Morgoth
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Por suerte para mí, la estancia en la isla Banaro fue corta y por la mañana del día siguiente estábamos zarpando. En el barco me terminaron de atender la herida que me había provocado el marine aquel. No sabía que es lo que haría el agente enmascarado, pero no pareció que tuviese intención de matarlos.
El viaje por lo que me informaron duraría varios días. Durante aquellos días que duró el viaje, no hice mucha cosa, salvo dar paseos por la cubierta principal del barco y pasarme una vez por la mañana por la enfermería para que me curase la herida. La verdad era que estaba pensando y dado lo que tenía pensado hacer no podía arriesgarme a moverme sin un médico, lo que significaba que debía de encontrar a uno que o bien me quisiese seguir o por lo menos su sombra.
Durante la travesía, había descubierto que a los marineros no les hacía mucha gracia el ir a aquella isla y se les notaba preocupados. Como era costumbre en mí, empecé a hacer preguntas. Todos más o menos respondían lo mismo y es que era una isla complicada para vivir, aunque fuesen unos días, el motivo principal eran los animales que allí había. Eran extraños y todos extremadamente peligrosos; pero parecía que estos eran repelidos de poblaciones por unos árboles. Sin embargo, cuando decían aquello no se les veía muy convencidos.
El momento en el que llegamos a la isla yo me encontraba en la enfermería del barco y dado que no había habido jaleo, parecía ser que no había problemas, por lo menos no hasta que atracásemos. Por mi parte, tenía ganas de llegar a la isla y ver qué era lo que podía ofrecerme, había dejado atrás a Katua, y era necesario reemplazarlo además de conseguir alguna sombra más.
El pueblo al que llegamos parecía de nómadas, unas casas bastante rusticas y como me habían dicho la aldea rodeada de unos árboles no muy grandes, plantados a apenas un metro de distancia unos de otros. Mientras los miraba, pude ver que desprendían un olor de un color blanco que les rodeaba unos metros y parecía casi como niebla. Parecía quedarse bastante localizado.
Debía tomarme las cosas con calma y tener algo más de información antes de intentar hacer cualquier cosa, más aun teniendo aún la herida del hombro, que aunque estuviese casi completamente curada aún no estaba al cien por ciento.
El viaje por lo que me informaron duraría varios días. Durante aquellos días que duró el viaje, no hice mucha cosa, salvo dar paseos por la cubierta principal del barco y pasarme una vez por la mañana por la enfermería para que me curase la herida. La verdad era que estaba pensando y dado lo que tenía pensado hacer no podía arriesgarme a moverme sin un médico, lo que significaba que debía de encontrar a uno que o bien me quisiese seguir o por lo menos su sombra.
Durante la travesía, había descubierto que a los marineros no les hacía mucha gracia el ir a aquella isla y se les notaba preocupados. Como era costumbre en mí, empecé a hacer preguntas. Todos más o menos respondían lo mismo y es que era una isla complicada para vivir, aunque fuesen unos días, el motivo principal eran los animales que allí había. Eran extraños y todos extremadamente peligrosos; pero parecía que estos eran repelidos de poblaciones por unos árboles. Sin embargo, cuando decían aquello no se les veía muy convencidos.
El momento en el que llegamos a la isla yo me encontraba en la enfermería del barco y dado que no había habido jaleo, parecía ser que no había problemas, por lo menos no hasta que atracásemos. Por mi parte, tenía ganas de llegar a la isla y ver qué era lo que podía ofrecerme, había dejado atrás a Katua, y era necesario reemplazarlo además de conseguir alguna sombra más.
El pueblo al que llegamos parecía de nómadas, unas casas bastante rusticas y como me habían dicho la aldea rodeada de unos árboles no muy grandes, plantados a apenas un metro de distancia unos de otros. Mientras los miraba, pude ver que desprendían un olor de un color blanco que les rodeaba unos metros y parecía casi como niebla. Parecía quedarse bastante localizado.
Debía tomarme las cosas con calma y tener algo más de información antes de intentar hacer cualquier cosa, más aun teniendo aún la herida del hombro, que aunque estuviese casi completamente curada aún no estaba al cien por ciento.
Blaze Aswen
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Blaze aferró con fuerza la roca, empapado, y en un último impulso antes del agotamiento salió del agua, boqueando. Tenía los oídos embotados, las manos surcadas de pequeños cortes nuevos y las yemas de los dedos arrugadas. Toda su ropa estaba empapada, pero no tenía fuerzas para quitársela por el momento, y se tendió de cara al sol durante un rato, a duras penas consciente de sí mismo.
Merveille al parecer era un sitio peculiar. Peligroso, habría dicho él. Su población, según lo que le habían contado sus compañeros, vivía aislada en sus tierras altas rozando las nubes, como en picos de montaña voladores. Nadie había logrado subir nunca sin utilizar poderes de fruta del diablo o unas rarísimas máquinas voladoras que ni siquiera merecía la pena desarrollar hasta que muchos años atrás un pirata había usado métodos cuestionables para hacerlo. No obstante, durante un examen rutinario de las aguas alrededor de la isla caída el comandante pudo percatarse de un insignificante detalle, fácil de pasar por alto: Un ascensor bajo el agua. Era lógico no verlo, pues se ubicaba justo bajo el agua bajo un reguero de agua similar a una cascada. No había contrapeso, por lo que el mecanismo en tierra debía ser relativamente evidente y el cable, una gruesa cuerda de acero trenzado, apenas era un hilo invisible si uno no se acercaba lo bastante.
Cuando terminó de descansar se levantó pesadamente, buscando con la mirada la ruta del cable y dándose cuenta de que en la parte superior había una grúa. Nadie la vigilaba, por lo que tomó los controles para ayudar a subir al resto de su tropa y los recibió con toda la dignidad de la que pudo hacer gala pese a su maltrecho estado. Los soldados se plantaron frente a él, ignorando su aspecto y formaron con una sonrisa, saludando con una mano tras la espalda y el puño derecho sobre el corazón. Ninguno de ellos vestía uniforme propiamente dicho, apenas una camisa azul marino metida por dentro de unos pantalones de algodón gris perla y apenas un pequeño botón bajo el cuello que indicaba su rango. No quería que pareciesen legionarios, y dada la naturaleza de su escuadrón, los superiores hacían la vista gorda siempre que fuera de misión llevaran su ropa reglamentaria.
- ¡Eso ha sido increíble, señor! -dijo uno. A Blaze le habrían pegado un puñetazo en el estómago por hablar a un superior sin permiso. Él, sin embargo, sonrió parcamente.
- Según tengo entendido la log pose debe pasar cuarenta y ocho horas en este lugar -dijo en respuesta, finalmente-. Aprovechad el tiempo. Curiosead por las tiendas, a ver si hay tecnología interesante. Enteraos de rumores, si es posible, y de todo lo que pueda sernos útil. Yo voy a ver si encuentro una forma práctica de subir el barco. -Señaló las naves que había atracadas casi al borde del abismo-. De alguna manera deben haber subido.
Los soldados asintieron y Blaze los vio marchar. Tras eso caminó en dirección a una zona un tanto despoblada, opuesta a la pequeña ciudad que tenían a este. Necesitaba aún un rato para reponerse y, de hecho, un poco de intimidad para desnudarse y que la ropa pudiese secar bien.
Merveille al parecer era un sitio peculiar. Peligroso, habría dicho él. Su población, según lo que le habían contado sus compañeros, vivía aislada en sus tierras altas rozando las nubes, como en picos de montaña voladores. Nadie había logrado subir nunca sin utilizar poderes de fruta del diablo o unas rarísimas máquinas voladoras que ni siquiera merecía la pena desarrollar hasta que muchos años atrás un pirata había usado métodos cuestionables para hacerlo. No obstante, durante un examen rutinario de las aguas alrededor de la isla caída el comandante pudo percatarse de un insignificante detalle, fácil de pasar por alto: Un ascensor bajo el agua. Era lógico no verlo, pues se ubicaba justo bajo el agua bajo un reguero de agua similar a una cascada. No había contrapeso, por lo que el mecanismo en tierra debía ser relativamente evidente y el cable, una gruesa cuerda de acero trenzado, apenas era un hilo invisible si uno no se acercaba lo bastante.
Cuando terminó de descansar se levantó pesadamente, buscando con la mirada la ruta del cable y dándose cuenta de que en la parte superior había una grúa. Nadie la vigilaba, por lo que tomó los controles para ayudar a subir al resto de su tropa y los recibió con toda la dignidad de la que pudo hacer gala pese a su maltrecho estado. Los soldados se plantaron frente a él, ignorando su aspecto y formaron con una sonrisa, saludando con una mano tras la espalda y el puño derecho sobre el corazón. Ninguno de ellos vestía uniforme propiamente dicho, apenas una camisa azul marino metida por dentro de unos pantalones de algodón gris perla y apenas un pequeño botón bajo el cuello que indicaba su rango. No quería que pareciesen legionarios, y dada la naturaleza de su escuadrón, los superiores hacían la vista gorda siempre que fuera de misión llevaran su ropa reglamentaria.
- ¡Eso ha sido increíble, señor! -dijo uno. A Blaze le habrían pegado un puñetazo en el estómago por hablar a un superior sin permiso. Él, sin embargo, sonrió parcamente.
- Según tengo entendido la log pose debe pasar cuarenta y ocho horas en este lugar -dijo en respuesta, finalmente-. Aprovechad el tiempo. Curiosead por las tiendas, a ver si hay tecnología interesante. Enteraos de rumores, si es posible, y de todo lo que pueda sernos útil. Yo voy a ver si encuentro una forma práctica de subir el barco. -Señaló las naves que había atracadas casi al borde del abismo-. De alguna manera deben haber subido.
Los soldados asintieron y Blaze los vio marchar. Tras eso caminó en dirección a una zona un tanto despoblada, opuesta a la pequeña ciudad que tenían a este. Necesitaba aún un rato para reponerse y, de hecho, un poco de intimidad para desnudarse y que la ropa pudiese secar bien.
Morgoth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Di un par de vueltas por el pueblo para reconocer que era lo que había en el lugar, pude ver que más o menos era lo habitual, un pequeño bar o taberna con poca gente dentro y que parecía tener también una zona para pasar la noche, varias tiendas de alimentación, una carpintería y un par de boticarios, que vistos desde fuera, parecía que eran más remedios naturales que la consulta de un gran médico.
Tuve la oportunidad de preguntar a un par de pueblerinos a que se dedicaban principalmente allí, la respuesta fue bastante esperada para mí, tenían unas pequeñas tierras cercanas a los árboles que rodeaban la aldea y que no eran atacadas por animales para tener una pequeña zona de agricultura.
-¿Qué no las atacan animales? ¿Qué quiere decir?
-Cierto. Que es usted de fuera. Verá, estos archipiélagos están habitados por criaturas extremadamente peligrosas, todas y cada una de ellas son depredadoras entre ellas y es raro que convivan. Para una persona como nosotros es imposible vagar por la isla y de hecho nadie lo hace.
-Ya veo, ¿Y por qué no atacan los pueblos?
-Los árboles que rodean las aldeas desprenden un olor muy fuerte para los animales y los mantiene alejados de ellos, lo cual es una suerte para nosotros para vivir.
La mujer con la que hablaba me hizo un pequeño recorrido por el pueblo explicándome que podía comprar en aquel archipiélago y como se movían ellos entre las islas, aunque el moverse de su pueblo era algo muy extraño dado que había animales que volaban. Parecía que podían volar con unas pequeñas alas que tenían pegadas bajo el brazo. También me comentó que últimamente había llegado mucha gente al archipiélago, no le parecía mal dado que recuperaban la economía de este y además podían conseguir cosas que en las isla no había. Sin embargo, también se había enterado que una de las islas había caído al océano y no se sabía por qué.
De pronto una mujer apareció en la calle corriendo y gritando algo. Parecía un nombre. La mujer con la que estaba corrió hacia ella y me acerqué un poco a las mujeres. La mujer que había aparecido en escena se le notaba agitada y con los ojos en lágrimas. Esperé y escuché.
Parecía ser que su hija había desaparecido y no la encontraba por ninguna parte, la señora creía que había salido del recinto porque les había escuchado hablar de una planta de la que quedaban pocos ejemplares en el boticario y era necesaria para algunas cosas.
Tuve la oportunidad de preguntar a un par de pueblerinos a que se dedicaban principalmente allí, la respuesta fue bastante esperada para mí, tenían unas pequeñas tierras cercanas a los árboles que rodeaban la aldea y que no eran atacadas por animales para tener una pequeña zona de agricultura.
-¿Qué no las atacan animales? ¿Qué quiere decir?
-Cierto. Que es usted de fuera. Verá, estos archipiélagos están habitados por criaturas extremadamente peligrosas, todas y cada una de ellas son depredadoras entre ellas y es raro que convivan. Para una persona como nosotros es imposible vagar por la isla y de hecho nadie lo hace.
-Ya veo, ¿Y por qué no atacan los pueblos?
-Los árboles que rodean las aldeas desprenden un olor muy fuerte para los animales y los mantiene alejados de ellos, lo cual es una suerte para nosotros para vivir.
La mujer con la que hablaba me hizo un pequeño recorrido por el pueblo explicándome que podía comprar en aquel archipiélago y como se movían ellos entre las islas, aunque el moverse de su pueblo era algo muy extraño dado que había animales que volaban. Parecía que podían volar con unas pequeñas alas que tenían pegadas bajo el brazo. También me comentó que últimamente había llegado mucha gente al archipiélago, no le parecía mal dado que recuperaban la economía de este y además podían conseguir cosas que en las isla no había. Sin embargo, también se había enterado que una de las islas había caído al océano y no se sabía por qué.
De pronto una mujer apareció en la calle corriendo y gritando algo. Parecía un nombre. La mujer con la que estaba corrió hacia ella y me acerqué un poco a las mujeres. La mujer que había aparecido en escena se le notaba agitada y con los ojos en lágrimas. Esperé y escuché.
Parecía ser que su hija había desaparecido y no la encontraba por ninguna parte, la señora creía que había salido del recinto porque les había escuchado hablar de una planta de la que quedaban pocos ejemplares en el boticario y era necesaria para algunas cosas.
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