La fiebre del Oro (CAPÍTULO LIGHT)

Natsuki bostezó. El trayecto, como esperaba, fue sin muchas palabras. Un gran silencio que, viendo al compañero que tenía, era de admirar. No lo negaba más de una vez pensó en lanzarle una roca a ese tipo. ”Un accidente, un deslizamiento de tierra… Buen agente, mejor persona” – era su intento de justificación por la muerte de ese tipo amante de las preguntas. Tuvo que hacer un gran autocontrol para no hacerlo. Recordaba sus planes y como debía mantenerse apegado a las leyes de su “bando”. Una pequeña tapadera y usar al Gobierno Mundial, cuando ya no fuera de utilidad, desecharlo y seguir con lo suyo.

No tardaron en llegar a la cima de la montaña. Una vista increíble y una panorámica de toda la isla… O conjunto de islas, mejor dicho. Lograba ver a los otros agentes caminando por ella y, la verdad, solo había sido una pérdida de tiempo… No encontraron nada útil en la montaña, ninguna pista o algo que le indicara donde podría estar el tesoro. En su mente empezaron a surgir varias teorías e incluso pensaba que el tesoro existiera. ¿Cuál debía ser su siguiente movimiento? De reojo miró a Adam… Pero luego clavó su vista en el horizonte. Siempre había luchado solo y esta no iba a ser la excepción. No lo necesitaba.

– Creo que estamos en un punto muerto – supuso que la idea para subir a la montaña era encontrar algo… Mas fue inútil. Miró al sur y notó una formación rocosa con una gruta. – Mira eso… Esta cerca de los otros, ¿vamos? – Ni siquiera esperó su respuesta antes de partir a ese lugar. ¿Qué otra cosa podían hacer? Si él decidía elegir otro camino, no le iba a impedir marchar. Ambos, o al menos él, podían cuidarse solos. Natsuki empezó a caminar tal como lo había hecho para subir, con ambos brazos cruzados y a un paso bastante rápido. Su mirada era seria y estaba atento a cada sonido.

El barco había incrementado su velocidad, quizás por el hecho que el otro también lo había hecho. La capitana se alejó un poco de la gente y se fue a un rincón de la cubierta. Se acomodó el pelo detrás de la oreja y sintió la suave brisa marina. Una sensación que nunca le gustaría dejar de sentir. ”Espero que haya algo divertido en el interior de la isla” – pensó, con calma. La sola idea de no encontrar nada interesante era aburrida. El viaje ya había sido lo suficientemente duro como para llegar a una isla donde no encontrarían nada. El sonido de su den den mushi la sacó de sus pensamientos, contestó. ”Solo tú puedes decir eso…” – sonrió con tranquilidad al escuchar la voz de Xemnas. Le interesó el hecho de que él afirmó que su capitán no estaba. ¿En qué estaría pensando el vicealmirante? De reojo miró a Lara… ¿Cómo le afectaría esa noticia?

– No tengo mucho que contar, Xemnas – empezó a decir con calma. Apoyó sus dos codos en la baranda del barco. – Solo… – tomó una leve pausa mientras notaba que el barco ya estaba por llegar a la isla. – Cuídate. No quiero que te pase nada – intentó ocultar su tono preocupado, pero… Era difícil. – Mantente concentrado, Xemnas. Te amo. – Dijo, con una sonrisa y colgó.

El barco, finalmente, llegó a tierra. Los reclutas, como era de esperar, echaron el ancla y empezaron los preparativos para adentrarse en la isla. Misa sonrió e hizo el último chequeo de sus cosas. Tenían tres píldoras de cada tipo y eso debería ser suficiente… Considerando que la píldora negra la dejaba incapaz de luchar o moverse y una segunda era sinónimo de morir… Sí, era suficiente. ¿Cuál era el siguiente movimiento? Simple, bajar y, al parecer, agruparse. No tardaron mucho en llamarla, a ella y a Lara. Escuchó las palabras de Danio y no pudo evitar sorprenderse al darse cuenta que era un Gyojin. ”Eso no me lo esperaba” – no le interesaba la raza del otro, pero era bien sabido la discriminación en este de organizaciones. ¿Le correspondía hablar? Por rango y esas cosas, sí... Pero tampoco tenía muchas ideas. ”Seguro Lara encuentra que decir” – confiaba en Lara y sabía que era más centrada y madura que ella. La apoyaría en todo.

La oscuridad reinante entre los árboles no presagiaba nada bueno. La vegetación era tan espesa que apenas podía dar un paso sin tener que apartar algún arbusto o rama con su espada envainada y la luz quedaba bloqueada por un techo de hojas infranqueable. Adentrarse en esa jungla había sido como entrar en un mundo completamente aparte del resto. Y lo odiaba. A cada paso que daba, el barro se adhería a sus botas como si tratase de absorberle y tragárselo, mientras el chillido del mono que le seguía insistentemente taladraba sus tímpanos sin piedad. Se planteó espantarlo con la espada, pero usar su hoja contra un simple simio le parecía indigno de un acero con tanta historia como el suyo.

"Y además hay más", se dijo. Notaba la familiar sensación en la nuca que conllevaba sentirse observado. Un vago instinto humano que venía a decir "Peligro" recorrió su columna vertebral poniéndolo en alerta. Aunque Gerald siempre estaba alerta.

Tras una eternidad de caminar sin rumbo, el paisaje arbóreo dio paso a la roca: un muro de piedra que se plantaba entre la espesura de la jungla. Una gruta se abría ante él, oscura como el más negro infierno y más silenciosa que el mismísimo fondo del mar. Muy silenciosa... Demasiado.

El mono por fin se había callado, y el alivio que había sentido al librarse de su constante griterío había sido tal que le había impedido darse cuenta de la antinatural calma que le rodeaba. Casi se podía oír el propio silencio. Ojos rojos a su alrededor, brillando como ascuas entre la oscuridad de los árboles. Le miraban a él, apostados tras cada sombra. ¿Cuántos eran? Muchos, sin duda. No tardó en darse cuenta de que eran monos. Pequeños y negros, todos reunidos a su alrededor.

"¿Por qué están aquí?", pensó. ¿Quizás sus crías estuvieran dentro de esa gruta? No sabía de monos que viviesen en cuevas, por lo que lo descartó. Era como si le advirtieran de que se mantuviera apartado justo del lugar donde tenía intención de entrar. Bueno, no era como si le importase tener que apartar unos cuantos monos para encontrar el oro. Quizás incluso le resultasen útiles.

Aunque era algo que jamás había probado, más por miedo a lo que pudiera pasar que por otra cosa, extendió su mente hacia el animal que le había seguido desde la playa. Con cuidado, tratando de no alterarlo demasiado, se introdujo en su cabeza, buceando entre sus confusos y simples recuerdos, que no eran más que vestigios de colores, sonidos y olores. Explorar en las experiencias de un animal era confuso y perturbador, como nadar en aguas pantanosas en las cuales no se ve el fondo. No había una estructura reconocible, sino que era más una algarabía de la memoria inconsciente de la criatura.

Gerald introdujo en su mente la imagen de un montón de oro, tratando de hacer que despertase alguna imagen en la mente del simio. Era posible que el animal hubiera visto alguna vez el oro, y quizás sus recuerdos, aunque primarios, pudieran darle alguna pista antes de adentrarse en la gruta. Esperaba conseguir algo, aunque tenía intención de adentrarse igualmente en aquella oscuridad.

Volví a mi forma normal después de haberme deshecho del bicho.

-¡Bien! - Exclamé emocionada.

Había conseguido librarme de él, que felicidad. Cogí mi arco del suelo y lo puse a la espalda. Caminar en este terreno era horrible, es como si el suelo estuviese pegajoso por culpa del barro. El pobre pulpo se iba lastimosamente, pobrecito, en el fondo me daba un poco de pena. Habría sido una cena estupenda, que pena.

Me encogí de hombros, había que volver a mi trayecto, pero había un problema. Al caerme del barco aterricé aquí y no tengo ni idea de donde ir. No conozco lo suficientemente bien esta isla como para moverme con confianza. Además si un pulpo me atacó es probable que hubiese otras muchas especies a la espera de atacar, cual depredadores.

Miré a todas partes para ver que dirección podría coger y en la que se había ido el pulpo había como tres figuras. Retrocedí unos pasos, no sabía que hacer la verdad... y mucho menos si fiarme de cualquier persona que hubiese aquí. Suspiré. Iría en camino contrario.

Como parecía que estar con ellos no iba a traerme nada bueno o positivo ya que parecían estar bastante seguros de que todos los que no pensaban como ellos eran enemigos decidí coger el camino opuesto al de la chica y bajar por la escotilla. Dicha escotilla llevaba a una escalera de mano que bajaba sin mucho problema por toda la estructura del faro por unas cuantas decenas de metros. Tras aproximadamente un minuto de bajada llegué a una especie de caverna, extrañamente seca, y a oscuras. Pese a que estaba oscuro y podría ser peligroso prefería estar allí solo que junto a esa mujer tan loca de arriba. Saqué de mi bolsillo un cigarrillo y un mechero y, tras encender el cigarrillo, busqué usando la luz del mechero algo que pudiera usar de antorcha para iluminar la zona.

"Este es Ryan el revolucionario, Ryan el revolucionario, Ryvo el ranelociunario, Revo el ryan Ciario, Hodor, Ryan el nosequé, Ryrio el anosaurio... Espera, ¿cómo era? Ry-an-el-re-vo-lu-cio-na-rio. Bien, ahora sí. Ya no se me olvidará". Maki observó como su nuevo compañero de la revolución, cuyo nombre se había esforzado en recordar, impartía órdenes a diestro y siniestro a los tripulantes. A pesar de que él era el comandante de aquel navío no le molestó que lo hiciera; al fin y al cabo no era un hombre orgulloso. Podía dejar que el tal Ryan los guiara hasta la isla mágica. Él se lo agradeció ordenando a dos compañeros que le acompañasen a donde fuera, como si fueran sus sirvientes. Maki casi temblaba de emoción. Nunca había tenido sirvientes y no sabía como comportarse con ellos. ¿Tendrían que llamarle "señor" o algo así?

Con el barco de la Marina acercándose cada vez más, continuaron con su estrategia de ignorarlos completamente y ver qué pasaba. Realmente no era la mejor estrategia del mundo pero curiosamente parecía funcionar. Consiguieron llegar a la costa sin que sus perseguidores los alcanzaran y detuvieran, aunque ellos no tardarían en llegar también a la isla. Tendrían que huir por tierra también si no querían ser arrestados. Eso era un problema. Maki no se manejaba en tierra ni la mitad de bien que en el agua, y además correr le cansaba mucho más que nadar. Quizás fuesen marines majos y les dejaran en paz. No, no podía correr ese riesgo.

-Muy bien, chicos -exclamó el gyojin bajando a tierra de un salto-, ahora entraremos en es siniestra selva y... ¿qué habíamos venido a hacer aquí?

-El oro, señor -le dijo uno de sus sirvientes.

-Ah, sí. Muy bien, pues vamos a por el oro. Quien sepa dónde está que levante la mano -dijo mientras se adentraba entre la vegetación. Pero... ¡Oh, maldición! No podía olvidar un detalle fundamental-. ¡Y recordad donde hemos aparcado el barco!

Consigo llegar a la cima del montículo acompañada de mis clones sombríos y echo un rápido vistazo a mi alrededor. Puedo divisar una formación de islas a mi alrededor, con lo que concluyo que el terreno se eleva de manera heterogénea, provocando la aparición de un archipiélago de pequeñas islas en lugar de una sola isla más grande.
Al suroeste atisbo ver la luz del faro y, ahora que no hay niebla, puedo identificarlo con claridad. La torre queda un poco lejos, aunque quizá podría llegar volando…

Ensimismada en mis pensamientos, me olvido por un segundo que creé a los clones para evitar convertirme en la comida de un pajarraco enorme y feo. El fuerte aleteo de la criatura levanta un súbito viento que me hace recordar, y hago que mis clones se muevan de nuevo para distraerlo, no sin antes echarle un vistazo para calcular la distancia y las probabilidades de ataque.
Con los fuertes aleteos, el pájaro levanta una ligera nube de polvo, hecha con la tierra que empezaba ya a secarse, y se envuelve a sí mismo en ella. Entorno la vista y, por un segundo, me parece ver a… ¿Es ese…? ¿Kuraokami?

No.
Yo nunca he visto a Kuraokami.
¿Dragones?
¿Cuándo he visto yo a un dragón? Aparte de cuando me miro en el espejo…
Mi mente intenta recordar, haciendo que un montón de memorias pasen a la velocidad de la luz ante mis ojos. Hasta que, finalmente, recuerdo.

Cuando éramos pequeñas, Yurai y yo habíamos ido a lo alto de la montaña para ver dragones. Y nos habíamos encontrado rodeadas de crías alargadas que nos miraban con rostros hambrientos y curiosos, despedazándonos en sus cabezas y preguntándose cómo sabría la carne de niña pequeña. Yurai estaba muy asustada, y se aferraba a mí con manos temblorosas al tiempo que sollozaba sobre mi hombro.
Pero, ¿cómo nos las apañamos para salir con vida de aquella situación?
Yo… ¿había hecho algo? No podía ser. ¿Qué había…?

Sumergida en mis cavilaciones y frunciendo el ceño al tiempo que intentaba recordar cómo habíamos sobrevivido aquello, perdí la concentración y mis clones desaparecieron.
Al ver que el pájaro se lanzaba en picado hacia el suelo, recuperé la razón y eché a correr todo lo rápido que me permitieron las piernas, hasta resguardarme bajo la espesa vegetación.

El animal emitió un agudo y molesto chillido de frustración y continuó su vuelo en mi busca.
Sin desactivar el Anpo y procurando hacer el menor ruido posible, volví sobre mis pasos y me oculté con éxito dentro de la cueva con la que me había cruzado antes.

Desde allí pude escuchar los graznidos de la criatura, que todavía sobrevolaba la zona con la esperanza de encontrarme. Emití un suspiro y me pellizqué el entrecejo en un gesto de cansancio. Perder la concentración en una situación como esa, ¿a quién se le ocurre…?

Ante mí tenía dos opciones.
Podía salir de nuevo y arriesgarme a una pelea a muerte con un bicho hambriento… o adentrarme en las profundidades de la cueva hacia lo desconocido.
Quizá esa cueva conectase con otro islote del archipiélago, y quizá pudiese llegar al faro desde allí.
Me agaché para coger una pequeña piedra y la tiré hacia el interior de la cueva con todas mis fuerzas, antes de agudizar el oído. La piedra rebotó y resonó, y mis oídos captaron el eco producido por el choque de las ondas sonoras contra las paredes.
La cueva parecía larga. Y, además, un goteo incesante resonaba en su interior. Quizá había agua en alguna parte. Quizá alguna zona estaba sumergida. Y entonces podía o no tener un problema para avanzar.

“La cueva. Ese antiguo y feroz enemigo.”, pensé con fingida solemnidad, antes de adentrarme en sus profundidades sin saber hacia dónde me llevaría, o si tenía salida siquiera. “Mmm… Hagamos memoria… ¿Qué vive en las cuevas…?”, reflexioné a continuación, haciendo una lista mental de todas las posibles criaturas con las que podía encontrarme.

El camino por la isla era lento. No le costaba mucho seguir al resto de sus compañeros, pero al parecer a Esmejit, sí. Suspiró con calma, ella iba de las últimas, cubriendo las espaldas de todos y con su mantra desplegado a su máximo poder. No lograba sentir muchas cosas peligrosas, pero nunca estaba de más. Además, su olfato y oído estaban a punto, no se le escapaba nada a su alrededor. ”Me pregunto si servirá de algo…” – pensó con una suave sonrisa. No tardaron mucho en llegar a la cima y logró ver muchas personas desplegándose por la isla, al igual que variados barcos en las proximidades de la costa. ”Natural… No solo nosotros creímos en aquel rumor” – iba a comentar algo, pero de la nada algo surgió del suelo y, por si no fuera lo suficientemente raro, Osuka empezó a brillar tal lámpara.

– Etto… ¿Estás seguro que estás bien? – Preguntó, con un deje de preocupación.

Miró al pelirrojo y notó que este lanzaba un ataque a aquel pedazo de roca que había surgido de la nada. ¿Sería buena idea? Bien podía ser una trampa o algo que, al pegarle, liberara un poderoso veneno o algo peor… Una trampa a un agujero sin fondo. ”¿Por qué tan apresurado?” – no podía hacer nada, ya era demasiado tarde como para impedir que aquello golpeara la roca. Suspiró de forma tranquila y se cruzó de brazos, algo nerviosa a lo que pudiera pasar.

– No bajen la guardia… – Musitó. Lo suficientemente alto como para que fuera escuchada. Apartó la mirada y se quedó pendiente de lo que pudiera pasar. Sus manos estaban en sus espadas y estaba dispuesta a sacarlas a la pequeña señal de peligro. ¿Qué iba a pasar a continuación? Su corazón se estaba acelerando y su respiración se estaba agitando. Sí, estaba nerviosa y bastante.

Pisar tierra firme era agradable, ah, espera, ¿se puede considerar tierra firme sí esta emerge de la nada.- Creo recordar haber leído una novela un poco similar a esta experiencia, ¿qué le sucedía al protagonista? -busqué entre mis recuerdos mientras miraba a un pequeño de grupo cangrejos.- Creo que se topaba con alguna clase de deidad y se volvía loco... Es mejor no pensar en ese tipo de cosas. -platicar conmigo mismo no debería molestar a nadie del grupo, ademas de no haber mucho que hacer.

Las personas a cargo se reunieron, me resultaba imposible escuchar su platica, aunque seguramente sería el plan a seguir ahora que nos encontrábamos en la isla.

Tomé un pequeño palo del suelo y me acerqué a los cangrejos. Empujaba a los pequeños animales con el cuidado de no provocarles daño, solo los provocaba un poco. El pequeño se giró enojado con las pinzas en alto como señal de advertencia. Cada vez que acercaba el palo, el utilizaba su tenaza.

A pesar de verme poco profesional, una parte de mía se encontraba al pendiente. Cuando el momento llegara solo tenía que caminar un poco para estar junto al resto de los marines y seguir las indicaciones necesarias.