Bartolomeo Gaztañeta
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Los esclavos subían por el escarpado acantilado rumbo a la capital de la isla, el Nido, cargando en la espalda y en los brazos los pertrechos y cofres repletos de trofeos de sus señores. Ascendían en fila y a duras penas por los desusados caminos angostos que alcanzaban a distinguir entre las afiladas piedras bañadas en la sangre de la tierra de Bloothe, forzados a no detenerse a menos que no quisieran contribuir al rojo autóctono con la suya propia. El agua caía de arriba de la primera colina que debían superar, y a su paso, teñía las plantas del acantilado de un rojo brillante que poco a poco se disolvía en la tierra. Arriba había un salar de minerales rojos que también tendrían que cruzar. Precisamente con aquel temporal... A Bartolomeo le pareció que el cielo hacía llorar a aquel acantilado lágrimas que nacían para deslizarse y morir en el mar. Dirigió una mirada de desprecio hacia los piratas que guiaban a los esclavos pistola en mano desde los márgenes del camino.
Como no podía quedarse allí parado si no quería que se desquitaran con él, continuó caminando a su ritmo, a cierta distancia del grupo, pero sin nadie que le atosigara, cosa que podría parecer llamativa. Y es que Willie la Ballena, que desde hacía unos meses era el amo de Bartolomeo, había ordenado un trato especial para el gyojin tiburón ballena, pensaba Bartolomeo, que sencillamente por esa misma razón, y no porque careciera de una pierna. Pensaba que le gustaba exhibirlo. Comía bien, le permitían bañarse, ya nadie lo golpeaba... Hasta había ganado peso, cosa que para él no era muy difícil. No obstante, Bartolomeo sabía que lo de Willie no era compasión. Era orgullo. Por descontado que lo suyo tampoco era ser el más listo de la habitación, pero daba buenas hostias, y al final, Bartolo había aprendido que todo el mundo terminaba comulgando con Willie la Ballena. Pensó que era una suerte que se hubiera quedado en el barco, era afortunado por no tenerlo detrás comiéndole la oreja durante todo el camino. Además, la había tomado con él, estaba obsesionado con que debían ser amigos o algo parecido. Pero bueno, no podía quejarse. No pasó mucho hasta que se dio cuenta de que pensaba en eso para buscar alivio, para no darle muchas vueltas a lo que de verdad le preocupaba. Porque en lo que no quería pensar era en lo lejos que habían decidido anclarse. De las tres naves que componían el grueso de la flota de su banda, aquella nave ni siquiera había llegado a puerto, estaban escondidos. Todo era muy extraño. Quizás protegían algo. Miró atrás, al acantilado por el que habían subido, el acantilado que lloraba, y sintió un mal presentimiento.
Como no podía quedarse allí parado si no quería que se desquitaran con él, continuó caminando a su ritmo, a cierta distancia del grupo, pero sin nadie que le atosigara, cosa que podría parecer llamativa. Y es que Willie la Ballena, que desde hacía unos meses era el amo de Bartolomeo, había ordenado un trato especial para el gyojin tiburón ballena, pensaba Bartolomeo, que sencillamente por esa misma razón, y no porque careciera de una pierna. Pensaba que le gustaba exhibirlo. Comía bien, le permitían bañarse, ya nadie lo golpeaba... Hasta había ganado peso, cosa que para él no era muy difícil. No obstante, Bartolomeo sabía que lo de Willie no era compasión. Era orgullo. Por descontado que lo suyo tampoco era ser el más listo de la habitación, pero daba buenas hostias, y al final, Bartolo había aprendido que todo el mundo terminaba comulgando con Willie la Ballena. Pensó que era una suerte que se hubiera quedado en el barco, era afortunado por no tenerlo detrás comiéndole la oreja durante todo el camino. Además, la había tomado con él, estaba obsesionado con que debían ser amigos o algo parecido. Pero bueno, no podía quejarse. No pasó mucho hasta que se dio cuenta de que pensaba en eso para buscar alivio, para no darle muchas vueltas a lo que de verdad le preocupaba. Porque en lo que no quería pensar era en lo lejos que habían decidido anclarse. De las tres naves que componían el grueso de la flota de su banda, aquella nave ni siquiera había llegado a puerto, estaban escondidos. Todo era muy extraño. Quizás protegían algo. Miró atrás, al acantilado por el que habían subido, el acantilado que lloraba, y sintió un mal presentimiento.
Berry
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La mink se encontraba de camino al nido, debía hacer varias compras para el barco, habían estado ya hacía bastante tiempo y según lo comentado necesitarían comida, bebida y muchas otras cosas más personales de cada tripulante. Aunque Berry solo tenía en mente la comida para su dieta, avanzaba revisando la lista con diferentes letras, algunas de Alpha, otras de Hikari y otras suyas con varias aclaraciones sobre las otras indicaciones. La zorra vestía como de costumbre su chaqueta azul, sus pantalones al estilo salvaje y su sombrero que dejaba sobresalir sus puntiagudas orejas en cada costado.
―Veamos, arroz, huevos, carne, fideos...―
Siguió revisando hasta que chocó con una persona armada con una pistola, la zorra cayó estrepitosamente sobre el hombre aplastando a este contra la tierra, sin tardar mucho Berry levantó la mirada para ver una escena extraña. Varias personas se agolpaban en la capital por el día de rebajas, como siempre la mink había llegado tarde y el pobre hombre en el suelo era alguien que se intentaba abrir paso a punta de pistola.
Para su fortuna el local cerró sus puertas y eso hizo dispersar a la muchedumbre que como hormigas se distribuyeron en las otras tiendas que no tenían rebajas. La zorra suspiró iniciando su travesía por locales de segunda mano, lo primero en la lista era el arroz y en esto fue muy quisquillosa buscando el de su marca favorita (la cual encontró al noveno intento). Siguió con los huevos, los cuales encontró en un bazar que los vendía a docenas por ser los últimos.
Poco a poco la mink se iba cargando con bolsas hasta comprar una mochila de campamento para meter todas las demás cosas menos los huevos al recordar las palabras de fueguito de tener cuidado con no romperlos. La última vez había comprado dos docenas pero solo cinco habían llegado al barco,un record que la mink buscaba superar.
—¡¿Cómo que no hay papas para gatos?! ¡No soy un gato! ¿Acaso no ve mi cola y mis orejas?—
Y ahí estaba de nuevo, en medio de la ciudad discutiendo con el dueño de una tienda de vegetales que no quería venderle la bolsa de patatas en oferta. Una escena que sería interrumpida al sentir gente aproximarse, las orejas de la mink sintieron el ruido de cadenas en la lejanía. Curiosa decidió dejar la bolsa de patatas para luego, aproximandose con cautela hasta el borde de la ciudad, no por seguridad si no por la de sus huevos no vaya a ser que todos cayeran.
—¿Mmm? Creí sentir cadenas pero todavía no es navidad...—
Comentó la mink al percatarse que solo era una extraña procesión a la distancia, a lo mejor debía acercarse a mirar más de cerca cuando ya estuvieran en la ciudad, no quería arriesgarse a caerse y estropear las compras que le habían llevado toda la mañana. Simplemente para hacer tiempo, ingresó a una de las posadas del lugar, buscando un lugar seguro donde guardar sus compras o al menos lo más seguras posibles dentro de aquella ciudad repleta de criminales.
―Veamos, arroz, huevos, carne, fideos...―
Siguió revisando hasta que chocó con una persona armada con una pistola, la zorra cayó estrepitosamente sobre el hombre aplastando a este contra la tierra, sin tardar mucho Berry levantó la mirada para ver una escena extraña. Varias personas se agolpaban en la capital por el día de rebajas, como siempre la mink había llegado tarde y el pobre hombre en el suelo era alguien que se intentaba abrir paso a punta de pistola.
Para su fortuna el local cerró sus puertas y eso hizo dispersar a la muchedumbre que como hormigas se distribuyeron en las otras tiendas que no tenían rebajas. La zorra suspiró iniciando su travesía por locales de segunda mano, lo primero en la lista era el arroz y en esto fue muy quisquillosa buscando el de su marca favorita (la cual encontró al noveno intento). Siguió con los huevos, los cuales encontró en un bazar que los vendía a docenas por ser los últimos.
Poco a poco la mink se iba cargando con bolsas hasta comprar una mochila de campamento para meter todas las demás cosas menos los huevos al recordar las palabras de fueguito de tener cuidado con no romperlos. La última vez había comprado dos docenas pero solo cinco habían llegado al barco,un record que la mink buscaba superar.
—¡¿Cómo que no hay papas para gatos?! ¡No soy un gato! ¿Acaso no ve mi cola y mis orejas?—
Y ahí estaba de nuevo, en medio de la ciudad discutiendo con el dueño de una tienda de vegetales que no quería venderle la bolsa de patatas en oferta. Una escena que sería interrumpida al sentir gente aproximarse, las orejas de la mink sintieron el ruido de cadenas en la lejanía. Curiosa decidió dejar la bolsa de patatas para luego, aproximandose con cautela hasta el borde de la ciudad, no por seguridad si no por la de sus huevos no vaya a ser que todos cayeran.
—¿Mmm? Creí sentir cadenas pero todavía no es navidad...—
Comentó la mink al percatarse que solo era una extraña procesión a la distancia, a lo mejor debía acercarse a mirar más de cerca cuando ya estuvieran en la ciudad, no quería arriesgarse a caerse y estropear las compras que le habían llevado toda la mañana. Simplemente para hacer tiempo, ingresó a una de las posadas del lugar, buscando un lugar seguro donde guardar sus compras o al menos lo más seguras posibles dentro de aquella ciudad repleta de criminales.
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Al llegar a la ciudad del nido, avanzaron en procesión a través de las callejuelas que se internaban en la ciudad, para más tarde dirigirse hacia un parque con unos pocos viñedos maltratados que hacía de entrada a una finca con aspecto de posada. Cuando llegaron a la entrada de la construcción, los seis esclavos, todos hombres de diferentes procedencias, encadenados por las manos, y estas cadenas de las manos unidas a otra cadena en la cintura unida a las cinturas de los demás, en fila, descargaron el material para descansar un poco y se quedaron de pie custodiando la carga. Los que dirigían al rebaño fueron hacia el arco de acceso para que les permitiesen el paso. La entrada de la base estaba protegida por cuatro piratas que charlaban entre ellos. Uno de ellos estaba bebiendo ron de una gran botella cuando, de pronto, una sombra apareció detrás suyo y le agarró la cabeza, inmovilizándole. Luego, por detrás de los otros, apareció otra sombra más grande que los apartó para sostener botella que contenía el ron con la mano en la boca del tipo que bebía, mientras que el que le aguantaba la cabeza le bloqueaba el cuello y le hacía abrir más la boca para que entrara todo lo posible. El que sostenía la botella se la hizo tragar a golpes y luego se la estampó en la cabeza. La botella no se rompió, sino que rebotó y cayó rodando cerca de los pies de Bartolo, que en silencio y mirando al suelo dio un paso atrás. Qué buena botella, pensó. Los que habían acompañado a los esclavos todo el camino se asustaron al ver a sus oficiales aparecer de pronto y decidieron dar marcha atrás al unísono. El oficial que había golpeado al tipo del suelo los miró con desprecio, y luego a Bartolomeo, maldijo algo, y después, mientras continuaba mirando al gyojin, dio una patada en la cabeza al tipo al que estaba claro que seguirían golpeando un rato. Lo pataleó de nuevo varias veces para apartarlo del camino de entrada. Después de eso, el oficial más feo, grande y peludo, alzó la mano para ordenar que entrasen al recinto y escupió en el tipo que el otro ya casi había noqueado. Los esclavos siguieron la orden enseguida mientras los dos oficiales continuaban cebándose con el que estaba en el suelo, al lado del camino, recriminándole su comportamiento, diciéndole que la Ballena se lo iba a dar de comer a los reyes marinos mientras se reían como niños. Visto lo visto, uno de los tres que quedaban custodiando la puerta salió por patas para proteger la otra entrada a la base, donde debería haber encontrarse cumpliendo su función de proteger la entrada junto a su compañero el damnificado por la paliza. La misma entrada por la que Berry acababa de cruzar pensando que era la de una posada. La entrada a la pequeña base secreta en Bloothe de la tripulación de los piratas tiburón ballena.
Berry caminaba hacia la plaza con un jardín y una fuente en el centro mientras los esclavos entraban la mercancía de sus amos al recinto donde se encontraba —que no solo es un pequeño cuartel de los tiburón ballena, sino que también es donde se encuentra uno de los almacenes y, en concreto, la bóveda donde la banda guarda casi todo su tesoro—. En el jardín había unas piedras que formaban un camino. También había árboles y dos gatos que la miraban. Uno de ellos se erizó y le bufó y luego los dos salieron corriendo hacia el interior por una puerta abierta. La puerta estaba a su izquierda, mientras que a su derecha había una entrada grande que estaba cerrada y que además era parecida a la entrada de una posada. De hecho, allí todo parecía indicar que realmente era una posada. Hasta había caballos atados en un apeadero y un carro con heno, una señora mayor barría lentamente los corredores de madera que había en los márgenes de la plaza. Los esclavos no tardaron en aparecer por el lado opuesto al que se encontraba Berry y allí volvieron a descargar las cosas cerca de una de las esquinas, al lado de una gran puerta corredera protegida por varios candados y una especie de panel. Uno de ellos fue golpeado por no tratar con cuidado el cofre que había tenido que dejar caer para no herniarse. Los piratas que los habían acompañado entraron corriendo y luego, detrás suyo, aparecieron los dos oficiales, que rápidamente advirtieron la presencia de Berry al otro lado de la plaza.
— Otto, mira, una Mink —dijo con tono calmado y confuso el oficial calvo, al menos tan alto como Berry, a su compañero feo, mucho más grande y más peludo, con los ojos negros como el carbón. El rubio se acercó a Berry a toda velocidad —como saltando en el espacio— para intentar colocarse en su espalda en un movimiento al que sería imposible reaccionar si no se fuera extraordinario —¿Qué hace una gatita como tu en un lugar como este? —le dijo desde atrás. Otto, que no es que fuera serio, sino que era más bien tonto, se cruzó de brazos y se quedó allí plantado como una estatua.
El oficial que atacó a Berry es conocido como Longshot pierna larga, con una recompensa de 9.000.000 de berries. El que se quedó al margen, al otro lado de la plaza, es Otto el bárbaro, segundo al mando de la tripulación, con una recompensa de 12.000.000 de berries y una espada enorme con la que puede partir rocas. Los demás miembros de la tripulación presentes, que eran seis, todos flacuchos e inquinosos, también se percataron de la presencia de Berry. Sacaron las armas, desde pistolas a espadas; uno llevaba una hoz. Otro empezó a tirar de las cadenas al extremo de la fila de esclavos y todos terminaron cayendo al suelo.
Berry caminaba hacia la plaza con un jardín y una fuente en el centro mientras los esclavos entraban la mercancía de sus amos al recinto donde se encontraba —que no solo es un pequeño cuartel de los tiburón ballena, sino que también es donde se encuentra uno de los almacenes y, en concreto, la bóveda donde la banda guarda casi todo su tesoro—. En el jardín había unas piedras que formaban un camino. También había árboles y dos gatos que la miraban. Uno de ellos se erizó y le bufó y luego los dos salieron corriendo hacia el interior por una puerta abierta. La puerta estaba a su izquierda, mientras que a su derecha había una entrada grande que estaba cerrada y que además era parecida a la entrada de una posada. De hecho, allí todo parecía indicar que realmente era una posada. Hasta había caballos atados en un apeadero y un carro con heno, una señora mayor barría lentamente los corredores de madera que había en los márgenes de la plaza. Los esclavos no tardaron en aparecer por el lado opuesto al que se encontraba Berry y allí volvieron a descargar las cosas cerca de una de las esquinas, al lado de una gran puerta corredera protegida por varios candados y una especie de panel. Uno de ellos fue golpeado por no tratar con cuidado el cofre que había tenido que dejar caer para no herniarse. Los piratas que los habían acompañado entraron corriendo y luego, detrás suyo, aparecieron los dos oficiales, que rápidamente advirtieron la presencia de Berry al otro lado de la plaza.
— Otto, mira, una Mink —dijo con tono calmado y confuso el oficial calvo, al menos tan alto como Berry, a su compañero feo, mucho más grande y más peludo, con los ojos negros como el carbón. El rubio se acercó a Berry a toda velocidad —como saltando en el espacio— para intentar colocarse en su espalda en un movimiento al que sería imposible reaccionar si no se fuera extraordinario —¿Qué hace una gatita como tu en un lugar como este? —le dijo desde atrás. Otto, que no es que fuera serio, sino que era más bien tonto, se cruzó de brazos y se quedó allí plantado como una estatua.
El oficial que atacó a Berry es conocido como Longshot pierna larga, con una recompensa de 9.000.000 de berries. El que se quedó al margen, al otro lado de la plaza, es Otto el bárbaro, segundo al mando de la tripulación, con una recompensa de 12.000.000 de berries y una espada enorme con la que puede partir rocas. Los demás miembros de la tripulación presentes, que eran seis, todos flacuchos e inquinosos, también se percataron de la presencia de Berry. Sacaron las armas, desde pistolas a espadas; uno llevaba una hoz. Otro empezó a tirar de las cadenas al extremo de la fila de esclavos y todos terminaron cayendo al suelo.
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La zorra se encontraba ahora en una plaza interior, había dejado sus compras al lado de la fuente y estaba por buscar a algún empleado cuando toda una escena se montó ante ella. Unas personas encadenadas ingresaron por la puerta, era extraño y parecían ser las que venían subiendo la colina. Pero no tuvo tiempo de hacer preguntas, un tipo se le lanzó encima mientras otros le rodeaban con armas. Pero una palabra desentonó la furia de la zorra negra más que el primer ataque que esta había bloqueado con su antebrazo sin muchas complicaciones.
—¡¿Gatita?! ¡¿Acaso no ves que soy una zorra?! Si buscas pelea... ¡Prepara bien ese rostro porque voy a destrozarte! ¡Nadie me ataca y me llama gato!—
Berry lanzó un potente golpe al rostro de aquel pirata sin medir su fuerza, un crujido se sintió al colisionar con la nariz de aquel agresor mientras que el electro se expandió por la totalidad de su cuerpo. La sangre fue expulsada como un chorro carmesí por el sujeto antes de volar varios metros y caer rodando a unos pasos de la zorra. La mujer crujió sus nudillos mientras una vena se marcaba en su cabeza y comenzaba a avanzar hacia el tipo, los pobres piratas que intentaban atacarle terminaban por ser evadidos y noqueados ya fuera de una patada o en el peor de los casos un puñetazo.
—¡¿Por qué tienen personas encadenadas?! ¡¿Por qué me has atacado?! ¡¿Quién demonios es gatita?!—
La mink preguntaba al cuerpo del hombre a quienes algunos asustados piratas llamaban Longshot, sin embargo, la mink no obtenía respuestas o disculpas pese a golpear cada vez con más fuerza. El rostro del pirata se encontraba cubierto de sangre y con los ojos en blanco cuando finalmente la mink suspiró y se lo lanzó al otro tipo que estaba cruzado de brazos.
—Pff... Se atreve a insultar a mi raza y ni siquiera puede darme respuestas.—
Suspiró la zorra mientras caminaba hacia los encadenados que habían caído y les ayudaba a levantarse del suelo, ignorando por completo al tipo de la espada gigante. Levantó su rostro mientras apuntaba al resto de piratas.
—Liberen a esta gente y no vuelvan a cruzarse en mi camino, nadie tiene derecho a ejercer su voluntad sobre los demás. La libertad es la única finalidad de la vida, no me importa quienes sean o si debo reformar sus ideas a golpes. ¡Ver cosas como estas me ponen de mal humor!—
La mink crujió las cadenas con fuerzas dejando a cada esclavo separado del otro, recuperando cada uno su individualidad y con la mink delante. Un acto de fuerza que desafiaba a esos piratas, los ojos rojos de Berry hervían con furia y su semblante era amenazante similar a la imponente voluntad de alguien a quien era mejor no molestar.
—¿Acaso hay más? Voy a liberarlos a todos, si no están dispuestos a hacerlo por las buenas, lo haré con mis propias garras. ¡Mi nombre es Berry! Mi único sueño es un mundo donde todos puedan ser libres y vivir como les plazca, la única justicia que sigo son mis puños. ¡Piratas esclavistas! Ustedes no tienen lugar en mi mundo.—
Sonrió con una actitud salvaje mientras chocaba su puño contra su mano, no buscaba gloria, tampoco hacer alarde de dsu nombre pirata e incluso el dinero le era indiferente. Se movía por su sueño y la razón de iniciar aquella cruzada había sido que le hicieron enfadar.
Berry no parecía alguien que se tomase las cosas seriamente, incluso les guiñó el ojo traviesamente a los esclavos para indicarles que estarían a salvo. Pero cuando algo le molestaba, en especial ver civiles maltratados por sucios piratas que les esclavizaban su actitud llegaba a ser intimidante incluso frente al más rudo de los criminales. Y si a esto le sumamos que habían insultado su raza al confundirla con un gato, era el escenario perfecto para desatar a una bestia en plenitud.
—¡¿Gatita?! ¡¿Acaso no ves que soy una zorra?! Si buscas pelea... ¡Prepara bien ese rostro porque voy a destrozarte! ¡Nadie me ataca y me llama gato!—
Berry lanzó un potente golpe al rostro de aquel pirata sin medir su fuerza, un crujido se sintió al colisionar con la nariz de aquel agresor mientras que el electro se expandió por la totalidad de su cuerpo. La sangre fue expulsada como un chorro carmesí por el sujeto antes de volar varios metros y caer rodando a unos pasos de la zorra. La mujer crujió sus nudillos mientras una vena se marcaba en su cabeza y comenzaba a avanzar hacia el tipo, los pobres piratas que intentaban atacarle terminaban por ser evadidos y noqueados ya fuera de una patada o en el peor de los casos un puñetazo.
—¡¿Por qué tienen personas encadenadas?! ¡¿Por qué me has atacado?! ¡¿Quién demonios es gatita?!—
La mink preguntaba al cuerpo del hombre a quienes algunos asustados piratas llamaban Longshot, sin embargo, la mink no obtenía respuestas o disculpas pese a golpear cada vez con más fuerza. El rostro del pirata se encontraba cubierto de sangre y con los ojos en blanco cuando finalmente la mink suspiró y se lo lanzó al otro tipo que estaba cruzado de brazos.
—Pff... Se atreve a insultar a mi raza y ni siquiera puede darme respuestas.—
Suspiró la zorra mientras caminaba hacia los encadenados que habían caído y les ayudaba a levantarse del suelo, ignorando por completo al tipo de la espada gigante. Levantó su rostro mientras apuntaba al resto de piratas.
—Liberen a esta gente y no vuelvan a cruzarse en mi camino, nadie tiene derecho a ejercer su voluntad sobre los demás. La libertad es la única finalidad de la vida, no me importa quienes sean o si debo reformar sus ideas a golpes. ¡Ver cosas como estas me ponen de mal humor!—
La mink crujió las cadenas con fuerzas dejando a cada esclavo separado del otro, recuperando cada uno su individualidad y con la mink delante. Un acto de fuerza que desafiaba a esos piratas, los ojos rojos de Berry hervían con furia y su semblante era amenazante similar a la imponente voluntad de alguien a quien era mejor no molestar.
—¿Acaso hay más? Voy a liberarlos a todos, si no están dispuestos a hacerlo por las buenas, lo haré con mis propias garras. ¡Mi nombre es Berry! Mi único sueño es un mundo donde todos puedan ser libres y vivir como les plazca, la única justicia que sigo son mis puños. ¡Piratas esclavistas! Ustedes no tienen lugar en mi mundo.—
Sonrió con una actitud salvaje mientras chocaba su puño contra su mano, no buscaba gloria, tampoco hacer alarde de dsu nombre pirata e incluso el dinero le era indiferente. Se movía por su sueño y la razón de iniciar aquella cruzada había sido que le hicieron enfadar.
Berry no parecía alguien que se tomase las cosas seriamente, incluso les guiñó el ojo traviesamente a los esclavos para indicarles que estarían a salvo. Pero cuando algo le molestaba, en especial ver civiles maltratados por sucios piratas que les esclavizaban su actitud llegaba a ser intimidante incluso frente al más rudo de los criminales. Y si a esto le sumamos que habían insultado su raza al confundirla con un gato, era el escenario perfecto para desatar a una bestia en plenitud.
Bartolomeo Gaztañeta
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Agudeza
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A Bartolo le sorprendió mucho ver que había alguien allí que no pertenecía a la banda, pero le sorprendió aún más presenciar un enfrentamiento en la base de la banda, en aquellas condiciones. ¿Pensaba enfrentarse a todos ella sola? Y vaya si lo hizo. A Longshot lo puso en su lugar. Cuando Bartolo vio que golpeaba y seguramente rompía algo en la cabeza de pierna larga, haciéndolo volar unos metros, su corazón se aceleró mucho, tanto como no lo había hecho en años. Una sensación le recorrió todo el cuerpo, devolviéndole un poco a la vida. ¿Acaso podría aprovechar la oportunidad? Longshot y Otto eran los dos más fuertes, a parte de los hijos de la Ballena y de la propia Ballena… Los hijos debían andar por allí cerca, escuchó que estaban esperándoles... Pero estaba seguro de que podía con ellos. Al fin y al cabo, de aquellos mequetrefes esclavistas, el único enemigo a tener en cuenta era el capitán. Cuando pensaba en eso fue arrastrado por su captor al suelo junto a los demás. ¿Estaba pensando en huir…? ¿Otra vez? No podía… Pasarían cosas malas…
Los piratas caían uno detrás de otro cuando se acercaban a aquella diosa de pelaje negro, tan precisa y elegante en la ejecución, que parecía moverse a cámara lenta. No, no era ella, que también… Era esa sensación que venía de dentro. La recordaba. La energía, la alerta… Los músculos de Bartolo se tensaron con fuerza y empezó a balancearse sobre si mismo en el suelo. Tenía la mirada perdida. Los otros esclavos estaban absortos con la pelea, como también lo estaba el único de los amos que se había quedado a su lado para ocuparse de ellos, sujetando las cadenas. El tipo soltó las cadenas y fue a por Berry con los demás, que por otro lado, continuaba golpeando al oficial que estaba en el suelo. Otto seguía allí plantado con los brazos cruzados, sin mover ni un pelo. Bartolo lo miraba con los ojos perdidos a la espalda, como si estuviera ahí pero no pudiera verlo. Luego atendió como Longshot caía a sus brazos y casi le derribaba por no estar preparado. Esto pareció despertarle un poco. Parecía que Otto había decidido resistir el golpe con su compañero con el pecho, como todo un macho, como para enseñarle de qué era capaz a la mink, pero a ella pareció importarle más bien poco ya que se centró en liberar a Bartolo y a los demás. Tres de ellos salieron corriendo a duras penas en silencio, como si se tratara de conejos montañeses que han escuchado la respiración de un perro de presa. Bartolo se quedó en el suelo, ahí parado, mirando como Otto desenvainaba la grande y gruesa cimitarra que llevaba a la espalda. La dejó caer en el suelo para levantar el polvo, agrietándolo un poco al golpearlo. El discurso de Berry removió aún más ese algo en el interior de Bartolomeo que estaba a punto de estallar. Un algo denso y turbio que se había estado acumulando durante años en sus tripas, que no le dejaba dormir bien, que no le permitía respirar con tranquilidad.
—¿Conocer a Otto? Otto no saber quién sos, pero gustar tus orejas. Otto cortar orejas y regalar amuleto a jefe. —Parecía convencido de que lo que decía iba a pasar de la manera en que lo creía. Levantó la espada al aire para demostrar su notable fuerza y fortaleza, aunque no aguantó demasiado tiempo antes de volver a golpear el suelo con ella. —Aplasto tu cabeza, zorra estúpida.
Los demás piratas ya se habían vuelto a levantar, pero Longshot no volvería a hacerlo en meses. Todos rodearon a Otto, que dejó caer una capa de piel de oso que llevaba sobre la espalda y puso una pose como de héroe clásico barbárico. Luego se quitó los pantalones y se quedó en taparrabos, mostrando esas pantorrillas que tanto había trabajado y de las cuales estaba tan orgulloso —Otto fabricar siguiente taparrabos con pelo de tu culo, débil mink —El bárbaro se reía como quien no entiende bien en que consiste un juego, pero quiere participar de cualquier manera. Bartolo pensó que se reía raro, que quizás no las tenía todas consigo en ese enfrentamiento. Era la mejor oportunidad que había tenido en años, y aunque estaba mareado y no era muy consciente de lo que hacía, consiguió levantarse del suelo. Él era el único de los esclavos que quedaban allí. Sus compañeros habían desaparecido. Ya no les podían hacer daño… Pensó que ahora podía acabar con ellos. Que lo pagarían todo.
«No pasará nada malo. Ella acabará con todos.»
Los ojos de Bartolomeo se pusieron en blanco mientras, con las piernas flexionadas, intentaba romper las cadenas de sus manos. Las venas de la cara y del cuello se le hincharon y los ojos se le pusieron rojos. Miraban hacia arriba. Golpeó con fuerza la pata de palo contra el suelo y consiguió romper los grilletes de sus manos cuando Berry terminó de hablar. Bartolomeo la miró, cansado, sus ojos brillando con intensidad. Las muñecas le sangraban mucho por la maniobra. Tenía un corte profundo en una.
—Gracias —le dijo. —Han escapado… Gracias… —Una lágrima descendió por su mejilla derecha. Luego otra por la izquierda. —No pueden atraparnos —dijo con convicción. —¡Nooooooo! —Gritó como un energúmeno para después salir corriendo como buenamente pudo hacia Otto con la intención de lanzarse encima suyo para inmovilizarlo, aunque no avanzó demasiado antes de tropezar con un pequeño escalón de cabeza contra el suelo.
Demasiadas emociones.
Los piratas caían uno detrás de otro cuando se acercaban a aquella diosa de pelaje negro, tan precisa y elegante en la ejecución, que parecía moverse a cámara lenta. No, no era ella, que también… Era esa sensación que venía de dentro. La recordaba. La energía, la alerta… Los músculos de Bartolo se tensaron con fuerza y empezó a balancearse sobre si mismo en el suelo. Tenía la mirada perdida. Los otros esclavos estaban absortos con la pelea, como también lo estaba el único de los amos que se había quedado a su lado para ocuparse de ellos, sujetando las cadenas. El tipo soltó las cadenas y fue a por Berry con los demás, que por otro lado, continuaba golpeando al oficial que estaba en el suelo. Otto seguía allí plantado con los brazos cruzados, sin mover ni un pelo. Bartolo lo miraba con los ojos perdidos a la espalda, como si estuviera ahí pero no pudiera verlo. Luego atendió como Longshot caía a sus brazos y casi le derribaba por no estar preparado. Esto pareció despertarle un poco. Parecía que Otto había decidido resistir el golpe con su compañero con el pecho, como todo un macho, como para enseñarle de qué era capaz a la mink, pero a ella pareció importarle más bien poco ya que se centró en liberar a Bartolo y a los demás. Tres de ellos salieron corriendo a duras penas en silencio, como si se tratara de conejos montañeses que han escuchado la respiración de un perro de presa. Bartolo se quedó en el suelo, ahí parado, mirando como Otto desenvainaba la grande y gruesa cimitarra que llevaba a la espalda. La dejó caer en el suelo para levantar el polvo, agrietándolo un poco al golpearlo. El discurso de Berry removió aún más ese algo en el interior de Bartolomeo que estaba a punto de estallar. Un algo denso y turbio que se había estado acumulando durante años en sus tripas, que no le dejaba dormir bien, que no le permitía respirar con tranquilidad.
—¿Conocer a Otto? Otto no saber quién sos, pero gustar tus orejas. Otto cortar orejas y regalar amuleto a jefe. —Parecía convencido de que lo que decía iba a pasar de la manera en que lo creía. Levantó la espada al aire para demostrar su notable fuerza y fortaleza, aunque no aguantó demasiado tiempo antes de volver a golpear el suelo con ella. —Aplasto tu cabeza, zorra estúpida.
Los demás piratas ya se habían vuelto a levantar, pero Longshot no volvería a hacerlo en meses. Todos rodearon a Otto, que dejó caer una capa de piel de oso que llevaba sobre la espalda y puso una pose como de héroe clásico barbárico. Luego se quitó los pantalones y se quedó en taparrabos, mostrando esas pantorrillas que tanto había trabajado y de las cuales estaba tan orgulloso —Otto fabricar siguiente taparrabos con pelo de tu culo, débil mink —El bárbaro se reía como quien no entiende bien en que consiste un juego, pero quiere participar de cualquier manera. Bartolo pensó que se reía raro, que quizás no las tenía todas consigo en ese enfrentamiento. Era la mejor oportunidad que había tenido en años, y aunque estaba mareado y no era muy consciente de lo que hacía, consiguió levantarse del suelo. Él era el único de los esclavos que quedaban allí. Sus compañeros habían desaparecido. Ya no les podían hacer daño… Pensó que ahora podía acabar con ellos. Que lo pagarían todo.
«No pasará nada malo. Ella acabará con todos.»
Los ojos de Bartolomeo se pusieron en blanco mientras, con las piernas flexionadas, intentaba romper las cadenas de sus manos. Las venas de la cara y del cuello se le hincharon y los ojos se le pusieron rojos. Miraban hacia arriba. Golpeó con fuerza la pata de palo contra el suelo y consiguió romper los grilletes de sus manos cuando Berry terminó de hablar. Bartolomeo la miró, cansado, sus ojos brillando con intensidad. Las muñecas le sangraban mucho por la maniobra. Tenía un corte profundo en una.
—Gracias —le dijo. —Han escapado… Gracias… —Una lágrima descendió por su mejilla derecha. Luego otra por la izquierda. —No pueden atraparnos —dijo con convicción. —¡Nooooooo! —Gritó como un energúmeno para después salir corriendo como buenamente pudo hacia Otto con la intención de lanzarse encima suyo para inmovilizarlo, aunque no avanzó demasiado antes de tropezar con un pequeño escalón de cabeza contra el suelo.
Demasiadas emociones.
Berry
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El bárbaro parecía no tener muchas luces, haciendo que la mink se preguntase cómo podía caminar sin caerse. Se encogió de hombros ante las provocaciones pero antes que pudiera hacer algo, uno de los esclavos que se había quedado en el lugar le agradeció y se lanzó con convicción contra el enemigo. Desafortunadamente cayó y el bárbaro ya había levantado su gigantesca espada para hacerlo picadillo.
La hoja de metal cayó pero no sobre el pobre Gyojin, si no detrás del bárbaro al haberse soltado de su agarre. La zorra había encajado un golpe fulminante en el pecho de su oponente, justo en la unión entre los pectorales donde ahora la piel se había hundido producto de semejante golpe cuyo sonido solo fue opacado por el estruendo del metal contra el suelo.
—Tanta musculatura para usar esa cosa pesada y lenta, aunque debo agradecerte, sin tu intervención pececito no hubiera podido encontrar esta apertura.—
El bárbaro cayó de rodillas al suelo, al retirarse el puño de la mink quien ahora miraba al hasta hace segundos esclavo con una sonrisa. Pudo notar la falta de una pierna, pero también un cuerpo forjado para los oficios pesados y el combate cuerpo a cuerpo.
—Estoy segura de que darle el golpe de gracia tiene mayor importancia para ti que para mí quien no ha vivido todo lo que tu has experimentado. ¡Levanta y dale un buen golpe en toda la cara! Destruye las cadenas de tu mente que todavía siguen presionando, ¡Toda tu furia y tristeza que sean el combustible de esos puños!—
La mink alentó al gyojin mientras se apartaba del camino dejando al derrotado bárbaro y al ex esclavo frente a frente. Berry no sentía que fuese su pelea, para ella el combate terminó al momento en el que su puño logró tumbar al sujeto. Este no le había confundido con un gato y una vez incapacitado la mink no tenía motivos para seguir alargando el combate. Pero para aquel sujeto, podía ocultar un sentimiento más profundo, algo que guardó por años y solo ahora tenía la oportunidad de sacar a la luz.
—¿Tienes un nombre? Es hora de que vuelva a ser tu marca de identidad, es mejor morir de pie que vivir de rodillas. Abraza tu libertad ¡Y grita al mundo que estás vivo! Ya no eres un esclavo, desde ahora eres tú y nada más que tú.—
La zorra lamió sus garras tras su discurso y alentó al hombre pescado mientras se levantaba, esperaba que sus palabras lograsen darle la fuerza para cobrar su pequeña venganza personal. Era mejor que seguir masticando el odio, todo eso debía ser expulsado de su cuerpo un puñetazo a la vez.
La hoja de metal cayó pero no sobre el pobre Gyojin, si no detrás del bárbaro al haberse soltado de su agarre. La zorra había encajado un golpe fulminante en el pecho de su oponente, justo en la unión entre los pectorales donde ahora la piel se había hundido producto de semejante golpe cuyo sonido solo fue opacado por el estruendo del metal contra el suelo.
—Tanta musculatura para usar esa cosa pesada y lenta, aunque debo agradecerte, sin tu intervención pececito no hubiera podido encontrar esta apertura.—
El bárbaro cayó de rodillas al suelo, al retirarse el puño de la mink quien ahora miraba al hasta hace segundos esclavo con una sonrisa. Pudo notar la falta de una pierna, pero también un cuerpo forjado para los oficios pesados y el combate cuerpo a cuerpo.
—Estoy segura de que darle el golpe de gracia tiene mayor importancia para ti que para mí quien no ha vivido todo lo que tu has experimentado. ¡Levanta y dale un buen golpe en toda la cara! Destruye las cadenas de tu mente que todavía siguen presionando, ¡Toda tu furia y tristeza que sean el combustible de esos puños!—
La mink alentó al gyojin mientras se apartaba del camino dejando al derrotado bárbaro y al ex esclavo frente a frente. Berry no sentía que fuese su pelea, para ella el combate terminó al momento en el que su puño logró tumbar al sujeto. Este no le había confundido con un gato y una vez incapacitado la mink no tenía motivos para seguir alargando el combate. Pero para aquel sujeto, podía ocultar un sentimiento más profundo, algo que guardó por años y solo ahora tenía la oportunidad de sacar a la luz.
—¿Tienes un nombre? Es hora de que vuelva a ser tu marca de identidad, es mejor morir de pie que vivir de rodillas. Abraza tu libertad ¡Y grita al mundo que estás vivo! Ya no eres un esclavo, desde ahora eres tú y nada más que tú.—
La zorra lamió sus garras tras su discurso y alentó al hombre pescado mientras se levantaba, esperaba que sus palabras lograsen darle la fuerza para cobrar su pequeña venganza personal. Era mejor que seguir masticando el odio, todo eso debía ser expulsado de su cuerpo un puñetazo a la vez.
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Por fortuna, Berry estaba ahí para detener la ejecución por aplastamiento de Bartolo, que apenas pudo responder al amable comentario de Berry con un gruñido de extenuación, aunque, cuando le ofreció darle el golpe de gracia, recuperó unas pocas fuerzas. Una pena que no fueron las suficientes para poder levantarse antes de que Otto reaccionase: se levantó del suelo y miró amenazantemente a la mink, que había partido en dos la coraza de su pecho. Otto, a la vez que arrancaba las tiras de cuero de la coraza de su pecho, se agachó a por la espada y la empuñó de nuevo, miró el cuerpo inerte de su compañero y volvió a apuntar con la gruesa cimitarra de punta roma a Berry. Dos de los otros piratas salieron corriendo al interior de la puerta que parece la puerta de una posada, mientras que los otros seguían preparados detrás del bárbaro. Las rodillas de Otto temblaban un poco, pero él continuaba manteniendo esa pose digna y reflexiva que le caracterizaba.
―Cruzas línea estúpida. Esta es mi casa. Otto acabar contigo y después viajar a tu isla de zorras, gatos y animales ―puso burlonamente el énfasis en esa palabra― enredadores a esquilar tu toda familia.
De pronto, Otto movió la espada de una manera extraña y la espada misma, mientras se estiraba, reprodujo el mismo movimiento, un movimiento angular y torcido que no sabía muy bien hacia donde o quién se dirigía. Bartolo pudo verlo mientras volvía a intentar levantarse, y después de conseguir hacerlo, se preparó para el impacto como bien pudo. Después de eso, al margen de lo que sucedía en el patio central del recinto, ocurrió algo realmente extraño. El suelo empezó a temblar, a vibrar y a repicar desacompasado. Un golpe tras otro, cada vez más rápido. El estruendo de los golpes se acercaba desde la lejanía como un tambor gigante, y ya podía intuirse que no se trataba de ningún terremoto. De golpe, el ruido paró, y un poco más tarde se escuchó el rugido bestial de una voz ronca y aguda que procedía de una garganta enorme.
― ¡MOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!
―Cruzas línea estúpida. Esta es mi casa. Otto acabar contigo y después viajar a tu isla de zorras, gatos y animales ―puso burlonamente el énfasis en esa palabra― enredadores a esquilar tu toda familia.
De pronto, Otto movió la espada de una manera extraña y la espada misma, mientras se estiraba, reprodujo el mismo movimiento, un movimiento angular y torcido que no sabía muy bien hacia donde o quién se dirigía. Bartolo pudo verlo mientras volvía a intentar levantarse, y después de conseguir hacerlo, se preparó para el impacto como bien pudo. Después de eso, al margen de lo que sucedía en el patio central del recinto, ocurrió algo realmente extraño. El suelo empezó a temblar, a vibrar y a repicar desacompasado. Un golpe tras otro, cada vez más rápido. El estruendo de los golpes se acercaba desde la lejanía como un tambor gigante, y ya podía intuirse que no se trataba de ningún terremoto. De golpe, el ruido paró, y un poco más tarde se escuchó el rugido bestial de una voz ronca y aguda que procedía de una garganta enorme.
― ¡MOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!
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La mink no pudo evitar reírse al escuchar amenazar sobre ir a su tierra natal, no solo que el bárbaro le parecía un debilucho a comparación de sus compañeros de tribu si no que nisiquiera había utilizado su haki o una técnica para dejarlo de rodillas unos cuantos minutos. Suspiró negando con la cabeza mientras sus garras adquirían una tonalidad azabache y por la luz solar, unos destellos morados se deslizaban hasta llegar al inicio de su pelaje.
—¡Bwahahaha! Si pusieras un pie en mi tribu, solo serías el almuerzo para la fiesta de medianoche. Te mostraré lo que sucede cuando no eres consciente de lo que dices... ¡Karmchak!—
Sin mediar más palabras las garras de la mink se aferraron a la carne del tal Otto y al momento de girar el gigantón fue impulsado veinte metros rotando sobre su propio cuerpo y empujando a los pobres piratas que se encontraban detrás suyo. Su gran impulso solo fue detenido al atravesar la pared del edificio, levantando una nube de polvo y escombros.
La mink se palmeó las garras como si hubiera acabado de limpiar, sus orejas se levantaron al sentir el temblor, su haki pronto identificó dos presencias que venían en camino. Berry sonrió observando a su nuevo camarada, al menos durante esa parte del trayecto.
—¿Finalmente vienen los peces gordos? Creo que ya hemos comido demasiados aperitivos, pero si ese bruto vuelve a levantarsse de entre los escombros lo puedes golpear. ¡También puedes luchar a mi lado! ¡Vamos a divertirnos juntos!—
Sonrió enseñando su puño al Gyojin en modo de saludo, su rostro era sonriente y tranquilo pese a los rugidos, el temblor y la inminente amenaza. La zorra más que asustada parecía emocionada de poder medirse contra oponentes más rudos y en especial de hacer una nueva amistad en el camino. Su actitud no tenía nada que envidiarle a otros piratas, era impulsiva, ruda y con cierto aire de confianza. Aunque lo que más destacaba, más allá de que cada tanto se lamía o mordía el pelo, era su libre albeldrío que rozaba la utopía de la libertad absoluta sin cadenas.
—¡Bwahahaha! Si pusieras un pie en mi tribu, solo serías el almuerzo para la fiesta de medianoche. Te mostraré lo que sucede cuando no eres consciente de lo que dices... ¡Karmchak!—
Sin mediar más palabras las garras de la mink se aferraron a la carne del tal Otto y al momento de girar el gigantón fue impulsado veinte metros rotando sobre su propio cuerpo y empujando a los pobres piratas que se encontraban detrás suyo. Su gran impulso solo fue detenido al atravesar la pared del edificio, levantando una nube de polvo y escombros.
La mink se palmeó las garras como si hubiera acabado de limpiar, sus orejas se levantaron al sentir el temblor, su haki pronto identificó dos presencias que venían en camino. Berry sonrió observando a su nuevo camarada, al menos durante esa parte del trayecto.
—¿Finalmente vienen los peces gordos? Creo que ya hemos comido demasiados aperitivos, pero si ese bruto vuelve a levantarsse de entre los escombros lo puedes golpear. ¡También puedes luchar a mi lado! ¡Vamos a divertirnos juntos!—
Sonrió enseñando su puño al Gyojin en modo de saludo, su rostro era sonriente y tranquilo pese a los rugidos, el temblor y la inminente amenaza. La zorra más que asustada parecía emocionada de poder medirse contra oponentes más rudos y en especial de hacer una nueva amistad en el camino. Su actitud no tenía nada que envidiarle a otros piratas, era impulsiva, ruda y con cierto aire de confianza. Aunque lo que más destacaba, más allá de que cada tanto se lamía o mordía el pelo, era su libre albeldrío que rozaba la utopía de la libertad absoluta sin cadenas.
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El movimiento de Berry pilló por sorpresa al bárbaro, que poco tuvo que decir al respecto. Salió disparado hacia atrás y se llevó con él a los tres tipos que había detrás suyo. Destrozaron y abrieron un gran hueco en una de las paredes del recinto. Bartolo no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Había pasado los últimos siete años de su vida sirviendo de una tripulación en otra, siempre en alta mar, de un lado a otro. Había servido a nobles, a la legión y a piratas como aquellos a los que Berry se enfrentaba. Y ahora que podía salir corriendo, algo le retenía, algo no le permitía moverse ni pensar, una cadena que no era material, una cadena que Berry no podía alcanzar.
—¿Me has liberado? —preguntó —. ¿Somos libres? —volvió a preguntar, por si no se había expresado bien.
En la distancia, otra vez, se escuchó otra voz gigante. En esta ocasión fue una voz más madura y grave, aunque igualmente chirriante y bobalicona. Quedó claro que los dos individuos se llamaban el uno al otro y estaban por encontrarse.
—¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!
El retumbar de los golpes se multiplicó y ahora venía de dos direcciones diferentes, acercándose al recinto donde nuestros protagonistas se encuentran. De vez en cuando, también se escuchan gemidos fragosos que se imponían todo lo demás en la isla, el quejido de un niño grande que necesita a su papá, como si se hubiera perdido y exigiera ser encontrado.
—¿Soy libre? —preguntó de nuevo Bartolo, de pie, mirándose las heridas de las manos. Luego giró la cabeza, mirando a su liberadora de abajo a arriba —. ¿Quién eres?
Otto el bárbaro, que nunca se había dado por vencido, irrumpió de nuevo en el recinto haciendo el agujero de la pared aún más grande. Cuando ya estaba dentro, golpeó el suelo y parte la espada desapareció en su interior. Parecía que tenía vida propia y que podía alargarse. Era difícil determinar cuanto podía hacerlo y cómo lo hacía, pero también era irrelevante. Lo importante fue que poco después, la espada quebró el suelo bajo los pies de Berry, moviéndose en su dirección, con el objetivo de aplastarla contra la pared.
—¿Me has liberado? —preguntó —. ¿Somos libres? —volvió a preguntar, por si no se había expresado bien.
En la distancia, otra vez, se escuchó otra voz gigante. En esta ocasión fue una voz más madura y grave, aunque igualmente chirriante y bobalicona. Quedó claro que los dos individuos se llamaban el uno al otro y estaban por encontrarse.
—¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!
El retumbar de los golpes se multiplicó y ahora venía de dos direcciones diferentes, acercándose al recinto donde nuestros protagonistas se encuentran. De vez en cuando, también se escuchan gemidos fragosos que se imponían todo lo demás en la isla, el quejido de un niño grande que necesita a su papá, como si se hubiera perdido y exigiera ser encontrado.
—¿Soy libre? —preguntó de nuevo Bartolo, de pie, mirándose las heridas de las manos. Luego giró la cabeza, mirando a su liberadora de abajo a arriba —. ¿Quién eres?
Otto el bárbaro, que nunca se había dado por vencido, irrumpió de nuevo en el recinto haciendo el agujero de la pared aún más grande. Cuando ya estaba dentro, golpeó el suelo y parte la espada desapareció en su interior. Parecía que tenía vida propia y que podía alargarse. Era difícil determinar cuanto podía hacerlo y cómo lo hacía, pero también era irrelevante. Lo importante fue que poco después, la espada quebró el suelo bajo los pies de Berry, moviéndose en su dirección, con el objetivo de aplastarla contra la pared.
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La mink acarició la cabeza del gyojin con un gesto tierno de su garra, revolviendo un poco su cabello y asintiendo. A veces era curioso que una persona no pudiera darse cuenta de lo que estaba sucediendo, aunque ya había experimentado aquello en la marina. Dada su belleza, o eso pensaba la zorra, algunas personas simplemente ignoraban la realidad y al volver en sí solo repetían preguntas evidentes. Se señaló el rostro con el pulgar y sonrió con seguridad mientras sus ojos rojos se clavaban en el regordete.
—¡Me llamo Berry pero mis amigos me dicen Berry! Y eres libre, como decía la canción como el sol cuando amanece yo soy libreee como el mar.—
La mink se presentó de forma bastante peculiar, en primer lugar no tenía un apodo o no lo recordaba y en segundo lugar se había puesto a cantarle en medio de los rugidos y temblores en una bizarra escena en la cual la zorra parecía reírse de todo lo que ocurría a su alrededor. Más aún se lamió las garras como un animal salvaje al ver que Otto seguía regresando para recibir más castigo.
Cuando el suelo se partió, Berry no tardó en evadir la espada con un tiempo de reacción inhumano, es verdad que era una mink pero la naturalidad y la agilidad de su cuerpo sumado a la frialdad con el que se efectuó el movimiento daba cuentas de su nivel. No podían tomar a una usuaria del haki de observación por sorpresa, menos con ataques tan prevesibles y con una intención marcada.
—Comienzas a ser bastante molesto, no estoy para hormigas, vine a reventar leones.—
Berry avanzó lentamente, tomando de la mochila de las compras un poco de licor mientras se lo echaba en la garra izquierda, el líquido goteó desde sus dedos hasta el suelo. En un momento, en el que Otto bajó la guardia e intentó acercarse, la mink cerró distancias con una velocidad atroz. El bárbaro solo llegó a abrir la boca antes de que el puño de Berry se encendiese en llamas y con un fuerte golpe el fuego atravesara el cuerpo del bárbaro, saliendo por su espalda y haciendo que este escupiera sangre por el tremendo impacto.
—¡Vértigo Explosivo!—
Gritó la zorra empujando con fuerzas para doblar a Otto sobre sus rodillas, haciendole rodar varios metros hasta caer inconsciente al menos de momento y con una gran quemadura en su abdomen que le había dejado en carne viva. Berry se limitó a sacudirse su garra para extinguir los restos de fuego y el alcohol que no hubiera sido quemado, por lo general no usaba tales recursos contra simples piratas pero aquel tipo ya comenzaba a ser un incordio y ni siquiera era un reto.
—¡Me llamo Berry pero mis amigos me dicen Berry! Y eres libre, como decía la canción como el sol cuando amanece yo soy libreee como el mar.—
La mink se presentó de forma bastante peculiar, en primer lugar no tenía un apodo o no lo recordaba y en segundo lugar se había puesto a cantarle en medio de los rugidos y temblores en una bizarra escena en la cual la zorra parecía reírse de todo lo que ocurría a su alrededor. Más aún se lamió las garras como un animal salvaje al ver que Otto seguía regresando para recibir más castigo.
Cuando el suelo se partió, Berry no tardó en evadir la espada con un tiempo de reacción inhumano, es verdad que era una mink pero la naturalidad y la agilidad de su cuerpo sumado a la frialdad con el que se efectuó el movimiento daba cuentas de su nivel. No podían tomar a una usuaria del haki de observación por sorpresa, menos con ataques tan prevesibles y con una intención marcada.
—Comienzas a ser bastante molesto, no estoy para hormigas, vine a reventar leones.—
Berry avanzó lentamente, tomando de la mochila de las compras un poco de licor mientras se lo echaba en la garra izquierda, el líquido goteó desde sus dedos hasta el suelo. En un momento, en el que Otto bajó la guardia e intentó acercarse, la mink cerró distancias con una velocidad atroz. El bárbaro solo llegó a abrir la boca antes de que el puño de Berry se encendiese en llamas y con un fuerte golpe el fuego atravesara el cuerpo del bárbaro, saliendo por su espalda y haciendo que este escupiera sangre por el tremendo impacto.
—¡Vértigo Explosivo!—
Gritó la zorra empujando con fuerzas para doblar a Otto sobre sus rodillas, haciendole rodar varios metros hasta caer inconsciente al menos de momento y con una gran quemadura en su abdomen que le había dejado en carne viva. Berry se limitó a sacudirse su garra para extinguir los restos de fuego y el alcohol que no hubiera sido quemado, por lo general no usaba tales recursos contra simples piratas pero aquel tipo ya comenzaba a ser un incordio y ni siquiera era un reto.
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Cuando le acariciaba la cabeza sintió cierta resistencia a sentirse vulnerable de aquella manera, los ojos se le humedecieron y se dio cuenta de que le había ofrecido el puño para que se lo chocara. Ella era muy jovial y enérgica, algo que contrastaba, y mucho, con todo lo que Bartolo había venido viviendo. Que se pusiera a cantar le calmó un poco; hasta le alegró de una manera que no esperaba, como restándole importancia a todo, quitándole un peso de encima. No llegó a llorar, pero por lo menos dejó de temblar y se irguió como correspondía, revelando una espalda que había sido doblada, marcada y curvada por todo el peso de la esclavitud. Algo chasqueó en ella y consiguió recuperar aún más la rectitud.
—Berry... Que nombre tan bonito —respondió, y luego respiró hacia dentro los mocos que querían escaparse por la nariz—. Perdona, gracias… No sé bien qué de...
Le interrumpió la irrupción del bárbaro en el recinto. Era bien conocido que Otto tenía una resistencia extraordinaria, aunque Bartolo nunca se hubiera imaginado que pudiera seguir en pie, y que hubiera vuelto a por más. Antes de que pudiera contarle todo lo que sabía sobre él, Berry ya había esquivado su espada y había salido disparada hacia donde se encontraba Otto. Entonces, una violenta llamarada atravesó su cuerpo. ¿Qué había pasado? Bartolo sacudió la cabeza y respiró hondo para concentrarse en recordar lo que acababa de ver, para saber si repasándolo podría entenderlo mejor. Pero no, había sucedido demasiado rápido. ¿Cómo sabía por dónde iba a salir la espada? Se ha adelantado a ella…
Muchas eran las incógnitas que ahora ocupaban la mente de Bartolo, tantas como las cadenas que apresaban sus anhelos de libertad. ¿Debía marcharse? ¿Castigarían a los demás esclavos? Ellos eran las mulas de carga de la tripulación, pero los demás… Ahora que tenía la oportunidad… Debía hacer algo. Bartolo sabía que, en momentos como aquellos, ponerse a pensar en un plan era irresponsable. Si quería ser libre, debía actuar en ese momento, y debía actuar cuanto antes. Salir corriendo ya no era una opción. La mink le había demostrado que ganarían aquella pelea. Y seguramente que también pudieran ganar la siguiente… ¿Y la siguiente? ¿Acaso va a ayudarme? Pensó entonces en la Ballena. Quizás podrían hundir el barco. Quizás podrían acabar con todos… Acabar con todos los tiburón ballena. Alguien como Berry… Podía conseguirlo.
Los pasos cada vez estaban más cerca. Otto estaba chamuscado con los ojos en blanco, muy cerca del otro oficial, que se encontraba dentro de un charco de sangre. Después de la golpiza de Berry, ni siquiera parecía el mismo.
—¡Escúchame! —dijo Bartolo, con los ojos abiertos como platos —. ¡Eso que se escucha son dos semigigantes! ¡Los hijos del capitán! ¡¿Sabes acaso donde te has metido, chica?! —Parecía enfadado con ella. Le molestaba que estuviera en peligro por su culpa. Se sentía responsable —¿Sabes quienes son los piratas tiburón ballena?
Bartolo caminó cerca de una de las columnas que sostenían el techo que cubría los márgenes del recinto y protegía la pasarela interior. Allí contempló un momento las cadenas. ¿Van a matarme? ¿Así termina mi vida?... ¡No!.
La mirada se le encendió y empezó a golpear el suelo con la pata de palo a la vez que los que estaban por aparecer avanzaban en su dirección. Respiró profundamente y miró al agujero que Berry había hecho con Otto en la pared. Allí contempló el despiadado rostro del mayor de los hijos de Willie la ballena, el príncipe Borc, como le gusta hacerse llamar entre los esclavos. Borc, que odia a Bartolo por la atención y el trato que su padre le da, le dedicó una retorcida sonrisa mientras entraba a través del agujero de la pared. Al ver que no iba a conseguirlo, destrozó lo que quedaba de ella con un gran kanobo gyojin que llevaba atado a la espalda y empezó a reír como lo haría un niño pequeño que está a punto de salirse con la suya. En algunas carcajadas se le escapaban algunos ronquidos, como si tuviera tantos mocos en la nariz que toda la sopa se le hubiera hecho una bola oscilante que hacía vibrante y pegajoso todo lo que salía por su boca.
—Berry... Que nombre tan bonito —respondió, y luego respiró hacia dentro los mocos que querían escaparse por la nariz—. Perdona, gracias… No sé bien qué de...
Le interrumpió la irrupción del bárbaro en el recinto. Era bien conocido que Otto tenía una resistencia extraordinaria, aunque Bartolo nunca se hubiera imaginado que pudiera seguir en pie, y que hubiera vuelto a por más. Antes de que pudiera contarle todo lo que sabía sobre él, Berry ya había esquivado su espada y había salido disparada hacia donde se encontraba Otto. Entonces, una violenta llamarada atravesó su cuerpo. ¿Qué había pasado? Bartolo sacudió la cabeza y respiró hondo para concentrarse en recordar lo que acababa de ver, para saber si repasándolo podría entenderlo mejor. Pero no, había sucedido demasiado rápido. ¿Cómo sabía por dónde iba a salir la espada? Se ha adelantado a ella…
Muchas eran las incógnitas que ahora ocupaban la mente de Bartolo, tantas como las cadenas que apresaban sus anhelos de libertad. ¿Debía marcharse? ¿Castigarían a los demás esclavos? Ellos eran las mulas de carga de la tripulación, pero los demás… Ahora que tenía la oportunidad… Debía hacer algo. Bartolo sabía que, en momentos como aquellos, ponerse a pensar en un plan era irresponsable. Si quería ser libre, debía actuar en ese momento, y debía actuar cuanto antes. Salir corriendo ya no era una opción. La mink le había demostrado que ganarían aquella pelea. Y seguramente que también pudieran ganar la siguiente… ¿Y la siguiente? ¿Acaso va a ayudarme? Pensó entonces en la Ballena. Quizás podrían hundir el barco. Quizás podrían acabar con todos… Acabar con todos los tiburón ballena. Alguien como Berry… Podía conseguirlo.
Los pasos cada vez estaban más cerca. Otto estaba chamuscado con los ojos en blanco, muy cerca del otro oficial, que se encontraba dentro de un charco de sangre. Después de la golpiza de Berry, ni siquiera parecía el mismo.
—¡Escúchame! —dijo Bartolo, con los ojos abiertos como platos —. ¡Eso que se escucha son dos semigigantes! ¡Los hijos del capitán! ¡¿Sabes acaso donde te has metido, chica?! —Parecía enfadado con ella. Le molestaba que estuviera en peligro por su culpa. Se sentía responsable —¿Sabes quienes son los piratas tiburón ballena?
Bartolo caminó cerca de una de las columnas que sostenían el techo que cubría los márgenes del recinto y protegía la pasarela interior. Allí contempló un momento las cadenas. ¿Van a matarme? ¿Así termina mi vida?... ¡No!.
La mirada se le encendió y empezó a golpear el suelo con la pata de palo a la vez que los que estaban por aparecer avanzaban en su dirección. Respiró profundamente y miró al agujero que Berry había hecho con Otto en la pared. Allí contempló el despiadado rostro del mayor de los hijos de Willie la ballena, el príncipe Borc, como le gusta hacerse llamar entre los esclavos. Borc, que odia a Bartolo por la atención y el trato que su padre le da, le dedicó una retorcida sonrisa mientras entraba a través del agujero de la pared. Al ver que no iba a conseguirlo, destrozó lo que quedaba de ella con un gran kanobo gyojin que llevaba atado a la espalda y empezó a reír como lo haría un niño pequeño que está a punto de salirse con la suya. En algunas carcajadas se le escapaban algunos ronquidos, como si tuviera tantos mocos en la nariz que toda la sopa se le hubiera hecho una bola oscilante que hacía vibrante y pegajoso todo lo que salía por su boca.
- El príncipe Borc:
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La mink asintió ante los halagos por su nombre, pese a que luego eel gyojin empezó a hablar de cosas que para Berry eran desconocidas. Levantó los hombros al escuchar sobre los piratas ballena y todo lo relacionado a ellos, si ella había podido entrenar con una giganta algo que no se equiparaba a ella no podía intimidarle. La mink se comenzó a reír mientras observaba al Gyojin y negaba con la cabeza.
—¡Bwahahaha! No tengo ni idea quienes son los piratas come galletas o si hay semi gigantes, si pude entrenar con una gigante de pura raza y corazón unos tipos que no llegan a su tamaño no serán problema. ¡No me importa quienes sean si hacen sufrir o esclavizan a otros inocentes los dejaré como a esos dos!—
Declaró la mink señalando a los oficiales caídos, no tuvo que pasar mucho tiempo para que uno de esos semigigantes se hiciera presente. La mink observó con intriga, no parecía tan alto como Ingrid y eso le decepcionó, más parecía tener algún conflicto personal con el gyojin por su manera de apuntar contra él. Si bien la zorra tendía a no meterse en conflictos personales de otras personas, veía injusto que quien tuviese el arma fuese el semigigante y no el pescado que ya no tenía una pierna.
—¡Ya veo porque son los piratas come galletas si están todos rellenitos!—
Comentó Berry llamando la atención del gran Borc, este pareció ofenderse por las palabras de la mink buscando aplastarla con su arma. Fue entonces que la zorra desplegó sus alas en todo su esplendor, volando como un angel alrededor del grotesco enemigo que intentaba atinarle sin resultado. En cierto momento la mink se elevó en los cielos, haciendo al gigante ver el sol directamente cerrando sus ojos por un instante.
Ese segundo de descuido fue aprovechado por la zorra para aferrarse al brazo de Borc y con un apretón hacerle soltar el arma, lo siguiente fue una patada a su barriga que hizo al semigigante doblarse justo antes de que un puñetazo le hiciera volar unos dientes flojos.
—Yo no uso estas cosas pero pareces tener una historia pendiente con ese tipo. Toma este palo de beisbol y revienta a ese gordinflón, confío en que podrás romper tus cadenas al enfrentarte a ese tipo. Eres fuerte, solo necesitas creer en tí y pensar en todos los que están a tu alrededor. Vienes de una raza fuerte y que debe sobreponerse a la adversidad constantemente. ¡Choca esos cinco y abraza tu libertad!—
Berry no pudo evitar pensar en Seth al tenderle el kanabo al gyojin, pensando en como estaría su amigo en aquel momento y si seguiría su senda o lo habrían metido a pelar papas nuevamente.
Volviendo al presente, Borc se había levantado escupiendo algo de sangre, mientras que Berry ya sin sus alas se encontraba a la derecha del antiguo esclavo observando la escena. Todo dependería de si el Gyojin estaba dispuesto a enfrentar sus debates internos y cerrar ese capitulo de su vida, derribando a quien frente a él representaba un pasado al cual Berry dudaba que alguien quisiera volver.
—¡Bwahahaha! No tengo ni idea quienes son los piratas come galletas o si hay semi gigantes, si pude entrenar con una gigante de pura raza y corazón unos tipos que no llegan a su tamaño no serán problema. ¡No me importa quienes sean si hacen sufrir o esclavizan a otros inocentes los dejaré como a esos dos!—
Declaró la mink señalando a los oficiales caídos, no tuvo que pasar mucho tiempo para que uno de esos semigigantes se hiciera presente. La mink observó con intriga, no parecía tan alto como Ingrid y eso le decepcionó, más parecía tener algún conflicto personal con el gyojin por su manera de apuntar contra él. Si bien la zorra tendía a no meterse en conflictos personales de otras personas, veía injusto que quien tuviese el arma fuese el semigigante y no el pescado que ya no tenía una pierna.
—¡Ya veo porque son los piratas come galletas si están todos rellenitos!—
Comentó Berry llamando la atención del gran Borc, este pareció ofenderse por las palabras de la mink buscando aplastarla con su arma. Fue entonces que la zorra desplegó sus alas en todo su esplendor, volando como un angel alrededor del grotesco enemigo que intentaba atinarle sin resultado. En cierto momento la mink se elevó en los cielos, haciendo al gigante ver el sol directamente cerrando sus ojos por un instante.
Ese segundo de descuido fue aprovechado por la zorra para aferrarse al brazo de Borc y con un apretón hacerle soltar el arma, lo siguiente fue una patada a su barriga que hizo al semigigante doblarse justo antes de que un puñetazo le hiciera volar unos dientes flojos.
—Yo no uso estas cosas pero pareces tener una historia pendiente con ese tipo. Toma este palo de beisbol y revienta a ese gordinflón, confío en que podrás romper tus cadenas al enfrentarte a ese tipo. Eres fuerte, solo necesitas creer en tí y pensar en todos los que están a tu alrededor. Vienes de una raza fuerte y que debe sobreponerse a la adversidad constantemente. ¡Choca esos cinco y abraza tu libertad!—
Berry no pudo evitar pensar en Seth al tenderle el kanabo al gyojin, pensando en como estaría su amigo en aquel momento y si seguiría su senda o lo habrían metido a pelar papas nuevamente.
Volviendo al presente, Borc se había levantado escupiendo algo de sangre, mientras que Berry ya sin sus alas se encontraba a la derecha del antiguo esclavo observando la escena. Todo dependería de si el Gyojin estaba dispuesto a enfrentar sus debates internos y cerrar ese capitulo de su vida, derribando a quien frente a él representaba un pasado al cual Berry dudaba que alguien quisiera volver.
Bartolomeo Gaztañeta
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Verla reír era realmente tranquilizador. Al darse cuenta de que no tenía nada que temer a su lado, se sintió realmente estúpido por lo que le había dicho. Ni siquiera la malévola sonrisa del príncipe pudo perturbarle. Sonrió graciosamente mientras ella se dedicaba a mofarse del semigigante, que avanzaba riendo como un niño pequeño, con la voz aguda y retorcida. Era evidente que le faltaban un hervor o dos. Aún así, era un idiota de seis metros con una maza. No era para tomárselo en broma. Con todo, antes de abrir la boca de nuevo para advertirle de lo peligroso que era Borc, abrir la boca de nuevo para demostrar lo ingenuo que era, la mink, para demostrarle a él que lo tenía todo bajo control, ya se había lanzado contra el semigigante. ¡No les daba un respiro! Asombroso, pensó. Las alas que aparecieron a su espalda no hicieron más que confirmar a Bartolomeo que ese no era un encuentro casual. Debe haber algo más que todavía no alcanzo a comprender, pensó. ¿El destino, la fortuna, el azar? ¿Acaso es un ángel?
De nuevo, algo extraordinario ocurrió. Berry le quitó el arma a Borc y se la tendió a Bartolo. Era un arma que conocía muy bien, el arma de uno de los últimos gyojin que los piratas tiburón ballena esclavizaron. Un mes después de que capturaran a su antiguo propietario, junto a sus hermanos, el mismo tipo del kanobo convenció a los esclavos veteranos para rebelarse y lideró un motín en alta mar, aprovechando que la Ballena no se encontraba presente. Al principio, casi lo consiguieron. Estuvieron a punto de escapar, pero no pudieron abandonar a los que no podían valerse por sí mismos. En el último abordaje al barco que habían tomado por la fuerza, Borc y Morc arrasaron con todos, y casi acaban también con Bartolo, que estuvo en medio del meollo. Por ello, por su culpa, esa vez ejecutaron a uno de sus protegidos de entre los demás esclavos, un amigo que había compartido con él casi todas las penurias que habían vivido en los últimos años. Y ni siquiera había participado en el motín. Era un anciano. Al del kanobo y a sus tres hermanos fueron a los primeros que mataron; ellos siempre le habían recordado a sus hermanos, los demás Gaztañeta. Pero juntos, a pesar de que fuera como esclavos. Luego mataron a los demás, pero no a Bartolomeo, que era el protegido del capitán. Para escarmentarle al final mataron al viejo. Esa fue la última vez que Bartolo perdió la esperanza, pensaba que para toda la patética vida que le restaba. Pero estaba equivocado, porque ahora recuperaba de nuevo la esperanza, junto a Berry, junto a ese kanobo que para él representaba lo que pudo ser y no fue… Al menos, hasta ahora. Hasta ahora, porqué Bartolo se agachó para cogerlo y lo blandió con soltura en la mano derecha. Lo miró durante un momento, el tiempo necesario para sentirlo vibrar en sincronía con su espíritu. Era el arma de un gyojin, respondería ante él.
―Me llamo Bartolomeo Gaztañeta, estoy a tu servicio―dijo―. Gracias por tus palabras, gracias por todo, mi libertadora, mi señora. Me has dado más de lo que jamás hubiera podido pedir. ¡Voy a poner fin a esto de una vez por todas! Mi nombre es Bartolomeo Gaztañeta, y tu mataste a mis amigos. ¡Prepárate a morir!
Aunque esta vez no le interrumpieron, los pasos del otro gigante, que se acercaban con lentitud desde hacía un rato, se detuvieron cuando ya podían oírse con claridad el interior del recinto. La gran puerta de entrada que antes no tenía guardianes, por la que Berry había entrado, se abrió de golpe, chocando con las columnas de madera que sostenían el techo de la entrada que daba al jardín. El pirata que la estaba custodiando gimió de terror y chilló durante todo el tiempo que estuvo volando (debida la violenta velocidad e inercia del lanzamiento, fue más bien poco) en dirección a Berry. Si la impactaba, de seguro podría romperle algún que otro hueso (por no hablar del tipo que había lanzado, que ya estaba casi roto).
Por el otro lado, Bartolo empezó a caminar hacia Borc a la vez que el semigigante lo hacía hacia él. Se le veía dolorido por el golpe de Berry, cosa que a él le parecía del todo bien. Ellos, los esclavos, siempre estaban doloridos. Eso nunca fue un motivo para que no siguieran golpeando hasta la saciedad. Al estar frente a frente el uno del otro, a unos pocos metros, Bartolo percibió el putrefacto olor a no haberse dado nunca un baño del príncipe de los idiotas, y no pudo evitar dar un paso atrás, llevando la mano que no empuñaba el kanobo a la nariz instintivamente para protegerse del olor. En ese momento, Borc le asestó una poderosa patada en el estómago, aunque a parte de moverle un poco la tripa de aquí para allá, a priori pareció no tener ningún efecto. No obstante, el empujón fue suficiente para que, entre el repulsivo olor, el peso del kanobo, y la pata de palo, Bartolo cayese de culo y Borc aprovechara para golpearle de nuevo, esta vez en la cara, con la planta del pie. El hedor era tan estridente que el gyojin agradeció el golpe en la nariz. Intentó y consiguió alejarlo de él blandiendo el kanobo de lado a lado un par de veces, creando una corriente a su alrededor al mecerlo de lado a lado. Borc sintió la corriente rozar su piel y dio un par de pasos atrás. El mal olor se alejó con él y Bartolo recuperó la compostura y la posición. Estaba de pie, observando de nuevo la porra gyojin con la que iba a reventarle la cabeza a su captor, lo único que todavía se interponía entre él y la libertad.
Al otro lado de la plaza, Morc el chamán hizo su aparición, mucho más alto que su hermano. Al menos once metros, se decía.
—¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!—exclamó el recién llegado de tez morena y voz profunda. La voz del chamán se proyectó como un vendaval en el recinto y llegó hasta Borc, que dio un pequeño saltito de placer al escucharlo. Llevaba colgadas tres calaveras humanas del cuello ―la del centro con un rubí resplandeciente en la frente, el más grande que Bartolo hubiera visto jamás―, así como grandes aros metálicos en las muñecas y en los tobillos―. ¡MOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!―respondió su hermano, de voz estridente y muy molesta. Parecía que Borc iba a saltar encima de su hermano de un momento a otro. Miraba de arriba a abajo frenéticamente, examinando a Bartolo, imaginando todo lo que se le ocurría para poder causarle dolor. Babeaba un poco.
De nuevo, algo extraordinario ocurrió. Berry le quitó el arma a Borc y se la tendió a Bartolo. Era un arma que conocía muy bien, el arma de uno de los últimos gyojin que los piratas tiburón ballena esclavizaron. Un mes después de que capturaran a su antiguo propietario, junto a sus hermanos, el mismo tipo del kanobo convenció a los esclavos veteranos para rebelarse y lideró un motín en alta mar, aprovechando que la Ballena no se encontraba presente. Al principio, casi lo consiguieron. Estuvieron a punto de escapar, pero no pudieron abandonar a los que no podían valerse por sí mismos. En el último abordaje al barco que habían tomado por la fuerza, Borc y Morc arrasaron con todos, y casi acaban también con Bartolo, que estuvo en medio del meollo. Por ello, por su culpa, esa vez ejecutaron a uno de sus protegidos de entre los demás esclavos, un amigo que había compartido con él casi todas las penurias que habían vivido en los últimos años. Y ni siquiera había participado en el motín. Era un anciano. Al del kanobo y a sus tres hermanos fueron a los primeros que mataron; ellos siempre le habían recordado a sus hermanos, los demás Gaztañeta. Pero juntos, a pesar de que fuera como esclavos. Luego mataron a los demás, pero no a Bartolomeo, que era el protegido del capitán. Para escarmentarle al final mataron al viejo. Esa fue la última vez que Bartolo perdió la esperanza, pensaba que para toda la patética vida que le restaba. Pero estaba equivocado, porque ahora recuperaba de nuevo la esperanza, junto a Berry, junto a ese kanobo que para él representaba lo que pudo ser y no fue… Al menos, hasta ahora. Hasta ahora, porqué Bartolo se agachó para cogerlo y lo blandió con soltura en la mano derecha. Lo miró durante un momento, el tiempo necesario para sentirlo vibrar en sincronía con su espíritu. Era el arma de un gyojin, respondería ante él.
―Me llamo Bartolomeo Gaztañeta, estoy a tu servicio―dijo―. Gracias por tus palabras, gracias por todo, mi libertadora, mi señora. Me has dado más de lo que jamás hubiera podido pedir. ¡Voy a poner fin a esto de una vez por todas! Mi nombre es Bartolomeo Gaztañeta, y tu mataste a mis amigos. ¡Prepárate a morir!
Aunque esta vez no le interrumpieron, los pasos del otro gigante, que se acercaban con lentitud desde hacía un rato, se detuvieron cuando ya podían oírse con claridad el interior del recinto. La gran puerta de entrada que antes no tenía guardianes, por la que Berry había entrado, se abrió de golpe, chocando con las columnas de madera que sostenían el techo de la entrada que daba al jardín. El pirata que la estaba custodiando gimió de terror y chilló durante todo el tiempo que estuvo volando (debida la violenta velocidad e inercia del lanzamiento, fue más bien poco) en dirección a Berry. Si la impactaba, de seguro podría romperle algún que otro hueso (por no hablar del tipo que había lanzado, que ya estaba casi roto).
Por el otro lado, Bartolo empezó a caminar hacia Borc a la vez que el semigigante lo hacía hacia él. Se le veía dolorido por el golpe de Berry, cosa que a él le parecía del todo bien. Ellos, los esclavos, siempre estaban doloridos. Eso nunca fue un motivo para que no siguieran golpeando hasta la saciedad. Al estar frente a frente el uno del otro, a unos pocos metros, Bartolo percibió el putrefacto olor a no haberse dado nunca un baño del príncipe de los idiotas, y no pudo evitar dar un paso atrás, llevando la mano que no empuñaba el kanobo a la nariz instintivamente para protegerse del olor. En ese momento, Borc le asestó una poderosa patada en el estómago, aunque a parte de moverle un poco la tripa de aquí para allá, a priori pareció no tener ningún efecto. No obstante, el empujón fue suficiente para que, entre el repulsivo olor, el peso del kanobo, y la pata de palo, Bartolo cayese de culo y Borc aprovechara para golpearle de nuevo, esta vez en la cara, con la planta del pie. El hedor era tan estridente que el gyojin agradeció el golpe en la nariz. Intentó y consiguió alejarlo de él blandiendo el kanobo de lado a lado un par de veces, creando una corriente a su alrededor al mecerlo de lado a lado. Borc sintió la corriente rozar su piel y dio un par de pasos atrás. El mal olor se alejó con él y Bartolo recuperó la compostura y la posición. Estaba de pie, observando de nuevo la porra gyojin con la que iba a reventarle la cabeza a su captor, lo único que todavía se interponía entre él y la libertad.
Al otro lado de la plaza, Morc el chamán hizo su aparición, mucho más alto que su hermano. Al menos once metros, se decía.
—¡BOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!—exclamó el recién llegado de tez morena y voz profunda. La voz del chamán se proyectó como un vendaval en el recinto y llegó hasta Borc, que dio un pequeño saltito de placer al escucharlo. Llevaba colgadas tres calaveras humanas del cuello ―la del centro con un rubí resplandeciente en la frente, el más grande que Bartolo hubiera visto jamás―, así como grandes aros metálicos en las muñecas y en los tobillos―. ¡MOOOOOOOOOOOOOOOOOOOORC!―respondió su hermano, de voz estridente y muy molesta. Parecía que Borc iba a saltar encima de su hermano de un momento a otro. Miraba de arriba a abajo frenéticamente, examinando a Bartolo, imaginando todo lo que se le ocurría para poder causarle dolor. Babeaba un poco.
- Morc el chamán:
Berry
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La mink sonrió al escuchar el nombre del Gyojin, al menos ya no le llamaría pececito o algún apodo similar. A pesar de sentirse halagada, ladeó la cabeza ante sus declaraciones, ella no necesitaba sirvientes ni buscaba ser tratada como alguien superior a otros. La mink le había dado la libertad para que hiciera a placer lo que su corazón dictase, en cambio Bartolomeo parecía tener una necesidad en subordinarse ante otros.
—No es necesario que me jures lealtad, eres libre de vivir como quieras y si deseas seguirme con el corazón no pienso interponerme. Pero no eres mi subordinado, no eres mi herramienta, ni mi objeto de diversión. ¡Si quieres somos amigos e iguales en la vida!—
La zorra respondió riendo y alentando a su nueva amistad a vengarse de su captor. Por su parte el semigigante parecía un duro oponente, pero la mink sabía que aquel gyojin podría con un reto semejante. Su forma de pelear todavía era tosca, pero le veía xierto potencial, pronto le entrenaría adecuadamente tanto física como mentalmente. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un estruendo y un grito de algo que se dirigía hacia ella, la mink no estuvo lenta de reflejos. Con un buen salto esquivó al pobre desgraciado que dado la inercia del impacto no era más que sangre al momento de impactar con la pared.
—Veo que no respetan a sus propios hombres, eso no es ser un pirata, es solo ser un asesino. No merecen ser considerados piratas, las escorias no deben juntarse con nosotros. ¡Voy a regresarte el dolor de todos los que asesinaste injustamente! Aquellos que atacan a sus hombres y no tienen consideración por la vida de quienes viajan a su lado, son la peor calaña que infesta a este hermoso mundo.—
La zorra señaló al tal Morc mientras avanzaba a este, crujiendo sus nudillos, se detuvo frente al sujeto y lanzó un enreversado acertijo. El gigante no llegó a comprender la pregunta y optó por intentar seguir de largo, para ayudar a su hermano. Sin embargo, un muro invisible le retenía, intentó saltar, pero su cabeza chocó con otra pared. No tardó en darse cuenta que su enorme cuerpo estaba encerrado en un perimetro alrededor de la mujer zorro.
—Tal y como puedes ver, no vas a interrumpir un combate ajeno, solo uno saldrá de este lugar con vida y no te preocupes. Nadie entrará a ayudarme ni a ayudarte. Resolveremos esto frente a frente, uno contra uno sin camiseta. ¡Oh claro tu ya no tienes la tuya!—
La mink se quitó su chaqueta tirandola a un lado mientras se escupía las garras y crujía los huesos de su cuello. Con su torso desnudo, imitando al gigante, ambos combatientes se prepararon para una lucha que sin dudas sacudiría el lugar.
—A Morc gustarle actitud de zorra...—
—¡A mí me gustará partirte el rostro!—
Se miraban con expectativa, hasta que finalmente Berry se lanzó con una sonrisa y un fuerte golpe al pecho del semigigante. La batalla había dado inicio, pocos ignorarían la seguidilla de golpes que continuó al primer golpe, era una batalla salvaje y violenta en el cual ninguno de los dos parecía guardarse nada. Y una sonrisa salvaje se dibujaba en el rostro de ambos, pese al odio que se tenían, la emoción de un rival digno parecía sobreponerse a las emociones negativas.
—No es necesario que me jures lealtad, eres libre de vivir como quieras y si deseas seguirme con el corazón no pienso interponerme. Pero no eres mi subordinado, no eres mi herramienta, ni mi objeto de diversión. ¡Si quieres somos amigos e iguales en la vida!—
La zorra respondió riendo y alentando a su nueva amistad a vengarse de su captor. Por su parte el semigigante parecía un duro oponente, pero la mink sabía que aquel gyojin podría con un reto semejante. Su forma de pelear todavía era tosca, pero le veía xierto potencial, pronto le entrenaría adecuadamente tanto física como mentalmente. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un estruendo y un grito de algo que se dirigía hacia ella, la mink no estuvo lenta de reflejos. Con un buen salto esquivó al pobre desgraciado que dado la inercia del impacto no era más que sangre al momento de impactar con la pared.
—Veo que no respetan a sus propios hombres, eso no es ser un pirata, es solo ser un asesino. No merecen ser considerados piratas, las escorias no deben juntarse con nosotros. ¡Voy a regresarte el dolor de todos los que asesinaste injustamente! Aquellos que atacan a sus hombres y no tienen consideración por la vida de quienes viajan a su lado, son la peor calaña que infesta a este hermoso mundo.—
La zorra señaló al tal Morc mientras avanzaba a este, crujiendo sus nudillos, se detuvo frente al sujeto y lanzó un enreversado acertijo. El gigante no llegó a comprender la pregunta y optó por intentar seguir de largo, para ayudar a su hermano. Sin embargo, un muro invisible le retenía, intentó saltar, pero su cabeza chocó con otra pared. No tardó en darse cuenta que su enorme cuerpo estaba encerrado en un perimetro alrededor de la mujer zorro.
—Tal y como puedes ver, no vas a interrumpir un combate ajeno, solo uno saldrá de este lugar con vida y no te preocupes. Nadie entrará a ayudarme ni a ayudarte. Resolveremos esto frente a frente, uno contra uno sin camiseta. ¡Oh claro tu ya no tienes la tuya!—
La mink se quitó su chaqueta tirandola a un lado mientras se escupía las garras y crujía los huesos de su cuello. Con su torso desnudo, imitando al gigante, ambos combatientes se prepararon para una lucha que sin dudas sacudiría el lugar.
—A Morc gustarle actitud de zorra...—
—¡A mí me gustará partirte el rostro!—
Se miraban con expectativa, hasta que finalmente Berry se lanzó con una sonrisa y un fuerte golpe al pecho del semigigante. La batalla había dado inicio, pocos ignorarían la seguidilla de golpes que continuó al primer golpe, era una batalla salvaje y violenta en el cual ninguno de los dos parecía guardarse nada. Y una sonrisa salvaje se dibujaba en el rostro de ambos, pese al odio que se tenían, la emoción de un rival digno parecía sobreponerse a las emociones negativas.
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―Y-Y-Ya sé que s-soy libre. No v-voy a convertirme en tu esclavo, ni en t-t-tu seguidor... Solo... te agradezco la oportunidad… ¡O l-lo que sea esto! No l-lo pones fácil, eh ―exclamó, mientras esquivaba un potente gancho de izquierdas de su oponente. Había empezado a tartamudear de los nervios (aunque era mejor eso a quedarse mudo, sí) ―¡Permíteme demostrarte que p-puedo valerme por mi mismo! Estos imbéciles n-no durarían n-ni una semana s-s-s-sin nosotros – añadió, agitando la porra de un lado a otro mientras hacía retroceder a Borc.
Berry generó algo así como una barrera que evitaba la intervención de Morc en su combate, como otra bendición de una caja llena de sorpresas. Eso le facilitaría la labor… y no tendría que ocuparse del chamán. A él Morc le resultaba terrorífico. Era un ser vicioso y despreciable. Le había contemplado cometer las peores atrocidades con la gente más indefensa. Era un demonio de dientes podridos que disfrutaba sacrificando niños y hombres. Por su parte, Borc intentó atravesar la barrera en un par de ocasiones mientras Bartolo recuperaba el aliento entre sus embestidas. La golpeaba con fiereza, como intentando echarla abajo con las palmas de las manos.
―¡Abre la puertaaaaaaaaa! ¡Ñaaaaaaaaaaaa! ―gritaba y golpeaba con fiereza la barrera. Morc también fue a golpearla por el otro lado a donde se encontraba su hermano, ignorando por un momento la presencia de Berry. La barrera se tambaleó junto al suelo cuando Borc empezó a patalear ―Mata al pescado mi rey. Festín complacerá a padre. Comeremos espíritu de tiburón ballena, y creceremos más fuertes, mi rey especial. Mi rey celestial ―sentenció con una voz rara y perturbadora, casi crepitante, para luego volver a enzarzarse con la mink.
Después de escuchar la orden de su hermano, Borc se giró envalentonado solo para darse cuenta de lo cerca que el kanobo estaba cerca de su cara. Demasiado tarde, claro. Un par de dientes menos después se levantaba del suelo como un verdadero terremoto. Como si aquel golpe no hubiera hecho más que despertar a la bestia que le habitaba. Respiraba con fuerza mientras dejaba salir un gemidito que tenía como objetivo demostrar lo enfadado que estaba con la situación, su inconformidad ante aquella humillación a la que un príncipe nunca debería ser sometido ―¡Ñaaaaaaaaaaaa! ―salió corriendo hacia Bartolo con la intención de aplastarle, bloqueó la porra con la mano, apretándola con fuerza para que no pudiera escabullirse, y luego intentó aplastar a Bartolo contra el suelo con un tremendo pisotón que cargaba con toda la masa del semigigante. Bartolo soltó el kanobo y sostuvo el pie con las dos manos durante más tiempo del que hubiera podido imaginar. Cada segundo que pasaba se sentía más fuerte, más concentrado. Aún habiendo soltado el kanobo, todavía sentía fluir la corriente del mar por su interior, como un eco que se replicaba en todos los puntos de su ser, una onda que se movía, que era movida, y que se transformaba en el propio movimiento. Solo una onda entre otras tantas, todas una, recursivamente.
Berry generó algo así como una barrera que evitaba la intervención de Morc en su combate, como otra bendición de una caja llena de sorpresas. Eso le facilitaría la labor… y no tendría que ocuparse del chamán. A él Morc le resultaba terrorífico. Era un ser vicioso y despreciable. Le había contemplado cometer las peores atrocidades con la gente más indefensa. Era un demonio de dientes podridos que disfrutaba sacrificando niños y hombres. Por su parte, Borc intentó atravesar la barrera en un par de ocasiones mientras Bartolo recuperaba el aliento entre sus embestidas. La golpeaba con fiereza, como intentando echarla abajo con las palmas de las manos.
―¡Abre la puertaaaaaaaaa! ¡Ñaaaaaaaaaaaa! ―gritaba y golpeaba con fiereza la barrera. Morc también fue a golpearla por el otro lado a donde se encontraba su hermano, ignorando por un momento la presencia de Berry. La barrera se tambaleó junto al suelo cuando Borc empezó a patalear ―Mata al pescado mi rey. Festín complacerá a padre. Comeremos espíritu de tiburón ballena, y creceremos más fuertes, mi rey especial. Mi rey celestial ―sentenció con una voz rara y perturbadora, casi crepitante, para luego volver a enzarzarse con la mink.
Después de escuchar la orden de su hermano, Borc se giró envalentonado solo para darse cuenta de lo cerca que el kanobo estaba cerca de su cara. Demasiado tarde, claro. Un par de dientes menos después se levantaba del suelo como un verdadero terremoto. Como si aquel golpe no hubiera hecho más que despertar a la bestia que le habitaba. Respiraba con fuerza mientras dejaba salir un gemidito que tenía como objetivo demostrar lo enfadado que estaba con la situación, su inconformidad ante aquella humillación a la que un príncipe nunca debería ser sometido ―¡Ñaaaaaaaaaaaa! ―salió corriendo hacia Bartolo con la intención de aplastarle, bloqueó la porra con la mano, apretándola con fuerza para que no pudiera escabullirse, y luego intentó aplastar a Bartolo contra el suelo con un tremendo pisotón que cargaba con toda la masa del semigigante. Bartolo soltó el kanobo y sostuvo el pie con las dos manos durante más tiempo del que hubiera podido imaginar. Cada segundo que pasaba se sentía más fuerte, más concentrado. Aún habiendo soltado el kanobo, todavía sentía fluir la corriente del mar por su interior, como un eco que se replicaba en todos los puntos de su ser, una onda que se movía, que era movida, y que se transformaba en el propio movimiento. Solo una onda entre otras tantas, todas una, recursivamente.
Berry
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Berry sonrió escuchando que su nuevo amigo Gyojin buscaba valerse por su cuenta, algo que le llenaba de orgullo, por su parte su combate seguía siendo entretenido. Pese a los diez metros de diferencia, el gigantón no parecía tomarle importancia a la zorra, quien ni lenta ni perezosa había comenzado a golpear a su oponente en las piernas. Estos golpes no parecían impaactar con mucha fuerza, pero sí esparcían una sustancia morada pegada aa los puños de la mink en cada impacto. ¿Acaso Berry se había csansado? Todo lo contrario, la zorra buscaba aprovechar ese momento de discurso sobre ballenas y cosas que no le interesabaan para esparcir su veneno por la mayor cantidasd de superficie.
El gigante intentó girar pero sus piernas no le respomdieron adecuadamente cayendo de cara al suelo mientras la mink trepaba a su espalda clavando sus uñas en la carne y haciendo que este sangre levemente. El chamán gimió de dolor mientras una de sus manos fue a parar a la posición de Berry quien saltó y comenzó a escalar por su espalda a pura fuerza de brazos. De cierta manera la escena era similar a un hombre tratando de matar una hormiga en un lugar complicado de alcanzar. La sangre del gigante se mezclaba con el veneno que bajaba por la espalda como una pegajosa salsa marrón.
Berry finalmente saltó al brazo izquierdo del gigante y con su ayuda, cuando este sintió la mordida de la mink en su mano, quedó frente a frente con la cabeza calva del tal Morc. La zorra desplegó sus alas y en un rápido embiste se llevó con su garra derecha parte del ojo izquierdo de su rival, no pudo arrancarlo entero por su tamaño, pero sí se había llevado un buen pedazo.
Aterrizó en el suelo limpiando su garra con una sacudida, dado a no llevar su chaqueta su torso estaba desnudo, pero sin heridas apreciables. Su rostro se había llevado algunos raspones de su primer intercambio, pero su figura estaba intacta y el sudor de su pelaje solo realzaba la belleza de un cuerpo esbelto y trabajado. Su garra derecha mezclaba el dorado con el tenue rojo de la sangre ajena mientras que la izquierda seguía goteando embadurnada por su venenosa saliva. El grandote había resbalado hacia atrás, quejandose del dolor en su ojo (o lo que quedaba de este) y que sus piernas no le funcionaban bien, pronto empezaría a sentir su espalda entumecida y le costaría golpear bien, cosa que Berry aprovechó para atacar el estómago del gigante con un poderoso puñetazo recubierto de haki endurecido.
—No puedo pelear con alguien grande de la misma manera que lo haría con un humano. Ustedes tienen ventaja en espacios abiertos y sus puños pueden derribar edificios, cuanto mas grandes más nos cuesta pelear en entornos cerrados y también darle a objetivos pequeños. ¡Yo también puedo hacerme grande! Y por ese motivo, sé cómo derrotarme. ¡Un guerrero debe conocer sus propios defectos!—
Gritó cayendo con fuerzas con un puñetazo cripitante de electro contra la entrepierna del chamán que supuso le haría ver las estrellas. Berry no se detenía y tras eso ya se había retorcido sobre el dedo pulgar del pie de aquel gran enemigo y comenzado a partir los huesos del mismo con la presión de su tren superior.
Su haki le advirtió de la sacudida al momento de saltar y deslizarse por el suelo, se encontraba en cuatro patas meneando la cola de forma amenazante. Su oponente se había puesto de pie pero hincó su rodilla al suelo al su pulgar partirse por su propia presión, maldijo mientras de su ojo llovían gotas de sangre incluso al intentar cerrarlo. La zorra estaba segura que aquel tipo nunca había peleado con un oponente a su altura, tampoco su cuerpo estaba acostumbrado al castigo. Ella en cambio, llevaba años llevando su cuerpo al extremo y un semigigante no era un oponente extraño, ella había luchado con una mujer mucho más grande y bastante más bonita.
El gigante intentó girar pero sus piernas no le respomdieron adecuadamente cayendo de cara al suelo mientras la mink trepaba a su espalda clavando sus uñas en la carne y haciendo que este sangre levemente. El chamán gimió de dolor mientras una de sus manos fue a parar a la posición de Berry quien saltó y comenzó a escalar por su espalda a pura fuerza de brazos. De cierta manera la escena era similar a un hombre tratando de matar una hormiga en un lugar complicado de alcanzar. La sangre del gigante se mezclaba con el veneno que bajaba por la espalda como una pegajosa salsa marrón.
Berry finalmente saltó al brazo izquierdo del gigante y con su ayuda, cuando este sintió la mordida de la mink en su mano, quedó frente a frente con la cabeza calva del tal Morc. La zorra desplegó sus alas y en un rápido embiste se llevó con su garra derecha parte del ojo izquierdo de su rival, no pudo arrancarlo entero por su tamaño, pero sí se había llevado un buen pedazo.
Aterrizó en el suelo limpiando su garra con una sacudida, dado a no llevar su chaqueta su torso estaba desnudo, pero sin heridas apreciables. Su rostro se había llevado algunos raspones de su primer intercambio, pero su figura estaba intacta y el sudor de su pelaje solo realzaba la belleza de un cuerpo esbelto y trabajado. Su garra derecha mezclaba el dorado con el tenue rojo de la sangre ajena mientras que la izquierda seguía goteando embadurnada por su venenosa saliva. El grandote había resbalado hacia atrás, quejandose del dolor en su ojo (o lo que quedaba de este) y que sus piernas no le funcionaban bien, pronto empezaría a sentir su espalda entumecida y le costaría golpear bien, cosa que Berry aprovechó para atacar el estómago del gigante con un poderoso puñetazo recubierto de haki endurecido.
—No puedo pelear con alguien grande de la misma manera que lo haría con un humano. Ustedes tienen ventaja en espacios abiertos y sus puños pueden derribar edificios, cuanto mas grandes más nos cuesta pelear en entornos cerrados y también darle a objetivos pequeños. ¡Yo también puedo hacerme grande! Y por ese motivo, sé cómo derrotarme. ¡Un guerrero debe conocer sus propios defectos!—
Gritó cayendo con fuerzas con un puñetazo cripitante de electro contra la entrepierna del chamán que supuso le haría ver las estrellas. Berry no se detenía y tras eso ya se había retorcido sobre el dedo pulgar del pie de aquel gran enemigo y comenzado a partir los huesos del mismo con la presión de su tren superior.
Su haki le advirtió de la sacudida al momento de saltar y deslizarse por el suelo, se encontraba en cuatro patas meneando la cola de forma amenazante. Su oponente se había puesto de pie pero hincó su rodilla al suelo al su pulgar partirse por su propia presión, maldijo mientras de su ojo llovían gotas de sangre incluso al intentar cerrarlo. La zorra estaba segura que aquel tipo nunca había peleado con un oponente a su altura, tampoco su cuerpo estaba acostumbrado al castigo. Ella en cambio, llevaba años llevando su cuerpo al extremo y un semigigante no era un oponente extraño, ella había luchado con una mujer mucho más grande y bastante más bonita.
Bartolomeo Gaztañeta
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Bartolo consiguió hacer fuerzas de flaqueza y detuvo el pisotón del energúmeno que no hacía más que rabiar y maldecirle. Dio un salto para deshacerse de su pie, haciéndole caer de culo en el suelo. Borc apenas había conseguido doblar la única rodilla que le restaba... No era tan fuerte... Bartolo recogió el kanabo del suelo y lo agitó con más fuerza que nunca. Este expulsó una onda invisible que levantó el polvo por donde pasó. La ráfaga terminó en el centro del jardín, donde chocó con la brisa y formó un pequeño remolino que levantó las hojas que hacían compañía al viento.
«Sin las cadenas...»
El bárbaro con ínfulas de príncipe se metió las manos en el taparrabos y las restregó bien en lo que viene siendo lo que un hombre de ese calibre guarda en el taparrabos. Así, de un salto, con las manos ya cargadas con toda su más íntima esencia, se colocó delante de Bartolo mientras este se recuperaba de su último intento por hacerle polvo el pecho, o el brazo, o la cabeza, a poder ser... Pero bueno, eso no era lo importante. Lo importante era que Borc saltó de nuevo, cayendo esta vez en picado, en plancha, con toda su totalidad, encima suyo. El primogénito de la Ballena intentaba agarrarle la cara con las manos, y lo consiguió por un momento, antes de que golpearan el suelo. Cuando golpearon el suelo, Bartolo lo echó a un lado y rodó hacia el opuesto, incorporándose mucho más rápido que su oponente gracias a apoyar inteligentemente la pata de palo en el suelo, lo que le permitió impulsarse desde abajo hasta arriba con facilidad, y luego desde arriba a abajo, dejándose caer hacia donde Borc se encontraba. Se impulsó, claro, mientras aprovechaba para abrir el brazo que sostenía el kanabo para cargar un golpe lo más poderoso posible. Era el arma que Berry le había entregado. Un arma para que se liberara. Era el arma que iba a liberarle. En ese momento.
El golpe, en plena frente, fue tal que, Morc, siempre con un ojo encima de su hermano, gritó horrorizado, perdiendo por completo el hilo del combate con Berry. Aunque un cuerno inflamado en medio de la frente después, Borc se levantó por su propio pie, como si no hubiera pasado nada, de repente con un porte mucho más digno. Había algo distinto en su rostro, como si Bartolo hubiera arreglado algo que funcionaba mal, o estropeado algo que funcionaba bien para mal. Por un momento pareció que no consideraba apropiada la manera en la que estaba vestido. Empezó a ir de lado a lado, aunque no se caía. En cualquier caso, el gyojin contemplaba el espectáculo entre satisfecho y confundido. ¿Había dicho la última palabra? Era improbable. Berry lo tenía todo controlado. Que bendición. Pero no podía despistarse, así que, como no perdía nada, decidió aferrar los pies al suelo y mejorar su postura para poder barrer cualquier intento de Borc de hacer cualquier cosa. Si conseguía mantenerlo alejado como hasta ahora, todo iba a salir bien.
«Sin las cadenas...»
El bárbaro con ínfulas de príncipe se metió las manos en el taparrabos y las restregó bien en lo que viene siendo lo que un hombre de ese calibre guarda en el taparrabos. Así, de un salto, con las manos ya cargadas con toda su más íntima esencia, se colocó delante de Bartolo mientras este se recuperaba de su último intento por hacerle polvo el pecho, o el brazo, o la cabeza, a poder ser... Pero bueno, eso no era lo importante. Lo importante era que Borc saltó de nuevo, cayendo esta vez en picado, en plancha, con toda su totalidad, encima suyo. El primogénito de la Ballena intentaba agarrarle la cara con las manos, y lo consiguió por un momento, antes de que golpearan el suelo. Cuando golpearon el suelo, Bartolo lo echó a un lado y rodó hacia el opuesto, incorporándose mucho más rápido que su oponente gracias a apoyar inteligentemente la pata de palo en el suelo, lo que le permitió impulsarse desde abajo hasta arriba con facilidad, y luego desde arriba a abajo, dejándose caer hacia donde Borc se encontraba. Se impulsó, claro, mientras aprovechaba para abrir el brazo que sostenía el kanabo para cargar un golpe lo más poderoso posible. Era el arma que Berry le había entregado. Un arma para que se liberara. Era el arma que iba a liberarle. En ese momento.
El golpe, en plena frente, fue tal que, Morc, siempre con un ojo encima de su hermano, gritó horrorizado, perdiendo por completo el hilo del combate con Berry. Aunque un cuerno inflamado en medio de la frente después, Borc se levantó por su propio pie, como si no hubiera pasado nada, de repente con un porte mucho más digno. Había algo distinto en su rostro, como si Bartolo hubiera arreglado algo que funcionaba mal, o estropeado algo que funcionaba bien para mal. Por un momento pareció que no consideraba apropiada la manera en la que estaba vestido. Empezó a ir de lado a lado, aunque no se caía. En cualquier caso, el gyojin contemplaba el espectáculo entre satisfecho y confundido. ¿Había dicho la última palabra? Era improbable. Berry lo tenía todo controlado. Que bendición. Pero no podía despistarse, así que, como no perdía nada, decidió aferrar los pies al suelo y mejorar su postura para poder barrer cualquier intento de Borc de hacer cualquier cosa. Si conseguía mantenerlo alejado como hasta ahora, todo iba a salir bien.
Berry
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La mink pudo observar una apertura, Bartolomeo había impactado en el otro tipo y eso hizo que su hermano voltease a mirarlo, un error al tener a la zorra como oponente. Berry aprovechó el despieste para subir a la rodilla del chamán calvo y desde ahí saltar a su rostro nuevamente. Su garra derecha se clavó como un puñal en parte de su ojo hasta el momento sano, chispeando rodeado de electro, gotas de sangre y fragmentos de piel arrancada por el violento ataque. Cuando Morc se cubrió ambos ojos con sus manos, Berry desplegó sus alas y se aferró a un lado de la enorme oreja como una garrapata.
El coloso gritaba del dolor y trataba de sacudirse a la mink quien ya estaba en su forma híbrida, golpeando duramente en la unión entre la oreja y el rostro un dolor bastante agudo. Cada golpe retumbaba en la cabeza del semigigante quien se golpeó la zona para tratar de aplastar a Berry aunque solo pudo empujarla levemente con el roce de las yemas de sus dedos.
Ciego, herido y con parte de su cuerpo entumecido el gigante ahora dependía de su audición para tratar de encontrar a su oponente. Siempre había sido tan grande que no había desarrollado su haki, la mink sabía que un oponente de nivel incluso ciego podría matar a su oponente. Lo había sentido en sus carnes contra Elyria, la superioridad de alguien que parecía estar en desventaja. Los golpes de sus piernas en su cuerpo, las enseñanzas, todo lo que le había llevado a ser lo que era ahora y todavía estaba lejos de su cúspide.
—¡Te demostraré como pelea una mink! ¡Berry Shock!—
La mink llevó su puño hacia atrás llevando su cuerpo al rostro del semigigante, su puño impactó en la nariz de su oponente y con este una onda de choque que deformó su rostro y quebró la nariz en tres partes. Tumbando a su oponente de culo al suelo y llenando su rostro de gotas de sangre y veneno por igual, la mujer descendió recibiendo un manotazo que cubrió con sus brazos y el haki de armamento.
Cayó contra el suelo con algunos raspones pero más que un leve corte en sus brazos y un poco de sangre al morderse su labio no presentaba heridas de gravedad. El gigante seguía gritando sobre los celestiales y comer como reyes, cosa que hizo a Berry escupir algo de sangre hacia un costado molesta por ver que incluso en esa situación para el chamán solo importaba seguir abusando de otros.
—¡Tch! ¿Qué tal un poco de humildad? Dices que eres un guerrero, alguien que quiere volverse un rey pero solo abusas de otros por tu tamaño y subestimas demasiado a tu oponente. No tienes derecho a hablar con tanta arrogancia, he conocido a oponentes mucho más fuertes y amigos que te harían pedazos de solo quererlo. No soy tan fuerte como ellos, pero lo que sí tengo claro ¡Es que te mataré con mis propias manos!—
La mink cerró su puño con fiereza, un brillo especial recorría sus ojos, un fuego ardiente que gritaba al ritmo de su corazón. Su cuerpo en forma híbrida era más alto, pero en ese instante se levantaba imponente desde el suelo. Era una lástima que Morc estuviera ciego, buscase tontamente a su oponente y se frotase los ojos sangrando más por el camino en un inútil intento por recuperar su visión. Berry suspiró, negando con su cabeza, mientras adoptaba la postura típica de su ciclo tierra estaba decidida en terminar aquel combate.
El coloso gritaba del dolor y trataba de sacudirse a la mink quien ya estaba en su forma híbrida, golpeando duramente en la unión entre la oreja y el rostro un dolor bastante agudo. Cada golpe retumbaba en la cabeza del semigigante quien se golpeó la zona para tratar de aplastar a Berry aunque solo pudo empujarla levemente con el roce de las yemas de sus dedos.
Ciego, herido y con parte de su cuerpo entumecido el gigante ahora dependía de su audición para tratar de encontrar a su oponente. Siempre había sido tan grande que no había desarrollado su haki, la mink sabía que un oponente de nivel incluso ciego podría matar a su oponente. Lo había sentido en sus carnes contra Elyria, la superioridad de alguien que parecía estar en desventaja. Los golpes de sus piernas en su cuerpo, las enseñanzas, todo lo que le había llevado a ser lo que era ahora y todavía estaba lejos de su cúspide.
—¡Te demostraré como pelea una mink! ¡Berry Shock!—
La mink llevó su puño hacia atrás llevando su cuerpo al rostro del semigigante, su puño impactó en la nariz de su oponente y con este una onda de choque que deformó su rostro y quebró la nariz en tres partes. Tumbando a su oponente de culo al suelo y llenando su rostro de gotas de sangre y veneno por igual, la mujer descendió recibiendo un manotazo que cubrió con sus brazos y el haki de armamento.
Cayó contra el suelo con algunos raspones pero más que un leve corte en sus brazos y un poco de sangre al morderse su labio no presentaba heridas de gravedad. El gigante seguía gritando sobre los celestiales y comer como reyes, cosa que hizo a Berry escupir algo de sangre hacia un costado molesta por ver que incluso en esa situación para el chamán solo importaba seguir abusando de otros.
—¡Tch! ¿Qué tal un poco de humildad? Dices que eres un guerrero, alguien que quiere volverse un rey pero solo abusas de otros por tu tamaño y subestimas demasiado a tu oponente. No tienes derecho a hablar con tanta arrogancia, he conocido a oponentes mucho más fuertes y amigos que te harían pedazos de solo quererlo. No soy tan fuerte como ellos, pero lo que sí tengo claro ¡Es que te mataré con mis propias manos!—
La mink cerró su puño con fiereza, un brillo especial recorría sus ojos, un fuego ardiente que gritaba al ritmo de su corazón. Su cuerpo en forma híbrida era más alto, pero en ese instante se levantaba imponente desde el suelo. Era una lástima que Morc estuviera ciego, buscase tontamente a su oponente y se frotase los ojos sangrando más por el camino en un inútil intento por recuperar su visión. Berry suspiró, negando con su cabeza, mientras adoptaba la postura típica de su ciclo tierra estaba decidida en terminar aquel combate.
Bartolomeo Gaztañeta
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Borc, que seguía de lado a lado, se detuvo y miró a los ojos a Bartolo con cara de preocupación. El gyojin se sintió incómodo y ofendido. La cara de asco de Bartolo era para enmarcarla. Echó un poco para atrás la cabeza y la papada le engrandeció aún más el imponente cuello. Sujetó si cabe con más fuerza la porra, con las dos manos.
―Creo que he enfocado mal el asunto―la voz seguía siendo aguda, pero ese algo que la hacía molesta había desaparecido ―. Si fuera un buen príncipe los esclavos no huirían de mi, es evidente―sentenció. Borc se rascó la cabeza y palpó sin querer el bulto que tenía en la frente, como si no estuviera ahí. Cerró los ojos del dolor, pero lo pasó por alto, como demostrando una entereza que hasta ahora ocultaba con mucha destreza―. Deberíamos detener este sin sentido y reunirnos con padre. Él me escuchará, sí, eso es. Podrías hablar en su nombre―dijo a Bartolo, como si vinieran de tener una larga conversación sobre la naturaleza de la esclavitud―. En el de los demás esclavos, digo, confiarán en ti, Gaztañeta―admitió―. Recuerdo una vez...
―¡C-Cállate!
El kanabo que pertenecía al gyojin esclavo que anhelaba ser libre, y que Bartolo adoptaría a partir de ese momento como el símbolo de su emancipación, impactó de nuevo, con mucha más fuerza que antes, en la cabeza del semigigante. La cara de Bartolo era como una tonada ecléctica interpretada por una banda en la que cada uno va a la suya, a un sentimiento diferente. ¡A lo loco! Las cejas se habían independizado con la sorpresa, mientras la boca apuntaba con fiereza al asco y la nariz señalaba la rabia más rencorosa. Las orejas se le movían porqué algo tenían que hacer, y hasta el pelo se le erizó, haciendo que su afro se expandiera y se contrajera un par de veces antes de que Borc cayera desplomado al suelo.
Luego Bartolo miró a donde estaba Berry, que combatía con el chamán. Y vio los voluminosos pezones de la mink, que ahora parecía parte humana. ¿Qué clase de criatura era? Y qué tetas... No es que tuviera ningún tipo de atracción instintiva hacia ellas, por descontado. Era un pez. Era algo diferente. Eran... bonitas, no podía dejar de mirarlas botar y rebotar. La paliza que le estaba dando a Morc se convirtió en algo secundario. Boing, boing, boing, repasaba mentalmente.
El chamán, por su lado, se echó al suelo, destrozado por las argucias de la buena de Berry, que no solo se había contentado con sacarle un ojo. Allí se quedó un rato, mientras ella le reprendía su actitud, balbuceando cosas sin sentido en un idioma que, según comentaban los esclavos más veteranos de la banda, le fue revelado en un sueño, poco antes de que empezaran a llamarlo el chamán. A medida que seguía balbuceando, aumentaba la intensidad con la que lo hacía. Los ojos, de conservarlos, darían vueltas sobre si mismos, anunciando así la metamorfosis de Morc, que, en su sucesiva transformación, se hace llamar Unicornio Lenguamuerta. Y así fue como empezó a retorcerse sobre si mismo. Los miembros se entrelazaron los unos con los otros, y la espalda se le curvó tanto que se tocó la cabeza con los talones. Todo empezó a crecer desmedidamente y luego a contraerse hacia dentro, todos los músculos estabilizándose para no perder la forma. Siguió creciendo en el suelo, y le cambió la voz. Empezó a reír como un demonio, a sabiendas, con intención. Se levantó, y para sorpresa de Berry, había recuperado los dos ojos, que ahora eran más grandes, sombreados y violentos. Tan violentos como un huracán cuyo ojo intenta discriminar al mismo tiempo todo lo que arrastra dentro. Continuó balbuceando en un idioma extraño, seguramente que inventado, claro. El de Morc era evidentemente un caso claro de escorbuto crónico. Ahora tenía la forma de un gran escarabajo, con un cuerno enorme en la frente, y tenía todos los dientes intactos y bien alineados, como si hubieran crecido de nuevo. Abrió las alas y dio un salto enorme y sorprendemente veloz hacia el techo que protegía el pasillo en los márgenes del jardín central de la modesta base de los tiburón ballena. Intentó llevarse por delante la barrera de Berry con el cuerno, pero se estampó contra ella y crujió, partiéndose el apéndice por la punta. Al momento, la grieta que se había formado en el cuerno se cerró al instante. Unicornio Lenguamuerta ―como se le conocía en esta forma, una especie de alteración de su personalidad original que comulgaba con una Pachamama extraña que se le aparecía en sueños―, sonrió y dijo algo más en ese idioma que solo él comprendía y que parecía tan trascendental. Luego se volvió a impulsar, esta vez hacia Berry, con la intención de aplastarla contra el suelo. Parecía en plena forma, como si todo el veneno que le había inoculado hubiera desaparecido. Por no hablar de los nuevos ojos, más brillantes y frenéticos, dos orbes de piedra caliza que pedían a gritos su extracción urgente.
Borc estaba en el suelo, con los ojos en blanco y la boca abierta. No se levantaba. Unicornio rugió con la fiereza de un espíritu salvaje y batió con aún más fuerza sus alas antes de impactar contra Berry.
―Creo que he enfocado mal el asunto―la voz seguía siendo aguda, pero ese algo que la hacía molesta había desaparecido ―. Si fuera un buen príncipe los esclavos no huirían de mi, es evidente―sentenció. Borc se rascó la cabeza y palpó sin querer el bulto que tenía en la frente, como si no estuviera ahí. Cerró los ojos del dolor, pero lo pasó por alto, como demostrando una entereza que hasta ahora ocultaba con mucha destreza―. Deberíamos detener este sin sentido y reunirnos con padre. Él me escuchará, sí, eso es. Podrías hablar en su nombre―dijo a Bartolo, como si vinieran de tener una larga conversación sobre la naturaleza de la esclavitud―. En el de los demás esclavos, digo, confiarán en ti, Gaztañeta―admitió―. Recuerdo una vez...
―¡C-Cállate!
El kanabo que pertenecía al gyojin esclavo que anhelaba ser libre, y que Bartolo adoptaría a partir de ese momento como el símbolo de su emancipación, impactó de nuevo, con mucha más fuerza que antes, en la cabeza del semigigante. La cara de Bartolo era como una tonada ecléctica interpretada por una banda en la que cada uno va a la suya, a un sentimiento diferente. ¡A lo loco! Las cejas se habían independizado con la sorpresa, mientras la boca apuntaba con fiereza al asco y la nariz señalaba la rabia más rencorosa. Las orejas se le movían porqué algo tenían que hacer, y hasta el pelo se le erizó, haciendo que su afro se expandiera y se contrajera un par de veces antes de que Borc cayera desplomado al suelo.
Luego Bartolo miró a donde estaba Berry, que combatía con el chamán. Y vio los voluminosos pezones de la mink, que ahora parecía parte humana. ¿Qué clase de criatura era? Y qué tetas... No es que tuviera ningún tipo de atracción instintiva hacia ellas, por descontado. Era un pez. Era algo diferente. Eran... bonitas, no podía dejar de mirarlas botar y rebotar. La paliza que le estaba dando a Morc se convirtió en algo secundario. Boing, boing, boing, repasaba mentalmente.
El chamán, por su lado, se echó al suelo, destrozado por las argucias de la buena de Berry, que no solo se había contentado con sacarle un ojo. Allí se quedó un rato, mientras ella le reprendía su actitud, balbuceando cosas sin sentido en un idioma que, según comentaban los esclavos más veteranos de la banda, le fue revelado en un sueño, poco antes de que empezaran a llamarlo el chamán. A medida que seguía balbuceando, aumentaba la intensidad con la que lo hacía. Los ojos, de conservarlos, darían vueltas sobre si mismos, anunciando así la metamorfosis de Morc, que, en su sucesiva transformación, se hace llamar Unicornio Lenguamuerta. Y así fue como empezó a retorcerse sobre si mismo. Los miembros se entrelazaron los unos con los otros, y la espalda se le curvó tanto que se tocó la cabeza con los talones. Todo empezó a crecer desmedidamente y luego a contraerse hacia dentro, todos los músculos estabilizándose para no perder la forma. Siguió creciendo en el suelo, y le cambió la voz. Empezó a reír como un demonio, a sabiendas, con intención. Se levantó, y para sorpresa de Berry, había recuperado los dos ojos, que ahora eran más grandes, sombreados y violentos. Tan violentos como un huracán cuyo ojo intenta discriminar al mismo tiempo todo lo que arrastra dentro. Continuó balbuceando en un idioma extraño, seguramente que inventado, claro. El de Morc era evidentemente un caso claro de escorbuto crónico. Ahora tenía la forma de un gran escarabajo, con un cuerno enorme en la frente, y tenía todos los dientes intactos y bien alineados, como si hubieran crecido de nuevo. Abrió las alas y dio un salto enorme y sorprendemente veloz hacia el techo que protegía el pasillo en los márgenes del jardín central de la modesta base de los tiburón ballena. Intentó llevarse por delante la barrera de Berry con el cuerno, pero se estampó contra ella y crujió, partiéndose el apéndice por la punta. Al momento, la grieta que se había formado en el cuerno se cerró al instante. Unicornio Lenguamuerta ―como se le conocía en esta forma, una especie de alteración de su personalidad original que comulgaba con una Pachamama extraña que se le aparecía en sueños―, sonrió y dijo algo más en ese idioma que solo él comprendía y que parecía tan trascendental. Luego se volvió a impulsar, esta vez hacia Berry, con la intención de aplastarla contra el suelo. Parecía en plena forma, como si todo el veneno que le había inoculado hubiera desaparecido. Por no hablar de los nuevos ojos, más brillantes y frenéticos, dos orbes de piedra caliza que pedían a gritos su extracción urgente.
Borc estaba en el suelo, con los ojos en blanco y la boca abierta. No se levantaba. Unicornio rugió con la fiereza de un espíritu salvaje y batió con aún más fuerza sus alas antes de impactar contra Berry.
- Unicornio Lenguamuerta, el pirata también conocido como Morc el chamán:
- Unicornio Lenguamuerta
Recompensa: 23.000.000 millones de berries.
Nombre de la fruta: Kitai-Kitai no Mi: Modelo Escarabajo.
Resumen del poder: Puede transformarse en un escarabajo hipertrofiado con alas membranosas, finas y ligeras con las que es capaz de saltar distancias cortas a gran velocidad. También puede regenerar partes del cuerpo perdidas.
Poderes y habilidades: La transformación completa no aumenta el tamaño de Morc, pero sí sus músculos. Le hace crecer un resistente cuerno en la frente y alas de escarabajo volador en la espalda. Cuando se transforma, adopta una personalidad que se hace llama Unicornio Lenguamuerta, que está en comunión con la naturaleza y le permite comunicarse con Dios. Puede regenerar partes perdidas del cuerpo.
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La mink levantó su pulgar a Bartolo al notar que había terminado con su oponente, aunque este parecía perdido en sus pechos, Berry solo sonrió dejando que el Gyojin viese todo lo que quisiera después de todo se lo había ganado. En cuanto a su combate, la zorra pudo notar que su oponente comenzaba a hablar en un idioma bastante extraño. No lograba asociarlo a ningún idioma que esta conociera, incluso a su idioma natal, supuso que sería algo de semigigantes.
El cuerpo del tal Morc había comenzado a mutar, era bastante curioso que hasta ahora estuviera usando una fruta del diablo y pese a no parecer la gran cosa se había recuperado de las heridas iniciales. Su forma recordaba a una especie de escarabajo gigante, por lo visto gozaba de una gran fuerza aumentando su musculatura casi el doble. Berry debería pensar una forma para deshacerse de semejante bicharraco, la primera embestida fue evadida por la mink, mientras que eel segundo golpe la embistió en pleno vuelo.
Sus escamas frenaron el impacto, reforzadas por el azabache del endurecimiento, el impacto le dolió un poco pero no era ninguna herida grave. El cuerno se rompió al haberse visto atorado entre las escamas de piedra, pese a regenerarse nuevamente. La zorra volvió a levantarse, golpeando con fuerzas el pecho de su oponente y utilizando su fuerza para abrir la carne en sus pectorales como un león cazando con sus garras.
Pese al despliegue de sangre lentamente las heridas se iban cerrando, la zorra no necesitó otro intento para darse cuenta de que era inútil intentar vencerlo con heridas superficiales o de la manera tradicional. Ante un inminente puñetazo la zorra se aferró rápidamente a uno de los dedos de la mano del gigante y lo arrancó de cuajo. Rodó por el suelo lanzando su premio a un lado y observando que incluso descuartizando a su oponente este volvía a curarse. Lento, pero se regeneraba mucho antes de que Berry pudiese lanzarse a por otra extremidad.
—Nunca he luchado contra alguien que pueda regenerarse. Debe haber algo...—
La zorra evadía y bloqueaba, ahorrando energía de puñetazos, pensando en que podría usar entre todo su arsenal para derrotar a alguien como Morc. Si lo pensaba el tipo parecía menos despierto que su hermano, apenas sabía hablar y de seguro creía que sus poderes no provenían de una akuma no mi. Berry lo tenía claro luego de haberlas visto de todos sus tipos y colores, luego de haber consumido la suya y utilizar sus poderes. Incluso la de Alpha era una fruta más increíble que la de un escarabajo, la única persona que recordaba sin una fruta era Ely.
¡Ely! Los ojos de la mink brillaron mientras evadía un pisotón y devolvía la gentileza con un fuerte golpe al muslo de su oponente quien cayó de espaldas al suelo sin poder levantarse dado su enorme coraza trasera.
—¡Bartolo! La barrera está por desaparecer, hazme un favor y tirale mucho licor de mis bolsas a este bicho. ¡Luego corre hacia el mar!—
No reveló muchos detalles de su plan, al recordar a su hermosa superior también había recordado su frase. Las personas que consumían una fruta tenían una debilidad explotable, una que a veces se les olvidaba y la cual en esta situación sería sencilla de mnejar. Si la mink lograba prender en llamas a su oponente, era probable que les persiguiera hasta el extremo de la isla y al ver el agua se tirase de lleno para apagarla. Sonaba idiota que un usuario con Akuma saltase hasta la muerte por sí solo, pero si a Berry muchas veces se le olvidaba y gustaba de desafiar al oceáno en los días calurosos. ¿Por qué Morc debería ser diferente? Incluso aunque hablase con voces en su cabeza, o se creyese un pirata comegalletas, su intelecto y decisiones habían dejado mucho que desear.
El cuerpo del tal Morc había comenzado a mutar, era bastante curioso que hasta ahora estuviera usando una fruta del diablo y pese a no parecer la gran cosa se había recuperado de las heridas iniciales. Su forma recordaba a una especie de escarabajo gigante, por lo visto gozaba de una gran fuerza aumentando su musculatura casi el doble. Berry debería pensar una forma para deshacerse de semejante bicharraco, la primera embestida fue evadida por la mink, mientras que eel segundo golpe la embistió en pleno vuelo.
Sus escamas frenaron el impacto, reforzadas por el azabache del endurecimiento, el impacto le dolió un poco pero no era ninguna herida grave. El cuerno se rompió al haberse visto atorado entre las escamas de piedra, pese a regenerarse nuevamente. La zorra volvió a levantarse, golpeando con fuerzas el pecho de su oponente y utilizando su fuerza para abrir la carne en sus pectorales como un león cazando con sus garras.
Pese al despliegue de sangre lentamente las heridas se iban cerrando, la zorra no necesitó otro intento para darse cuenta de que era inútil intentar vencerlo con heridas superficiales o de la manera tradicional. Ante un inminente puñetazo la zorra se aferró rápidamente a uno de los dedos de la mano del gigante y lo arrancó de cuajo. Rodó por el suelo lanzando su premio a un lado y observando que incluso descuartizando a su oponente este volvía a curarse. Lento, pero se regeneraba mucho antes de que Berry pudiese lanzarse a por otra extremidad.
—Nunca he luchado contra alguien que pueda regenerarse. Debe haber algo...—
La zorra evadía y bloqueaba, ahorrando energía de puñetazos, pensando en que podría usar entre todo su arsenal para derrotar a alguien como Morc. Si lo pensaba el tipo parecía menos despierto que su hermano, apenas sabía hablar y de seguro creía que sus poderes no provenían de una akuma no mi. Berry lo tenía claro luego de haberlas visto de todos sus tipos y colores, luego de haber consumido la suya y utilizar sus poderes. Incluso la de Alpha era una fruta más increíble que la de un escarabajo, la única persona que recordaba sin una fruta era Ely.
¡Ely! Los ojos de la mink brillaron mientras evadía un pisotón y devolvía la gentileza con un fuerte golpe al muslo de su oponente quien cayó de espaldas al suelo sin poder levantarse dado su enorme coraza trasera.
—¡Bartolo! La barrera está por desaparecer, hazme un favor y tirale mucho licor de mis bolsas a este bicho. ¡Luego corre hacia el mar!—
No reveló muchos detalles de su plan, al recordar a su hermosa superior también había recordado su frase. Las personas que consumían una fruta tenían una debilidad explotable, una que a veces se les olvidaba y la cual en esta situación sería sencilla de mnejar. Si la mink lograba prender en llamas a su oponente, era probable que les persiguiera hasta el extremo de la isla y al ver el agua se tirase de lleno para apagarla. Sonaba idiota que un usuario con Akuma saltase hasta la muerte por sí solo, pero si a Berry muchas veces se le olvidaba y gustaba de desafiar al oceáno en los días calurosos. ¿Por qué Morc debería ser diferente? Incluso aunque hablase con voces en su cabeza, o se creyese un pirata comegalletas, su intelecto y decisiones habían dejado mucho que desear.
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Bartolo empezó a sentirse seco y más pesado, se tambaleó un poco hacia un lado, entre cansado y sediento, sofocado. Tuvo que apoyar el kanobo en el suelo para no caerse. Aún así no perdía de vista los pechos de Berry. El gesto con el pulgar le trajo de vuelta a la realidad. Entonces se acordó del pequeño estanque en el lado opuesto del recinto y se dirigió hacia el, entrando al agua de un salto. Apenas le llegaba a las rodillas, pero fue suficiente para reconfortarse un poco. Llevó las manos al agua y se la echó por encima. No parecía que Berry necesitase ayuda, y estaba seguro de no poder superar la barrera que los contenía. Lo más inteligente sería recuperar el aliento y vigilar a Borc, por si volvía a levantarse de nuevo. Viendo pelear a Morc, entendió porqué en la banda se decía que era uno de los pocos piratas que tenía dos recompensas distintas por su cabeza. Parecía el mismo... A la vez, no parecía el mismo. Además, no paraba de decir chorradas y de mover la cara de forma rara, lo cual no era muy habitual en Morc, o en lo que fuera Morc cuando no era un escarabajo espeluznante.
El suelo tembló cuando ya estaba cerca de Borc. Se giró para ver qué había pasado.
―¡¿L-lic-cor?! ―exclamó Bartolo, más emocionado por saber que había cerca algo a lo que podía dar un trago, que por la decisión con la que Berry le había pedido que la ayudara, de seguro con algo en mente para acabar con el monstruo escarabajo. Agitó la cabeza para librarse del tartamudeo, que le resultaba muy molesto ―. ¡Marchando!
Se acercó corriendo a donde se encontraban las bolsas de Berry mientras ella continuaba viéndoselas con el semigigante, que parecía haber empezado a calentar.
Había suficiente licor para estar un par de días de fiesta... ¿Podría ocurrir? Estar en una fiesta... Hacía mucho que no pensaba en eso, pensó. No, no era el momento de pensar en eso. De todas formas, se tomó su tiempo para abrir una de las botellas, y le dio un trago muy largo. Y otro más. Las mejillas se le pusieron rosadas y le entró calorcito. Luego cargó una de las bolsas con todas las botellas y se acercó renqueante a donde se encontraban luchando. La barrera desapareció en ese preciso instante. Unicornio no le prestaba ninguna atención, solo tenía ojos para Berry. No sabía qué tramaba, pero tenía claro que era el momento.
Una a una, lanzó las botellas por la espalda a Unicornio, que no se inmutó ante las primeras. Luego, cuando una de ellas le estalló en el cuerno y le impidió la visión, cayó en la cuenta de lo que Bartolo se traía entre manos. La última botella no vio necesidad de tirársela, pero si de bebérsela de un trago. Al terminar, suspiró durante un rato. Se agitó con vigor, le sentó bien, aunque no era ni de lejos lo mejor que había probado. Con todo le sabio a gloria. Empezaba a verlo más claro. Tiró la botella al suelo y se alejó un poco de allí, apartando las bolsas de Berry hacia el pasillo cuadrado, cerca del hueco en la pared que Berry elaboró con Otto.
«¿Qué se trae entre manos?»
El suelo tembló cuando ya estaba cerca de Borc. Se giró para ver qué había pasado.
―¡¿L-lic-cor?! ―exclamó Bartolo, más emocionado por saber que había cerca algo a lo que podía dar un trago, que por la decisión con la que Berry le había pedido que la ayudara, de seguro con algo en mente para acabar con el monstruo escarabajo. Agitó la cabeza para librarse del tartamudeo, que le resultaba muy molesto ―. ¡Marchando!
Se acercó corriendo a donde se encontraban las bolsas de Berry mientras ella continuaba viéndoselas con el semigigante, que parecía haber empezado a calentar.
Había suficiente licor para estar un par de días de fiesta... ¿Podría ocurrir? Estar en una fiesta... Hacía mucho que no pensaba en eso, pensó. No, no era el momento de pensar en eso. De todas formas, se tomó su tiempo para abrir una de las botellas, y le dio un trago muy largo. Y otro más. Las mejillas se le pusieron rosadas y le entró calorcito. Luego cargó una de las bolsas con todas las botellas y se acercó renqueante a donde se encontraban luchando. La barrera desapareció en ese preciso instante. Unicornio no le prestaba ninguna atención, solo tenía ojos para Berry. No sabía qué tramaba, pero tenía claro que era el momento.
Una a una, lanzó las botellas por la espalda a Unicornio, que no se inmutó ante las primeras. Luego, cuando una de ellas le estalló en el cuerno y le impidió la visión, cayó en la cuenta de lo que Bartolo se traía entre manos. La última botella no vio necesidad de tirársela, pero si de bebérsela de un trago. Al terminar, suspiró durante un rato. Se agitó con vigor, le sentó bien, aunque no era ni de lejos lo mejor que había probado. Con todo le sabio a gloria. Empezaba a verlo más claro. Tiró la botella al suelo y se alejó un poco de allí, apartando las bolsas de Berry hacia el pasillo cuadrado, cerca del hueco en la pared que Berry elaboró con Otto.
«¿Qué se trae entre manos?»
Berry
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La mink sonrió al ver que Bartolomeo cumplía con lo pedido, el gigante parecía bastante confundido y se había puesto a perseguir al Gyojin creyendo que era un débil intento por ayudar a la zorra. Un grave error el hecho de dejar de vigilar a la mink quien con una chispa producto del electro en la garra encendió el licor, grande fue la sorpresa de Morc al verse envuelto en llamas, pese a poder regenerarse el dolor era constante y esto le desesperaba. Trató de sacudirse pero esto solo aumentó el fuego, la zorra se sacudió el pelaje que había quedado envuelto en llamas por unos segundos y todavía volando hizo señales a Bartolomeo de seguir corriendo. Morc trató de salir de la plaza, chocando con el edificio destrozado y persiguiendo al Gyojin saltando por el acantilado con un gran salto para aterrizar con estruendo fuera de la ciudad.
—Eso nos ahorrará tiempo, pero debes dirigirlo al agua, confía en mí llévalo al agua.—
Indicó la guerrera alada mientras perseguía a Morc y le golpeaba cada tanto para evitar que este se desviara del camino, si se pensaba con una mirada inocente se podía creer que Berry trataba de ayudar a Morc y este seguía gritando por culpa del fuego, pero en realidad la mink lo estaba conduciendo a una muerte segura. El combate ahora parecía un choque de un monstruo y un diminuto insecto que le impedía mediante fuertes puñetazos dejar de seguir el camino que marcaba el antiguo esclavo. Sin embargo, pese a todo la mink parecía mantener una ventaja gracias a su haki endurecido que atontaba si se podía más al temible escarabajo en llamas.
—La costa está cerca, es momento de ponerle punto final. ¡Al agua patos!—
Un choque impactó en la espalda de Morc haciendo que este trastabille en la playa, el escarabajo en llamas lanzó un puñetazo que impactó en la mink de lleno, haciendo que ambos cayeran al agua. La corriente comenzó a ejercer su fuerza y sorprendentemente el gigantesco escarabajo comenzó a volver a su forma normal ya que había saltado incluso más lejos para extinguir el fuego y esto le hizo ser arrastrado a las profundidades. Mientras el fuego y el agua se mezclaban en el horizonte, el resultado que la mink experimentó tampoco era muy esperanzador.
El golpe le había lanzado de lleno al agua, sangraba en su rostro pero eso no hubiera sido un problema si no estuviera hundiéndose lentamente en el agua, Berry no tenía miedo su rostro expresaba una sonrisa. Veía la luz del sol lejana entre una masa de agua, el sonido de las corrientes y las burbujas a su alrededor, había liberado a un esclavo una buena acción y si su vida había bastado para devolverle la esperanza con su libertad ya no importaría el desenlace. Mantuvo la respiración un tiempo, esperando dejar de descender, esperaba que nadie se enfadase por haber dado su vida por otro, aquel día había sido bastante divertido. Cerró sus ojos, pensando en sus conocidos, si estaba por morir era mejor hacerlo recordando a todos y cada uno de ellos. ¿Qué sería de todos ahora que ella se estaba alejando? ¿Acaso su vida tocaría fondo en un día tan particular? ¿Era este el llamado precio de la libertad?
—Creo que hasta aquí he llegado, al menos me he divertido...—
Sonrió mientras aguardaba el final, el sonido cada vez se volvía más distante, todo parecía estar tranquilo era una lástima morir en el agua tan fría de esa isla pero al menos disfrutaría de la calma en sus últimos minutos. La muerte, nunca le había dado miedo, esperaba que Bartolomeo pudiera seguir su camino desatado de sus ataduras y con una nueva esperanza reinante.
—Eso nos ahorrará tiempo, pero debes dirigirlo al agua, confía en mí llévalo al agua.—
Indicó la guerrera alada mientras perseguía a Morc y le golpeaba cada tanto para evitar que este se desviara del camino, si se pensaba con una mirada inocente se podía creer que Berry trataba de ayudar a Morc y este seguía gritando por culpa del fuego, pero en realidad la mink lo estaba conduciendo a una muerte segura. El combate ahora parecía un choque de un monstruo y un diminuto insecto que le impedía mediante fuertes puñetazos dejar de seguir el camino que marcaba el antiguo esclavo. Sin embargo, pese a todo la mink parecía mantener una ventaja gracias a su haki endurecido que atontaba si se podía más al temible escarabajo en llamas.
—La costa está cerca, es momento de ponerle punto final. ¡Al agua patos!—
Un choque impactó en la espalda de Morc haciendo que este trastabille en la playa, el escarabajo en llamas lanzó un puñetazo que impactó en la mink de lleno, haciendo que ambos cayeran al agua. La corriente comenzó a ejercer su fuerza y sorprendentemente el gigantesco escarabajo comenzó a volver a su forma normal ya que había saltado incluso más lejos para extinguir el fuego y esto le hizo ser arrastrado a las profundidades. Mientras el fuego y el agua se mezclaban en el horizonte, el resultado que la mink experimentó tampoco era muy esperanzador.
El golpe le había lanzado de lleno al agua, sangraba en su rostro pero eso no hubiera sido un problema si no estuviera hundiéndose lentamente en el agua, Berry no tenía miedo su rostro expresaba una sonrisa. Veía la luz del sol lejana entre una masa de agua, el sonido de las corrientes y las burbujas a su alrededor, había liberado a un esclavo una buena acción y si su vida había bastado para devolverle la esperanza con su libertad ya no importaría el desenlace. Mantuvo la respiración un tiempo, esperando dejar de descender, esperaba que nadie se enfadase por haber dado su vida por otro, aquel día había sido bastante divertido. Cerró sus ojos, pensando en sus conocidos, si estaba por morir era mejor hacerlo recordando a todos y cada uno de ellos. ¿Qué sería de todos ahora que ella se estaba alejando? ¿Acaso su vida tocaría fondo en un día tan particular? ¿Era este el llamado precio de la libertad?
—Creo que hasta aquí he llegado, al menos me he divertido...—
Sonrió mientras aguardaba el final, el sonido cada vez se volvía más distante, todo parecía estar tranquilo era una lástima morir en el agua tan fría de esa isla pero al menos disfrutaría de la calma en sus últimos minutos. La muerte, nunca le había dado miedo, esperaba que Bartolomeo pudiera seguir su camino desatado de sus ataduras y con una nueva esperanza reinante.
Bartolomeo Gaztañeta
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Sin saber muy bien qué había pasado, Bartolo corría a toda prisa -como bien podía hacerlo un tipo cojo de su envergadura- a través del salar rojo. Por suerte, la lluvia había parado hacía un rato, y el sol había secado todo el barro y la sal. Aún así, le costaba avanzar por culpa de la pata de palo, que se agarraba al suelo insistentemente y no se soltaba con facilidad; al menos conservaba la rodilla, podía conseguirlo, pero Unicornio le pisaba los talones. Berry apareció y ejerció el papel de psicopompo, conduciendo el alma de Unicornio Lenguamuerta al inframundo abismal, donde, de seguro, encontraría el tan anhelado descanso. La mink lo retrasó lo suficiente para que fuera incapaz de atraparlo.
―¡L-lo in-n-ntento, mantenlo lejos, por favor!
Lo intentó y lo consiguió. Para cuando llegaron al acantilado, teñido de rojo, Morc había sido incapaz de alcanzarle gracias a la insistente somanta de Berry.
―¡Cuidado chalada! ¡¿Andee vaaas?! ―exclamó Bartolo, pero Berry no era de las que iban con cuidado. Empujó al alter ego de Morc y se lanzó con él al agua. ¡¿Qué demonios?! ―¿Acaso no comió una fruta del diablo? Idiota ―musitó.
El semigigante rodó un poco por el acantilado, pero consiguió impulsarse lo suficiente para caer en mar abierto, donde no había piedras ni acantilado, precipitándose hacia el abismo marino sin ninguna esperanza. Se resistió al principio, y lo último que Bartolo vio de él fue su mano siendo engullida por el peso del agua. La mink, por su parte, cayó cerca de las rocas, pero no se golpeó con ninguna de ellas, si no que empezó a descender en el agua hasta quedarse parada sobre una de ellas, a no demasiada profundidad. Bartolo la vio con claridad, aunque, para cuando se había lanzado al agua y alcanzado aquella roca donde Berry debería haber estado, la marea ya la había arrastrado mar a dentro. ¡Maldición!, exclamó bajo el agua, las burbujas saliendo a la superficie. No tardó demasiado en divisarla, más allá de las rocas. Dentro del agua, se le pasó toda la tontería del licor de golpe, se movía con una facilidad asombrosa para cualquiera que no hubiera visto a un gyojin en su habitat. La tomó por la cintura y la llevó rápidamente a la superficie, donde la elevó por encima del agua con los dos brazos y luego la agitó con fuerza para que los músculos se le contrajesen. La dejó sobre una de las rocas del acantilado desde el que se podía ver el barco del capitán Willie, el que hasta hacía un rato todavía podría haberse considerado, en algunos lugares, el dueño de Bartolomeo Gaztañeta.
―¡Chica! ¡Berry, despierta! ―con medio cuerpo dentro del agua, Bartolo colocó de lado a Berry y la golpeó en la espalda con la mano abierta para que expulsara todo el agua que había tragado. Había recuperado su forma normal y tenía el pelaje empapado. Observó de cerca las marcas desteñidas que lucía por todo el pelo. Le parecieron curiosas.
―¡L-lo in-n-ntento, mantenlo lejos, por favor!
Lo intentó y lo consiguió. Para cuando llegaron al acantilado, teñido de rojo, Morc había sido incapaz de alcanzarle gracias a la insistente somanta de Berry.
―¡Cuidado chalada! ¡¿Andee vaaas?! ―exclamó Bartolo, pero Berry no era de las que iban con cuidado. Empujó al alter ego de Morc y se lanzó con él al agua. ¡¿Qué demonios?! ―¿Acaso no comió una fruta del diablo? Idiota ―musitó.
El semigigante rodó un poco por el acantilado, pero consiguió impulsarse lo suficiente para caer en mar abierto, donde no había piedras ni acantilado, precipitándose hacia el abismo marino sin ninguna esperanza. Se resistió al principio, y lo último que Bartolo vio de él fue su mano siendo engullida por el peso del agua. La mink, por su parte, cayó cerca de las rocas, pero no se golpeó con ninguna de ellas, si no que empezó a descender en el agua hasta quedarse parada sobre una de ellas, a no demasiada profundidad. Bartolo la vio con claridad, aunque, para cuando se había lanzado al agua y alcanzado aquella roca donde Berry debería haber estado, la marea ya la había arrastrado mar a dentro. ¡Maldición!, exclamó bajo el agua, las burbujas saliendo a la superficie. No tardó demasiado en divisarla, más allá de las rocas. Dentro del agua, se le pasó toda la tontería del licor de golpe, se movía con una facilidad asombrosa para cualquiera que no hubiera visto a un gyojin en su habitat. La tomó por la cintura y la llevó rápidamente a la superficie, donde la elevó por encima del agua con los dos brazos y luego la agitó con fuerza para que los músculos se le contrajesen. La dejó sobre una de las rocas del acantilado desde el que se podía ver el barco del capitán Willie, el que hasta hacía un rato todavía podría haberse considerado, en algunos lugares, el dueño de Bartolomeo Gaztañeta.
―¡Chica! ¡Berry, despierta! ―con medio cuerpo dentro del agua, Bartolo colocó de lado a Berry y la golpeó en la espalda con la mano abierta para que expulsara todo el agua que había tragado. Había recuperado su forma normal y tenía el pelaje empapado. Observó de cerca las marcas desteñidas que lucía por todo el pelo. Le parecieron curiosas.
Berry
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La mink demoró un rato en volver a la realidad, su mente ya estaba divagando con un cielo rodeado de hombrecitos hechos de diferentes comidas coreando su nombre mientras ascendía por unas escaleras hasta una nube hecha de helado de frambuesa. Los hombrecitos cambiaron su rostro de un segundo a otro por el de Bartolomeo que le pedía que despertase, tomó a uno de estos entre sus garras y le dio un besito para luego morderlo. Era delicioso, un sabor a sushi y arroz que hizo a Berry atragantarse y comenzar a toser. Las imágenes se volvieron borrosas al momento de escupir y con un gran suspiro su garganta se llenó de aire y por fin abrió sus ojos sintiendo una mano en su espalda.
—¡Estoy bien! Tuve un sueño y tú estabas ahí, bueno no tú si no una versión tuya hecha de sushi. ¡Estabas delicioso! ¿Qué le sucedió a gigantón? ¿Por qué estamos empapados?—
La mink se sacudió en la roca mientras se lamía su pelaje, notó algo de sangre brotar de su labio inferior y las imágenes del final volvieron a su mente. Ambos habían caído al agua y ella también, se había hundido y perdido el conocimiento, pero ahora estaba en una roca y el gyojin estaba junto a ella empapado. No tardó en unir uno más uno para percatarse de que ese esclavo que en un principio parecía tembloroso y torpe le había rescatado de las garras del oceáno tal y como ella le había rescatado de la esclavitud.
—Gracias por salvarme, no tenías que hacerlo pero de no hacerlo hubiera muerto, supongo que mi vida no estaba destinada a terminar tan pronto... Ahora, ven aquí, vamos a darte una buena recompensa por haberme salvado.—
La mink cambió su actitud a una coqueta, imitando las pinyuras de una sirena sobre la roca con una pose seductora que gracias al pelaje mojado y la luz del sol solo resaltaba una evidente belleza. Si el Gyojin se acercaba la zorra besaría sus labios lentamente y con la suficiente pasión como para jugar con su lengua, Berry no era muy conocedora de otras recompensas y tampoco tenía nada cercano para regalar a no ser que el gyojin quisiera como regalo sus pantalones por algún motivo.
—¡Aish! El agua está helada, todo en esta isla lo está ¡Prrr! Entonces... ¿Qué vas a hacer ahora? Si no tienes donde quedarte puedo llevarte al barco y ¡Las compras! Debemos volver por mis compras o los chicos creerán que estuve jugando todo este rato. Aunque, tampoco estuvo mal. Podemos hablar mientras termino de recuperarme.—
Exclamó la zorra al recuperarse siendo consciente de que había dejado sus cosas tras iniciar el combate y deberían volver por ellas. Se colocó usando la roca como asiento, buscando que el viento y el sol le secasen un poco, sentía frío pese a su grueso pelaje y esperaba que esa locura no le produjese un resfriado. ¡Sería mejor morir! Bueno, a lo mejor exageraba con eso último, pero no quería para nada tener un cuadro de alergia cercano cuando por fín se había acostumbrado a esa isla helada.
Su rostro era afable y sonreía al gyojin esperando conocer más de este, ahora que finalmente nadie les interrumpiría y parecía haberse librado de la comoción inicial. A lo mejor tenía algún plan a futuro o una misión de vida, si Berry podía brindarle un refugio o ayudarle en su progreso lo haría. Se sentía dispuesta a devolverle el favor, él se había arriesgado por una completa desconocida y lo menos que podía hacer en aquel momento era arriesgarse de la misma manera.
—¡Estoy bien! Tuve un sueño y tú estabas ahí, bueno no tú si no una versión tuya hecha de sushi. ¡Estabas delicioso! ¿Qué le sucedió a gigantón? ¿Por qué estamos empapados?—
La mink se sacudió en la roca mientras se lamía su pelaje, notó algo de sangre brotar de su labio inferior y las imágenes del final volvieron a su mente. Ambos habían caído al agua y ella también, se había hundido y perdido el conocimiento, pero ahora estaba en una roca y el gyojin estaba junto a ella empapado. No tardó en unir uno más uno para percatarse de que ese esclavo que en un principio parecía tembloroso y torpe le había rescatado de las garras del oceáno tal y como ella le había rescatado de la esclavitud.
—Gracias por salvarme, no tenías que hacerlo pero de no hacerlo hubiera muerto, supongo que mi vida no estaba destinada a terminar tan pronto... Ahora, ven aquí, vamos a darte una buena recompensa por haberme salvado.—
La mink cambió su actitud a una coqueta, imitando las pinyuras de una sirena sobre la roca con una pose seductora que gracias al pelaje mojado y la luz del sol solo resaltaba una evidente belleza. Si el Gyojin se acercaba la zorra besaría sus labios lentamente y con la suficiente pasión como para jugar con su lengua, Berry no era muy conocedora de otras recompensas y tampoco tenía nada cercano para regalar a no ser que el gyojin quisiera como regalo sus pantalones por algún motivo.
—¡Aish! El agua está helada, todo en esta isla lo está ¡Prrr! Entonces... ¿Qué vas a hacer ahora? Si no tienes donde quedarte puedo llevarte al barco y ¡Las compras! Debemos volver por mis compras o los chicos creerán que estuve jugando todo este rato. Aunque, tampoco estuvo mal. Podemos hablar mientras termino de recuperarme.—
Exclamó la zorra al recuperarse siendo consciente de que había dejado sus cosas tras iniciar el combate y deberían volver por ellas. Se colocó usando la roca como asiento, buscando que el viento y el sol le secasen un poco, sentía frío pese a su grueso pelaje y esperaba que esa locura no le produjese un resfriado. ¡Sería mejor morir! Bueno, a lo mejor exageraba con eso último, pero no quería para nada tener un cuadro de alergia cercano cuando por fín se había acostumbrado a esa isla helada.
Su rostro era afable y sonreía al gyojin esperando conocer más de este, ahora que finalmente nadie les interrumpiría y parecía haberse librado de la comoción inicial. A lo mejor tenía algún plan a futuro o una misión de vida, si Berry podía brindarle un refugio o ayudarle en su progreso lo haría. Se sentía dispuesta a devolverle el favor, él se había arriesgado por una completa desconocida y lo menos que podía hacer en aquel momento era arriesgarse de la misma manera.
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