[Privado][Émile - Vinnie] Lo cierto es que tengo hambre...

- ¿Y dice que todo este asunto no causará ninguna perturbación en el manicomnio?

- En absoluto. Sólo necesito comprobar unas cosas en el sótano. En el pasado hubo un asunto turbio, un ajuste de cuentas ya sabe usted, y está convencido de que en ese lugar podría encontrar pistas al respecto. Deme usted una hora y asegúrese de que nadie entre en el lugar en ese plazo de tiempo, y tendrá la suma acordada.

Los dos hombres bajaron por las estrechas escaleras. Uno de ellos portaba un farolillo y llevaba un uniforme azul verdoso de enfermero, mientras que el otro era un hombre entrado en años, delgado y con el pelo canoso. Iba vestido con un traje elegante, y se apoyaba en un bastón de gentleman. En la mano derecha llevaba un voluminoso maletín de cuero negro, de aspecto pesado, aunque el hombre parecía cargarla sin dificultades. En cuanto llegaron al sótano, una enorme estancia llena de cajas, con suelo de tierra y con varios pasillos, el mayor de los dos dejó su bastón contra la pared y el enfermero le tendió el farol. Tras dedicarle una formal inclinación de cabeza y pasarle un sobre algo abultado, aceptó el aparato.

- Tendréis el resto cuando haya terminado, y si no he sido perturbado por nadie.

- No os preocupéis, me encargaré de ello - dijo el joven abriendo el sobre y contando billetes.

En cuanto el empleado hubo dejado el sótano, el pirata comenzó a movilizarse. A pesar de se le había prometido una hora no se fiaba de que el tipo mantuviese la boca cerrada. Y el capitán Émile no estaría complacido si no lograba cumplir la misión, dado que quería contactar con el señor Estacado antes de entrar a liberarlo. Dejó el farol en la escalera y abrió su maletín, sacando unos planos del edificio. Debía localizar la posición de la "habitación" (si así podía llamársele) del mafioso. Tras comparar el piso superior con el sótano, encontró la zona de este que se correspondía con la habitación y se dirigió en aquella dirección apresuradamente, tras meter los planos de vuelva al maletín y recogerlo todo. Una vez en el lugar, volvió a abrir este y a sacar un montón de cosas: una pequeña jaula con un hámster sedado, un frasco de pintura roja, brocha, una daga de plata, un mechero y velas negras. Una vez con esos utensilios, dibujó un círculo con un pentagrama inscrito en él y un montón de símbolos ignotos, y colocó al hámster en el centro de este. Después puso una vela en cada extremo del pentagrama y las encendió. Con un brillo extraño en la mirada, el hombre alzó el puñal de plata y proclamó, con voz grave y terrible:

- Ego te convoco, pater infernale, exaudi orationem mea.

El arma descendió sobre el animal, atravesándolo. Este dio un chillido de dolor, desangrándose, y tras tensarse por un instante, dejó de moverse. De repente del cadáver del animal comenzó a surgir una especie de humo negro, cada vez en mayor cantidad, tras lo que comenzó a acumularse en el centro de la estancia. La humareda ascendió el techo y lo atravesó, apareciendo en la estancia del lunático. El gas se paró frente a este y comenzó a tomar una forma definida. Un joven que no debía tener mucho más de veinte años apareció en la estancia. Tenía el pelo color castaño, una media sonrisa malévola y los ojos rojos como la sangre. Vestía con una camisa negra, vaqueros y botines marrones. Al instante comenzó a hablar, con una voz melosa al tiempo que cargada de malicia.

- Te han hecho daño, ¿verdad Vinnie? Pobre animal, encerrado y despojado de sus colmillos. Apuesto a que estás deseando liberarte de tus ataduras y alimentarte de su carne. Ahora dime, ¿qué precio estarías dispuesto a pagar por ello?

Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro de Émile. Al fin había dado con el paradero de Vinnie... y no podía haber llegado en mejor momento. Se cruzó de brazos, observando a la piltrafa humana que un día fuera el orgulloso líder de la familia Estacado. Su aspecto no podía dejar más clara la fragilidad de su escasa cordura, si es que le restaba alguna. En fin, aunque estaría bien no tener a un completo lunático como Pecado tampoco lo invalidaba para el puesto. Al fin y al cabo, él era el estratega y el cerebro, y teniendo sometidos a todos sus Pecados mediante el Pacto no tendría problemas en controlarle. Lo miró a los ojos, y descubrió en estos un extraño brillo, más allá de la locura. Una mirada decidida y orgullosa ¿Remanentes de su viejo yo? "Interesante..." Entrecerró los ojos y esbozó ahora una media sonrisa algo menos desagradable, contestando al mafioso:

- No espero menos, Vinnie. Si te saco de aquí, me servirás en cuerpo y alma en todo lo que te pida, y a cambio podrás comer toda la carne humana que desees. Mi nombre es Lion D. Émile, capitán de Shichi no Akuma, también conocido como el Ángel Negro.

La idea de aquella visita era lograr que el mafioso le jurara lealtad y aceptara el Pacto. Hecho eso, ya estarían en condiciones de asaltar el manicomnio y sacarlo de ahí sin mayores problemas. Al fin y al cabo, él era sólo una representación astral, con lo que no podía sacarle aun. Su verdadero cuerpo estaba a kilómetros de allí, en su camarote del Corazón del Diablo. Su intención había sido tantear el terreno, pues la idea de entrar a saco en el lugar sin haber contactado antes con Vinnie hubiese sido muy mala, y podría haber derivado en una carnicería o incluso en la muerte del mafioso.

- Te sacaré de aquí mañana. Sin embargo, antes quiero que aceptes un pequeño pacto... digamos que estoy reuniendo a seis personas muy especiales, y tú cumples las características que busco para ser una de ellas. El pacto del que te hablo - dijo, poniéndose serio - se llama Pacto de Lealtad. Si lo aceptas podremos comunicarnos mentalmente en cualquier momento, podré ayudarte desde la distancia y sabré al instante si pretendes traicionarme. También me permitirá darte órdenes. Por supuesto este Pacto no viene solo... junto con él te concederé un deseo.

Se cruzó de brazos, esperando a su respuesta. Una vez tuviese la confirmación, llevaría a cabo su bautismo como Belcebú, la Gula. Entonces cayó en la cuenta de que le faltaba algo por saber:

- Oh, cierto. Dime en qué parte del cuerpo quieres llevar la marca de la banda.

Bien... parecía que estaba dispuesto, aunque no hubiese emitido palabra alguna. Émile volvió a sonreír, satisfecho de haber encontrado a otro de sus Pecados. Ahora sólo le faltaba lograr que Kedra aceptara ser Belfegor, y ya sólo le restarían por encontrar Mammon y Leviatán. Sus planes avanzaban a buen ritmo, y una vez estuvieran los siete y hubiese entrenado al resto, irían al Grand Line a hacerse un nombre como banda. Aun faltaba para eso, pero el momento se acercaba cada vez más rápido. Había encontrado a tres de ellos en una sucesión temporal muy corta, y ahora aparecía Vinnie muy poco después. Dos alas negras surgieron a la espalda del Ángel Negro, que comenzó a decir:

- Desde hoy eres el emisario de mi Hambre en el mundo. Yo te bautizo como Belcebú, el demonio de la Gula. Devora a todo aquel que se oponga a nosotros.

Acto seguido apoyó la mano izquierda sobre la cabeza de Vinnie, y con el dedo índice de la derecha tocó la palma de su mano. No era un contacto material como tal, dado que era una proyección astral, pero igualmente era parte del bautismo. La palma de la mano del mafioso brilló en rojo, y un pentagrama invertido con una calavera dentro apareció en esta. Era el símbolo de Shichi no Akuma.

- ¿Juras servirme con lealtad, protegerme y obedecerme, así como respetar y defender a todos los que yo tome bajo mi protección?

Una vez Vinnie lo hubiese jurado, diría:

- ¿Juras perseguir y dar muerte a todo aquel que me desee algún mal?

Finalmente, terminaría con un último juramento:

- ¿Y juras aceptar mi marca, no liberarte de ella si yo no te lo ordeno y por último, perseguir a nuestros enemigos los Tenryuubitos allá donde se hallen?

Terminado eso, el brillo de la marca crecería de intensidad y se grabaría en su piel definitivamente. En un tono solemne y apartándose de él, Émile dijo unas últimas palabras antes de desvanecerse en una humareda negra:

- Per potestas mea, ego baptizo te Belcebú.

Acto seguido unas últimas palabras resonaron en la mente del loco, enviadas telepáticamente por el pirata: "Mañana al mediodía entraremos a sacarte de aquí. No hagas ninguna imprudencia hasta entonces."

Día siguiente

Más o menos al mediodía, un grupo de gente muy pintoresca entró en el manicomnio. Todos iban bien vestidos, con trajes elegantes, de manera que en teoría no tendrían porqué resaltar demasiado. Sin embargo, era inevitable a causa de tres de ellos en concreto. Uno de ellos era un enorme semigigante de aspecto fiero, cuyo barbárico aspecto contrastaba en gran medida con las ropas que llevaba. Otro era un hombre mayor y corpulento, de pelo cano, largo y sucio, que tenía el rostro lleno de arrugas, cicatrices y un parche sobre el ojo derecho. Sin embargo, el que más destacaba del grupo era un gato que caminaba erguido, vestido con una capa roja, un cinturón con un estoque, botas y un sombrero. El resto del grupo destacaban algo menos, si bien era difícil no fijarse en que muchos tenían cicatrices y un aspecto que recordaba más al de un matón de barrio bajo que al de un hombre de negocios. Eran unos treinta. Algo inquieto, el recepcionista pulsó disimuladamente un botón para alertar a seguridad y preguntó:

- ¿Puedo hacer algo por vosotros?

El que caminaba al frente de la comitiva, un hombre joven con el pelo castaño y ojos color caoba, sonrió. Este parecía portar su traje con bastante más naturalidad que el resto, y hasta le quedaba bien.

- Ivana, dales nuestro pase de entrada.

Una mujer de pelo blanco que llevaba una enorme maleta consigo se adelantó, abriendo la cremallera. Entonces extrajo de esta lo que parecía un lanzamisiles de pequeño tamaño. El recepcionista se alarmó y pulsó la alarma, haciendo que luces rojas comenzaran a encenderse por todos lados, al tiempo que un molesto pitido sonaba. Fue lo último que el hombre hizo, pues a continuación la mujer disparó, y un proyectil salió a toda velocidad atravesando la pared tras él. Entonces una brutal explosión la destrozó, haciendo que los escombros lo aplastaran.

- Mi turno - dijo el dr. Crownhall, con una sonrisa maquiavélica - Poneos las máscaras.

Ivana abrió totalmente la bolsa y empezó a pasar armas y máscaras antigás a todos los presentes. Mientras, el médico se acercó a uno de los conductos de respiración con una bombona y una especie de manguera terminada en un pico metálico con una llave de paso. Clavó la manguera al tubo y abrió la llave, comenzando a sonar el pitido del gas al salir a presión. Lo que había ahí era una potente droga depresora inventada por el propio doctor, llamada Noche de los muertos vivientes. Tenía un potente efectos anestésico en todo el que la respirara, y en la suficiente cantidad era mortal. Aquella bombona tenía suficiente para poner a dormir a todo el manicomnio. Comenzaron a avanzar por el lugar, mientras tanto personal como enfermos comenzaban a caer dormidos. Algunos de los más resistentes y avispados intentaron oponer resistencia, pero fueron eliminados al momento. En cuanto llegaron a la puerta de Vinnie, Diego desenvainó su florete y la cortó en pedazos en un instante.

- Entrad y ponedle una máscara e inyectadle el antídoto. Olaf, sujétalo. No me fío de que no reaccione violentamente por el aturdimiento - ordenó Émile sin hablar, telepáticamente.

Mientras Olaf (el hombre del pelo canoso sucio) y dos de sus hombres entraban a cumplir sus órdenes, Émile se acercó a Ivana y abrió la maleta que llevaba, sacando un traje enganchado a una percha y protegido por un plástico. Entonces se giró hacia el doctor y preguntó:

- ¿Cuánto más tardará la droga en dejar de estar presente en el aire?

- Uno o dos minutos. Ha sido una buena cantidad, pero el edificio es grande, y sin estar preservada en condiciones especiales acaba desnaturalizándose y descomponiéndose.

Émile tan sólo asintió con la cabeza, tras lo cuál entró en la estancia con el traje en la mano.

- Bienvenido de nuevo al mundo de los cuerdos, don. Creo que se sentirá más cómodo con ropas más adecuadas para un hombre de su posición - dijo, tendiéndole el traje.

El asunto transcurrió sin mayores problemas. Olaf logró evitar que Vinnie se moviera, y el doctor le administró el remedio. Este indicó que ya era seguro quitarse las máscaras tras mirar su reloj, y todos comenzaron a sacárselas. Tras darle el traje al mafioso y ver que este comenzaba a cambiarse sin pudor, dio una orden telepática al resto. "Fuera todos, aquí no hay nada que ver. Haced lo que os de la gana, torturar a algún desgraciado, robar, prenderle fuego a alguien... pero no os entretengáis. Tendremos que irnos antes de que venga la Marina." No había hecho eso por recato, si no por Ivana. Tal vez no tuviera ninguna clase de relación con ella, pero al igual que el resto de su tripulación y sus gentes era de su propiedad. No iba a dejar que andase fijándose en otros, sólo debía tener ojos para su señor. Se cruzó de brazos mientras Belcebú terminaba, y sonrió con malignidad cuando este hizo su pregunta.

- Bonito poder, ¿es una akuma no mi? - entonces se llevó una mano al rostro, en un gesto casi teatral - Oh, pero qué tonto soy. Si debes estar muriéndote de hambre.

Soltó una risa fría y sin alegría. La verdad es que tenía curiosidad por ver cómo era Vinnie y sus hábitos. ¿Buscaría comer lo máximo posible sin pararse en el sabor? ¿Buscaría al más sabroso? ¿O aprovecharía para cometer alguna venganza personal?

- Tenemos algo de prisa. Hicimos un poco de ruido al llegar y es posible que la Marina venga de camino, pero... supongo que tenemos tiempo para recoger algún tentempié para llevar - sonrió malévolamente - Tan sólo escoge a los que quieras devorar y nos los llevaremos con nosotros. Están todos inconscientes por la droga que hemos metido en el aire.

Ciertamente había sido un poco estúpido entrar reventando la recepción de un bombazo pudiendo eliminar al recepcionista en silencio y luego meter la droga en los conductos sin montar ningún escándalo. Sin embargo no había podido resistirse a la idea de aprovechar aquello para armar un poco de ruido y lanzar un mensaje a sus enemigos. Al fin y al cabo hacer apariciones en público sería una buena manera de mantener su reputación. No quería que se olvidaran de que el Ángel Negro estaba aun entre ellos.

Observó con una sonrisa maliciosa a Vinnie, adivinando los oscuros pensamientos que se ocultaban tras aquella mirada de hambre. Acto seguido lo acompañó por los pasillos, mientras se ajustaba la corbata. "Enséñame lo que harás, Belcebú. ¿Sucumbirás al hambre con cualquiera, o desatarás tu vena caníbal sobre alguien concreto?" Finalmente llegaron junto al cuerpo inconsciente de uno de los médicos del manicomnio, ante el cuál su nuevo subordinado se detuvo. Sus palabras complacieron a Émile, que sonrió de nuevo y observó con aprobación cómo este lo levantaba en el aire por una pierna. Parecía que no se había equivocado al elegir a aquel hombre como uno de sus Pecados. En cuanto vio a Vinnie coger uno de los cigarros, extendió la mano pidiéndole uno. En cuanto se lo dió, se lo llevó a la boca y chasqueó los dedos, formando una pequeña llama roja entre estos, con la que encendió el pitillo. Le dio una larga calada y exhaló una humareda con aire pensativo.

- Es mejor fumar en compañía, ¿no crees? Es con estas pequeñas cosas con las que se disfruta de la vida, y siempre es mejor contar con otros con quien beber, fumar, matar o follar. Al fin y al cabo, en solitario se vuelven más aburridas, ¿no? - dijo, riéndose de su propio chiste - Por eso estoy reuniendo a esta pequeña "familia." Quiero un grupo de gente de confianza con quien compartir el terror y el miedo que pienso llevar al mundo. Y por supuesto, compañeros con quien compartir una botella de vino o una caja de cigarros tras una buena pelea.

Dio una nueva calada al cigarro mientras se dirigía a la salida. Entonces mandó una orden mental al resto. "Tenéis un minuto. Una vez haya pasado, dejaré este lugar con quienes estén ya en la entrada. No queremos toparnos con los marineritos." La verdad es que no solía fumar, aunque no le desagradaba para nada. Simplemente nunca le había gustado demasiado la idea, ya se sabía el daño que podían hacerle a los pulmones. Sin embargo, ahora era Lucifer. ¿Qué iban a causarle? Podía curarse de cualquier problema de salud que le causaran, así que no tenía problemas en dejarse llevar por el vicio.

- Todos esos discursitos sobre la moral y la ética son payasadas, Belcebú. En nuestra pequeña familia nadie te juzgará por tus gustos o aficiones. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestros pecaditos, ¿no? Nuestras limitaciones es simple: no hieras a nadie de la tripulación, a no ser que tengas su consentimiento, claro está, hay locos para todo; ni a ninguno de nuestros aliados ni protegidos. Por lo demás... eres libre de comerte a quien quieras mientras no nos causes problemas. Comerse tenryuubitos no va incluido en ello, claro. Si puedes echarle mano a cualquiera de esos cerdos, devóralo. Y si no tienes hambre, tortúralo y mátalo. Esa es mi orden como tu señor. A partir de hoy, son tus enemigos.

Émile sonrió malévolamente y soltó una breve risotada. Le divertía ver la impaciencia de su Pecado... tanto para comer como con la idea de salir del lugar. Parecía que estaba deseando escapar de allí y alcanzar la ansiada libertad... y el pirata le entendía. Amplió su sonrisa y se dirigió hacia la salida, realizando por el camino una revisión mental de las posiciones de toda su tripulación. La mayoría estaban ya en la salida o dirigiéndose a ella, pero había unos cuantos rezagados. Dedicó el camino de vuelto a reprenderlos telepáticamente y darles la orden de salir del edificio, y una vez llegó a la entrada declaró en voz alta:

- Nos vamos. No esperéis a los rezagados, que nos alcancen ellos. Si la Marina los alcanza es culpa suya.

Se escucharon unos cuantos "sí, mi capitán", y los piratas se apresuraron a obedecer. Rápidamente Nero, un joven de pelo castaño, vestido como un monje y musculoso, y Olaf, un anciano corpulento con un parche en el ojo derecho se situaron a sus lados, escoltándoles.

- Estos dos son Nero y Olaf, mi tercer y octavo oficiales. Nero es mi catador personal y guardaespaldas, y Olaf es nuestro herrero y torturador experto. A partir de ahora están bajo tus órdenes, como todos en la tripulación a excepción de los demás Pecados.

Los dos saludaron a su manera al capo, Nero con un elaborado gesto juntando sus manos e inclinándose, y Olaf limitándose a inclinar ligeramente la cabeza. Se juntaron al resto, saliendo del edificio y dirigiéndose a los muelles. En la calle había bastante conmoción, pero la multitud en seguida se dispersó en cuanto los piratas comenzaron a salir. Mientras avanzaban, Ivana se acercó a ellos y se colocó al lado de Émile sin preguntar. El pirata contuvo una sonrisa, pues solía observar con diversión los diferentes intentos de la chica por marcar su territorio y mostrarse posesiva con él. No le molestaban, pues para él Ivana tenía más bien poca importancia. Era tan sólo como un juguete o una mascota para ella, y le daban bastante igual sus intentos de retenerlo para ella. No era como si pudiera hacer nada, realmente. En cuanto llegaron al barco esperaron unos minutos a que todos los rezagados hubieran embarcado y zarparon sin perder ni un instante.