Abby
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Akuma no mi
Varios
Tomad esto, estúpidos. Aquellos ladrones creían que podían contra mí... valientes hombres, como los odio; van de fuertes pero a la mínima de unos disparos se escaquean como ratos. Ufff... golpeé con fuerza un barril y este cayó al suelo rodando y astillándose todo. Pasé la mano por mi frente junto con la pistola y suspiré.-Estúpido señor Cohen... Me organiza misiones inútiles...- Guardé mis armas en en el cinturón de mi falda y coloqué mis guantes negros. A pesar de que fuera mi amigo y me ofrecía trabajos me cansaba, todo por ambición, nunca entendería el por qué de todos tenerla. Eso llevaba a la perdición y a la desesperación, puede que hasta la muerte. La ambición no era buena, para nada, y por el momento intentaría evitarla a toda costa aunque el señor Cohen me pidiese que la tuviese para lograrlo todo.
La misión me había sido concedida por el simple echo de perseguir y vigilar los movimientos de un par de hombres, se decía que estos estaban maquinando planes de algunos tráficos ilegales para Foodvalten, mi hogar natal y debía investigarlos pero la cosa no terminó muy bien... Al menos descubrí el almacén en donde guardaban las armas y todo tipo de cosas como balas, armaduras... ect. Saqué el DDM prestado del señor Cohen y contacté con él -Sr. Cohen, he averiguado el almacén, pero los dos hombres consiguieron escapar-Se oyó un gruñido al otro lado del DDM- No importa, ahora enviaré a mis hombres a Orange Town y que limpien todo eso. Buen trabajo Kaede.-Dijo feliz. Volví a guardar el DDM y acicalé mi ropa sacudiéndola. Salí por la puerta y vi que en una caja ponía "Balas". Estas balas eran de fuego, así que digamos que me cogí un suministro de ellas, 100 balas en un saquito para ser más exactos, en donde las guardé en el bolsito de la minifalda que llevaba. Empujé la puerta para salir y la cerré.
El sol brillaba en lo alto, así que caminé a paso lento observando la villa, era un lugar bonito y cálido, como si todas las personas fuesen felices. Se respiraba paz. Vi un pequeño banco en la acera que llevaba junto al mar, aunque todavía le quedaba una distancia hasta la arena. Me senté poniendo una pierna encima de otra y miré el medallón. ¿Cuando averiguaría su significado? Esto me hacía pensar demasiado...
La misión me había sido concedida por el simple echo de perseguir y vigilar los movimientos de un par de hombres, se decía que estos estaban maquinando planes de algunos tráficos ilegales para Foodvalten, mi hogar natal y debía investigarlos pero la cosa no terminó muy bien... Al menos descubrí el almacén en donde guardaban las armas y todo tipo de cosas como balas, armaduras... ect. Saqué el DDM prestado del señor Cohen y contacté con él -Sr. Cohen, he averiguado el almacén, pero los dos hombres consiguieron escapar-Se oyó un gruñido al otro lado del DDM- No importa, ahora enviaré a mis hombres a Orange Town y que limpien todo eso. Buen trabajo Kaede.-Dijo feliz. Volví a guardar el DDM y acicalé mi ropa sacudiéndola. Salí por la puerta y vi que en una caja ponía "Balas". Estas balas eran de fuego, así que digamos que me cogí un suministro de ellas, 100 balas en un saquito para ser más exactos, en donde las guardé en el bolsito de la minifalda que llevaba. Empujé la puerta para salir y la cerré.
El sol brillaba en lo alto, así que caminé a paso lento observando la villa, era un lugar bonito y cálido, como si todas las personas fuesen felices. Se respiraba paz. Vi un pequeño banco en la acera que llevaba junto al mar, aunque todavía le quedaba una distancia hasta la arena. Me senté poniendo una pierna encima de otra y miré el medallón. ¿Cuando averiguaría su significado? Esto me hacía pensar demasiado...
Yumiko Mei
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
-Nooooo, tigrecito, no mueras por favor no lo hagas, no es necesario que me protejas, sobrevive tu.-Gritaba desesperada mientras las lágrimas caían por mis mejillas.
A medida que decía esas palabras una voz en mi cabeza me hacía recordar que todo estaría bien y que no pasaría nada malo, pero mis ojos no veían lo mismo, poco a poco, el mundo se destruía ante mi, mi mundo y mi único amigo desaparecían delante de mis propios ojos.
"Todo estará bien."-Decía una suave voz en mi cabeza con la intención de consolarme.
Unos segundos después apareció en el suelo una gran mancha de sangre y el cuerpo del tigre se encontraba volando sin cabeza, mientras se desangraba. Al ver eso grité con fuerza en busca de auxilio.
-¡Nooooooooo, tigrecitoooooo!-Grité mientras me despertaba. Mi corazón estaba totalmente acelerado.
Esa pesadilla me había hecho despertar de forma brusca y había aumentado mi ritmo cardiaco a niveles sobrehumanos. Salí de la cama y bajé al vestíbulo, donde pedí un café bien cargado y unos pastelitos para almorzar, ese día había dormido más de lo que debería, pensaba que me despertaría para el desayuno, pero la pesadilla no me lo permitió. Llevaba unos días soñando ese tipo de pesadillas y no cesaban, por eso mismo tenía la intención de irme de esa isla y olvidar el pasado ahí, puesto que en esta isla fue donde mi pequeño compañero murió.
Cogí la taza de café y le fui añadiendo cubitos de azúcar, hasta alcanzar el total de seis cubos. Me gustaba el café azucarado y no muy amargo, aunque ese estaba muy cargado y por ello le añadí tres cubos más al cabo de esos seis. El tabernero me había mirado sorprendido al ver cuanto azúcar le había echado al café, pero no parecía tampoco muy hablador y por ello pasé de su opinión. A su espalda se podía ver una pila de periódicos y le señalicé con el dedo índice para que me diera uno de los periódicos. Este me lo dejó sobre la mesa y se fue por la puerta de detrás de la taberna, por donde suponía que estaría la cocina.
Abrí el periódico y empecé a hojearlo mientras bebía lentamente del fuerte y caliente café, aún con todo ese azúcar, se podía sentir el sabor típico del café amargo. Me había calmado bastante de aquella rara mañana y había empezado a comer uno de esos pastelitos que había en el plato de al lado del café. Estaba esponjoso y tenía una especie de crema de chocolate por encima, en su interior estaba relleno con trozitos de fruta y con pepitas de chocolate, que decir, delicioso. Al parecer, en la taberna había pocas personas y no parecían tampoco muy amigables, había dos tipos vestidos con ropas de pobres y otro hombre que parecía ser de negocios, al ir en un traje totalmente negro.
En el periódico, algo sobresaltó mi atención, habían abierto una nueva posada al norte de la isla, donde antes se encontraba la casa mis padres, y eso me daba ganas de ir a visitarles, aunque probablemente no hubiera nadie ahí, ellos estarían ocupados viajando con el circo por todo el East Blue y no estarían en casa, pero igualmente, me lo pasaría bien, tenía las llaves en mi mochila.
Terminé el último pastelito y bebí el café poco después de un trago. Dejé dos billetes de 100 berries sobre el mostrador y le hice una señal al tabernero de que se quedase con el cambio, luego salí por la puerta de la posada. El sol se abría paso entre las nubes y dejaba verse de forma celestial, las calles parecían estar llenas de gente, era normal, ya era la hora del almuerzo y algunos tenían que trabajar. Entre las personas que caminaban, pude distinguir un par de niños que habían estado en el circo hacía unos años, cuando yo trabajaba con mis padres y mis abuelos, les saludé esperando un saludo de vuelta y así fue, se dieron cuenta de quien era y me saludaron. Eso me hizo esbozar una sonrisa y seguir mi camino por las transitadas calles de la villa Orange.
Seguía caminando, cuando de repente vi a una extraña, era una chica que se encontraba sentada en un banco en la travesía principal de la villa, la que llevaba al mar, el cual se podía divisar al fondo de esta misma. La chica tenía el pelo negro y vestía una camisa y una minifalda de color negro. Me acerqué a ella y le ofrecí un pastelito que había guardado y no me había comido, esperaba que eso fuese suficiente para empezar a entablar una conversación. Parecía una chica normal y mi oso no había empezado a brillar, por lo que deduje que no era una usuaria y podría confiar en ella.
-Hola, hace buen tiempo hoy en esta preciosa isla. Me presento, soy Yumiko Mei y he nacido aquí y este pastelito es un manjar de la mejor taberna de la ciudad.-Dije sonriendo mientras le ofrecía el pastelito a modo de presente, esperaba que le gustara.
Mientras esperaba su respuesta, me quedé mirando al cielo e imaginándome diferentes animales y buscando lazos entre las nubes que se movían por el cielo. Podía distinguir una épica batalla entre dos dragones de tamaños inimaginables entre las siluetas de las nubes que poblaban el cielo y además en mis pensamientos, había imaginado un par de ratones correteando por la espalda de los dragones. Me estaba volviendo loca o solo tenía demasiada imaginación, pensaba para mi.
A medida que decía esas palabras una voz en mi cabeza me hacía recordar que todo estaría bien y que no pasaría nada malo, pero mis ojos no veían lo mismo, poco a poco, el mundo se destruía ante mi, mi mundo y mi único amigo desaparecían delante de mis propios ojos.
"Todo estará bien."-Decía una suave voz en mi cabeza con la intención de consolarme.
Unos segundos después apareció en el suelo una gran mancha de sangre y el cuerpo del tigre se encontraba volando sin cabeza, mientras se desangraba. Al ver eso grité con fuerza en busca de auxilio.
-¡Nooooooooo, tigrecitoooooo!-Grité mientras me despertaba. Mi corazón estaba totalmente acelerado.
Esa pesadilla me había hecho despertar de forma brusca y había aumentado mi ritmo cardiaco a niveles sobrehumanos. Salí de la cama y bajé al vestíbulo, donde pedí un café bien cargado y unos pastelitos para almorzar, ese día había dormido más de lo que debería, pensaba que me despertaría para el desayuno, pero la pesadilla no me lo permitió. Llevaba unos días soñando ese tipo de pesadillas y no cesaban, por eso mismo tenía la intención de irme de esa isla y olvidar el pasado ahí, puesto que en esta isla fue donde mi pequeño compañero murió.
Cogí la taza de café y le fui añadiendo cubitos de azúcar, hasta alcanzar el total de seis cubos. Me gustaba el café azucarado y no muy amargo, aunque ese estaba muy cargado y por ello le añadí tres cubos más al cabo de esos seis. El tabernero me había mirado sorprendido al ver cuanto azúcar le había echado al café, pero no parecía tampoco muy hablador y por ello pasé de su opinión. A su espalda se podía ver una pila de periódicos y le señalicé con el dedo índice para que me diera uno de los periódicos. Este me lo dejó sobre la mesa y se fue por la puerta de detrás de la taberna, por donde suponía que estaría la cocina.
Abrí el periódico y empecé a hojearlo mientras bebía lentamente del fuerte y caliente café, aún con todo ese azúcar, se podía sentir el sabor típico del café amargo. Me había calmado bastante de aquella rara mañana y había empezado a comer uno de esos pastelitos que había en el plato de al lado del café. Estaba esponjoso y tenía una especie de crema de chocolate por encima, en su interior estaba relleno con trozitos de fruta y con pepitas de chocolate, que decir, delicioso. Al parecer, en la taberna había pocas personas y no parecían tampoco muy amigables, había dos tipos vestidos con ropas de pobres y otro hombre que parecía ser de negocios, al ir en un traje totalmente negro.
En el periódico, algo sobresaltó mi atención, habían abierto una nueva posada al norte de la isla, donde antes se encontraba la casa mis padres, y eso me daba ganas de ir a visitarles, aunque probablemente no hubiera nadie ahí, ellos estarían ocupados viajando con el circo por todo el East Blue y no estarían en casa, pero igualmente, me lo pasaría bien, tenía las llaves en mi mochila.
Terminé el último pastelito y bebí el café poco después de un trago. Dejé dos billetes de 100 berries sobre el mostrador y le hice una señal al tabernero de que se quedase con el cambio, luego salí por la puerta de la posada. El sol se abría paso entre las nubes y dejaba verse de forma celestial, las calles parecían estar llenas de gente, era normal, ya era la hora del almuerzo y algunos tenían que trabajar. Entre las personas que caminaban, pude distinguir un par de niños que habían estado en el circo hacía unos años, cuando yo trabajaba con mis padres y mis abuelos, les saludé esperando un saludo de vuelta y así fue, se dieron cuenta de quien era y me saludaron. Eso me hizo esbozar una sonrisa y seguir mi camino por las transitadas calles de la villa Orange.
Seguía caminando, cuando de repente vi a una extraña, era una chica que se encontraba sentada en un banco en la travesía principal de la villa, la que llevaba al mar, el cual se podía divisar al fondo de esta misma. La chica tenía el pelo negro y vestía una camisa y una minifalda de color negro. Me acerqué a ella y le ofrecí un pastelito que había guardado y no me había comido, esperaba que eso fuese suficiente para empezar a entablar una conversación. Parecía una chica normal y mi oso no había empezado a brillar, por lo que deduje que no era una usuaria y podría confiar en ella.
-Hola, hace buen tiempo hoy en esta preciosa isla. Me presento, soy Yumiko Mei y he nacido aquí y este pastelito es un manjar de la mejor taberna de la ciudad.-Dije sonriendo mientras le ofrecía el pastelito a modo de presente, esperaba que le gustara.
Mientras esperaba su respuesta, me quedé mirando al cielo e imaginándome diferentes animales y buscando lazos entre las nubes que se movían por el cielo. Podía distinguir una épica batalla entre dos dragones de tamaños inimaginables entre las siluetas de las nubes que poblaban el cielo y además en mis pensamientos, había imaginado un par de ratones correteando por la espalda de los dragones. Me estaba volviendo loca o solo tenía demasiada imaginación, pensaba para mi.
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