La cólera del mar [Rol Moderado] [Káiser]

Shimori es una pequeña aldea de la Isla del Karate. Sus habitantes viven principalmente de la pesca y de las tabernas y posadas que frecuentan los extranjeros que van a visitar el dojo local. Este dojo no es particularmente importante, y los luchadores de este tampoco particularmente poderoso, sin embargo vio nacer a algunas de las leyendas de las artes marciales del South Blue. Por ello había un nivel de afluencia de extranjeros importante.

Aquel día era un día como otro cualquiera, y nadie se esperaba la negra sombra que se abatía sobre Shimori. Todo sucedió demasiado rápido y sin provocación previa. Un grupo de siete pescadores estaban sentados en el muelle, charlando entre ellos mientras llevaban a cabo su oficio. Cerca, un par de extranjeros peleaban entre sí de manera amistosa, en un pequeño duelo. No parecían grandes expertos de la lucha, pero tenían cierto nivel de habilidad reconocible.

Llegas a la isla por mar. Estás aun en el agua, justo al lado del pantalán. Sobre ti cuelgan las piernas de los pescadores, y unos metros a tu izquierda ves los diferentes hilos con sus cebos en suspensión sobre el agua. El pantalán se unía con la tierra en una pequeña playa. ¿Qué haces?

Tras salir de Baterilla, con mi objetivo cumplido, me dirigí a otra isla, esperando librarme de cualquier represalia por aquello que hice. No me importaba que la marina me buscase, después de todo, jamás podrían encontrarme bajo el mar, lo que temía es que mis propios hermanos me vieran como a un traidor a sus ojos, por ello, no debían saber que fui yo mismo quien lo provocó todo con un plan casi perfecto. Nadé a gran velocidad hasta estar lo suficiente lejos como para ser irreconocible e incluso invisible a la vista desde dicho lugar. Seguidamente, empecé a avanzar sin rumbo, de forma tranquila. Ya no tenía nada que hacer, no sabía por donde empezar, así que seguí a la deriva esperando encontrar algo interesante.

Las horas pasaron y calló la noche. El camino dejó de estar iluminado por los rayos de sol, que al irse dejaron el cielo frío y apagado. Al seguir sin un lugar al que ir, con la oscura noche acechando y el sueño tocando en mi puerta, decidí dormir unas cuantas horas. Tal y como las orcas o los delfines normales, desconecté medio cerebro, quedando boca abajo, siendo capaz de nadar y darme cuenta de cualquier peligro gracias a la otra parte que aún quedaba operativa y a la vez poder dormir sin preocuparme por acabar ahogado.

El tiempo pasó y poco a poco fue amaneciendo. Había dormido más de lo normal, pues apenas solía dormir mucho y sin darme cuenta, acabé encontrando lo que buscaba. Un poco de diversión... A lo lejos divisaba una isla en la que nunca había estado y que ni si quiera conocía, mas poco me importaba. Tenía hambre, y mis presas me esperaban formando un banquete en mi honor. Solté un gran chorro de agua por el orificio de mi espalda y me sumergí bajo el agua. No quería que vieran mi aleta dorsal en caso de que hubiera gente cerca de la costa. Cuando estuve lo suficientemente cerca miré hacia arriba. Me encontraba al lado de un pequeño muelle donde restaban sentados un par de pescadores con intención de llenar su cesta. Busqué los anzuelos y sonreí de forma malévola.

-Es hora de divertirse.- Pensé, viendo como algunos peces rodeaban aquellos suculentos cebos que serían su perdición. Me acerqué a gran velocidad, de modo que no todos los peces fueron afortunados. Uno de ellos, acabó en mis manos. Una anjova, de tamaño pequeño, no más de 50 centímetros. -¿Qué te parece saciar mi apetito, pezqueñín?- Pregunté al pez con tono burlón antes de introducirlo en mi boca y empezar a masticar de forma brusca, destrozando a aquel animal con mis dientes. Una vez me lo acabé agarré los ganchos y pegué un par de tirones débiles. Los hombres no tardaron en ponerse de pie y agarrar con firmeza sus herramientas de caza pesquera. Poco después, empecé a tirar de ambas cuerdas con fuerza, nadando hacia el lado opuesto de aquel pantalán.

-¡¡Tío, este es uno de los grandes!!- Exclamaba uno de aquellos incrédulos.

-¡¡¡Yo también tengo uno gigantesco, tiene una fuerza impresionante!!!- Comentaba su compañero, que era igual de idiota.

Finalmente, un último tirón hizo que aquellos tipos, aferrados a sus cañas, salieran despedidos a pegarse un buen chapuzón. Al estar dentro del agua me acerqué a ellos, me puse a su lado y les mostré mis colmillos con una gran sonrisa de oreja a oreja. Estos intentaron gritar, mas fue en vano, lo único que consiguieron fue llenar sus pulmones de agua y sentenciar su propia vida. Me acerqué a uno de ellos y le mordí la yugular, arrancando un trozo de su cuello y provocándole una muerte rápida, mirando a su compañero, el cual no daba crédito a lo que veía, además de que apenas podía hacer mucho, más que intentar salir a la superficie. -¿No querías peces? Yo te daré peces.- Comenté antes de soltar unas cuantas carcajadas. -¡¡¡Kyahahahahah!!!-

Lo llevé a una parte rocosa a suficiente velocidad como para que no se ahogase y conseguí cazar un pez globo. Antes de que activara su mecanismo de defensa, se lo metí en la boca y lo introduje a la fuerza en su garganta, donde el animal se infló clavando sus púas en el interior de aquel hombre, provocándole la muerte inmediata. -Creo que va a ser mejor de lo que esperaba.- Pensé tras lo ocurrido.

Los pescadores que quedaban se acercaron al borde del pantalán. Uno de ellos se iba a tirar a rescatar a los otros dos al ver que no salían, pero entonces un montón de sangre comenzó a ascender y salió a flote el cadáver del primer pescador. Los hombres se asustaron bastante y comenzaron a dar gritos. Fueron corriendo a buscar arpones. Sus gritos atrajeron a una buena multitud de personas.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó un ciudadano.

- Estábamos pescando y de repente algo ha arrastrado al fondo a Kunimaru y a Koko. Solo Koko ha vuelto a salir a flote, y ha aparecido muerto y con un mordisco de algo, al parecer bastante grande. No sabemos lo que es, habrá que estar alerta.


En la playa hay reunidas unas cuarenta personas, entre las cuales hay tres luchadores extranjeros (Reconocibles por sus kimonos de artes marciales) y hay un par de ciudadanos armados con fusiles. Los cinco pescadores han cogido enormes arpones y se pasean por el pantalán, atentos al agua. ¿Qué haces?

El cadáver del primero subió a la superficie, y junto a la gran mancha de sangre que dejó, atrajo a un montón de personas, las cuales no tardaron en irse y volver armadas. Algunas con palos, otras con hoces, horcas e incluso fusiles. Tendría que tener cuidado. No me apetecía recibir un balazo de aquellas armas de fuego. Podría ser una herida fatal o como mínimo, muy dolorosa. Pero no me iba a ir sin arrasar esa ciudad. La diversión y la adrenalina que sentí al cobrarme esas vidas no consumieron toda mi sed de sangre. Deseaba matar mucha más gente, mis manos pedían que golpeara y estrangulara y mis dientes querían desgarrarle la piel y la carne a esos inocentes. Mas no podía salir sin más, tendría que causar alguna distracción o atacar por alguna franja débil.

Dejé que el otro cuerpo sin vida saliera también a flote para causar más pánico entre la gente. Cuando las personas estaban atemorizadas, actuaban más por instinto que por consciencia, y entonces, las presas se volvían más sencillas y frágiles. El cuello de aquel hombre podía verse atravesado por las púas del pez globo e hinchado, aunque el animal no tardó en desinflarse y dejar el cuello lleno de agujeros sangrantes. Ascendí un poco y dejé salir mi aleta dorsal. Me movería lo suficientemente rápido para que no me diesen sus balas, para lo cual, su temor también ayudaría. Empecé a nadar dibujando círculos para que les fuese más difícil acertarme y volví a sumergirme poco tiempo después.

Sin pensarlo mucho para trazar un plan, miré hacia el pequeño muelle y cogí impulso, golpeando con violencia uno de los pilares que lo sustentaban, haciendo que este se tambaleara de forma brusca, aunque no se caería. No me interesaba que hubiese tanta gente dispuesta a darme caza, prefería que se separan. Una segunda sacudida, quebró el soporte, doblando un poco el pantalán y tras ello me alejé un poco para poder divisar con seguridad si había habido algún movimiento importante.

-Da igual cuantos seáis... Hoy daréis vuestro último suspiro frente a mí.- Pensaba yo, observando el panorama.

Ante la visión del segundo cadáver, el caos cunde entre los aldeanos. Los que tienen fusiles (seis o siete) corren hacia la orilla y comienzan a cargar sus armas. A la vista de tu aleta comienzan a disparar a tontas y a locas, y ves pasar las balas a tu alrededor. Una te la roza sin causarte graves daños, pero el resto acaban bastante lejos de su objetivo. Los aldeanos comienzar a hablar entre ellos, nerviosamente

- ¡¿Qué narices es eso?! ¡¿Un tiburón?!


- ¡Es un monstruo marino!


- ¡Un rey del mar!


- ¡Tonto, es demasiado pequeño para serlo!


- Es un gyojin - dijo uno de los pescadores.

Este tenía una expresión de odio y se mantenía en calma, con el arpón en la mano. En el momento en que te diriges hacia el soporte, este, inexplicablemente adivina tus intenciones y se dirige en esa dirección. Lanza el arpón con puntería sobrenatural hacia ti, pero en ese momento rompes el soporte de madera y los cinco pescadores caen al agua, mientras el pantalán se hunde. Los otros cuatro patalean intentando subir a la superficie, con los arpones en sus manos, pero el quinto saca un cuchillo y te planta cara. Parece algo preocupado, pero mantiene la calma.

Llegas a una cala apartada, rodeada de pequeños montículos de piedra y por un bosque. La playa parece desierta, y está llena de troncos arrastrados por el mar y piedras. Sin embargo alcanzas a oír a lo lejos voces de humanos acercándose y ladridos. Cuando salen de la floresta los ves claramente: son cuatro hombres, uno de ellos con un perro de caza atado a una correa. El perro va olisqueando el suelo. El hombre que lleva la correa es un tipo bajito, calvo y rechoncho, algo corpulento. Lleva una pistola en la otra mano. Otro era un hombre alto y desgarbado, ancho de hombros, de pelo corto, revuelto y oscuro, con barba de dos días. Lleva consigo una lanza. El tercero es un tipo con la coronilla calva y el pelo que le resta de color castaño. Lleva barba espesa completa, y es corpulento y algo gordo. Lleva un fusil. El cuarto es el más llamativo de los tres, es uno de los karatekas extranjeros. Es un hombre joven, alto y muy musculoso. Su pelo castaño claro es liso y le llega hasta los hombros.

- No debe andar muy lejos, vigilad todos los rincones - dice el del perro.

- Si está por aquí, sabrá lo que es bueno - dice el de la lanza.

Los cuatro hombres empiezan a rebuscar por la playa, mirando tras las rocas y en arbustos cercanos. El de la lanza se acerca al mar, hacia la zona donde estás tú, con el arma lista para atacar. Avanza con cautela por el agua.

Tras un breve tiempo nadando, llegué a una pequeña bahía, rodeada por rocas no muy grandes y un bosque que se extendía más allá. Nadar por allí era incómodo, había varios troncos y o piedras que seguramente habían caído de la superficie y el agua las había ido arrastrando poco a poco. Sin embargo eso no era el principal problema. Por lo visto los humanos estaban empezando a rodear la isla, en busca de aquella amenaza que había surgido tan repentina y que ya se había cobrado dos vidas de aquellos civiles. En esa cala se encontraban cuatro personas y un animal que intentaba rastrearme siguiendo mi olor, pese a que nunca me había olido, mas supuse que aquel cánido podría encontrarme al sentir un olor extraño y poco frecuente en la isla. Sin duda, no me vendría nada bien que tuvieran bajo sus órdenes a un perro.

Dos de aquellos hombres, portaban armas de fuego, otro una lanza y el último no poseía nada. Probablemente no tuvieran más armas o su propio cuerpo fuera su estilo de lucha, tal y como hacía yo. El hombre con su arma de hasta empezó a caminar rumbo al agua, aferrando sus manos al arma por si la bestia marina aparecía. Era bastante gracioso ver como podía causar tanto temor entre la gente sin tan si quiera mostrarme. Me mantuve en una parte honda, para poder estar sumergido y esperé a que el agua le llegase casi a la cintura. Los otros se mantenían buscando por los al rededores, pero no muy lejos. No dejarían que su amigo pereciese y mucho menos que lo hiciese en vano.

Miré mis manos, con las palmas abiertas y dirigí poco después mi mirada hacia el hombre que se acercaba cauteloso. -Probemos que tal le sienta el agua de mar.- Pensé con una sonrisa. Acto seguido un gran cantidad de agua empapó a aquel tipo que no se lo esperaba y no tuvo tiempo de reaccionar al golpe que después le ofrecí con un pequeño tronco que flotaba, agarrándolo y asestando un fiero impacto en su estómago. Seguidamente le arrebaté la lanza y le giré, quedando de cara hacia sus compañeros, inmovilizado por el dolor y por mi brazo izquierdo mientras que con el otro, sostenía el arma apuntando a su cuello. Sabía que no me dispararían si él estaba por delante, de modo que sería una buena protección si quería salir de allí sin ser un coladero.

-Un movimiento en falso y lo mato.- Dije tras mostrarme ante ellos aunque con aquella persona por delante, que por buen escudo que pudiera ser, necesitaba amenazarlos. Mis dos metros no se taparían con alguien como él, y bien podrían asestarme un tiro en la sien. -Soltad las armas. Si queréis que salga con vida, dejadlas en el suelo y no hagáis ningún movimiento extraño.- Añadí, acercándome poco a poco.

Los tres hombres se giran hacia ti, sorprendidos. El perro comienza a ladrar y se tira en tu dirección, quedando retenido por la correa. Se quedan quietos, con una expresión de ira en sus rostros. El del perro tira la pistola al suelo y sujeta la correa con sus dos manos para evitar que el perro se le soltase. Con un gesto de impotencia el del fusil se agacha lentamente para dejarlo en el suelo. Sin embargo, repentinamente te apunta gritando:

- ¡Muere, mala bestia!

Dispara, pero la bala pasa rozando tu cabeza sin herirte. Aprovechando la distracción y que te hubieses acercado, el karateka llega hasta ti en un veloz movimiento y te da un golpe en un punto del hombro con el que sujetas la lanza con dos dedos. Inmediatamente notas una especie de chispazo y el brazo se te queda entumecido, cayéndosete la lanza.

- ¡Suéltale y enfréntate a mi, cobarde! ¡Electric Punch!


El joven te lanza un puñetazo al rostro, mientras su puño chispea levemente. Mientras, el otro te muerde el brazo con el que le sujetas y trata de soltarse. Los otros dos comienzas a alejarse, tras recoger el del perro su pistola.

Todo ocurrió demasiado rápido y de forma inesperada. El hombre que sostenía al perro dejó su arma, y el otro hizo ademán de dejarla en el suelo, pero rápidamente la agarró y disparó contra mí. La bala me pasó por el lado. Gracias a la mala puntería de aquel tipo, que probablemente se debía a que no quería matar a su compañero, no consiguió acertar en su objetivo. Sin embargo, un movimiento raro del tipo más extravagante, me hizo soltar el arma y poco después mi rehén me mordió el brazo con el que lo tenía inmovilizado y lo solté.

Seguidamente vi como un puñetazo del tipo que goleó mi hombro, se dirigía a mi rostro, con algunas chispas en su mano y no tuve tiempo de esquivarlo. Impactó ferozmente contra mí, lanzándome un par de metros hacia el agua. Ese hombre no era un civil ordinario. Sabía pelear, y tenía bastante más fuerza y velocidad de lo usual. Sería complicado, mas los otros hombres se alejaron, probablemente esperaban que aquel hombre pudiese conmigo. Craso error.

Me levanté, haciendo unos pequeños estiramientos. Aquel combate podría resultar interesante. Su puñetazo en la cara aún me dolía. Crují mis puños y esbocé una pequeña sonrisa, clavando la mirada en mi nuevo oponente. -Veamos de lo que eres capaz.- Dije, acercándome lentamente.

Estaba seguro de que podría llegar a ser un digno oponente, así como también estaba seguro que no necesitaría usar todo mi poder para vencerlo. Sería entretenido un combate con aquel luchador. Me lancé rápidamente para golpearle con un gancho de izquierda, pero me evadió fácilmente, sin embargo, tan solo era una finta. Un segundo golpe, esta vez con la derecha, lo mandé directo a su rostro, el cual también esquivó agachándose. Me aparté para mantener las distancias y le alagué, a pesar de que no solía hacerlo con su raza.

-Peleas muy bien para ser un humano, y más cuando ni si quiera tienes un arma.- Dije adoptando una posición de batalla.

Y bien era cierto, era bastante bueno en las artes marciales, sin embargo, el terreno estaba de mi parte. Bajo mis pies se encontraba el agua de aquella bahía, que se extendía poco a poco hasta llegar al basto océano. Poco podría hacer contra mí en estas condiciones. Eleve algo de agua y la coloqué en mi mano. Quedó como una burbuja flotante, del tamaño de una pequeña pelota. -¡Blue Shot!- Exclamé a la vez que estiraba ambos brazos y el agua de mis manos se disparaba a gran velocidad contra el karateka.

El joven karateka, que no se esperaba eso, se cubrió con ambos brazos cara y torso agachándose, pero los perdigonazos de agua le barrieron brazos y el torso por los lados llenándole de heridas sangrantes y cortes. Tras terminar tu ataque, baja su defensa y se desata su cinto, de color blanco, y comienza a atárselo a la frente dándole varias vueltas para que no quede colgando. Después se pone en posición de golpear y dice:

- No está nada mal, gyojin. Eres un duro adversario. Sin embargo, tengo el terreno a mi favor. No sé si has oído hablar de mi estilo de artes marciales... es el Electric Fist. El agua juega a mi favor.


El Electric Fist era un estilo que canalizaba energía en forma de pequeñas descargas eléctricas. Estas no eran mortales, pero podían entumecer los músculos, y golpes repetidos podían causar un entumecimiento considerable. Con una sonrisa, el joven mete los dedos de su mano derecha en el agua y dice:

- Shock.


Sus dedos comenzaron a canalizar electricidad por el agua en forma de una pequeña descarga pretendiendo paralizar temporalmente al gyojin, tras lo cual se lanzó a por él con su puño derecho brillando energía eléctrica azul. Le lanzó un puñetazo al pecho.

- ¡Eletricco pugno! [AIF]

Aquel karateka me tomó como a un adversario de más bajo nivel. En aquel momento pensé que acabaría con él en un abrir y cerrar de ojos, y más cuando me había infravalorado de tal manera, mas su siguiente movimiento no fue precisamente algo bueno para mí. Alegando que él poseía un estilo que era capaz de manejar mínimamente la electricidad, tenía ventaja sobre mí en un lugar rodeado por agua. Quién lo diría, un gyojin vencido en su terreno. Colocó dos dedos sobre el agua y esta soltó una descarga que no pude evitar. Me quedé inmóvil, observando como aquel hombre se dirigía a mí con otro puñetazo, este brillando con un resplandor azul. Me impactó en el pecho, lanzándome varios metros más a la profundidad de aquella bahía. Este golpe fue incluso más fuerte que el anterior.

Tenía que salir de allí si no quería que siguiese usando aquel elemento conductor en su favor, mas no me iría sin antes mostrarle el potencial del karate gyojin. Sumergido, y atento por si volvía a meter otra descarga, empecé a acumular un par de pequeños remolinos en mis manos. Si volvía a usar la misma técnica, nadaría hacia el lado opuesto. Seguramente aquella descarga tendría un rango limitado, de lo contrario muchos peces estarían flotando boca arriba. Él no era capaz de verme, así que tendría dificultades para evadir mi ataque. -Death... ¡¡Spear!!- [AF] Mencionaba yo, a la vez que en ambos costados se formaban dos lanzas, con varias extensiones de pinchos, y se lanzaban a gran velocidad contra mi oponente. -Muere, escoria humana.- Pensé yo esbozando una sonrisa.

Si aquellas armas de agua alcanzaban al luchador, lo ensartarían, desgarrándole la carne y provocándole un gran dolor, probablemente mortal según donde acertara. Si había más personas como él en este lugar, sería bastante interesante, aunque tendría que andarme con ojo. Probablemente más de uno con ese poder a la vez, acabarían conmigo. Pero no obstante, podría ser muy divertido exterminar a todos los civiles de la isla o por lo menos, diezmar un poco su población. De esta manera empezarían a comprender lo peligroso que es un gyojin y más importante aún, la superioridad de nuestra raza.

-¡¡Kyahahahahahahaha!! ¡¡Kyahahahahahaha!!- Reía yo a carcajadas mientras pensaba en todas aquellas atrocidades.

El karateka miraba a su alredededor, nervioso. Había comprendido el error que había cometido al dejar al gyojin que se sumergiese, y ahora lo iba a pagar caro. Cruzó ambos brazos en una equis y estos comenzaron a envolverse gradualmente en descargas eléctricas. Sabía que su vida dependía de que acertarse aquel golpe. Sin embargo, primero debía localizar al gyojin.

- ¡Muéstrate, bestia! - gritó con rabia.

Las dos lanzas cruzaron a toda velocidad el agua y salieron de esta atravesándole el torso. El gesto del karateka de ira se convirtió en una muda mueca de sorpresa e incomprensión, y se desplomó desangrándose. Moriría pronto, pues el ataque le había destrozado el cuerpo por dentro, desgarrándole órganos internos y músculos. Mientras, los otros supervivientes corren despavoridos hacia la aldea.

En esta, la gente recorre las calles en grupos de tres personas, pobremente armados con palos, orcas y algún fusil. ¿Qué haces?

Salí a la superficie, observando como mi oponente se había desplomado en el suelo, con una expresión que mostraba impresión e incredulidad. Las dos lanzas de agua estaban clavadas en su cuerpo y no tardaron en volverse aquel simple líquido que segundos antes, le había desgarrado por dentro. El agua le empapó, extendiendo por ella la sangre que emanaba de sus recientes heridas y lo miré con una sonrisa. -Da igual cuales sean tus técnicas, un humano jamás podrá competir contra un gyojin, y mucho menos en el agua.- Le dije al cuerpo inerte, como si aún pudiera escucharme.

Los otros hombres junto al animal, ya se habían marchado, cosa que era un alivio, pues aun siendo inútiles y probablemente mucho más débiles que aquel luchador, portaban armas que podrían matarme en un abrir y cerrar de ojos. Miré por última vez al karateka para cerciorarme de que estaba muerto y una vez hecho continué mi camino. Observé las calles de la aldea, bastante transitada, como si estuvieran patrullando en grupos de tres personas. Todos armados, algunos con lo primero que cogieron seguramente, pues llevaban cosas tales como palos u horcas, aunque algunos portaban fusiles, de nuevo, volvía el peligro a ser asestado por una o varias balas.

-Bien, esto puede ser interesante. Debería empezar por atacar a los grupos que no portan armas de fuego, si es que hay alguno, pero seguramente sí, pues no creo que tengan armas de tal calibre para tantos civiles.- Pensaba yo, observando tras una pared y estirando ligeramente el cuello para poder ver más allá.

Empecé a caminar, rodeando la aldea por el exterior, pegándome a los edificios para evitar ser visto y esperando encontrar aquello que buscaba. Bien cierto era que quería matarlos a todos, pero una cosa era ser valiente y otra muy distinta era ser estúpido. Si algo tenía aparte de rencor frente a su raza, era consciencia y no iba a morir tan pronto.

-Vamos, humanos, venid conmigo... Quiero hacerme un banquete con vuestras entrañas.- Decía en mi mente, con un ojo bastante abierto y una sonrisa de oreja a oreja, mostrando una expresión de psicópata.

La aldea está compuesta por viviendas de madera de una planta sobre una especie de plataformas de bambú. Esta se sitúa encima de un lago natural poco profundo. Las plataformas están a un metro del agua, sostenidas por soportes de madera gruesos y resistentes. A su vez las casas están unidas entre sí por puentes entre las plataformas. Tú estás en las afueras del poblado, en una zona de arrozales donde viven agricultores. Aquí las casas son de piedra.

Estás tras una casa. Entre ti y el puente al poblado principal hay un campo de arroz, otra casa más y dos patrullas de cinco hombres cada una, armados con palos y horcas. Una está acercándose a donde estás tú. La otra está en el porche de la otra casa, hablando con un hombre viejo que está en la puerta de la misma.

Para mi buena suerte en las partes exteriores de la isla había varios arrozales y para poner la guinda al pastel, no parecían tener armas de fuego los hombres que allí divisaba. Con esos campos llenos de agua y aquellos hombres sin un armamento capaz de derribarme antes de que pudiera hacer nada, sería pan comido verter su sangre sobre el suelo. Tras ello, me aprovecharía de que la aldea estaba construida por encima de un lago para arremeter contra ellos aprovechando el terreno.

Miré hacia aquel cultivo que me separaba del puente hacia la aldea y otra casa que allí había. Pude divisar como uno de los grupos que había por esos lares se acercaba a mi posición. Dudaba mucho que me hubiesen visto, de lo contrario, irían con mucho más cuidado y probablemente más raudos, además de haber alertado a los demás. Los hombres que llevaban horcas eran mucho más peligrosos que los que llevaban palos, aunque no suponían gran amenaza igualmente. Empecé a correr hacia aquel lugar aguado para las plantas. Me hundí un poco al pisar su tierra, aunque era muy poco profundo y mucho más para alguien tan alto como yo. Me agaché para poder agarrar el agua y empecé a lanzarla a diestro y siniestro contra aquel grupo que se acercaba. Las gotas salían disparadas como cuchillas diminutas que si impactaban contra sus cuerpos les causarían gran dolor y según el punto, la muerte.

No intenté afinar mucho la precisión por lo que muchos de los disparos fallarían, pero fueron tantas repeticiones que seguramente muchas asestarían en el blanco. -¡Morid, escoria! ¡Morid!- Pensaba mientras veía como el agua se acercaba rápida hacia mis presas.

Aquella no fue quizás la idea más acertada. No hice escándalo en cuanto a gritos o sonidos demasiado fuertes, pero mi presencia tan repentina y aquel ataque probablemente se harían visibles ante los presentes, por lo que tenía que estar preparado si el otro grupo se lanzaba a por mí.

Off: Puesto que son simples civiles, no creo que hagan falta nomenclaturas.

Los hombres caen sobre el arrozal, sangrando. Todos tienen importantes heridas, y algunos probablemente estaban heridos de muerte. El agua comienza a volverse roja, mientras los moribundos gritan de dolor. Al otro lado del arrozal, el viejo entra corriendo en la casa y los hombres cargan en tu dirección. Hay dos con orcas que van delante, mientras que los otros tres, dos con palos y otro con con un machete, avanzan tras estos. Los de las orcas ponen estas hacia delante a modo de lanza.

Una trampilla se abre de repente en el techo de la casa de enfrente, y de esta sale un hombre ataviado con ropas extrañas, de cuero negro. A tanta distancia, no alcanzas a distinguirlo bien pero jurarías que tiene un corte de pelo a lo militar, y es rubio. Tiene un revólver en la mano. Apunta en tu dirección y dispara con precisión letal. Los aldeanos se giran rápidamente en ese momento, como si lo tuviesen todo preparado, y el proyectil en lugar de golpearte, estalla con una potente luz cegadora. Tras estallar la bengala los aldeanos se giran gritando, atacándote con sus armas.

Aquel grupo empezó a caer como moscas. Desconocía si habían muerto ante mi frenético ataque, si estaban aún agonizando o simplemente fingían ser incapaces de seguir para no tener que enfrentarse a mí, sin embargo, aquel suceso, tal y como esperaba, desató la furia del otro grupo que no tardó en lanzarse contra mí. No me hubiera sido difícil librarme de ellos, de la misma forma que lo hice con sus compañeros, pero un haz de luz me cegó. Un hombre que salió al tejado, que apenas pude distinguir por la lejanía del edificio, sacó un arma con la que apuntó hacia donde yo estaba. No me dio tiempo a hacer nada, incluso pensé que aquel podía ser mi final, pero no fue una bala lo que atravesó mi cuerpo, sino un destello lo que disparó aquel revólver.

Sentía los gritos de aquellos idiotas y los pasos torpes por aquel arrozal, debido al agua que frenaba su marcha. Se dirigían hacia a mí, y a pesar de que podía oírles, no era consciente de donde podían provenir los ataques. Quizás incluso lo hacían por varios lados para que no tuviera ocasión de escapar. Huir no era una opción. No podía ver y sin saber hacia donde me dirigía, era estúpido moverse. Un paso en falso y podría ser mi propio paso el desencadenante de mi muerte. Podía lanzar agua de nuevo, pero sin saber donde estaban mis objetivos, tenía muy pocas probabilidades de acertar, pero aún guardaba un as en la manga.

-El karate gyojin no es algo que hemos perfeccionado a lo largo de los años y que no puede compararse a ninguna de vuestras estúpidos estilos de combate cuerpo a cuerpo. ¡¡¡Nosotros podemos dominar el agua!!!- Exclamaba yo, a la vez que empezaba a girar sobre mi propio eje, extendiendo los brazos y creando un pequeño torbellino de agua. -¡¡¡Cyclone!!!- Grité, mientras aquel líquido que giraba al son de mi cuerpo empezó a tomar la apariencia de un pequeño ciclón que cortaba como cuchillas.

Aquel ataque se extendería lo suficiente como para que sus armas de hasta no me alcanzasen y poder rebanarlos aunque no los viera. Meterse contra un gyojin que dominaba aquel estilo, en una zona llena de agua, aunque en esta no pudiese sumergirme, era un gran error, un error que pagarían con sangre.

El potente torbellino cortante atrapa a tres de los aldeanos. Entre gritos, salen disparados, girando enloquecedoramente. El agua de este pronto se tiñe con manchones rojos. Los otros tres aldeanos salen corriendo despavoridos. Tu ataque destroza parte del arrozal, llevando consigo plantas, armas de los aldeanos y los cuerpos de los moribundos de antes. El hombre del tejado de arriba abre la recámara del revólver y empieza a meter munición.

- Prepárate, gyojin. Mi nombre es Jims Collins, cazarrecompensas. Lamentarás el día que decidiste atacar este poblado.

El cazarrecompensas realiza dos disparos que van dejando una estela de humo compacto. Los tiros llegan hasta al suelo, al lado tuya. Jims se "sube" a las estelas y se desliza a través de estas hacia ti. Apunta al tornado y dispara una vez. La bala entra en este, y una potente detonación deshace tu ataque. Quedan dos balas en la recámara, con efectos que desconoces. Este apunta al agua bajo tus pies, dispara y guarda su revólver en la funda mientras salta hacia ti. El agua comienza a congelarse lentamente.

- ¡Karate no hoshi: Nagareboshi! [AF]

Cayendo en tu dirección, lanza una lluvia de patadas hacia tu cara y tus hombros.

Mi técnica dio resultado. Varios fueron los heridos por el agua tajante y los que consiguieron evitarla, huyeron como alma que lleva al diablo tan pronto tuvieron ocasión. Empecé a reír a carcajadas al ver aquella escena, sin dejar de girar para causar más estragos. Gran parte de los cultivos habían quedado hechos polvo y la sangre que bañaba dichos cereales, había empezado a teñirse con un tono carmesí. Sin embargo, poco duraría mi risa, pues aquel tipo que disparo anteriormente lo hizo de nuevo. Dijo ser un tal Jim Collins, y por lo visto, cazarrecompensas, asegurando que pagaría caro el haber decidido atacar al pueblo. Mas esta vez el disparo no causó luz, si no humo, y fueron dos. Aquella estela se extendía, nublando mi vista y quitándome la posibilidad de ver a mi enemigo.

Estaba a punto de parar mi técnica cuando una pequeña explosión me la cortó de inmediato, haciendo que el agua se dispersara y causándome algunas quemaduras. Miré hacia arriba y pude ver a aquel tipo, que no tardó en lanzarme una lluvia de patadas al rostro y a los hombros. Puse los brazos para protegerme, pero no antes de llevarme un par de patadas en la nariz y otra en el hombro derecho. Retrocedí un par de pasos y me limpié el rabillo de sangre que descendía por la comisura de mis labios.

-Veamos quién se arrepiente de qué, humano.- Dije yo, nombrándole por su raza de forma despectiva, tal y como él había hecho conmigo.

Probablemente este sería también alguien fuerte, como el karateka contra el que luché en la bahía, pero no me importaba, le derrotaría también y acabaría con su patética vida. Le di un gancho de derecha, que no esperaba acertar, pues fue un ataque demasiado básico para un contrincante como aquel, pero no fue mi único ataque, dejé el brazo izquierdo echado hacia atrás mientras golpeaba con el derecho para poco después lanzar una fuerte palmada a su pecho. [AIF]

El cazarrecompensas esquiva tu primer golpe con facilidad. Parece ser bastante ágil y estar muy bien entrenado. Notas algo en sus movimientos. No es un combatiente normal y corriente. Es mucho más hábil y experimentado que el osado karateka de la bahía, y no crees que se vaya a dejar engañar tan fácilmente. Notas entonces un frío intenso en los pies y ves que el agua a vuestro alrededor se ha congelado. No puedes usar tu gran ventaja y te costará moverte. Tu segundo golpe le impacta de lleno, pero te das cuenta de que no se ha esforzado en esquivarlo. Tose y un poco de sangre le asoma a la boca. El hielo de sus pies se ha agrietado por el impulso, pero la buena forma física del cazador ha impedido que cayese de espaldas. Con una sonrisa te agarra el brazo con la mano izquierda, y con el revólver te apunta al pecho.

- Jaque mate, gyojin.

Disparo explosivo [AMF]

Tras fallar el primer intento, tal y como esperaba, noté un extraño y poco peculiar, frío en mi cuerpo, por la parte inferior. Al mirar hacia abajo pude ver como una capa de hielo cubría mis botas, de tal manera que era imposible que me moviera, sin embargo lo tenía justo al frente. No era una situación muy favorecida para mí, pero debía intentarlo, así que lancé aquella palmada que le encajó de lleno en el pecho, haciendo que este tosiera sangre. Lo raro es que ni si quiera intentó esquivarlo, se limitó a recibir mi ataque para luego pasar él a la ofensiva, además, para su suerte, mi impacto rompió la escarcha que le cubría a él, de este modo pudo efectuar su movimiento con mucha facilidad. Me agarró el brazo izquierdo y junto a una frase poco alentadora, me disparó en el pecho. En aquel momento noté un dolor desgarrador. Una explosión en mi torso que ardía como el infierno mismo y que se sentía como martillo inmenso que te aplastaba. Salí despedido, el hielo se había quebrado y mi cuerpo dio varias vueltas en el aire hasta caer al suelo, donde rodé en unas pocas ocasiones más.

Miré la zona afectada, una mancha de sangre asomaba y una fea herida se mostraba. Me levanté con dificultad, aquel ataque fue devastador. Sin duda, algo que no esperaba. Su arma era poco común y sus funciones eran demasiado irregulares. Tenía que tener cuidado si quería salir vivo de allí, o aquel hombre acabaría conmigo.

Empecé a correr hacia el enemigo, haciendo ademán de placarlo, mas sabía que aquello no funcionaría, ni si quiera una finta sería recomendable. Era rápido y hábil, no caería en una trampa tan básica. Mas no era mi intención, rodé por el suelo para ponerme detrás suyo, notando durante el aire una punzada en el cuerpo por culpa de la herida. Al levantarme cogí una de las horcas que habían traído consigo los ciudadanos y junto a una media vuelta para coger fuerza, arremetí contra mi oponente para darle con el hasta en las costillas.[AF]

-¡¡¡Prueba la fuerza de un gyojin en tus carnes, escoria!!!- Exclamaba yo mientras efectuaba mi ataque.

El cazador es increíblemente ágil. Ve venir tu táctica, y así como ruedas para situarte a su espalda, se gira con un hábil movimiento. Sin embargo, fue demasiado brusco, pues en ese momento suelta un gañido y comienza a toser sangre. La horca le atraviesa el costillar, y el cazador grita de dolor. Entonces, con sus últimas fuerzas, se aproxima más a ti clavándose aun más el arma y te apunta con el revólver en la cabeza.

- Esta vez sí que es jaque, gyojin.

Aprieta el gatillo, suena el percutor y no ocurre nada. El cazador, asustado, pulsa el gatillo un par de veces más. No le quedan balas en el cargador. Con un suspiro, se desploma y cae al suelo, tosiendo grandes cantidades de sangre. Tu ataque le ha perforado un pulmón, y no tardará mucho en morir.

(Off: Perdón por tardar tanto. Entre exámenes y tal se me fue la olla y me olvidé totalmente de esto. A partir de ahora te daré prioridad, aunque es posible que más de una vez te conteste corto.)

Llegas al núcleo central de la población, a las casas-plataforma sobre el lago. Un grupo de diez civiles te ve. Están armados, pero al verte ensangrentado comienzan a huir, corriendo por uno de los puentes hacia la siguiente plataforma. Al otro lado, un hombre armado con un fusil te apunta y comienza a disparar a diestro y siniestro, sin demasiada precisión y bastante nervioso.