Abby
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La vieja nana estaba ayudando a la princesa a ponerse su armadura de cuero. Azula no se separaba nunca de ella, desde pequeña le encantaba ser como un soldado, portar las armas y escudos, pero por desgracia ese no era su sitio. Tenía que conformarse con una buena armadura de cuero muy resistente con los típicos grabados de la familia real Kasai. Ozai últimamente estaba muy ocupado atendiendo los asuntos del imperio en las ciudades vecinas; relaciones diplomáticas aburridas, según Azula.
La vieja nana apretó los cordones de la armadura lo más que pudo. Azula ladeó un poco la cabeza. Su sirvienta más fiel nunca había tardado tanto en colocarle la armadura.
-No, es solo que... se te hace pequeña la armadura - La princesa arqueó las cejas, confusa.
Después de un buen rato, consiguió colocarle la vestimenta como era debido. Mientras la sirvienta peinaba su larga cabellera y preparaba su pelo para la corona, Azula se ponía los brazaletes dorados y sus guantes de plata. Se miró al espejo, disfrutando de su radiante belleza, como siempre. Tenía que ir al trono del emperador, allí recibiría a la agente Alice. Una buena charla entre las dos era lo correcto, si no venía se lo tomaría como una afrenta y la muchachita desearía no haberla conocido.
Salió de la habitación, un poco incómoda por la armadura, pero se acabó acostumbrando al cabo de un rato. Azula llegó a la sala del trono. Un amplio lugar, lleno de estatuas y retratos de antiguos emperadores; sus antepasados. La princesa se sentó en el trono de oro, apoyando los brazos en los respaldos. No era el asiento más cómodo del mundo, pero le daba una satisfacción de poder increíble. El olor a incienso se expandía por todo el palacio. Azula se cruzó de piernas, esperando a que la agente llegase.
-Vosotros dos, id a recibirla al puerto. Ya sabéis qué hacer, tratadla como si fuera alguien importante - Le ordenó a varios guardias reales.
La vieja nana apretó los cordones de la armadura lo más que pudo. Azula ladeó un poco la cabeza. Su sirvienta más fiel nunca había tardado tanto en colocarle la armadura.
-No, es solo que... se te hace pequeña la armadura - La princesa arqueó las cejas, confusa.
Después de un buen rato, consiguió colocarle la vestimenta como era debido. Mientras la sirvienta peinaba su larga cabellera y preparaba su pelo para la corona, Azula se ponía los brazaletes dorados y sus guantes de plata. Se miró al espejo, disfrutando de su radiante belleza, como siempre. Tenía que ir al trono del emperador, allí recibiría a la agente Alice. Una buena charla entre las dos era lo correcto, si no venía se lo tomaría como una afrenta y la muchachita desearía no haberla conocido.
Salió de la habitación, un poco incómoda por la armadura, pero se acabó acostumbrando al cabo de un rato. Azula llegó a la sala del trono. Un amplio lugar, lleno de estatuas y retratos de antiguos emperadores; sus antepasados. La princesa se sentó en el trono de oro, apoyando los brazos en los respaldos. No era el asiento más cómodo del mundo, pero le daba una satisfacción de poder increíble. El olor a incienso se expandía por todo el palacio. Azula se cruzó de piernas, esperando a que la agente llegase.
-Vosotros dos, id a recibirla al puerto. Ya sabéis qué hacer, tratadla como si fuera alguien importante - Le ordenó a varios guardias reales.
Alice Branwen
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Saberes
Akuma no mi
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La albina era un manojo de nervios, y se podía notar por como iba de aquí para allá por el barco del gobierno. Ese día lo tenía libre para hacer lo que se le diera la gana... o esa era la idea. Toda su panorámica cambió luego de que cierta carta le llegara. Normalmente, ella no era una persona que llamara mucha la atención por el momento. No tenía credenciales, tampoco resaltaba mucho en poder o potencial que digamos. Tan solo era una simple agente que trabaja día a día para lograr su objetivo, pero que tampoco resultaba que fuera una prodigia o algo por el estilo. Si hubiera algo que resaltara sobre Alice Branwen, era su natural belleza y su alegre personalidad. Por supuesto, eso era una fachada para ocultar como se sentía en verdad. Era un mecanismo de defensa que creo para alejarse de su pasado y vivir la realidad como era. Hasta ahora, le había resultado. Nadie sospechaba que debajo de esa alegre mujer, hubiera alguien rota y que a penas mantenía su fe en el mundo. Solo cierta promesa a su madre y a Irene hacía que mantuviera su optimismo intacto.
Fue por eso mismo, que la carta de Azula le tomó por sorpresa. No le conocía de mucho, tan solo por su reputación dentro del Cipher Pol y por lo que pudo observar en ese viaje a la isla fantasmal... que fue poco y nada, la verdad. Lorenz, cuando se enteró, le advirtió que mantuviera una buena conducta para cuando fuera a reunirse con la pelinegra. No es que fuera malo, pero más valía prevenir que lamentar. Además, la reunión se celebraría en su isla natal, donde ella era una princesa por lo que pudo averiguar sobre Azula. En un principio dudó o no si asistir al llamado, pero su mentor le convención. Ella le superaba en rango, por lo que era imposible que la albina pudiera faltar a eso.
Y allí se encontraba, a bordo de un barco en dirección a Reddo. Había elegido un vestido negro para la ocasión. Este era de un color negro y cubría todo su cuerpo hasta las rodillas, además dejaba sus hombros y cuello al descubierto. Su cabello lo lleva suelto y un flequillo caía por su frente, enmarcando su rostro a la perfección. Era el mejor atuendo que encontró para la ocasión. Todo lo demás era... orientado hacia temas más de acción o revelaban más de la cuenta.
– Señorita Alice, pronto llegaremos a la isla – le dijo el navegante desde donde conducía el barco.
La albina solo asintió y siguió caminando de aquí para allá. Al cabo de unos minutos, el barco llegó hasta el puerto de Reddo. Debía admitirlo, la isla era impresionante. Cuando bajó de allí, una especie de guardias le estaban esperando. Por lo que pudo oír, ellos le conducirían hacia donde se llevaría a cabo la reunión con Azula. En silencio, siguió a los guardias hasta el palacio. Pudo recobrar su compostura en el trayecto, y ahora su máscara emocional se encontraba en su lugar. En su mente seguía recordando las palabras de Lorenz: tratar con sumo respeto a la pelinegra.
Fue por eso mismo, que la carta de Azula le tomó por sorpresa. No le conocía de mucho, tan solo por su reputación dentro del Cipher Pol y por lo que pudo observar en ese viaje a la isla fantasmal... que fue poco y nada, la verdad. Lorenz, cuando se enteró, le advirtió que mantuviera una buena conducta para cuando fuera a reunirse con la pelinegra. No es que fuera malo, pero más valía prevenir que lamentar. Además, la reunión se celebraría en su isla natal, donde ella era una princesa por lo que pudo averiguar sobre Azula. En un principio dudó o no si asistir al llamado, pero su mentor le convención. Ella le superaba en rango, por lo que era imposible que la albina pudiera faltar a eso.
Y allí se encontraba, a bordo de un barco en dirección a Reddo. Había elegido un vestido negro para la ocasión. Este era de un color negro y cubría todo su cuerpo hasta las rodillas, además dejaba sus hombros y cuello al descubierto. Su cabello lo lleva suelto y un flequillo caía por su frente, enmarcando su rostro a la perfección. Era el mejor atuendo que encontró para la ocasión. Todo lo demás era... orientado hacia temas más de acción o revelaban más de la cuenta.
– Señorita Alice, pronto llegaremos a la isla – le dijo el navegante desde donde conducía el barco.
La albina solo asintió y siguió caminando de aquí para allá. Al cabo de unos minutos, el barco llegó hasta el puerto de Reddo. Debía admitirlo, la isla era impresionante. Cuando bajó de allí, una especie de guardias le estaban esperando. Por lo que pudo oír, ellos le conducirían hacia donde se llevaría a cabo la reunión con Azula. En silencio, siguió a los guardias hasta el palacio. Pudo recobrar su compostura en el trayecto, y ahora su máscara emocional se encontraba en su lugar. En su mente seguía recordando las palabras de Lorenz: tratar con sumo respeto a la pelinegra.
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