[Pasado] Fiestas De Piratas [Privado - Kanae y Rayder]

Con una pequeña mochila grisácea a la espalda, el pelinegro caminaba por las playas de la isla de Syrup. La espada pendía de un hilo resistente atado a su cinturón, de forma que quedaba colgando al lado derecho de su cadera. Como siempre, y para qué variar, iba vestido con aquellos típicos ropajes negros que tanto le gustaban. Una camisa de cuello alto sin mangas, abierta hasta más o menos la zona superior del pectoral, con tres pequeñas cruces metálicas apostadas en su superficie para darle algo más de color. Sus pantalones oscuros eran bastante finos, pegados a sus pantorrillas hasta que las botas trenzadas se acoplaban a la altura de la rodilla. Sus brazos se mostraban un poco musculados, sobre todo en la zona de los hombros, en la cuál el joven tenía unos tatuajes en forma de X bastante simétricos entre sí. Su pelo caía en mechones oscuros por su frente y hasta llegar casi al final de la nuca. Y en lo alto de su oreja izquierda, un abalorio metálico indicaba que había sido un personaje de la nobleza tiempo atrás. Guantes oscuros tapaban sus manos, mas dejaban entrever los dedos blanquecinos. La noche en sí misma estaba reflejada en él, y sus ojos incoloros le hacían tener rasgos exóticos, y a la vez, intimidantes. Por último, un anillo colocado en su dedo corazón de la mano derecha le recordaba de dónde provenía, un recuerdo de su madre que siempre portaba consigo, no importaba a donde fuera.

- Por fin, espero haber llegado a tiempo - Sonrió el pelinegro, mientras que sus colmillos blanquecinos se mostraban relucientes en el interior de su boca. Pestañeando alguna que otra vez, observaba los fuegos artificiales que se escapaban por los tejados de las casas de la ciudad. Sus pasos comenzaron a hacerse más amenos, yendo en la dirección en que salían volando dichos artilugios.

Atravesó la playa en la que había desembarcado con un pequeño bote, sin ningún acompañante esta vez, mientras que en su mochila llevaba algunos accesorios que podría vender, además de comida para pasar el tiempo sin preocuparse de nada. Suspirando con fuerza, el chico comenzó a subir por la gran cuesta que llevaba a la ciudad. En Syrup, se encontraba en lo alto de unos terraplenes, a los cuáles sólo se podía acceder por aquellas rampas tan empinadas y largas que estaba recorriendo. La vegetación era muy abundante, y la fauna no parecía ser cosa de otro mundo. Durante el transcurso de su viaje, encontró pájaros que volaban en bandadas, pequeñas lagartijas que reptaban por los troncos de los árboles, y alguna liebre que correteaba entre los matorrales. Minutos más tarde, que a él le parecieron eternos, alcanzó la cima de aquella extensión de terreno, encontrando un camino bien "redactado" que le llevaría directamente hacia la ciudad.

Conforme se iba acercando, un gran bullicio se escuchaba como si de tambores se tratasen. La gente corría por las calles, sobre todo los niños pequeños, mientras que las personas más mayores se encontraban sentadas en sus sillas a la puerta de sus casas. La gente bebía, y un grupo en la plaza central lanzaba cohetes hacia el cielo. Estos explotaban al alcanzar una determinada altura, convirtiéndose en esferas relucientes de diversos colores y formas, a la vez que la gente aplaudía y sonreía por el buen espectáculo ofrecido. Las cervezas y copas de whisky se alzaban en brindis diversos organizados por los fiesteros del pueblo. En resumen, una fiesta de la isla bastante agradable a cualquier visitante que se preciase a ir hacia allí.

- Creo que sería una falta de respeto no tomarme algo con ellos, aunque no sea de por aquí - Comentó, con una expresión agradable y simpática. Muchas de las personas que había alrededor se le quedaban mirando, ya que claramente pocas personas llevaban armas atadas a su cinturón en aquel lugar, y menos con unos ojos tan terriblemente abrumadores.

Por tanto, el joven pelinegro se acercó hacia una de las barras en las que se estaban sirviendo la bebida, apoyando su mochila en la barra para que no hubiera ningún intento de robo. Cuando el camarero se acercó para preguntarle qué quería, él simplemente pidió un vaso de ron con dos cubitos de hielo. El hombre se lo preparó con muchas ganas y con una simpatía que parecía artificial, haciendo que su vaso deslizara por la barra hasta que quedó en manos del chico. Además, le dijo que invitaba la casa, por lo que aquello parecía ser una noche totalmente redonda. Tomando su vaso y dando un pequeño sorbo al líquido que contenía, comenzó a andar por aquellos lares en busca de diversión y espectáculo.

- Todo muy bonito. La gente sonríe mientras que ocultan sus preocupaciones, beben y beben hasta que su estómago no puede retener más líquido, lanzan cohetes por ningún motivo en especial. Eso es una fiesta. Y yo no estoy hecho para este tipo de ellas - Dijo en voz baja, como si sus cuerdas vocales emitieran algo más silencioso que un susurro.

Sus pies comenzaron a moverse, apartándose de la marabunta de personas que bailaban, bebían y hablaban en torno a una gran hoguera encendida recientemente. El olor a madera quemada le reconfortaba, pero a la vez le traía oscuros recuerdos que era mejor dejar en el baúl de los recuerdos. Llegó a una valla de madera, donde apoyó su cuerpo y su antebrazo de la mano libre que no sostenía el vaso, arqueando parcialmente la espalda y adoptando una posición relajada. Dando un nuevo sorbo a su bebida, observaba con sus ojos incoloros, sin expresividad, la felicidad del mundo humano.

¿Cómo era posible que la gente pudiera bailar y beber de aquella forma sin preocuparse de todas las cosas que pasaban a su alrededor? El pelinegro no daba crédito a ello. Bien que fuera una fiesta regional, pero es que olvidaban las cosas como si no tuvieran importancia. Llevando nuevamente el vaso de cristal hacia sus labios, vertió el contenido de este en el interior de su boca. El alcohol había hecho que sus mejillas se ruborizasen un poco, a la par que su aliento se volvía un poco más fuerte, debido a la graduación de la bebida. También llevó una de sus manos hacia la cabeza, rascando la mata de pelo que de ella crecía, cayendo en lacios mechones oscuros hacia sus hombros. Sus ojos incoloros estaban fijos en la gran hoguera que se había encendido en el centro de la plaza de aquella ciudad, y alrededor de la cuál todos olvidaban sus penas. Suspiró, a la par que encerraba sus no pigmentados orbes bajo aquellos párpados bien delineados, realizando un gesto con el cuerpo de "vagancia". "Y yo que tengo el alma de un fiestero, ¿por qué estoy tan aburrido hoy?", pensó Rayder, abriendo la boca y dando un bostezo bastante largo. Incluso arqueó su espalda hacia atrás, además de desperezarse. Un poco del contenido de la copa que tenía en las manos se vertió, pero poco le importaba. Si quería otra, no tenía nada más que hacer que volver hacia donde la había pedido anteriormente, y ponerle una de sus mejores sonrisas al camarero o camarera.

- Creo que es la hora de comenzar la cacería. Ya va siendo el momento, no quiero enturbiarme demasiado - Susurró para sí mismo, dándose un pequeño masaje en su cuello, poniendo el vaso de cristal encima de la barandilla de madera y dando unos pasos hacia adelante, buscando algo que realmente valiera la pena.

Mas parecía que la Señora Fortuna estaba por su parte, y no tendría que buscar demasiado para entretenerse. Acercándose suavemente y una voz que le resultó llena de carácter y suavidad, una joven de apariencia extraña aparecía a su lado. Su cabello violeta caía por su espalda bastante liso, mientras que él se fijaba en lo profundo de sus ojos color escarlata. Los labios eran carnosos, presentándose como Kanae. "Dulce nombre", pensó, sin dejar que aquel comentario saliera de sus labios para que la chica lo escuchase. Vestía con un kimono abierto en la parte superior, dejando a la vista dos grandes atributos que volvían loco a Rayder. Tragó con fuerza, mientras que su nuez del cuello se movía al compás que la saliva por su garganta. Tuvo que abrir un poco la boca para respirar tranquilamente, y derivar la mirada de sus pechos hacia su cara, de nuevo. Tenía una gran cicatriz en uno de sus ojos, por lo que pudo suponer que había tenido un pasado, o alguna situación complicada. ¿Pero qué más darían aquellas señales en el cuerpo? No son más que experiencias que la vida otorga a un usuario, y él no se dejaba llevar solo por las apariencias. Aclarando su voz en unos instantes, el joven respondió a la presentación de Kanae, hablándole con una dulce sonrisa y una mirada agradable:

- No soy ningún chaval, señorita. Me llamo Rayder, y aunque no te hayas dado cuenta, al igual que tú, no pertenezco a esta isla. Pero has tenido suerte, esta noche puedo ser tu caballero ayudante, así que pregunta - Le dijo con una sonrisa de medio lado, mostrando los colmillos blanquecinos de su boca. Entrecerrando un poco los ojos, estableció un contacto visual fijo con la chica de pelos violetas, cruzando los brazos por debajo del pecho y esperando su reacción.

Además, también lanzó una segunda mirada al cuerpo escultural de la chica. Se fijó en que le faltaba un brazo, o ciertamente lo había transplantado por un complemento metálico en forma de garra. ¿En qué líos habría estado metido aquella señorita de buen ver, para que le faltase un miembro? No lo sabía, pero la intriga anidaba en su interior. Tal vez llevase una vida llena de peligros, cosa que resultaba todavía más atrayente por su parte. Una katana colgaba de su cinto, al igual que pasaba con el señor Backstraw. No pudo evitar contener otra sonrisa, solo que esta vino precedida por una leve y susurrante carcajada que a la joven costaría identificar. Le gustaban demasiado las chicas que eran capaces de defenderse por sí mismas, aunque él era una persona que se encargaba de ello. En cierto modo, Kanae ya le estaba arrebatando su trabajo primordial: cuidar de las chicas. Acercándose a ella, le tendió su brazo izquierdo para que lo tomara, mientras que comenzaba a andar hacia el interior de la plaza:

- Ven conmigo, preciosa, vamos a dar un paseo y te llevaré a donde quieras - Le dijo con una de sus expresiones más tiernas, pero a la vez más seductoras. Como siempre solía intentar, quería atraer a la chica con sus suaves modales, haciendo que se sintiera intrigada, interesada por el pelinegro. El mostrarse misterioso era una de sus mejores cualidades, y era algo que siempre resultaba cautivador.

Así, la Luna brillaba en lo alto del cielo, amparada por las distintas estrellas de diferentes tamaños y fulgor. Era un buen momento para dar un paseo, y tal vez se dejasen llevar por el baile de sus espadas. La fiesta parecía que acababa de empezar, al menos para Rayder, nuevamente con ganas de vivir aquella situación que muchas veces había soñado. Los pájaros salieron volando de las ramas de los árboles de alrededor, creando una escena un tanto conmovedora y ágil, mientras que los dos espadachines terminaban de presentarse mutuamente, para empezar con la búsqueda que tanto ansiaba la chica.

El cementerio, ese era el destino que la joven y bella Kanae estaba dispuesta a encontrar con la ayuda del pelinegro. Sin embargo, el tono de su voz indicaba que era una mujer un tanto dura y regia, tal vez no le hubiera gustado la presentación del pelinegro. Rechazando su brazo para comenzar a andar, el pelinegro alzó los hombros en un gesto despreocupado y metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón, mientras que pensaba para sí mismo: "Tú te lo pierdes, guapa". Aunque a pesar de ello, como al joven nunca se le había resistido ninguna chica, ahora se encontraba en un perfecto dilema. ¿Sería capaz de encandilarla? ¿O le seguiría dando calabazas hasta el fin de sus días? Casi sin quererlo, mostró una sonrisa un tanto varonil, ya que le gustaban mucho ese tipo de retos. Se tendría que esforzar, sin duda, puesto que Kanae parecía ser de aquellas a las que hay que insistir durante un tiempo, y no de las que caen rendidas en los brazos del pelinegro tras unas cuantas palabras dulces y un guiño de ojos. Crujió los nudillos de sus manos, mientras que escuchaba con cuidado y atención todas las palabras que le dedicaba la chica de cabellos violáceos y grandes atributos, pasando su lengua húmeda por las comisuras de los labios.

El gran discurso que soltó no tenía nada de falso, sino que acertó en miles de cosas, aunque también se equivocó en ciertos temas. "¿Tocarte los pechos? Acabo de conocerte. Por esa regla de tres, ¿Qué pasaría en cinco minutos, tú y yo en la cama?", dijo para sí mismo, mientras que seguía escuchando las frases de la chica. Hubo en el momento en que levantó uno de sus brazos para tomar el turno de palabra, puesto que Kanae había "apuñalado" su galantería y emoción por las chicas, cosa que no le gustó para nada. Él no se portaba así porque fuera un camino más fácil, sino porque le salía del interior. Desde pequeño había sido educado con buenos modales y con la idea en mente de que hacer daño a una chica era algo injustificable y penoso para la misma persona que llevaba a cabo tal acción. Así que con un talante un poco más serio, Rayder le dijo a la conocida:

- No te voy a negar que las chicas de hoy en día son un poco más sueltas que de lo normal, pero siempre hay excepciones como tú, guapa. Si te molesta que actúe de esta forma, vas a tener que aguantarte, porque es mi manera de ser. No finjo, es algo que se me da muy mal, y seguramente ya lo hubieras pillado - Haciendo un inciso para tomar aire, respirando tranquilamente y sin alterarse por lo más mínimo. Que le hubiera salido una chica regia y con carácter no era nada del otro mundo, así que añadió con una sonrisa. - Y te has equivocado en dos cosas: no te tengo miedo, y si hubiera querido cortejarte desde un principio, ya estaríamos tú y yo bajo unas sábanas con un ambiente bastante caliente - Dijo con una sonrisa pícara, desviando un poco su mirada para que sus ojos incoloros brillasen por la acción de la fulgurante Luna que tenían sobre sus cabezas.

Mostrándose bastante seguro de sí mismo, era cierto que si hubiera puesto algo por su parte la relación hubiera ido mucho más fluida y relajada. Sin embargo, él no era de las personas que iban directamente hacia el hoyo, sino que le gustaba planear bastante bien el camino. No hay nada mejor como los preliminares, pero eso es algo que dudaba que pasase con la chica. No parecía ser demasiado receptiva con el género masculino, incluso tal vez le dieran asco. Pero un cuerpo así no se puede desperdiciar, y eso es algo en lo que el pelinegro estaba más que de acuerdo. A pesar de que fuera un caballero, no dejaría que una dama le pisotease nunca. Vale que pudiera dejarse hacer, pero la propia integridad era algo que mantenía impoluto y reluciente.

Siguió escuchando cómo la chica se mostraba imperativa y superior a él, augurando que si no decía alguna palabra se iría de esa zona y se pondría a buscar a un nuevo guía que le llevase hacia el cementerio. El joven se quedó pensativo durante unos instantes, mesándose la barbilla con los dedos índice y pulgar de su mano izquierda. ¿Sería una buena noche si acompañaba a aquella chica por la villa de Syrup? ¿O tal vez terminasen tan mal que no quisieran verse el uno con el otro en toda la vida? Cada uno de ellos tenía un fuerte carácter que chocaría con el del contrario, mas eso era algo suficientemente gracioso como para aventurarse a probarlo.

- Espera, monada. ¿Crees que vas a encontrar a un guía mejor que yo? Haha ... - Soltó una carcajada, mientras que pasaba por encima de la barandilla de madera y se colocaba a la derecha de Kanae, mientras que su espada se movía con cada paso que daba. Una gran sonrisa seductora estaba localizada en su expresión, mientras que le dijo una última vez. - Vale que te creas la Reina del Mambo, pero no voy a dejar que una chica pasee sola en esta oscura noche. Además, terminaré por ganarme tu cariño. Eso no lo dudes.

Guiñándole uno de sus incoloros ojos, mientras que comenzaban a pasear por la villa de Syrup, en dirección al cementerio de la isla. Apoyando su brazo derecho sobre el mango de su espada, lo dejó reposando para que no le molestara al andar, mientras que los dos espadachines desaparecían por el horizonte, buscando el lugar de reposo de las almas perdidas.

Ambos personajes empezaron a encaminar sus pasos hacia el camposanto de la isla de Syrup, mientras que el pelinegro se preguntaba porqué una belleza como Kanae buscaba un lugar como ese. ¿Qué se le habría perdido en el cementerio? ¿Parientes, gente que quisiera? No era quién para indagar en aquellos asuntos, pues podrían considerarse como privados y exclusivamente de la peliviolácea. Por respeto y para no parecer maleducado, no preguntaría nada acerca del tema, mas no podía evitar sentirse ciertamente intrigado ante la tentativa. Le resultó un poco chocante que ella misma le dijera que era virgen, pues al igual que el tema anterior, era algo íntimo. "El mundo se está perdiendo un buen cuerpo entonces, Kanae", pensó hacia su interior, apretando los labios en una expresión un tanto cómica. Sugirió otras conversaciones, como lo de tenerle miedo con el tiempo y tonterías de esas. No, desde ese mismo momento ya se estaba equivocando. No podía tenerle miedo a ninguna mujer, pues había nacido para amarlas. Y el amor no tiene ninguna relación con el miedo, así que se podría decir que el pelinegro se apuntaría un tanto a su favor si le decía aquello, mas permaneció en silencio. Y por primera vez desde que la había conocido, la chica de ojo escarlata sonrió. ¡Bingo! "¿La dura coraza se está reblandeciendo?", dijo para sí mismo, mentalmente. Ella intentaba mostrarse tan dura y superior, que no había podido ocultar su lado simpático.

Ante aquello, el pelinegro rió también, con una cara de expresiones sinceras. Ansiosa por encontrar el cementerio, le instaba a enseñarle el camino hacia tal zona, mientras que el pelinegro sacaba una de sus manos de los bolsillos de su pantalón y se rascaba la nuca, pensando en qué decirle. No sabía dónde se encontraba, pero tal vez usando la lógica pudieran encontrar su objetivo. Los camposantos solían encontrarse en terrenos horizontales , de suave pendiente geométrica. Así, se buscaba que pocos árboles hubiera a su alrededor, para evitar que la misma naturaleza tapase los "reclamos" de la muerte. Por tanto, ya tenía dos pistas: un lugar llano y de poca vegetación. Clavando sus dos ojos en el de la chica, estableciendo un nuevo contacto visual con aquellos orbes incoloros que tan característico y especial le hacían, sus labios comenzaron a despegarse, para que la voz saliera del interior de su garganta masculinamente, diciéndole con serenidad:

- Creo que lo mejor será alejarnos del centro de la ciudad. Dudo que el cementerio esté en la misma plaza, ya que lo más normal sería que estuviera situado en un lugar periférico. Por simple lógica, deberíamos buscar una zona sin flora ni vegetación, y que preferiblemente estuviera en un terreno llano y de consistencia arenosa - Argumentó, empleando sus conocimientos de cartografía y navegación. Todos los libros y educación de la que se servía le permitían conocer la orografía y especialidad del terreno, ya que esa era su profesión. Si no supiera cómo identificar una zona, no podría llamarse a sí mismo cartógrafo.

Así, el ex-noble redirigió su rumbo desde el último punto, atravesando un fino camino por las laderas de la isla de Syrup. No sabía si su determinación sería suficiente para encontrarlo a la primera, aunque si lo hacía podría darse con un canto en los dientes. Mientras tanto, Kanae le preguntaba el por qué de su forma de actuar, además de darle ciertos consejos acerca del físico de las mujeres. Cierto era que no había que fiarse de todas ellas, y eso era algo que él sabía muy bien. Todavía recordaba la vez que se encontró con dos chicas preciosas en un lugar del cuál no quería acordarse. La noche estaba yendo muy bien, y las dos le instaron a ir a una habitación para pasar a mayores. Qué sorpresa la suya cuando descubrió que habían sido contratadas por un marine para pillarle desprevenido y encerrarle en prisión. "A mí me vas a decir ...", dijo con un cierto tono de resentimiento mental. Soltando un suspiro, el pelinegro respondió a la chica, mientras una leve brisa se alzaba en su posición, moviendo los cabellos de ambos personajes, creando un ambiente un poco más amigable entre ambos:

- No soy ningún repipi, estimada señorita. Tienes que distinguir entre las personas que saben controlarse y hablan apropiadamente, de los que no son más que bestias que te intentan morder con sus dientes. Para gustos, los colores - Afirmó con una sonrisa en sus labios, alzando su cabeza para mirar hacia el cielo, donde las estrellas empezaban a aparecer fulgurantes y llenas de vida. El manto que se había formado en el cielo resultaba ciertamente tierno. - Todos tenemos un poco de lascivia en nuestro interior, y no porque te hable de una forma más correcta carezco de ese sentimiento. No te fíes nunca de los hombres, pero conmigo no tienes que preocuparte. Aunque cabe decir que las personas como yo pueden ser las más peligrosas, ¿no crees? - Comentó con una sonrisa.

Bajando por aquella ladera, podía verse una vasta extensión de terreno no arbóreo, en la cuál se veían tumbas de madera, hierro y piedra. No podían haber tenido más suerte. La orientación del pelinegro seguía siendo tan buena como siempre, y no tardarían más de diez minutos en alcanzar el cementerio. Por fin descubriría el secreto que guardaba Kanae, que lo llevaba intrigando desde hace mucho tiempo.

El paseo continuaba con una conversación en la que la chica seguía hablando de Rayder, y él respondía de vez en cuando para refutar o contradecir sus palabras. Seguía sin conocer el verdadero motivo de por qué la chica buscaba el cementerio con tanto ímpetu, mas como ya lo pensó antes, no lo preguntaría. Lo adivinaría una vez que estuviera en la situación y escena adecuada, y hasta el momento solo hablaría con ella para que el silencio no hiciera acto de presencia. Claramente, la joven y dulce Kanae se mostraba demasiado confiada y precavida con el pelinegro. Afirmando que sus modales le hacían parecer una persona misteriosa y que no se sabía por donde podría llegar, eso consiguió que sacase una de sus perfectas sonrisas en un momento de silencio, acompañada de una carcajada leve que se ahogó en sí misma tras unos cuantos segundos de su origen. Con una voz sincera y agradable, el pelinegro respondió a aquello que decía la peliviolácea:

- Si hubieras querido darme largas, ya lo hubieras hecho. Las verdaderas preguntas son "¿Por qué me dejas seguir a tu lado?" y "¿Qué es lo que te impide hacerlo?", que es básicamente por lo que estoy recorriendo este pedregal asqueroso contigo, manchándome mis preciosas botas. Quiero conocerte mejor, y quiero saber qué es lo que hace que no quieras alejarme de ti en esta noche, señorita Kanae - Comentó el ex-noble posando sus manos detrás de la cabeza, en la nuca, entrelazando los dedos de sus dos manos y apoyando el peso de esta como si fuera una almohada en la que reposase tranquilamente.

Manteniéndose dura, impenetrable, seguía afirmando que no tenía ninguna posibilidad de hacer algo con ella aquella noche, cosa que el pelinegro ya se había planteado y realizó una mueca de decepción, además de alzar los hombros en un movimiento conjunto para matizar más su expresión. "Todavía queda mucha noche, querida", pensó para sus adentros. La joven recalcó que no quería perder otra parte más de su cuerpo. Uno de sus ojos, el brazo, ¿qué más podría haber abandonado con el paso del tiempo? Entonando un poco la cabeza, el pelinegro siguió escuchándola. Como no, le preguntó si pertenecía a la nobleza, además de "burlarse" de él con las típicas cosas que solían hacer para aparentar unos buenos modales. Con una gran carcajada, Rayder cerró los ojos unos instantes mientras seguía andando, disfrutando de aquella conversación que ambos habían comenzado tiempo atrás. Su voz comenzó a salir agradable por su garganta, respondiendo a la peliviolácea amablemente:

- Pertenecía a la nobleza, pero eso ya no es parte de mí. Ahora viajo solo por los mares, pero los modales nunca se olvidan. Y ten en cuenta que, a pesar de que me veas comportarme de esta forma, soy capaz de eructar como todos los demás, o de soltar una flatulencia. Eso sí, no me pidas que lo haga, mancharía mi sangrienta reputación - Soltando un pequeño detalle de su vida, puesto que esta siempre había estado bañada por el líquido vital de color rojo que todas las personas tenían dentro de sus venas y arterias.

Él mismo había matado a su noble padrastro tras aguantar años y años de calvario por su parte, además de ganarse una mala reputación en el mundo de la Piratería con su recompensa. Por su cabeza se pedían 1.526.000 Berries, no demasiado como para tomarle en cuenta por los mares, pero sí para indicar que era una persona potencialmente peligrosa y que podría llegar a mayores en un tiempo. Claramente, él no se estancaría en esa cifra, y si quería alcanzar uno de los grandes puestos en su jerarquía, tendría que esforzarse más. Pero eso solo se consigue con el tiempo, y no hay porqué adelantarlo. El tiempo es una corriente fluida que se mueve por sus simples deseos, y no es conveniente modificar algo que únicamente los dioses tienen derecho a hacer.

Ambos habían terminado de pasear por el camino para adentrarse en el camposanto. La ruta que había escogido Rayder había servido a la perfección, llevándolos a un cúmulo de tumbas. Kanae tomó un "ramo" improvisado de rosas de unos rosales de alrededor, desgarrándose la piel por las espinas y soltando un poco de sangre. Aun así, ni se inmutó, por lo que demostraba un autocontrol personal bastante avanzado. Le llevó hasta una doble tumba, una de las cuáles tenía un nombre que le era desconocido, pero el otro era el de la misma peliviolácea. ¿Estaba muerta? No, eso no podía ser cierto, la estaba viendo con sus propios ojos. Fue entonces cuando miró la inscripción: Kanae Takamire. Recordaba ese apellido en alguna parte de su vaga memoria, pero hasta el momento no era capaz de sacarlo a flote. Era como si lo tuviera en la punta de la lengua. Entonces, habló:

- Lamento mucho tu pérdida, Kanae - Acercándose hasta su posición, quedando de cuclillas al lado de la tumba de la que parecía ser su maestra. Adelantando la mano derecha, quedó la palma hacia arriba, de la cuál comenzó a manar aquella sustancia oscura propia de su poder de Akuma No Mi. Esa sustancia maleable y dúctil comenzó a moldearse, tomando la forma de una rosa negra de varios pétalos, dos hojas a cada lado del tallo y sin espinas. Tomándola con la misma mano que la había creado, la depositó sobre el ramo que la chica había puesto in memoriam. El silencio se hizo presente, y una leve brisa de muerte se elevó en aquel cementerio.

Una vez que dejó la rosa negra que había creado con la sustancia oscura propia de él, Rayder dejó de estar en cuclillas para arquear su espalda y erguirse, echándose hacia atrás con unos pasos silenciosos. Quedando a un metro de la espalda de Kanae, escrutó la tumba mientras escuchaba cómo ella ponía a hablarse "sentimentalmente" con su maestra, contándole acerca de su vida y demás cosas. "Tuvo que quererla mucho, así que he hecho bien en retirarme de su lado. Sabe que estoy aquí por si necesita apoyo, pero también le estoy dejando intimidad para que exprese lo que sienta en su interior. En esta clase de momentos, tal vez sea mejor dejarla con su otra "alma", puede que mi presencia no haga más que molestarla", pensó, suspirando unos momentos y retomando aquella retahíla de pasos que había empezado momentos atrás. Quedando a unos cinco o seis metros de la posición de Kanae, el pelinegro cruzó sus brazos y siguió dándole vueltas a la estampa de las dos tumbas que había allí enfrente. Sus ojos se fijaron en las lápidas, recordando una y otra vez el apellido de la chica. Takamire, le sonaba de algo, pero no recordaba el qué. Solo sabía que un acontecimiento estaba relacionado con ese nombre, un acontecimiento que caló fuertemente en la historia y reputación de los nobles de varias islas y mares. Y coño, él mismo había sido un noble, por lo que debía de conocerlo. Solo tenía que volver en sus recuerdos para atestigar qué era lo que había pasado.

Toda la información fue recobrada en cuanto Kanae pronunció tres palabras. Tres simples vocablos que le hicieron recordar la situación en cuestión: La Boda Carmesí. Un acontecimiento sumamente importante en una isla que no recordaba. Por lo visto, una joven de noble cuna había tomado una alianza matrimonial con otro personaje acaudalado, y en la misma ceremonia de enlace, murieron asesinados por una enigmática presencia. La sangre se esparció por todos los lados, y de ahí el adjetivo que enmarcaría ese momento para siempre. Ahora que lo recordaba, todo encajaba: Kanae era la chica que estaba prometida a aquel noble con el que debía casarse, y esa tumba que había allí era con relación a ella. La otra tumba era de su maestra, por las palabras que ella misma propiciaba, pero el mundo había ocultado algo que hasta el momento, él parecía ser el único en saber: la chica de pelo violáceo no estaba muerta. El joven quedó estupefacto ante tal descubrimiento, pues fue una noticia que sacudió los cimientos del mar durante más de unos meses. El parricidio que él mismo había ocasionado en Lvneel no podía compararse con tal grado de magnitud, por lo que las peores bestias no siempre son lo que aparentan ser. Sus ojos se habían quedado perdidos en la fría piedra de la tumba, y su boca estaba entreabierta, como si fuera a decir algo. Se sobresaltó al escuchar la voz de Kanae, consiguiendo salir de aquel trance pensativo en el que se había inmerso durante el tiempo en que ella se comunicaba con su difunta amiga.

- Por lo que he podido adivinar y preveer, esa infancia de tu niñez no es un momento agradable al que volver. Perdona si te he molestado con alguna de mis frases, pero no sabía por lo que has pasado - Dijo, midiendo un poco más sus palabras. Ella había sido también una noble, y no es que intentara tomarle el pelo con lo de las normas de estos, anteriormente. Se había columpiado y había caído de culo al suelo, pero todas las personas tienen la facultad de errar y enmendar sus malas proposiciones. Quedaba mucha noche para darle a Kanae otra impresión más agradable sobre él.

Una ínfima sonrisa se hizo presente en sus labios cuando ella le dijo que necesitaba compañía y que no le veía como un mal tipo, ante lo que el pelinegro respondió con una afirmación de cabeza, como un gesto de agadecimiento. Alzando una mano, se acercó a la chica hasta dejar sus dedos frente a la oreja de la parte "visible" por Kanae, donde tenía su ojo bueno. Como todo buen truco de magia, aunque esta vez ella podría ver la sorpresa, el ex-noble extendió su mano hacia atrás como si hubiera sacado algo del oído de la chica. Dejándolo frente a ella para que lo viera, un capullo de pétalos de rosa negras como la noche se encontraba en su mano, ante lo cuál Rayder dijo, con una sonrisa y señalando la salida al camposanto:

- Ten un recuerdo, has dicho que te gustaban las rosas negras, ¿no? - Tomando una de sus manos para dársela a la chica, como un obsequio por abrirle su corazón. Aquellos pétalos estaban formados por su sustancia oscura, pero tardarían unos cuantos días en desfragmentarse. Suficiente para aquella noche. Empezó entonces a dar unos pasos hacia la salida del cementerio, mientras que se volteaba y le decía a Kanae. - Volvamos a la plaza, es hora de que los difuntos puedan dormir tranquilos. Te invitaré a algo, pero que sepas que no voy con malas intenciones. ¿Vienes? - Sin tender una mano hacia ella, pues como le había dicho antes, era algo propio de los nobles, y no quería que se sumiese en la oscuridad. Bastante negra estaba la noche, y solo las fogatas de las fiestas podrían alegrarles.