Que largos y tediosos eran los días en el cuartel cuando no había nada que hacer. Aunque si había algo que hacer, Leah se encargaba personalmente de convertirse en una persona difícil de localizar. Tras acabar algunas tareas de poca monta se enfiló en dirección al campo de tiro, una de sus pasiones. Mientras echaba la tarde afinado su puntería notó como una sombra aparecía detrás de ella, eclipsando la luz que le llegaba gracias a lo despejado que estaba el cielo. Leah se giró medio cabreada, pero al lograr distinguir la gran figura de un Marine de algo más de rango que ella con un papel en la mano, una sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía exactamente lo que significaba aquello.
- ¿Lea H. Strauss? Inquirió con impaciencia pues le había costado casi una hora encontrarla.
- Se pronuncia Lía (Leah) Le reprochó con una tierna sonrisa ante la cara atónita del hombre. Este apretó los dientes y arrugó ligeramente el papel intentando no perder los estribos. Presente. Contestó por fin al comprobar que debía ser alguna especie de paleto de pueblo que a duras penas habría aprendido a leer. Una tragedia sin duda, pero no tenía tiempo para ella.
Como bien había supuesto aquella reunión esporádica significaba una cosa: le habían concedido unas semanas de permiso. "Yes.” Sin perder más el tiempo se dirigió a su habitación y recogió lo necesario, dejando solo lo prescindible atrás, ya que de todas formas tarde o temprano acabaría volviendo a tener que dormir en esa asquerosa cama, bueno, litera de tercera mano más bien.
Junto a otros de los reclutas, salió del cuartel escuchando sus animadas conversaciones. Uno de ellos ya pensaba en comprar entradas a algún espectáculo para su novia, otra decía que quería ver a su sobrino recién nacido, y Leah… bueno, se dio cuenta de que no era mucho lo que le esperaba allí fuera. No importaba, no necesitaba a nadie para pasárselo bien. De camino a comer algo tuvo que esquivar a una jauría de mocosos que casi la atropellan. Correteaban como locos, armando un jaleo increíble. Uno de ellos decía ser el almirante Luchs y los otros dos fingían ser temibles piratas que luchaban o mejor dicho, huían de él. Estos críos… Se quejó Leah, mientras reanudaba la marcha. Aquello le recordó a los críos que jugaban en aquella villa donde vivía su esbirro Eikel. Se preguntó qué sería de él.
En mitad de su caminata se paró de repente en medio de la calle. Pues claro… Dijo en voz baja. ¡Claro, ya está! ¡Soy un genio! Gritó casi a pleno pulmón bajo las miradas de estupefacción de los viandantes que pensaban se le había ido la olla. Leah corrió hasta la estación de correos más próxima y preguntó cuándo saldrían los pájaros-cartero a repartir el correo. La siguiente tanda destinada por el Mar del Este saldría en breves, así que apresuradamente pidió o mejor dicho exigió papel y pluma, y todo lo rápidamente que pudo escribió una carta con intachable caligrafía. Cosas de su educación, no podía evitarlo, estaba programada para escribir de esa manera. En la carta invitaba a Eikel acoger el siguiente barco hacia Shells Town para que se pasara a visitarla al menos unos días, haciendo hincapié en que se lo debía por haber sido tan buena maestra. Se aseguró de que la carta llegaba a su destino, pues gracias a que el hombre de la ventanilla le recitó las islas por las que pasaba la línea de correos. Las islas Gecko eran las que buscaba, más concretamente la villa Syrup. Solo quedaba esperar.
- ¿Lea H. Strauss? Inquirió con impaciencia pues le había costado casi una hora encontrarla.
- Se pronuncia Lía (Leah) Le reprochó con una tierna sonrisa ante la cara atónita del hombre. Este apretó los dientes y arrugó ligeramente el papel intentando no perder los estribos. Presente. Contestó por fin al comprobar que debía ser alguna especie de paleto de pueblo que a duras penas habría aprendido a leer. Una tragedia sin duda, pero no tenía tiempo para ella.
Como bien había supuesto aquella reunión esporádica significaba una cosa: le habían concedido unas semanas de permiso. "Yes.” Sin perder más el tiempo se dirigió a su habitación y recogió lo necesario, dejando solo lo prescindible atrás, ya que de todas formas tarde o temprano acabaría volviendo a tener que dormir en esa asquerosa cama, bueno, litera de tercera mano más bien.
Junto a otros de los reclutas, salió del cuartel escuchando sus animadas conversaciones. Uno de ellos ya pensaba en comprar entradas a algún espectáculo para su novia, otra decía que quería ver a su sobrino recién nacido, y Leah… bueno, se dio cuenta de que no era mucho lo que le esperaba allí fuera. No importaba, no necesitaba a nadie para pasárselo bien. De camino a comer algo tuvo que esquivar a una jauría de mocosos que casi la atropellan. Correteaban como locos, armando un jaleo increíble. Uno de ellos decía ser el almirante Luchs y los otros dos fingían ser temibles piratas que luchaban o mejor dicho, huían de él. Estos críos… Se quejó Leah, mientras reanudaba la marcha. Aquello le recordó a los críos que jugaban en aquella villa donde vivía su esbirro Eikel. Se preguntó qué sería de él.
En mitad de su caminata se paró de repente en medio de la calle. Pues claro… Dijo en voz baja. ¡Claro, ya está! ¡Soy un genio! Gritó casi a pleno pulmón bajo las miradas de estupefacción de los viandantes que pensaban se le había ido la olla. Leah corrió hasta la estación de correos más próxima y preguntó cuándo saldrían los pájaros-cartero a repartir el correo. La siguiente tanda destinada por el Mar del Este saldría en breves, así que apresuradamente pidió o mejor dicho exigió papel y pluma, y todo lo rápidamente que pudo escribió una carta con intachable caligrafía. Cosas de su educación, no podía evitarlo, estaba programada para escribir de esa manera. En la carta invitaba a Eikel acoger el siguiente barco hacia Shells Town para que se pasara a visitarla al menos unos días, haciendo hincapié en que se lo debía por haber sido tan buena maestra. Se aseguró de que la carta llegaba a su destino, pues gracias a que el hombre de la ventanilla le recitó las islas por las que pasaba la línea de correos. Las islas Gecko eran las que buscaba, más concretamente la villa Syrup. Solo quedaba esperar.
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El pequeño Eikel estaba encerrado en casa, aburrido, la tarde se había nublado y había comenzado a llover. El resto de los habitantes de la casa, estaban tomando una siesta plácidamente, mientras que el pequeño roedor se dedicaba a echar el aliento a la ventana y hacer dibujos absurdos con el vaho que la había empañado. Cada vez se ponía mas nervioso, el único sonido que percibía, era del péndulo del gran reloj que adornaba la sala, el cual le parecía que cada vez iba más lento. Ya no aguantaba más, estaba volviéndose loco, hasta que de pronto un pájaro se posó en su ventana. La extraña ave, no paraba de picotear el cristal, con movimientos cíclicos, lo cual extrañó a Eikel lo suficiente como para abrir la ventana.
Nada mas hecho ésto, el pájaro, estiró una pierna hacia el roedor. La ardilla observó que portaba una especie de tubo en la pata, este lo retiró intrigado y nada mas hacer esto el ave salió volando. Eikel abrió el tubo y se encontró un papel, al desenrollarlo sus ojos se fueron directamente al final de lo que parecía una carta que rezaba, Atentamente Leah. Emocionado, puesto era la primera carta que recibía, comenzó a leerla, parecía una invitación a shellstown, su amiga iba a estar unos cuantos días de permiso y a modo de devolverle la hospitalidad recibida en otras ocasiones, le había invitado a pasar unos días con ella. Debido a la emoción del momento, el roedor empezó a gritar de alegría, sin quererlo, despertó a toda la casa que inmediatamente corrieron a donde se encontraba el pequeño. Le preguntaron si le había pasado algo y entre disculpas, el pequeño les explicó la situación.
No tardó mucho en ponerse manos a la obra, recogiendo unas cuantas cosas que le parecían útiles para su viaje, un par de capas, dinero obviamente y unos cuantos frutos secos para el camino. Después de la creación de esa maleta improvisada el roedor volvió junto a la familia, excusándose por la ausencia durante unos días y prometiendo que trabajaría el doble a su vuelta. Entre risas, le respondieron que no se preocupase, que eran sus primeras vacaciones desde que vivía con ellos y que debía disfrutarlas, al mismo tiempo que el padre de familia se acercaba a él poniendole una bolsa en la mano, añadiendo que viajar no era barato. Le había dando un montón de berries, Eikel no podía aceptarlo e intento rehusarse en un principio, pero ante la negativa y las ganas que tenía de partir, dio las gracias nuevamente mientras se despedía de ellos.
Partió de inmediato hacia el puerto, las pequeñas piernas no le daban a basto para la velocidad que quería alcanzar, armado con su capa a modo de capucha, el pequeño llegó al puerto del pueblo en tiempo record. Por suerte, uno de los cargueros que hacía de barco de pasaje para la villa, aun no había partido. Eikel sin dudarlo, pagó su billete al mozo que estaba en la pasarela y deseándole buen viaje, éste subió al barco. ¿Que le esperaría en el exterior? Estaba deseando descubrirlo. Doblemente emocionado, se puso en la proa del barco subido a la barandilla, sería su primer viaje al igual que lo era subirse a un barco.
Nada mas hecho ésto, el pájaro, estiró una pierna hacia el roedor. La ardilla observó que portaba una especie de tubo en la pata, este lo retiró intrigado y nada mas hacer esto el ave salió volando. Eikel abrió el tubo y se encontró un papel, al desenrollarlo sus ojos se fueron directamente al final de lo que parecía una carta que rezaba, Atentamente Leah. Emocionado, puesto era la primera carta que recibía, comenzó a leerla, parecía una invitación a shellstown, su amiga iba a estar unos cuantos días de permiso y a modo de devolverle la hospitalidad recibida en otras ocasiones, le había invitado a pasar unos días con ella. Debido a la emoción del momento, el roedor empezó a gritar de alegría, sin quererlo, despertó a toda la casa que inmediatamente corrieron a donde se encontraba el pequeño. Le preguntaron si le había pasado algo y entre disculpas, el pequeño les explicó la situación.
No tardó mucho en ponerse manos a la obra, recogiendo unas cuantas cosas que le parecían útiles para su viaje, un par de capas, dinero obviamente y unos cuantos frutos secos para el camino. Después de la creación de esa maleta improvisada el roedor volvió junto a la familia, excusándose por la ausencia durante unos días y prometiendo que trabajaría el doble a su vuelta. Entre risas, le respondieron que no se preocupase, que eran sus primeras vacaciones desde que vivía con ellos y que debía disfrutarlas, al mismo tiempo que el padre de familia se acercaba a él poniendole una bolsa en la mano, añadiendo que viajar no era barato. Le había dando un montón de berries, Eikel no podía aceptarlo e intento rehusarse en un principio, pero ante la negativa y las ganas que tenía de partir, dio las gracias nuevamente mientras se despedía de ellos.
Partió de inmediato hacia el puerto, las pequeñas piernas no le daban a basto para la velocidad que quería alcanzar, armado con su capa a modo de capucha, el pequeño llegó al puerto del pueblo en tiempo record. Por suerte, uno de los cargueros que hacía de barco de pasaje para la villa, aun no había partido. Eikel sin dudarlo, pagó su billete al mozo que estaba en la pasarela y deseándole buen viaje, éste subió al barco. ¿Que le esperaría en el exterior? Estaba deseando descubrirlo. Doblemente emocionado, se puso en la proa del barco subido a la barandilla, sería su primer viaje al igual que lo era subirse a un barco.
Había que confiar en el sistema de correos, para eso les pagaban al fin y al cabo. Recordó como Eikel le enseñó todo el pueblo la vez que ella fue de visita por aquellos lares y como ella no podía permitirse quedar por debajo, se dedicó a darle vueltas a lugares interesantes que podrían visitar. Todo era inútil, aquella isla fortaleza era igual de aburrida que el orfanato ese al que tuvo que acompañarle. No podía permitirse quedar en mal lugar.
Lo primero era informarse cuanto tardarían en llegar los barcos provenientes de esa zona del Mar del Este, así que se acercó a preguntar por los astilleros en busca de una respuesta. Parecía que no la iban a hacer esperar mucho, pues el primer capataz de navío al que se acercó estuvo más que dispuesto a cooperar. Era el típico lobo de mar, con gorrita de marinero y pipa de madera, bastante musculado y con el tatuaje de una ancla en el brazo. Le indicó muy amablemente que solo tendría que esperar unos tres días pues hacía tiempo que los barcos con ese rumbo habían zarpado. Leah se despidió de él y fue a buscar algo de merienda, una caña de chocolate estaría bien.
Pasaron tres días y tres noches, con el Sol dando paso a la Luna y viceversa, sin mucho más movimiento que el de reclutas Marines correteando arriba y abajo debido al entrenamiento. Leah se reía de ellos todas las mañanas cuando salía del cuartel, hasta que acabase su permiso era libre de lanzar la piedra y esconder la mano. De pronto se percató de algo mirando el calendario. El día en el que estaba tenía un gran tachón en forma de “X” roja, así que debía tratarse de un día importante, solo que tenía ni idea de por qué. Daba igual, si era tan importante ya se acordaría.
En uno de sus paseos matutinos decidió, como no, comprarse alguna golosina para tener algo que picar por la mañana. Entro en la tienda y en un rápido intercambio de berries por bienes, salió del establecimiento con una tableta de chocolate cuyo envoltorio era morado y con una ardilla dibujada en él. Era gracioso porque el chocolate tenía avellanas y a las ardillas les gustan frutos secos. Ardillas. Mierfda. Dijo con la boca llena de chocolate a la vez que echaba a correr hacia los muelles. Eikel llegaría hoy pero no tenía idea de la hora, quizás incluso ya había llegado.
Lo primero era informarse cuanto tardarían en llegar los barcos provenientes de esa zona del Mar del Este, así que se acercó a preguntar por los astilleros en busca de una respuesta. Parecía que no la iban a hacer esperar mucho, pues el primer capataz de navío al que se acercó estuvo más que dispuesto a cooperar. Era el típico lobo de mar, con gorrita de marinero y pipa de madera, bastante musculado y con el tatuaje de una ancla en el brazo. Le indicó muy amablemente que solo tendría que esperar unos tres días pues hacía tiempo que los barcos con ese rumbo habían zarpado. Leah se despidió de él y fue a buscar algo de merienda, una caña de chocolate estaría bien.
Pasaron tres días y tres noches, con el Sol dando paso a la Luna y viceversa, sin mucho más movimiento que el de reclutas Marines correteando arriba y abajo debido al entrenamiento. Leah se reía de ellos todas las mañanas cuando salía del cuartel, hasta que acabase su permiso era libre de lanzar la piedra y esconder la mano. De pronto se percató de algo mirando el calendario. El día en el que estaba tenía un gran tachón en forma de “X” roja, así que debía tratarse de un día importante, solo que tenía ni idea de por qué. Daba igual, si era tan importante ya se acordaría.
En uno de sus paseos matutinos decidió, como no, comprarse alguna golosina para tener algo que picar por la mañana. Entro en la tienda y en un rápido intercambio de berries por bienes, salió del establecimiento con una tableta de chocolate cuyo envoltorio era morado y con una ardilla dibujada en él. Era gracioso porque el chocolate tenía avellanas y a las ardillas les gustan frutos secos. Ardillas. Mierfda. Dijo con la boca llena de chocolate a la vez que echaba a correr hacia los muelles. Eikel llegaría hoy pero no tenía idea de la hora, quizás incluso ya había llegado.
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Eikel se encontraba en la proa del barco, completamente extasiado y con ganas de que zarpara. En parte estaba nervioso, había leído cosas sobre las frutas del diablo y sabía que bajo ningún concepto debería de caer al agua, así que la idea de que el barco se hundiese o algo saliese mal, rondaba su peluda cocorota. No tardaron demasiado en abandonar el puerto, el roedor corrió a la popa del barco para así observar como la isla de la villa Syrup se hacía cada vez mas pequeña, lejos de estar triste, le gustaba la idea de alejarse de ese lugar aunque solo fuese por unos días.
Una vez en alta mar, sin ninguna isla a la vista, el pequeño se perdió en la inmensidad del mar. Pensaba en todas las especies que poblaban el basto océano del cual el no podía ver nada desde su posición. No tardó mucho en pensar en las razas más atípicas de las profundidades, como los gyojin o los tritones. A Eikel realmente le fascinaban esas criaturas, el poder vivir debajo del mar, tan desconocido para los humanos, incluso había leído un par de libros sobre anatomía de estas razas con la poca información recopilada. Quizás el hecho de no poder viajar a las profundidades marinas, le creaba ese tipo de añoranzas y sentimientos.
Llevaba un rato extasiado mirando al mar, cuando el hambre empezó a apretar. La joven ardilla sacó unos cuantos frutos secos de su pequeña mochila y empezó a comer, también tenía un par de galletas, de las cuales, decidió sacar una para tomarla como postre. Mientras comía sentado en la cubierta de proa, una extraña gaviota aterrizó frente a él, su mirada estaba fija en la galleta de Eikel. Éste por probar, rompió un trocito y se lo lanzó a ver como reaccionaba. La gaviota devoró el trozo de galleta y dio un par de pasos más hacia el roedor, el cual desmenuzó la mitad de la galleta y se la lanzó. Parecía que había conseguido un nuevo amigo, el ave no se separó de el durante todo el trayecto y éste de vez en cuando le daba algo de comer.
Pasado un tiempo, por fin divisaron tierra, Eikel estaba ansioso por llegar a pesar de que el paseo en barco le estaba gustando, sus ganas de ver de nuevo a Leah eran superiores a todo lo que podía encontrar en el navío. En efecto, por fin habían llegado a shellstown, el barco no tardó en atar cabos y el roedor pisó por fin tierra firma. Para su sorpresa, la gaviota aun le seguía y no dudó en darle el resto de sus víveres, ya que suponía que sus caminos se separarían allí. Una vez hecho esto, empezó a ver en todas direcciones, desgraciadamente no había rastro de su amiga.
Eikel se sentó encima de una de una bita del puerto, a esperar pacientemente, quizás la chica no sabría calcular el tiempo que tardaría y estaría perdido por la ciudad durante un par de días. Fueron solo unos minutos que al pequeño le parecieron horas, hasta que por fin, pudo ver a Leah a paso apurado acercándose al muelle.
-¡Leah, aquí! Gritó el roedor emocionado, saltando sobre la plataforma de metal improvisada como asiento. La gaviota, que estaba medio dormida al lado del roedor pegó un breve aleteo y comenzó a volar asustada.
Una vez en alta mar, sin ninguna isla a la vista, el pequeño se perdió en la inmensidad del mar. Pensaba en todas las especies que poblaban el basto océano del cual el no podía ver nada desde su posición. No tardó mucho en pensar en las razas más atípicas de las profundidades, como los gyojin o los tritones. A Eikel realmente le fascinaban esas criaturas, el poder vivir debajo del mar, tan desconocido para los humanos, incluso había leído un par de libros sobre anatomía de estas razas con la poca información recopilada. Quizás el hecho de no poder viajar a las profundidades marinas, le creaba ese tipo de añoranzas y sentimientos.
Llevaba un rato extasiado mirando al mar, cuando el hambre empezó a apretar. La joven ardilla sacó unos cuantos frutos secos de su pequeña mochila y empezó a comer, también tenía un par de galletas, de las cuales, decidió sacar una para tomarla como postre. Mientras comía sentado en la cubierta de proa, una extraña gaviota aterrizó frente a él, su mirada estaba fija en la galleta de Eikel. Éste por probar, rompió un trocito y se lo lanzó a ver como reaccionaba. La gaviota devoró el trozo de galleta y dio un par de pasos más hacia el roedor, el cual desmenuzó la mitad de la galleta y se la lanzó. Parecía que había conseguido un nuevo amigo, el ave no se separó de el durante todo el trayecto y éste de vez en cuando le daba algo de comer.
Pasado un tiempo, por fin divisaron tierra, Eikel estaba ansioso por llegar a pesar de que el paseo en barco le estaba gustando, sus ganas de ver de nuevo a Leah eran superiores a todo lo que podía encontrar en el navío. En efecto, por fin habían llegado a shellstown, el barco no tardó en atar cabos y el roedor pisó por fin tierra firma. Para su sorpresa, la gaviota aun le seguía y no dudó en darle el resto de sus víveres, ya que suponía que sus caminos se separarían allí. Una vez hecho esto, empezó a ver en todas direcciones, desgraciadamente no había rastro de su amiga.
Eikel se sentó encima de una de una bita del puerto, a esperar pacientemente, quizás la chica no sabría calcular el tiempo que tardaría y estaría perdido por la ciudad durante un par de días. Fueron solo unos minutos que al pequeño le parecieron horas, hasta que por fin, pudo ver a Leah a paso apurado acercándose al muelle.
-¡Leah, aquí! Gritó el roedor emocionado, saltando sobre la plataforma de metal improvisada como asiento. La gaviota, que estaba medio dormida al lado del roedor pegó un breve aleteo y comenzó a volar asustada.
La suerte estaba de su lado, aún no era demasiado tarde, por lo que era improbable que Eikel hubiese llegado ya a puerto. O eso habría pensado Leah si no lo hubiese visto botar como un loco sobre uno de los amarres de metal. Maldita su suerte. Lo malo de aquello era que le tendría que explicar alguna trola sobre lo increíblemente ocupada que estaba y como le fue imposible llegar antes. Se acercó con paso despreocupado al roedor, pero como no, eso no era lo suficientemente rápido para él y tuvo que salir escopetado hacía ella. Lo hizo a cámara lenta, con los ojos cerrados y dejando entrever su diminuto dientecito a través de su sonrisa de roedor. O eso le pareció a Leah, tampoco estaba cien por cien segura.
- Veo que has llegado bien, pensaba que un viaje en barco igual le vendría algo grande a una ardilla. Le dijo con su característica sonrisa a la vez que levantaba ligeramente las cejas. Hablaron lo típico, le coló la excusa de llegar tarde en cuanto vio el momento y empezaron a andar hacia el cuartel. Algunas personas le dirigieron miradas curiosas a Eikel, pero nada más que eso. Cuando estaban a medio camino Leah cayó en una cosa, a esas horas empezaban las prácticas de tiro y era un infierno encontrarse cerca. Por lo que veía el roedor venía bien preparado para el viaje, con su diminuta maleta accesorio y todo, así que lo llevó a un pequeño parque para que por lo menos no tuviese que cargar con ella por ahí y se sentaron en un banco.
- Toma, para ti. Dijo extendiéndole el envoltorio de su chocolatina, un bonito plástico reflectante con una ardillita dibujada, muy sexy ella, suponiendo que fuese una ardilla chica, claro. Suspiró al ver algunos niños jugar a la pelota, parecía que solo había niños en esa puñetera ciudad. Uno de ellos chutó el balón tan fuerte que lo encaló en la junta de los tejados de dos edificios que estaban pegados. Leah se echó a reír al ver la expresión del niño, quien le dedicó un gesto bastante obsceno. Desde luego la juventud de hoy en día está fatal educada, pero por supuesto ella le devolvió el mismo gesto para demostrarle quien mandaba.
- Llevo mucho tiempo queriendo preguntarte esto. Desde el día que nos conocimos. Comentó mientras seguía con la mirada a los niños que se daban por vencidos en sus intentos de recuperar su pelota encalada. Juntó las yemas de los dedos y se preparó para formular su pregunta, frunciendo el ceño. ¿Por qué… eres una ardilla que habla? Era el momento perfecto para satisfacer su curiosidad. Así que disparó sin pensárselo dos veces.
- Veo que has llegado bien, pensaba que un viaje en barco igual le vendría algo grande a una ardilla. Le dijo con su característica sonrisa a la vez que levantaba ligeramente las cejas. Hablaron lo típico, le coló la excusa de llegar tarde en cuanto vio el momento y empezaron a andar hacia el cuartel. Algunas personas le dirigieron miradas curiosas a Eikel, pero nada más que eso. Cuando estaban a medio camino Leah cayó en una cosa, a esas horas empezaban las prácticas de tiro y era un infierno encontrarse cerca. Por lo que veía el roedor venía bien preparado para el viaje, con su diminuta maleta accesorio y todo, así que lo llevó a un pequeño parque para que por lo menos no tuviese que cargar con ella por ahí y se sentaron en un banco.
- Toma, para ti. Dijo extendiéndole el envoltorio de su chocolatina, un bonito plástico reflectante con una ardillita dibujada, muy sexy ella, suponiendo que fuese una ardilla chica, claro. Suspiró al ver algunos niños jugar a la pelota, parecía que solo había niños en esa puñetera ciudad. Uno de ellos chutó el balón tan fuerte que lo encaló en la junta de los tejados de dos edificios que estaban pegados. Leah se echó a reír al ver la expresión del niño, quien le dedicó un gesto bastante obsceno. Desde luego la juventud de hoy en día está fatal educada, pero por supuesto ella le devolvió el mismo gesto para demostrarle quien mandaba.
- Llevo mucho tiempo queriendo preguntarte esto. Desde el día que nos conocimos. Comentó mientras seguía con la mirada a los niños que se daban por vencidos en sus intentos de recuperar su pelota encalada. Juntó las yemas de los dedos y se preparó para formular su pregunta, frunciendo el ceño. ¿Por qué… eres una ardilla que habla? Era el momento perfecto para satisfacer su curiosidad. Así que disparó sin pensárselo dos veces.
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La bienvenida fue mejor de que lo esperaba, Eikel tenía en mente una acogida algo mas fría, pero se alegraba de ello. Después de unas bromas de rigor se pusieron en marcha, la ardilla se dejaba llevar, absorto por la multitud de casas todas pegadas y gente moviéndose de un lado a otro. Todo le parecía emocionante, todo le llamaba la atención, tanto que hasta le costaba seguir el ritmo de la conversación que mantenían. Llegado a un punto la chica le llevó hasta un parque donde estaban unos niños jugando alegremente. Se sentaron en un banco y la joven le entregó un papel extraño, con una ardilla dibujada, supuso que era un regalo así que lo guardó.
Observaba que Leah miraba fijamente a los niños mientras jugaban, hasta que uno de ellos lanzó la pelota a un tejado, quedándose atorada. La chica empezó a reírse con malicia y no tardo en recibir el desacuerdo de uno de los niños, al que Leah le respondió con la misma moneda. El roedor no estaba para nada contento con las acciones de su amiga, pero cuando iba a hablar, ésta le interrumpió. La chica le pregunto acerca de su capacidad para hablar, estaba acostumbrado a esa pregunta, ya que tenía que responderla en multitud de ocasiones.
-No se si has oído hablar de las frutas del diablo, por suerte o por desgracia, ingerí una y ahora soy su portador. Respondió el pequeño, añadiendo datos sobre las akuma a la chica.
-Por cierto. ¿Te parece esa forma de tratar a unos niños?¿Tu nunca has sido una niña o que? Cualquiera que no te conozca, pensara de ti que eres una persona horrible. Replicó el roedor algo enfadado por lo antes acontecido.
En ese momento, los dos entraron en una acalorada discusión donde Leah no daba su brazo a torcer a pesar de los argumentos de peso del pequeño roedor. Estuvieron en ese banco durante unos minutos, callados mirando a la nada, pensativos. Cualquiera diría que estaban enfadados, pero en realidad estaban replanteándose varias cosas. Un poco mas tarde, Leah dio la orden de partir de nuevo y Eikel volvió a la realidad, para asombrarse una vez mas de las maravillas que le esperaban en la ciudad. Nada más levantarse, la ardilla sacó una galleta de su mochila y se la dio a Leah, en un gesto de complicidad.
Observaba que Leah miraba fijamente a los niños mientras jugaban, hasta que uno de ellos lanzó la pelota a un tejado, quedándose atorada. La chica empezó a reírse con malicia y no tardo en recibir el desacuerdo de uno de los niños, al que Leah le respondió con la misma moneda. El roedor no estaba para nada contento con las acciones de su amiga, pero cuando iba a hablar, ésta le interrumpió. La chica le pregunto acerca de su capacidad para hablar, estaba acostumbrado a esa pregunta, ya que tenía que responderla en multitud de ocasiones.
-No se si has oído hablar de las frutas del diablo, por suerte o por desgracia, ingerí una y ahora soy su portador. Respondió el pequeño, añadiendo datos sobre las akuma a la chica.
-Por cierto. ¿Te parece esa forma de tratar a unos niños?¿Tu nunca has sido una niña o que? Cualquiera que no te conozca, pensara de ti que eres una persona horrible. Replicó el roedor algo enfadado por lo antes acontecido.
En ese momento, los dos entraron en una acalorada discusión donde Leah no daba su brazo a torcer a pesar de los argumentos de peso del pequeño roedor. Estuvieron en ese banco durante unos minutos, callados mirando a la nada, pensativos. Cualquiera diría que estaban enfadados, pero en realidad estaban replanteándose varias cosas. Un poco mas tarde, Leah dio la orden de partir de nuevo y Eikel volvió a la realidad, para asombrarse una vez mas de las maravillas que le esperaban en la ciudad. Nada más levantarse, la ardilla sacó una galleta de su mochila y se la dio a Leah, en un gesto de complicidad.
Leah se rio por el comentario de las frutas del diablo. No podía creer que no se le hubiese ocurrido, había cosas más raras rondando por el mundo que un usuario como ella. Estuvo a punto de decirle que eran compañeros de frutas, preguntarle cómo funcionaba la suya y ese tipo de cosas. A ella no le parecía algo malo, desde luego, aunque teniendo en cuenta que Eikel podía haber pasado toda su vida como ardilla o ser un humano transformado en roedor, su situación igual había resultado un tanto difícil al principio.
Todo habría ido sobre ruedas si no fuese por sus reproches sin sentido. ¿Cómo que si le parecía bien? Pues claro que le parecía bien, no iba a dejar a unos criajos salirse con la suya, y si perdían la pelota en un tejado no era otra cosa que por unos buenos para nada en cuestiones futbolísticas u otros deportes similares. Alguien tenía que enseñarles lo que era la clase, lo que significaba tener a alguien por encima a quien mirar, y la persona perfecta para ese trabajo era Leah. Por eso solía vestir de forma tan elegante, por eso y porque le habían enseñado a vestir solo con lo mejor. De pronto se calló en mitad de la “discusión”. No lo había pensado así. En el fondo seguía caminando por el camino que le inculcaron, después de tanto tiempo.
No quería seguir allí ni pensar más en eso, así que se sacudió la cabeza y le dijo a Eikel que era hora de irse o se les haría tarde. En realidad no se les hacía tarde para nada, solo era una excusa. Al levantarse el roedor le ofreció una galleta que Leah aceptó con gusto. Nunca se han comido suficientes dulces, eso lo sabe todo el mundo. Al comerla reparó en cómo unas migas impregnaban su impoluta chaqueta blanca de restos de galleta. Normalmente se habría enfadado, pero no esta vez. Vestía así porque le gustaba… ¿o por qué siempre la habían hecho vestir así? Se sentía especial llevando algo que la diferenciara del resto de Marines, le encantaba sentirse superior, de eso no cabía duda.
Aunque estuviese de permiso, solía dormir en el cuartel ya que era mucho más barato que pagarse un alquiler y porque no soportaría en tener que compartir piso, ya le bastaba con tener que dormir en habitaciones con literas comunes como para encima compartir tareas domésticas. Llevo a Eikel de “visita” por el cuartel sin pararse demasiado a hacer de guía turístico. La idea era dejar sus cosas junto a las suyas y seguir dando un paseo por la ciudad… la cuestión era a donde. Lo pensó detenidamente y decidió que había un lugar que no podía fallar: una gran tienda de libros situada en el centro. Sabía que Eikel también compartía su afición por la lectura y esa tienda era mucho más grande que la su villa natal. Sin duda le encantaría.
Todo habría ido sobre ruedas si no fuese por sus reproches sin sentido. ¿Cómo que si le parecía bien? Pues claro que le parecía bien, no iba a dejar a unos criajos salirse con la suya, y si perdían la pelota en un tejado no era otra cosa que por unos buenos para nada en cuestiones futbolísticas u otros deportes similares. Alguien tenía que enseñarles lo que era la clase, lo que significaba tener a alguien por encima a quien mirar, y la persona perfecta para ese trabajo era Leah. Por eso solía vestir de forma tan elegante, por eso y porque le habían enseñado a vestir solo con lo mejor. De pronto se calló en mitad de la “discusión”. No lo había pensado así. En el fondo seguía caminando por el camino que le inculcaron, después de tanto tiempo.
No quería seguir allí ni pensar más en eso, así que se sacudió la cabeza y le dijo a Eikel que era hora de irse o se les haría tarde. En realidad no se les hacía tarde para nada, solo era una excusa. Al levantarse el roedor le ofreció una galleta que Leah aceptó con gusto. Nunca se han comido suficientes dulces, eso lo sabe todo el mundo. Al comerla reparó en cómo unas migas impregnaban su impoluta chaqueta blanca de restos de galleta. Normalmente se habría enfadado, pero no esta vez. Vestía así porque le gustaba… ¿o por qué siempre la habían hecho vestir así? Se sentía especial llevando algo que la diferenciara del resto de Marines, le encantaba sentirse superior, de eso no cabía duda.
Aunque estuviese de permiso, solía dormir en el cuartel ya que era mucho más barato que pagarse un alquiler y porque no soportaría en tener que compartir piso, ya le bastaba con tener que dormir en habitaciones con literas comunes como para encima compartir tareas domésticas. Llevo a Eikel de “visita” por el cuartel sin pararse demasiado a hacer de guía turístico. La idea era dejar sus cosas junto a las suyas y seguir dando un paseo por la ciudad… la cuestión era a donde. Lo pensó detenidamente y decidió que había un lugar que no podía fallar: una gran tienda de libros situada en el centro. Sabía que Eikel también compartía su afición por la lectura y esa tienda era mucho más grande que la su villa natal. Sin duda le encantaría.
Eikel
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La galleta, como era costumbre no había fallado, Leah seguía siendo la misma aun después del intento de reprimenda por parte de Eikel. Antes de irse, el pequeño escaló por una cañería hasta el tejado, recogió el balón y se lo lanzó a los niños, que antes de poder dar las gracias, solo pudieron exclamar un sonoro "woooow" cuando la ardilla saltó del tejado planeando hasta Leah. Pensó que no se había dando cuenta, mejor que mejor, no quería volver a entrar en disputas, al menos de momento. No estaba seguro de a donde se dirigían, pero le daba igual, para él todo era nuevo y maravilloso, incluso al ver algunos mercados o tiendas le salía la vena consumista y sus berries le quemaban en el bolsillo interior de su capa.
Después de un buen rato caminando, llegaron al cuartel. Durante el camino, lo que mas le maravillo al pequeño fue toda la gente que había y la mayoría parecían felices sin importar su rango social, el cual era bastante notorio a simple vista. Supuso que la mayoría de los adinerados, serían familia de los altos cargos militares del lugar. En el cuartel todo pasó extremadamente rápido, Leah le pidió al roedor que no se separase y lo tomo al pie de la letra, caminando a paso ligero entre corredores y puertas. Le dio la impresión de que la chica se metería en líos si la encontraban merodeando con un intruso, así que hizo todo lo posible para pasar inadvertido y no separarse ni un milímetro de ella. Cuando llegaron a las cuadras de los militares, todo estaba lleno de literas, no sabía como Leah era capaz de dormir allí con tanta gente. La joven cogió la mochila de Eikel y la metió en su taquilla para salir de nuevo del lugar a toda velocidad, le parecía una buena idea a pesar de ser pequeña y llevar pocas cosas, al roedor le parecía pesar un quintal después de tanto caminar.
Una vez fuera, la chica parecía pensativa hasta que de pronto, exhalo un sonoro suspiro y levanto un dedo al aire. La joven empezó a apurar el paso y la ardilla la seguía a duras penas, obligándole a ponerse a cuatro patas en varias ocasiones. Cuando llegaron al destino acordado por Leah, todo había cobrado sentido, el cansancio abandono su cuerpo y solo pudo quedarse quieto delante de un escaparate. Habían llegado a la librería, parece que la chica conocía a Eikel bastante bien, el cual, ya estaba maravillado con el escaparate de la tienda, lleno de libros. ¡Había casi mas libros en ese escaparate que la librería de su pueblo!. La cosa no fue a mejor cuando entraron al establecimiento, montones de estanterías con libros perfectamente colocados, ordenados por temáticas y de los cuales podía observar el dorso para así leer su título. El pequeño estaba en éxtasis, al momento Leah lo perdió de vista y al cabo de unos minutos, volvió a aparecer oculto en una columna de libros, haciendo malabares para no tirarlos. La chica le dijo entre risas que con un par serían suficientes, volverían mas veces durante su estancia. A pesar de sus palabras, el roedor tardó varios minutos en elegir que libros se llevaría hoy. Optó por uno de cocina que le parecía interesante y otro que estaba oculto debajo de éste.
Una vez pagaron, salieron de la librería, el roedor sacó de la bolsa su libro de cocina y se la entregó a Leah con el otro misterioso contenido. Cuando leah abrió la bolsa se encontró con un libro titulado "Peter Pan".
-Toma un regalo. A ver si eres capaz de leer gran parte esta noche. Me gustaría comentarlo contigo. Sonrió el pequeño dando a entender que sería algo importante. Sabía que la chica era una experta lectora, así que no tardaría demasiado.
Después de un buen rato caminando, llegaron al cuartel. Durante el camino, lo que mas le maravillo al pequeño fue toda la gente que había y la mayoría parecían felices sin importar su rango social, el cual era bastante notorio a simple vista. Supuso que la mayoría de los adinerados, serían familia de los altos cargos militares del lugar. En el cuartel todo pasó extremadamente rápido, Leah le pidió al roedor que no se separase y lo tomo al pie de la letra, caminando a paso ligero entre corredores y puertas. Le dio la impresión de que la chica se metería en líos si la encontraban merodeando con un intruso, así que hizo todo lo posible para pasar inadvertido y no separarse ni un milímetro de ella. Cuando llegaron a las cuadras de los militares, todo estaba lleno de literas, no sabía como Leah era capaz de dormir allí con tanta gente. La joven cogió la mochila de Eikel y la metió en su taquilla para salir de nuevo del lugar a toda velocidad, le parecía una buena idea a pesar de ser pequeña y llevar pocas cosas, al roedor le parecía pesar un quintal después de tanto caminar.
Una vez fuera, la chica parecía pensativa hasta que de pronto, exhalo un sonoro suspiro y levanto un dedo al aire. La joven empezó a apurar el paso y la ardilla la seguía a duras penas, obligándole a ponerse a cuatro patas en varias ocasiones. Cuando llegaron al destino acordado por Leah, todo había cobrado sentido, el cansancio abandono su cuerpo y solo pudo quedarse quieto delante de un escaparate. Habían llegado a la librería, parece que la chica conocía a Eikel bastante bien, el cual, ya estaba maravillado con el escaparate de la tienda, lleno de libros. ¡Había casi mas libros en ese escaparate que la librería de su pueblo!. La cosa no fue a mejor cuando entraron al establecimiento, montones de estanterías con libros perfectamente colocados, ordenados por temáticas y de los cuales podía observar el dorso para así leer su título. El pequeño estaba en éxtasis, al momento Leah lo perdió de vista y al cabo de unos minutos, volvió a aparecer oculto en una columna de libros, haciendo malabares para no tirarlos. La chica le dijo entre risas que con un par serían suficientes, volverían mas veces durante su estancia. A pesar de sus palabras, el roedor tardó varios minutos en elegir que libros se llevaría hoy. Optó por uno de cocina que le parecía interesante y otro que estaba oculto debajo de éste.
Una vez pagaron, salieron de la librería, el roedor sacó de la bolsa su libro de cocina y se la entregó a Leah con el otro misterioso contenido. Cuando leah abrió la bolsa se encontró con un libro titulado "Peter Pan".
-Toma un regalo. A ver si eres capaz de leer gran parte esta noche. Me gustaría comentarlo contigo. Sonrió el pequeño dando a entender que sería algo importante. Sabía que la chica era una experta lectora, así que no tardaría demasiado.
No tenía pensado pasarse por allí, no tan pronto al menos, pero ya que estaba en la librería no iba a desaprovechar la oportunidad de echar una ojeada. Se separó de Eikel pues sus gustos eran seguramente como la noche y el día. Leah se enfiló a la sección de novela negra donde le invadieron nostálgicos recuerdos de historias que había leído: casos sin resolver, asesinatos a media noche, detectives que actuaban como un anti-héroe saltándose las leyes y esas cosas tan maravillosas que normalmente solo encuentras en la ficción. Vio un par de títulos interesantes pero no sentía el afán consumista que por lo visto había poseído la ardilla.
Salieron del establecimiento tras un rato que aunque les pareció corto casi había consumido casi tres cuartos de hora. Eikel le entregó algo a la chica, una especie de regalo misterioso que resultó ser un libro para críos. Leah lo cogió, ojeando brevemente la portada, sin dedicarle ni un gracias al roedor. No pensaba leerlo, aun así lo guardó nuevamente en la bolsa para poder llevarlo cómodamente por ahí.
El resto del día transcurrió sin más percances, pasearon por algunos lugares emblemáticos, pero solo de pasada pues ya se hacía tarde y Leah quería volver al cuartel para pegarse una ducha y acostarse temprano. Comer era opcional pues no tenía nada de hambre en ese momento, por lo que ambos se despidieron a la entrada del edificio de la Marina y cada uno se fue por su lado. La chica no supo darle indicaciones de donde podría pasar la noche ya que no tenía ni idea de donde podría quedarse por un buen precio. Se llevó el índice y el pulgar a la barbilla en busca de alguna idea, hasta que esta apareció.
- ¿Sabes qué? Al cuerno, te vienes conmigo. Las normas eran bien claras: nada de visitas no autorizadas o personal ajeno a la base, pero como un gran filósofo dijo una vez, fuck the police. Buscaría alguna cesta para la ropa o algo así y lo metería debajo de la cama. Esperaba sinceramente que no fuese una ardilla roncadora.
Llegada ya la noche, con la mayoría de la base incluido Eikel durmiendo, Leah daba vueltas en su litera. Era una práctica tradicional que repetía religiosamente cada noche que no podía dormir. Volteó su cabeza hacia la mesita y vio la bolsa con aquel libro que le regaló la ardilla. Según parecía su insomnio era alguna especie de castigo divino por culpa de portarse mal con alguien tan santurrón como Eikel. Decidió que tampoco pasaría nada por ojear el libro así que encendió un farolillo de aceite que era lo suficientemente tenue como para no despertar a nadie. Como era de suponer se lo acabó en unas pocas horas. Al parecer trataba de un niño que iba de líder y que como no quería hacerse mayor se fue a vivir a un país mágico de indios y piratas o algo así. No tenía ni idea de que sacar en claro de todo eso, lo único que le extrañó era que la chica lo rechazó al final para volver a vivir una vida como el resto de niños normales. ¿Cómo podía preferir ser una más del montón cuando podía haberse convertido en la reina de Nunca Jamás? Leah no lo entendía, así que apagó la lamparita y decidió intentar dormir de nuevo.
Por la mañana, cuando se aseguró de que no quedaba nadie en la habitación, le dijo a Eikel de salir de su escondite. Ahora sí que se comería hasta un elefante. Y por ello pusieron rumbo a algún establecimiento con comida, preferiblemente con productos hechos de hojaldre y chocolate.
- Me he leído tu estúpido libro. Dijo sin venir a cuento, pero ya no podía aguantarse más. Creo que sé lo que intentas decirme. Peter es un chico que abandona a su familia porque supo que no le gustaría su vida y entonces se autoproclama rey de su pequeño gran mundo, pero la final se queda solo y tiene que arrastrarse como un miserable a Wendy para que al menos vaya a visitarle una vez al año. Él pensaba que era el mejor y que todos lo aceptarían como su rey por ello pero si al final se hubiese tragado su orgullo y hubiese decidido cambiar de aires, podría haberse ido a vivir una vida feliz con la chica a la que obviamente amaba y los otros niños. En el momento de leer el libro Leah se identificó enseguida con el protagonista, alguien que claramente era superior a los otros y que tenía como archienemigos a los piratas. No era tan mal libro como esperaba a decir verdad, incluso le hizo replantearse algunas cosas.
Salieron del establecimiento tras un rato que aunque les pareció corto casi había consumido casi tres cuartos de hora. Eikel le entregó algo a la chica, una especie de regalo misterioso que resultó ser un libro para críos. Leah lo cogió, ojeando brevemente la portada, sin dedicarle ni un gracias al roedor. No pensaba leerlo, aun así lo guardó nuevamente en la bolsa para poder llevarlo cómodamente por ahí.
El resto del día transcurrió sin más percances, pasearon por algunos lugares emblemáticos, pero solo de pasada pues ya se hacía tarde y Leah quería volver al cuartel para pegarse una ducha y acostarse temprano. Comer era opcional pues no tenía nada de hambre en ese momento, por lo que ambos se despidieron a la entrada del edificio de la Marina y cada uno se fue por su lado. La chica no supo darle indicaciones de donde podría pasar la noche ya que no tenía ni idea de donde podría quedarse por un buen precio. Se llevó el índice y el pulgar a la barbilla en busca de alguna idea, hasta que esta apareció.
- ¿Sabes qué? Al cuerno, te vienes conmigo. Las normas eran bien claras: nada de visitas no autorizadas o personal ajeno a la base, pero como un gran filósofo dijo una vez, fuck the police. Buscaría alguna cesta para la ropa o algo así y lo metería debajo de la cama. Esperaba sinceramente que no fuese una ardilla roncadora.
Llegada ya la noche, con la mayoría de la base incluido Eikel durmiendo, Leah daba vueltas en su litera. Era una práctica tradicional que repetía religiosamente cada noche que no podía dormir. Volteó su cabeza hacia la mesita y vio la bolsa con aquel libro que le regaló la ardilla. Según parecía su insomnio era alguna especie de castigo divino por culpa de portarse mal con alguien tan santurrón como Eikel. Decidió que tampoco pasaría nada por ojear el libro así que encendió un farolillo de aceite que era lo suficientemente tenue como para no despertar a nadie. Como era de suponer se lo acabó en unas pocas horas. Al parecer trataba de un niño que iba de líder y que como no quería hacerse mayor se fue a vivir a un país mágico de indios y piratas o algo así. No tenía ni idea de que sacar en claro de todo eso, lo único que le extrañó era que la chica lo rechazó al final para volver a vivir una vida como el resto de niños normales. ¿Cómo podía preferir ser una más del montón cuando podía haberse convertido en la reina de Nunca Jamás? Leah no lo entendía, así que apagó la lamparita y decidió intentar dormir de nuevo.
Por la mañana, cuando se aseguró de que no quedaba nadie en la habitación, le dijo a Eikel de salir de su escondite. Ahora sí que se comería hasta un elefante. Y por ello pusieron rumbo a algún establecimiento con comida, preferiblemente con productos hechos de hojaldre y chocolate.
- Me he leído tu estúpido libro. Dijo sin venir a cuento, pero ya no podía aguantarse más. Creo que sé lo que intentas decirme. Peter es un chico que abandona a su familia porque supo que no le gustaría su vida y entonces se autoproclama rey de su pequeño gran mundo, pero la final se queda solo y tiene que arrastrarse como un miserable a Wendy para que al menos vaya a visitarle una vez al año. Él pensaba que era el mejor y que todos lo aceptarían como su rey por ello pero si al final se hubiese tragado su orgullo y hubiese decidido cambiar de aires, podría haberse ido a vivir una vida feliz con la chica a la que obviamente amaba y los otros niños. En el momento de leer el libro Leah se identificó enseguida con el protagonista, alguien que claramente era superior a los otros y que tenía como archienemigos a los piratas. No era tan mal libro como esperaba a decir verdad, incluso le hizo replantearse algunas cosas.
Eikel
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
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La chica dio un rápido vistazo al contenido de la bolsa y la volvió a cerrar, ni siquiera le dio las gracias, pero que narices, se trataba de Leah, así que era algo completamente normal. El resto de la tarde transcurrió tranquila, visitaron algunos lugares emblemáticos de la ciudad, aunque a un paso que no le hacía bien al corazón del pequeño roedor. Sin darse cuenta empezó a anochecer y Eikel decidió acompañar a Leah al cuartel, ya que así, tendría tiempo para pensar donde pasaría la noche. Realmente ese era un tema que le tenía preocupado, en la mayoría de los hoteles en los cuales se había fijado, en la puerta rezaba un cartel de no se permiten animales.
Una vez llegaron al cuartel, el pequeño se puso algo mas nervioso, se acercaba el momento de encontrar cobijo y no sería fácil. Sin saber si Leah se había dado cuenta de la situación o no, después de despedirse, ésta le detuvo y le dijo que pasaría la noche en el cuartel, jugándose una buena bronca. Se colaron cuales espías secretos, haciendo una micro parada en la lavandería, donde Leah cogió prestada una cesta y unas sabanas que estaban allí preparadas para ser planchar. Cuando llegaron al barracón, algunos soldados aun estaban despiertos, así que mientras Eikel esperaba en la puerta, la chica con un rápido movimiento y una patada, ocultó la cesta debajo de la cama. Pocos segundos después, a la orden de la muchacha, Eikel se deslizó de un salto debajo de la cama, acomodándose en su cesta. La verdad es que estaba completamente agotado y antes de quedarse dormido, vislumbró la mesilla de noche de Leah con el libro aun en la bolsa, ojala lo lea, pensó con cara de pena mientras se quedaba frito.
Del increíble cansancio que llevaba encima, el roedor ni siquiera se despertó con la marcha de todos los soldados que poblaban la habitación, con sus charlas matutinas y el ruido de sus botas. La chica tuvo que agacharse cuando no había nadie y menear la cesta un para que la pequeña bola castaña se desperezase y saliera de su escondrijo. Las primeras palabras de la chica fueron, me muero de hambre, parece ser que los buenos días estaban sobre valorados entre los militares.
De camino a la bollería mas cercana, Leah le confesó a Eikel que se había leído el libro y le dio una explicación mas que razonable acerca del porque de su regalo.
-Realmente no se tu historia, ni debes contármela si no quieres, pero... ¿Peter Pan no te recuerda a alguien? Dijo el roedor con una pequeña sonrisa.
El resto del camino hasta la pastelería lo pasaron en silencio, parecía que Leah tenía cosas que pensar, así que Eikel simplemente camino a su lado. Una vez llegaron a su destino, e hicieron los debidos encargos, el roedor pagó todo con negativa hacia la chica, que quería invitarle a el, eso no sería caballeroso por su parte. Al salir de la pastelería parecía que la chica por fin iba a pronunciarse y el roedor escuchó expectante.
Una vez llegaron al cuartel, el pequeño se puso algo mas nervioso, se acercaba el momento de encontrar cobijo y no sería fácil. Sin saber si Leah se había dado cuenta de la situación o no, después de despedirse, ésta le detuvo y le dijo que pasaría la noche en el cuartel, jugándose una buena bronca. Se colaron cuales espías secretos, haciendo una micro parada en la lavandería, donde Leah cogió prestada una cesta y unas sabanas que estaban allí preparadas para ser planchar. Cuando llegaron al barracón, algunos soldados aun estaban despiertos, así que mientras Eikel esperaba en la puerta, la chica con un rápido movimiento y una patada, ocultó la cesta debajo de la cama. Pocos segundos después, a la orden de la muchacha, Eikel se deslizó de un salto debajo de la cama, acomodándose en su cesta. La verdad es que estaba completamente agotado y antes de quedarse dormido, vislumbró la mesilla de noche de Leah con el libro aun en la bolsa, ojala lo lea, pensó con cara de pena mientras se quedaba frito.
Del increíble cansancio que llevaba encima, el roedor ni siquiera se despertó con la marcha de todos los soldados que poblaban la habitación, con sus charlas matutinas y el ruido de sus botas. La chica tuvo que agacharse cuando no había nadie y menear la cesta un para que la pequeña bola castaña se desperezase y saliera de su escondrijo. Las primeras palabras de la chica fueron, me muero de hambre, parece ser que los buenos días estaban sobre valorados entre los militares.
De camino a la bollería mas cercana, Leah le confesó a Eikel que se había leído el libro y le dio una explicación mas que razonable acerca del porque de su regalo.
-Realmente no se tu historia, ni debes contármela si no quieres, pero... ¿Peter Pan no te recuerda a alguien? Dijo el roedor con una pequeña sonrisa.
El resto del camino hasta la pastelería lo pasaron en silencio, parecía que Leah tenía cosas que pensar, así que Eikel simplemente camino a su lado. Una vez llegaron a su destino, e hicieron los debidos encargos, el roedor pagó todo con negativa hacia la chica, que quería invitarle a el, eso no sería caballeroso por su parte. Al salir de la pastelería parecía que la chica por fin iba a pronunciarse y el roedor escuchó expectante.
Menos mal que Eikel lo pagaba todo. La chica solo insistía lo justo para parecer amable pero en el fondo respiraba aliviada cuando escuchaba que no tendría que poner berries de su bolsillo. Ir con la ardilla era como un exploit] en la manutención de su fondo económico y estaba dispuesta a aprovecharlo todo lo que podía y más. Finalmente, con el estómago lleno de dulce, y sin pronunciarse desde hacía rato decidió por fin tantear el terreno.
- Peter Pan es un gran personaje, con buenas intenciones y más profundidad de lo que parece. Comentó, como si intentase excusarse por algo que no había hecho. Pero ante la expresión de la ardilla no pudo evitar sincerarse. Eran esos ojos azules. Habría jurado que su alma estaba siendo violada por esa mirada. Pero supongo que debería haber elegido mejor sus acciones. Quería evitar a toda costa el símil entre aquel personajillo de ficción y ella, y desde luego no tenía gana alguna de hablarle a Eikel de su vida. No le hacía falta para nada a ninguno de los dos.
De camino a su siguiente parada, la cual ninguno de los dos sabía cuál era, se volvieron a encontrar a los mismos niños pesados de siempre. Eran los que habían encalado la pelota que la ardilla rescató más tarde, aunque parecían algo ocupado. Leah se fijó más detenidamente en el que parecía el “líder” de la pandilla, el mismo que le había hecho aquel gesto tan descortés. Era un chico bastante alto para su edad, de hecho debía medir lo mismo que la chica quien tampoco era muy alta, tenía el pelo rojo muy brillante y un diente partido que siempre enseñaba al sonreír, además vestía una chaqueta de cremallera de color azul con motivos bastantes coloridos. Desde donde estaban parecía que estaba discutiendo con un chico mayor que él, más o menos de la edad de Leah. La cosa pasó a mayores en un momento y el abusón le cogió por el cuello de la camisa, levantándolo unos centímetros del suelo.
Leah ni siquiera aminoró la marcha. Aquello no iba con ella y ella no iba con aquello, así era el ciclo de la vida. Mala suerte, además seguramente se lo merecía. De repente algo la detuvo, algo que tiraba de su impoluta chaqueta blanca. Era el puñetero Eikel y su atrofiado sentido del deber, el bien y el mal. Prácticamente la coaccionó para que hiciera algo, incluso la acusó de no estar cumpliendo con su deber de Marine. Igual la chica lo exageró un poco en su cabeza pero más o menos fue algo así. No tenemos, mejor dicho, no tengo por qué hacer esto. Aquellos mocosos le caían fatal y eso que no los conocía. Aun así la ardilla no parecía estar de acuerdo con su decisión y seguía hostigándola. Completamente exasperada por la forma de ser del roedor aceptó ir a impartir un poco de justicia solo para que se callase de una vez.
La cosa no duró mucho. En el momento que el abusón de pueblo quiso saber que pintaba una chica con aspecto “de ciudad” allí, Leah sacó una de sus pistolas y le apuntó a la cabeza. El chico a punto estuvo de hacerse pis encima, no entendía nada, y en el momento que uno de los que iban con el intentó pillar desprevenida a la chica por el lado esta le dio un bitch slap que lo tumbó en el suelo. No era de las que se ensuciaban las manos, ni siquiera una buena luchadora, pero era Marine y estaba bien entrenada. Además, que solo eran críos malcriados, por el amos de Dios. Cuando guardó su arma, aquellos mocosos salieron corriendo despavoridos, mientras que el pelirrojo la miraba con ojos brillantes masajeándose su dolorido cuello. Le preguntó que tenía que hacer para conseguir una de esas, refiriéndose a su pistola y Leah rio de buena gana diciéndole en broma que se la cambiaba por su chaqueta. Al chico le faltó tiempo para quitarse su polvorienta chaqueta y tendérsela a la chica, quien la rechazó intentando no reírse de su estupidez para que Eikel no le echase la bronca. Viendo la cara larga del muchacho se le ocurrió una idea.
- Un trueque. Le dijo con una sonrisa. Era algo que había leído en un libro sobre vaqueros hacía muchos años, aunque el chico no parecía entender. Leah se quitó cuidadosamente su chaqueta blanca y se la tendió al pelirrojo con una mano mientras que con la otra esperaba recibir algo a cambio. El muchacho obviamente ni se lo pensó. Aquella chaqueta valía sin duda mil veces más que la suya y podría conseguir una buena cantidad de berries en la calle. Trato hecho. El chico se fue pensando que quizás había juzgado mal a la chica en un primer momento y Leah se preguntó si esto era lo que se sentía al ayudar a alguien fuera del trabajo.
- ¿Me queda bien? Le preguntó a Eikel una vez se reunió otra vez con él. Por raro que pareciese la chaqueta del muchacho le quedaba como un guante. Le daba un poquito de asquete llevar ropa tercermundista pero por otra parte se sintió “guay”, le daba un toque casual que no le desagradaba en absoluto.
- Peter Pan es un gran personaje, con buenas intenciones y más profundidad de lo que parece. Comentó, como si intentase excusarse por algo que no había hecho. Pero ante la expresión de la ardilla no pudo evitar sincerarse. Eran esos ojos azules. Habría jurado que su alma estaba siendo violada por esa mirada. Pero supongo que debería haber elegido mejor sus acciones. Quería evitar a toda costa el símil entre aquel personajillo de ficción y ella, y desde luego no tenía gana alguna de hablarle a Eikel de su vida. No le hacía falta para nada a ninguno de los dos.
De camino a su siguiente parada, la cual ninguno de los dos sabía cuál era, se volvieron a encontrar a los mismos niños pesados de siempre. Eran los que habían encalado la pelota que la ardilla rescató más tarde, aunque parecían algo ocupado. Leah se fijó más detenidamente en el que parecía el “líder” de la pandilla, el mismo que le había hecho aquel gesto tan descortés. Era un chico bastante alto para su edad, de hecho debía medir lo mismo que la chica quien tampoco era muy alta, tenía el pelo rojo muy brillante y un diente partido que siempre enseñaba al sonreír, además vestía una chaqueta de cremallera de color azul con motivos bastantes coloridos. Desde donde estaban parecía que estaba discutiendo con un chico mayor que él, más o menos de la edad de Leah. La cosa pasó a mayores en un momento y el abusón le cogió por el cuello de la camisa, levantándolo unos centímetros del suelo.
Leah ni siquiera aminoró la marcha. Aquello no iba con ella y ella no iba con aquello, así era el ciclo de la vida. Mala suerte, además seguramente se lo merecía. De repente algo la detuvo, algo que tiraba de su impoluta chaqueta blanca. Era el puñetero Eikel y su atrofiado sentido del deber, el bien y el mal. Prácticamente la coaccionó para que hiciera algo, incluso la acusó de no estar cumpliendo con su deber de Marine. Igual la chica lo exageró un poco en su cabeza pero más o menos fue algo así. No tenemos, mejor dicho, no tengo por qué hacer esto. Aquellos mocosos le caían fatal y eso que no los conocía. Aun así la ardilla no parecía estar de acuerdo con su decisión y seguía hostigándola. Completamente exasperada por la forma de ser del roedor aceptó ir a impartir un poco de justicia solo para que se callase de una vez.
La cosa no duró mucho. En el momento que el abusón de pueblo quiso saber que pintaba una chica con aspecto “de ciudad” allí, Leah sacó una de sus pistolas y le apuntó a la cabeza. El chico a punto estuvo de hacerse pis encima, no entendía nada, y en el momento que uno de los que iban con el intentó pillar desprevenida a la chica por el lado esta le dio un bitch slap que lo tumbó en el suelo. No era de las que se ensuciaban las manos, ni siquiera una buena luchadora, pero era Marine y estaba bien entrenada. Además, que solo eran críos malcriados, por el amos de Dios. Cuando guardó su arma, aquellos mocosos salieron corriendo despavoridos, mientras que el pelirrojo la miraba con ojos brillantes masajeándose su dolorido cuello. Le preguntó que tenía que hacer para conseguir una de esas, refiriéndose a su pistola y Leah rio de buena gana diciéndole en broma que se la cambiaba por su chaqueta. Al chico le faltó tiempo para quitarse su polvorienta chaqueta y tendérsela a la chica, quien la rechazó intentando no reírse de su estupidez para que Eikel no le echase la bronca. Viendo la cara larga del muchacho se le ocurrió una idea.
- Un trueque. Le dijo con una sonrisa. Era algo que había leído en un libro sobre vaqueros hacía muchos años, aunque el chico no parecía entender. Leah se quitó cuidadosamente su chaqueta blanca y se la tendió al pelirrojo con una mano mientras que con la otra esperaba recibir algo a cambio. El muchacho obviamente ni se lo pensó. Aquella chaqueta valía sin duda mil veces más que la suya y podría conseguir una buena cantidad de berries en la calle. Trato hecho. El chico se fue pensando que quizás había juzgado mal a la chica en un primer momento y Leah se preguntó si esto era lo que se sentía al ayudar a alguien fuera del trabajo.
- ¿Me queda bien? Le preguntó a Eikel una vez se reunió otra vez con él. Por raro que pareciese la chaqueta del muchacho le quedaba como un guante. Le daba un poquito de asquete llevar ropa tercermundista pero por otra parte se sintió “guay”, le daba un toque casual que no le desagradaba en absoluto.
Eikel
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Eikel escuchó atentamente las palabras de Leah, se alegraba de que al fin, aunque fuese a su manera, reconocía de cierta forma su símil con el personaje de ficción. Después de caminar un rato, se encontraron con los niños que habían perdido el balón, uno de ellos parecía tener problemas y el pequeño roedor no podía ayudarle. Eikel miró de manera inquisitiva a la chica, la cual al principio paso del tema. Pero una y otra vez, volvía a mirar a la ardilla, la cual en ese instante estaba enganchada a su chaqueta intentando detener su marcha.
Leah se aproximó al chico que estaba acosando al niño y suavemente le posó su pistola en la cabeza, a la vez que se libraba de otro de los abusones con tan solo un tortazo. Todos los movimientos fueron impresionantes y precisos para Eikel, era como leer un libro de aventuras y acción. Por un momento el roedor pensó que se había equivocado cuando el niño hizo preguntas acerca de la pistola de Leah, pero cuando se quedó mas impresionado fue cuando intercambiaron sus chaquetas, parecía sonarle de algo, quizás lo había ojeado en alguna lectura deportiva. Mientras el chico se alejaba con la chaqueta blanca, el roedor pudo ver esbozar una ligera sonrisa en el rostro de la chica. Quizás era el nacimiento de una nueva Leah, solo el tiempo lo diría.
La chica se acercó a el mientras se colocaba su nueva chaqueta, mientras le preguntaba que tal le quedaba. El roedor giró un par de veces alrededor de Leah haciéndose el interesante, porque realmente, siendo sinceros, que le iba a recomendar una ardilla que tan solo vestía con una capa.
-Te queda muy bien, me gusta, pero quizás necesitamos algo más para compensar el cambio de atuendo.
De pronto una señal divina se apareció ante Eikel, una tienda con un gran cartel que ponía,"Ropa de segunda mano", estaba a escasos metros de ellos. Al principio Leah no estaba muy convencida de la idea, pero ante la insistencia del roedor no pudo resistirse. Cuando entraron en la tienda, no era para nada lo que esperaban, toda la ropa estaba perfectamente ordenada por tipos,colores,prendas y un sin fin de maneras. La chica comenzó a ojear no muy convencida algunas prendas, cuando el roedor volvió a desaparecer de su vista.
-Leah, ven aquí. Se escuchó una voz a lo lejos. La chica fue buscando de donde venía el sonido y se encontró a la ardilla con un casco militar puesto.
-Aquí hay un montón de ropa militar antigua. Igual encuentras algo que te guste. Dijo la ardilla convencida de que había encontrado un tesoro.
Leah empezó a ojear la ropa que había encontrado el roedor, mientras Eikel se precipitaba dentro de un cajón de oportunidades, que era como una piscina llena de mútiples telas para él.
Leah se aproximó al chico que estaba acosando al niño y suavemente le posó su pistola en la cabeza, a la vez que se libraba de otro de los abusones con tan solo un tortazo. Todos los movimientos fueron impresionantes y precisos para Eikel, era como leer un libro de aventuras y acción. Por un momento el roedor pensó que se había equivocado cuando el niño hizo preguntas acerca de la pistola de Leah, pero cuando se quedó mas impresionado fue cuando intercambiaron sus chaquetas, parecía sonarle de algo, quizás lo había ojeado en alguna lectura deportiva. Mientras el chico se alejaba con la chaqueta blanca, el roedor pudo ver esbozar una ligera sonrisa en el rostro de la chica. Quizás era el nacimiento de una nueva Leah, solo el tiempo lo diría.
La chica se acercó a el mientras se colocaba su nueva chaqueta, mientras le preguntaba que tal le quedaba. El roedor giró un par de veces alrededor de Leah haciéndose el interesante, porque realmente, siendo sinceros, que le iba a recomendar una ardilla que tan solo vestía con una capa.
-Te queda muy bien, me gusta, pero quizás necesitamos algo más para compensar el cambio de atuendo.
De pronto una señal divina se apareció ante Eikel, una tienda con un gran cartel que ponía,"Ropa de segunda mano", estaba a escasos metros de ellos. Al principio Leah no estaba muy convencida de la idea, pero ante la insistencia del roedor no pudo resistirse. Cuando entraron en la tienda, no era para nada lo que esperaban, toda la ropa estaba perfectamente ordenada por tipos,colores,prendas y un sin fin de maneras. La chica comenzó a ojear no muy convencida algunas prendas, cuando el roedor volvió a desaparecer de su vista.
-Leah, ven aquí. Se escuchó una voz a lo lejos. La chica fue buscando de donde venía el sonido y se encontró a la ardilla con un casco militar puesto.
-Aquí hay un montón de ropa militar antigua. Igual encuentras algo que te guste. Dijo la ardilla convencida de que había encontrado un tesoro.
Leah empezó a ojear la ropa que había encontrado el roedor, mientras Eikel se precipitaba dentro de un cajón de oportunidades, que era como una piscina llena de mútiples telas para él.
Eikel le dio su experta opinión de ardilla, aunque era una pregunta trampa pues era obvio que le quedaba bien. Eso no hacía falta ni preguntarlo. En lo que quizás si tenía razón fue en que desconjuntaba bastante con sus pantalones de alta costura también blancos y sus mocasines del mismo color. Siempre vestía de forma muy elegante y eso realmente no hacía justicia a la rebeldía de su juventud. ¿Para qué quejarse tanto de su aburrida forma de vida si luego conservaba alguna de esas aburridas costumbres? Necesitaba un cambio de look, nunca lo había visto tan claro, era como las nubes que estaban frente a sus ojos se disipasen empujadas por los vientos del cambio.
El roedor encontró una tienda de ropa, aunque bien podría ser el festival del pobre si nos fijásemos en las pintas de la clientela que rondaba como moscardones por allí, en busca de las mejores ofertas. No tuvo más remedio que entrar pues cuando la ardilla se ponía pesada, se ponía bien pesada. El título del establecimiento no mentía y en efecto era ropa lo que allí se encontraba. Leah cogió varias prendas y habría jurado ante notario que algunas olían a caca, pero una llamada de atención de Eikel le impidió seguir con su particular control de calidad. Llegó hasta él sin saber muy bien si debía sorprenderse o poner la palma de la mano en su cara, pues lo que vio no tenía precio. Rechazando su amable oferta de alistarse otra vez en la Marina, continuó buscando ropa por otro lado después de echar una pequeña ojeada a la ropa militar, ya que si quisiera ropa militar se pondría el uniforme que tenía en la taquilla del cuartel llenándose de polvo. Quizás lo haría, que diablos, pero por ahora a buscar ropa.
Finalmente encontró unos pantalones cortos de un azul parecido al de su “nueva” chaqueta y unas zapatillas de deporte del mismo color que conjuntarían divinamente. Lo cierto es que le gustaba vestir con una sola tonalidad de color y si podía ser blanco o azul Marine (o parecido) mejor que mejor. Se dirigió a la caja con sus nuevas adquisiciones, para ella era algo completamente nuevo comprar ropa de ese estilo. El estilo tercermundista según Leah, y lo peor es que lo estaba disfrutando.
La chica y su esbirro ardillado salieron por fin de la tienda y la Marine no tardó en ponerse sus nuevas zapatillas. Eran cómodas, no lo negaba, pero necesitaba probarse también el pantalón para completar en conjunto. Entró un momento a la tienda para exigir su derecho a hacer uso de la privacidad de los cambiadores y en un breve movimiento de quitar y poner, apareció de entre la cortinilla la nueva y más moderna Leah. Pensó que vestida así no le costaría mucho ser aceptada como una más de la plebe, pero aun así seguiría estando por encima de ellos, pues ya lo decía el famoso refrán: aunque la princesa se vista de esparto, princesa se queda. O algo así.
Por fin pusieron rumbo calle abajo. Por esa zona estaban situadas la mayoría de tiendas de ropa, cafeterías y demás zonas de recreo de la ciudad, era como un pequeño y camuflado complejo comercial urbano, con una infinidad de posibilidades bastante finita y limitada, tampoco nos vamos a engañar. Aunque para el caso serviría, seguramente Eikel podría comprarse algo bonito de recuerdo.
El roedor encontró una tienda de ropa, aunque bien podría ser el festival del pobre si nos fijásemos en las pintas de la clientela que rondaba como moscardones por allí, en busca de las mejores ofertas. No tuvo más remedio que entrar pues cuando la ardilla se ponía pesada, se ponía bien pesada. El título del establecimiento no mentía y en efecto era ropa lo que allí se encontraba. Leah cogió varias prendas y habría jurado ante notario que algunas olían a caca, pero una llamada de atención de Eikel le impidió seguir con su particular control de calidad. Llegó hasta él sin saber muy bien si debía sorprenderse o poner la palma de la mano en su cara, pues lo que vio no tenía precio. Rechazando su amable oferta de alistarse otra vez en la Marina, continuó buscando ropa por otro lado después de echar una pequeña ojeada a la ropa militar, ya que si quisiera ropa militar se pondría el uniforme que tenía en la taquilla del cuartel llenándose de polvo. Quizás lo haría, que diablos, pero por ahora a buscar ropa.
Finalmente encontró unos pantalones cortos de un azul parecido al de su “nueva” chaqueta y unas zapatillas de deporte del mismo color que conjuntarían divinamente. Lo cierto es que le gustaba vestir con una sola tonalidad de color y si podía ser blanco o azul Marine (o parecido) mejor que mejor. Se dirigió a la caja con sus nuevas adquisiciones, para ella era algo completamente nuevo comprar ropa de ese estilo. El estilo tercermundista según Leah, y lo peor es que lo estaba disfrutando.
La chica y su esbirro ardillado salieron por fin de la tienda y la Marine no tardó en ponerse sus nuevas zapatillas. Eran cómodas, no lo negaba, pero necesitaba probarse también el pantalón para completar en conjunto. Entró un momento a la tienda para exigir su derecho a hacer uso de la privacidad de los cambiadores y en un breve movimiento de quitar y poner, apareció de entre la cortinilla la nueva y más moderna Leah. Pensó que vestida así no le costaría mucho ser aceptada como una más de la plebe, pero aun así seguiría estando por encima de ellos, pues ya lo decía el famoso refrán: aunque la princesa se vista de esparto, princesa se queda. O algo así.
Por fin pusieron rumbo calle abajo. Por esa zona estaban situadas la mayoría de tiendas de ropa, cafeterías y demás zonas de recreo de la ciudad, era como un pequeño y camuflado complejo comercial urbano, con una infinidad de posibilidades bastante finita y limitada, tampoco nos vamos a engañar. Aunque para el caso serviría, seguramente Eikel podría comprarse algo bonito de recuerdo.
Eikel
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Súbitamente ignorado, cuando Eikel salió del cajón de oportunidades, Leah ya no estaba con él. Parece que no le había parecido una buena idea lo de la ropa militar vintage, pero al menos había encontrado un regalo que iría de rechupete con el nuevo look de la chica. Sin saber donde estaba fue al mostrador y pago su compra, escondiéndola casi al momento al ver que Leah se aproximaba con algunos trapos en la mano. Eran unos pantalones cortos y unas zapatillas de deporte, quizás el cambio estaba resultando demasiado brusco, pensó Eikel, pero en el fondo le gustaba. Salieron de la tienda y la chica se puso las zapatillas, también quería ponerse los pantalones pero como era obvio, no lo iba a hacer en medio de la calle. La chica volvió a entrar en la tienda y se cambió en los probadores. Cuando la chica salió, el roedor no hizo mas que aplaudir y levantar el pulgar en signo de aprobación.
-Aunque... Falta algo y no se el que. Le dijo la ardilla pensativa.
Mientras caminaban por el distrito comercial de la ciudad, Eikel seguía desvariando acerca de lo que le faltaba a Leah, de vez en cuanto se paraba delante de ella haciéndola parar en seco, cosa que le disgustaba bastante, y se quedaba observándola con una mano en la barbilla. Tenía que encontrar lo que faltaba antes de volver al cuartel para dormir. Llegados a un punto, el roedor observó un puesto de barquillos en la calle, le encantaban y suponía que a Leah también, así que la arrastro hacia el pequeño puesto, pero, en mitad del camino una extraña voz les detuvo.
-Oig chica, tu look es so chic, pero ese hair no te hace justice. Dijo la mujer mas horrible que Eikel había visto en su vida, estaba super maquillada, parecía tener barba y un pelo rubio platino demasiado llamativo.
-¡Eso es, el pelo! Exclamó el pequeño ante las palabras del okama, sería fea pero tenía razón.
Aquella extraña mujer, parecía regentar una peluquería a excasos metros de allí, por lo tanto los barquillos deberían esperar. Entre el okama y Eikel, arrastraron a Leah hasta el local. El okama le dijo a la ardilla que debía de esperar fuera para que pudiera crear "magia", necesitaba intimidad. Los minutos pasaron con el pequeño esperando de puertas afuera, estaba bastante aburrido, había ojeado varias tiendas cercanas pero nada le llamaba la atención. Hasta que de pronto, la puerta de la peluquería comenzó a abrirse.
-Aunque... Falta algo y no se el que. Le dijo la ardilla pensativa.
Mientras caminaban por el distrito comercial de la ciudad, Eikel seguía desvariando acerca de lo que le faltaba a Leah, de vez en cuanto se paraba delante de ella haciéndola parar en seco, cosa que le disgustaba bastante, y se quedaba observándola con una mano en la barbilla. Tenía que encontrar lo que faltaba antes de volver al cuartel para dormir. Llegados a un punto, el roedor observó un puesto de barquillos en la calle, le encantaban y suponía que a Leah también, así que la arrastro hacia el pequeño puesto, pero, en mitad del camino una extraña voz les detuvo.
-Oig chica, tu look es so chic, pero ese hair no te hace justice. Dijo la mujer mas horrible que Eikel había visto en su vida, estaba super maquillada, parecía tener barba y un pelo rubio platino demasiado llamativo.
-¡Eso es, el pelo! Exclamó el pequeño ante las palabras del okama, sería fea pero tenía razón.
Aquella extraña mujer, parecía regentar una peluquería a excasos metros de allí, por lo tanto los barquillos deberían esperar. Entre el okama y Eikel, arrastraron a Leah hasta el local. El okama le dijo a la ardilla que debía de esperar fuera para que pudiera crear "magia", necesitaba intimidad. Los minutos pasaron con el pequeño esperando de puertas afuera, estaba bastante aburrido, había ojeado varias tiendas cercanas pero nada le llamaba la atención. Hasta que de pronto, la puerta de la peluquería comenzó a abrirse.
Que difícil era contentar a la ardilla sin estar en posesión de un surtido de frutos secos, pero aquella vez Leah se sumó a su inquietud. Le faltaba algo, un no sé qué que qué sé yo el cual no acababan de adivinar. Por el momento se contentarían con gloriosos barquillos de chocolate los cuales tenían como misión paliar su necesidad de azúcar en sangre, como si de unos yonkis del dulce se trataran. O ese habría sido el plan si una especie de esperpento humano no se hubiese cruzado en su camino.
Leah se quedó mirándola, o mirándole, mejor dicho. Tras unos segundos de cavilación llegó a la conclusión de que ahí abajo había badajo. Aquel ser hablaba muy raro y lo peor de todo es que Eikel parecía entenderla/o. ¿Por qué no te sacas el falo de la boca para hablar? ¿Y qué pasa con mi pelo? Llegó a preguntar antes de ser llevada o mejor dicho secuestrada calle abajo hasta lo que parecía ser una peluquería decorada con toda clase de colores chillones en la fachada y rótulos con letras llamativas y extravagantes. Sin duda debía pertenecer a aquella mujer/hombre.
Eikel tuvo que quedarse fuera y la chica se sintió como Will Kane en aquella película tan famosa cuyo nombre no acertaba a recordar en ese momento, seguramente por ser presa de un miedo atroz. El okama la llevaba cogida del brazo con una fuerza que bien podría haberse calificado de sobrehumana, hasta conducirla a un gran sillón de altura variable forrado en un horrible color rosa chillón que quemaba las retinas con solo mirarlo. Tranquila, darling, tú acomoda ese culito respingón tuyo y en nada empezamos the magics. Leah tragó saliva, ¿dónde se había metido? Cuando la mujer/hombre desapareció un momento a una sala contigua en busca de algunos productos, la chica pensó en escapar, pero… había luchado tan duramente, había llegado tan lejos que al final no quería caer, no quería perderlo todo. Era una leona, maldita sea, no una huevona.
El okama apareció con una mascarilla de tela puesta, con unos labios impresos en ella como si le hubiese dado un beso llevando un pintalabios. También traía una cantidad ingente de sprays de toda clase, secadores, planchas y otros productos cuya naturaleza no comprendía. Tras acabar con todos los preparativos preliminares la peluquera/o comenzó a masajearle el cuero cabelludo tras echarse alguna clase pringue en las manos.
- Lo supe en cuanto te vi, darling. Dijo masajeando con más fuerza la cabeza de su cliente. Le estaba haciendo daño y la cara de Leah así lo reflejaba. So powerful, tan rebelde… y ese hair que parecía cortado por una monja. No, no, no, no. No podía permitirlo. Se llevó el dorso de la mano a la frente, como una auténtica drama queen. Le echó otro producto por encima y continuó con el masajeo. Pero no te preocupes, yo te haré nacer again. Confía en the magics. Lo decía de una forma que resultaría incluso sensual si no se tratase de aquel adefesio. Leah solo esperaba que supiese lo que se hacía… aunque empezaba a tener sueño. Estaba tan a gusto, aquel masaje era casi hipnótico. Poco a poco fue cerrando los párpados hasta que sucumbió. ¿Qué clase de brujería era aquella? Las puñeteras magics al parecer. Ajena a todo lo que había pasado mientras estaba inconsciente, se despertó aturdida mientras alguien ponía un espejo delante de sus narices. Wake up, darling. Escuchó como un susurro en su oído que la hizo estremecerse de arriba abajo. No sabía si quería mirarse en el espejo, aunque la idea de estrangularla/le si no le gustaba el resultado avivó sus ganas. ¿Quién demonios era aquella chica en el espejo? Era… ¿ella? Leah abrió muchísimo los ojos, no se esperaba algo así. Tan, tan, tan… Tan vivo. Tan rebelde e inconformista. Era… perfecto. Todos esos colores, ordenados en un caos impecable, peinados de forma indómita. Sublime.
Tras una pequeña charla con el okama, esta/e le explicó que sus cuidados capilares eran famosos por sacar a la luz la “esencia” de las personas y que no se trataba simplemente de un simple tinte ya que duraría hasta que decidiese volver por allí para cambiarlo. Así era el increíble e incomprensible poder de the magics. Leah no tenía ni pajolera idea de que estaba hablando ya que no entendía ni la mitad de las cosas, pero estaba contenta con su cambio de look, para nada se habría esperado algo como eso.
Salió de la peluquería en busca de Eikel. Le picaba la cabeza seguramente por culpa de los milagrosos productos de aquel hombre/mujer, aun así no se arrepentía de nada. Por otra parte ya se estaba haciendo algo tarde y no faltaría mucho para que comenzaran a cerrar la gran mayoría de tiendas de la zona. Aquel okama les había consumido mucho tiempo, tiempo bien invertido,e so sí.
Leah se quedó mirándola, o mirándole, mejor dicho. Tras unos segundos de cavilación llegó a la conclusión de que ahí abajo había badajo. Aquel ser hablaba muy raro y lo peor de todo es que Eikel parecía entenderla/o. ¿Por qué no te sacas el falo de la boca para hablar? ¿Y qué pasa con mi pelo? Llegó a preguntar antes de ser llevada o mejor dicho secuestrada calle abajo hasta lo que parecía ser una peluquería decorada con toda clase de colores chillones en la fachada y rótulos con letras llamativas y extravagantes. Sin duda debía pertenecer a aquella mujer/hombre.
Eikel tuvo que quedarse fuera y la chica se sintió como Will Kane en aquella película tan famosa cuyo nombre no acertaba a recordar en ese momento, seguramente por ser presa de un miedo atroz. El okama la llevaba cogida del brazo con una fuerza que bien podría haberse calificado de sobrehumana, hasta conducirla a un gran sillón de altura variable forrado en un horrible color rosa chillón que quemaba las retinas con solo mirarlo. Tranquila, darling, tú acomoda ese culito respingón tuyo y en nada empezamos the magics. Leah tragó saliva, ¿dónde se había metido? Cuando la mujer/hombre desapareció un momento a una sala contigua en busca de algunos productos, la chica pensó en escapar, pero… había luchado tan duramente, había llegado tan lejos que al final no quería caer, no quería perderlo todo. Era una leona, maldita sea, no una huevona.
El okama apareció con una mascarilla de tela puesta, con unos labios impresos en ella como si le hubiese dado un beso llevando un pintalabios. También traía una cantidad ingente de sprays de toda clase, secadores, planchas y otros productos cuya naturaleza no comprendía. Tras acabar con todos los preparativos preliminares la peluquera/o comenzó a masajearle el cuero cabelludo tras echarse alguna clase pringue en las manos.
- Lo supe en cuanto te vi, darling. Dijo masajeando con más fuerza la cabeza de su cliente. Le estaba haciendo daño y la cara de Leah así lo reflejaba. So powerful, tan rebelde… y ese hair que parecía cortado por una monja. No, no, no, no. No podía permitirlo. Se llevó el dorso de la mano a la frente, como una auténtica drama queen. Le echó otro producto por encima y continuó con el masajeo. Pero no te preocupes, yo te haré nacer again. Confía en the magics. Lo decía de una forma que resultaría incluso sensual si no se tratase de aquel adefesio. Leah solo esperaba que supiese lo que se hacía… aunque empezaba a tener sueño. Estaba tan a gusto, aquel masaje era casi hipnótico. Poco a poco fue cerrando los párpados hasta que sucumbió. ¿Qué clase de brujería era aquella? Las puñeteras magics al parecer. Ajena a todo lo que había pasado mientras estaba inconsciente, se despertó aturdida mientras alguien ponía un espejo delante de sus narices. Wake up, darling. Escuchó como un susurro en su oído que la hizo estremecerse de arriba abajo. No sabía si quería mirarse en el espejo, aunque la idea de estrangularla/le si no le gustaba el resultado avivó sus ganas. ¿Quién demonios era aquella chica en el espejo? Era… ¿ella? Leah abrió muchísimo los ojos, no se esperaba algo así. Tan, tan, tan… Tan vivo. Tan rebelde e inconformista. Era… perfecto. Todos esos colores, ordenados en un caos impecable, peinados de forma indómita. Sublime.
Tras una pequeña charla con el okama, esta/e le explicó que sus cuidados capilares eran famosos por sacar a la luz la “esencia” de las personas y que no se trataba simplemente de un simple tinte ya que duraría hasta que decidiese volver por allí para cambiarlo. Así era el increíble e incomprensible poder de the magics. Leah no tenía ni pajolera idea de que estaba hablando ya que no entendía ni la mitad de las cosas, pero estaba contenta con su cambio de look, para nada se habría esperado algo como eso.
Salió de la peluquería en busca de Eikel. Le picaba la cabeza seguramente por culpa de los milagrosos productos de aquel hombre/mujer, aun así no se arrepentía de nada. Por otra parte ya se estaba haciendo algo tarde y no faltaría mucho para que comenzaran a cerrar la gran mayoría de tiendas de la zona. Aquel okama les había consumido mucho tiempo, tiempo bien invertido,e so sí.
Eikel
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La puerta se abría poco a poco, no entendía porque Leah no salía de una maldita vez, las escuchaba hablar pero no salían. Entre el aburrimiento y la maldita espera, los segundos que tardo la puerta en abrirse por completo le parecieron años, incluso le había dando tiempo a comprar los malditos barquillos. La ardilla estaba perdiendo la paciencia, hasta que por fin vio a la nueva Leah.
-Es... maravilloso... Dijo casi entre lagrimas de emoción. El okama al ver la reacción de Eikel salió corriendo de la peluquería y lo agarró de sus pequeñas manos comenzando a girar los dos en una extraña danza de la alegría.
Después de la danza, los decidieron marcharse, Leah estaba algo avergonzada del espectáculo, así que le quito los barquillos al pobre Eikel de malas formas como método de pago. Era la última noche en la ciudad y a Eikel aun le sobraba un montón de dinero, a excepción de unos cuantos libros y diversas chucherías no había gastado un berry. Así que se le ocurrió una genial idea. Empezó a observar con detenimiento los restaurantes de la ciudad por los que pasaban caminando, hasta que por fin dio con uno que le gustaba. Parecía un lugar bien, no demasiado recatado pero tampoco un sucio antro. Cuando entraron en el local, tanto las pintas de Leah, como lo que parecía ser su mascota causaron un pequeño revuelo. El camarero ni siquiera se atrevió decirle animales no, y simplemente le pregunto a la chica que deseaba.
-Mesa para dos por favor. Dijo Eikel, mientras el camarero lo miró fugazmente con una sonrisa, esperando la contestación de Leah. Cuando se dio cuenta que el roedor había hablado, casi se le salen los ojos de las órbitas.
Nervioso, el mozo les llevo hasta una mesa algo apartada, quizás un movimiento empresarial para que no los viera demasiada gente. El pequeño sujetó la carta firmemente mientras la ojeaba, miró a Leah con una sonrisa mientras le hacía un gesto en plan, yo me encargo.
-Queremos todos los dulces de los postres de la carta. Dijo decidido el pequeño mientras el camarero volvía a no dar crédito de lo que había escuchado.
Eikel tuvo que insistir un par de veces, ya que el mozo pensaba que no había escuchado bien. Saldrían de allí o siendo los más felices del mundo, o con diabetes, estaba decidido. Tuvieron que esperar bastante hasta que los carros de dulce llegasen, así que empezaron a tener una pequeña charla de como se había desarrollado el día. Entre risas, recordando el rato que pasaron en la tienda de segunda mano, Eikel se acordó de algo.
-¡Casi se me olvida! Gritó el pequeño llamando la atención de la gente del local. En ese momento el roedor sacó un par de guantes rojos, cortados en los dedos, del bolsillo interior de su capa, y se los entregó a la chica.
-Espero que te gusten, los vi perfectos para tu nuevo look. Exclamó mientras la chica los analizaba.
El próximo día Eikel volvería a casa, no acordarse del regalo podría haber resultado fatal para el ánimo de la ardilla. Una vez entregado el detalle e inmerso en sus pensamientos los dulces llegaron a la mesa. Todo estaba preparado para el festín de despedida.
-Es... maravilloso... Dijo casi entre lagrimas de emoción. El okama al ver la reacción de Eikel salió corriendo de la peluquería y lo agarró de sus pequeñas manos comenzando a girar los dos en una extraña danza de la alegría.
Después de la danza, los decidieron marcharse, Leah estaba algo avergonzada del espectáculo, así que le quito los barquillos al pobre Eikel de malas formas como método de pago. Era la última noche en la ciudad y a Eikel aun le sobraba un montón de dinero, a excepción de unos cuantos libros y diversas chucherías no había gastado un berry. Así que se le ocurrió una genial idea. Empezó a observar con detenimiento los restaurantes de la ciudad por los que pasaban caminando, hasta que por fin dio con uno que le gustaba. Parecía un lugar bien, no demasiado recatado pero tampoco un sucio antro. Cuando entraron en el local, tanto las pintas de Leah, como lo que parecía ser su mascota causaron un pequeño revuelo. El camarero ni siquiera se atrevió decirle animales no, y simplemente le pregunto a la chica que deseaba.
-Mesa para dos por favor. Dijo Eikel, mientras el camarero lo miró fugazmente con una sonrisa, esperando la contestación de Leah. Cuando se dio cuenta que el roedor había hablado, casi se le salen los ojos de las órbitas.
Nervioso, el mozo les llevo hasta una mesa algo apartada, quizás un movimiento empresarial para que no los viera demasiada gente. El pequeño sujetó la carta firmemente mientras la ojeaba, miró a Leah con una sonrisa mientras le hacía un gesto en plan, yo me encargo.
-Queremos todos los dulces de los postres de la carta. Dijo decidido el pequeño mientras el camarero volvía a no dar crédito de lo que había escuchado.
Eikel tuvo que insistir un par de veces, ya que el mozo pensaba que no había escuchado bien. Saldrían de allí o siendo los más felices del mundo, o con diabetes, estaba decidido. Tuvieron que esperar bastante hasta que los carros de dulce llegasen, así que empezaron a tener una pequeña charla de como se había desarrollado el día. Entre risas, recordando el rato que pasaron en la tienda de segunda mano, Eikel se acordó de algo.
-¡Casi se me olvida! Gritó el pequeño llamando la atención de la gente del local. En ese momento el roedor sacó un par de guantes rojos, cortados en los dedos, del bolsillo interior de su capa, y se los entregó a la chica.
-Espero que te gusten, los vi perfectos para tu nuevo look. Exclamó mientras la chica los analizaba.
El próximo día Eikel volvería a casa, no acordarse del regalo podría haber resultado fatal para el ánimo de la ardilla. Una vez entregado el detalle e inmerso en sus pensamientos los dulces llegaron a la mesa. Todo estaba preparado para el festín de despedida.
Leah estaba como nueva después de aquel fabuloso tratamiento, lo que significaba que aún le quedaba energía para rato y que mejor que gastar esa energía comiendo. Dejando atrás al okama estilista, quien entre lloros, mocos y pañuelos de seda se despedía de ellos, pusieron rumbo a un restaurante que parecía cumplir las expectativas con un cinco raspado. Una vez se asentaron en el interior, la ardilla parecía ir a saco. Pidió solo postres y eso habría sonado descabellado si no fuese porque Eikel conocía a Leah demasiado bien, y sabía que era con el azúcar lo que un vampiro con la sangre.
Con más azúcar que otra cosa recorriéndoles las venas, salieron del local tras la comilona. Leah se puso los guantes tras examinarlos detenidamente. Le dio la impresión de que podría convertirse en una maestra del parkour solo con ponérselos, pero era más impresión que otra cosa. Como ella ya le había regalado un envoltorio de chocolatina supuso que estaban en paz. A partir de ahí el día fue bastante más sosegado, no quedaba mucho más por hacer en la ciudad y las ganas de relajarse empezaban a aparecer en la extraña pareja.
Si lo pensaba bien nunca nadie le había hecho replantearse tantas cosas como la puñetera ardilla, pero por mucho que cambiase por fuera o probase lo que es ayudar desinteresadamente al prójimo, al final del día seguía siendo la misma Leah de siempre. Era como intentar cambiar el comportamiento de un octogenario terco y tozudo, tarea imposible.
Se dirigieron de vuelta al cuartel sin perder más el tiempo. La chica tuvo que dar alguna que otra explicación y probar que era quien decía ser, pero ningún problema mayor realmente. Otra noche más y Eikel se volvería a casa en el primer barco que partiese por la mañana. Bien estaba, no se arrepentía de haberlo invitado y seguramente el roedor agradecía el vivir una pequeña aventura aunque no fuese otra que el ver algo de mundo.
Con más azúcar que otra cosa recorriéndoles las venas, salieron del local tras la comilona. Leah se puso los guantes tras examinarlos detenidamente. Le dio la impresión de que podría convertirse en una maestra del parkour solo con ponérselos, pero era más impresión que otra cosa. Como ella ya le había regalado un envoltorio de chocolatina supuso que estaban en paz. A partir de ahí el día fue bastante más sosegado, no quedaba mucho más por hacer en la ciudad y las ganas de relajarse empezaban a aparecer en la extraña pareja.
Si lo pensaba bien nunca nadie le había hecho replantearse tantas cosas como la puñetera ardilla, pero por mucho que cambiase por fuera o probase lo que es ayudar desinteresadamente al prójimo, al final del día seguía siendo la misma Leah de siempre. Era como intentar cambiar el comportamiento de un octogenario terco y tozudo, tarea imposible.
Se dirigieron de vuelta al cuartel sin perder más el tiempo. La chica tuvo que dar alguna que otra explicación y probar que era quien decía ser, pero ningún problema mayor realmente. Otra noche más y Eikel se volvería a casa en el primer barco que partiese por la mañana. Bien estaba, no se arrepentía de haberlo invitado y seguramente el roedor agradecía el vivir una pequeña aventura aunque no fuese otra que el ver algo de mundo.
Eikel
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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Ante la estupefacción de los allí presentes, consiguieron acabar con toda la tanda de dulces que habían pedido, incluso parecía que Leah podría comer algo mas pero decidió guardar las formas y salir del local, dejando a la ardilla pagando mientras tanto. Una vez fuera, la joven se probó los guantes que le había regalado y realmente encajaban con su nuevo estilo. Caminaron a paso lento por la ciudad, hacía fresco pero se estaba bien, así que la ardilla decidió aminorar el paso para disfrutar de su último día. Mañana temprano tendría que coger su barco de vuelta para volver a su antigua vida. Realmente tenía ganas de volver, pero algo le decía que disfrutaría mas quedándose allí, había descubierto las maravillas de viajar, no lo olvidaría fácilmente.
Cuando llegaron al cuartel tenían que repetir la trece-catorce para colarse, pero esta vez, Eikel tuvo que esperar un buen rato a que Leah diese explicaciones acerca de su cambio de apariencia y presentar acreditaciones. Esta vez habían llegado algo mas tarde, no tenían que pasar por la lavandería y casi todos los reclutas estaba en la cama, osea que era un paseo llegar hasta los barracones. La noche pasó sin incidentes y Leah despertó a Eikel a primera hora, antes de que nadie se levantase y salieron del cuartel zumbando.
El barco zarpaba en una hora y tenían que apurar el paso, si querían tener un rato para despedirse. Después de una caminata haciendo algunas bromas para quitarle hierro al asunto, por fin llegaron al puerto. El viaje de Eikel terminaba aquí, la verdad es que tenían bastantes cosas que contar a pesar de haber sido solo un par de días. Había visto a Leah que era lo importante y consiguió un par de libros muy interesantes, sobretodo uno de medicina que estaba seguro que le ayudaría a progresar en sus estudios. En el horizonte, el barco se aproximaba, los dos dicharacheros, se sumieron en un profundo silencio durante unos segundos. Era más incomodo que la última vez, quizás cada vez le estaba cogiendo mas cariño a la marine. El barco atracó y el momento había llegado.
-Bueno, mi visita termina aquí. Espero volverte a ver pronto. Dijo el pequeño entrecortado para que las emociones no se apoderasen de él.
Sabía que Leah no era muy de despedidas emotivas, así que decidió tenderle la mano como gesto caballeroso para estrechársela. El roedor corrió hacia la rampa de embarque para no llorar delante de la chica, antes de subir completamente al barco se giró para despedirse con la mano de nuevo. Una vez en la cubierta, se volvió a colocar en la proa del barco como en su viaje de ida y se sentó. Había bastante gente rodeándolo y los sentimientos afloraban, algo estaba cambiando en él y no le gustaba mostrar debilidad, así que se cubrió con su capa a modo de capucha y soltó unas cuantas lagrimas mientras el barco partía rumbo hacia su hogar.
Cuando llegaron al cuartel tenían que repetir la trece-catorce para colarse, pero esta vez, Eikel tuvo que esperar un buen rato a que Leah diese explicaciones acerca de su cambio de apariencia y presentar acreditaciones. Esta vez habían llegado algo mas tarde, no tenían que pasar por la lavandería y casi todos los reclutas estaba en la cama, osea que era un paseo llegar hasta los barracones. La noche pasó sin incidentes y Leah despertó a Eikel a primera hora, antes de que nadie se levantase y salieron del cuartel zumbando.
El barco zarpaba en una hora y tenían que apurar el paso, si querían tener un rato para despedirse. Después de una caminata haciendo algunas bromas para quitarle hierro al asunto, por fin llegaron al puerto. El viaje de Eikel terminaba aquí, la verdad es que tenían bastantes cosas que contar a pesar de haber sido solo un par de días. Había visto a Leah que era lo importante y consiguió un par de libros muy interesantes, sobretodo uno de medicina que estaba seguro que le ayudaría a progresar en sus estudios. En el horizonte, el barco se aproximaba, los dos dicharacheros, se sumieron en un profundo silencio durante unos segundos. Era más incomodo que la última vez, quizás cada vez le estaba cogiendo mas cariño a la marine. El barco atracó y el momento había llegado.
-Bueno, mi visita termina aquí. Espero volverte a ver pronto. Dijo el pequeño entrecortado para que las emociones no se apoderasen de él.
Sabía que Leah no era muy de despedidas emotivas, así que decidió tenderle la mano como gesto caballeroso para estrechársela. El roedor corrió hacia la rampa de embarque para no llorar delante de la chica, antes de subir completamente al barco se giró para despedirse con la mano de nuevo. Una vez en la cubierta, se volvió a colocar en la proa del barco como en su viaje de ida y se sentó. Había bastante gente rodeándolo y los sentimientos afloraban, algo estaba cambiando en él y no le gustaba mostrar debilidad, así que se cubrió con su capa a modo de capucha y soltó unas cuantas lagrimas mientras el barco partía rumbo hacia su hogar.
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Akuma no mi
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