En la isla Conomi [Pasado~Alex y Rainbow]

Alex había llegado a la isla en el barco de Derian a la isla en su travesía por el East Blue. El médico había dado vueltas por la aldea Cocoyashi, surtiéndose de comida y visitando los grandes monumentos de la ciudad. Aquel había sido el hogar de la famosa pirata Nami, que había sido la navegante de la tripulación de los Mugiwara. Alex había decidido ir a ver la enorme plantación al norte de la isla. Unos grandes campos de mandarinas donde se dice que la mujer había pasado sus primeros años de vida. En aquel momento Alex estaba ascendiendo hacia los campos de cultivo. Hacía calor, con el sol en lo alto. Había preguntado por la dirección de los campos de cultivo en la aldea Cocoyashi, y un anciano le había señalado al norte. Al lado de los campos de cultivo había una pequeña casa de madera, y un gran molino de viento, que proporcionaba energía al lugar.

El médico alcanzó la zona más elevada de la colina, y fue recibido por un gran campo de mandarinas. Una gran plantación que habría sido el orgullo de cualquier horticultor o jardinero. Y la vista desde allí era impresionante. Podía ver toda la aldea Cocoyashi desde allí. Y a lo lejos se recortaba la silueta de Arlong Park, en ruinas, un antiguo símbolo del poder de los gyojin que una vez dominaron aquel lugar en un gobierno de terror y opresión. El médico consideró que iría a investigar a aquel lugar en breves para observar uno de los lugares más importantes en la historia reciente de la isla. Alex sabía que algo había pasado allí. Decidió preguntarle a los lugareños de Cocoyashi sobre aquel lugar.

Observando el campo de mandarinas, al médico se le ocurrió que estaría bien tomar un poco de zumo de mandarina refrescante. Tal vez si cogía un par de mandarinas sin que nadie se diera cuenta podría hacerse un delicioso zumo después. Se acercó sigilosamente al árbol más cercano y arrancó un par de frutos, escondiéndolos en su sudadera blanca. Se ajustó su gorro blanco también y se alejó de allí silbando levemente. Cuando estuvo lo suficientemente lejos sacó una de las mandarinas, y tras pelarla con cuidado, se la llevó a la boca, disfrutando de su dulce sabor.

La ambarina luz del sol bañaba por completo la ruinosa embarcación en la que Arribor descansaba. La mirada del moreno se hallaba perdida, concentrada en las escasas nubes que poblaban el cielo matutino. Llevaba ya varios días vagando por el mar del este y la situación comenzaba a ser preocupante. El hambre y la sed empezaban a hacer estragos en su cuerpo y no le había quedado más remedio que intentar pescar algo, aunque como no tenía caña se le ocurrió la estúpida idea de intentar agarrar algún pez con sus propias manos. Eso le debilitó aun más de lo que ya estaba, aunque no estaba seguro de que eso fuera posible.

Tras su fallido intento de conseguir comida, decidió tumbarse y no malgastar más energías en tareas absurdas. Durante casi dos horas había estado tumbado en la maltrecha barcaza que había robado días atrás, contemplando el cielo en espera a llegar a una isla o de toparse con algún barco, tanto daba, lo único que importaba era que pudiera beber y comer algo. Llegó a pensar que incluso le vendría bien encontrarse con un barco de la marina, un pensamiento que nunca hasta aquel día había tenido jamás.

No estaba seguro de cuanto tiempo llevaba en el mar, podían ser días, semanas, quien podía saberlo. Lo único que tenía claro era que no duraría mucho más en aquellas condiciones. Entonces la vio. Mientras andaba perdido en sus pensamientos vio la clave de su salvación. Se trataba de una gaviota. Una pequeña y ridícula ave negra y blanca que volaba sobre su cabeza mientras emitía un irritante sonido. Arribor se enderezó al instante. Oteó el horizonte y pudo ver una pequeña isla a poca distancia de donde se encontraba. NO lo pensó dos veces, arrancó un buen trozo de la madera del lateral de la barca y la utilizó para remar con todas sus fuerzas.

No tardó mucho en llegar, la increíble sed que sentía le espoleaba más allá del agotamiento y lo único en que pensaba era en llegar lo antes posible. Nada más llegar se topó con un acantilado y tuvo que recurrir a toda su capacidad de observación para encontrar un lugar donde desembarcar. Al final halló un camino oculto parcialmente por la vegetación del bosque. Sin pensar a donde podía llegar dio un salto a tierra firme y echó a correr por el empinado camino de tierra. Por el camino se tropezó varias veces debido a las prisas y a punto estuvo de chocar contra una gruesa rama.

Al cabo de un par de minutos llegó hasta un huerto. Este estaba repleto de plantas de mandarinas y ocupaba una gran porción de terreno. Además era tan espeso que no fue capaz de ver la casa que se ocultaba al otro lado, pero eso poco le importaba en aquel momento. Arribor no lo pensó. Comenzó a devorar las frutas una tras otra, sin detenerse siquiera a respirar y a punto de llorar de felicidad. Ni siquiera le importaba que algunas de las que cogía no fuesen lo bastante maduras, lo único en lo que pensaba era en que podía pasarse horas comiendo sin parar. Continuó así durante varios minutos, saciando su apetito voraz y sin reparar en que no estaba solo en aquel lugar.

Alex caminaba hacia el pueblo de nuevo, disfrutando de su mandarina, cuando se cruzó con un tipo que corría a toda velocidad camino arriba. Su pelo era erizado, y llevaba un parche en el ojo. El otro ojo tenia una mirada penetrante. El médico se hizo a un lado un instante antes de que el otro chocara con él. Lo observó alejarse colina arriba. Se encogió de hombros, a él poco le interesaban los asuntos de aquel tipo.

Continuó caminando unos metros hasta que una vocecita en su interior le dijo: "Oye, ¿por qué no vas a ver lo que hace ese tío? Sabes que tienes curiosidad...". El médico se detuvo y miró de nuevo hacia la colina y el campo de mandarinas del que había venido. Tras unos segundos de duda, empezó a avanzar de nuevo hacia arriba. El tipo parecía haber desaparecido, seguramente lo había dejado atrás en su carrera colina arriba.

El médico alcanzó el campo de mandarinas tras apenas dos minutos caminando. Buscó a aquel hombre con la mirada, pero no lo encontró. Así que se metió entre los árboles y empezó a caminar, buscándolo. Aún tenía el refrescante sabor de las mandarinas en los labios, y otra mandarina guardada. Si alguien de la plantación lo descubría tendría que salir corriendo. Lo vió al doblar una esquina al final de una hilera de árboles. Estaba sentado en el suelo, comiendo mandarinas, el médico lo observó durante un par de minutos, hasta que a lo lejos vislumbró una figura que se acercaba, seguramente una persona al cargo de la plantación. Para evitar meterse en problemas, se descompuso en cloro y observó la escena desde debajo de las plantas, en forma gaseosa. La figura que se acercaba era una mujer, de pelo corto y tonos oscuros que a la luz del sol reflejaban con un color azul marino. No parecía muy contenta de ver a aquel hombre allí, comiéndose las mandarinas.

- ¿Qué estás haciendo? -le preguntó con un claro tono de enfado y desaprobación.

Arribor ignoró por completo la advertencia de la desconocida, estaba demasiado ocupado dándose un merecido festín como para prestar atención a las palabras de una extraña. Sin embargo, pasado un rato esta empezaba a resultarle molesta, se había convertido en una especie de zumbido de fondo que no hacía más que recriminarle una y otra vez su actitud. Mientras tragaba una pequeña mandarina sin siquiera masticarla, un ruido agudo y estridente comenzó a castigar su oído. Arribor decidió que ya era hora de escuchar lo que aquel tipo tenía que decirle y así poder mandarlo a paseo. Se volvió hacia la voz y se encontró de frente con una mujer de pelo azul oscuro y ataviada con ropa veraniega. Al cuello llevaba un molesto silbato amarillo que se dedicaba a tocar sin descanso para llamar su atención.

-Perdona, ¿que decías? Estoy ocupado, ¿no puedes volver luego? -preguntó Arribor con todo el descaro del mundo. A la mujer no pareció gustarle el tono del moreno, pero al menos había dejado de tocar aquel maldito silbato.

-Te estaba diciendo que estás en una propiedad privada.¡¡¡ Llevo un buen rato diciéndotelo y no has hecho más que ignorarme!!! ¿Qué clase de loco eres? -dijo la chica con un tono de profunda irritación. No parecía estar de muy buen humor. Arribor se preguntaba que sería lo que la había molestado tanto.

-¿Pero que dices? Aquí no hay ningún cartel ni nada parecido. -le recriminó el moreno, ignorante de que tan solo a unos metros de él se encontraba el cartel del que hablaba. Por lo visto la chica del silbato sí que lo sabía y comenzó a dar voces echándole en cara que se hubiera colado sin permiso para comer a su gusto como si fuera lo más normal del mundo.

Arribor esbozó una mueca de cansancio y siguió a lo suyo, comiendo como si nada, lo que provocó que la peliazul perdiera la paciencia. Cuando se disponía  a pelar una nueva mandarina, la chica golpeó su mano con un grueso palo de madera haciéndola caer. Ante la insistencia del moreno en coger otro de los frutos, esta siguió golpeándole una y otra vez, esta vez en la cabeza y el torso. Realmente parecía enfadada. El pirata tuvo que dejar de lado forzosamente su banquete y centrarse en librarse de aquel incordio. Se levantó cubriéndose la cabeza con las manos mientras le gritaba a la chica que se detuviera e intentó agarrar su arma improvisada para detener la lluvia de golpes. Lo cierto era que no entendía a que se debía todo aquello, no le parecía para tanto pero la mujer no parecía dispuesta a escucharle. Lo único que le interesaba era gritarle. Realmente era una chica molesta.

Alex observó a la mujer acercarse a aquel tipo y soltarle un discurso acerca de no comer mandarinas de un campo que era privado. Dado que el tipo seguía sin hacerle caso, sacó un silbato amarillo y empezó a soplar con fuerza, ensordeciendo al médico. El tipo seguía sin hacerle caso, por que la chica cogió un palo y empezó a golpear al chico con fuerza, primero en las manos, luego en el torso y la cabeza. El hombre se levantó mientras le seguía cayendo una lluvia de golpes, uno tras otro. No parecía dolorido en exceso, pero si bastante molesto. Alex supuso que debía intervenir antes de que alguno de aquellos fuera lastimado. Se desvaneció en cloro y se acercó a la mujer por la espalda, a ras de suelo, convertido en una bruma verdosa de penetrante olor. Cuando se situó a la espalda de la chica, se elevó y pasó sobre la cabeza de ella, interponiéndose entre ambos. La chica empalideció de golpe y se detuvo. La aparición de un ser informe y completamente gaseoso debía haberla asustado en exceso. Soltó el palo y retrocedió un par de pasos. Si el hombre estaba sorprendido, no parecía demostrarlo. Alex empezó a tomar su forma humana, y miró a la mujer a los ojos. Su enfado parecía haberse disipado de pronto al verle. El médico sonrió y la miró a los ojos firmemente. Luego señaló al hombre:

- Yo pagaré lo de este hombre, pero por favor, no lo golpees más. Y tú -miró al tipo de las mandarinas- sí que hay un cartel que indica que este sitio es una propiedad privada, justo ahí -señaló el cartel con una mano mientras iba tomando forma material. La chica seguía con los ojos desorbitados, cosa que no era de extrañar. El médico sonrió afable y le dió unas pocas monedas. En ese momento, la chica miró las monedas y luego a él. Estaba en shock, o al menos eso le pareció al médico. Suspirando, recuperó su forma material y sonrió a la mujer-. Tranquila, no voy a hacerte daño, pero es cierto que estas frutas tienen un aspecto delicioso. ¿Eres tú quien cuida de estos campos?

Debía de estar alucinando. No sabía si estaba teniendo visiones o si aquella mandarinas estaban envenenadas, o si simplemente se estaba volviendo loco. Mientras aquella molesta chica no paraba de golpearle, un potente olor le llegó desde unos arbustos cercanos. Al instante una especie de gas amorfo se alzó desde detrás de la mujer hasta llegar a la altura de su cabeza. Arribor se quedó tan sorprendido que el último golpe le acertó de lleno en la cabeza. Esta curiosa nube se colocó entre él y la chica haciendo empalidecer a esta y poco a poco comenzó a tomar forma.

Al principio no tenía claro que demonios era aquella cosa pero no tardó en comprenderlo. A juzgar por la apariencia humana que estaba tomando debía de ser u usuario de Akuma no mi. No era la primera vez que se encontraba con uno de esos tipos pero no podía evitar sorprenderse al ver aparecer a alguno. Esa gente se convertía con total facilidad en todo tipo de sustancias y a eso nadie podía acostumbrarse. Arribor vio como la nube de gas se convertía en un joven moreno vestido de blanco y comenzaba a hablar con la chica.

-Yo pagaré lo de este hombre, pero por favor, no lo golpees más. Y tú, sí que hay un cartel que indica que este sitio es una propiedad privada, justo ahí. -tras decir esto se giró de nuevo a la chica.- Tranquila, no voy a hacerte daño, pero es cierto que estas frutas tienen un aspecto delicioso. ¿Eres tú quien cuida de estos campos?

Arribor dejó de prestar atención a los dos desconocidos. Miró durante un segundo el cartel que indicaba que no podía estar allí y luego cogió otra mandarina. Se disponía a comérsela pero no quería arriesgarse a recibir una nueva lluvia de golpes, a pesar de que el desconocido gaseoso se hubiera ofrecido a pagar por él.

-Espero que no te moleste, pero llevo varios días sin comer y esto es lo primero que he visto. Por cierto están muy buenas. -dijo mientras masticaba la mandarina. Después de tragar continuó. -Por cierto, no es necesario que pagues nada. Tengo dinero de sobra en... -mientras hablaba, esta vez dirigiéndose al hombre, recordó como había utilizado la mayoría de los billetes que llevaba como cebo para intentar pescar algo. Por suerte pudo rectificar a tiempo. -En fin, gracias por ofrecerte a pagar. Te debo una.

El pirata sonrió amistosamente. Parecía que se había librado de una buena. Ahora solo esperaba que aquel tipo no decidiese cambiar de opinión o liarse a golpes con él como había hecho la chica. Con un poco de suerte podría comer gratis por un día.

Alex vio por el rabillo del ojo como el hombre cogía otra mandarina y se la guardaba. Suspiró y sonrió a la mujer, poniéndole un montón de berries en la mano. Luego se giró hacia el hombre y le indicó con un gesto que se le acercara. Sonrió dulcemente a la chica de nuevo y echó a andar hacia el pueblo. Tenía hambre.

Cuando ya había recorrido unos cuantos metros y se vio a una distancia prudencial del campo de mandarinas, le dijo a su acompañante:

- Dame un par de gajos de esa mandarina que cogiste antes. Yo también quiero probarlas -lo miró, escrutando sus ojos-. Por cierto, me llamo Alex, encantado. -le tendió la mano amistosamente a aquel hombre, esperando ver su reacción. Tenía una idea en mente, encontrar un sitio donde parar a comer algo más contundente que unas mandarinas. Crujió los nudillos de la mano derecha, pasando por las letras de "ORDER" una a una. Ahora solo tenía curiosidad por saber quien era aquel hombre. A pesar de haber sido golpeado por aquella mujer, no parecía el típico vagabundo. Y sería mucho mejor descubrirlo mientras se tomaba un buen filete de carne o unas empanadillas.

OFF:

Junto a su nuevo compañero, Arribor se encaminó al pueblo en busca de algún lugar donde comer algo, lo cierto era que las mandarinas estaban bien como aperitivo pero necesitaba algo más que eso para saciar su hambre acumulada durante días. Durante el breve trayecto a pie, Arribor repartió la última mandarina que le quedaba con el hombre, el cual se identificó como Alex.

-Arribor Neus, encantado. -se presentó el pirata apretando cordialmente la mano del tal Alex. -Oye, ¿qué se supone que has hecho antes? ¿Estás hecho de gas o de humo o algo así? ¿O es que la chica ha echado pesticida en la fruta?-preguntó Arribor con curiosidad. Ya había tenido alguna experiencia anterior con usuarios de frutas extrañas aunque sabía que no solían encontrarse por ese tipo de islas, al fin y al cabo era un mar bastante inofensivo. Por ese motivo no descartaba que hubiese ingerido algún tipo de veneno o pesticida junto con las mandarinas. Estaría alerta por si empezaba a ver borroso o algo.

Al poco tiempo llegaron hasta un pequeño local de dos plantas, con pinta de humilde y con una pizarra en la que venía anotado el menú del día. Arribor no lo dudó un momento, necesitaba algo de comer y le valía cualquier sitio. Sin siquiera sacar las manos de los bolsillos, pateó la puerta "suavemente" y entró dando voces. Era lo que él llamaba una entrada sutil.

Sin percatarse de las miradas extrañadas y asustadas de los pueblerinos que comían allí, el pirata se sentó en la barra, agarró la carta de comidas y comenzó a pedir cosas sin fijarse ni siquiera de que estaban hechas. En aquel momento no se percató de que era el tal Alex quien debería pagar todo aquello, lo único que sabía era que podía pedir toda la comida que le diese la gana y sin tener que pagarla, con eso le valía. Más tarde ya se preocuparía por el dinero.

-Oye, ¿no quieres algo tú también? -le preguntó a Alex después de pedir una buena parte de los platos que ofertaba el restaurante.

Debido a sus continuos pedidos el camarero había descuidado la atención de otros clientes, los cuales no parecían excesivamente contentos. En especial un grupo de tipos con malas pintas que compartían una gran jarra de licor y le fulminaban con la mirada. El pirata apenas se fijó en ellos un segundo, dejaría que el futuro Arribor se encargara de lidiar con ellos.

El tipo le dio un poco de la fruta y se presentó como Arribor Neus. Ciertamente estaba deliciosa, y Alex disfrutó de aquel refrescante sabor mientras caminaban hacia los edificios del pueblo. Fue entonces cuando le preguntó si estaba hecho de alguna clase de gas o algo. Obviamente se refería a la escena del cloro. El médico sonrió y le dijo:

- Soy un usuario de Akuma no mi. Mi poder me permite transformar mi cuerpo en cloro. Aunque no suelo usarlo mucho. -respondió mientras se metía las manos en el bolsillo de la sudadera.

Llegaron al pueblo, donde Arribor se dirigió enseguida a un restaurante de dos piso, lleno de gente. Nada más llegar, abrió la puerta de una patada y entró dando voces. El médico se puso algo tenso. Aquel tipo no conocía la discreción. Suspiró y se acercó a la barra cuando Neus ya había pedido alrededor de media carta del restaurante. Le preguntó si quería algo, a lo que el médico negó con la cabeza. Estaban llamando bastante la atención, y eso no era bueno. Un grupo de tipos de una de las mesas los miraban con bastante mala leche. A Alex no le apetecía meterse en una pelea con aquellos hombres. Se apoyó en la barra, donde el camarero trataba de dar abasto para servir la ingente cantidad de comida que había pedido Arribor. Miró al tipo de las mandarinas y le dijo:

- Estamos llamando demasiado la atención, mejor vamos a una mesa y esperemos a que nos sirvan. -mientras decía eso, lo cogió del hombro y se lo llevó a una de las mesas que quedaban libres. Los hombres de aspecto amenazantes no les quitaban los ojos de encima, y en cuanto se hubieron sentado, se levantaron de las sillas y se acercaron hasta ellos, seguramente con intenciones hostiles. "Mierda" pensó el médico.

Mientras Arribor continuaba pidiendo comida dejando vacía la cocina del restaurante, Alex le arrastró hasta una mesa advirtiéndole de que estaban llamando la atención excesivamente. El pirata no le dio importancia, al fin y al cabo en aquella isla no habría nadie lo bastante peligroso como para resultarles problemático. Al poco de sentarse en la mesa, un grupo de tipos con malas pintas se levantó y se acercó a ellos con unas miradas de pocos amigos en el rostro. Arribor les dedicó una mirada durante un segundo y luego se fijó en el camarero, quien ya se acercaba a la mesa cargado con un par de grandes bandejas a rebosar de diversos platos.

Durante unos tensos segundos, se produjo un incómodo silencio en su mesa. El camarero dejaba los platos uno tras otro lo más deprisa posible y con una mirada de incomodidad y miedo en su cara. Parecía haberse dado cuenta de que estaba apunto de desatarse una pelea en su local y era evidente que no tenía ni idea de como podría pararla. Mientras tanto, los hombres de enfrente miraban fijamente la comida posiblemente pensando en que debería ser suya. Sin embargo Arribor no prestaba atención a ninguno de ellos, se centraba únicamente en saciar el hambre voraz que le consumía desde hacía días. En cuanto el hombre se fue, los otros tipos acercaron unas sillas y se sentaron en su misma mesa. El pirata los ignoró completamente mientras uno de ellos comenzaba a hablar.

-Oye, vosotros. ¿Quién demonios os creéis que sois? Llegáis aquí y empezáis a pedir toda la carta dejándonos a nosotros sin comer. Vais a devolver... -no llegó a terminar la frase. Mientras hablaba, aquel tipo había comenzado a desenvainar un puñal y lo acercaba amenazantemente hacia Alex y Arribor. Este último continuaba a lo suyo, olvidándose de todos a su alrededor. Solo levantó la mirada de su plato cuando uno de los desconocidos se dispuso a coger uno de ellos.

-Oye, ten cuidado con lo que haces. Estás interrumpiendo. -la mirada de Arribor, a pesar del parche, daba la impresión de ser capaz de romper en pedazos a aquellos hombres. -Oye, Alex. ¿Te importa ir ocupándote de estos tipos mientras yo acabo? Luego te ayudaré. -dijo mientras volvía a lo suyo.

Alex se puso pálido. ¿Que él tenía que hacerles frente a aquellos tipos? Trago saliva. No era de los que solian pelear. No le gustaba pelear. Agradecía el hecho de poseer un poder que lo hacía intangible para poder huir. Aquellos tipos parecían bastante duros de pelar, y Alex supuso que un poco de cloro no les intimidaría. Estaba asustado. Uno de los hombres le sonrió con malicia y agarró una de las fuentes de comida que aún quedaban, llena de empanadillas de carne, y las tiró al suelo de un golpe. Aquello hizo que un interruptor se activase en la cabeza de Alex. Las palabras que le dirigió aquel hombre acabaron por encenderlo del todo.

- Huy, lo siento... -dijo con una sonrisa pedante-. Se me han caido... Deja que las recoja... -mientras lo decía, las aplastaba con las botas que llevaba-. Uy, que torpe soy. -su sonrisa se ensanchó.
- ¿Quieres comida? ¿Quieres bebida? -murmuró el médico, cada vez más cabreado-. Entonces... ¡¡Bebe cloro y muere!! -gritó mientras se levantaba de golpe y dirigía un puñetazo a la boca del tipo. Era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras, pero no sería la última. Cuando el puño impactó con la baca de aquel tipo, Alex volvió su mano intangible y liberó un chorro de gas en la cara del imbécil que había tirado aquella comida al suelo. El gas entró rápidamente en el tubo digestivo y respiratorio del hombre, que se llevó las manos al cuello mientras empezaba a toser como un loco. Los demás tipos desenfundaron sus armas, unas katanas. El médico se encaró ante ellos y saltó en forma gaseosa, liberando gran cantidad de gas en el proceso. Agarró a uno por el cuello y expulsó más gas, parte del cual le dio en los ojos, y otro tanto se coló en su nariz, haciendo que retrocediera. Un par de ellos intentaron atravesar al médico con sus espadas, y lo lograron, pero no de la forma que esperaban. Sus hojas simplemente atravesaban sin problema el cuerpo del médico, que les sonreía con una mueca de desprecio. En sus ojos brillaba el odio. No iba a dejar que aquellos tipos intentaran intimidarlo. Posó la mano sobre la cara de otro y le clavó los dedos en los ojos, haciendo que el hombre se llevara las manos a la cara y soltando su arma en el acto. Seguramente se quedaría ciego o al menos no podría ver en un tiempo. El médico se elevó, quedando a la altura del techo, sonriendo.

El tal Alex demostró ser un tipo bastante capaz. Al principio Arrior tenía sus dudas sobre si sería capaz de lidiar con la papeleta que le había dejado, enfrentarse a aquella gente armada, pero luego se acordó de que su habilidad le permitiría evadir todos los ataques. Además parecía que su capacidad ofensiva tampoco era mala en absoluto. Con un extraño grito de guerra, se lanzó al ataque utilizando varios chorros de cloro para acompañar sus golpes. El pirata vio con estupor como un chorro de aquel gas azulado entraba a raudales por la boca de uno de los hombres. Realmente aquel tipo daba miedo. Empezaba a pensar que tal vez pudiera dejarle a él todo el trabajo.

Sin embargo, pronto se dio cuenta de que no podría quedarse como si nada. Cuando quiso darse cuenta una espada atravesó el cuerpo del hombre de cloro y a punto estuvo de darle a él. Arribor se quedó paralizado por la sorpresa, aquello le había pillado por sorpresa. Un segundo después otro par de hojas pasaron cerca de su cabeza y derribaron el plato que sostenía. Aquello empezaba a ser molesto, por lo que parecía tendría que intervenir para evitar alguna herida inesperada y, lo que sería aún peor, que le echaran a perder la comida.

El pirata se levantó pausadamente y con su mano desnuda detuvo una espada dirigida hacia él. Aferró el arma con fuerza mientras un delgado hilo de sangre teñía la hoja metálica. Sin siquiera mirar al hombre que la empuñaba, Arribor convirtió esa sangre en un par de pequeños dardos y los lanzó contra su torso, atravesándolo y derribándolo en el acto. Entonces terminó de vacíar un plato que le llamó la atención y continuó con la pelea.  Desde la herida de la mano generó una serie de arpones de sangre que volaron hacia varios de los hombres. Sin perder un segundo, agarró una mesa por una pata y la lanzó contra una zona al azar sin mirar siquiera a quien se la lanzaba. No tenía intención de andarse por las ramas y perder el tiempo. Acabría con aquel combate rápidamente y luego volvería a su comida. Odiaba pelear con el estómago vacío.

Por desgracia para él, la falta de comida le había distraído aún más de lo habitual y no se dio cuenta hasta varios segundos después de que la mesa que acababa de mandar a volar era la suya, la que estaba cargad con todos sus platos. Arribor suspiró resignado, realmente no era su día de suerte.