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Relatos pacíficos de tranquilidad y entrenamiento

Ex libris Vanko

Entrada 30

Las olas, risueñas y gentiles, trazaban su danza infinita contra el casco del barco mercante, como músicos que interpretan una sinfonía del mar. Con gracia y determinación, el barco navegaba con su proa apuntando hacia el destino que anhelaba: el puerto de Dorithia, una joya costera que abrazaba a los errantes mercaderes provenientes de tierras lejanas. A bordo de este bastión flotante, en medio del bullicio orquestado por marineros incansables y el abrazo constante del océano, se encontraba mi figura, un ser que se había embarcado rumbo hacia la isla de Greenlyn con un sueño como log-pose y la esperanza como viento en las velas de su alma.
Mi estatura, un desafío a las convenciones humanas, se erigía como una afirmación de singularidad en un mundo de conformidad. A pesar de ello, gracias a mis poderes y al entrenamiento había hecho  natural la habilidad de llevar ocultas las alas que me diferenciaban del mundo, transformándome en solo un gigante feo e inofensivo a los ojos del mundo. Mi cuerpo, una maravilla de la naturaleza, doblegaba sus dones a mi voluntad, permitiéndome navegar entre los demás como un mero ser habitante más con sueños palpables. Mi anhelo de encontrar mi lugar en este nuevo mundo latía en cada una de las fibras de mi corazón, y mis manos, marcadas por el trabajo arduo, sostenían la pasión inextinguible que me impulsaba hacia adelante.
Cada mirada que lanzaba al horizonte, firme y decidida, trazaba un sendero incierto pero emocionante hacia un porvenir desconocido. Los ojos, reflejo de mi determinación interna, exploraban el vasto lienzo del futuro con un anhelo inquebrantable. En mis pupilas danzaba la promesa de oportunidades sin límite, y en mi mente resonaban ecos de aventuras por vivir y desafíos por superar. La ciudad que se alzaba en el horizonte, Dorithia, era más que un simple puerto; era un umbral hacia una nueva vida, un punto de partida para mi relato en esta tierra de maravillas y misterios.

Entrada 31

Mi antiguo hogar quedó atrás, abandonado como un capítulo viejo y desgastado, mientras me aventuraba en busca de oportunidades en un rincón bendecido por la prosperidad del mundo. Fue en ese preciso momento que Greenlyn, con su promesa de misterio y cambio, se alzó ante mí como una respuesta a las plegarias que había susurrado en las noches de incertidumbre. El eco de sus riquezas minerales, como una melodía tentadora, atrajo mi atención con un encanto irresistible. En el horizonte de posibilidades, esta tierra emergía como un oasis en medio del vasto desierto de lo desconocido.
Sin embargo, no solo eran las riquezas lo que avivaba mi imaginación. La revelación de las innumerables cuevas que yacían ocultas bajo la superficie terrestre me brindó una sensación de seguridad, un refugio donde podría encontrar alivio después de las travesías inciertas que había emprendido. Las sombras y los ecos dentro de esos abismos rocosos parecían acogerme como un antiguo amigo, susurros de las profundidades que me recordaban que aquí podría hallar un hogar más allá de los límites de la superficie.
Aunque una sombra amenazante, representada por la influencia de la Marina, oscurecía la isla, encontré consuelo en la convicción de que podría fundirme en la identidad de los mineros, oculto en las entrañas de la tierra. Inspirado por la esperanza y el deseo de pasar inadvertido, creí que mi historia se podría tejer junto a los hilos de las vidas de aquellos que buscaban en las profundidades de la tierra su sustento y su camino en la vida. Cada martillazo, cada esfuerzo, sería una nota en la sinfonía de esta isla y una acotación en nuestras bitácoras, una forma de armonizar mi destino con el de aquellos que compartían su alma con la tierra, las menas y las gemas.

Entrada 32

El viaje, un épico relato confeccionado con retales de emociones tumultuosas, había sido una travesía en la que las olas caprichosas y las ráfagas de viento habían sido mis compañeros de ruta. Mientras el barco desafiaba las aguas inquietas del océano, mi mente se entregaba a ensoñaciones que se desplegaban como velas al viento. En las telas de mis pensamientos, se tejía el futuro que anhelaba, donde mi labor en las minas se alzaba como un acto de creación en sí mismo. Allí, en las profundidades de la tierra, visualizaba un escenario en el que mis manos se convertirían en instrumentos de descubrimiento, arrancando tesoros del seno mismo de la madre naturaleza. En ese esfuerzo, sabía que mi labor no solo sería un medio de subsistencia, sino un tributo al florecimiento de la región y una manera de entrenar día a día mi físico, ser un eslabón en la cadena que sostenía la producción minera de Greenlyn .
No obstante, en medio de mi optimismo, las sombras de las montañas que se alzaban en el horizonte también susurraban historias de peligro. Entre los pliegues de la oscuridad, moraban criaturas míticas que habitaban el reino de la imaginación y la realidad entrelazadas. Basiliscos que convertían a los osados en cadáveres y grifos majestuosos que acechaban en las sombras se erguían como guardianes de los rincones más inexplorados. Esas historias, un eco de antiguos mitos y advertencias, se enroscaban alrededor de mi mente como lianas, alimentando una inquietud que daba lugar a la incertidumbre. Sin embargo, aun teniendo que afrontar todas estas suposiciones, una llama insaciable ardía en mi pecho: la llama de la esperanza. Un fuego interior que no cedía ante los vientos del temor, sino que ardía con una fuerza intensa, impulsándome a avanzar hacia lo desconocido con la confianza de que cada paso traería consigo nuevas oportunidades y desafíos.

Entrada 33

El resonar metálico del ancla encontrando su lecho en el puerto de Dorithia marcó el inicio de una nueva fase en mi odisea. Mientras el barco quedaba anclado en su posición, las cadenas del viaje se desvanecían, liberándome de las garras del mar y permitiéndome enfilar tierra firme. Con el palpitar acelerado de la emoción y la ansiedad, pisé la cubierta, mis pasos resonando como un eco de la aventura que aguardaba más allá de la orilla.
Las calles de Dorithia se desplegaban ante mí como un tapiz meticulosamente tejido, una sinfonía de colores y aromas que bailaban en la brisa. El aire vibraba con la energía de la ciudad costera, un crisol de culturas entrelazadas por el comercio y el deseo de lo exótico. Los mercados, puestos de tentación y regateo, eran como tableros de ajedrez en los que las piezas se movían con agilidad, en una danza de comercio que trascendía las fronteras y los idiomas. Los mercaderes, cada uno con su propia historia y ambición, negociaban con voces que se superponían a otras como las diferentes melodías de una opereta. Cada oferta y contraoferta eran como nudos en una gran madeja, hilos que se cruzaban y tejían una red de interacciones, cada una con su propia historia e intereses detrás.

Mis ojos se deslizaron sobre todo aquello, absorbiendo cada detalle, cada escena que veía ante mí. Los colores de las mercancías, las voces de los comerciantes, el murmullo de los transeúntes, todo contribuía a la sinfonía urbana que se extendía por las calles empedradas. En medio de ese bullicio, sentí una conexión con la ciudad que iba más allá de lo superficial, como si la propia ciudad tuviese alma y tirase de mi como una joven ansiosa. Mis pensamientos trascendieron el presente y el ahora, y en cada puesto, en cada esquina, intuí la promesa de historias aún por vivir en mi nuevo hogar.
Cada experiencia, cada encuentro,  cada paso que daba en aquellas calles desconocidas, se convertía en una página en blanco esperando ser escrita con las tintas de la aventura y el estudio. Y mientras, el sol se alzaba en lo alto, iluminando mi camino en esta ciudad costera, su luz era también la luz de la nueva esperanza que me impulsaba a seguir adelante, a explorar y descubrir todo lo que este nuevo hogar tenía por ofrecer.

Entrada 34      
                                                                                         
La elección de unirme al grupo de mineros que habían compartido mi travesía fue una decisión que selló mi destino en un camino de camaradería y compañia. Unidos por el lazo de la travesía y la búsqueda de un futuro mejor, nos dirigimos con determinación hacia el corazón mismo de la isla, hacia las majestuosas montañas que se alzaban en el horizonte como guardianes imponentes de los secretos que yacían en sus entrañas.
El sendero que se abría ante nosotros era como una serpiente de tierra que se retorcía y giraba entre frondosos bosques y arroyos que cantaban melodías tranquilizadoras. Cada paso que dábamos resonaba en armonía con la naturaleza que nos rodeaba, como si la propia tierra estuviera guiándonos en nuestro caminar. Los árboles altos y majestuosos se alzaban a nuestro alrededor, sus hojas filtrando la luz del sol en un juego de sombras y destellos dorados. El aire, fresco y lleno de vida, acariciaba nuestras mejillas y susurraba promesas de trabajo estable por venir.
A medida que avanzábamos, las montañas parecían elevarse hacia el cielo en una danza de grandeza y misterio. Cada vez más cerca de ellas, sus cimas se perdían en las nubes, como si ocultaran secretos ancestrales en sus alturas inaccesibles. Aun así, el viento que descendía de esas alturas nos traía una sensación de pacto, un pacto de descubrimiento y superación que se entrelazaba con cada bocanada de aire fresco que llenaba nuestros pulmones.
El sonido de las cristalinas aguas que fluían a nuestro lado era como una caricia constante que podría apaciguar hasta al mas ansioso, un recordatorio constante del lugar que ocupabamos. Los  destellos fugaces que se deslizaban sobre las rocas y el freco y verde musgo. A cada paso, con cada observación de la belleza que nos rodeaba, me sentía más conectado con el mundo que me rodeaba, como si sintiera el latir de la tierra misma.
Y así, mientras continuábamos nuestra jornada, entendí que este camino hacia las montañas no era solo una travesía física, sino también un viaje interno al corazón de cada viajero. Cada paso que dábamos, cada suspiro de aire fresco que inhalábamos, nos acercaba no solo a las riquezas de las profundidades de la tierra, sino también a la riqueza de la experiencia y el crecimiento personal que aguardaba en cada recodo del camino.

Entrada 35

Tras una larga ruta creando expectación e ilusión a partes iguales, finalmente llegamos a los límites del pueblo minero al que nos dirigíamos, arribamos al modesto umbral de Carvatea, un pueblo minero localizado en medio de un valle precioso. Este lugar rebosaba de actividad y polvo a partes iguales, además estaba imbuido con la esencia misma de la isla, su corazón latiendo al ritmo de los minerales que yacían en sus profundidades.
Nuestros pasos nos llevaron hacia un modesto edificio que, si bien no se erguía imponente, irradiaba un aura de camaradería y determinación. Era la sede satélite del gremio de mineros, un lugar donde los sueños y las promesas de los buscadores de tesoros convergían y se transformaban en polvo, sangre, sudor y berries a final de la semana. Su fachada simple encerraba un mundo de posibilidades, y con una mezcla de emoción y resolución, me inscribí en las filas de los mineros, ofreciendo mis manos a las faenas necesarias para contribuir a la vida y prosperidad del pueblo y para disponer de unos ahorros inexistentes por el momento.
Una vez aligerada mi carga física y mental, dentro de mí seguía ardiendo la necesidad de hallar un rincón propio, un refugio en el que la paz y la privacidad fueran mis compañeras constantes. Guiado por un instinto que parecía en comunión con las raíces mismas de la isla, me separé del grupo y me dirigí hacia las faldas de la majestuosa cordillera de Crestaviva. Cada paso me llevaba más cerca de las alturas, de los lugares donde el viento parecía susurrar secretos de libertad y autenticidad. Mi búsqueda me llevó a una cueva escondida, una abertura en la roca que parecía esperar mi llegada desde tiempos inmemoriales.
Aquella cueva, un oscuro santuario de la montaña, se convirtió en mi refugio provisional. Con manos expertas y corazón anhelante, la transformé tan presto como pude en un lugar de seguridad y tranquilidad, al menos para la primera noche. Construí un hogar dentro de sus paredes de piedra, una extensión de mí mismo en medio de la tierra y la oscuridad. El fuego titilante en la entrada creaba una danza de sombras y destellos dorados, y el suave murmullo del viento en la entrada susurraba historias antiguas de la tierra y sus habitantes.
Allí, en la calma de mi refugio, contemplé el camino que me había llevado hasta ese punto, y al mismo tiempo, visualicé un horizonte lleno de posibilidades y desafíos por venir. A medida que la luz del día cedía su lugar a la mágica oscuridad de la noche, supe que había encontrado un lugar donde el pasado y el futuro se entrelazaban, donde las raíces de la tierra abrazaban mis sueños y esperanzas.

Entrada 36

Las primeras semanas en Carvatea se desenvolvieron como las iniciales páginas de un relato recién desplegado. Cada día era una nueva línea en la trama de mi vida en esta tierra de oportunidades y misterios. Al amanecer, cuando el sol ascendía en el horizonte, sus rayos cálidos se extendían sobre la tierra, un saludo matinal que acariciaba mi piel como un abrazo de bienvenida. En sintonía con la sinfonía de la naturaleza, el arroyo cercano entonaba melodías que me acompañaban en cada paso y tarea.
Como si fuera un personaje tomando su lugar en un cuento antiguo, me adentré en el mundo de la minería con una determinación que había crecido en lo profundo de mi ser. Mis manos, acostumbradas al trabajo duro, se adaptaron al martilleo constante, a la tarea minuciosa de extraer minerales de la tierra con precisión y perseverancia. Cada golpe de pico era como una palabra en la página de un libro, cada fragmento de mineral encontrado era un fragmento de una historia que estaba construyendo en las profundidades de la montaña.
A medida que avanzaba en mi oficio, me sumergía más y más en el mundo que se abría ante mí. Cada capítulo de esta nueva aventura de mi vida estaba lleno de desafíos y recompensas. Atrás quedaban los miedos iniciales, reemplazados por la confianza que surgía de la práctica y el aprendizaje constante. Mis compañeros se convirtieron en aliados en esta travesía, y sus risas y suspiros se fundieron en el coro de la vida diaria.
Cada jornada traía sus propios desafíos, cada descubrimiento en las entrañas de la tierra era un avance en mi propia narrativa. La oscuridad y el polvo de la mina no eran obstáculos, sino partes esenciales de la atmósfera que envolvía mi viaje. Mientras me perdía en mi labor, encontraba un sentido de pertenencia en este mundo subterráneo, como si cada mineral extraído resonara con la voz de la tierra misma.
El tiempo en la mina fluía como las palabras en una página, enredándose en una prosa de esfuerzo y logros. Mi jornada se convertía en una danza de herramientas y minerales, una coreografía que se desarrollaba con cada movimiento, una suerte de entrenamiento pagado. Nunca había estado mejor físicamente y este era solo el principio. Y mientras las páginas de mi vida como picapedrero se acumulaban, sentía que cada uno de mis pasos era un trazo en el lienzo de mi destino, una historia que estaba lejos de concluir.

Entrada 37

Cada día, el sol emergía sobre el horizonte con su canto dorado, llamándome a la acción con su melodía silenciosa pero poderosa. Mi refugio improvisado, un refugio que había construido con mis propias manos en la entrada de una cueva, se volvía un lugar de comodidad y serenidad poco a poco que me recibía con los brazos abiertos al final de cada jornada. Sus paredes de piedra y madera iban estando mas finamente acabadas con cada día libre y desde hace poco ya tenía una chimenea por la que aliviar el ambiente dentro de la misma.
Bajaba por la ladera que conducía a la entrada de la mina, una senda que había recorrido tantas veces que parecía conocer cada piedra y cada doblez del terreno de memoria. Mi alegria y tranquilidad me guiaban, como si el eco de las promesas que me había hecho resonara muy lejanas ahora mismo en cada paso que daba. Llegaba a la entrada de la mina con una sensación de anticipación en el pecho, como si estuviera a punto de abrir las páginas de un libro lleno de secretos y descubrimientos y pasarme horas leyendo y estudiando sus pormenores.
Mis manos, callosas por el trabajo constante, hacían que las herramientas fuesen una extensión natural de mi ser. Cada movimiento estaba marcado por un ritmo constante, una danza coreografiada por semanas de experiencia y entrega. Mis herramientas, picos y palas, se convertían en extensiones de mi voluntad, golpeando la tierra y la roca con precisión. Cada impacto era un esfuerzo en la dirección adecuada, una caza en la que me sumergía con la certeza de que cada pedazo de mineral descubierto era una pequeña victoria, una recompensa por mi perseverancia un posible nueva lección.
A medida que avanzaba en mi tarea, el polvo y la humedad de la mina se convertían en parte de mi ser, como un tatuaje invisible que me marcaba como uno con este mundo subterráneo. La jornada podía ser agotadora, pero cada día concluía con la satisfacción del trabajo bien hecho, con el orgullo de saber que habíamos dejado una marca tangible en la tierra, que mi esfuerzo estaba forjando mi destino en esta tierra.

Entrada 38

Con el paso del tiempo, el apacible pueblo de Carvatea no solo se convirtió en mi lugar de residencia, sino en un hogar donde las paredes de piedra y las calles empedradas se construían con mortero de afecto y piedras de camaradería. Los compañeros mineros, hombres y mujeres que habían compartido conmigo el duro trabajo bajo tierra, se habían convertido en una familia improvisada que compartía mucho más que simples jornadas laborales. Juntos, compartíamos risas y suspiros, contábamos batallas de vidas pasadas y soñábamos con las aspiraciones futuras con la destreza de los bardos de antaño. En el refugio de la posada, bajo la luz parpadeante de las velas, las confidencias fluían como ríos entre nosotros.
Pero detrás de las sonrisas y las bebidas compartidas, una sombra se cernía sobre mi relato. Sabía que mi historia, como un tapiz de luces y sombras, estaba tejida con habilidad para ocultar mi verdadera naturaleza. Las palabras que compartía eran sinceras, pero elegidas y medidas con cuidado, como si cada frase fuera una pincelada en un cuadro cuidadosamente construido que mostraba al yo minero y sin cargas a la espalda. A pesar de la conexión que había establecido con mis compañeros, una barrera invisible me separaba de ellos, una grieta entre el pasado que ocultaba y el presente que había construido una barrera que solo yo veia.
En medio de esta dinámica tabernera, Dunn Arbil emergió como una figura destacada en mi vida. Líder de los mineros y encargado de la producción de la isla, sus rasgos tallados por el trabajo y la experiencia lo convertían en una presencia imponente y respetada. Con su voz ronca que parecía resonar desde las entrañas de la tierra misma, Dunn se erigía como una suerte de guía y mentor en este nuevo capítulo de mi vida. Sus consejos, impregnados de sabiduría ganada a través de años de esfuerzo, se grababan en mi mente a fuego, cada palabra una lección que se convertía en parte de mi propia evolución. Su tutela era como el resplandor de una linterna en las sombras de un pasadizo desconocido, guiándome a medida que avanzaba por el intrincado laberinto de mi nueva existencia e intentaba apaciguar mis demonios internos.

Entrada 39

A medida que el sol comenzaba su lento descenso en el cielo, las tardes se sumían en un espectáculo de tonos cálidos y vibrantes, un ballet de colores que parecía pintar el horizonte con pinceladas de fuego y oro. Era en esos momentos mágicos, cuando el mundo se sumía en la tranquilidad y el resplandor crepuscular, entonces yo regresaba a mi hogar, mi cuerpo exhausto pero mi corazón lleno de las ganancias obtenidas tras una jornada en las profundidades de la mina. La riqueza del día se reflejaba en el saco que llevaba, repleto de minerales y Berries.
Habían transcurrido ya varias semanas desde que propuse un acuerdo de pago poco convencional. En lugar de recibir mi salario en monedas, había optado por recibir una porción de él en forma de minerales brutos. Esta elección, aunque singular, me permitía adentrarme aún más en el mundo de la fundición, la forja y la herrería. Exceptuando las gemas más preciadas y esquivas, aquellas que permanecían más allá de mi alcance por su precio, los minerales extraídos con mis propias manos se convirtieron en esporádicos pagos que hablaban del esfuerzo invertido y de la recompensa merecida.
Las noches en mi cueva, lejos del bullicio de la jornada y del constante ruido de la mina, se transformaban en un santuario de serenidad y lectura. Allí, rodeado por las paredes de roca que habían sido testigos mudos de mi transformación, encontraba el descanso tan anhelado. Bajo la luz suave de una lámpara de aceite, me sumía en el silencio quebrado solo por el ocasional goteo de agua en algún rincón de la cueva. Era en este rincón de quietud que podía reflexionar sobre el día que había pasado, revisando cada desafío y cada logro, examinando las huellas que había dejado en la tierra y cultivando mi mente cuando mi cuerpo descansaba.
Y mientras la noche avanzaba, cuando las estrellas se alzaban en su luminoso esplendor en el firmamento, esbozaba los próximos capítulos de mi vida. Las hojas de papel en blanco se convertían en lienzos donde podía plasmar mis anhelos, mis deseos y mis planes. Con cada trazo de mi pluma, tejía palabras que narraban mi desarrollo, mi búsqueda de la paz y de un propósito en esta tierra llena de oportunidades. Así, entre el resplandor tenue de la lámpara y la quietud de la cueva, mi historia continuaba su curso, un relato en constante cambio, pero como los minerales que extraía de las profundidades de la tierra, un cambio lento y a veces explosivo.

Entrada 40

La labor en las profundidades de la tierra se convirtió en mi entrenamiento diario, mi rutina, cargar minerales durante horas, apuntalar galerías y convertir rocas grandes en rocas pequeñas. Quien hubiera pensado que labores tan cotidianas pudieran beneficiarme tanto. Notaba como no solo mi fuerza, si no mi resistencia y destreza mejoraban día a día. Cada veta de mineral que arrancaba de la roca era como una pesa movida, una promesa tangible de que cada día acabaría siendo la mejor versión de mi mismo. Cada golpe de mi piqueta resonaba en la galería cual segundero. Y mientras los días fluían como un río constante y tranquilo, transformándose en semanas que tejían la tela de mi experiencia, podía sentir cómo mis músculos se fortalecían y mi destreza en la mina alcanzaba nuevas cotas.
No obstante, mi evolución no se limitaba solo a lo físico. Con cada jornada en las entrañas de la mina, mi mente también se transformaba, adaptándose a las complejidades de este entorno subterráneo. Aprendí a leer la roca como un pergamino antiguo, interpretando sus señales y guiándome por las vetas ocultas que prometían tesoros cristalinos. Mi percepción se afinaba, mis manos comenzaban a anticipar el camino de menor resistencia, y cada movimiento se volvía un baile armónico entre la herramienta y la tierra que se abría paso.
Las semanas se sucedían como destellos fugaces de esfuerzo y dedicación. Conforme avanzaba más profundamente por las entrañas de la mina, el mundo exterior se sentía extraño y simple. Cada nuevo descubrimiento, cada nueva veta de mineral que emergía de la oscuridad, constituía un desafío que enriquecía mi determinación. Los temores que en un inicio habían asomado sus cabezas en las sombras, se desvanecían como el humo de una fogata, reemplazados por una comprensión más profunda de las profundidades.
El miedo a lo desconocido cedía ante la maravilla de los patrones geológicos que se extendían ante mis ojos. Cada eco de mi piqueta resonaba como la sintonía del mineral con el que hubiese chocado, cada mena extraída era un valioso regalo que la montaña tenia a bien hacernos, aunque nunca sin pelear su obtención. A medida que mi conocimiento y habilidad mejoraban, me convertía en un narrador silencioso de la geología para mis adentros, un intérprete de los secretos guardados bajo tierra, había leído sobre todo esto en mis tratados de minerales, ingeniería y ciencia, pero experimentarlo de primera mano era otro nivel.

Entrada 41

Con el pasar de cada nuevo día, me hundía aún más profundamente en mi papel como minero en Carvatea. Cada jornada era una pincelada en el lienzo de mi experiencia, trazando líneas que delineaban mi nuevo yo en esta tierra cada vez menos extraña. Las tardes de estudio se expandían como un horizonte inexplorado, un mundo de conocimiento que se abría ante mí y yo lo abrazaba con avidez. Los libros se convertían en ventanas a mundos desconocidos, y a medida que me adentraba en sus páginas, mi mente se expandía, desplegándose como las alas de un ave en el cielo abierto.

En aquellos momentos de estudio, el tiempo se disolvía y la realidad se fundía con la imaginación. Nunca había aprendido tanto y no solo en la mina, por primera vez podía dedicar horas a mis manuales y tomos de estudio, avancé mas en unos meses que en el resto de mi vida. Mis manos, una vez rudas y toscas, se volvían herramientas de precisión cada vez mas milimetricas mientras exploraba el arte de la minería con un enfoque casi quirúrgico. Y al tiempo que perfeccionaba mis habilidades técnicas, también mejoraba nuestro desempeño en la mina, pequeñas cargas explosivas de diseño propio, píldoras para el dolor y el entumecimiento sacado de unas plantas que crecían cerca del rio, no había limites para una mente enfocada.
A pesar de los desafíos y las amenazas que acechaban en las sombras de mi pasado, encontraba breves momentos de paz en medio de la tormenta de mi cabeza. Era como si el tiempo se detuviera, como si la ansiedad y el temor se apartaran para dar paso a una calma efímera. En esos instantes, la certeza de que estaba donde debía estar, contribuyendo a algo más grande que yo mismo, me llenaba de una sensación de propósito. Mi corazón latía al ritmo de la mina, y por un fugaz instante, encontraba mi lugar en el flujo eterno de la vida en esta cueva.

Entrada 42

Así se desplegaban los días en una danza constante, cada uno marcado por la acumulación de monedas tintineantes y materiales que me ayudaban a practicar mi profesión. Mi existencia, cuidadosamente diluida y oculta por un manto de discreción, continuaba avanzando paso a paso sin despertar la más mínima sospecha. Me había transformado en un gigante apacible, horriblemente feo, pero uno más inmerso en la rutina de la mina, mientras secretamente seguía mi propio destino.
Los momentos de respiro se convertían en oportunidades para perfeccionar mi refugio, una creación que nacía desde la roca misma. Día tras día, mis manos, trabajadas en la mina con un ritmo marcado, se convertían en tranquilas arquitectas de un hogar escondido entre las profundidades de la montaña. Reforzaba la entrada de la cueva con la destreza de quien conoce cada grieta y hendidura de la roca, creando una barrera impenetrable que ocultaba el umbral detrás de una fachada de mortero que se fundía con el entorno borrando cualquier indicio de su existencia.
La entrada camuflada se entrelazaba con el paisaje circundante, disimulada por una cuidadosa disposición de piedras y vegetación irregular. Cualquier mirada casual la descartaría como poco más que un túnel abandonado, una arteria olvidada en el corazón de la mina. Una chimenea emergía como un testimonio de mi ingenio, ascendiendo con determinación desde el interior de la cueva para liberar el humo de las llamas danzantes que daban calor y vida a mi morada secreta.
Dentro de aquel hogar kárstico, un rincón había sido esculpido con un gran propósito. Un taller, modesto y funcional, con su forja, yunque y crisol, se convertía en el epicentro de mi actividad creativa. Allí, las menas se fundían, el metal se doblegaba a mi voluntad, transformándose en herramientas, adornos y utensilios que me acompañaban en mi quehacer diario. El martilleo rítmico y el resplandor del metal al calor de las llamas parecían en perfecta armonía con el latir de la isla que me rodeaba.
Así, en la quietud de mi montaña, mi existencia seguía su curso, tejida con habilidad y sigilo en el telar del tiempo. El mundo exterior continuaba ajeno a mis propósitos, ajeno a quien era o qué demonios tenia dentro y mientras los días se desvanecían como hojas al viento, yo permanecía como un altas solitario de mi propio destino, labrando mi futuro en la oscuridad de la roca y la luz de mis sueños.

Entrada 43

Penetrando en las profundidades de mi cueva, paso a paso, me adentré en un territorio que parecía pertenecer a una dimensión propia. A medida que avanzaba, no pude evitar enfrentarme a la triste realidad de algunos animales atrapados en las fauces de la oscuridad, y aunque sus vidas se extinguieron a mis manos, sabía que había liberado sus almas de su confinamiento sombrío. Solo cuando me aseguré de que la gruta estaba libre de intrusos, continué mi exploración de forma mas tranquila y relajada.
La gruta se componía de múltiples cámaras de distintos tamaños conectadas por pasillos muchas veces impracticables hasta para un pequeño tontatta, gracias a mis habilidades pude explorarla en su totalidad y descubrí que era una cueva natural maravillosa, como un santuario secreto oculto bajo la superficie del mundo. Cada rincón parecía tener su propio cuento que contar, algunos llenos de belleza y asombro, mientras que otros eran más mundanos en su naturaleza. Estalactitas y estalagmitas se entrelazaban en una danza silenciosa a lo largo de los años, formando estatuas de piedra que parecían haber sido talladas por los dioses mismos. Fragmentos de cristales brillantes se esparcían como estrellas caídas, sus destellos dispersando la oscuridad de la gruta con destellos de luz etérea.
Tras varios cientos de metros de grietas anchas, mas que de pasillos angostos, que pude atravesar gracias a mis habilidades llegué al otro extremo de la gruta, para mi sorpresa había una cueva marina ahí abajo con una pequeña playa de arenas perladas y brillantes. Dada la hora y el nivel del mar que era en ese momento consideré que el acceso a esa cueva desde el exterior solo era posible en momentos muy puntuales de la marea y desde luego solo para un marino experto, pues acercarse con una pequeña barca luchando contra un mar embravecido e intentar enhebrar en una estrecha covacha podía ser la peor y última decisión que podía tomar alguien inexperto en esas lides.
De vuelta en la zona de la cueva que consideraba mi hogar, sentí que a medida que pasaban los días y mi destreza y habilidades se refinaban, la noción de que esta gruta podría convertirse en algo más que un refugio provisional tomaba forma en mi mente. Los contornos de una vida más completa, esculpida en la roca y la tierra, se manifestaban en mi imaginación. Con el tiempo y las herramientas adecuadas, podría transformar aquel oscuro rincón en un hogar por completo, un reducto de seguridad y serenidad en medio de la vastedad de la montaña. Era un sueño que podía palpar en cada piedra y rincón de la gruta, una aspiración que daba forma a mis esperanzas y me impulsaba a perseverar en mi doble vida.

Entrada 44

Así discurría mi vida, como un simple devenir donde los días se confundían en una amalgama constante entre el sudor derramado, los golpes de martillo y el olor de pergamino y tinta. Cada página de esta etapa se escribía con trazos de polvo y perseverancia, como las huellas que dejaban los dedos en la roca húmeda de la mina. Con cada paso que daba, sentía cómo las raíces de mi vida se agarraban a la esencia misma de la montaña. Esta antigua formación rocosa se volvía mi maestra silenciosa, cada veta de mineral descubierto un verso en el poema de mi vida.
Mi conexión con los compañeros mineros y la propia tierra se profundizaba con cada jornada compartida. En el subterráneo eco de nuestras risas y conversaciones, encontrábamos un consuelo que superaba las dificultades del trabajo. La sinfonía del trabajo y la naturaleza misma se entrelazaba en una melodía única que solo los corazones abiertos podían escuchar.
Las noches, que antes eran un velo oscuro lleno de sombras y miedos, se convertían en un tiempo de aprendizaje, reflexión y planificación. Alzaba la mirada hacia el dosel estrellado y por primera vez me sentí con esperanza de hacer planes a medio plazo.
La vida en todas sus formas se desplegaba ante mí como una maravilla renovada. Desde los pequeños insectos que se afanaban en la tierra hasta los árboles majestuosos que alzaban sus ramas frente a mi hogar, cada elemento de la naturaleza tenía su papel en este vasto teatro de la vida y yo por fin tenia la paz suficiente para ser un espectador temporal.
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RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] Empty Re: RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] {Dom 27 Ago 2023 - 0:23}

Entrada 45

Llegó el día, un día que sería grabado en los recovecos más profundos de mi memoria. Como era mi rutina, me dirigí a la mina, preparé mis herramientas y me sumergí en la galería junto a mis tres compañeros habituales. Con confianza y apremio, nos preparamos para horadar la roca y abrir paso al túnel que nos llevaría en busca de una nueva veta de minerales. Tras un par de horas de labor intensa, ocurrió. Fue un sentimiento que se apoderó de mí, como un escalofrío que recorrió mi espalda, parecido a la noche en Ilusia cuando estuve a punto de ser descubierto por los guardias. Era como si la montaña misma llorase su angustia. Entonces, sin previo aviso, sentí como una roca se desprendía, una roca de dimensiones titánicas. ¿Cómo podía saberlo? Era como si pudiera sentir el pulso de la roca al desgajarse, como si pudiera percibir las sutiles torsiones en la roca antes de que finalmente se rompiera.
Dirigí mi mirada hacia mis compañeros, y para mi sorpresa, estaban inmóviles, como si el mundo hubiera quedado suspendido en ese instante de peligro inminente. ¿Era yo el único que podía sentirlo? ¿Qué estaba ocurriendo conmigo? Fue entonces cuando todo lo que había escondido, todos mis secretos y habilidades, emergieron a la superficie de mi mente. No podía seguir escondiéndome, no podía permitir que mis compañeros perecieran aplastados en esa galería. A pesar de que no sentía un aprecio particular por ellos, tampoco deseaba que murieran en aquellas circunstancias. Una cascada de pensamientos y emociones me abrumó en un instante.
Me vi enfrentando la madre naturaleza misma, una fuerza imponente que ponía a prueba mi valentía y determinación. Mis dones, que había mantenido ocultos con tanto cuidado, ahora clamaban por ser usados. No había más opción que ser fuerte, más fuerte de lo que nunca había sido. El desafío estaba planteado, y no tenía la intención de fallar. La roca se desprendía en un despiadado intento por quebrantar mi espíritu y nuestros cuerpos, pero yo me mantenía firme en mi resolución. El mantra resonaba en mi mente: "No saques tus alas, no saques tus alas", una y otra vez.
Canalicé toda mi voluntad, endurecí mi resolución como se forja el ámbar bajo la presión del tiempo. Mis puños se apretaron con una intensidad que rivalizaba con los golpes más severos que había recibido. Cerré la mandíbula con ferocidad y tensé los músculos del cuello. El destino de mis compañeros y el mío propio pendía de un hilo. En medio del caos y la urgencia, grité con una autoridad que desconocía poseer. Instintivamente, mis compañeros me siguieron, confiando en mi liderazgo en ese momento crítico. La montaña se derrumbaba a nuestro alrededor, pero luché con todas mis fuerzas para proteger a mis camaradas.
Mis brazos se extendieron hacia ellos, un tercer brazo de ámbar brotó de mi cuerpo y los arrastró hacia mi espalda, formando un muro humano contra la avalancha de rocas. No había espacio para la duda ni el titubeo. Mi mente se centró en un único objetivo: salvar sus vidas. Mis habilidades ocultas se desataron en un frenesí de acción, desesperación y férrea determinación. El fuego que ardía en mi interior se intensificó, ardiendo más brillante que nunca, una barrera contra la devastación.
El impacto llegó, cada centímetro del camino resonó en mi cuerpo como un eco ensordecedor. La roca resistió ante mi embate inicial, pero yo no iba a permitirme ser vencido. Sentí cómo mi puño cedía en el terreno de lo fisico, pero mi determinación era inquebrantable, inamovible. Mi puño, una gran gema de ámbar solido restallando a estas alturas, luchó con tenacidad, resistiendo el embate de la roca y protegiendo a mis compañeros con su escudo improvisado. El tiempo parecía estirarse en un espacio infinito, y la lucha se convirtió en un duelo de fuerzas titánicas.
Finalmente, la roca comenzó a fracturarse, y entonces, me di cuenta de que mi puño, revestido en ámbar, se había cubierto de algo color negro, lo sentía palpitar, el palpitar de mi determinación a florde piel,mi brazo, mi cuerpo estaba duro y desafiante ante la montaña. El impacto liberó una energía colosal, y sentí cómo el ámbar respondía a la fuerza y la violencia de la colisión volcando todo mi odio interior, años de abusos y palizas pasando por mi mente reforzando cada milimetro de mi determinación, de mi piel de mi cuerpo. Mi mente se concentró en mantener el equilibrio, en seguir luchando, en no ceder ante la inminente derrota, si cedo aquí que haré la próxima vez ante un cazador? Volveré a huir y correr como siempre?  
La colisión duró apenas unos segundos, pero cada uno de esos segundos se expandió en mi mente como una eternidad. Y entonces, en medio de un estruendo ensordecedor, todo se detuvo. La roca había cedido ante mi esfuerzo. El silencio y el polvo llenó la galería, interrumpido únicamente por el eco del impacto que todavía resonaba en mi cabeza. Apagué el fuego que me envolvía, liberando la presión y la tensión que había acumulado. Mi brazo de ámbar se reconstruyó sin problemas recuperando su forma original. Vi unas vetas negras diluirse en mi cuerpo, el ámbar se volvía más claro conforme esto sucedía y de pronto solo estaba yo. Limpié como pude el ámbar de la escena, cargué a mis compañeros que se debatían entre la consciencia y la inconsciencia y me centré en salir de allí.
Mis sentidos se enfocaron nuevamente al llegar al mundo exterior. Percibí el aire fresco en mi rostro, solté a mis compañeros fuera de la galería, casi ilesos gracias a mi intervención. Lentamente, me dejé caer sobre mis rodillas, exhausto por el esfuerzo sobrehumano al que me había sometido. La sensación de alivio y triunfo era abrumadora. La adrenalina cedía paso a una oleada de agotamiento que amenazaba con arrastrarme. El aire fresco acariciaba mi piel perlada de sudor frio cubierta de polvo, y un eco de voces preocupadas llegaba a mis oídos. Finalmente, con un último suspiro, me desmayé, entregando mi cuerpo a la oscuridad que reclamaba mi conciencia exhausta.

Entrada 46

Desperté después de unas horas en un catre en la enfermería del gremio. La luz tenue del lugar filtraba a través de las cortinas, iluminando los rincones sombríos. Mi cuerpo aún palpitaba con la energía que había liberado en el enfrentamiento contra la roca colosal. Al mirar a mi alrededor, encontré a mis tres compañeros que había rescatado. Sus figuras seguían cubiertas de polvo y suciedad, pero sus miradas eran un cúmulo de agradecimiento y respeto.
Se acercaron a mi cama con expresiones serias, sus rostros marcados por el esfuerzo y la tensión. Me informaron que Dunn Arbil, el líder de los mineros, tenía intenciones de hablar conmigo sobre lo que había ocurrido en las profundidades de la mina. Sus palabras resonaron en mi mente, y mientras los observaba, una mezcla de preocupación y curiosidad se reflejó en mis ojos.
Me revelaron que ya habían compartido su versión de los eventos con Dunn Arbil. Habían decidido relatar que nos habíamos distraído y que, de alguna manera, fui el único que percibió el peligro inminente de la galería colapsando. Su narrativa sugirió que yo fui el valiente que actuó en el momento crítico, y que gracias a mi rápida reacción, logramos evitar la tragedia. Aquella historia oculta detrás de sus ojos y sus palabras era una muestra de su gratitud y respeto por lo que había hecho. Aunque no lo expresaron directamente, el tono de complicidad en sus voces revelaba que estaban dispuestos a mantener ese secreto.
Una sonrisa ligera se dibujó en mis labios mientras asentía con agradecimiento. Era un sentimiento extraño pero reconfortante saber que mi verdad sería protegida por aquellos a los que había ayudado. Mientras se ponían de pie y comenzaban a retirarse, sus voces se desvanecían en un tono jovial mientras bromeaban sobre tomar una merecida cerveza de celebración o darse una ducha reconfortante.
La habitación quedó en silencio tras su partida, y el aire parecía cargado de una mezcla de emociones. Finalmente, una voz resonó desde el umbral de la puerta entreabierta. "Ya puedes pasar, está despierto", dijeron con un respeto palpable. Era la señal de que Dunn Arbil estaba esperando. Aunque sentía una cierta inquietud por enfrentar la conversación que se avecinaba, también sabía que había emergido de aquel desafío más fuerte y seguro de mí mismo. Me preparé para enfrentar lo que vendría a continuación y esperé en la cama, listo para encontrarme con el líder del gremio y desentrañar la narrativa que se tejía en torno a aquella experiencia única y sobrenatural.
Dunn Arbil entró a la enfermería con la misma solemnidad que caracterizaba a este líder de los mineros. El suave tintineo de sus botas contra el suelo de madera resonó en la habitación, y su figura se recortó contra la tenue luz que entraba por la ventana. A medida que avanzaba hacia mi camastro, su mirada, profunda y sabia, parecía buscar algo más allá de las apariencias.
Al llegar a mi lado, Dunn levantó la vista y nuestros ojos se encontraron en un instante cargado de significado. Un destello de preocupación se asomó en su expresión antes de que tomara asiento en la silla que había dispuesto junto a mi cama.
"¿Cómo te sientes?" preguntó Dunn, inclinándose hacia adelante con una genuina preocupación en su voz. Sus ojos, que siempre habían sido un reflejo de su experiencia y sabiduría, ahora también mostraban un rastro de curiosidad.
"Aún un poco dolorido, pero estoy bien. Gracias por preocuparte", respondí, luchando contra la inquietud que se agitaba en mi interior. Cada palabra que decía era una mentira cuidadosamente construida, y el peso de ese engaño se sentía en mi espalda.
Dunn asintió con aprobación, y sus ojos continuaron escudriñándome con una mezcla de evaluación y comprensión. "Es bueno verte recuperándote. Lo que ocurrió en la mina fue… impresionante, por decir lo menos. Tú y tus compañeros salieron de allí con vida gracias a tu rápida reacción. Quiero saber más acerca de cómo lograste percibir el peligro, cómo pudiste mantener la calma en una situación tan crítica."
Sus palabras resonaron en el aire, y sentí su mirada desafiándome a ser sincero, a compartir la verdad que se ocultaba detrás de mis habilidades. Inspiré profundamente, eligiendo mis palabras con cuidado mientras mantenía oculto lo que era esencial mantener en secreto.
"Dunn, en ese momento, simplemente sentí un cambio en el aire. Como si la propia montaña estuviera advirtiéndonos. No puedo explicarlo del todo, pero fue como una corriente eléctrica que recorrió mi espina dorsal. Instintivamente supe que algo no iba bien, eso, junto a mi entrenamiento en la mina me hizo reaccionar rápidamente. Fue una mezcla de intuición y experiencia lo que me permitió tomar medidas a tiempo y que todos salieramos vivos."
El líder de los mineros me observó durante un momento más, sus ojos parpadeando con una mezcla de curiosidad y respeto. Entonces, con una tranquilidad inquebrantable, continuó hablando.
"He bajado a la galería para ver lo sucedido, ¿sabes?" comenzó. Mi corazón dio un vuelco ante esas palabras. ¿Habría descubierto algo? Un torrente de emociones y miedos se agolparon en mi mente.
"No sé qué es lo que ocultas," continuó Dunn con una seriedad que me hizo sentir como si estuviera bajo un escrutinio inquebrantable, "pero no te presionaré para que reveles más de lo que estás dispuesto a compartir. Por lo que a mí respecta, salvaste tres vidas y eso merece respeto por tu intimidad al menos como recompensa. Si te preocupa la galería, déjame asegurarte que voy a clausurarla por seguridad. Incluiré en mi informe que fue un desprendimiento imprevisto. Si tres compañeros están dispuestos a mentir para cubrirte, no seré yo quien tire de la manta."
Mis latidos se aceleraron mientras escuchaba sus palabras, y un sentimiento de alivio mezclado con gratitud llenó mi pecho cuando Dunn finalizó su discurso. No había revelado todo, pero parecía haber captado lo esencial y estaba dispuesto a respetar mi privacidad. Sin embargo, las palabras finales de Dunn me tomaron por sorpresa.
"Si alguna vez deseas compartir más sobre lo que ocultas o si quieres echar un último vistazo a la galería ahora que el polvo se ha disipado, hoy no habrá trabajos dentro, pero mañana quedará cerrada."
Una sonrisa de alivio se dibujó en mi rostro mientras asentía. "Gracias, Dunn. Aprecio tus palabras y tu comprensión."
Dunn Arbil asintió con una expresión sabia y tranquila. Tras una última mirada que se sintió eterna, giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejándome con un cúmulo de pensamientos y preguntas en mi mente. Salí de la enfermería y me encaminé hacia las galerías, intrigado por lo que Dunn había sugerido sobre echar un vistazo a la galería antes de su cierre. ¿Qué estaría esperándome en ese oscuro rincón de la mina?
La tarde se iba desvaneciendo en tonos anaranjados y dorados cuando me adentré una vez más en las galerías de la mina. Cada paso que daba resonaba en el silencio del subterráneo, y podía sentir los latidos de mi corazón, que parecían ansiosos por lo que me aguardaba en aquel lugar. El eco de mis pisadas parecía mezclarse con el eco de las palabras de Dunn Arbil, como si ambos fueran el compás de una melodía inquietante.
Siguiendo los recodos familiares de los pasillos, llegué finalmente al lugar donde había tenido lugar el incidente. La escena que se desplegó ante mí era más impresionante de lo que jamás hubiera imaginado. La galería se había abierto en un espacio mucho más amplio y vasto de lo que recordaba.
Pero lo que realmente capturó mi atención fueron las vetas y los destellos de ámbar dorado que adornaban las paredes y el techo. Eran como ríos dorados que fluían en medio de la piedra, creando una red de brillo y belleza que contrastaba con la rudeza de la roca circundante. Cada veta parecía una promesa de tesoros ocultos, de riquezas que yacían a merced del corazón de la montaña.
Mis ojos se detuvieron en el epicentro del desprendimiento, donde mi puño había colisionado con la roca en una lucha titánica. Allí, las grietas se entrecruzaban como ramificaciones de un árbol antiguo, extendiéndose en todas direcciones y sosteniendo los cascotes que habían quedado suspendidos como en una coreografía suspendida en el tiempo. Mi puño había sido el artífice de aquella danza caótica y hermosa, creando una estructura de fracturas que había evitado que el techo se desplomara sobre nosotros. La verdad sobre mi capacidad, el peso de las mentiras y el descubrimiento de un tesoro inesperado se habían entrelazado para crear una experiencia que me cambiaría para siempre.
Con el corazón lleno de asombro, decidí regresar a la superficie. A medida que emergía de las galerías, los últimos rayos del sol dorado acariciaron mi rostro. Sabía que había desencadenado una serie de eventos que podría cambiar mi vida en Greenlyn, pero también tenía la seguridad de que mis compañeros estaban de mi lado. Con su apoyo, enfrentaría lo que fuera que el futuro tuviera reservado para mí en esta tierra.

Entrada 47

Con el tiempo, mientras dominaba mi oficio como minero, un deseo inquietante de expandir mi impacto en el lugar comenzó a tomar forma en mi mente. Mis manos, una vez toscas e inexpertas, se habían convertido en herramientas habilidosas en la extracción de minerales. Sin embargo, esa búsqueda constante de perfección no era suficiente para saciar mi sed de conocimiento y crecimiento. Una pasión olvidada comenzó a arder en mi interior: la forja y la metalurgia. Si bien es cierto que habia hecho mis trabajos de herrero para sacar algo de dinero, nunca pude ahondar en profundidad.
Durante las tardes, en mi refugio, en un rincón de la cueva que ya había hecho mío. Allí, entre las parpadeantes llamas de una forja improvisada, exploraba los secretos de la fundición y la creación de herramientas. Cada golpe de martillo sobre el yunque era un paso hacia la maestría, un baile ardiente entre el calor del fuego y la maleabilidad del metal.
Mi hogar subterráneo, que una vez fue solo un lugar de refugio, comenzó a adquirir nuevas dimensiones. La habilidad que había adquirido en la talla de rocas y minerales ahora se extendía a la creación de esculturas. En mis momentos de descanso, daba vida a las formas que habitaban en mi imaginación. Criaturas míticas, seres que podrían habitar los frondosos bosques o acechar en las sombras de las montañas, surgían de mis manos como un tributo a la belleza y diversidad del mundo que me rodeaba.
Mi cueva se transformó gradualmente en algo más que un refugio; se convirtió en un testigo silencioso de mi esfuerzo diario. Las esculturas talladas en la roca, testimonios de mi creatividad y habilidad, adornaban sus rincones. Las paredes se llenaron de historias talladas en piedra, una narrativa visual de mi transformación de un minero novato a un artesano capaz.
Pero la vida en Carvatea no solo se trataba de la mina y mis creaciones. Había tejido una relación financieramente beneficiosa con un mercader local, una figura enigmática revestida de fiabilidad. Dada mi necesidad de discreción, esta asociación resultó ser vital. Se convirtió en mis ojos y manos en el mundo exterior, actuando como intermediario en mis transacciones. A través de él, establecí un flujo constante de ingresos, obteniendo un trato adecuado por los minerales y ámbar que conseguía. Su lealtad fue puesta a prueba debido a malas experiencias pasadas y parece que ha superado mis expectativas con nota. Su disposición a recorrer el camino desde el puerto hasta Carvatea constituían una garantía lealtad y compromiso. Nuestra relación se basaba en la mutua dependencia y el entendimiento tácito de que cada transacción beneficiaba a ambos. Al fin y al cabo quien va a darle mis precios.
Así, mis días en Carvatea se convirtieron en una danza constante entre la mina y la fragua, entre la extracción de tesoros ocultos y la creación de nuevas formas a partir del metal y la roca. Mi hogar subterráneo, repleto de secretos y expresiones, se había convertido en un refugio completo, un lugar donde mis habilidades se expandían, mis creaciones cobraban vida y mis conexiones con el mundo exterior se fortalecían a través de aliados discretos y valiosos.
A pesar de toda mi actividad, una pregunta persistente seguía rondando mi mente: ¿Qué había ocurrido realmente? Había una certeza innegable en mí, una convicción que se negaba a desaparecer. No podía atribuir todo a la adrenalina o al mero instinto de supervivencia. Tanto el día del incidente en la mina como aquella visita inusual al joyero, había experimentado algo fuera de lo común. ¿Qué había detrás de aquellos destellos y sensaciones? ¿Podría tener alguna relación con la misteriosa Akuma no Mi? Cada pensamiento giraba como un engranaje en mi cabeza, cada uno llevándome un poco más cerca de la verdad mientras trataba de evitar exponerme a cualquier riesgo.
Mi vida continuaba en su rutina, aparentemente normal a los ojos de los demás. La fragua seguía ardiendo, mis manos seguían moldeando metal, y mis esculturas seguían tomando forma en la penumbra de mi hogar subterráneo. Sin embargo, en mi interior, las preguntas resonaban como un eco persistente.
¿Cómo podría descubrir más sin revelar mis secretos? Era un equilibrio delicado, como caminar sobre un alambre tenso. Las vetas oscuras en mi piel, los destellos y la percepción agudizada, todo apuntaba a algo más grande que yo mismo. Pero también sabía que cualquier paso en falso podría desencadenar consecuencias impredecibles y horribles de necesidad. Mi mente daba vueltas en busca de pistas, y mi determinación crecía con cada nueva pregunta que surgía.
Entre los pensamientos profundos y las cavilaciones más livianas, llenaba mis días. La forja ardía incansablemente, un refugio constante para mis pensamientos inquietos. Cada martillazo que caía sobre el metal resonaba con la incógnita que me impulsaba. Cada pieza que forjaba parecía llevar incrustada una parte de mis propias incertidumbres.
Aunque la búsqueda de respuestas me mantenía en vilo, mi rutina no se alteraba. La relación con mi enigmático aliado seguía floreciendo, proporcionándome el acceso necesario al mundo exterior sin exponerme en exceso y un flujo constante de dinero. La precaución se convirtió en mi aliada, el sigilo en mi mejor arma.

Entrada 48

Los días se transformaron en un torbellino de creatividad y forja. Con el martillo firme en mi mano, fundía los metales en el crisol y les daba forma, moldeándolos en siluetas que combinaban elegancia con funcionalidad. Los lingotes cedían ante mi voluntad, transformándose gradualmente en hojas de espadas con líneas fluidas, cabezas de martillos llenas de poderío, guardamanos de dagas meticulosamente diseñados, picos afilados como pensamientos y herraduras resistentes para los nobles corceles de la isla. Además, había un espacio en mi forja para piezas más pequeñas, destinadas a reparar mecanismos de mis compañeros mineros. Cada golpe del martillo no era solo una acción física, sino una expresión de mi propio ser, una extensión palpable de mi pasión y habilidad. Las piezas emergentes eran como mis hijos, nacidos del fuego y del trabajo duro.
Las noches eran mágicas en la forja. Mientras las llamas danzaban con un brillo hipnótico y el calor acariciaba mi piel, me sumergía en mis estudios. La estabilidad financiera que había logrado unido a mi discreto aliado en los muelles me permitía obtener libros de diversas materias sin dificultad. Mi mente y mi cuerpo florecían en paralelo. Las constelaciones en el firmamento eran testigos silenciosos de mi evolución, y a medida que exploraba los secretos del cosmos, sentía una conexión profunda con el universo.
Luego de semanas de búsqueda y estudio, un día tropecé con una pista en uno de los manuales. Una mención al "Haki", algo desconocido para mí hasta ese momento, pero que resonó en mi interior. Se hablaba de diferentes tipos, habilidades que algunos soldados desarrollaban para volverse más duros que el acero o para sentir presencias a su alrededor. No fue esto lo que llamó mi atención, sino la descripción visual que acompañaba la explicación. Hablaba de cómo el Haki oscurecía la parte del cuerpo afectada por él tal y como vi mi brazo y mi cuerpo el dia del incidente en la mina, y cómo podía incluso usarse para dañar a usuarios de Akuma no Mi, como yo. Esa noche, mis pensamientos eran inquietos, como las llamas en la hoguera, y una serie de preguntas flotaban en mi mente. ¿Qué era este Haki? ¿Cómo podría aprender más sin arriesgar mi identidad? Una determinación incipiente nacía en mi interior, una resolución de explorar esta nueva pista con discreción.
Así, mientras las piezas tomaban forma en la fragua y las estrellas parpadeaban en el cielo, iniciaba mi búsqueda de respuestas en el mundo oculto de los secretos ancestrales. Cada libro abierto, cada línea de estudio, cada martillazo en la forja, era un paso en mi camino hacia una comprensión más profunda de mis habilidades y de mi propio destino.

Entrada 49

Los días se deslizaron con la velocidad del tiempo bien empleado, y las semanas se entrelazaron con los meses en una sinfonía contínua. Mi maestría en la forja ascendía como la llama que moldeaba el metal fundido. Cada pieza que nacía de mi yunque y martillo era un logro único, una creación que superaba a la anterior en destreza y visión. No eran simples objetos inertes; en ellos, yo depositaba algo más que mi habilidad y materiales. Eran extensiones de mi alma, portadoras de mi pasión y voluntad, como si cada golpe del martillo dejara una parte de mí impregnada en el metal.
A medida que mi habilidad en la forja florecía, también lo hacía mi curiosidad por el enigma del Haki. A través de ciertos contactos discretos y mucha paciencia, logré obtener más relatos y escritos breves sobre este misterioso poder. Los meses transcurridos en esta búsqueda finalmente dieron sus frutos, permitiéndome comenzar a descifrar sus secretos sin levantar sospechas. Los textos, dispersos y a menudo cripticos, requerían tiempo y esfuerzo para comprenderse, pero con cada página leída, el velo de lo desconocido se desvanecía un poco más.
El Haki, descrito como la energía interna que yace en todos nosotros, se convirtió en un tema fascinante. Era la voluntad de superación, el anhelo de trascender los límites físicos y mentales. Los relatos hablaban de cómo entrenarlo, cómo moldear esta fuerza interna y despertarla, de como usarla como defensa, como arma, en un texto lei que incluso algunas viejas leyendas podían dejar inconscientes a centenares de hombres solo con su presencia. Las historias de antiguos marinos y piratas, transmitidas a través de generaciones, resonaban con un denominador común: la ambición y la voluntad eran las llaves para desbloquear este poder latente.
En un momento de claridad, una revelación se abrió paso en mi mente. Cada vez que había logrado activar esa habilidad, había sido en situaciones extremas, momentos en los que la vida pendía de un hilo. La lucha por la supervivencia desataba algo en mí, algo que me permitía acceder a poderes que no comprendía del todo. Entonces, un pensamiento audaz se apoderó de mí: ¿qué pasaría si buscaba recrear ese estado mental, ese sentimiento de vida o muerte, en un entorno controlado?
Dejé a un lado la maza de forja y tomé una espada a medio forjar, introduciéndola en las llamas. Observé cómo el metal cambiaba de color, desde el rojo ardiente hasta casi blanco al sacarlo. Colocando la hoja sobre el yunque con una tenaza, concentré toda mi atención en ella. Recordé las voces que había escuchado en mi mente en la montaña y en la ciudad, y me pregunté si habían sido alucinaciones o algo más.
Inspiré profundamente, llenando mis pulmones con el aire caliente de la fragua. Había estado mucho tiempo sin sentir dolor, y sabía que lo que estaba a punto de hacer iba a doler, posiblemente mucho. Centré mi mente en el proceso, como lo había hecho aquella noche en la joyería y en la mina. En ese instante, solo existíamos la espada y yo, nada más a mi alrededor. Repetí en silencio un mantra, un recordatorio de no quemarme, de no romperme, mientras cerraba mi mano derecha en un puño.
Apunté el puño hacia la hoja candente y, como un martillo golpeando un yunque, descargué todo mi poder sobre ella. Mi mano ardía en llamas mientras el ámbar líquido se prendía, y una familiar fragancia se esparcía por la cueva. Con cada impacto, mi puño restallaba en llamas, y sentía cómo el fuego envolvía poco a poco mi mano y antebrazo sin prisa pero avanzando sin piedad. Por un instante, el dolor se hizo presente y comenzó a aumentar, me di cuenta de que el fuego bloqueaba mi habilidad de transformarme en ámbar, de evitar el daño físico, de sanar.
Sin embargo, no permití que eso me detuviera. El dolor se convirtió en un ancla, en algo que me aislaba del mundo exterior, concentrando mi atención en la tarea en mano. El aroma a ámbar se mezcló con el olor de la carne quemada, y cada golpe que daba resonaba como una nota en una sinfonía brutal.
En ese momento, sucedió, el tiempo parecía dilatarse de nuevo, como si el mundo se moviera a cámara lenta. Bajé la mirada hacia la hoja que estaba forjando, y la vi con una nueva perspectiva. Las vetas del metal parecían guiarme, como si el propio metal me susurrara sus secretos. La sensación de dolor desapareció gradualmente, el fuego se apagó y el olor de carne y ambar quemado se difuminó en el aire. Mi puño, casi completamente abrasado se tornó negro brillante, continué golpeando con una determinación implacable y de pronto no hubo mas dolor. Solo la ambición y la voluntad por hacer de mi brazo una herramienta inquebrantable.
Golpe tras golpe, el metal cedía ante mi voluntad, tomando forma bajo el impacto de mi puño. La hoja que estaba creando no era solo un objeto, era una extensión de mí mismo forjada con sangre y fuego, un testimonio de mi resistencia y voluntad. La energía del momento se acumulaba en cada golpe, y seguía adelante hasta quedar casi exhausto.
La experiencia había sido intensa, como una danza entre el dolor y la voluntad, entre el fuego y el metal. Enfrié mi mano quemada en un cubo de agua, aplicándome un ungüento para aliviar el ardor. Observé mis quemaduras sin curar en el brazo, recordatorios visuales de mi entrenamiento. Me recosté a cenar, reflexionando sobre lo que había logrado ese día. Mañana, seguiría explorando y entrenando, ansioso por descubrir más sobre el poder que latía en mi interior.
Con cada día que avanzaba, mi pasión por la forja y mis entrenamientos de los distintos tipos de  Haki se entrelazaban como hilos en un telar. Las chispas en la fragua se asemejaban a las chispas de entendimiento que se encendían en mi mente. El yunque, tan paciente como un sabio antiguo, presenciaba mi evolución, y las piezas que creaba en la forja se volvían símbolos de mi progreso en este viaje dual. A medida que mi habilidad crecía, también lo hacía mi comprensión del Haki. Con cada golpe y cada página leída, me acercaba un poco más a un nuevo nivel de entendimiento y poder, listo para enfrentar el futuro con determinación y voluntad inquebrantable.

Entrada 50

Durante semanas me he dedicado en cuerpo y alma a mi entrenamiento, combino el estudio, la meditación y el entrenamiento físico, cada vez consigo dominar de forma mas estable el Haki con menos lesiones. Poco a poco consigo escuchar al mundo, percibir cada pequeño ser a mi alrededor, este estado es muy útil, aun con todo estas nuevas habilidades merman mi resistencia demasiado rápido, debo continuar entrenandolo, tras cada sesión de entrenamiento mi cuerpo solo quiere comer y dormir.
He comenzado a ampliar mi refugio a golpes de puño, mis manos son cada vez mas herramientas útiles con este nuevo don que sigo entrenando. Pared tras pared, golpeando la roca viva, entreno obteniendo soltura sacando energía y fuerzas, endureciendo mi piel, desmenuzando rocas como un gran y poderoso monstruo.
Compagino estos entrenamientos con mis días en la mina y mis noches de estudio, hace mas de un año que llegué a la isla y me siento cada vez mas cómodo, espero que esta paz no me vuelva complaciente.
Y aun así, a pesar de todo, sigo viviendo una mentira. ¿Tendría todo esto si la gente conociera la verdad sobre mí? ¿O volvería a ser presa de las cacerías? Me he guardado muy mucho de que nadie conozca el lugar donde resido, pero no hay que ser el más listo de la clase para intuir que en algún lugar debo hacer noche. Solo espero que aquellos que me conocen sean lo suficientemente discretos como para evitarme problemas y que aquellos que no me conocen sigan igual.

Durante semanas, me sumergí en un intenso entrenamiento que abarcaba cuerpo y mente. Mi vida giraba en torno a la triada de estudio, meditación y desarrollo de mis habilidades. La práctica constante me estaba permitiendo dominar el Haki de manera más estable y eficaz, limitando las lesiones que había sufrido en los primeros intentos. Cada día, lograba sintonizar más con el mundo a mi alrededor, afinando mi percepción para captar incluso las presencias más sutiles. Aunque estos avances eran impresionantes, también se convertían en un desafío, ya que agotaban mi resistencia de manera acelerada. Sin embargo, no me dejaba vencer, sabía que la perseverancia era clave.
La combinación de estudios y entrenamiento me proporcionaba un equilibrio en mi vida. Mi refugio, un espacio que una vez fue modesto, se estaba expandiendo gradualmente bajo el impacto de mis puños. Mis manos se habían transformado en herramientas poderosas y precisas gracias a mi nueva habilidad, y cada golpe que daba fortalecía tanto mi cuerpo como mi confianza en lo que podía lograr. Con cada pared demolida, cada roca desmenuzada, sentía que me convertía en un monstruo formidable, un ser imbuido de energía y poder.
Este ciclo de entrenamiento, trabajo en la mina y estudio ocupaba mis días de manera constante. Mi vida en la isla, que ya se extendía por casi dos años, se había convertido en un remanso de tranquilidad que nunca había imaginado. Sin embargo, consciente de la tendencia de la comodidad a generar complacencia, me recordaba a mí mismo la importancia de mantenerme alerta y activo en mi desarrollo.
A pesar de los avances y logros, seguía viviendo una mentira. La sombra de mi pasado acechaba en cada rincón de mi existencia. La pregunta persistente era: ¿qué pasaría si todos supieran la verdad sobre mí? ¿Me seguirían tratando con la misma cordialidad, o me volvería a convertir en un objetivo de cacerias? Mi refugio, cuidadosamente oculto, era una pieza fundamental de mi identidad secreta. Cada vez que abandonaba sus paredes, la cautela me acompañaba. Pero la confianza en mis compañeros crecía. Esperaba que aquellos que compartían mi vida en la isla fueran lo suficientemente discretos como para no comprometerme, y que aquellos desconocidos no descubrieran mi verdadero ser.
En mi mente resonaba una pregunta constante: ¿cuánto tiempo más podría mantener esta doble vida sin que las dos facetas chocaran? El deseo de encontrar una respuesta se mezclaba con la incertidumbre, creando un dilema interno que no podía ignorar.

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RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] Empty Re: RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] {Vie 1 Sep 2023 - 13:53}

Buenas soy tu moderador y vengo a ver que se cuece por esta historia.

Bien, la extensión se nota que es más extensa que en los anteriores que he visto, si bien he de decirte como en el anterior que hay veces que dos entradas son bastante similares y parece que la cosa no avanza, haciendose un poco más tedioso el leerlo, a pesar de eso no es dificil de leer ni le quita entendibilidad a la historia. No puedo resaltar faltas que yo haya visto.

Por otra parte, y así como un punto negativo a este tipo de narración, es que echo de menos la interacción entre el personaje con otras personas o animales, dado que le da un poco más de dinamismo. Tambén mencionarte que el haki de armadura, si bien reduce el daño que puedas sufir, el tema de quemarte, congelarte o que un ácido te caiga encima, te puede seguir afectando, lo comento para futuras situaciones.

Dicho esto, te llevas lo siguiente, 1118px, 112 doblones, el dinero solicitado, el despertar del haki de armadura con su nivel 1, el nivel 1 del de observación, PU fuerza +1, PU fortaleza +1, PU destreza +1, PU intelecto +1 y la base pequeña, lo que hace un total de 170 doblones que te dejan en el diario un saldo negativo de -58 doblones.

Puedes pedir una segundaopinión si lo deseas.
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RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] Empty Re: RELATOS PACÍFICOS DE TRANQUILIDAD Y ENTRENAMIENTO (DIARIO: ENTRADA 30-50) [PASADO] {Vie 1 Sep 2023 - 18:49}

Acepto corrección. Los doblones negativos, tengo mas de 572 en la ficha, puedes descontarlos de ahí al subir la experiencia. Gracias.
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