Thyma Bandle
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Pucci era la meca del mundo culinario. Cualquiera que supiera valorar de forma recreativa o profesional, el noble arte de la cocina, ese era un destino idílico. La isla y sus peculiaridades aparecían en los libros preferidos de la pequeña Bandle, por lo que no era de extrañar la euforia que sentía desde que se enteró del destino. No tardó ni un segundo en desembarcar y dirigirse a toda velocidad rumbo al paraíso.
La primera zona edificada ya prometía lo que allí iba a encontrar. Ante se ella se mostraban pastelerías una detrás de otra. La entrada a la urbe parecía estar dedicado al dulce. A ojos de Thyma era una excelente bienvenida. Había tantos estímulos a su alrededor y tantos escaparates de su interés que resultaba casi imposible mantener un mismo pensamiento más de dos segundos, en su mente. La situación obligó a la pequeña a detenerse y trazar un plan. De no ser así acabaría rebotando, como una pequeña pelota de goma, de escaparate en escaparate. No contaba con excesivo tiempo, por lo que decidió ir de local en local, empezando por la izquierda, pidiendo la especialidad del lugar. Un dulce de cada comercio. Una vez tuviera todo, se sentaría en algún lugar cómodo a rellenar, al mimo tiempo, la barriga y su nuevo cuaderno. No tenía tiempo para pedir todas las recetas y estaba convencida de que no todos estarían a favor de compartirlas, pero descubriendo con su entrenado paladar, la mayoría de ingredientes, podría hacer pruebas hasta dar con las proporciones más cercanas al platillo en cuestión.
Sin duda a Thyma le esperaba una jornada, no solo de disfrute sino también de estudio. Era una oportunidad increíble para ampliar conocimientos y hacer buenos contactos. Sin más demora, se puso manos a la obra. Local a local fue haciendo acopio de un gran numero y variedad de diferentes postres. En cada sitio pedía que le pusieran el nombre de la especialidad al envoltorio. Los comerciantes, acostumbrados a las excentricidades de los clientes, no dudaron en complacerla. No era mucho lo que pedía y su cara de ilusión emocionaba a todos los trabajadores, logrando que alguno, además del pedido le regalara algún surtido de gominolas o caramelos caseros. Thyma se sentía complacida y más feliz que en toda su vida, solo le faltaba poder compartir ese momento con su hermano, para que hubiese sido del todo perfecto. No podía creer la amabilidad de los comerciantes y la cantidad de artículos que había adquirido.
Finalmente y con dificultad, llegó hasta un merendero próximo a una fuente. Allí desplegó y colocó todos los productos. Thyma daba saltitos al ver el festín que le esperaba: Dulce de leche, tortitas, tarta de queso, de zanahoria, de fresa, buñuelos, tocino de cielo, merengue tostado, hojaldres y hasta leche frita. Sacó su cuaderno y comenzó a tomar nota de cada alimento que iba probando. Era imposible no verla o no escucharla, pues a cada bocado emitía infinidad de sonidos llegando incluso, a gritar.
La primera zona edificada ya prometía lo que allí iba a encontrar. Ante se ella se mostraban pastelerías una detrás de otra. La entrada a la urbe parecía estar dedicado al dulce. A ojos de Thyma era una excelente bienvenida. Había tantos estímulos a su alrededor y tantos escaparates de su interés que resultaba casi imposible mantener un mismo pensamiento más de dos segundos, en su mente. La situación obligó a la pequeña a detenerse y trazar un plan. De no ser así acabaría rebotando, como una pequeña pelota de goma, de escaparate en escaparate. No contaba con excesivo tiempo, por lo que decidió ir de local en local, empezando por la izquierda, pidiendo la especialidad del lugar. Un dulce de cada comercio. Una vez tuviera todo, se sentaría en algún lugar cómodo a rellenar, al mimo tiempo, la barriga y su nuevo cuaderno. No tenía tiempo para pedir todas las recetas y estaba convencida de que no todos estarían a favor de compartirlas, pero descubriendo con su entrenado paladar, la mayoría de ingredientes, podría hacer pruebas hasta dar con las proporciones más cercanas al platillo en cuestión.
Sin duda a Thyma le esperaba una jornada, no solo de disfrute sino también de estudio. Era una oportunidad increíble para ampliar conocimientos y hacer buenos contactos. Sin más demora, se puso manos a la obra. Local a local fue haciendo acopio de un gran numero y variedad de diferentes postres. En cada sitio pedía que le pusieran el nombre de la especialidad al envoltorio. Los comerciantes, acostumbrados a las excentricidades de los clientes, no dudaron en complacerla. No era mucho lo que pedía y su cara de ilusión emocionaba a todos los trabajadores, logrando que alguno, además del pedido le regalara algún surtido de gominolas o caramelos caseros. Thyma se sentía complacida y más feliz que en toda su vida, solo le faltaba poder compartir ese momento con su hermano, para que hubiese sido del todo perfecto. No podía creer la amabilidad de los comerciantes y la cantidad de artículos que había adquirido.
Finalmente y con dificultad, llegó hasta un merendero próximo a una fuente. Allí desplegó y colocó todos los productos. Thyma daba saltitos al ver el festín que le esperaba: Dulce de leche, tortitas, tarta de queso, de zanahoria, de fresa, buñuelos, tocino de cielo, merengue tostado, hojaldres y hasta leche frita. Sacó su cuaderno y comenzó a tomar nota de cada alimento que iba probando. Era imposible no verla o no escucharla, pues a cada bocado emitía infinidad de sonidos llegando incluso, a gritar.
Hayden Ashworth
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Iba a demostrarles lo buen cocinero que podía ser. Vale, ciertamente, el día que se conocieron fue en un concurso de cocina, pero las condiciones no fueron propicias para que supiesen cuales eran de verdad sus capacidades culinarias. Se quedó quieta un segundo. Sobre su cabeza descansaba Zhu, el pequeño cerdo negro con un pañuelo al cuello, mirando a todas partes con cara de enfado. ¿Por qué había tanto sitio dedicado al postre? Ichigo no era el tipo de cocinera que se centrase en postres, ciertamente, pues su plato estrella eran las gyozas de carne, aunque... Supuso que no pasaría nada por ampliar sus horizontes.
-¿Quiero de verdad cocinar... -dijo en voz alta, rascándose el mentón-... o ponerme como una cerda comiendo pasteles? -Zhu respondió a eso último con un gruñido-. Sin ofender.
Empezó a caminar, metiéndose en las pastelerías y gastando el dinero que le había dado Claude para emergencias. No tardó en terminar cargada y sin una moneda en el bolsillo, cosa que seguramente volvería a morderle. Llegó hasta una plaza con una fuente con varios merenderos a su alrededor. Todos estaban ocupados... excepto uno. Aunque era raro, aunque no hubiese nadie tenía cosas encima. Supuso que no pasaría nada por sentarse a un lado de ese merendero, total, había espacio. Colocó sus cosas y se sentó, frotándose las manos dispuesto a comer. Fue entonces cuando Zhu, olfateando el aire, saltó de su cabeza a la mesa, tirando un par de cosas al suelo al aterrizar. Ichigo las recogió.
-¿Qué estás haciendo?
El pequeño cerdo pegó la nariz a la mesa y empezó a olfatear sin parar, como si estuviera rastreando trufas, haciendo el un poco desagradable ruido que solían hacer los cerdos. Ichigo se levantó, con curiosidad en la mirada, clavando los ojos en Zhu para ver que era lo que había encontrado. Finalmente lo vio, descubriendo que en realidad el merendero no estaba desocupado. ¡Un mapache! ¡Y tenía ropita! Zhu se acercó peligrosamente a él... ¿o ella? buscando olerlo. Ichigo, con un rápido movimiento de mano, agarró al animal por detrás de la cabeza haciendo que soltase un gritito de asombro. Lo levantó y miró como colgaba y le devolvía la mirada con sus ojos siempre enfadados.
-Lo vas a asustar -se puso al cerdo en la cabeza de nuevo y miró al mapache-. Hola, pequeño. No quería robar nada de esto, es solo que no hay más sitio. ¿Lo estás protegiendo?
Tal vez el dueño del mapache siguiese todavía por ahí o se había marchado a hacer sus necesidades mientras su animal guardaba sus cosas.
-¿Quiero de verdad cocinar... -dijo en voz alta, rascándose el mentón-... o ponerme como una cerda comiendo pasteles? -Zhu respondió a eso último con un gruñido-. Sin ofender.
Empezó a caminar, metiéndose en las pastelerías y gastando el dinero que le había dado Claude para emergencias. No tardó en terminar cargada y sin una moneda en el bolsillo, cosa que seguramente volvería a morderle. Llegó hasta una plaza con una fuente con varios merenderos a su alrededor. Todos estaban ocupados... excepto uno. Aunque era raro, aunque no hubiese nadie tenía cosas encima. Supuso que no pasaría nada por sentarse a un lado de ese merendero, total, había espacio. Colocó sus cosas y se sentó, frotándose las manos dispuesto a comer. Fue entonces cuando Zhu, olfateando el aire, saltó de su cabeza a la mesa, tirando un par de cosas al suelo al aterrizar. Ichigo las recogió.
-¿Qué estás haciendo?
El pequeño cerdo pegó la nariz a la mesa y empezó a olfatear sin parar, como si estuviera rastreando trufas, haciendo el un poco desagradable ruido que solían hacer los cerdos. Ichigo se levantó, con curiosidad en la mirada, clavando los ojos en Zhu para ver que era lo que había encontrado. Finalmente lo vio, descubriendo que en realidad el merendero no estaba desocupado. ¡Un mapache! ¡Y tenía ropita! Zhu se acercó peligrosamente a él... ¿o ella? buscando olerlo. Ichigo, con un rápido movimiento de mano, agarró al animal por detrás de la cabeza haciendo que soltase un gritito de asombro. Lo levantó y miró como colgaba y le devolvía la mirada con sus ojos siempre enfadados.
-Lo vas a asustar -se puso al cerdo en la cabeza de nuevo y miró al mapache-. Hola, pequeño. No quería robar nada de esto, es solo que no hay más sitio. ¿Lo estás protegiendo?
Tal vez el dueño del mapache siguiese todavía por ahí o se había marchado a hacer sus necesidades mientras su animal guardaba sus cosas.
Thyma Bandle
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Thyma no fue consciente de que pronto tendría compañía. Estaba demasiado ocupada apuntando ingredientes y dibujando toscamente el aspecto final de los postres, en su cuaderno. Creía saber cómo elaborar la mayoría de ellos, el resto tendría que investigarlos entre sus libros. De repente, su concentración fue interrumpida por los gruñidos de un cerdito. El sonido estaba muy cerca, tan cerca que lo sentía encima. Alejó la mirada del papel para dar de bruces con el animal. Parecía más interesado en la pequeña que en los alimentos. -Yo no soy comida. ¿Eh?- Le dijo medio en broma, medio asustada. Entonces, sin quitarle la vista de encima, alcanzó una de sus manzanas de caramelo y se la entregó. -Sabe rico. Toma, para ti.- Sentenció. La persona que lo acompañaba, que no estaba del todo segura si era femenina o masculina, agarró al cerdito y lo colocó sobre su cabeza, mientras lo reprendía. Thyma abrió la boca sorprendida al ver el gesto y sintió alivio al ver alejarse al animalejo. -Mmmm aquí hay sitio para vosotros.- Le respondió con una sonrisa.
Thyma se puso en pie y comenzó a esparcir sus diferentes cajas y envoltorios por toda la mesa. -No estoy protegiendo nada, solo como y aprendo. Coged lo que queráis, ya casi tengo lo que necesito.- Dijo enseñándole su libretita, a sus nuevos mejores amigos. La Tontatta soñaba con ser la mejor cocinera del mundo, la mejor mocatriz y la mejor costurera, pero ahora era el mundo culinario el que la embriagaba. Era una meta muy difícil de conseguir para alguien como ella. Era demasiado social y confiada, nunca dudaba en compartir sus secretos y trucos más personales. Así era difícil destacar en un mundo tan competitivo. Aun así, Thyma era una soñadora nata y nada, ni nadie le frenarían en su búsqueda del éxito. -Me llamo Thyma Bandle, ¿y vosotros?- Les preguntó. Sin dejarles ni un segundo para responder continuó hablando. -Por si os lo preguntáis, no soy una rata, ni un mapache, ni mucho menos un osito. Soy una Tontatta.- Dijo realizando una reverencia al pronunciar el nombre de su raza. Acto seguido y habiendo dejado las cosas claras, comenzó a relatarles a toda velocidad su recorrido por las islas y su aventura paralela a la de su hermano. El problema era que llevaba demasiado tiempo en silencio y la visita esporádica le vino de perlas, para desfogar. Pese a hablar tan deprisa y con la voz tan aguda, se le entendía todo lo que decía, por desgracia para muchos, por fortuna para los más cotillas, pero soltaba tanta información de golpe, que resultaba imposible retenerlo todo. Además tenía un gran repertorio de gesticulaciones y muecas, que acompañaban sus relatos otorgándoles la máxima fantasía posible. Cuando terminó el relato, se detuvo un instante para tomar aire. -¿Cómo dijisteis que os llamabais?- Les preguntó algo avergonzada por "no recordarlo". Finalmente se sentó junto la caja de leche frita y comenzó a comer alegremente un trozo, dando margen a sus amigos a expresarse libremente... Al fin...
Thyma se puso en pie y comenzó a esparcir sus diferentes cajas y envoltorios por toda la mesa. -No estoy protegiendo nada, solo como y aprendo. Coged lo que queráis, ya casi tengo lo que necesito.- Dijo enseñándole su libretita, a sus nuevos mejores amigos. La Tontatta soñaba con ser la mejor cocinera del mundo, la mejor mocatriz y la mejor costurera, pero ahora era el mundo culinario el que la embriagaba. Era una meta muy difícil de conseguir para alguien como ella. Era demasiado social y confiada, nunca dudaba en compartir sus secretos y trucos más personales. Así era difícil destacar en un mundo tan competitivo. Aun así, Thyma era una soñadora nata y nada, ni nadie le frenarían en su búsqueda del éxito. -Me llamo Thyma Bandle, ¿y vosotros?- Les preguntó. Sin dejarles ni un segundo para responder continuó hablando. -Por si os lo preguntáis, no soy una rata, ni un mapache, ni mucho menos un osito. Soy una Tontatta.- Dijo realizando una reverencia al pronunciar el nombre de su raza. Acto seguido y habiendo dejado las cosas claras, comenzó a relatarles a toda velocidad su recorrido por las islas y su aventura paralela a la de su hermano. El problema era que llevaba demasiado tiempo en silencio y la visita esporádica le vino de perlas, para desfogar. Pese a hablar tan deprisa y con la voz tan aguda, se le entendía todo lo que decía, por desgracia para muchos, por fortuna para los más cotillas, pero soltaba tanta información de golpe, que resultaba imposible retenerlo todo. Además tenía un gran repertorio de gesticulaciones y muecas, que acompañaban sus relatos otorgándoles la máxima fantasía posible. Cuando terminó el relato, se detuvo un instante para tomar aire. -¿Cómo dijisteis que os llamabais?- Les preguntó algo avergonzada por "no recordarlo". Finalmente se sentó junto la caja de leche frita y comenzó a comer alegremente un trozo, dando margen a sus amigos a expresarse libremente... Al fin...
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