Leyendas del pasado. La unión de los legados [Priv. Spanner y Zane]

Habían pasado un par de semanas desde que dejé el monasterio. Después de todo lo que había vivido allí durante poco menos de un año y medio me sentía distinto, por primera vez en mucho tiempo me sentía seguro de mi mismo, capaz de conseguir cualquier cosa que me propusiera. Y, además, había sido capaz de controlar los fantasmas de mi pasado, alcanzando la paz conmigo mismo.

Una de las reglas de la hermandad es que sólo puedes dejar de ser miembro con la muerte, así que opté por ser un solitarius, es decir, un miembro que actúa en nombre de la hermandad cuando ésta se lo pide, sobre todo para misiones que requieren que la fraternidad no se vea involucrada. Aquello hacía que tuviera a mi disposición un mundo de posibilidades, ya que los solitarius apenas tenían misiones, porque localizarnos era difícil, aunque no imposible.

Entonces, tras una serie de sucesos que ni yo llegué a comprender, me dirigía a una isla del East Blue junto a Rooney, un viejo amigo de mi padre, quien tras oír lo sucedido con él hace unos años no dudó en prestarme su mano como ayuda.

—Tío Rooney, dale caña al barco que lo tienes amariconao —dije poco antes de bostezar.

—Cállate y disfruta del viaje, que en un par de horas llegaremos a nuestro destino –dijo él, con esa calma que siempre lo había caracterizado.

La verdad era que de todos los amigos de mi padre, Rooney era el que mejor me caía, bueno él y Dharkel, quien era un poco rancio para mi gusto. Ambos tenían esa sensatez que le faltaba a mi padre, pero a ellos, sin duda alguna, carecían de la determinación que él tanto tenía.

“Cuantos recuerdos” —me dije a mí mismo.

Como dijo el tío, a las dos horas llegamos a la dichosa isla. Ésta no era otra que Conomi, una isla del mar del este sin nada interesante, pero con muchos recuerdos para estos viejos lobos de mar, después de todo creía recordar que allí fue donde todos se conocieron. Al bajar del barco todos se quedaron en él salvo Rooney y yo, que bajamos y fuimos a la otra punta de la isla, a un pequeño pueblecito con un aire muy rústico.

—Así que esta es la famosa isla de la que tanto hablabais, ¿no? —dije, intentando amenizar el paseo.

—Veo que no te gusta el silencio —contestó Rooney, riendo justo después —se nota que eres hijo de tu padre —me golpeó la espalda con brusquedad.

—¡Colega! —Exclamé —vas a dejarme chepa—le golpeé yo también con fuerza en la espalda.

Sin darme cuenta llegamos a una plaza, en ella estaba un muchacho con rasgos muy finos y un sujeto que me resultaba muy familiar.

“No puede ser…” —pensé.

Sí, aquel hombre no era otro que el tío cabeza piña, de la tripulación de Rooney.

—Cada vez te pareces más al paria de tu padre —dijo Sbun nada más verme.

—Que vamos a hacerle, algún defecto tenía que tener —le dije con una media sonrisa en el rostro. —Por cierto... —me pausé durante unos segundos —aún tengo que darte las gracias por aquella vez —alcé mi mano como gesto de cordialidad.

El cabeza piña me sugirió que no me metiera en líos, mientras me daba la mano, pero aquello era algo que no podía prometerle. Llamarse Zane era sinónimo de problemas, y eso era algo que sabíamos muy bien los presentes. Sbun me presentó a su hijo y eso me extrañó. Tenía nubosos recuerdos de mi infancia con ellos, pero por mucho que hiciera memoria no era capaz de recordar a aquel muchacho, es más, recordaba jugar con una chica rubia igualita a su madre, Luthien, otra muchacha más y el hijo del tío Sarlond, pero no con él.

—A mi puedes llamarme Zane –le di un golpecito en la espalda–. No puedes decir que no es tu hijo, ¿eh? –me empecé a reír.

Aquel muchacho era muy extraño. Había conocido gente de todo tipo, pero nunca a nadie como él. Es como si estuviera analizándolo todo continuamente y eso me sacaba de quicio. Sin contar que tenía un atractivo que me mosqueaba, ¿por qué me resultaba atractivo alguien de mi mismo sexo? ¿Acaso me estaba cambiando de acerca poco a poco? Espero que no.

—Bueno, ¿y para qué nos hemos reunido? No creo que sea para contar anécdotas y batallitas –fui al grano, sin dar muchos rodeos.

Al escuchar las palabras de Sbun, el pelirrojo no pudo evitar cambiar su gesto, un cúmulo de sentimientos abordaron a Zane, cuyo rostro cambió de repente. La sonrisa que había tenido dibujada en su rostro, desde que se encontró con Rooney hacía varias semanas, se había esfumado en el momento en que nombraron a su padre.

“¿Mi padre? ¿Otra vez él?” –cerró su puño con rabia, mientras aspiraba aire profundamente, para soltarlo enseguida en una bocanada, sabiendo que no podría seguir guardando durante mucho tiempo más todo lo ocurrido hacía unos pocos años, cuando estuvo con su padre entrenando en una isla cercana al archipiélago.

—Si no queda más remedio lo haré –dijo con resignación–, pero aquí no. Necesito una copa para hablar de esto.

Tras ello, se dirigieron a una taberna no muy lejos de la plaza y se sentaron en lo más profundo de la misma. Aquel lugar no era la típica tasca donde iba la gente normal a tomar un refrigerio o a pasar la tarde, sino un lugar donde la gente iba a tratar negocios turbios; el lugar idóneo para la conversación que iban a tener.

—Veamos, por dónde empiezo –el pelirrojo dio un sorbo de su jarra de cerveza de trigo, macerada en barril de madera de roble envejecida, y la miró durante unos segundos. El pelirrojo no omitió detalle alguno en su historia. Los amigos de su padre, lo más parecido a una familia que a él le quedaba, estaban blancas, estaban estupefactos, no daban crédito a lo que el joven espadachín estaba contando. Parecía más una historia de ficción que algo real, pero por lo nervioso e impotente que se veía al pelirrojo se notaba que era verdad.

—Así que lo que quiere tu padre es otro cuerpo –Rooney miró a Sbun, quien se acariciaba la barbilla haciendo un movimiento circular–. Ahora todo cobra sentido.

—¿A qué te refieres? –preguntó Zane con intriga.

Los peores presagios que podía tener el pelirrojo eran confirmados por su tío Sbun. Su padre había conseguido un cuerpo o estaba en proceso de hacerlo. Eso le ponía en una complicada tesitura, ya que si su padre hería o iba contra alguien de sus conocidos sería solamente cumpla de él, por no haberlo parado años atrás. La rabia contenida la reflejó dando un puñetazo a la mesa, mientras los dos pelimorados discutían. Aquello atrajo la atención de muchos de los que había en la taberna y todos se levantaron para irse, salvo Zane que se quedó mirando el fondo de su jarra.

“¿Acaso voy a tener que soportar ésta maldita cruz todos los días de mi vida?”

Al salir de allí, Sbun miró a su hijo y a Zane, con una sonrisa en el rostro, y les dijo que se unieran y formaran una banda. Eso no entraba en los planes del pelirrojo, quien esperaba poder navegar junto a su tío Rooney, no con un novato como Spanner.

—¿En serio? –el pelirrojo arqueó una ceja–. ¿Una banda? ¿Éste y yo? –señaló a Spanner.

El padre del muchacho pasó rotundamente de lo que estaba diciendo el pelirrojo. Su tío Rooney se dedicaba a reírse de él, mientras que Zane no parecía creer lo que estaba sucediendo. Al final, se quedó solo con Spanner, quien no era muy hablador, sino todo lo contrario.

—El regaliz rojo –Zane sacó una bolsa con regaliz y le ofreció–. ¿Tú como llevas lo de montar una banda? –preguntó–, ya que tu padre nos hizo el lío, vamos a tener que saber que habilidades tiene cada uno, y eso.

"Ésto no va a salir bien, nada bien..."

Spanner rechazó la ofrenda del pelirrojo, algo que le molestó un poco, aunque no lo reconociera. Tras ello, decidieron ir a un lugar donde poder hablar sobre cómo montar la banda. El muchacho no paraba de hablar y decir multitud de cosas, durante un instante se calló y empezó a hacer unas cuentas muy extrañas. En ese momento Zane le miró raro, con la ceja alzada.

—No estás muy acostumbrado a tratar con gente, ¿verdad? –sonrió el pelirrojo, intentando bajar un poco la tensión del momento, ya que Spanner se había callado de golpe–. Y respecto a quién va a ser el capitán está claro, lo seré yo –se señaló a sí mismo con el pulgar–, para algo soy el navegante.

Pocos minutos después llegaron a una pequeña cafetería especializada en dulces de todo tipo, algo que llamó mucho la atención del pelirrojo y no dudó en sentarse, ofreciéndole el primer asiento al pelimorado.

—Pide lo que quieras, yo invito –dijo Zane.

La camarera vino, era una muchacha de unos dieciséis años, con un cuerpo muy curioso. El pelirrojo pidió un café solo con hielo y un trozo de tarta de chocolate con helado de vainilla y nata.
Todo se quedo en silencio, el joven espadachín miraba detenidamente al pelimorado, pese a ser un hombre tenía unos rasgos muy atractivos, demasiado finos y eso confundía a Zane.

—Respecto a nuestra asociación, tengo un par de amigos que nos pueden ayudar, son buenos guerreros –dijo Zane–. Y Sarvel... ¿era el hijo de Sarlond? No me acuerdo bien.