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- ¡El siguiente! -tronó Zion sin apartarse de la baranda.
Estabas agotada. O casi. Vestías una sonrisa maníaca y un sinfín de moretones por todo el cuerpo. Los brazos te temblaban hasta el punto de apenas ser capaz de sostener la espada, mientras las piernas se debatían entre mantenerse erguidas o doblarse contra el suelo. Los dientes apretados y el ceño fruncido completaban tu rostro endemoniado, que miraba hacia el suelo ensombrecido. Solo quedaban quince más. Solo quince.
El siguiente era Murray. Era bastante más hábil que los demás con la daga, ágil como una serpiente; certero. Si no llevaseis armas de madera ya te habría apuñalado unas doce veces en el último mes. El hombre, larguirucho y de cabello encanecido, observaba con total indiferencia a los veintipico grumetes magullados que dejaba detrás, consciente de que quizá él podría ser uno de ellos si tú no estuvieses tan cansada. Él solía ser de los primeros, y aun así siempre acababa siendo un problema. En aquel momento dudabas de siquiera ser capaz de rozarlo. Aun así, te pusiste en guardia.
- Zion, ¿estás seguro? -preguntó Murray, poco convencido, apagando un cigarro con la suela de su zapato-. La chiquilla está exhausta.
- La chiquilla es tu capitana -fue la respuesta, seguida de una sonora carcajada-. Deberías respetarla como tal. Y eso incluye, en esta situación, apalearla si es preciso.
El dolor era casi incapacitante. Te habían roto siete veces el húmero y un par la tibia. Bueno, lo habrían hecho de no ser porque eran oscuridad; absorbían el impacto completo, aliviando la carga a tus delicados huesos de cristal pero magnificando el dolor hasta un punto que no habías experimentado ni siquiera durante el asalto a Wanderwine, en Hallstat hacía ya cuatro años. O quizá sí.
Tragaste saliva con dificultad. Diste un paso adelante y Murray salió de tu vista casi al instante. Era rápido y escurridizo, como una víbora entre los arbustos. Lo captaste por el rabillo del ojo buscando tu espalda e ignoraste el dolor para rodar con la hoja apuntando a él, levantándote casi de inmediato mientras maldecías en voz baja. Desde que se había unido a la tripulación había insistido no pocas veces en que tu forma de pelear era, cuanto menos, rudimentaria. Te apoyabas mucho en tu poder, y aunque lo sabías, nunca habías tenido la oportunidad de aprender seriamente. Algo que Zion, por supuesto, pensaba remediar.
Suspiraste, concentrada, y clavaste los ojos en él. Luego los cerraste, pero él seguía ahí. Se movió, pero parecía ir más despacio. Todo iba más despacio. Te pusiste en guardia, apuntando con la espada hacia donde iba a estar Murray, y cuando estaba a apenas un par de metros...
- ¡Tierra a la vista!
Tiraste la espada al suelo, derrumbándote detrás de ella. Te mantuviste erguida, más o menos, pero la cabeza no tardó en darte vueltas.
- Te dije que te estabas pasando -oíste mencionar a Murray, con voz cansada. En ese momento, sentiste unas manos que te recogían-. Es solo una cría, no puedes...
- Esa cría es tu capitana -repitió-. Algún día lucharéis juntos y tendrá que saber cómo peleas. Y otro día, tal vez, tendrá que defenderte de alguien más fuerte que tú.
Dejaste de escuchar poco después, y todo se volvió negro.
Despertaste unas horas después. Lo primero que viste fue a dos de las tripulantes, dos chiquillas que apenas superarían la quincena pero llevaban su vida entera a bordo. Preocupadas aunque optimistas, sonrieron ligeramente al verte abrir los ojos. En ese momento te dio algo de vergüenza no ser capaz de recordar sus nombres.
- ¿Hemos llegado ya? -preguntaste, levantándote con dificultad.
- ¡No deberías hacer esfuerzos! -protestó una de ellas mientras la otra se acercaba para evitar que te cayeses-. Te has llevado una paliza de aúpa.
- ¿Hemos llegado ya? -insististe.
- Hace un par de horas. Zion insistió en que...
- Hizo bien -concediste-. Pero hemos venido a trabajar.
Más tiempo del que te habría gustado después, caminabas por los muelles de Big Horn camino a la primera taberna que encontrases mientras un caballo negro y humeante trotaba inocentemente a tu alrededor.
Estabas agotada. O casi. Vestías una sonrisa maníaca y un sinfín de moretones por todo el cuerpo. Los brazos te temblaban hasta el punto de apenas ser capaz de sostener la espada, mientras las piernas se debatían entre mantenerse erguidas o doblarse contra el suelo. Los dientes apretados y el ceño fruncido completaban tu rostro endemoniado, que miraba hacia el suelo ensombrecido. Solo quedaban quince más. Solo quince.
El siguiente era Murray. Era bastante más hábil que los demás con la daga, ágil como una serpiente; certero. Si no llevaseis armas de madera ya te habría apuñalado unas doce veces en el último mes. El hombre, larguirucho y de cabello encanecido, observaba con total indiferencia a los veintipico grumetes magullados que dejaba detrás, consciente de que quizá él podría ser uno de ellos si tú no estuvieses tan cansada. Él solía ser de los primeros, y aun así siempre acababa siendo un problema. En aquel momento dudabas de siquiera ser capaz de rozarlo. Aun así, te pusiste en guardia.
- Zion, ¿estás seguro? -preguntó Murray, poco convencido, apagando un cigarro con la suela de su zapato-. La chiquilla está exhausta.
- La chiquilla es tu capitana -fue la respuesta, seguida de una sonora carcajada-. Deberías respetarla como tal. Y eso incluye, en esta situación, apalearla si es preciso.
El dolor era casi incapacitante. Te habían roto siete veces el húmero y un par la tibia. Bueno, lo habrían hecho de no ser porque eran oscuridad; absorbían el impacto completo, aliviando la carga a tus delicados huesos de cristal pero magnificando el dolor hasta un punto que no habías experimentado ni siquiera durante el asalto a Wanderwine, en Hallstat hacía ya cuatro años. O quizá sí.
Tragaste saliva con dificultad. Diste un paso adelante y Murray salió de tu vista casi al instante. Era rápido y escurridizo, como una víbora entre los arbustos. Lo captaste por el rabillo del ojo buscando tu espalda e ignoraste el dolor para rodar con la hoja apuntando a él, levantándote casi de inmediato mientras maldecías en voz baja. Desde que se había unido a la tripulación había insistido no pocas veces en que tu forma de pelear era, cuanto menos, rudimentaria. Te apoyabas mucho en tu poder, y aunque lo sabías, nunca habías tenido la oportunidad de aprender seriamente. Algo que Zion, por supuesto, pensaba remediar.
Suspiraste, concentrada, y clavaste los ojos en él. Luego los cerraste, pero él seguía ahí. Se movió, pero parecía ir más despacio. Todo iba más despacio. Te pusiste en guardia, apuntando con la espada hacia donde iba a estar Murray, y cuando estaba a apenas un par de metros...
- ¡Tierra a la vista!
Tiraste la espada al suelo, derrumbándote detrás de ella. Te mantuviste erguida, más o menos, pero la cabeza no tardó en darte vueltas.
- Te dije que te estabas pasando -oíste mencionar a Murray, con voz cansada. En ese momento, sentiste unas manos que te recogían-. Es solo una cría, no puedes...
- Esa cría es tu capitana -repitió-. Algún día lucharéis juntos y tendrá que saber cómo peleas. Y otro día, tal vez, tendrá que defenderte de alguien más fuerte que tú.
Dejaste de escuchar poco después, y todo se volvió negro.
Despertaste unas horas después. Lo primero que viste fue a dos de las tripulantes, dos chiquillas que apenas superarían la quincena pero llevaban su vida entera a bordo. Preocupadas aunque optimistas, sonrieron ligeramente al verte abrir los ojos. En ese momento te dio algo de vergüenza no ser capaz de recordar sus nombres.
- ¿Hemos llegado ya? -preguntaste, levantándote con dificultad.
- ¡No deberías hacer esfuerzos! -protestó una de ellas mientras la otra se acercaba para evitar que te cayeses-. Te has llevado una paliza de aúpa.
- ¿Hemos llegado ya? -insististe.
- Hace un par de horas. Zion insistió en que...
- Hizo bien -concediste-. Pero hemos venido a trabajar.
Más tiempo del que te habría gustado después, caminabas por los muelles de Big Horn camino a la primera taberna que encontrases mientras un caballo negro y humeante trotaba inocentemente a tu alrededor.
- La ropica:
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El Sol comenzaba a ocultarse en la cima de la montaña, el cielo empezó a pintarse de una bella coloración naranja, parecía recién pintado con acuarelas. El frío de aquel puerto, si es que se podía decir puerto a ese trozo de tierra helada, calaba hasta los huesos, no tenía ropa extra además de mi ostentosa capa. -Bah, es cierto que no soy amante de los climas de verano, pero esto es una exageración- dije en voz alta tras poner el primer pie en aquella isla. Mi objetivo era muy claro, conseguir una chamarra que me ayudara con ese frío descomunal y después encontrar un lugar para pasar la noche, dormir al aire libre en esa situación sería un perfecto suicidio.
Caminar por la nieve era, de hecho, algo bastante incómodo, mis pies resentían tener que estar cubiertos por varios centímetros de aquella masa helada. Atrás, en el puerto, había visto una señalización "longhorn 6km", por lo que había pensado en dirigirme a aquel asentamiento, no debía ser una caminata muy larga. Pasados no más de veinte minutos, pequeños copos de nieve comenzaron a caer, poco a poco esos copos se hacían más grandes y caían mucho más rápido, había quedado atrapado en una tormenta de nieve. El frío era muchísimo más intenso, mis brazos comenzaron a sentirse pesados y para rematar con broche de oro, la visibilidad era prácticamente nula, estaba caminando a ciegas. Tomé un chocolate pensando que podría ayudar, pero cuando traté de morderlo parecía más una piedra que había recogido a mitad del camino, así que decidí chuparlo para al menos calentar un poco mi boca.
Mientras caminaba sin mucho rumbo pude ver una silueta grande que se movía a lo lejos, ¿un oso, un señor regordete, quizás un reno? Por la densa cantidad de nieve mis ojos no podían distinguir el aspecto de aquella figura misteriosa.
-¡Hey, por acá, estoy en un ligero apuro!- grité, pero sin contestación alguna. Sin embargo, la silueta comenzó a moverse de manera extraña, parecía que se dirigía hacía mi dirección. ¿Era un amigo o enemigo,? Quizás era más bien una bestia del bosque. Con los brazos entumecidos y la noche a escasos minutos de caer, desenvainé una espada y adopté mi postura de defensa
-¡Creo que me gustaría que respondieras antes de acercarte más!
Rezaba porque no tuviera que entrar en acción, debido al frío comenzaba a sentir torpes mis extremidades y lo más probable es que no pudiese rendir de manera óptima en un combate.
Caminar por la nieve era, de hecho, algo bastante incómodo, mis pies resentían tener que estar cubiertos por varios centímetros de aquella masa helada. Atrás, en el puerto, había visto una señalización "longhorn 6km", por lo que había pensado en dirigirme a aquel asentamiento, no debía ser una caminata muy larga. Pasados no más de veinte minutos, pequeños copos de nieve comenzaron a caer, poco a poco esos copos se hacían más grandes y caían mucho más rápido, había quedado atrapado en una tormenta de nieve. El frío era muchísimo más intenso, mis brazos comenzaron a sentirse pesados y para rematar con broche de oro, la visibilidad era prácticamente nula, estaba caminando a ciegas. Tomé un chocolate pensando que podría ayudar, pero cuando traté de morderlo parecía más una piedra que había recogido a mitad del camino, así que decidí chuparlo para al menos calentar un poco mi boca.
Mientras caminaba sin mucho rumbo pude ver una silueta grande que se movía a lo lejos, ¿un oso, un señor regordete, quizás un reno? Por la densa cantidad de nieve mis ojos no podían distinguir el aspecto de aquella figura misteriosa.
-¡Hey, por acá, estoy en un ligero apuro!- grité, pero sin contestación alguna. Sin embargo, la silueta comenzó a moverse de manera extraña, parecía que se dirigía hacía mi dirección. ¿Era un amigo o enemigo,? Quizás era más bien una bestia del bosque. Con los brazos entumecidos y la noche a escasos minutos de caer, desenvainé una espada y adopté mi postura de defensa
-¡Creo que me gustaría que respondieras antes de acercarte más!
Rezaba porque no tuviera que entrar en acción, debido al frío comenzaba a sentir torpes mis extremidades y lo más probable es que no pudiese rendir de manera óptima en un combate.
Hasta que sentiste el sol bajar entre las montañas no te percataste de lo tarde que era. Por cómo te lo habían dicho contabas con haber dormido un par de horas, no cinco o seis, pero asumiste que el cansancio había podido contigo. Había sido una travesía larga, marcada por el entrenamiento diario en la que, tras cada caída, la práctica terminaba y comenzaba una lección -bastante aburrida, cabe decir- acerca de teoría anatómica e indicaciones sobre cómo debías moverte teniendo en cuenta tu tamaño y condición. Al contrario que otras personas de tu talla no eras muy rápida -o no podías serlo, más bien-, pero tenías buenos reflejos y eras lo bastante ágil como para mantener las distancias, aunque no siempre lo hacías. Era esa actitud, quizá, la que te había llevado a coleccionar tantos moretones durante el viaje.
El camino estaba helado. La madera era resbaladiza, pero avanzabas con seguridad sin sacar las manos de los bolsillos, recogido el mentón contra la bufanda mientras Ceniza trotaba alegremente. Él siempre estaba a gusto en el exterior, y aun si intentabas ponerle una manta encima tendía a negarse. Cuando pasaba demasiado frío se acomodaba en tu espalda de nuevo y se echaba a dormir sin preocupaciones. Sin embargo aquella no era una de esas veces; quebraba las finas capas de hielo bajo su peso y relinchaba orgulloso al hacerlo, hasta que no supiste muy bien por qué su crin de humo se erizó. Resopló antes de girarse hacia un lado, tenso, tratando de aparentar más grande de lo que ya era.
- Ceniza, tran...
La voz de alguien te interrumpió. El caballo era reactivo con desconocidos, muy protector cuando estaba cerca de ti y se volvía más agresivo cuanto más cansada estabas. Aun así pusiste la mano sobre su grupa, entrelazando tu oscuridad con la suya para calmarlo. Era una sensación extraña, pero también una conexión más allá de lo que experimentabas con cualquier otro animal. Como si por un momento estuvieseis conectados, y eso bastaba para que se sintiera más aliviado. Tú, sin embargo, empezaste a preocuparte un poco.
Podías ver su silueta; sumado a su voz, tenías claro que se trataba de un muchacho, un jovencito. Por el sonido del metal desenvainándose, intuiste que era un tanto inseguro. Quizá peligroso. Para Ceniza lo parecía hasta el punto de que debiste frenarlo antes de que rampara frente a él.
- ¿Te importaría bajar el arma? -preguntaste con cierta urgencia-. Alguien podría hacerse daño.
Lo dijiste de la manera más relajada que pudiste, aunque tu voz sonó agotada, terminando en un hilo de voz que no tenías claro hubiese llegado hasta él.
El camino estaba helado. La madera era resbaladiza, pero avanzabas con seguridad sin sacar las manos de los bolsillos, recogido el mentón contra la bufanda mientras Ceniza trotaba alegremente. Él siempre estaba a gusto en el exterior, y aun si intentabas ponerle una manta encima tendía a negarse. Cuando pasaba demasiado frío se acomodaba en tu espalda de nuevo y se echaba a dormir sin preocupaciones. Sin embargo aquella no era una de esas veces; quebraba las finas capas de hielo bajo su peso y relinchaba orgulloso al hacerlo, hasta que no supiste muy bien por qué su crin de humo se erizó. Resopló antes de girarse hacia un lado, tenso, tratando de aparentar más grande de lo que ya era.
- Ceniza, tran...
La voz de alguien te interrumpió. El caballo era reactivo con desconocidos, muy protector cuando estaba cerca de ti y se volvía más agresivo cuanto más cansada estabas. Aun así pusiste la mano sobre su grupa, entrelazando tu oscuridad con la suya para calmarlo. Era una sensación extraña, pero también una conexión más allá de lo que experimentabas con cualquier otro animal. Como si por un momento estuvieseis conectados, y eso bastaba para que se sintiera más aliviado. Tú, sin embargo, empezaste a preocuparte un poco.
Podías ver su silueta; sumado a su voz, tenías claro que se trataba de un muchacho, un jovencito. Por el sonido del metal desenvainándose, intuiste que era un tanto inseguro. Quizá peligroso. Para Ceniza lo parecía hasta el punto de que debiste frenarlo antes de que rampara frente a él.
- ¿Te importaría bajar el arma? -preguntaste con cierta urgencia-. Alguien podría hacerse daño.
Lo dijiste de la manera más relajada que pudiste, aunque tu voz sonó agotada, terminando en un hilo de voz que no tenías claro hubiese llegado hasta él.
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Entre la densa nieve alcancé a escuchar una dulce voz proveniente del otro lado. -¿Te importaría bajar el arma?- dijo esa dulce voz. Una, ¿niña? No, no era una niña ya aunque tenía la estatura de una, por su cabello dorado cubierto de nieve y esos ojos color esmeralda parecía que un mismísimo ángel había descendido hasta aquella isla invernal para mostrarme el camino al reino de los cielos.
-Eres... ¿eres real?- le dije un poco nervioso por la apariencia de la chica. -Claro que eres real, lo siento.- agregué
Guardé mis espadas en sus fundas y por unos segundos olvidé que estaba a punto de morir congelado, la aparición de esa extraña muchacha era algo raro, verdaderamente me costaba mucho convencerme que no era un ángel de la nieve. Tomé uno de mis dulces que se encontraban en la bolsa de mi playera, el último chocolate de leche que me quedaba, le extendí la mano pensando que podría estar pasando frío... ¿frío? Claro el clima me estaba congelando partes del cuerpo que no sabía que podían ser congeladas, comencé a temblar de nuevo.
-Lo cierto es que con esta tormenta perdí mi camino al pueblo, ¿sabrás tú dónde se encuentra?- sonreí. -Podemos acompañarnos si quieres, este bosque luce algo peligroso para que lo estemos recorriendo solos- agregué con la voz algo quebrada por el frío, pero manteniendo la dulce sonrisa.
¿No era raro que una chica que lucía tan frágil como ella estuviese deambulando por una tormenta nieve como si nada? Algo no estaba del todo bien, se sentía como gato encerrado. Volteé a ver de nuevo a la chica, bah no importaba era un chica muy guapa no podía pasar nada malo.
-Por cierto, mi nombre es Prometio.
-Eres... ¿eres real?- le dije un poco nervioso por la apariencia de la chica. -Claro que eres real, lo siento.- agregué
Guardé mis espadas en sus fundas y por unos segundos olvidé que estaba a punto de morir congelado, la aparición de esa extraña muchacha era algo raro, verdaderamente me costaba mucho convencerme que no era un ángel de la nieve. Tomé uno de mis dulces que se encontraban en la bolsa de mi playera, el último chocolate de leche que me quedaba, le extendí la mano pensando que podría estar pasando frío... ¿frío? Claro el clima me estaba congelando partes del cuerpo que no sabía que podían ser congeladas, comencé a temblar de nuevo.
-Lo cierto es que con esta tormenta perdí mi camino al pueblo, ¿sabrás tú dónde se encuentra?- sonreí. -Podemos acompañarnos si quieres, este bosque luce algo peligroso para que lo estemos recorriendo solos- agregué con la voz algo quebrada por el frío, pero manteniendo la dulce sonrisa.
¿No era raro que una chica que lucía tan frágil como ella estuviese deambulando por una tormenta nieve como si nada? Algo no estaba del todo bien, se sentía como gato encerrado. Volteé a ver de nuevo a la chica, bah no importaba era un chica muy guapa no podía pasar nada malo.
-Por cierto, mi nombre es Prometio.
Si el frío no hubiese enrojecido ya tus mejillas seguramente aquel comentario las hubiese ruborizado. Sabías que eras atractiva -muy atractiva- pero hasta el momento nadie había llegado a dudar de que fueses real a causa de eso. Ni, en general, nadie había puesto en duda tu existencia. Al menos, que recordases. En cierto modo era halagador, pero por el otro resultaba un poco siniestro o, más bien, preocupante. ¿Estaba aquel muchacho delirando por el frío o solo tenía la lengua algo suelta? Seguramente e trataba de lo segundo, pero no podías evitar pensar que, teniendo en cuenta lo poco preparado que parecía para pasear por una isla invernal, que se le estuviese helando el cerebro no era del todo descabellado.
- Espero serlo -dijiste con una risita- o este encuentro sería un tanto incómodo.
Negaste con la cabeza, rechazando el ofrecimiento. Desde lo de Lewis no habías vuelto a aceptar comida de desconocidos. Nunca podías estar del todo segura de que no fuese a ser alguna clase de trampa. Sin embargo, por lo demás, no parecía un mal muchacho. Se había perdido. Normal, en realidad. Las nevadas eran más que habituales en Sakura, y el tiempo no daba nunca tregua. Habías estado en otras islas invernales, pero esta era de las más duras. Las ventiscas abundaban, levantando la nieve, y al alba y al anochecer las brumas se apoderaban de la costa impidiendo que cualquier camino que no estuviese perfectamente señalizado. En el caso de Big Horn, sin embargo... recordabas de otras ocasiones que las indicaciones eran claras, pero demostraban ser insuficientes en un día como ese. Si no fuese porque ya habías estado allí alguna vez seguramente la situación resultase bastante más crítica, pero aun sabiendo más o menos hacia dónde tenías que dirigirte que el muchacho fuese tan ligero de ropa complicaba las cosas.
- Big Horn está un poco más al norte, casi siguiendo la costa tras un pequeño valle entre montículos -explicaste-. El sol se está poniendo, por lo que la ciudad debería estar... -Fuiste apuntando con el dedo, tratando de recordar el camino exacto, aunque era difícil entre tanta nieve-. ¡Por ahí!
Había algunas pistas que te lo indicaban, como el desnivel de la nieve y restos casi amortiguados de algunas pisadas, aunque necesitabas fijarte muy bien y solo de cerca lograbas hallar alguna que otra pista, si bien en última instancia sabías que mantenerte cerca del mar te ayudaría a llegar bastante cerca.
- Yo soy Alice. Encantada.
El camino fue largo y más lento de lo que te habría gustado, pero no resultó demasiado arduo. La nieve seguía cayendo, algo más violentamente, pero a cambio la bruma había desaparecido y en la oscuridad unas columnas de humo blanco aclaraban levemente el cielo. Poco a poco comenzaste también a ver pequeñas motas e luz a la altura de tus ojos: Ventanas. Casas y tabernas; tenías ganas de descansar en una cama en tierra firme, de comer algo que no estuviese en salazón y, más aún, algo cortado.
- Parece que hemos llegado -dijiste, animada.
- Espero serlo -dijiste con una risita- o este encuentro sería un tanto incómodo.
Negaste con la cabeza, rechazando el ofrecimiento. Desde lo de Lewis no habías vuelto a aceptar comida de desconocidos. Nunca podías estar del todo segura de que no fuese a ser alguna clase de trampa. Sin embargo, por lo demás, no parecía un mal muchacho. Se había perdido. Normal, en realidad. Las nevadas eran más que habituales en Sakura, y el tiempo no daba nunca tregua. Habías estado en otras islas invernales, pero esta era de las más duras. Las ventiscas abundaban, levantando la nieve, y al alba y al anochecer las brumas se apoderaban de la costa impidiendo que cualquier camino que no estuviese perfectamente señalizado. En el caso de Big Horn, sin embargo... recordabas de otras ocasiones que las indicaciones eran claras, pero demostraban ser insuficientes en un día como ese. Si no fuese porque ya habías estado allí alguna vez seguramente la situación resultase bastante más crítica, pero aun sabiendo más o menos hacia dónde tenías que dirigirte que el muchacho fuese tan ligero de ropa complicaba las cosas.
- Big Horn está un poco más al norte, casi siguiendo la costa tras un pequeño valle entre montículos -explicaste-. El sol se está poniendo, por lo que la ciudad debería estar... -Fuiste apuntando con el dedo, tratando de recordar el camino exacto, aunque era difícil entre tanta nieve-. ¡Por ahí!
Había algunas pistas que te lo indicaban, como el desnivel de la nieve y restos casi amortiguados de algunas pisadas, aunque necesitabas fijarte muy bien y solo de cerca lograbas hallar alguna que otra pista, si bien en última instancia sabías que mantenerte cerca del mar te ayudaría a llegar bastante cerca.
- Yo soy Alice. Encantada.
El camino fue largo y más lento de lo que te habría gustado, pero no resultó demasiado arduo. La nieve seguía cayendo, algo más violentamente, pero a cambio la bruma había desaparecido y en la oscuridad unas columnas de humo blanco aclaraban levemente el cielo. Poco a poco comenzaste también a ver pequeñas motas e luz a la altura de tus ojos: Ventanas. Casas y tabernas; tenías ganas de descansar en una cama en tierra firme, de comer algo que no estuviese en salazón y, más aún, algo cortado.
- Parece que hemos llegado -dijiste, animada.
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La dulce chica rechazó amablemente el chocolate que le había extendido, quizás no era una persona de dulces, tendríamos un problema entonces. Aunque rechazó mi dulce, ella confirmó con una risa que su existencia era real e incluso compartió su nombre conmigo Alice, menos mal que no había perdido la cordura por el gélido clima. Aquella chica de pelirrubia caminaba con mucha agilidad y destreza entre tantos centímetros de nieve, aunque lucía como una muñeca de porcelana a punto de quebrarse, sin duda alguna estaba mucho más preparada que yo. Había algo especial en ella.
-Lo siento, no suelo ser tan torpe -dije mientras me abrazaba a mí mismo por el frío de la tormenta -sólo que esta tormenta de nieve me tomó por sorpresa.
El camino, aunque algo lento y pesado, transcurrió sin ningún inconveniente mayor, claro que estuve probablemente a unos minutos más de padecer hipotermia y seguramente pescaría un resfriado, pero esos eran incidentes menores. Alice me dijo que habíamos llegado a nuestro destino. Entre columnas de humo saliendo por las chimeneas, se encontraba ese pintoresco pueblo, las casas eran pequeñas de ladrillo rojo cubierto por todos los copos de nieve que habían caído, en las calles no pasaba ni siquiera un fantasma, pero todas las ventanas reflejaban una luz cálida, todos los pobladores debían estar resguardados por la tormenta. Un chocolate caliente y una chamarra no me caerían nada mal, probablemente debía dirigirme a la taberna.
-Bueno, Alice- dije aún temblando de frío -mi prioridad es comprar una bella chamarra para no volver a pasar por estas vergüenzas. ¿Te apetece ir a la taberna conmigo?- agregué mientras le daba un pequeño jalón a sus ropas.
Aunque la mitad estaba cubierto por nieve, podía verse aún el señalamiento de la taberna local. Entré a la taberna esperando que Alice hubiese aceptado mi invitación, al final del día ella parecía conocer mejor la isla que yo y, evidentemente, era una chica muy bien parecida que prefería tener a mi lado. La taberna se encontraba casi vacía, las dos únicas almas que habitaban ese recinto de luces tenues y muebles de madera viejos, eran el despachador, un hombre de barba enorme con cara de pocos amigos y el que parecía el borracho del pueblo dormido sobre una de las mesas.
-Deben ser viajeros si están aquí a mitad de la tormenta- dijo mientras lavaba un tarro - y tú, pelirrojo, ¡¿no te has congelado con esa ropa?!- agregó sorprendido.
-Quisiera una bebida bien caliente y... -dije mientras me acercaba a la chimenea para entrar en calor -si tiene un abrigo extra estoy dispuesto a pagar lo que sea por ese.
-Lo siento, no suelo ser tan torpe -dije mientras me abrazaba a mí mismo por el frío de la tormenta -sólo que esta tormenta de nieve me tomó por sorpresa.
El camino, aunque algo lento y pesado, transcurrió sin ningún inconveniente mayor, claro que estuve probablemente a unos minutos más de padecer hipotermia y seguramente pescaría un resfriado, pero esos eran incidentes menores. Alice me dijo que habíamos llegado a nuestro destino. Entre columnas de humo saliendo por las chimeneas, se encontraba ese pintoresco pueblo, las casas eran pequeñas de ladrillo rojo cubierto por todos los copos de nieve que habían caído, en las calles no pasaba ni siquiera un fantasma, pero todas las ventanas reflejaban una luz cálida, todos los pobladores debían estar resguardados por la tormenta. Un chocolate caliente y una chamarra no me caerían nada mal, probablemente debía dirigirme a la taberna.
-Bueno, Alice- dije aún temblando de frío -mi prioridad es comprar una bella chamarra para no volver a pasar por estas vergüenzas. ¿Te apetece ir a la taberna conmigo?- agregué mientras le daba un pequeño jalón a sus ropas.
Aunque la mitad estaba cubierto por nieve, podía verse aún el señalamiento de la taberna local. Entré a la taberna esperando que Alice hubiese aceptado mi invitación, al final del día ella parecía conocer mejor la isla que yo y, evidentemente, era una chica muy bien parecida que prefería tener a mi lado. La taberna se encontraba casi vacía, las dos únicas almas que habitaban ese recinto de luces tenues y muebles de madera viejos, eran el despachador, un hombre de barba enorme con cara de pocos amigos y el que parecía el borracho del pueblo dormido sobre una de las mesas.
-Deben ser viajeros si están aquí a mitad de la tormenta- dijo mientras lavaba un tarro - y tú, pelirrojo, ¡¿no te has congelado con esa ropa?!- agregó sorprendido.
-Quisiera una bebida bien caliente y... -dije mientras me acercaba a la chimenea para entrar en calor -si tiene un abrigo extra estoy dispuesto a pagar lo que sea por ese.
Prometio casi pareció leerte la mente. Las tabernas en días de frío estaban entre los mayores placeres posibles. Un buen chocolate, o un té, acurrucada en un sillón frente al hogar mientras veías la nieve caer por la ventana resultaba una experiencia sin comparación, especialmente un día como aquel que te encontrabas sencillamente agotada. Quizá si fuese otro momento o tuvieses más energía te habrías dispuesto a partir en busca de tu tripulación, pero la perspectiva de caer rendida en plena noche en una isla invernal se te hacía cuanto menos infame.
- Sí, sin ninguna duda -contestaste-. Ceniza, espalda.
El caballo renqueó por un momento, relinchando con gravedad. Tú, sin embargo, te pusiste a su lado y comenzaste a acariciarle el cuello hasta que bajó la cabeza lo suficiente, acariciándole entonces las orejas. Ceniza apoyó su cabeza en tu hombro, dejándose querer hasta que sus ansias de mimos fueron saciadas y poco a poco se deshizo en oscuridad. Lo notaste pegarse a tu piel mientras se acomodaba pero no protestaste, y una vez se fundió con la tinta de tu cuerpo una vez más sonreíste con cierta satisfacción.
Seguiste a Prometio hasta la taberna. Por educación no dijiste nada sobre el frío que debía estar pasando, aunque de eso se encargó el tabernero nada más el pelirrojo puso un pie dentro. A ti no te dirigió más que una mirada cansada que le devolviste con una sonrisa cómplice. Para ti había sido un día duro y para él, sin nadie entrando en su local a causa del frío y la ventisca, tenía que haber sido especialmente larga. La gente que vivía en Big Horn, al fin y al cabo, tenía su propia casa para refugiarse del frío. Salvo aquel señor de ahí, claro. El borracho del pueblo no podía beber en su casa; seguramente ya se lo hubiese bebido todo allí.
- Para mí un chocolate negro a la taza con chantilly y canela, por favor -comenzaste-,con unas buenas galletas de jengibre o pastas de mantequilla será suficiente.
El hombre se encogió de hombros, pero elegiste creer que tenía lo que habías pedido y, más importante, decidiste pensar que te lo iba a traer y estaría bien. Se trataba de una isla invernal, tenían que saber hacer buen chocolate; su supervivencia se basaba en eso.
Desechaste la conversación entre Prometio y el tabernero, sentándote en un modesto pero cómodo sillón junto al fuego de la chimenea, y comenzaste a estudiar los carteles que llevabas en el bolso. Había un par de personas que estarían por la isla, y esperabas que no se las encontrasen los chicos antes que tú. Odiarías perderte la diversión.
- Sí, sin ninguna duda -contestaste-. Ceniza, espalda.
El caballo renqueó por un momento, relinchando con gravedad. Tú, sin embargo, te pusiste a su lado y comenzaste a acariciarle el cuello hasta que bajó la cabeza lo suficiente, acariciándole entonces las orejas. Ceniza apoyó su cabeza en tu hombro, dejándose querer hasta que sus ansias de mimos fueron saciadas y poco a poco se deshizo en oscuridad. Lo notaste pegarse a tu piel mientras se acomodaba pero no protestaste, y una vez se fundió con la tinta de tu cuerpo una vez más sonreíste con cierta satisfacción.
Seguiste a Prometio hasta la taberna. Por educación no dijiste nada sobre el frío que debía estar pasando, aunque de eso se encargó el tabernero nada más el pelirrojo puso un pie dentro. A ti no te dirigió más que una mirada cansada que le devolviste con una sonrisa cómplice. Para ti había sido un día duro y para él, sin nadie entrando en su local a causa del frío y la ventisca, tenía que haber sido especialmente larga. La gente que vivía en Big Horn, al fin y al cabo, tenía su propia casa para refugiarse del frío. Salvo aquel señor de ahí, claro. El borracho del pueblo no podía beber en su casa; seguramente ya se lo hubiese bebido todo allí.
- Para mí un chocolate negro a la taza con chantilly y canela, por favor -comenzaste-,con unas buenas galletas de jengibre o pastas de mantequilla será suficiente.
El hombre se encogió de hombros, pero elegiste creer que tenía lo que habías pedido y, más importante, decidiste pensar que te lo iba a traer y estaría bien. Se trataba de una isla invernal, tenían que saber hacer buen chocolate; su supervivencia se basaba en eso.
Desechaste la conversación entre Prometio y el tabernero, sentándote en un modesto pero cómodo sillón junto al fuego de la chimenea, y comenzaste a estudiar los carteles que llevabas en el bolso. Había un par de personas que estarían por la isla, y esperabas que no se las encontrasen los chicos antes que tú. Odiarías perderte la diversión.
Charlotte Prometio
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El encargado nos sirvió a mí y a Alice las bebidas que habíamos ordenado, para mí un chocolate de composición dudosa y para mi acompañante... sabía Dios qué había pedido ella, pero la taza que le llevaron no parecía para nada ser eso, todo acompañado de un plato de galletas con forma de muñequitos que, debo admitir, se veían muy monas. El encargado se metió de mala gana al almacén para buscar mi chamarra, o al menos eso esperaba. Tomé las bebidas y me acerqué al sillón en el que estaba descansando Alice, parecía estar leyendo algunos documentos con suma concentración.
-El encargado ha dejado tu bebida, aunque no se ven de lo más apetitosos -di un sorbo a mi chocolate, para entrar en calor, la verdad no importaba mucho ni la apariencia ni el sabor, sólo quería recuperar rápido el calor perdido- aunque no está tan mal -le dije con una sonrisa.
El encargado salió de su bodega, me llamó y me enseño una chamarra o bueno... lo que quedaba de ella, con varios raspones, un par de cortes y al menos cinco parches, aquel señor tenía una sonrisa maliciosa y puso la chamarra sobre la barra.
-Cinco mil berries muchacho -dijo riéndose el encargado.
Vaya, no es que no cargase con esa cantidad de dinero encima, pero es que ese trapo que hacía pasar como chamarra seguro lo había sacado recién de la basura o algo por estilo, pagar esa cantidad de dinero era ridículo.
-Mil berries y no estés jugando con tu suerte, hombre
El trató quedó cerrado en mil berries y otra taza de chocolate espeso. Regresé al sillón con mi compañera, ya con un par de tazas de chocolate caliente y una chamarra podría entrar en calor dentro de no mucho tiempo, ella seguía ensimismada en los documentos. Me asomé por curiosidad para echarles un ojo, no eran papeles sin importancia o algo por estilo, eran nada más ni nada menos que un montón de carteles de se busca. No pude ocultar mi sorpresa.
-¿Eres una Marine o algo por estilo? -dije un tanto boquiabierto mientras le seguía echando un ojo a los carteles.
Sabía que esa chica con aspecto de muñeca de porcelana era bastante más imponente de lo que aparentaba, pero esto superaba a cualquier caso que me hubiera imaginado. Los ceros en aquellos carteles que Alice ojeaba no eran pocos y, además de todo, estaba muy tranquila con la cantidad que se ofrecían por sus cabezas; por el precio asignado a su recompensa debían ser, por lo menos, muy fuertes.
-El encargado ha dejado tu bebida, aunque no se ven de lo más apetitosos -di un sorbo a mi chocolate, para entrar en calor, la verdad no importaba mucho ni la apariencia ni el sabor, sólo quería recuperar rápido el calor perdido- aunque no está tan mal -le dije con una sonrisa.
El encargado salió de su bodega, me llamó y me enseño una chamarra o bueno... lo que quedaba de ella, con varios raspones, un par de cortes y al menos cinco parches, aquel señor tenía una sonrisa maliciosa y puso la chamarra sobre la barra.
-Cinco mil berries muchacho -dijo riéndose el encargado.
Vaya, no es que no cargase con esa cantidad de dinero encima, pero es que ese trapo que hacía pasar como chamarra seguro lo había sacado recién de la basura o algo por estilo, pagar esa cantidad de dinero era ridículo.
-Mil berries y no estés jugando con tu suerte, hombre
El trató quedó cerrado en mil berries y otra taza de chocolate espeso. Regresé al sillón con mi compañera, ya con un par de tazas de chocolate caliente y una chamarra podría entrar en calor dentro de no mucho tiempo, ella seguía ensimismada en los documentos. Me asomé por curiosidad para echarles un ojo, no eran papeles sin importancia o algo por estilo, eran nada más ni nada menos que un montón de carteles de se busca. No pude ocultar mi sorpresa.
-¿Eres una Marine o algo por estilo? -dije un tanto boquiabierto mientras le seguía echando un ojo a los carteles.
Sabía que esa chica con aspecto de muñeca de porcelana era bastante más imponente de lo que aparentaba, pero esto superaba a cualquier caso que me hubiera imaginado. Los ceros en aquellos carteles que Alice ojeaba no eran pocos y, además de todo, estaba muy tranquila con la cantidad que se ofrecían por sus cabezas; por el precio asignado a su recompensa debían ser, por lo menos, muy fuertes.
Mantenías la espalda erguida, recostada contra el respaldo, con las piernas acobijadas ocupando todo el espacio del asiento, más sentada como una niña que como una adulta, pero no te encontrabas del todo incómoda y te ayudaba a entrar más rápido en calor. Prometio seguía negociando con el posadero, o eso creías, lo que te hizo dar un pequeño respingo cuando el chico apareció casi por sorpresa trayéndote algo que buscaba parecer un chocolate -aunque claramente llevaba leche- con algo que estaba lejos de ser un chantilly -aunque era nata sin cortar- y una rama de canela a modo de removedor. Te tomó esfuerzo no quejarte, aunque las galletas parecían caseras y eso te lo hizo todo un poco más fácil.
Dejaste que hicieran el trato mientras observabas su negociación con cierta curiosidad. No estabas acostumbrada a regatear, lo que dotaba de cierto exotismo a la conversación que terminaba resultándote muy atractivo. La firmeza de Prometio, sin embargo, rompió fácilmente al tabernero y consiguió que el precio bajase a apenas mil berries por un abrigo que, aunque se notaba extremadamente gastado, parecía aún ser funcional. Habría sido una ganga de no estar tan destrozado.
- Yo creo que hasta tres mil habría sido un buen precio -comentaste cuando el hombre se alejó-. Más teniendo en cuenta que tenías que elegir entre eso y la hipotermia.
En realidad tú en la vida te habrías puesto un abrigo usado, mucho menos destrozado y por nada del mundo con esos colores si tu vida no estuviese en peligro, y de estarlo sabías que el precio sería el menor de los problemas. Pero en medio de esos pensamientos ya habías vuelto a los carteles e ibas anotando alguna que otra cosa en los bordes, como posibles acercamientos aprovechando el clima o, al menos, teniéndolo en cuenta. También algunos detalles que habías olvidado apuntar de rumores que escuchabas por las ciudades, aunque eso era lo menos relevante.
- No, nada parecido -respondiste ante la curiosidad de Prometio-, pero una chica necesita ir preparada a todas partes. -Te encogiste de hombros-. Y pagarse un capricho de vez en cuando, claro.
Reíste. La Marina podría haber sido un buen destino para ti de no ser porque a causa de tu enfermedad no te habrían reclutado y a que no querías seguir ciegamente las órdenes de nadie. Cazar no era seguro ni constante, pero sí mucho más lucrativo y te permitía satisfacer tu necesidad de adrenalina a la vez que, hasta cierto punto, hacías un favor a la sociedad.
- Uy, a este sí que querría cruzármelo -dijiste, dejando sobre la mesa un cartel de Claude von Appetit, un anormal con delirios de grandeza que en su día había asaltado Marineford-. Dicen que nadie ha logrado detenerlo, pero que está chalado. Conocí a un chico una vez que estaba completamente traumatizado por su culpa. Se llamaba Momojiro, era buen muchacho. Me pregunto qué será de él.
Dejaste que hicieran el trato mientras observabas su negociación con cierta curiosidad. No estabas acostumbrada a regatear, lo que dotaba de cierto exotismo a la conversación que terminaba resultándote muy atractivo. La firmeza de Prometio, sin embargo, rompió fácilmente al tabernero y consiguió que el precio bajase a apenas mil berries por un abrigo que, aunque se notaba extremadamente gastado, parecía aún ser funcional. Habría sido una ganga de no estar tan destrozado.
- Yo creo que hasta tres mil habría sido un buen precio -comentaste cuando el hombre se alejó-. Más teniendo en cuenta que tenías que elegir entre eso y la hipotermia.
En realidad tú en la vida te habrías puesto un abrigo usado, mucho menos destrozado y por nada del mundo con esos colores si tu vida no estuviese en peligro, y de estarlo sabías que el precio sería el menor de los problemas. Pero en medio de esos pensamientos ya habías vuelto a los carteles e ibas anotando alguna que otra cosa en los bordes, como posibles acercamientos aprovechando el clima o, al menos, teniéndolo en cuenta. También algunos detalles que habías olvidado apuntar de rumores que escuchabas por las ciudades, aunque eso era lo menos relevante.
- No, nada parecido -respondiste ante la curiosidad de Prometio-, pero una chica necesita ir preparada a todas partes. -Te encogiste de hombros-. Y pagarse un capricho de vez en cuando, claro.
Reíste. La Marina podría haber sido un buen destino para ti de no ser porque a causa de tu enfermedad no te habrían reclutado y a que no querías seguir ciegamente las órdenes de nadie. Cazar no era seguro ni constante, pero sí mucho más lucrativo y te permitía satisfacer tu necesidad de adrenalina a la vez que, hasta cierto punto, hacías un favor a la sociedad.
- Uy, a este sí que querría cruzármelo -dijiste, dejando sobre la mesa un cartel de Claude von Appetit, un anormal con delirios de grandeza que en su día había asaltado Marineford-. Dicen que nadie ha logrado detenerlo, pero que está chalado. Conocí a un chico una vez que estaba completamente traumatizado por su culpa. Se llamaba Momojiro, era buen muchacho. Me pregunto qué será de él.
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Cazadora, aquella chica que parecía muñeca de porcelana resultó ser una cazadora y, por lo confiada que se veía, no una cazadora cualquiera, probablemente sus aptitudes eran excepcionales. Alice señaló un cartel entre todos, Claude Von Apetit, en su recompensa aparecían más ceros que en los demás carteles que había ojeado primero, si habái conseguido hacer un lío en marineford significaba que era uno de los peces gordos, me preguntaba si algún día mi cabeza tendría tantos ceros debajo o siquiera si un cartel de recompensa estaba a mi nombre. Algo era seguro, en ese momento agradecí no tener ninguno, Alice parecía ser más que capaz de lidiar conmigo como para tratar de huir de ella.
-Pienso que eres increíble Alice -dije mientras le daba un trago a mi taza con chocolate- no muchas personas entregan cabezas de criminales para pagarse sus caprichos -sonreí- al menos yo no lo hago.
Tomé algunos de los carteles de la chica, comencé a verlos con más detenimiento y de pronto caí en cuenta de que quizás Alice no se encontraba únicamente de paso en aquella isla gélida. Es decir, seamos honestos, aquel lugar de constantes tormentas heladas no parecía ser un sitio necesariamente turístico. Mordí una de las galletas y me armé de valor.
-Alice... ¿has venido a esta isla por alguna cabeza? -dije lleno de curiosidad- ¿quizás por este sujeto de barba fea o aquel un poco más rubio? -agregué mientras señalaba los carteles.
No había tenido acción en un largo tiempo, mis extremidades parecían algo entumecidas y tenía miedo de comenzar a olvidar como combatir, así que acompañar a Alice en su cacería, si es que había una, hacía todo el sentido del mundo para mí. Podría practicar un poco al lado de una persona tan fuerte como la cazadora de porcelana, quizás ella tuviera uno que otro truco bajo la manga que pudiera enseñarme o quizás después podríamos ir a disfrutar de un paseo por las montañas heladas, podría enseñarle que no era solamente un pelirrojo friolento.
-¿Qué dices? No seré tan fuerte como tú, pero tengo un as bajo la manga que sorprende a todos los que lo ven -dije algo emocionado en espera de su respuesta.
-Pienso que eres increíble Alice -dije mientras le daba un trago a mi taza con chocolate- no muchas personas entregan cabezas de criminales para pagarse sus caprichos -sonreí- al menos yo no lo hago.
Tomé algunos de los carteles de la chica, comencé a verlos con más detenimiento y de pronto caí en cuenta de que quizás Alice no se encontraba únicamente de paso en aquella isla gélida. Es decir, seamos honestos, aquel lugar de constantes tormentas heladas no parecía ser un sitio necesariamente turístico. Mordí una de las galletas y me armé de valor.
-Alice... ¿has venido a esta isla por alguna cabeza? -dije lleno de curiosidad- ¿quizás por este sujeto de barba fea o aquel un poco más rubio? -agregué mientras señalaba los carteles.
No había tenido acción en un largo tiempo, mis extremidades parecían algo entumecidas y tenía miedo de comenzar a olvidar como combatir, así que acompañar a Alice en su cacería, si es que había una, hacía todo el sentido del mundo para mí. Podría practicar un poco al lado de una persona tan fuerte como la cazadora de porcelana, quizás ella tuviera uno que otro truco bajo la manga que pudiera enseñarme o quizás después podríamos ir a disfrutar de un paseo por las montañas heladas, podría enseñarle que no era solamente un pelirrojo friolento.
-¿Qué dices? No seré tan fuerte como tú, pero tengo un as bajo la manga que sorprende a todos los que lo ven -dije algo emocionado en espera de su respuesta.
- Bueno, técnicamente no son solo caprichos -reconociste-. La comida, la ropa, el sueldo de mi tripulación, las reparaciones del barco... Además no siempre hay delincuentes lo bastante peligrosos como para valer millonadas, así que podemos pasar largas temporadas sin ingresar nada. Porque no voy a ir detrás de un señor que ha robado gallinas por valor de treinta mil berries, ¿sabes? No es rentable, y si robas eso a lo mejor es porque lo necesitas.
Era una de las pocas cosas de las que te enorgullecías como cazadora. Habías visto otros cazadores, e incluso tripulaciones enteras de estos, que parecían más una cohorte de verdugos movidos por la codicia y el dinero fácil. Ladrones de pacotilla, prófugos de alguna cárcel de medio pelo... Cualquier cosa valía con tal de generar beneficio rápido sin arriesgarse lo más mínimo. No todos eran así, por suerte, pero sí una gran parte. Tú -aunque en gran parte porque era más divertido- apuntabas siempre hacia los peces gordos, en los que además había poca o nula competencia. No sería la primera vez que dos gremios de caza se diezmaban entre ellos para ser los primeros en atrapar a un criminal, y ese era un riesgo que estaba fuera de todo lo razonable.
- Suelo intentar no llevar solo la cabeza -contestaste, ignorando por un momento que tenías en el barco dos congeladores llenos de cabezas-. En realidad, por lo general intento no matar. A veces, por el peligro que puede suponer un colgado demasiado fuerte encerrado en medio del mar... - Frunciste los labios mientras mirabas a ninguna parte. En realidad también lo hacías cuando te topabas con tripulaciones muy grandes y te arriesgabas a un motín de los prisioneros, o cuando no cabían más. En verdad era una buena forma de mantener dinero frío, nunca mejor dicho, por si en medio de una emergencia había que conseguir dinero rápido-. Pero por lo general es preferible no optar por ese tipo de medidas tan expeditivas.
Había otros tantos motivos, destacando quizá como el más importante que eventualmente la Marina o la Legión podrían ver como una amenaza a alguien que siempre entregara cadáveres. No pondrían recompensa, pero estabas segura de que los servicios secretos no tardarían en hacerse cargo de cualquier sociópata con ínfulas capaz de representar un peligro mayor al bien que podía hacer.
En cualquier caso la pregunta de Prometio te sacó de tus divagaciones.
- A medias -comentaste, cabeceando-. Suelo oír rumores aquí y allá, anotar las rutas habituales de algunos piratas... Sé los que deberían estar en esta isla este mes, pero aunque lo ideal sería atraparlos también quiero pasar por las aguas termales. No he estado en mejores aguas termales en mi vida. -Te estabas yendo por las ramas otra vez-. Sí, cierto. Los criminales. El de la barba fea, como tú lo llamas, es Klaus Khrafmop. Solía ser uno de los más leales sirvientes del zar, hasta que un día intentó asesinarlo. Recalco el intentó, porque obviamente le salió mal y fue arrojado a una olla de agua hirviendo. Tiene cicatrices por todo su cuerpo salvo de nariz para arriba. -Diste la vuelta a su hoja-. Además de estar reportado que partió un navío de un golpe con un arma desconocida y desuella a sus víctimas. Esa barba, seguramente, esté hecha del pelo de otras personas.
No era el encuentro más agradable del mundo, y desde luego se trataba de uno de los más peligrosos. El desollador de Amstel era un pirata solitario que buscaba poder a cualquier precio. Nada lo detenía, y poco a poco la locura se había abierto paso hasta su interior. Bueno, lo de poco a poco era un decir. Como la desafortunada expresión de Prometeo.
- Espero de todo corazón que no sea tu pene -contestaste-. Lo de las aguas termales no era una invitación.
Era una de las pocas cosas de las que te enorgullecías como cazadora. Habías visto otros cazadores, e incluso tripulaciones enteras de estos, que parecían más una cohorte de verdugos movidos por la codicia y el dinero fácil. Ladrones de pacotilla, prófugos de alguna cárcel de medio pelo... Cualquier cosa valía con tal de generar beneficio rápido sin arriesgarse lo más mínimo. No todos eran así, por suerte, pero sí una gran parte. Tú -aunque en gran parte porque era más divertido- apuntabas siempre hacia los peces gordos, en los que además había poca o nula competencia. No sería la primera vez que dos gremios de caza se diezmaban entre ellos para ser los primeros en atrapar a un criminal, y ese era un riesgo que estaba fuera de todo lo razonable.
- Suelo intentar no llevar solo la cabeza -contestaste, ignorando por un momento que tenías en el barco dos congeladores llenos de cabezas-. En realidad, por lo general intento no matar. A veces, por el peligro que puede suponer un colgado demasiado fuerte encerrado en medio del mar... - Frunciste los labios mientras mirabas a ninguna parte. En realidad también lo hacías cuando te topabas con tripulaciones muy grandes y te arriesgabas a un motín de los prisioneros, o cuando no cabían más. En verdad era una buena forma de mantener dinero frío, nunca mejor dicho, por si en medio de una emergencia había que conseguir dinero rápido-. Pero por lo general es preferible no optar por ese tipo de medidas tan expeditivas.
Había otros tantos motivos, destacando quizá como el más importante que eventualmente la Marina o la Legión podrían ver como una amenaza a alguien que siempre entregara cadáveres. No pondrían recompensa, pero estabas segura de que los servicios secretos no tardarían en hacerse cargo de cualquier sociópata con ínfulas capaz de representar un peligro mayor al bien que podía hacer.
En cualquier caso la pregunta de Prometio te sacó de tus divagaciones.
- A medias -comentaste, cabeceando-. Suelo oír rumores aquí y allá, anotar las rutas habituales de algunos piratas... Sé los que deberían estar en esta isla este mes, pero aunque lo ideal sería atraparlos también quiero pasar por las aguas termales. No he estado en mejores aguas termales en mi vida. -Te estabas yendo por las ramas otra vez-. Sí, cierto. Los criminales. El de la barba fea, como tú lo llamas, es Klaus Khrafmop. Solía ser uno de los más leales sirvientes del zar, hasta que un día intentó asesinarlo. Recalco el intentó, porque obviamente le salió mal y fue arrojado a una olla de agua hirviendo. Tiene cicatrices por todo su cuerpo salvo de nariz para arriba. -Diste la vuelta a su hoja-. Además de estar reportado que partió un navío de un golpe con un arma desconocida y desuella a sus víctimas. Esa barba, seguramente, esté hecha del pelo de otras personas.
No era el encuentro más agradable del mundo, y desde luego se trataba de uno de los más peligrosos. El desollador de Amstel era un pirata solitario que buscaba poder a cualquier precio. Nada lo detenía, y poco a poco la locura se había abierto paso hasta su interior. Bueno, lo de poco a poco era un decir. Como la desafortunada expresión de Prometeo.
- Espero de todo corazón que no sea tu pene -contestaste-. Lo de las aguas termales no era una invitación.
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Alice me explicaba calmadente sobre su profesión como cazadora de recompensas, al parecer se regía por un código moral bastante alto, sólo iba por los peces gordos y eso me hizo respetarla aún más. Definitivamente era una cazadora muy hábil. Comenzó a hablarme sobre uno de los piratas que había señalado en los carteles de recompensa, Klaus Khrafmop, un desollador que, al parecer, usaba como barba el cabello de sus víctimas. Aquel criminal sonaba bastante macabro, por mi mente comenzaron a simularse distintos tipos de escenarios en donde me batía en un duelo con él, en uno de ellos moría estrepitosamente, en otros acababa sin algún brazo y, en los más bellos, salía victorioso y le entregaba su arma a Alice. Me encontraba un poco disperso en mis pensamientos cuando Alice lanzó un comentario que me atacó por sorpresa y me hizo reír a carcajadas, una risa que probablemente se escuchó a decenas de metros a la redonda.
-KURAJAJAJAJAJAJAJAJAJA -no podía parar de reír- nada de eso, querida Alice. Más bien es mi habilidad estrella a la hora del combate, muero por... -pensé en cómo decirlo sin que la conversación se tornara de nuevo en un tono extraño- ¿ejecutarla? y qué me des tu más sincera opinión -concluí aún entre risas.
Podría la cazadora ser una chica muy guapa, pero tenía que aceptar la derrota en las batallas del amor cuando eran imposibles de ganar, aunque la idea de acompañar a Alice a las aguas termales sonaba genial. Lo que era muy cierto es que tenía una oportunidad de oro entre mis manos, acompañar en su caza a Alice sería, por lo menos, divertido. Recorrer aquella isla invernal en compañía sería mucho mejor que volver a deambular sólo, aunque mis nervios estaban a punta de cañón debido al peligroso criminal que tendríamos que enfrentar. ¿Mis habilidades serían suficientes para hacerle frente? Quizás no, pero nunca lograría mejorar si no forzaba a alcanzar mis límites. Esperaba que en el peor de los casos, mi persona hubiese sido del agrado de la cazadora de porcelana y me echara una mano si me encontraba en un peligro inminente. Volteé a verla, probablemente no haría eso.
-Entonces, Alice -dije mientras me acababa mi segunda taza de chocolate caliente- ¿sería usted tan amable de dejarme acompañarla en la búsqueda de aquel desollador de barba falsa? Prometo no ser un estorbo para ti y brindarte una charla divertida durante todo el camino -le dije con otra sonrisa de oreja a oreja.
-KURAJAJAJAJAJAJAJAJAJA -no podía parar de reír- nada de eso, querida Alice. Más bien es mi habilidad estrella a la hora del combate, muero por... -pensé en cómo decirlo sin que la conversación se tornara de nuevo en un tono extraño- ¿ejecutarla? y qué me des tu más sincera opinión -concluí aún entre risas.
Podría la cazadora ser una chica muy guapa, pero tenía que aceptar la derrota en las batallas del amor cuando eran imposibles de ganar, aunque la idea de acompañar a Alice a las aguas termales sonaba genial. Lo que era muy cierto es que tenía una oportunidad de oro entre mis manos, acompañar en su caza a Alice sería, por lo menos, divertido. Recorrer aquella isla invernal en compañía sería mucho mejor que volver a deambular sólo, aunque mis nervios estaban a punta de cañón debido al peligroso criminal que tendríamos que enfrentar. ¿Mis habilidades serían suficientes para hacerle frente? Quizás no, pero nunca lograría mejorar si no forzaba a alcanzar mis límites. Esperaba que en el peor de los casos, mi persona hubiese sido del agrado de la cazadora de porcelana y me echara una mano si me encontraba en un peligro inminente. Volteé a verla, probablemente no haría eso.
-Entonces, Alice -dije mientras me acababa mi segunda taza de chocolate caliente- ¿sería usted tan amable de dejarme acompañarla en la búsqueda de aquel desollador de barba falsa? Prometo no ser un estorbo para ti y brindarte una charla divertida durante todo el camino -le dije con otra sonrisa de oreja a oreja.
Arqueaste una ceja, casi divertida. Prometio había aprovechado tu respuesta para hacer gala de un sentido del humor pueril que, no obstante, tenía su gracia. Intentaste mantenerte firme pero no sirvió de nada, y terminaste riéndote a carcajadas tú también hasta el punto de que los ojos te lagrimearon. No solías tener momentos como ese, tan tranquilos, e incluso en el barco siempre tratabas de rentabilizar cada rato en el que no hacías nada de provecho. La ventisca os había regalado un rato de puro descanso; un momento sin ninguna obligación.
- Así que tienes una habilidad estrella -dijiste, con la voz ligeramente rota por la risa-. Y tengo que verla para opinar. ¿Pero cómo voy a saber que esa es tu habilidad estrella? ¿Vas a gritarlo mientras lo haces? -Te callaste por un momento-. ¡No, no me lo digas! Eres de esos que le pone nombre a sus técnicas y las dice en voz alta.
Hacías delicados aspavientos para reafirmar el tono jocoso de tus palabras, aunque te sentiste ridícula de pronto y te recogiste de golpe, pegando los brazos contra tu cuerpo y quedándote muy quieta por un momento. Desviaste la mirada hacia el fuego, observándolo crepitar. Luego trataste de comprobar la reacción de Prometio con el rabillo del ojo. Una vez que te dejaste de sentir incómoda, decidiste continuar.
- El caso -cogiste una galleta- es que no puedo impedir que vengas. -Le diste un mordisco. Estaba buena-. Pero no sé hasta qué punto estás preparado ya no solo para lo que pueda suceder, que podrías morir, sino para lo que puedas ver. -No tenías imágenes. En realidad, menos mal que no tenías imágenes. Tú solo habías llegado a ver una y era de todo menos agradable-. Si el desollador está aquí no va a estar tranquilamente esperándonos en una habitación de taberna; estará cazando o, en el mejor de los casos, preparando su nueva piel. Y sí, ese es el mejor escenario para darle caza. -Otro mordisco-. Con suerte intentará no destruir su juguete nuevo, y eso lo hará más controlable. Al menos, eso espero.
No solías dejar de sonreír. Pero en momentos como ese no podías evitar recordar cómo te habías hecho la cicatriz del brazo. Apenas podía verse bajo la tinta y era imposible sentirla con el abrigo encima, pero estaba ahí. Podrías haber perdido la extremidad. Desde aquella ocasión meditabas mucho cada cacería, al menos antes del cara a cara. Querías minimizar cualquier peligro, aunque renunciases a un poco de emoción. Eras muy frágil, aunque tratases de ignorarlo constantemente. Incluso la férula que Joseph te había fabricado te lo recordaba cada vez que intentabas dibujar.
- En cualquier caso, no podemos hacer nada por ahora -dijiste-. Noche y ventisca; tocará esperar hasta mañana para dar con él. Quizá deberíamos pedir una habitación.
- Así que tienes una habilidad estrella -dijiste, con la voz ligeramente rota por la risa-. Y tengo que verla para opinar. ¿Pero cómo voy a saber que esa es tu habilidad estrella? ¿Vas a gritarlo mientras lo haces? -Te callaste por un momento-. ¡No, no me lo digas! Eres de esos que le pone nombre a sus técnicas y las dice en voz alta.
Hacías delicados aspavientos para reafirmar el tono jocoso de tus palabras, aunque te sentiste ridícula de pronto y te recogiste de golpe, pegando los brazos contra tu cuerpo y quedándote muy quieta por un momento. Desviaste la mirada hacia el fuego, observándolo crepitar. Luego trataste de comprobar la reacción de Prometio con el rabillo del ojo. Una vez que te dejaste de sentir incómoda, decidiste continuar.
- El caso -cogiste una galleta- es que no puedo impedir que vengas. -Le diste un mordisco. Estaba buena-. Pero no sé hasta qué punto estás preparado ya no solo para lo que pueda suceder, que podrías morir, sino para lo que puedas ver. -No tenías imágenes. En realidad, menos mal que no tenías imágenes. Tú solo habías llegado a ver una y era de todo menos agradable-. Si el desollador está aquí no va a estar tranquilamente esperándonos en una habitación de taberna; estará cazando o, en el mejor de los casos, preparando su nueva piel. Y sí, ese es el mejor escenario para darle caza. -Otro mordisco-. Con suerte intentará no destruir su juguete nuevo, y eso lo hará más controlable. Al menos, eso espero.
No solías dejar de sonreír. Pero en momentos como ese no podías evitar recordar cómo te habías hecho la cicatriz del brazo. Apenas podía verse bajo la tinta y era imposible sentirla con el abrigo encima, pero estaba ahí. Podrías haber perdido la extremidad. Desde aquella ocasión meditabas mucho cada cacería, al menos antes del cara a cara. Querías minimizar cualquier peligro, aunque renunciases a un poco de emoción. Eras muy frágil, aunque tratases de ignorarlo constantemente. Incluso la férula que Joseph te había fabricado te lo recordaba cada vez que intentabas dibujar.
- En cualquier caso, no podemos hacer nada por ahora -dijiste-. Noche y ventisca; tocará esperar hasta mañana para dar con él. Quizá deberíamos pedir una habitación.
Charlotte Prometio
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fuerza
Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
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Akuma no mi
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Tras mi ágil forma de evitar un momento incómodo el ambiente había cambiado de manera drástica, Alice reía a carcajadas y la atmósfera de la taberna cambió completamente, incluso el borracho del pueblo se despertó por tantas risas, nos miraba un poco confundido, pero empezó a reír también, quizás por tanto alcohol en su sangre. La cazadora de porcelana se había mofado de la gente que iba gritando sus técnicas por los aires, yo pensaba todo lo contrario, si tenías una técnica que pudiera hacer correr a tu enemigo nada más escuchar su nombre, debería ser genial gritarla a todo volumen.
-Buah, no puedes burlarte de esas personas, yo pienso que es genial hacerlo -dije haciendo un pequeño puchero- aunque aún no tengo ninguna tan buena como para gritar su nombre.
Alice continuaba explicándome los detalles sobre aquel tétrico desollador, pero ahora me sentía más en confianza, ella era una chica muy fuerte y amigable a pesar de su apariencia. Sonreí. Había pasado un largo rato desde la última vez que me había sentado con alguien a reír antes de empezar algún proyecto, si así podía llamarle a una cacería de un asesino, me recordó a los momentos felices con los camaradas de mi isla de origen. Entre más escuchaba del desquiciado pirata, me convencía más de que quizás el que no estuviera tan cuerdo como para acompañar en su cacería, era más bien yo.
Alice sugirió ir a dormir, por la noche y a mitad de una tormenta de nieve no sería nada fácil darle caza a un sujeto tan escurridizo como el desollador. Sería mejor descansar y tener una buena noche de sueño, al otro día nos esperaba una jornada pesada que sería mejor abordar con las energías al cien porciento.
-No te preocupes, puedo pedir mi propia cama -dije sonriendo- así te sentirás más cómoda, ¿cierto?
Me levanté del sillón donde estábamos charlando y me acerqué con el encargado de la taberna, incluso él parecía un poco más relajado con tanta risa rondando por su establecimiento. Pedí mi habitación y una taza más de ese raro chocolate , incluso si no sabía tan bueno como debería tenía un sabor extraño que hacía que me apeteciese una taza más. Recibí mi llave y me acerqué con Alice para darle las buenas noches.
-Me despertaré en cuanto salga el Sol, acabo de asomarme en el despacho del encargado y al parecer prepararán un estofado para mañana -dije mientras le daba un sorbo a la taza de chocolate- descansa Alice -me dirigí a las escaleras para subir a mi habitación- por cierto, gracias por ayudarme y por reír conmigo -le dije mientras volteaba con una sonrisa de oreja a oreja.
-Buah, no puedes burlarte de esas personas, yo pienso que es genial hacerlo -dije haciendo un pequeño puchero- aunque aún no tengo ninguna tan buena como para gritar su nombre.
Alice continuaba explicándome los detalles sobre aquel tétrico desollador, pero ahora me sentía más en confianza, ella era una chica muy fuerte y amigable a pesar de su apariencia. Sonreí. Había pasado un largo rato desde la última vez que me había sentado con alguien a reír antes de empezar algún proyecto, si así podía llamarle a una cacería de un asesino, me recordó a los momentos felices con los camaradas de mi isla de origen. Entre más escuchaba del desquiciado pirata, me convencía más de que quizás el que no estuviera tan cuerdo como para acompañar en su cacería, era más bien yo.
Alice sugirió ir a dormir, por la noche y a mitad de una tormenta de nieve no sería nada fácil darle caza a un sujeto tan escurridizo como el desollador. Sería mejor descansar y tener una buena noche de sueño, al otro día nos esperaba una jornada pesada que sería mejor abordar con las energías al cien porciento.
-No te preocupes, puedo pedir mi propia cama -dije sonriendo- así te sentirás más cómoda, ¿cierto?
Me levanté del sillón donde estábamos charlando y me acerqué con el encargado de la taberna, incluso él parecía un poco más relajado con tanta risa rondando por su establecimiento. Pedí mi habitación y una taza más de ese raro chocolate , incluso si no sabía tan bueno como debería tenía un sabor extraño que hacía que me apeteciese una taza más. Recibí mi llave y me acerqué con Alice para darle las buenas noches.
-Me despertaré en cuanto salga el Sol, acabo de asomarme en el despacho del encargado y al parecer prepararán un estofado para mañana -dije mientras le daba un sorbo a la taza de chocolate- descansa Alice -me dirigí a las escaleras para subir a mi habitación- por cierto, gracias por ayudarme y por reír conmigo -le dije mientras volteaba con una sonrisa de oreja a oreja.
- Eso estará bien también.
Preferiste no atacar su ego explicándole que pretendías coger una habitación para ti y que él tomase la suya propia. ¿Qué clase de chica dormía en la misma habitación que un desconocido a las pocas horas de conocerlo? Bueno, había situaciones, pero ninguna de ellas pasaba por hablar de un asesino en serie que iba de isla en isla arrancándole la piel a personas inocentes.
Fue pensar en ello y de golpe te recorrió un escalofrío. Normalmente podías alejarte de esos pensamientos y aislarlos para evitar que te afectasen, pero cuando salías de esa zona y lo monstruoso afloraba algo dentro de ti se quebraba. Un poco, nada más, pero se te entumecía el cuerpo por un instante. ¿Cómo podía una persona hacer eso y seguir viviendo después? Asumías que la locura ayudaba, aunque no podías evitar preguntarte si la locura no sería más bien una consecuencia de semejantes atrocidades.
Prometio se levantó primero. Tú te retrasaste un momento para organizar los carteles debidamente y fuiste detrás. Llegaste cuando él ya tenía la llave en la mano y se llevaba un tercer chocolate para disfrutarlo antes de dormir. Te dio un poco de vergüenza ni siquiera haber dado un sorbo al tuyo, pero no era lo que habías pedido. Te recogiste un poco cuando te dio las buenas noches y en cuanto se dio la vuelta empezaste a hacerle algunas preguntas al tabernero. Big Horn era de los asentamientos más grandes de Drum y poseía el puerto más grande. Quizá hubiese visto algo, aunque dudabas que el desollador fuese capaz de sobreponerse a su demencia para interactuar con la sociedad.
- ¿El qué de dónde? -preguntó, patidifuso-. Hija, aquí no hay asesinos. El frío nos previene de esas cosas. Templa el carácter y quita esas tonterías de medio hombres. ¡Tampoco tenemos maricones en Sakura!
- ¡Salvo tu hijo! -gritó el borracho, estallando en una sonora carcajada-. Mira si salió bien princesa el pive, que hasta robaba las braguitas de su madre.
- ¡Yo no tengo hijo! -bramó el tabernero-. Ese robabragas mojaculos no es de mi sangre, ni nunca lo será.
No ibas a sacar nada útil de ahí, así que cogiste la llave de la barra y te refugiaste lo más rápido que pudiste en la habitación. Una vez allí te tiraste en la cama, un tanto incómoda, y miraste al techo hasta que empezaste a caer rendida. Y dormiste.
Preferiste no atacar su ego explicándole que pretendías coger una habitación para ti y que él tomase la suya propia. ¿Qué clase de chica dormía en la misma habitación que un desconocido a las pocas horas de conocerlo? Bueno, había situaciones, pero ninguna de ellas pasaba por hablar de un asesino en serie que iba de isla en isla arrancándole la piel a personas inocentes.
Fue pensar en ello y de golpe te recorrió un escalofrío. Normalmente podías alejarte de esos pensamientos y aislarlos para evitar que te afectasen, pero cuando salías de esa zona y lo monstruoso afloraba algo dentro de ti se quebraba. Un poco, nada más, pero se te entumecía el cuerpo por un instante. ¿Cómo podía una persona hacer eso y seguir viviendo después? Asumías que la locura ayudaba, aunque no podías evitar preguntarte si la locura no sería más bien una consecuencia de semejantes atrocidades.
Prometio se levantó primero. Tú te retrasaste un momento para organizar los carteles debidamente y fuiste detrás. Llegaste cuando él ya tenía la llave en la mano y se llevaba un tercer chocolate para disfrutarlo antes de dormir. Te dio un poco de vergüenza ni siquiera haber dado un sorbo al tuyo, pero no era lo que habías pedido. Te recogiste un poco cuando te dio las buenas noches y en cuanto se dio la vuelta empezaste a hacerle algunas preguntas al tabernero. Big Horn era de los asentamientos más grandes de Drum y poseía el puerto más grande. Quizá hubiese visto algo, aunque dudabas que el desollador fuese capaz de sobreponerse a su demencia para interactuar con la sociedad.
- ¿El qué de dónde? -preguntó, patidifuso-. Hija, aquí no hay asesinos. El frío nos previene de esas cosas. Templa el carácter y quita esas tonterías de medio hombres. ¡Tampoco tenemos maricones en Sakura!
- ¡Salvo tu hijo! -gritó el borracho, estallando en una sonora carcajada-. Mira si salió bien princesa el pive, que hasta robaba las braguitas de su madre.
- ¡Yo no tengo hijo! -bramó el tabernero-. Ese robabragas mojaculos no es de mi sangre, ni nunca lo será.
No ibas a sacar nada útil de ahí, así que cogiste la llave de la barra y te refugiaste lo más rápido que pudiste en la habitación. Una vez allí te tiraste en la cama, un tanto incómoda, y miraste al techo hasta que empezaste a caer rendida. Y dormiste.
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Subí a mi cuarto por las viejas escaleras de madrea, con cada paso que daba rechinaba un poco más, antes de que pudiera cerrar la puerta de mi habitación pude escuchar un pequeño escándalo en el mostrador de la taberna, algo acerca del hijo del encargado robando las bragas de la madre para ponérselas o algo por el estilo, hice caso omiso y cerré. La habitación era amplia, aunque estaba algo sucia y, los muebles de madera, recubiertos por una espesa capa de polvo, evité recorrer lo restante del cuarto, no quería encontrarme con sorpresas desagradables. Me quité mis botas y mi capa, por fin una cama para dormir cómodamente, me eché boca arriba y me quedé viendo fijamente las manchas del techo. ¿Qué pasaría al día siguiente, lograríamos encontrar al retorcido desollador? Mis ojos comenzaron lentamente a cerrarse, ¿podría ayudar a Alice en su caza?
El primer rayo del Solo iluminó mi cara, había olvidado correr las cortinas de la ventana, me levanté un poco molesto por la intensidad de la luz golpeando mi cara a primera hora de la mañana. La buena noticia era que el Sol resplandecía por todo el cielo y no habría necesidad de avanzar a tientas nuevamente por una desastrosa tormenta de nieve, recordé que el encargado iba a preparar estofado, me puse mis botas y bajé rápidamente para pedir un gran plato del guiso. Había olvidado preguntar cuál era el cuarto de Alice, así que la esperaría pacientemente en la sala principal.
-Una porción grande de estofado -dije mientras tomaba asiento en una de las mesas- y que esté bien caliente por favor.
La sala principal de la taberna se encontraba tenía un par de visitantes nuevos, dos trabajadores que cargaban con sus herramientas en una bolsa tomaban el primer café de la mañana, ¿el café de la taberna sabría tan extraño como el café? No pude con mi curiosidad y pedí también una taza de café. Los señores voltearon y saludaron con la mano, cordialmente les regresé el gesto. El encargado llevó de mala gana el estofado y mi taza de café, el estofado olía delicioso aunque, de nuevo, su apariencia era dudosa. Tomé una cucharada grande del guisado y le soplé para no quemar mi boca, la carne estaba chiclosa. El café no eran tan extraño como el chocolate de una noche anterior, era un café muy normal, nada tan extravagante como la bebida de la noche. Me tomé mi café y comí el estofado a regañadientes mientras esperaba pacientemente a Alice.
El primer rayo del Solo iluminó mi cara, había olvidado correr las cortinas de la ventana, me levanté un poco molesto por la intensidad de la luz golpeando mi cara a primera hora de la mañana. La buena noticia era que el Sol resplandecía por todo el cielo y no habría necesidad de avanzar a tientas nuevamente por una desastrosa tormenta de nieve, recordé que el encargado iba a preparar estofado, me puse mis botas y bajé rápidamente para pedir un gran plato del guiso. Había olvidado preguntar cuál era el cuarto de Alice, así que la esperaría pacientemente en la sala principal.
-Una porción grande de estofado -dije mientras tomaba asiento en una de las mesas- y que esté bien caliente por favor.
La sala principal de la taberna se encontraba tenía un par de visitantes nuevos, dos trabajadores que cargaban con sus herramientas en una bolsa tomaban el primer café de la mañana, ¿el café de la taberna sabría tan extraño como el café? No pude con mi curiosidad y pedí también una taza de café. Los señores voltearon y saludaron con la mano, cordialmente les regresé el gesto. El encargado llevó de mala gana el estofado y mi taza de café, el estofado olía delicioso aunque, de nuevo, su apariencia era dudosa. Tomé una cucharada grande del guisado y le soplé para no quemar mi boca, la carne estaba chiclosa. El café no eran tan extraño como el chocolate de una noche anterior, era un café muy normal, nada tan extravagante como la bebida de la noche. Me tomé mi café y comí el estofado a regañadientes mientras esperaba pacientemente a Alice.
La cama no era ni de lejos la mejor. Digna, en el mejor de los casos, gozaba de la comodidad justa para que pudieses conciliar un sueño a medias y estaba lo bastante limpia como para que no temieses a las infecciones, pero aun así te despertaste varias veces echando de menos la cama de tu camarote. Habías tardado meses en encontrar un colchón que se acomodase a la dureza suficiente para poder dormir a gusto y lo bastante blando como para que tus frágiles huesos no sufriesen por un movimiento inesperado en medio de la noche. Aun con esas, habías despertado relativamente bien. Al menos, hasta que recordaste que tus relojes estaban en el barco también.
Comprobaste apresuradamente el baño del dormitorio, nuevamente limpio pero no en exceso, y buscaste espacio donde no lo había para hacer, ni que fuera, unos minutos de yoga. No tenías ropa deportiva en el bolso así que lo hiciste en ropa interior, lo cual dedujiste no era la mejor de las ideas cuando a mitad de las posturas la tela se movía en una dirección y tu cuerpo en otra. Aun así te esforzaste por completar una rutina sencilla de una media hora para aliviar ligeramente la ansiedad y te diste una ducha. Había bañera, pero no estabas de humor para tomarte un baño.
Una vez aseada tomaste el bolso y sacaste el vestido de punto que siempre guardabas para una emergencia; también tu muda de ropa interior, y metiste la falda y las capas del día anterior en él. El abrigo, rojo, aún te servía, y sacaste tres relojes de bolsillo de su interior. Uno era el que habías comprado en nuestro primer viaje, un robusto plateado con mellas en forma de telaraña en la parte trasera. Lo habías restaurado para que mantuviese aquel simpático aspecto una vez arreglado.
Bajaste al comedor de la taberna aún dando cuerda al último de ellos, sentándote a la mesa con él en las manos sin acordarte de pedir nada al posadero. No te arrepentiste, viendo como veías el aspecto de lo que estaba teniendo que comer el muchacho.
- Buenos días -dijiste tratando de que la angustia no escapara de tus labios al tiempo que guardabas el reloj en un bolsillo interior de la trenca-. ¿Estás listo para gritar el nombre de tu técnica estrella?
Mientras él desayunaba sacaste los carteles nuevamente del bolso, buscando de manera casi obsesiva una nueva pista en la que no hubieras reparado. El desollador no podía pasar mucho tiempo en cada isla, pero tampoco podía volver -o no de forma segura- una vez mataba en una, menos una tan limitada en población como Sakura. Sin embargo aportaba un factor conservante nada desdeñable, por lo que con suerte tendría una guarida en alguna parte, a la que presumiblemente llevaría a sus víctimas antes de hacerse cargo de ellas. Allí seguramente estaría.
- Tengo que preguntarlo una vez más antes de salir a buscarlo -dijiste, poco convencida-. ¿Estás seguro de que quieres acompañarme? Va a ser peligroso. No podría serlo; va a serlo. No te juzgo si prefieres pasar.
Comprobaste apresuradamente el baño del dormitorio, nuevamente limpio pero no en exceso, y buscaste espacio donde no lo había para hacer, ni que fuera, unos minutos de yoga. No tenías ropa deportiva en el bolso así que lo hiciste en ropa interior, lo cual dedujiste no era la mejor de las ideas cuando a mitad de las posturas la tela se movía en una dirección y tu cuerpo en otra. Aun así te esforzaste por completar una rutina sencilla de una media hora para aliviar ligeramente la ansiedad y te diste una ducha. Había bañera, pero no estabas de humor para tomarte un baño.
Una vez aseada tomaste el bolso y sacaste el vestido de punto que siempre guardabas para una emergencia; también tu muda de ropa interior, y metiste la falda y las capas del día anterior en él. El abrigo, rojo, aún te servía, y sacaste tres relojes de bolsillo de su interior. Uno era el que habías comprado en nuestro primer viaje, un robusto plateado con mellas en forma de telaraña en la parte trasera. Lo habías restaurado para que mantuviese aquel simpático aspecto una vez arreglado.
Bajaste al comedor de la taberna aún dando cuerda al último de ellos, sentándote a la mesa con él en las manos sin acordarte de pedir nada al posadero. No te arrepentiste, viendo como veías el aspecto de lo que estaba teniendo que comer el muchacho.
- Buenos días -dijiste tratando de que la angustia no escapara de tus labios al tiempo que guardabas el reloj en un bolsillo interior de la trenca-. ¿Estás listo para gritar el nombre de tu técnica estrella?
Mientras él desayunaba sacaste los carteles nuevamente del bolso, buscando de manera casi obsesiva una nueva pista en la que no hubieras reparado. El desollador no podía pasar mucho tiempo en cada isla, pero tampoco podía volver -o no de forma segura- una vez mataba en una, menos una tan limitada en población como Sakura. Sin embargo aportaba un factor conservante nada desdeñable, por lo que con suerte tendría una guarida en alguna parte, a la que presumiblemente llevaría a sus víctimas antes de hacerse cargo de ellas. Allí seguramente estaría.
- Tengo que preguntarlo una vez más antes de salir a buscarlo -dijiste, poco convencida-. ¿Estás seguro de que quieres acompañarme? Va a ser peligroso. No podría serlo; va a serlo. No te juzgo si prefieres pasar.
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Es cierto que un buen día inicia con un buen desayuno, pero esta comida no era buena, aunque tampoco estaba tan mal como podría pensarlo. Estaba terminando ese plato de carne chiclosa y vegetales duros cuando Alice tomó asiento, fresca como lechuga.
-Buenos días, Alice- dije mientras pasaba un pedazo de carne- menos mal no te has pedido este guiso, aunque el café no está tan mal. -le daba el último sorbo al café -solamente por esas burlas voy a gritarla a los cuatro vientos -agregué entre risas, salió un poco de café por mi nariz.
Ella se mostraba seria respecto al tema del desollador, aquel terrorífico ser era alguien que no dudaría en quitarme la vida, era quizás el reto más grande de mi corta carrera, incluso más peligroso que "la trinchera de las tres horas". Alice se mostraba, no sabía si preocupada por mi seguridad o porque podría serle un estorbo, aún así tenía bien decido que quería acompañarla por ese paisaje color blanco, suponía que un par de manos extras le caerían bien, ¿qué tan malo podría ser? Esperaba que no tanto.
-¿Y perderme los trozos de piel colgando -dije con una pequeña sonrisa tratando de aligerar el ambiente- Qué va, estoy dentro.
Me levanté de la mesa y llevé mis trastos sucios a la barra del encargado que parecía feliz de que me fuera, no habíamos congeniado mucho, le dejé la cuota por el desayuno y la llave de mi habitación. Volteé a ver a la cazadora de porcelana con una sonrisa de oreja a oreja.
-Además, en el peor de los casos siempre puedo huir despavorido, aunque no esperes eso si necesitas una mano.
Cerré la chamarra medio desheca que había comprado la noche anterior y me dirigí a la entrada para abrir la puerta. Aunque había salido el Sol, aún se sentía el clima gélido típico de una isla invernal, al final la chamarra no había sido tan mala idea. Mantuve la puerta abierta para que pasara Alice.
-Vamos, que el día es más corto de lo que parece.
-Buenos días, Alice- dije mientras pasaba un pedazo de carne- menos mal no te has pedido este guiso, aunque el café no está tan mal. -le daba el último sorbo al café -solamente por esas burlas voy a gritarla a los cuatro vientos -agregué entre risas, salió un poco de café por mi nariz.
Ella se mostraba seria respecto al tema del desollador, aquel terrorífico ser era alguien que no dudaría en quitarme la vida, era quizás el reto más grande de mi corta carrera, incluso más peligroso que "la trinchera de las tres horas". Alice se mostraba, no sabía si preocupada por mi seguridad o porque podría serle un estorbo, aún así tenía bien decido que quería acompañarla por ese paisaje color blanco, suponía que un par de manos extras le caerían bien, ¿qué tan malo podría ser? Esperaba que no tanto.
-¿Y perderme los trozos de piel colgando -dije con una pequeña sonrisa tratando de aligerar el ambiente- Qué va, estoy dentro.
Me levanté de la mesa y llevé mis trastos sucios a la barra del encargado que parecía feliz de que me fuera, no habíamos congeniado mucho, le dejé la cuota por el desayuno y la llave de mi habitación. Volteé a ver a la cazadora de porcelana con una sonrisa de oreja a oreja.
-Además, en el peor de los casos siempre puedo huir despavorido, aunque no esperes eso si necesitas una mano.
Cerré la chamarra medio desheca que había comprado la noche anterior y me dirigí a la entrada para abrir la puerta. Aunque había salido el Sol, aún se sentía el clima gélido típico de una isla invernal, al final la chamarra no había sido tan mala idea. Mantuve la puerta abierta para que pasara Alice.
-Vamos, que el día es más corto de lo que parece.
Tic, tac. A ti no te hacía especial ilusión encontrarte con ese espectáculo, especialmente si acababa de añadir algo a su colección y todavía estaba la sangre fresca. Aun así la broma de Prometio, si bien no conseguiste reír por ella, calmó levemente tu ansiedad; o era un completo idiota o controlaba más la situación de lo que eras capaz de ver. Si era como Yor, y se parecía un poco a él, seguramente las dos cosas. Mucho más una de ellas si se parecía demasiado al pirata, aunque por el momento el chico parecía bastante más equilibrado. También más guapo.
- Tú ten cuidado -contestaste finalmente. Esperabas que no fuese a poner tu vida por delante de la suya; tendría que haberse percatado de que eras una chica dura, ¿no? Llevabas un conejito tatuado en la mano.
Tic, tac. Prometio se levantó enérgicamente, acortando con rapidez la distancia entre la puerta y él para abrirla con presteza. Ya con ella en la mano y mirándote urgió a que atravesaras el umbral.
No te quejaste de su apuro. De hecho, era positivo. El crimen normalmente se veía obligado a actuar de noche, por lo que bien temprano en la mañana los delincuentes se veían obligados a descansar. No tenías claro que el Desollador de Amstel siguiese ritmos propios de una persona sana contabas con que, como mínimo, se vería limitado por las mismas reglas fisionómicas -o alguna más restrictiva, tal vez-. Al fin y al cabo la locura no lo haría un súper hombre, más bien todo lo contrario.
Tic, tac. Te levantaste con la mano acariciando tu bolsillo, sintiéndote lo más cerca que podías de los relojes que habías traído contigo. Ibas a tener que poner en hora muchos de los otros, pero al menos estaban a salvo en el barco. Trataste de aliviarte con esa idea en mente mientras salías al exterior y te esforzabas en no llorar por la inmensa cantidad de luz reflejada en la nieve. Siempre que había ventisca al día siguiente las luces de Sakura eran un infierno de fulgor blanco. Necesitabas conseguir unos lentes para proteger tu vista.
- No puede estar muy lejos de la costa -dijiste-. Más aún si tenía que ir cargando un cuerpo. La ventisca habrá borrado sus huellas, pero aun así seguro que no resulta muy complicado toparnos con él.
No terminabas de creer tus propias palabras. Estaba loco, pero en su locura había cierta sagacidad. No actuaba como un animal sino como un psicópata descontrolado: cometía errores y había dejado de medirse, pero seguía poseyendo una mente particularmente meticulosa. Quizá por eso asumías que estaría oculto en el lugar menos pensado, aunque cercano a la costa. Y esa era una de las cuevas de los acantilados. Teníais que volver a la costa y encontrar una que fuese razonablemente accesible. Allí debía estar, muy probablemente. Aunque implicaba asumir riesgos.
Por si las moscas le explicaste el razonamiento a Prometio, esperando alguna alternativa. Tú tenías por costumbre sobrepensar las cosas.
- Tú ten cuidado -contestaste finalmente. Esperabas que no fuese a poner tu vida por delante de la suya; tendría que haberse percatado de que eras una chica dura, ¿no? Llevabas un conejito tatuado en la mano.
Tic, tac. Prometio se levantó enérgicamente, acortando con rapidez la distancia entre la puerta y él para abrirla con presteza. Ya con ella en la mano y mirándote urgió a que atravesaras el umbral.
No te quejaste de su apuro. De hecho, era positivo. El crimen normalmente se veía obligado a actuar de noche, por lo que bien temprano en la mañana los delincuentes se veían obligados a descansar. No tenías claro que el Desollador de Amstel siguiese ritmos propios de una persona sana contabas con que, como mínimo, se vería limitado por las mismas reglas fisionómicas -o alguna más restrictiva, tal vez-. Al fin y al cabo la locura no lo haría un súper hombre, más bien todo lo contrario.
Tic, tac. Te levantaste con la mano acariciando tu bolsillo, sintiéndote lo más cerca que podías de los relojes que habías traído contigo. Ibas a tener que poner en hora muchos de los otros, pero al menos estaban a salvo en el barco. Trataste de aliviarte con esa idea en mente mientras salías al exterior y te esforzabas en no llorar por la inmensa cantidad de luz reflejada en la nieve. Siempre que había ventisca al día siguiente las luces de Sakura eran un infierno de fulgor blanco. Necesitabas conseguir unos lentes para proteger tu vista.
- No puede estar muy lejos de la costa -dijiste-. Más aún si tenía que ir cargando un cuerpo. La ventisca habrá borrado sus huellas, pero aun así seguro que no resulta muy complicado toparnos con él.
No terminabas de creer tus propias palabras. Estaba loco, pero en su locura había cierta sagacidad. No actuaba como un animal sino como un psicópata descontrolado: cometía errores y había dejado de medirse, pero seguía poseyendo una mente particularmente meticulosa. Quizá por eso asumías que estaría oculto en el lugar menos pensado, aunque cercano a la costa. Y esa era una de las cuevas de los acantilados. Teníais que volver a la costa y encontrar una que fuese razonablemente accesible. Allí debía estar, muy probablemente. Aunque implicaba asumir riesgos.
Por si las moscas le explicaste el razonamiento a Prometio, esperando alguna alternativa. Tú tenías por costumbre sobrepensar las cosas.
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Buscaba entre mis cosas, la cafeína del desayuno me había recordado mi necesidad de azúcar, entre mis manos podía sentir paletas, caramelos, esos no los quería en aquel momento, mis dedos sintieron lo que quería... ¡un chocolate aplastado! Al menos no estaba tan duro como el día anterior, aunque estaba un poco viejo y duro, su sabor aún era bueno y la felicidad del chocolate recorrió mi paladar. El Sol recubría toda la isla tan fuertemente que llegaba a cegar, pensé que sentiría calor, pero no era así, la caminata por el suelo cubierto de nieve era bastante fría. Alice me comentó sus sospechas sobre el desollador, ella creía que se encontraba cerca de la costa para no tener que andar cargando con un cuerpo por toda la isla, un lugar del cuál podría marcharse fácil si así él lo deseara, era una idea firme.
-Sigamos tu razonamiento, supongo que tú sabes más acerca del -no sabía cómo referirme al desollador sin sonar tan tétrico- ¿talabartero? -creo que ese era el término que buscaba- que yo Alice, confío plenamente en ti.
Alice, la cazadora de porcelana, lucía como una pequeña chica frágil, pero por lo poco que había convivido con ella había caído en cuenta de que era más bien una mujer fortísima, era una persona increíble, incluso más fuerte e increíble que yo. Me sentía seguro y confiado de recorrer el nevado paisaje de la isla a su lado, sentía que nada malo podía pasar si permanecía junto a ella.
El viento comenzó a soplar un poco más fuerte y la temperatura bajó ligeramente, aunque el día estuviese recién comenzando, debíamos darnos prisa para trabajar y no vernos atrapados de nuevo bajo una tormenta de nieve. El camino a la costa fue relativamente sencillo y llevadero al lado de la cazadora de porcelana, el camino sin enormes ráfagas gélidas como las del día anterior, aún así no se antojaba echarse un chapuzón en los mares del reino de Sakura. Desde aquel punto se podían ver los riscos, acantilados y cuevas, ¿cuál sería el escondite idílico de un asesino, de un desollador? Entre muchos lugares, uno me llamó la atención.
-¿Qué tal esa cueva de allá? -señalé hacia un agujero entre un risco pronunciado.
No tenía la menor idea de si era posible que el desollador se encontrara ahí, ni siquiera si fuese factible cargar un cuerpo hasta allí, pero un escalofrío raro recorría mi cuerpo al mirar ese lugar.
-Sigamos tu razonamiento, supongo que tú sabes más acerca del -no sabía cómo referirme al desollador sin sonar tan tétrico- ¿talabartero? -creo que ese era el término que buscaba- que yo Alice, confío plenamente en ti.
Alice, la cazadora de porcelana, lucía como una pequeña chica frágil, pero por lo poco que había convivido con ella había caído en cuenta de que era más bien una mujer fortísima, era una persona increíble, incluso más fuerte e increíble que yo. Me sentía seguro y confiado de recorrer el nevado paisaje de la isla a su lado, sentía que nada malo podía pasar si permanecía junto a ella.
El viento comenzó a soplar un poco más fuerte y la temperatura bajó ligeramente, aunque el día estuviese recién comenzando, debíamos darnos prisa para trabajar y no vernos atrapados de nuevo bajo una tormenta de nieve. El camino a la costa fue relativamente sencillo y llevadero al lado de la cazadora de porcelana, el camino sin enormes ráfagas gélidas como las del día anterior, aún así no se antojaba echarse un chapuzón en los mares del reino de Sakura. Desde aquel punto se podían ver los riscos, acantilados y cuevas, ¿cuál sería el escondite idílico de un asesino, de un desollador? Entre muchos lugares, uno me llamó la atención.
-¿Qué tal esa cueva de allá? -señalé hacia un agujero entre un risco pronunciado.
No tenía la menor idea de si era posible que el desollador se encontrara ahí, ni siquiera si fuese factible cargar un cuerpo hasta allí, pero un escalofrío raro recorría mi cuerpo al mirar ese lugar.
Prometio estaba demasiado tranquilo, y eso te preocupaba. Era la clase de actitud que tenían los novatos, la misma que en su momento habías llegado a tener tú cuando aún no sabías cuánto dolía un corte, ya no digamos una puñalada. Estaba pletórico, lo cual resultaba cuanto menos peligroso si dejaba que la emoción se apoderase de él. Te daba miedo que tratase de hacer alguna tontería sin saber que lo era, aunque también era tierno ver cómo un sencillo chocolate había sido capaz de iluminar su rostro. Esperabas, aunque no lo dirías, que ese brillo no se perdiese. Además había pocos hombres que concediesen que tú sabías más que ellos, y eso ya ponía al muchacho bastante por encima de mucha gente sensiblemente más petulante.
- ¿Dónde te has criado? -preguntaste de la nada-. Esa palabra no es común en... -Te mordiste la lengua en lugar de decir "plebeyo"-. En nadie tan joven. Hablas como una duquesa octogenaria. -En realidad eso sí era cierto; habías conocido a algunas.
La cueva que buscabais debía ser accesible pero también estar oculta a simple vista. No podía quedar anegada al subir la marea, tampoco. Caminabais siguiendo la costa aprovechando el recodo de cada fiordo para ver algunos detalles que en otras circunstancias quizá resultasen imposibles de ver. La luz del día y el buen tiempo que parecía haber decidido acompañaros en esa mañana ayudaban sobremanera, compensando en parte lo distraída que estabas. De hecho, te habías fijado en algunas cuevas que podían ser prometedoras a medio camino entre el puerto y el pueblo de Big Horn. Quizá en otro momento se te habría ocurrido preguntar en algún lado por pistas, pero no tenías la cabeza donde debía estar. Solo esperabas poder volver al barco pronto.
Maldijiste, en voz más alta de lo que te habría gustado, que justo esa pronunciada apertura bajo un risco de saliente algo notable. Habías tomado por pared lo que eran dos grandes columnas naturales de roca, que caían casi verticales abriéndose hasta dar una pequeña oquedad por la que tú podías pasar algo justa y alguien de hombros anchos podría atravesar de perfil. Más o menos.
- Justo una como esa, sí. Jolín, ¿cómo se me ha pasado?
La bajada era peligrosa desde donde estabais, pero un discreto camino entre las rocas congeladas iba subiendo escalonado a apenas veinte metros desde esa posición. No era una bajada muy segura tampoco, pero con el cuidado suficiente los riesgos para alguien hábil podían ser bastante limitados. Miraste a Prometio con preocupación y luego a la cueva, al camino... ¿Podríais bajar sin destrozaros?
- Con un poco de suerte la nieve evitará que resbalemos -explicaste, señalando la bajada-. En cualquier caso deberíamos arrancar un par de ramas para usar como bastón.
Te dirigiste a un pino, dispuesta a quitarle dos ramas bajas, sacando un cuchillo de bajo tu falda.
- ¿Dónde te has criado? -preguntaste de la nada-. Esa palabra no es común en... -Te mordiste la lengua en lugar de decir "plebeyo"-. En nadie tan joven. Hablas como una duquesa octogenaria. -En realidad eso sí era cierto; habías conocido a algunas.
La cueva que buscabais debía ser accesible pero también estar oculta a simple vista. No podía quedar anegada al subir la marea, tampoco. Caminabais siguiendo la costa aprovechando el recodo de cada fiordo para ver algunos detalles que en otras circunstancias quizá resultasen imposibles de ver. La luz del día y el buen tiempo que parecía haber decidido acompañaros en esa mañana ayudaban sobremanera, compensando en parte lo distraída que estabas. De hecho, te habías fijado en algunas cuevas que podían ser prometedoras a medio camino entre el puerto y el pueblo de Big Horn. Quizá en otro momento se te habría ocurrido preguntar en algún lado por pistas, pero no tenías la cabeza donde debía estar. Solo esperabas poder volver al barco pronto.
Maldijiste, en voz más alta de lo que te habría gustado, que justo esa pronunciada apertura bajo un risco de saliente algo notable. Habías tomado por pared lo que eran dos grandes columnas naturales de roca, que caían casi verticales abriéndose hasta dar una pequeña oquedad por la que tú podías pasar algo justa y alguien de hombros anchos podría atravesar de perfil. Más o menos.
- Justo una como esa, sí. Jolín, ¿cómo se me ha pasado?
La bajada era peligrosa desde donde estabais, pero un discreto camino entre las rocas congeladas iba subiendo escalonado a apenas veinte metros desde esa posición. No era una bajada muy segura tampoco, pero con el cuidado suficiente los riesgos para alguien hábil podían ser bastante limitados. Miraste a Prometio con preocupación y luego a la cueva, al camino... ¿Podríais bajar sin destrozaros?
- Con un poco de suerte la nieve evitará que resbalemos -explicaste, señalando la bajada-. En cualquier caso deberíamos arrancar un par de ramas para usar como bastón.
Te dirigiste a un pino, dispuesta a quitarle dos ramas bajas, sacando un cuchillo de bajo tu falda.
Charlotte Prometio
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Alice me había preguntado por mi origen, no solía hablar mucho de aquellos tiempos, en general a partir de aquel incidente que había ocasionado que abandonara el lugar al que una vez había llamado hogar. Incluso si Alice era completamente de mi agrado, no me sentía del todo cómodo contándole toda esa historia, seguimos caminando y me tomé la cabeza. Además, ¿cómo que una duquesa octogenaria? En la academia ciertamente enseñaban ese oficio, no debía ser tan raro, ¿o sí?
-Una isla del norte, pero ni por asomo tan fría como esta -respondí meintras seguíamos caminando- ¿soy una duquesa con porte elegante? -agregué entre risas-
Vaya, al parecer sí era posible que el desollador estuviese escondido en esa cueva, ese escondite se encontraba a unos veinte metros del suelo, aquel hombre debía ser bastante fuerte como para poder llevar a sus víctimas hasta ese sitio sin ningún problema. Es decir, yo miraba esa empinada cumbre y me preguntaba cómo es que subiríamos en un dos por tres o siquiera cómo subiríamos en una sola pieza. Probablemente las garras de la forma híbrida funcionaran para agarrarse mejor en la escalada, pero aún no quería que Alice viera mi forma de dinosaurio, perdía bastante encanto cuando alcanzaba ese estado. Fuimos en búsqueda de algunas ramas gruesas para ayudarnos en nuestra subida, en el peor de los casos me transformaría si los bastones no me servían mucho, la cazadora de porcelana sacó un cuchillo de debajo de su falda como si de comida se tratase, claramente ella era una persona muchísimo muy fuerte o al menos esa impresión daba. Hice lo propio y con una de mis espadas corté dos ramas gruesas que prometían ayudarme con la escalada.
Una vez recolectadas nuestras herramientas nos pusimos en marcha al risco, se veía aceptablemente cerca, probablemente a no más de veinte minutos de nuestra posición. Mientras caminábamos por aquel blanco paisaje un pensamiento cruzó por mi mente, ¿los dinosaurios podrían moverse con libertad en un clima tan frío? Jamás había utilizado mi fruta en un lugar repleto de nieve, pero ellos eran criaturas de sangre fría, esperaba que pudiera emplearme a fondo y no sufriera una repercusión de ser un reptil enorme. Seguíamos la caminata cuando un enorme oso gris a dos patas se nos puso enfrente, era enorme y cargaba un enorme pico a sus espaldas, ¿era un oso minero, los osos trabajaban en aquel lugar? Además parecía completamente amable porque nos volteó a ver pasivamente.
- Alice, ¿el oso va a trabajar a la mina o por qué trae ese pico?
-Una isla del norte, pero ni por asomo tan fría como esta -respondí meintras seguíamos caminando- ¿soy una duquesa con porte elegante? -agregué entre risas-
Vaya, al parecer sí era posible que el desollador estuviese escondido en esa cueva, ese escondite se encontraba a unos veinte metros del suelo, aquel hombre debía ser bastante fuerte como para poder llevar a sus víctimas hasta ese sitio sin ningún problema. Es decir, yo miraba esa empinada cumbre y me preguntaba cómo es que subiríamos en un dos por tres o siquiera cómo subiríamos en una sola pieza. Probablemente las garras de la forma híbrida funcionaran para agarrarse mejor en la escalada, pero aún no quería que Alice viera mi forma de dinosaurio, perdía bastante encanto cuando alcanzaba ese estado. Fuimos en búsqueda de algunas ramas gruesas para ayudarnos en nuestra subida, en el peor de los casos me transformaría si los bastones no me servían mucho, la cazadora de porcelana sacó un cuchillo de debajo de su falda como si de comida se tratase, claramente ella era una persona muchísimo muy fuerte o al menos esa impresión daba. Hice lo propio y con una de mis espadas corté dos ramas gruesas que prometían ayudarme con la escalada.
Una vez recolectadas nuestras herramientas nos pusimos en marcha al risco, se veía aceptablemente cerca, probablemente a no más de veinte minutos de nuestra posición. Mientras caminábamos por aquel blanco paisaje un pensamiento cruzó por mi mente, ¿los dinosaurios podrían moverse con libertad en un clima tan frío? Jamás había utilizado mi fruta en un lugar repleto de nieve, pero ellos eran criaturas de sangre fría, esperaba que pudiera emplearme a fondo y no sufriera una repercusión de ser un reptil enorme. Seguíamos la caminata cuando un enorme oso gris a dos patas se nos puso enfrente, era enorme y cargaba un enorme pico a sus espaldas, ¿era un oso minero, los osos trabajaban en aquel lugar? Además parecía completamente amable porque nos volteó a ver pasivamente.
- Alice, ¿el oso va a trabajar a la mina o por qué trae ese pico?
Prometio, como mucha gente, prefería no hablar de su pasado. Lo aceptaste; a ti tampoco te gustaba, y tampoco habrías querido que una pulla diese lugar a que tú tuvieses que contar de ti más de lo necesario. En cualquier caso se lo tomó bien, preguntando si parecía...
- Elegante no, desde luego -contestaste entre risas-. Acabas de sacar un chocolate aplastado de la bolsa y comértelo a dos carrillos. Pero seguro que alguna duquesa lo hace cuando nadie la ve.
Tú no lo hacías, aunque en la intimidad dejabas el porte señorial atrás y hablabas de una manera mucho más vulgar. Quizá por eso se te contagiaban luego exabruptos propios de un marinero borracho de Irish Garden. Aunque hacía tiempo que no estabas en la intimidad con nadie. En el barco debías dirigir la ruta, cerciorarte de que los navegantes trabajaban y asegurarte de que os dirigíais al lugar correcto según los informes del Gremio. Fuera de Chesterton, en realidad, y más allá de la intimidad que habías podido compartir con Illje, nunca te habías permitido un momento de especial debilidad. Ni siquiera cuando lo necesitabas.
El camino se hacía bastante más largo de lo que habrías supuesto. De no ser por el ruido habrías optado por usar al momento las alas de la libertad, aunque también dudabas que fuesen a ser capaces de atravesar las resbaladizas capas de hielo que recubrían las ya de por sí duras rocas. Era un riesgo, más aún teniendo en cuenta lo cercano del mar y que cualquier error podía acabar con nosotros hundidos en el fondo del mar.
Y ese no era el único problema. Sin que apenas te dieses cuenta un oso viajero apareció cerca de vosotros. Con el pico en la espalda, gigante en todo su porte y de terrible gesto, aunque solemne. No era una molestia especialmente preocupante, pero estabas segura de que Prometio no conocía el protocolo que debíais seguir. Como si nada, aunque dándole una palmadita en la espalda para que se echase hacia delante, hiciste una leve reverencia.
- ¡Buenos días, señor Oso! -saludaste sin levantar la mirada.
Si el chico no saludaba correctamente era probable que el animal se enfadase, tratando de disciplinarlo enseñándole a sentarse protocolariamente. Tus rodillas no podían aguantar esa tortura y te costaba que las de alguien sano fuesen también capaces de hacerlo.
- Inclínate y saluda -mascullaste por si acaso-. Los osos viajeros valoran mucho la educación, y estamos en su territorio.
En realidad no sabías si estabais en su territorio, ni si eran territoriales. Ni siquiera recordabas si se llamaban exactamente "osos viajeros", pero sí sabías que no valía la pena llevarse mal con uno. Era mucho mejor ser educados con él.
- Elegante no, desde luego -contestaste entre risas-. Acabas de sacar un chocolate aplastado de la bolsa y comértelo a dos carrillos. Pero seguro que alguna duquesa lo hace cuando nadie la ve.
Tú no lo hacías, aunque en la intimidad dejabas el porte señorial atrás y hablabas de una manera mucho más vulgar. Quizá por eso se te contagiaban luego exabruptos propios de un marinero borracho de Irish Garden. Aunque hacía tiempo que no estabas en la intimidad con nadie. En el barco debías dirigir la ruta, cerciorarte de que los navegantes trabajaban y asegurarte de que os dirigíais al lugar correcto según los informes del Gremio. Fuera de Chesterton, en realidad, y más allá de la intimidad que habías podido compartir con Illje, nunca te habías permitido un momento de especial debilidad. Ni siquiera cuando lo necesitabas.
El camino se hacía bastante más largo de lo que habrías supuesto. De no ser por el ruido habrías optado por usar al momento las alas de la libertad, aunque también dudabas que fuesen a ser capaces de atravesar las resbaladizas capas de hielo que recubrían las ya de por sí duras rocas. Era un riesgo, más aún teniendo en cuenta lo cercano del mar y que cualquier error podía acabar con nosotros hundidos en el fondo del mar.
Y ese no era el único problema. Sin que apenas te dieses cuenta un oso viajero apareció cerca de vosotros. Con el pico en la espalda, gigante en todo su porte y de terrible gesto, aunque solemne. No era una molestia especialmente preocupante, pero estabas segura de que Prometio no conocía el protocolo que debíais seguir. Como si nada, aunque dándole una palmadita en la espalda para que se echase hacia delante, hiciste una leve reverencia.
- ¡Buenos días, señor Oso! -saludaste sin levantar la mirada.
Si el chico no saludaba correctamente era probable que el animal se enfadase, tratando de disciplinarlo enseñándole a sentarse protocolariamente. Tus rodillas no podían aguantar esa tortura y te costaba que las de alguien sano fuesen también capaces de hacerlo.
- Inclínate y saluda -mascullaste por si acaso-. Los osos viajeros valoran mucho la educación, y estamos en su territorio.
En realidad no sabías si estabais en su territorio, ni si eran territoriales. Ni siquiera recordabas si se llamaban exactamente "osos viajeros", pero sí sabías que no valía la pena llevarse mal con uno. Era mucho mejor ser educados con él.
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Alice le había dado los buenos días al oso trabajador, vaya rareza, aunque no más que el hecho de que loso osos trabajaran como mineros en esa isla invernal. Alice susurró que también le saludara, al parecer aquellos osos mineros dejaban de ser tan amables si no le regresabas el saludo, cada vez se tornaba más raro el asunto de esos úrsidos, cada isla del grand line tiene sus propias peculiaridades, pero esa no era nada sombrosa ni mucho menos.
-¡Buenas señor oso! -grité mientras inclinaba la cabeza- ¿así nos dejará en paz? -susurré para Alice.
El oso minero respondió el saludo bajando la cabeza cordialmente y procedió a seguir en paz con su camino, en definitiva era raro que una bestia tan grande tuviera tan buenos modales, era más educado que muchas personas que conocía. Una rareza de la naturaleza, aunque de una extraña manera fascinante, algo aburrido también, de haber sido más increíble ese enorme oso hubiese querido llevarlo conmigo. Tras la pequeña interrupción, la cazadora de porcelana y yo seguimos con nuestro camino hacia el risco dónde sospechábamos que se escondía el desollador, una pequeña calma antes de la tormenta, quizás las últimas risas antes de un panorama desolador. Mientras seguíamos caminando comencé a apreciar el tiempo que pasaba con Alice, era una gran compañera, esperaba volverla a ver una vez que ella acabara sus asuntos en la isla, el mar es muy grande y uno no siempre encuentra risas a mitad de la nieve, menos con una chica tan guapa como ella. Volteé a verla y le lancé una sonrisa. Por fin habíamos llegado, desde la basa del risco, este se veía un poco más empinado desde la costa, el ambiente se sentía pesado, como si una densa niebla invisible y espesa se metiera a los pulmones, vieras como lo vieras, el sentimiento que producía ese lugar era escalofriante. Se me erizó la piel.
-No tengo pruebas, pero esto se siente... -no sabía cómo explicarlo- ¿diferente, no lo crees? -fue lo único que se me ocurrió en ese momento.
Bien, era momento de ponerse serios y dejar de hacerme el tonto, el enemigo que podría encontrarse arriba era, seguramente por mucho, más hábil y fuerte que yo, había mucho que perder. Estaba por contarle a Alice acerca de mi fruta, quizás para que pudiéramos tener un plan de acción, cuando entre el blanco piso noté unas ligeras manchas rojas, era un extraño relieve, no parecía sólo nieve. Era un, ¿conejo, oso, un conejo enorme? O al menos lo que quedaba de él, su cuerpo yacía boca arriba a unos cuantos metros de nuestra posición con algunas manchas de sangre sobre su pelaje.
-¿Qué es eso Alice? -pregunté mientras señalaba el cuerpo.
-¡Buenas señor oso! -grité mientras inclinaba la cabeza- ¿así nos dejará en paz? -susurré para Alice.
El oso minero respondió el saludo bajando la cabeza cordialmente y procedió a seguir en paz con su camino, en definitiva era raro que una bestia tan grande tuviera tan buenos modales, era más educado que muchas personas que conocía. Una rareza de la naturaleza, aunque de una extraña manera fascinante, algo aburrido también, de haber sido más increíble ese enorme oso hubiese querido llevarlo conmigo. Tras la pequeña interrupción, la cazadora de porcelana y yo seguimos con nuestro camino hacia el risco dónde sospechábamos que se escondía el desollador, una pequeña calma antes de la tormenta, quizás las últimas risas antes de un panorama desolador. Mientras seguíamos caminando comencé a apreciar el tiempo que pasaba con Alice, era una gran compañera, esperaba volverla a ver una vez que ella acabara sus asuntos en la isla, el mar es muy grande y uno no siempre encuentra risas a mitad de la nieve, menos con una chica tan guapa como ella. Volteé a verla y le lancé una sonrisa. Por fin habíamos llegado, desde la basa del risco, este se veía un poco más empinado desde la costa, el ambiente se sentía pesado, como si una densa niebla invisible y espesa se metiera a los pulmones, vieras como lo vieras, el sentimiento que producía ese lugar era escalofriante. Se me erizó la piel.
-No tengo pruebas, pero esto se siente... -no sabía cómo explicarlo- ¿diferente, no lo crees? -fue lo único que se me ocurrió en ese momento.
Bien, era momento de ponerse serios y dejar de hacerme el tonto, el enemigo que podría encontrarse arriba era, seguramente por mucho, más hábil y fuerte que yo, había mucho que perder. Estaba por contarle a Alice acerca de mi fruta, quizás para que pudiéramos tener un plan de acción, cuando entre el blanco piso noté unas ligeras manchas rojas, era un extraño relieve, no parecía sólo nieve. Era un, ¿conejo, oso, un conejo enorme? O al menos lo que quedaba de él, su cuerpo yacía boca arriba a unos cuantos metros de nuestra posición con algunas manchas de sangre sobre su pelaje.
-¿Qué es eso Alice? -pregunté mientras señalaba el cuerpo.
Como era de esperar, el oso siguió su camino plácidamente tras el encuentro. En cierto modo te habría gustado entender a los animales para poder preguntarle cuál era su cultura, cómo un animal salvaje conseguía su kit de escalada y por qué se debían a unos modales tan humanos. ¿Quizá deberías intentar pintar alguno en uno de tus viajes? De vuelta a Drum, si algún día te cuadraba, quizá deberías hacerlo.
Con su marcha retomasteis el camino, aferrándoos a las ramas de pino que él había arrancado y tú cortado. Sin duda hacían más seguro el viaje, pero de cara al exterior estabas segura de que os veíais ridículos. Por suerte no había nadie que pudiese veros armando ese espectáculo y podíais centraros en disfrutar. Cuando ignorabas el motivo por el que estabas ahí, de hecho, el paseo resultaba tremendamente agradable. Prometeo era una compañía bastante grata y como cazarrecompensas podía tener futuro; al menos, tanto futuro como Hayato y Sasaki podían tener e incluso un poco más, teniendo en cuenta que podían llegar a ser un par de zoquetes con más espada que cerebro.
Prometio te lanzó una sonrisa que te ablandó un poco. Era mono, supongo, aunque el único hombre en el que podías pensar era el Desollador. No querías perder del todo la concentración y mucho menos salir de esa zona antes de completar la cacería. Pero tenía una sonrisa tierna, eso había que reconocérselo, y la habilidad de mantener la compostura en situaciones tensas era una aptitud bastante más importante de lo que mucha gente parecía creer.
- La atmósfera es más densa, sí -respondiste cuando su pregunta te devolvió a la realidad-. El aire que sale de ahí parece algo viciado. Seguramente porque alguien o algo se oculta en su interior.
Irónicamente cuando entrasteis en la cueva ver un cadáver de conejo gigante con claros signos de violencia te hizo respirar tranquila. A pesar de que lo que fuera que lo había matado podía seguir ahí -y técnicamente sería más peligroso- el cuerpo mutilado indicaba que eso no era una madriguera. Al menos, no una de conejos gigantes. Y, a juzgar por la forma de las amputaciones, se habían hecho con alguna clase de herramienta más o menos refinada: un cuchillo, o una suerte de sierra. Eso indicaba que había un humano alimentándose del animal, casi sin asomo de duda. Aunque Prometio tenía curiosidad por qué era eso. Y tú, en cierto modo, también.
- Parece un conejo gigante. ¿Muffin? ¿Laphan? No me había topado con ninguno antes, no te voy a mentir. Y casi me alegro. -Miraste hacia el suelo-. Huellas humanas.
Te deshiciste de las ramas y encabezaste la marcha por la gruta. A momentos necesitabas agacharte un poco y en algunos puntos te preguntabas cómo un hombre fornido podría haber entrado por ahí, pero era más por incomodidad que por otra cosa.
Tras unos minutos por ese camino llegasteis a una zona ovalada, preciosa, con una suerte de cúpula casi cristalina. Eso no podía ser natural de ninguna forma, era demasiado humano, demasiado intrincado. El hielo no formaba esa clase de estructuras, mucho menos en una caverna por la que el agua no pasaba. Aunque, una vez miraste al suelo, dejaste de estar maravillada para sentir el verdadero horror: Había pieles por todo el suelo, cabelleras humanas a modo de tapices y muebles recubiertos de cuero -seguramente de origen humano-. Había velas que olían a grasa, de un amarillo parduzco asqueroso, y una cama de aspecto terrible que era más bien un catre con mantas empapadas en sangre. Aquello no era un escondrijo: Era la guarida principal del Desollador de Amstel.
Trataste de ignorar el horror para centrarte en dónde podía estar. Había un par de pasillos horadados, esos sí claramente artificiales, que llevaban a una oscuridad iluminada pobremente por lo que debían ser más velas de grasa. Tragaste saliva.
- Yo creo que lo ideal es esperarlo aquí; en algún momento volverá, y así tendremos ventaja sobre él. Prepárate.
Tú hiciste lo propio sacando dos cuchillos de debajo de tu falda y te recogiste un poco para llamar menos aún la atención.
Con su marcha retomasteis el camino, aferrándoos a las ramas de pino que él había arrancado y tú cortado. Sin duda hacían más seguro el viaje, pero de cara al exterior estabas segura de que os veíais ridículos. Por suerte no había nadie que pudiese veros armando ese espectáculo y podíais centraros en disfrutar. Cuando ignorabas el motivo por el que estabas ahí, de hecho, el paseo resultaba tremendamente agradable. Prometeo era una compañía bastante grata y como cazarrecompensas podía tener futuro; al menos, tanto futuro como Hayato y Sasaki podían tener e incluso un poco más, teniendo en cuenta que podían llegar a ser un par de zoquetes con más espada que cerebro.
Prometio te lanzó una sonrisa que te ablandó un poco. Era mono, supongo, aunque el único hombre en el que podías pensar era el Desollador. No querías perder del todo la concentración y mucho menos salir de esa zona antes de completar la cacería. Pero tenía una sonrisa tierna, eso había que reconocérselo, y la habilidad de mantener la compostura en situaciones tensas era una aptitud bastante más importante de lo que mucha gente parecía creer.
- La atmósfera es más densa, sí -respondiste cuando su pregunta te devolvió a la realidad-. El aire que sale de ahí parece algo viciado. Seguramente porque alguien o algo se oculta en su interior.
Irónicamente cuando entrasteis en la cueva ver un cadáver de conejo gigante con claros signos de violencia te hizo respirar tranquila. A pesar de que lo que fuera que lo había matado podía seguir ahí -y técnicamente sería más peligroso- el cuerpo mutilado indicaba que eso no era una madriguera. Al menos, no una de conejos gigantes. Y, a juzgar por la forma de las amputaciones, se habían hecho con alguna clase de herramienta más o menos refinada: un cuchillo, o una suerte de sierra. Eso indicaba que había un humano alimentándose del animal, casi sin asomo de duda. Aunque Prometio tenía curiosidad por qué era eso. Y tú, en cierto modo, también.
- Parece un conejo gigante. ¿Muffin? ¿Laphan? No me había topado con ninguno antes, no te voy a mentir. Y casi me alegro. -Miraste hacia el suelo-. Huellas humanas.
Te deshiciste de las ramas y encabezaste la marcha por la gruta. A momentos necesitabas agacharte un poco y en algunos puntos te preguntabas cómo un hombre fornido podría haber entrado por ahí, pero era más por incomodidad que por otra cosa.
Tras unos minutos por ese camino llegasteis a una zona ovalada, preciosa, con una suerte de cúpula casi cristalina. Eso no podía ser natural de ninguna forma, era demasiado humano, demasiado intrincado. El hielo no formaba esa clase de estructuras, mucho menos en una caverna por la que el agua no pasaba. Aunque, una vez miraste al suelo, dejaste de estar maravillada para sentir el verdadero horror: Había pieles por todo el suelo, cabelleras humanas a modo de tapices y muebles recubiertos de cuero -seguramente de origen humano-. Había velas que olían a grasa, de un amarillo parduzco asqueroso, y una cama de aspecto terrible que era más bien un catre con mantas empapadas en sangre. Aquello no era un escondrijo: Era la guarida principal del Desollador de Amstel.
Trataste de ignorar el horror para centrarte en dónde podía estar. Había un par de pasillos horadados, esos sí claramente artificiales, que llevaban a una oscuridad iluminada pobremente por lo que debían ser más velas de grasa. Tragaste saliva.
- Yo creo que lo ideal es esperarlo aquí; en algún momento volverá, y así tendremos ventaja sobre él. Prepárate.
Tú hiciste lo propio sacando dos cuchillos de debajo de tu falda y te recogiste un poco para llamar menos aún la atención.
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