Estruendo En La Noche [Arribor Vs San-Tyu]

Dieciocho; eso debía de ser un nuevo récord de algo. ¿Cuántas "cosas-de-esas-cuyo-nombre-jamás-aprendería-a-pronunciar" se habría comido alguien de una sentada? Dudaba que fuesen más de dieciocho, ese era un buen número, aunque por si acaso decidió comerse un par más. ¿Cómo las había llamado ese viejo? "Chimichangas", recordó. Estaban tan buenas que no se arrepentía en absoluto de haberle robado el carrito al vendedor. Sobre todo porque le había llamado tuerto vagabundo y le había escupido en los zapatos. Ese maldito viejo... Si volvía a toparse con él tal vez no sería tan amable.

Después de su almuerzo dudosamente nutritivo, Arribor se sentía horriblemente lleno. Casi se sentía como Franklin, que después de comerse treinta y dos chimiguangas o cómo diablos se llamasen se había quedado dormido como un tronco. La modorra empezaba ya a hacer efecto, pero no quería dormirse. Había muchos ladrones y cazarecompensas por ese maldito archipiélago y no le convenía quedarse frito en medio de todos ellos. Ni siquiera en lo alto de uno de los enormes árboles estaba a salvo.

La parte buena de todo eso era que podría hacer un poco de ejercicio para bajar la comida. Con suerte se encontraría con algún cazador medio decente que le supusiera un reto y le ayudara a hacer la digestión. Claro que visto lo visto no parecía haber nadie interesante en esa isla. Solo novatos que no habían pasado de la primera mitad de la Grand Line. No, no encontraría un verdadero entretenimiento así como así. Tendría que atraerlo hacia él.

Casi convencido de que no conseguiría nada bueno, Arribor dejó expandirse su Haki del Rey desde lo alto de aquel Mangrove gigantesco. Su Ambición destacaría como un incendio en mitad de la noche. Era como una llamada al mundo entero, un desafío a cualquiera que pudiera bajarlo de ahí.

Había habido pocas veces en su vida en la que las cosas le habían salido bien; normalmente sus planes siempre se torcían de formas inimaginables y enrevesadas que era incapaz de prever. Resultaba curioso ver que ese día las cosas salían más o menos como él las había imaginado. Incluso mejor, pues esperada que apareciera como mucho algún idiota medianamente fuerte que se creyera capaz de vencerle y en lugar de eso había aparecido una especie de ser gatuno envuelto en llamas. Inesperado, sin duda.

Apenas había tenido que esperar para ver como el que iba a ser su oponente aparecía dando alaridos como una bestia desvocada. Su Haki le había advertido de que una inmensa presencia se aproximaba a él. El pirata se giró justo a tiempo de ver como ese engendro envuelto en una cortina azul aparentemente formada por llamas proyectaba su suave, peluda y mullida zarpa hacia él. ¡Era un gato de verdad! Bueno, un gato grande, con cara de enfado y pinta de haber salido de un incendio, pero un gato al fin y a cabo. Y fuerte, además.

Arribor apenas tuvo tiempo de alzar los brazos para protegerse la cabeza de su salvaje acometida. La fuerza del golpe le sacudió hasta el último hueso del cuerpo y quizás le hubiera roto el brazo de no haber usado Haki para defenderse. El impacto le lanzó directamente contra otro de las gruesas ramas del enorme Mangroves. Notó como la madera se hacía pedazos al chocar contra ella, y tuvo que agarrarse con fuerza para evitar caer al suelo.

-Vaya, -dijo Arribor, todavía sujeto del árbol con una sola mano. Su enemigo estaba a ras de suelo, casi paladeando la violencia que allí iba a desatarse-, eso no me lo esperaba-. Se balanceó levemente, tomándose el dolor de sus brazos como la prueba de que su rival valdría la pena-. En fin, gatito, tú lo has querido. ¡Procura no morir demasiado rápido!

El pirata se soltó y comenzó a caer. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, se desplazó hacia el gran gato a toda velocidad, dando un simple paso en el que aplicó toda su fuerza. Su brazo derecho estaba envuelto en Haki, preparado para asestar el primer golpe y poner a prueba la fortaleza de su animalesco oponente. En cuanto descargó el puñetazo, notó como el mismo aire vibraba y se generaba una onda de choque que por un segundo le ensordeció.

Si el gato podía aguantar eso, tal vez hubiera valido la pena atraerlo hacia él.

¿Estaba mal pegarle a un gato? Realmente esperaba que no, o que al menos no lo estuviera en aquel caso. Cuando el felino salió disparado hacia atrás con la potencia de una bala, Arribor esperó que nadie le hubiera visto pegarle. Incluso él tenía reparos en atizar algo tan blandito y suave. Menos mal que de la espalda de ese engendro monstruoso salieron dos alas negras hechas de algo que no podía identificar y le quitaron toda la ricura. Le había hecho daño, eso estaba claro, aunque parecía que no era suficiente. Bien, eso significaba que era duro. Iba a ser un combate de pura fuerza física, de dos bestias lanzándose golpes hasta que uno cayera para no levantarse.

El pirata contempló como el animal volaba hacia él. "Un gato volador...", pensó durante un instante. Era tan cómico que casi daba para hacer una canción sobre el tema. Aunque cuando recibió el puñetazo en pleno rostro ya no fue tan divertido. A pesar de recubrir su cabeza con su Haki más poderoso, notó como la fuerza que poseía aquel tipo le hacía retumbar el cerebro. Incluso tuvo que crear desde sus piernas cuchillas de sangre lo más rápido que pudo para clavarlas al suelo y no salir volando.

Luego esa cosa estalló. Era una esfera del negro más oscuro, que hizo añicos el suelo sobre el que antes estaba de pie. De no haber sido movido por la fuerza del puñetazo le habrían dado a él. Sus ganchos de sangre volvieron a hundirse en la tierra nuevamente, dejándolo a poco más de un metro del gato volador. Arribor escupió sangre e incluso un diente, mientras notaba como la mirada se le desenfocaba y los oídos le pitaban. La cabeza le palpitaba tanto que parecía que intentara emular a su ya inexistente corazón. Pero él sonreía.

La sangre que acababa de escupir, voló con toda la malicia del mundo hacia la cabeza del desconocido con el que peleaba, convertida en un dardo que buscaba atravesar su cuenca ocular. Mientras tanto, más sangre fluyó de su cuerpo, atravesando su carne como tantas veces había hecho. Él mismo se hería de ese modo, pero no le importaba. El líquido carmesí se reunió alrededor de sus puños, formando dos improvisados guantes con púas cargados con Haki.

Con un grito de guerra que expresaba más que las palabras, Arribor descargó su furia en forma de golpes. Uno tras otro, con la fuerza de años de combates y la emoción de hacer pedazos a su enemigo.

Arribor reía a carcajadas, emocionado por ver como su rival crecía desmesuradamente, como cada uno de sus músculos se volvía más grande y como, con un brutal rugido, asumía con entereza los golpes que recibía. La furia contenida en los golpes era como una exquisita sinfonía que resonaba en los oídos de Arribor. Era lo único a lo que prestaba atención, lo único que existía en el mundo. Un concierto compuesto en la batalla del que nunca se cansaba.

Pero luego le tocó al otro. Su rival se retiró momentáneamente, para luego volver a la carga con su gigantesca zarpa convertida en un puño demoledor. El pirata lo vio venir y usó su habilidad para evadirlo. Desde el interior de su cuerpo, su propia sangre reaccionó a una orden mental suya y literalmente movió su cuerpo desde el interior de sus venas y arterias. Sin casi darse cuenta, logró apartarse de la trayectoria de aquel golpe, sintiendo únicamente al aire que había desplazado la fuerza del felino.

Pero luego vino el resto.

Al igual que hiciera él, una violenta lluvia de puñetazos cayó sobre él sin piedad. Arribor cruzó los brazos para tratar de protegerse, aunque no tenía forma de protegerse los propios brazos. Su Haki lograba contener el de su oponente, pero la fuerza del monstruo gatuno no era nada despreciable. Algunos golpes aún lograban acertar en su cuerpo y, por si fuera poco, notaba como los brazos le ardían cada vez más. Aunque no oyó el crujido, supo que su brazo izquierdo estaba roto, posiblemente igual que alguna de sus costillas, pero aún así no flaqueó su defensa. No podía permitírselo.

La sangre que recorría su cuerpo comenzó a acelerarse, dándole nuevas fuerzas. En cuanto vio una mínima abertura, Arribor se apartó rápidamente poco más de un metro y lanzó su contragolpe inmediatamente. Las esferas punzantes que cubrían sus puños se trasladó a su codo derecho, que ahora apuntaba hacia el hombre-gato, cubriéndolo con un afilado punzón rojo sediento de aquello mismo que lo formaba.

-¡¡Muere!! -exclamó en el momento en que saltaba hacia el felino.

Usó toda la fuerza que fue capaz de reunir en sus piernas para lanzarse a sí mismo como un misil dirigido a su enorme objetivo. Iba a embestirlo con el codo por delante, armado con su sangre y su Haki para atravesar a ese monstruo de par en par a la vez que se estrellaba contra él como una bala disparada a bocajarro.

Arribor sonrió satisfecho cuando notó las salpicaduras de la sangre de su adversario. Un continuo chorro rojo manaba de donde antes había estado su enorme brazo felino, arrebatándole la vida lentamente. Pero esa bestia todavía continuaba con ganas de luchar y sus fuerzas no parecían haberle abandonado aún. El pirata contempló como el hombre gatuno se movía a una velocidad impensable para alguien de su tamaño, prácticamente desapareciendo instantáneamente. Aunque era obvio hacia donde se dirigiría.

Arribor se puso alerta instintivamente, pero apenas tuvo tiempo de girarse a mirar por encima de su hombro antes de que esa criatura se colocase a su espalda con una mueca de furia y el único brazo que le quedaba preparado para descargar sobre él un poderoso golpe. Arribor manipuló su sangre para que lo apartase de la trayectoria de su zarpa, y desde el interior de su cuerpo, la sangre impulsó sus músculos y lo hizo moverse.

Interpuso el brazo izquierdo, movido también por su sangre debido a su fractura, y "paró" el zarpazo que buscaba destrozarle. Notó como el hueso volvía a romperse, como el hombro se le salía de su lugar y como la fuerza desmesurada de esa bestia perfectamente podía despedazar a un ser humano. Puede que incluso arrancarle le brazo también. Así que en lugar de oponer resistencia se apartó como pudo, de forma bastante poco elegante antes de que su extremidad corriera la misma suerte que la de su rival.

La onda de choque que provocó el golpe fue inmensa, consiguiendo lanzarle por los aires al mismo tiempo que pulverizaba el suelo en muchos metros a la redonda. Arribor aterrizó violentamente tras chocar contra el enorme Mangrove en el que todo aquello había comenzado. Por un segundo se le pasó por la cabeza la idea de que se le iba a caer encima, pero el árbol aguantó intacto.

El pirata se tomó unos segundos para recuperar el aliento antes de levantarse. Le dolía todo. Ya vería luego como recolocarse el hombro y quizás tuviese que buscar a alguien que le ayudase con el brazo y las costillas rotas. Pero ver el cuerpo inerte de su oponente le recordó que había ganado y esa era la mejor medicina por el momento. Ojalá hubiera sabido su nombre.