Sus hombros estaban totalmente libres y tenía algo de escote, al cual estaba todavía menos acostumbrada, con una pequeña piedra brillante adornando el centro de su pecho. No sabían lo que era ni de donde había salido esa piedra, pero al menos quedaba bonita.
Ichigo había estado caminando por Banaro atrayendo miradas sin darse cuenta. O más bien ignorando las mismas. Había llegado hasta un pequeño bar no muy concurrido y soltó un pequeño grito de excitación al ver publicitado en un cartel: ¡Karaoke!. ¡Y además estaba disponible a esa hora! Aunque en aquel instante no parecía haber nadie en el escenario, lo cual le hizo fruncir un poco el ceño e hinchar los mofletes. ¿Es que fuera de Reddo a la gente no le gustaba el karaoke? En su isla era bastante popular, sobre todo entre hombres borrachos que habían ido a tomar sake para alejarse un poco de sus vidas deprimentes en casa. O al menos esas palabras usaba su hermana. Ichigo solo pensaba que era divertido. Sin pensárselo dos veces se apuntó, buscando una canción concreta bastante popular en Reddo, y subió al escenario. Algunas miradas de los clientes se giraron hacia ella, no estando acostumbrados a ver a alguien hacer uso del karaoke. Ichigo sonrió y saludó abiertamente cogiendo el micrófono cuando la música empezó a sonar. Entonces, empezó a cantar.
Lo hizo además haciendo pequeños pasos de baile, sujetándose el vestido o moviendo el brazo libre al ritmo de los golpes de música. A veces guiñando un ojo de forma adorable o levantando una pierna haciendo ondear su vestido.
Sunao ni I LOVE YOU! todokeyou
kitto YOU LOVE ME! tsutawaru sa
Kimi ni niau GLASS no kutsu wo sagasou
Futari de STEP & GO! itsu made mo
Shin'ya juuni-ji wo sugitatte
bokura no LOVE MAGIC wa
toke wa shinai
Oide meshimase ohime-sama
Doku no ringo wo tabete nemucchai sou na
Sunao sugiru kimi ga totemo itoshii~
Fue entonces cuando se interrumpió su canto, aunque no la música de fondo del karaoke. Alguien le había tirado una piedra bastante grande a la cabeza que se hizo añicos al golpear e Ichigo se cayó al suelo de espaldas. Por suerte había heredado el cráneo duro de su padre y la agilidad de mono que le permitió moverse un poco hacia atrás a tiempo y minimizar la fuerza del impacto. Aunque eso no le impidió caer. Tras el golpe Ichigo oyó, algo aturdida y con la cabeza palpitando donde había sido golpeada, unos gritos desde el público.
-¡Para ya, guarra!
-¡Eso! ¡Deja de cantar y ven a sentarte aquí conmigo, que te voy a enseñar un micrófono de verdad!
¿De qué estaban hablando? Ichigo se levantó poco a poco frotándose la cabeza. Tenía un poco de sangre por el golpe...
Ichigo había estado caminando por Banaro atrayendo miradas sin darse cuenta. O más bien ignorando las mismas. Había llegado hasta un pequeño bar no muy concurrido y soltó un pequeño grito de excitación al ver publicitado en un cartel: ¡Karaoke!. ¡Y además estaba disponible a esa hora! Aunque en aquel instante no parecía haber nadie en el escenario, lo cual le hizo fruncir un poco el ceño e hinchar los mofletes. ¿Es que fuera de Reddo a la gente no le gustaba el karaoke? En su isla era bastante popular, sobre todo entre hombres borrachos que habían ido a tomar sake para alejarse un poco de sus vidas deprimentes en casa. O al menos esas palabras usaba su hermana. Ichigo solo pensaba que era divertido. Sin pensárselo dos veces se apuntó, buscando una canción concreta bastante popular en Reddo, y subió al escenario. Algunas miradas de los clientes se giraron hacia ella, no estando acostumbrados a ver a alguien hacer uso del karaoke. Ichigo sonrió y saludó abiertamente cogiendo el micrófono cuando la música empezó a sonar. Entonces, empezó a cantar.
Lo hizo además haciendo pequeños pasos de baile, sujetándose el vestido o moviendo el brazo libre al ritmo de los golpes de música. A veces guiñando un ojo de forma adorable o levantando una pierna haciendo ondear su vestido.
- Canción:
Sunao ni I LOVE YOU! todokeyou
kitto YOU LOVE ME! tsutawaru sa
Kimi ni niau GLASS no kutsu wo sagasou
Futari de STEP & GO! itsu made mo
Shin'ya juuni-ji wo sugitatte
bokura no LOVE MAGIC wa
toke wa shinai
Oide meshimase ohime-sama
Doku no ringo wo tabete nemucchai sou na
Sunao sugiru kimi ga totemo itoshii~
Fue entonces cuando se interrumpió su canto, aunque no la música de fondo del karaoke. Alguien le había tirado una piedra bastante grande a la cabeza que se hizo añicos al golpear e Ichigo se cayó al suelo de espaldas. Por suerte había heredado el cráneo duro de su padre y la agilidad de mono que le permitió moverse un poco hacia atrás a tiempo y minimizar la fuerza del impacto. Aunque eso no le impidió caer. Tras el golpe Ichigo oyó, algo aturdida y con la cabeza palpitando donde había sido golpeada, unos gritos desde el público.
-¡Para ya, guarra!
-¡Eso! ¡Deja de cantar y ven a sentarte aquí conmigo, que te voy a enseñar un micrófono de verdad!
¿De qué estaban hablando? Ichigo se levantó poco a poco frotándose la cabeza. Tenía un poco de sangre por el golpe...
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Al principio, todo estaba bien. Michaela saboreó su té con calma mientras dejaba vagar la vista por el lugar. Había varias personas, la mayoría en mesas alejados de la barra. Algunos jugaban a las cartas, otros simplemente bebían y un señor en la esquina estaba tomándose una siesta que parecía legendaria. Había también un pequeño escenario, con una televisión polvorienta y lo que parecía un equipo de karaoke que nadie había tocado en años. Era cierto que había visto el cartel en la entrada, pero no le había llamado la atención. Igual era porque todavía era pronto o porque no era fin de semana, o porque los rudos hombres de Banaro no se dignaban a esas cosas, pero el caso era que todos parecían estarlo ignorando tácitamente.
Hasta que no pudieron seguir haciéndolo.
La joven entró en el bar como un huracán. Pelirroja, bajita y decidida, corrió hasta el escenario. La música empezó a sonar antes de que nadie pudiera detenerla y durante un rato, nadie supo bien qué hacer o cómo reaccionar. Michaela miró de reojo a la camarera; parecía divertida, pero un tanto preocupada. No le dio buena espina.
Y entonces, la chica empezó a cantar. Ignoraba lo que estaba diciendo, la letra era en un idioma que desconocía. Como mínimo, se la sabía y claramente iba al ritmo. También bailaba y movía el extraño vestido que llevaba. Si no fuera poco probable, juraría que se lo había hecho con una sábana o algo parecido. ¿Pero de dónde había salido? ¿Estaría bien de la cabeza?
Si lo estaba, no fue por mucho tiempo. Michaela no pudo parar la piedra que le tiraron, porque no la vio venir. Pero vio cómo se estrellaba en la cara de la extraña y se hacía añicos mientras ella se caía de espaldas. Furiosa, se levantó y sacó sus alfanjes. Berry y Aurum sisearon en sus hombros, molestas al percibir su ira.
No tardó en localizar a los ineptos que le habían tirado la piedra. Era una sola mesa, los cabrones que estaban bebiendo a plena luz del día. De un par de zancadas atravesó la estancia y de una patada les tiró la mesa y, por consiguiente, la bebida. Apuntó al del centro con el alfanje, frunciendo el ceño.
-Dile algo más y te enseñaré algo que desde luego no es un micrófono. Pero mejor que lo compruebes, por si acaso. ¿Te ensarto la garganta?
No era una pregunta. Se estaba conteniendo, porque no sabía cómo podían reaccionar los de las mesas de al lado. De momento, por suerte, parecían estar atendiendo a lo suyo. El hombre al que había amenazado pareció querer encararse con ella, pero su compañero le echó hacia atrás y la miró con odio, antes de responder.
-Déjales. Han bebido demasiado. ¡Jefa! Ponnos otra botella. Para llevar.
-Chico listo.
Dándose la vuelta, fue hasta el escenario para tenderle una mano a la extraña jovencita. Sangraba, pero después de tamaña pedrada aún podía decir que tenía suerte de que no hubiera sido más que un rasguño. Todavía mosqueada por la situación y por no haber podido acabarse el té en paz, se agachó a su lado.
-¿Te encuentras bien?
Hasta que no pudieron seguir haciéndolo.
La joven entró en el bar como un huracán. Pelirroja, bajita y decidida, corrió hasta el escenario. La música empezó a sonar antes de que nadie pudiera detenerla y durante un rato, nadie supo bien qué hacer o cómo reaccionar. Michaela miró de reojo a la camarera; parecía divertida, pero un tanto preocupada. No le dio buena espina.
Y entonces, la chica empezó a cantar. Ignoraba lo que estaba diciendo, la letra era en un idioma que desconocía. Como mínimo, se la sabía y claramente iba al ritmo. También bailaba y movía el extraño vestido que llevaba. Si no fuera poco probable, juraría que se lo había hecho con una sábana o algo parecido. ¿Pero de dónde había salido? ¿Estaría bien de la cabeza?
Si lo estaba, no fue por mucho tiempo. Michaela no pudo parar la piedra que le tiraron, porque no la vio venir. Pero vio cómo se estrellaba en la cara de la extraña y se hacía añicos mientras ella se caía de espaldas. Furiosa, se levantó y sacó sus alfanjes. Berry y Aurum sisearon en sus hombros, molestas al percibir su ira.
No tardó en localizar a los ineptos que le habían tirado la piedra. Era una sola mesa, los cabrones que estaban bebiendo a plena luz del día. De un par de zancadas atravesó la estancia y de una patada les tiró la mesa y, por consiguiente, la bebida. Apuntó al del centro con el alfanje, frunciendo el ceño.
-Dile algo más y te enseñaré algo que desde luego no es un micrófono. Pero mejor que lo compruebes, por si acaso. ¿Te ensarto la garganta?
No era una pregunta. Se estaba conteniendo, porque no sabía cómo podían reaccionar los de las mesas de al lado. De momento, por suerte, parecían estar atendiendo a lo suyo. El hombre al que había amenazado pareció querer encararse con ella, pero su compañero le echó hacia atrás y la miró con odio, antes de responder.
-Déjales. Han bebido demasiado. ¡Jefa! Ponnos otra botella. Para llevar.
-Chico listo.
Dándose la vuelta, fue hasta el escenario para tenderle una mano a la extraña jovencita. Sangraba, pero después de tamaña pedrada aún podía decir que tenía suerte de que no hubiera sido más que un rasguño. Todavía mosqueada por la situación y por no haber podido acabarse el té en paz, se agachó a su lado.
-¿Te encuentras bien?
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Poco a poco empezaba a estar lúcida de nuevo. Levantó el torso quedándose sentada en el suelo y mirando hacia donde había escuchado un pequeño conjunto de golpes. Una mujer de piel morena estaba encarándose a un grupo de hombres, los cuales supuso eran quien le habían tirado la piedra y la habían insultado hará un momento. Ichigo notaba una pequeña parte de la cara húmeda y cálida. No había podido evitar que la piedra le hiciese una pequeña brecha en la cabeza y sangrase un poco, oscureciendo su cabello rojo en la zona de la herida y cayendo por el lado izquierdo de su cara. Vio como la mujer, tras haber intimidado a aquellos hombres, se acercaba a ella. Se agachó a su lado y le preguntó si se encontraba bien.
-Bueno -contestó Ichigo poniéndose de pie-, me duele un poco la cabeza. Y ugh, se me va a manchar de sangre el vestido. Illje y yo tardamos mucho en hacerlo, seguro que se enfada, jo -añadió mirándose la falda y moviéndola un poco-. ¿Y si esos tenían un micrófono por qué no habían salido a cantar? Menudos memos, de donde vengo los micrófonos están ya en los bares, no hay que traérselos de casa. Me llamo Ichigo, por cierto.
Sintió un pequeño escalofrío. Al moverse su pelo le había rozado la espalda. No estaba acostumbrada ni a tener parte de la espalda al descubierto ni a tener el pelo suelto. Siempre lo tenía en una trenza que escondía lo verdaderamente largo que era, en sus dos aspectos.
-Soy nueva en la isla y... Bueno, de donde vengo los karaokes son comunes, hay uno en cada bar, y es la primera vez que veo uno desde que me fui. Me hizo ilusión y creía que a más gente le gustaba, pero... ¿Por qué lo tienen si no les gusta? ¿O es qué canté la canción equivocada? Tendría que haber cantado Baka Mitai, aunque es demasiado triste para mi estado de ánimo actual...
-Perdonad -dijo una voz a su lado con una agresividad que no concordaba con la palabra usada. Era la camarera-. Habéis alterado el ambiente del local con cantes, violencia y amenazas, así que voy a tener que pediros que os vayáis. No sin antes pagar los destrozos, claro.
Ichigo frunció el ceño e hinchó los mofletes. ¿En serio? ¿Le venían a echar la bronca a ellas y no a los desalmados que iban tirando piedras y trayéndose los micrófonos de casa? Se agarró un poco de las faldas y dio unos pasos adelante para encararse a la camarera.
-¡¿Y para qué tenéis esto si no queréis que se use?! Estaba ahí, los karaokes no se encienden solos, ¿sabes? ¿Es qué querías causar estos follones o qué?
-Niña, no me acuses. Has sido tú la que ha venido enseñando hombros y escote, aireando el vestido para enseñar las piernas y calentar a la clientela. Así que pagad y marchaos o tendremos un problema.
-¡¿Pero como van a calentar mis hombros a nadie?! ¡¿Es que tengo cara de microondas?!
Ichigo rara vez se enfadaba. Era una persona jovial y optimista que prefería pasarlo bien a enfadarse, pero aquella mujer le estaba poniendo de los nervios. Tenía los puños apretados y la cola, escondida bajo el vestido, tensa e inmóvil, en vez de estar siempre moviéndose de un lado a otro jovialmente. Si alguien no la paraba en los próximos cinco segundos le iba a dar un puñetazo a esa señora. Y ella sabía dar puñetazos. Su padre le enseñó.
-Bueno -contestó Ichigo poniéndose de pie-, me duele un poco la cabeza. Y ugh, se me va a manchar de sangre el vestido. Illje y yo tardamos mucho en hacerlo, seguro que se enfada, jo -añadió mirándose la falda y moviéndola un poco-. ¿Y si esos tenían un micrófono por qué no habían salido a cantar? Menudos memos, de donde vengo los micrófonos están ya en los bares, no hay que traérselos de casa. Me llamo Ichigo, por cierto.
Sintió un pequeño escalofrío. Al moverse su pelo le había rozado la espalda. No estaba acostumbrada ni a tener parte de la espalda al descubierto ni a tener el pelo suelto. Siempre lo tenía en una trenza que escondía lo verdaderamente largo que era, en sus dos aspectos.
-Soy nueva en la isla y... Bueno, de donde vengo los karaokes son comunes, hay uno en cada bar, y es la primera vez que veo uno desde que me fui. Me hizo ilusión y creía que a más gente le gustaba, pero... ¿Por qué lo tienen si no les gusta? ¿O es qué canté la canción equivocada? Tendría que haber cantado Baka Mitai, aunque es demasiado triste para mi estado de ánimo actual...
-Perdonad -dijo una voz a su lado con una agresividad que no concordaba con la palabra usada. Era la camarera-. Habéis alterado el ambiente del local con cantes, violencia y amenazas, así que voy a tener que pediros que os vayáis. No sin antes pagar los destrozos, claro.
Ichigo frunció el ceño e hinchó los mofletes. ¿En serio? ¿Le venían a echar la bronca a ellas y no a los desalmados que iban tirando piedras y trayéndose los micrófonos de casa? Se agarró un poco de las faldas y dio unos pasos adelante para encararse a la camarera.
-¡¿Y para qué tenéis esto si no queréis que se use?! Estaba ahí, los karaokes no se encienden solos, ¿sabes? ¿Es qué querías causar estos follones o qué?
-Niña, no me acuses. Has sido tú la que ha venido enseñando hombros y escote, aireando el vestido para enseñar las piernas y calentar a la clientela. Así que pagad y marchaos o tendremos un problema.
-¡¿Pero como van a calentar mis hombros a nadie?! ¡¿Es que tengo cara de microondas?!
Ichigo rara vez se enfadaba. Era una persona jovial y optimista que prefería pasarlo bien a enfadarse, pero aquella mujer le estaba poniendo de los nervios. Tenía los puños apretados y la cola, escondida bajo el vestido, tensa e inmóvil, en vez de estar siempre moviéndose de un lado a otro jovialmente. Si alguien no la paraba en los próximos cinco segundos le iba a dar un puñetazo a esa señora. Y ella sabía dar puñetazos. Su padre le enseñó.
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Ahora que lo veía de cerca, en efecto, el vestido que llevaba parecía hecho con una cortina o algo similar. La chica no tardó en confirmarlo, haciendo que Michaela alzara una ceja. ¿Le habían ayudado y aún así había terminado… de esta manera? ¿Cómo de pobres eran que no podían permitirse un vestido normal?
El dinero no parecía ser lo único que le faltaba. No había entendido para nada las insinuaciones de los hombres y Michaela no estaba segura de si eso era algo bueno o malo. Terminó por decidir que malo; la inocencia podía meterla en líos más gordos que una piedra en la cabeza. Sin embargo, no la corrigió. Allí solo la avergonzaría.
-Creo que no es el tipo de música que se estila por aquí.- Respondió con cuidado. Para ser franca a ella también le había parecido desastroso el espectáculo, pero tenía más decoro que los imbéciles que le habían gritado. Iba a ofrecerse acompañarla al lavabo para que pudiera lavarse esa herida, pero de repente la camarera las interrumpió.
Michaela contempló el intercambio con calma mientras el desdén crecía dentro de ella. ¿Se ponía de parte de los despojos? ¿Le echaba la culpa a la joven, que ni siquiera había entendido las insinuaciones? Miró a la camarera de arriba abajo. Criticaba a la pelirroja por su vestido malhecho que ni costuras tenía, pero sabía bien que lo que había bajo su propia ropa era una ingeniería hecha para resaltar sus propios atractivos. Un poco más y los pechos se le saldrían del corsé, por no hablar de que dudaba de que la mitad de su trasero fuera natural. Estaba celosa de que hubieran acaparado la atención y así zanjaba el tema. La joven desconocida, todavía con la frente manchada de sangre, no entendía el problema. Michaela estaba empezando a enfadarse.
-¿Berry? – Susurró, desviando la mirada hacia su hombro.
Con un pequeño siseo, la serpiente se asomó y Michaela señaló a la camarera. El animal reptó por su brazo y se lanzó contra ella, enroscándose en su cuello. La mujer chilló y echó a correr, perdiéndose por la trastienda. Michaela se giró y alargando el brazo, dejó que Aurum apareciera. Le acarició la cabecita y miró a los hombres que quedaban uno por uno.
-El bar cierra por hoy. Tienen dos minutos para salir por la puerta, antes de que decida rajarles las gargantas.
Se miraron entre ellos, dubitativos. Michaela presionó, cogiendo sus dos alfanjes y afilándolos uno con el otro. Al final, uno de los hombres tiró de la camisa de otro y entre miradas de odio y un par de escupitajos, terminaron por marcharse. La criminal suspiró y se dejó caer en una silla. No descartaba que volvieran luego con refuerzos, pero de momento aún tenían un rato. Señaló a la desconocida con el alfanje.
-Yo de ti iría a limpiarme esa herida, o se va a infectar. Coge algo de alcohol de detrás de la barra si eso. Seguramente las botellas de arriba del todo te vayan bien; yo no intentaría usar lo que sea que les estaba dando a esta panda. Me llamo Michaela, por cierto. Encantada.
El dinero no parecía ser lo único que le faltaba. No había entendido para nada las insinuaciones de los hombres y Michaela no estaba segura de si eso era algo bueno o malo. Terminó por decidir que malo; la inocencia podía meterla en líos más gordos que una piedra en la cabeza. Sin embargo, no la corrigió. Allí solo la avergonzaría.
-Creo que no es el tipo de música que se estila por aquí.- Respondió con cuidado. Para ser franca a ella también le había parecido desastroso el espectáculo, pero tenía más decoro que los imbéciles que le habían gritado. Iba a ofrecerse acompañarla al lavabo para que pudiera lavarse esa herida, pero de repente la camarera las interrumpió.
Michaela contempló el intercambio con calma mientras el desdén crecía dentro de ella. ¿Se ponía de parte de los despojos? ¿Le echaba la culpa a la joven, que ni siquiera había entendido las insinuaciones? Miró a la camarera de arriba abajo. Criticaba a la pelirroja por su vestido malhecho que ni costuras tenía, pero sabía bien que lo que había bajo su propia ropa era una ingeniería hecha para resaltar sus propios atractivos. Un poco más y los pechos se le saldrían del corsé, por no hablar de que dudaba de que la mitad de su trasero fuera natural. Estaba celosa de que hubieran acaparado la atención y así zanjaba el tema. La joven desconocida, todavía con la frente manchada de sangre, no entendía el problema. Michaela estaba empezando a enfadarse.
-¿Berry? – Susurró, desviando la mirada hacia su hombro.
Con un pequeño siseo, la serpiente se asomó y Michaela señaló a la camarera. El animal reptó por su brazo y se lanzó contra ella, enroscándose en su cuello. La mujer chilló y echó a correr, perdiéndose por la trastienda. Michaela se giró y alargando el brazo, dejó que Aurum apareciera. Le acarició la cabecita y miró a los hombres que quedaban uno por uno.
-El bar cierra por hoy. Tienen dos minutos para salir por la puerta, antes de que decida rajarles las gargantas.
Se miraron entre ellos, dubitativos. Michaela presionó, cogiendo sus dos alfanjes y afilándolos uno con el otro. Al final, uno de los hombres tiró de la camisa de otro y entre miradas de odio y un par de escupitajos, terminaron por marcharse. La criminal suspiró y se dejó caer en una silla. No descartaba que volvieran luego con refuerzos, pero de momento aún tenían un rato. Señaló a la desconocida con el alfanje.
-Yo de ti iría a limpiarme esa herida, o se va a infectar. Coge algo de alcohol de detrás de la barra si eso. Seguramente las botellas de arriba del todo te vayan bien; yo no intentaría usar lo que sea que les estaba dando a esta panda. Me llamo Michaela, por cierto. Encantada.
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No tuvo que dar ningún puñetazo porque esa mujer resultó ser más alucinante de lo que había esperado al principio. Cuando vio las serpientes que comandaba se alegró de no haber traído al pequeño Zhu con ella. Puede que se metiera mucho con el pobre cerdito, pero le tenía cierto cariño y no le gustaría que terminase devorado por un reptil sin patas, la verdad. No solo azuzó a la bestia contra la mala mujer, haciendo que se marchase, sino que con su voz y presencia consiguió hacer que todo el mundo se marchase del bar. Aquello le pareció algo excesivo, ciertamente, aunque no se iba a quejar. Asintió con la cabeza cuando le indicó dónde habría alcohol para limpiarse la herida de la cabeza. Dio zancadas hasta llegar a la barra después de que la mujer se presentase como Michaela.
Dio un grácil salto haciendo gala de su agilidad para colocarse encima de la barra y sin pararse un segundo en la misma la utilizó de impulso para saltar de nuevo y agarrarse con manos y pies a las estanterías llenas de botellas que tintinearon un poco con el golpe aunque no se cayeron. Ichigo no solo tenía cola de mono, sino que estaba acostumbrada a trepar como uno. Trepó un poco por las estanterías hasta llegar a lo más alto, donde no llegaba si se quedase quieta en el suelo. Encontró una con una etiqueta negra donde ponía "Jack Daniels".
-No sé quién será ese señor pero seguro que no le importa que use su bebida para curarme.
¿Cómo la cogería? Estaba usando las dos manos para sujetarse y si separase una para coger la botella... Tal vez pudiese aguantarse durante un rato, pero lo mismo se caería. Miró hacia arriba para ver como del techo, a escasos palmos de su cabeza, colgaba una lámpara. De hecho, todo el techo de la taberna parecía plagado de las mismas. Sonrió ligeramente y miró a Michaela. Ella se había lucido con sus mascotas, ahora Ichigo iba a mostrarle lo buena que era trepando. Se dio un fuerte impulso con las patas estirando los brazos y se agarró a la lámpara con una mano. Quedó colgando unos segundos de una mano como un mono hasta que volvió a fijarse en la botella, al alcance de su mano libre. Estiró el brazo y la cogió, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
-¡La tengo! Lo siento, señor Daniels, se la devolveré.
Del interior de su vestido salió entonces su cola, con pelo del mismo color que el que poblaba su cabeza. Enrolló la cola en el cuello de la botella y entonces centró las dos manos en colgarse de la lámpara. Se giró hacia Michaela y empezó a saltar de lámpara a lámpara como un primate salta de rama en rama, balanceándose y colgando de sus brazos, hasta llegar hasta ella que se soltó y aterrizó a su lado, poniéndose enseguida con las manos en la cintura y alzando la botella con la cola en una postura de victoria y satisfacción.
-Vale, ahora... ¿Qué? ¿Me lo bebo? -ciertamente, no tenía ni idea de como se curaba una herida.
Dio un grácil salto haciendo gala de su agilidad para colocarse encima de la barra y sin pararse un segundo en la misma la utilizó de impulso para saltar de nuevo y agarrarse con manos y pies a las estanterías llenas de botellas que tintinearon un poco con el golpe aunque no se cayeron. Ichigo no solo tenía cola de mono, sino que estaba acostumbrada a trepar como uno. Trepó un poco por las estanterías hasta llegar a lo más alto, donde no llegaba si se quedase quieta en el suelo. Encontró una con una etiqueta negra donde ponía "Jack Daniels".
-No sé quién será ese señor pero seguro que no le importa que use su bebida para curarme.
¿Cómo la cogería? Estaba usando las dos manos para sujetarse y si separase una para coger la botella... Tal vez pudiese aguantarse durante un rato, pero lo mismo se caería. Miró hacia arriba para ver como del techo, a escasos palmos de su cabeza, colgaba una lámpara. De hecho, todo el techo de la taberna parecía plagado de las mismas. Sonrió ligeramente y miró a Michaela. Ella se había lucido con sus mascotas, ahora Ichigo iba a mostrarle lo buena que era trepando. Se dio un fuerte impulso con las patas estirando los brazos y se agarró a la lámpara con una mano. Quedó colgando unos segundos de una mano como un mono hasta que volvió a fijarse en la botella, al alcance de su mano libre. Estiró el brazo y la cogió, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
-¡La tengo! Lo siento, señor Daniels, se la devolveré.
Del interior de su vestido salió entonces su cola, con pelo del mismo color que el que poblaba su cabeza. Enrolló la cola en el cuello de la botella y entonces centró las dos manos en colgarse de la lámpara. Se giró hacia Michaela y empezó a saltar de lámpara a lámpara como un primate salta de rama en rama, balanceándose y colgando de sus brazos, hasta llegar hasta ella que se soltó y aterrizó a su lado, poniéndose enseguida con las manos en la cintura y alzando la botella con la cola en una postura de victoria y satisfacción.
-Vale, ahora... ¿Qué? ¿Me lo bebo? -ciertamente, no tenía ni idea de como se curaba una herida.
Michaela Albás
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Michaela se sentó en una de las sillas que habían vaciado los hombres con un suspiro. Aurum bajó por su brazo y le empujó los dedos de la mano un poco, hasta que consiguió que la mujer empezara a acariciarla distraídamente. Berrie todavía no había vuelto y empezaba a sospechar por qué, pero cuando iba a ir a buscarla se quedó en el sitio mirando a la joven desconocida con el ceño fruncido.
Al principio, viéndola escalar, no supo qué pensar. Entendía que fuera lo bastante inocente como para no reconocer las insinuaciones de los hombres pero, ¿de dónde había salido que le parecía más natural trepar que subirse a una banqueta para conseguir la bebida?
Había que reconocer que, como mínimo, sabía lo que hacía. Se movía con agilidad y aplomo, curioso teniendo en cuenta todo lo que desconocía. Vio la botella de whisky y Michela se llevó una mano a la boca, apoyando el codo en la rodilla mientras escuchaba lo que decía. Por supuesto que tampoco sabía lo que era Jack Daniels. Y entonces, se colgó de la lámpara. Fue la primera de varias sorpresas y la más llamativa fue sin duda la cola. Todo sucedió tan rápido que para cuando la joven llegó inocentemente a su lado, sin saber qué hacer con la bebida, Michaela todavía no había tenido tiempo de procesarlo. Cogiendo aire, pilló uno de los vasos de los hombres y lo vació a su espalda, antes de dejarlo en la mesa y tocar en la madera con las uñas un par de veces.
-Para empezar, échame un poco. El fondo, solamente. Puedes probarlo si quieres, pero no sé si te gustará.
Bebió un sorbo y cerró los ojos un instante. No iba a emborracharla, pero el fuerte sabor de la bebida le ayudó a organizarse. Empezó por lo más importante, mientras le cogía la botella y se dirigía a la barra.
-¿Qué eres? ¿Un mink?
Si lo era, no entendía por qué había enseñado su cola tan despreocupadamente. No conocía mucho de isla Banaro. De hecho, no creía que nadie conociera mucho de isla Banaro. Y precisamente por eso, dudaba que sus habitantes tuvieran en mucha estima a fenómenos como la joven. Pero claro, ella… en fin.
-¿De dónde has salido? – preguntó, más perpleja que enfadada. La curiosidad, en este caso, se estaba anteponiendo a sus prejuicios. Había conocido a más de los de su clase, pero ninguno era así. Parecía que acabara de salir al mundo, si eso tuviera algún sentido. Quizá era la esclava de alguien y acababa de escaparse. Explicaría el vestido y la inocencia, pero de ser así le costaba entender que no hubiera entendido las insinuaciones de los hombres.
Agarró un pañuelo limpio detrás de la barra y lo empapó de alcohol. Luego, hizo a la joven venir a su lado y le limpió la herida con eficientes toquecitos. Tras examinarla con cuidado, decidió que no necesitaba puntos. Por suerte, porque no habría sabido coserla.
-Jack Daniels es la marca de la bebida. Su dueña sería la camarera, pero no creo que vaya a volver a molestarnos. Si quieres coger algo más de aquí, ahora sería un buen momento.- Hizo una pausa, examinándola de arriba abajo.- De hecho, creo que deberíamos conseguirte un par de vestidos nuevos. Será lo mejor.
Al principio, viéndola escalar, no supo qué pensar. Entendía que fuera lo bastante inocente como para no reconocer las insinuaciones de los hombres pero, ¿de dónde había salido que le parecía más natural trepar que subirse a una banqueta para conseguir la bebida?
Había que reconocer que, como mínimo, sabía lo que hacía. Se movía con agilidad y aplomo, curioso teniendo en cuenta todo lo que desconocía. Vio la botella de whisky y Michela se llevó una mano a la boca, apoyando el codo en la rodilla mientras escuchaba lo que decía. Por supuesto que tampoco sabía lo que era Jack Daniels. Y entonces, se colgó de la lámpara. Fue la primera de varias sorpresas y la más llamativa fue sin duda la cola. Todo sucedió tan rápido que para cuando la joven llegó inocentemente a su lado, sin saber qué hacer con la bebida, Michaela todavía no había tenido tiempo de procesarlo. Cogiendo aire, pilló uno de los vasos de los hombres y lo vació a su espalda, antes de dejarlo en la mesa y tocar en la madera con las uñas un par de veces.
-Para empezar, échame un poco. El fondo, solamente. Puedes probarlo si quieres, pero no sé si te gustará.
Bebió un sorbo y cerró los ojos un instante. No iba a emborracharla, pero el fuerte sabor de la bebida le ayudó a organizarse. Empezó por lo más importante, mientras le cogía la botella y se dirigía a la barra.
-¿Qué eres? ¿Un mink?
Si lo era, no entendía por qué había enseñado su cola tan despreocupadamente. No conocía mucho de isla Banaro. De hecho, no creía que nadie conociera mucho de isla Banaro. Y precisamente por eso, dudaba que sus habitantes tuvieran en mucha estima a fenómenos como la joven. Pero claro, ella… en fin.
-¿De dónde has salido? – preguntó, más perpleja que enfadada. La curiosidad, en este caso, se estaba anteponiendo a sus prejuicios. Había conocido a más de los de su clase, pero ninguno era así. Parecía que acabara de salir al mundo, si eso tuviera algún sentido. Quizá era la esclava de alguien y acababa de escaparse. Explicaría el vestido y la inocencia, pero de ser así le costaba entender que no hubiera entendido las insinuaciones de los hombres.
Agarró un pañuelo limpio detrás de la barra y lo empapó de alcohol. Luego, hizo a la joven venir a su lado y le limpió la herida con eficientes toquecitos. Tras examinarla con cuidado, decidió que no necesitaba puntos. Por suerte, porque no habría sabido coserla.
-Jack Daniels es la marca de la bebida. Su dueña sería la camarera, pero no creo que vaya a volver a molestarnos. Si quieres coger algo más de aquí, ahora sería un buen momento.- Hizo una pausa, examinándola de arriba abajo.- De hecho, creo que deberíamos conseguirte un par de vestidos nuevos. Será lo mejor.
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Si Michaela estaba impresionada con sus virguerías no lo demostró. Tan solo se sentó, cogió un vaso y le pidió que le sirviera un poco, añadiendo además que a ella no le gustaría beberlo. Ichigo se encogió de hombros y pasó la botella de la cola a su mano. Le sirvió un poco como le dijo y luego dejó la botella en la mesa, sentándose en la silla de al lado. La pregunta de Michaela le cogió un poco por sorpresa. No sabía que era eso que le estaba preguntando y no entendía por qué iba a creer que era uno.
-No sé lo que es eso, perdón... -respondió alzando una ceja algo confundida.
A aquello le siguió otra pregunta más. ¿De dónde había salido? A eso si podía responder, claro. Además de preguntar eso cogió un pañuelo y lo mojó con el contenido de la botella, además de indicarle que se colocara en posición para que la curara. Ichigo lo hizo, acercando la cabeza herida. El pañuelo tenía un olor muy fuerte que le provocaba extrañas cosquillas en la nariz. Incluso la atontaba un poco. Cuando colocó el pañuelo húmedo sobre la herida sintió un pequeño escozor. Dudó un poco, pensando en como podría responderle a de dónde había salido.
-Bueno, he salido del barco de mis amigos al llegar... Ellos todavía están allí, no deberíamos tardar mucho en marcharnos, simplemente quise venir a ver como era... Si te refieres a de dónde vengo, pues soy de Nova Reddo Teikkoku. Estuve allí desde que tengo memoria, siempre corriendo por las callejuelas y huyendo de los guardias que querían que no saliese de casa. "Alteza, no puede hacer eso, alteza" -añadió agravando la voz para imitar a uno de los guardias-. Y mi hermana siempre encima de mí diciéndome que hacer, como hacerlo, cuando salir, cuando no salir, que me esconda la cola para que no la vea nadie... Sé que es la emperatriz y que eso requiere responsabilidades y tal, pero a veces creo que tenía siempre una piedra en el zapato. Papá también fue emperador en su día y era más bueno conmigo. Él me enseñó a pegar y a trepar, ¿sabes? Por lo visto llegó a ser una persona muy fuerte y conocida. Por eso me eché al mar. Quería vivir aventuras y hacerme fuerte como él.
Parecía que hubo terminado de curarle. Ya no tenía sangre, eso era algo. Volvió a colocarse de forma que la mirara a ella y se cruzó de brazos, intentando esquivar el enorme lazo que le había quedado en la parte delantera del vestido al hacerlo. Entonces apartó un poco la mirada y se llevó una mano al otro brazo, mordiéndose un poco el brazo.
-Aunque bueno... Supongo que en realidad... Soy de otro sitio. No tengo muchos recuerdos de la isla en la que nací, solo que el poco tiempo que pasé allí fue esperando a que papá viniese a buscarme. No recuerdo muy bien el día que me marché, solo recuerdo estar en el barco con papá hacia mi nueva casa...
Era cierto que no recordaba mucho. No recordaba siquiera si tenía una madre o sí la gente en aquel lugar tenía cola como ella. Recordaba que los otros niños se metían con ella, tal vez fuese por la cola, si es así entonces ellos no tenían... Tan solo recordaba lo mal que lo pasaba y como la llegada de su padre fue la primera cosa en su vida que le hizo sonreír. Volvió a mirar a Michaela cuando dijo que en realidad no existía ningún Señor Daniels, y que esa era solo la marca de la bebida. No, eso no puede ser, aunque sea una marca debe existir un señor Daniels. En Reddo estaba la marca de té Iroh Chai, y eso no hacía que su tío abuelo, quien la inventó, no existiese. Su cara se iluminó cuando dijo que le iba a dar otro par de vestidos.
-¡Ooooh! ¿Puede ser de colores bonitos? Quiero uno rojo y otro de color...
-No sé lo que es eso, perdón... -respondió alzando una ceja algo confundida.
A aquello le siguió otra pregunta más. ¿De dónde había salido? A eso si podía responder, claro. Además de preguntar eso cogió un pañuelo y lo mojó con el contenido de la botella, además de indicarle que se colocara en posición para que la curara. Ichigo lo hizo, acercando la cabeza herida. El pañuelo tenía un olor muy fuerte que le provocaba extrañas cosquillas en la nariz. Incluso la atontaba un poco. Cuando colocó el pañuelo húmedo sobre la herida sintió un pequeño escozor. Dudó un poco, pensando en como podría responderle a de dónde había salido.
-Bueno, he salido del barco de mis amigos al llegar... Ellos todavía están allí, no deberíamos tardar mucho en marcharnos, simplemente quise venir a ver como era... Si te refieres a de dónde vengo, pues soy de Nova Reddo Teikkoku. Estuve allí desde que tengo memoria, siempre corriendo por las callejuelas y huyendo de los guardias que querían que no saliese de casa. "Alteza, no puede hacer eso, alteza" -añadió agravando la voz para imitar a uno de los guardias-. Y mi hermana siempre encima de mí diciéndome que hacer, como hacerlo, cuando salir, cuando no salir, que me esconda la cola para que no la vea nadie... Sé que es la emperatriz y que eso requiere responsabilidades y tal, pero a veces creo que tenía siempre una piedra en el zapato. Papá también fue emperador en su día y era más bueno conmigo. Él me enseñó a pegar y a trepar, ¿sabes? Por lo visto llegó a ser una persona muy fuerte y conocida. Por eso me eché al mar. Quería vivir aventuras y hacerme fuerte como él.
Parecía que hubo terminado de curarle. Ya no tenía sangre, eso era algo. Volvió a colocarse de forma que la mirara a ella y se cruzó de brazos, intentando esquivar el enorme lazo que le había quedado en la parte delantera del vestido al hacerlo. Entonces apartó un poco la mirada y se llevó una mano al otro brazo, mordiéndose un poco el brazo.
-Aunque bueno... Supongo que en realidad... Soy de otro sitio. No tengo muchos recuerdos de la isla en la que nací, solo que el poco tiempo que pasé allí fue esperando a que papá viniese a buscarme. No recuerdo muy bien el día que me marché, solo recuerdo estar en el barco con papá hacia mi nueva casa...
Era cierto que no recordaba mucho. No recordaba siquiera si tenía una madre o sí la gente en aquel lugar tenía cola como ella. Recordaba que los otros niños se metían con ella, tal vez fuese por la cola, si es así entonces ellos no tenían... Tan solo recordaba lo mal que lo pasaba y como la llegada de su padre fue la primera cosa en su vida que le hizo sonreír. Volvió a mirar a Michaela cuando dijo que en realidad no existía ningún Señor Daniels, y que esa era solo la marca de la bebida. No, eso no puede ser, aunque sea una marca debe existir un señor Daniels. En Reddo estaba la marca de té Iroh Chai, y eso no hacía que su tío abuelo, quien la inventó, no existiese. Su cara se iluminó cuando dijo que le iba a dar otro par de vestidos.
-¡Ooooh! ¿Puede ser de colores bonitos? Quiero uno rojo y otro de color...
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Le costó bastante entender a quién tenía delante. Sus respuestas, si no estuviera convencida de que eran genuinas, le parecerían erráticas aposta. Para confundirla. Pero su historia era tan extraordinaria que dudaba que estuviera mintiendo. Recapituló los hechos: la ignorante e inocente joven que tenía delante era, a todas luces, la heredera al trono de Nova Reddo Teikkoku. Siempre que algo le pasara a su hermana, al menos. ¿Conocía esa isla? De oídas. Lo bastante como para saber que el sistema de gobierno que había descrito encajaba. Pero… ¿y lo demás? Dio otro sorbo de whisky.
-Es probable que esa isla de la que te recogió la persona a la que llamas padre fuera Zou, chica.-En realidad, bien podía ser su padre. Había gente con ese tipo de… aficiones, y no le extrañaba nada que fuera alguien de alta cuna. Arrugó la nariz, apenas un breve instante. Conocía Zou, claro. Nunca había ido; no era algo tan sencillo. Pero había conocido a sus habitantes, normalmente tras los barrotes. Era, que ella supiera, la primera vez que veía a uno libre. Creía entender la fascinación que algunos tenían con los de… su especie.- Los mink son… como tú. Mitad humanos, mitad animales. Provenís de allí, o por lo menos eso se cuenta. Si hay más islas como Zou, lo ignoro.
Estaba allí con amigos, decía. Y por lo que contaba, dudaba que su familia supiera de su paradero. La miró con curiosidad, planteándose qué hacer con ella. Secuestrarla no era la mejor idea; incluso si pudiera venderla, tendría a la familia real de Nova tras ella y no le convenía. Podía intentar devolverla, pero ella claramente no quería regresar y su instinto le aconsejaba no fiarse de la relación que decía tener con su hermana. Los lazos familiares eran una cosa… compleja. Podía volverse en su contra.
Al final, suspiró y se levantó. Como mínimo, podía buscarle un vestido decente. Y ropa interior, de paso.
-Veamos qué hay, antes de nada.
Se dirigió a la puerta que había detrás de la barra, por donde se había perdido la camarera un rato antes. Al acercarse, Berry salió reptando y Michaela se agachó a cogerla con una sonrisa. Le acarició la cabecita, antes de entrar a la sala y encender la luz. La camarera estaba en el suelo, muerta. Llevaba en el cuello las marcas del abrazo de Berry. Pero eso no le interesaba, así que inspeccionó el lugar. No era más que una especie de despensa, con más alcohol y bastante alimento y útiles de limpieza. Pero al fondo había otra puerta con un cartel de ''Privado''. Sonriendo, entró también allí.
Bingo. Era la habitación de la camarera. Michaela fue directa al armario y lo abrió, sacando un par de vestidos.
-¿Rojo o azul? Personalmente, creo que ambos te quedarán bien. Quizá un poco largos, pero siguen siendo adecuados. Quizá puedas coger algo de ropa interior de los cajones, si no tienes, aunque te aconsejaría lavarla primero.
-Es probable que esa isla de la que te recogió la persona a la que llamas padre fuera Zou, chica.-En realidad, bien podía ser su padre. Había gente con ese tipo de… aficiones, y no le extrañaba nada que fuera alguien de alta cuna. Arrugó la nariz, apenas un breve instante. Conocía Zou, claro. Nunca había ido; no era algo tan sencillo. Pero había conocido a sus habitantes, normalmente tras los barrotes. Era, que ella supiera, la primera vez que veía a uno libre. Creía entender la fascinación que algunos tenían con los de… su especie.- Los mink son… como tú. Mitad humanos, mitad animales. Provenís de allí, o por lo menos eso se cuenta. Si hay más islas como Zou, lo ignoro.
Estaba allí con amigos, decía. Y por lo que contaba, dudaba que su familia supiera de su paradero. La miró con curiosidad, planteándose qué hacer con ella. Secuestrarla no era la mejor idea; incluso si pudiera venderla, tendría a la familia real de Nova tras ella y no le convenía. Podía intentar devolverla, pero ella claramente no quería regresar y su instinto le aconsejaba no fiarse de la relación que decía tener con su hermana. Los lazos familiares eran una cosa… compleja. Podía volverse en su contra.
Al final, suspiró y se levantó. Como mínimo, podía buscarle un vestido decente. Y ropa interior, de paso.
-Veamos qué hay, antes de nada.
Se dirigió a la puerta que había detrás de la barra, por donde se había perdido la camarera un rato antes. Al acercarse, Berry salió reptando y Michaela se agachó a cogerla con una sonrisa. Le acarició la cabecita, antes de entrar a la sala y encender la luz. La camarera estaba en el suelo, muerta. Llevaba en el cuello las marcas del abrazo de Berry. Pero eso no le interesaba, así que inspeccionó el lugar. No era más que una especie de despensa, con más alcohol y bastante alimento y útiles de limpieza. Pero al fondo había otra puerta con un cartel de ''Privado''. Sonriendo, entró también allí.
Bingo. Era la habitación de la camarera. Michaela fue directa al armario y lo abrió, sacando un par de vestidos.
-¿Rojo o azul? Personalmente, creo que ambos te quedarán bien. Quizá un poco largos, pero siguen siendo adecuados. Quizá puedas coger algo de ropa interior de los cajones, si no tienes, aunque te aconsejaría lavarla primero.
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-Pero yo no soy mitad animal, soy una persona -contestó con una sonrisa tonta.
¿Cómo podía nadie pensar que era mitad animal? Tan solo tenía cola. Había gente que nacía diferente y ella era una de ellas, no había mucho más misterio. Aunque era cierto que Ichigo nunca se había preocupado por el aspecto o raza de su madre. Cuando le preguntaba a su padre tan solo lo hacía por su personalidad o si era fuerte como él. Papá siempre decía que era una persona muy fuerte pero en un sentido totalmente distinto al que lo era él. Que no estuvieron juntos mucho tiempo, pues papá tenía su propia familia (cosa que su esposa, la madre de la hermana de Ichigo, nunca le dejó olvidar), pero que cada segundo era un tesoro. Le habría encantado conocer a su madre... o recordarla, aunque sea.
Siguió a Michaela hacía donde debían estar los vestidos que le iban a dar. Allí en el suelo estaba la camarera que había intentado echarlas, inmóvil. ¿Se habrá quedado dormida? Decidió ignorarla. Había sido mala con ellas, así que le iba a dar igual si la despertaba o no. Siguió a Michaela por otra puerta más y finalmente sacó dos vestidos. Uno era azul y blanco mientras que el otro era rojo y con las mangas más largas.
-¡Ese, ese! -dijo señalando al rojo.
Le brillaban los ojos de la ilusión. En casa solo podía ir con su gi de artes marciales o con un uniforme de gala apretado con su aspecto masculino. Desde que se marchó quería encontrar la manera de vestirse de todas las formas posibles. Vestidos, trajes, kimonos... Quería llevarlo todo por lo menos una vez. Experimentar con cual iba más cómoda o cómodo. Cogió el vestido de un tirón y, estirando los brazos para mirarlo bien, lo contempló.
-Ya llevo -respondió a lo de la ropa interior-. Este seguro que le encanta a Illje. Aunque tendré que poner candado en el armario para que no me lo quite Claude... -su vista se movió hacia el azul-... Ahora quiero ponerme el rojo, pero... ¿Puedo llevarme ese también?
¿Cómo podía nadie pensar que era mitad animal? Tan solo tenía cola. Había gente que nacía diferente y ella era una de ellas, no había mucho más misterio. Aunque era cierto que Ichigo nunca se había preocupado por el aspecto o raza de su madre. Cuando le preguntaba a su padre tan solo lo hacía por su personalidad o si era fuerte como él. Papá siempre decía que era una persona muy fuerte pero en un sentido totalmente distinto al que lo era él. Que no estuvieron juntos mucho tiempo, pues papá tenía su propia familia (cosa que su esposa, la madre de la hermana de Ichigo, nunca le dejó olvidar), pero que cada segundo era un tesoro. Le habría encantado conocer a su madre... o recordarla, aunque sea.
Siguió a Michaela hacía donde debían estar los vestidos que le iban a dar. Allí en el suelo estaba la camarera que había intentado echarlas, inmóvil. ¿Se habrá quedado dormida? Decidió ignorarla. Había sido mala con ellas, así que le iba a dar igual si la despertaba o no. Siguió a Michaela por otra puerta más y finalmente sacó dos vestidos. Uno era azul y blanco mientras que el otro era rojo y con las mangas más largas.
-¡Ese, ese! -dijo señalando al rojo.
Le brillaban los ojos de la ilusión. En casa solo podía ir con su gi de artes marciales o con un uniforme de gala apretado con su aspecto masculino. Desde que se marchó quería encontrar la manera de vestirse de todas las formas posibles. Vestidos, trajes, kimonos... Quería llevarlo todo por lo menos una vez. Experimentar con cual iba más cómoda o cómodo. Cogió el vestido de un tirón y, estirando los brazos para mirarlo bien, lo contempló.
-Ya llevo -respondió a lo de la ropa interior-. Este seguro que le encanta a Illje. Aunque tendré que poner candado en el armario para que no me lo quite Claude... -su vista se movió hacia el azul-... Ahora quiero ponerme el rojo, pero... ¿Puedo llevarme ese también?
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La joven no pareció incomodarse por el cadáver. Vio de reojo cómo lo miraba, pero casi en seguida escogió ignorarlo. No pudo evitarlo, se volvió un poco suspicaz. ¿Tan inocente era y se enfrentaba a la muerte con esa templanza? ¿Y si era todo una trampa, una fachada?
-Una persona con cola de mono.- Precisó, antes de encogerse hombros.- En cualquier caso, seguramente quieras informarte al respecto. Dices que has venido con amigos; no sería mala idea que les preguntaras acerca de Zou. Quizá ellos sepan algo más.
Lo ignoraba, en realidad, aunque en parte tenía ganas de seguirla cuando se marchara y comprobar en qué compañía estaba. Puede que secuestrarla fuera mala idea, pero nada le impedía enviar una carta a la realeza de Nova Reddo. Quizá le abriera puertas a una posible nueva alianza. De todas formas, no valía la pena apresurarse.
Le entregó el vestido rojo y dejó el azul encima del camastro que había. Fue a salir de la sala para dejar que se cambiara, hasta que la escuchó a su espalda. Se volvió un momento para contestarle.
-Por supuesto. La camarera ya no va a utilizarlos.-Frunció el ceño.- Imagino que llevas. Me refería a un sujetador.
Salió del cuarto, dándole algo de privacidad. Frente a ella, en el suelo, estaba el cadáver de la mujer. Suspiró, poniéndose las manos en las caderas. Podía dejarla ahí, pero entonces tardarían en encontrarla. Ojalá Crawford ya hubiera regresado. Irritada, se agachó y levantó a la mujer por las axilas. Logró apoyársela y hacer que le rodeara los hombros con un brazo para poder arrastrarla. Había tomado la decisión correcta; si hubiera esperado más, el rigor mortis y el mal olor habrían hecho de aquello una tarea bastante más desagradable.
La arrastró con cuidado a lo largo de toda la taberna. Abrió la puerta con una cuidadosa patada y de un firme empujón, se desembarazó de la mujer y dejó que mordiera el polvo en el medio y medio de la calle. No había mucha gente fuera, pero todos se detuvieron en su camino. La miraron a ella y a la silueta en el suelo alternativamente. Michaela sabía que se estaban preguntando quién era, qué había sucedido, quién había muerto. Tras unos segundos, una mujer se acercó y con un grito ahogado, identificó el cadáver. Pronto todos los presentes supieron lo que había sucedido y a juzgar por la rapidez con la que se movían, Michaela supo que pronto se correría la voz en toda la isla. Puso los ojos en blanco. Era una borde, no suponía que fuera a ser tan querida.
Volvió a entrar al bar y se sentó en una de las sillas, echándose otro sorbo de whisky. Quizá vinieran algunos de los hombres de antes, buscando pelea. Al menos le darían algo con lo que entretenerse hasta que Crawford y los otros estuvieran listos para zarpar.
-Una persona con cola de mono.- Precisó, antes de encogerse hombros.- En cualquier caso, seguramente quieras informarte al respecto. Dices que has venido con amigos; no sería mala idea que les preguntaras acerca de Zou. Quizá ellos sepan algo más.
Lo ignoraba, en realidad, aunque en parte tenía ganas de seguirla cuando se marchara y comprobar en qué compañía estaba. Puede que secuestrarla fuera mala idea, pero nada le impedía enviar una carta a la realeza de Nova Reddo. Quizá le abriera puertas a una posible nueva alianza. De todas formas, no valía la pena apresurarse.
Le entregó el vestido rojo y dejó el azul encima del camastro que había. Fue a salir de la sala para dejar que se cambiara, hasta que la escuchó a su espalda. Se volvió un momento para contestarle.
-Por supuesto. La camarera ya no va a utilizarlos.-Frunció el ceño.- Imagino que llevas. Me refería a un sujetador.
Salió del cuarto, dándole algo de privacidad. Frente a ella, en el suelo, estaba el cadáver de la mujer. Suspiró, poniéndose las manos en las caderas. Podía dejarla ahí, pero entonces tardarían en encontrarla. Ojalá Crawford ya hubiera regresado. Irritada, se agachó y levantó a la mujer por las axilas. Logró apoyársela y hacer que le rodeara los hombros con un brazo para poder arrastrarla. Había tomado la decisión correcta; si hubiera esperado más, el rigor mortis y el mal olor habrían hecho de aquello una tarea bastante más desagradable.
La arrastró con cuidado a lo largo de toda la taberna. Abrió la puerta con una cuidadosa patada y de un firme empujón, se desembarazó de la mujer y dejó que mordiera el polvo en el medio y medio de la calle. No había mucha gente fuera, pero todos se detuvieron en su camino. La miraron a ella y a la silueta en el suelo alternativamente. Michaela sabía que se estaban preguntando quién era, qué había sucedido, quién había muerto. Tras unos segundos, una mujer se acercó y con un grito ahogado, identificó el cadáver. Pronto todos los presentes supieron lo que había sucedido y a juzgar por la rapidez con la que se movían, Michaela supo que pronto se correría la voz en toda la isla. Puso los ojos en blanco. Era una borde, no suponía que fuera a ser tan querida.
Volvió a entrar al bar y se sentó en una de las sillas, echándose otro sorbo de whisky. Quizá vinieran algunos de los hombres de antes, buscando pelea. Al menos le darían algo con lo que entretenerse hasta que Crawford y los otros estuvieran listos para zarpar.
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Michaela salió de la habitación para darle intimidad para cambiarse a Ichigo, llevándose a la señora dormida con ella, sin que la pelirroja se lo pidiera. No era algo que particularmente le diese vergüenza, pero era un gesto considerado. Cuando salió miró bien el vestido, dándose cuenta del fallo que no habían visto antes ninguna de las dos: No había espacio para su cola. Con el vestido improvisado que llevaba no tenía ese problema, pues era amplio y podía llevarla debajo sin que molestase, pero este otro parecía estar más justo en esa zona. Le tocaría improvisar un poco. Dejó el vestido rojo junto al otro y empezó a rebuscar entre los cajones. Debería haber unas tijeras en algún sitio.
Finalmente las encontró. Eran bastante grandes y no tenía ni idea de si eran tijeras de cocina o si podían usarse para cortar tela. No era como si pudiese elegir. Miró bien el vestido, estimando en que lugar del mismo estaría la cola, y cuando hubo decidido procedió a cortar un agujero de tamaño idóneo. No era el mejor de los trabajos, pero haría su función. Hizo lo mismo con el otro vestido. Celebró con un gesto su gran hazaña. Fue entonces cuando se levantó y procedió a cambiarse. No tardó mucho y al final encontró una bolsa en la que podría guardar el otro vestido así como el otro con el que había venido.
Hizo un pequeño baile de alegría girando sobre si misma. Estaba contenta. Vale, le habían tirado una piedra a la cabeza, eso era cierto, pero también había hecho una nueva amiga. Una señora que daba miedo pero que era muy guay porque llevaba dos serpientes. Corriendo con los brazos estirados casi como si estuviese imitando un avión salió de la habitación y fue con Michaela, con los pies inquietos como si intentase correr en el sitio.
-¡Muchas gracias, Michaela! ¡Te debo un favor! ¡O dos, uno por vestido!
Entonces escuchó un golpe seguido de un quejido de cerdo y, casi enseguida, de pequeños gruñidos. Como algo olfateando el suelo. Ichigo estiró el cuello para ver de que se trataba para ver al pequeño Zhu, que acababa de colarse por una ventana y tras caer se había puesto enseguida a olfatear el suelo. El animal alzó la cabeza y, cuando vio a Ichigo, soltó un grito porcino y empezó a correr hacia Ichigo. Cuando llegó a ella la pelirroja se agachó y con una rápida mano lo cogió de la cabeza y lo alzó delante suya. Aquello podría parecer abuso a ojos exteriores, pero lo cierto es que lo hacía con bastante cariño.
-Zhu, te dije que me esperaras en el barco. ¿O es que Claude ha intentado meterte en la cazuela otra vez? ¿Sin mi consentimiento? -suspiró. Se colocó al cerdo en la cabeza, que se quedó allí quito mirando a Michaela con aquellos ojos que parecían perpetuamente enfadados-. Bueno, Michi... ¿Puedo llamarte Michi? Tengo que volver al barco, si han intentado comerse a Zhu es porque empiezan a creer que no voy a volver.
Finalmente las encontró. Eran bastante grandes y no tenía ni idea de si eran tijeras de cocina o si podían usarse para cortar tela. No era como si pudiese elegir. Miró bien el vestido, estimando en que lugar del mismo estaría la cola, y cuando hubo decidido procedió a cortar un agujero de tamaño idóneo. No era el mejor de los trabajos, pero haría su función. Hizo lo mismo con el otro vestido. Celebró con un gesto su gran hazaña. Fue entonces cuando se levantó y procedió a cambiarse. No tardó mucho y al final encontró una bolsa en la que podría guardar el otro vestido así como el otro con el que había venido.
Hizo un pequeño baile de alegría girando sobre si misma. Estaba contenta. Vale, le habían tirado una piedra a la cabeza, eso era cierto, pero también había hecho una nueva amiga. Una señora que daba miedo pero que era muy guay porque llevaba dos serpientes. Corriendo con los brazos estirados casi como si estuviese imitando un avión salió de la habitación y fue con Michaela, con los pies inquietos como si intentase correr en el sitio.
-¡Muchas gracias, Michaela! ¡Te debo un favor! ¡O dos, uno por vestido!
Entonces escuchó un golpe seguido de un quejido de cerdo y, casi enseguida, de pequeños gruñidos. Como algo olfateando el suelo. Ichigo estiró el cuello para ver de que se trataba para ver al pequeño Zhu, que acababa de colarse por una ventana y tras caer se había puesto enseguida a olfatear el suelo. El animal alzó la cabeza y, cuando vio a Ichigo, soltó un grito porcino y empezó a correr hacia Ichigo. Cuando llegó a ella la pelirroja se agachó y con una rápida mano lo cogió de la cabeza y lo alzó delante suya. Aquello podría parecer abuso a ojos exteriores, pero lo cierto es que lo hacía con bastante cariño.
-Zhu, te dije que me esperaras en el barco. ¿O es que Claude ha intentado meterte en la cazuela otra vez? ¿Sin mi consentimiento? -suspiró. Se colocó al cerdo en la cabeza, que se quedó allí quito mirando a Michaela con aquellos ojos que parecían perpetuamente enfadados-. Bueno, Michi... ¿Puedo llamarte Michi? Tengo que volver al barco, si han intentado comerse a Zhu es porque empiezan a creer que no voy a volver.
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