Ichimura Hachiro
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Mirando con cierto recelo al resto de presentes, se llevó a la boca el té y lo cató. Tras eso suspiró con desaprobación y volvió a dejarlo sobre el platillo. A veces sus agudos sentidos eran una maldición. No podía ni disfrutar de una bebida que le gustaba sin encontrarle seis o siete fallos en su preparación. Si tan sólo su agudo sentido tuviese un botón de apagado... en fin, todo lo que podía hacer era tratar de ignorar su olfato y el evidente hecho de que el idiota del camarero hubiese servido té y café en el mismo recipiente. Al fin y al cabo no debía distraerse con detalles como aquel, sino que debía mantener la guardia alta. Por mucho de que los Asdrubal vivieran en las inmediaciones de Alubarna, ahora mismo estaba en su territorio. Habían pasado ya años, pero la posibilidad de que hubiese agentes de la familia pendientes a su peculiar descripción con intención de capturarlo estaba ahí. Al fin y al cabo habían dado por hecho que se había fugado. En una situación como aquella, hubiese sido de idiotas no estar ojo avizor.
- Si no me lo hubiesen encargado... - murmuró.
"Ni siquiera hubiese vuelto a esta isla" completó en su mente. No guardaba mucho aprecio a Arabasta. Poco había que recordarse con aprecio de aquel lugar, aparte de a su amigo Nassor y a los esclavos del grupo uno. Anna, Kozu, Irino... ¿qué habría sido de ellos? Conteniendo la nostalgia, dio un nuevo trago a aquel maldito té con regusto a café y se acomodó en su silla, observando el local. Se suponía que su contacto le localizaría a él debido a que poseía mayor experiencia, pero aún no había aparecido. Tampoco era que llegase tarde, más bien él había llegado pronto. Sin embargo la puntualidad era vital para un agente, ¿no? Estar segundos antes presente en la misión podía marcar la diferencia entre la victoria y el fracaso. De todos modos aún tenía tiempo para demostrar que era puntual... la gran duda, ¿sería extranjero? Si no era un nativo era posible que no apareciera vestido de la zona. Y si querían éxito debían procurar pasar desapercibidos.
- Camarero, otro té. Negro, por favor. Y cóbreme ambos ya.
El hombre le retiró la taza vacía y se fue tras la barra. El agente se acomodó en su asiento. Vestía una larga túnica blanca, propia de los habitantes del desierto, con tocado incluido. Pese a que este ocultaba su cabello no dudaba de que un avezado agente del Cipher Pol como el que se suponía que era su compañero lo reconocería igual. La misión que tenían era "sencilla", por decirlo de alguna manera. "Sencilla de comprender, al menos. Su desarrollo... ya lo veremos." Al parecer el CP había recibido un chivatazo de un informador local de que un granjero de las afueras recibía a gente sospechosa a altas horas de la noche y los alojaba en su granero. Sus superiores sospechaban que podría estar alojando a revolucionarios y querían que alguien hiciese una visita "de cortesía" a confirmar las sospechas y echarle el guante a los posibles rebeldes. Y en eso entraban Hachiro y su compañero.
- Si no me lo hubiesen encargado... - murmuró.
"Ni siquiera hubiese vuelto a esta isla" completó en su mente. No guardaba mucho aprecio a Arabasta. Poco había que recordarse con aprecio de aquel lugar, aparte de a su amigo Nassor y a los esclavos del grupo uno. Anna, Kozu, Irino... ¿qué habría sido de ellos? Conteniendo la nostalgia, dio un nuevo trago a aquel maldito té con regusto a café y se acomodó en su silla, observando el local. Se suponía que su contacto le localizaría a él debido a que poseía mayor experiencia, pero aún no había aparecido. Tampoco era que llegase tarde, más bien él había llegado pronto. Sin embargo la puntualidad era vital para un agente, ¿no? Estar segundos antes presente en la misión podía marcar la diferencia entre la victoria y el fracaso. De todos modos aún tenía tiempo para demostrar que era puntual... la gran duda, ¿sería extranjero? Si no era un nativo era posible que no apareciera vestido de la zona. Y si querían éxito debían procurar pasar desapercibidos.
- Camarero, otro té. Negro, por favor. Y cóbreme ambos ya.
El hombre le retiró la taza vacía y se fue tras la barra. El agente se acomodó en su asiento. Vestía una larga túnica blanca, propia de los habitantes del desierto, con tocado incluido. Pese a que este ocultaba su cabello no dudaba de que un avezado agente del Cipher Pol como el que se suponía que era su compañero lo reconocería igual. La misión que tenían era "sencilla", por decirlo de alguna manera. "Sencilla de comprender, al menos. Su desarrollo... ya lo veremos." Al parecer el CP había recibido un chivatazo de un informador local de que un granjero de las afueras recibía a gente sospechosa a altas horas de la noche y los alojaba en su granero. Sus superiores sospechaban que podría estar alojando a revolucionarios y querían que alguien hiciese una visita "de cortesía" a confirmar las sospechas y echarle el guante a los posibles rebeldes. Y en eso entraban Hachiro y su compañero.
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Aquella enorme criatura caminaba por el desierto lenta e inexorablemente. Ya podía ver su destino, el fin de tantas horas de camino bajo la atenta mirada de un sol abrasador.
La sombra entró por la puerta, sin mucho cuidado por la integridad de la misma. Una patada que hizo que se quedara enganchada en su máxima apertura mientras la madera sufría por la tensión.
- CAMARERO.- gritó la sombra de dos metros envuelta al completo en telas negras.
Los pasos amenazantes del oscuro engendro no llegaron a buen puerto cuando el resorte de la puerta cedió para golpearle. La ostia había resonado en cada rincón del establecimiento como un guantazo dramático.
- Au- se quejó tras la puerta con tono nasal.
Estalló más de una risa que quedó cortada en cuanto el monstruo entró para mirarles. Renqueaba a trompicones hacia la barra, con torpe prisa.
- ¡Camarero! – repitió al llegar.
- ¿Qué… desea? – preguntó sin mucho convencimiento.
Las ropas de la criatura calleron, monstrando su contenido como quien pela un plátano. Dentro de aquella terrible visión había un muchacho blancucho y sudado con la boca seca y los ojos rojos.
- Agua… - dijo escupiendo una bocanada de polvo.
Volvieron las risas, la situación era demasiado absurda. De un gigante sombrío a un patético lechoso, eso era el humor.
Adam arrebató el vaso al humilde camarero para tragar su contenido de una sentada, luego hizo ademanes con las manos para que la fuente de líquidos no dejara de llegar. Vaso tras vaso, hasta seis se llegó a beber con la misma ansia. Luego cogió la jarra y se refrescó con ella.
- Luego tendré que limpiar eso…- lamentó el camarero, pero casi que valía el cómico espectáculo.
- Ays… mucho mejor- suspiró el ahora hidratado muchacho antes de sacar su billetera. -. Maldito sea el vendedor de prendas que me dijo que eso transpiraba. Gracias por el agua, aquí tienes una propina…- pronunció al deslizar el dinero por la barra.
Adam miró alrededor como un espasmódico. Cada detalle de la arquitectura, cada tela de aspecto exótico le fue dedicada una sonrisa; incluso aquellos que se habían burlado de él recibieron una mueca de agrado.
- ¡Ah sí!- dijo antes de sacar del maletín envuelto en la pesada manta oscura una cámara fotográfica que se colgó al cuello- ¡Vengo buscando a mi agente de viajes! Se supone que iba a estar por aquí para hacerme de guía y todo eso… - no esperó respuesta- ¿Le importa que tome fotos del local? Tengo interés de hacer una guía turística.
- Cla…- ya había empezado a hacer fotos-…ro.
- ¡Caballeretes, sonrían!- dijo antes de deslumbrarles con el flash.-. Ups, repitamos. Aquí no hace falta usar el flash. Si hay algo que sobre en Arabasta es luz… y arena… y calor… y más arena. Hay arena por todas malditas partes. ¿Se puede comprar ropa en algún sitio? Pero uno bueno, que me han timado esta última vez.
La sombra entró por la puerta, sin mucho cuidado por la integridad de la misma. Una patada que hizo que se quedara enganchada en su máxima apertura mientras la madera sufría por la tensión.
- CAMARERO.- gritó la sombra de dos metros envuelta al completo en telas negras.
Los pasos amenazantes del oscuro engendro no llegaron a buen puerto cuando el resorte de la puerta cedió para golpearle. La ostia había resonado en cada rincón del establecimiento como un guantazo dramático.
- Au- se quejó tras la puerta con tono nasal.
Estalló más de una risa que quedó cortada en cuanto el monstruo entró para mirarles. Renqueaba a trompicones hacia la barra, con torpe prisa.
- ¡Camarero! – repitió al llegar.
- ¿Qué… desea? – preguntó sin mucho convencimiento.
Las ropas de la criatura calleron, monstrando su contenido como quien pela un plátano. Dentro de aquella terrible visión había un muchacho blancucho y sudado con la boca seca y los ojos rojos.
- Agua… - dijo escupiendo una bocanada de polvo.
Volvieron las risas, la situación era demasiado absurda. De un gigante sombrío a un patético lechoso, eso era el humor.
Adam arrebató el vaso al humilde camarero para tragar su contenido de una sentada, luego hizo ademanes con las manos para que la fuente de líquidos no dejara de llegar. Vaso tras vaso, hasta seis se llegó a beber con la misma ansia. Luego cogió la jarra y se refrescó con ella.
- Luego tendré que limpiar eso…- lamentó el camarero, pero casi que valía el cómico espectáculo.
- Ays… mucho mejor- suspiró el ahora hidratado muchacho antes de sacar su billetera. -. Maldito sea el vendedor de prendas que me dijo que eso transpiraba. Gracias por el agua, aquí tienes una propina…- pronunció al deslizar el dinero por la barra.
Adam miró alrededor como un espasmódico. Cada detalle de la arquitectura, cada tela de aspecto exótico le fue dedicada una sonrisa; incluso aquellos que se habían burlado de él recibieron una mueca de agrado.
- ¡Ah sí!- dijo antes de sacar del maletín envuelto en la pesada manta oscura una cámara fotográfica que se colgó al cuello- ¡Vengo buscando a mi agente de viajes! Se supone que iba a estar por aquí para hacerme de guía y todo eso… - no esperó respuesta- ¿Le importa que tome fotos del local? Tengo interés de hacer una guía turística.
- Cla…- ya había empezado a hacer fotos-…ro.
- ¡Caballeretes, sonrían!- dijo antes de deslumbrarles con el flash.-. Ups, repitamos. Aquí no hace falta usar el flash. Si hay algo que sobre en Arabasta es luz… y arena… y calor… y más arena. Hay arena por todas malditas partes. ¿Se puede comprar ropa en algún sitio? Pero uno bueno, que me han timado esta última vez.
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En el momento en que el gigantón envuelto en telas entró tuvo un horrible presentimiento. Este no mejoró cuando se dio un tortazo con la puerta, ni cuando avanzó pidiendo agua desesperadamente. "No será... tendría sentido, pero el Gobierno no mandaría a nadie así. ¿Verdad?" pensó, más en tono de súplica que convencido de ello. Cuando un joven paliducho apareció bajo las telas, sus peores temores ganaron fuerza, confirmándose en cuando mencionó lo de un agente de viajes y sacó la cámara de fotos. ¡Dios mío! ¡Agente! ¿Se podía ser más cantoso? No era partidario de la violencia gratuita, pero en aquel momento tenía bastantes ganas de sacar la desert eagle y vaciarle el cargador en la cabeza. Desde luego con un tipo como aquel casi hasta sería hacerle un favor eliminarlo ya y hacer que dejara de sufrir. ¿Por dónde empezar a enumerar la larga lista de cosas que había hecho mal? ¡No había ni por dónde cogerla! Se llevó la mano la cara, gruñendo frustrado mientras negaba con la cabeza. Acto seguido se levantó apresuradamente antes de que el tipo siguiera cagándola más y se echó su bolsa con el equipaje al hombro, avanzando hacia el tipo.
- ¡Señor August! Soy Ichiro, su guía. ¡Un placer conocerle en persona al fin! Lamento que tuviese un viaje tan complicado. ¿Ha venido desde Nanohana, verdad? Venga por aquí, por favor. Le llevaré a un lugar donde pueda conseguir ropa apropiada.
Se aprestó a intentar tomarlo por el brazo y guiarlo consigo mismo hacia la salida. Estaba seguro de que un tipo como aquel se las arreglaría para desvelar a todo el bar quiénes eran en menos de un minuto si no lo controlaba. Más aún, ¿quién no le decía que hubiera ya algún revolucionario en escena que hubiese visto el numerito y se apresurase a informar de que había Cipher Pols en la ciudad? Su misión se complicaría infinitamente, por no decir que se iría totalmente al garete. Alertarían a sus contactos y estos estarían tan ojo avizor que cualquier acercamiento podría acabar convirtiéndose en una persecución, lo que les diría a sus enemigos cuál era el objetivo de su misión sin lugar a dudas. Y eso no lo podían tolerar. Mientras guiaba fuera del bar al albino, se preguntó si realmente habría acertado con él. Bueno, cabía una mínima posibilidad de que hubiese cometido un terrible error, pero tenía la corazonada de que no. Pero... ¿y si era una emboscada enemiga? No podía evitar dejar cabos sueltos. Aquel hombre bien podía no ser un agente del Cipher Pol. Nada más salir lo encaminó a un callejón y le indicó que pasara primero.
- Por aquí, agente - le musitó en tono cómplice.
Así como hubieron entrado, los ojos de Hachiro brillaron al activarse su Gakkosei, y rápidamente metió la mano en la túnica y desenfundó su fiel desert eagle, apuntándole. Aquel hombre parecía un completo inepto, pero si de verdad lo había enviado el Gobierno es que tendría que ser hábil en algo, ¿no? Aquello sería una prueba de su habilidad real, y de paso trataría de sonsacarle su verdadera identidad.
- Por favor, muéstreme su identificación. Despacito y sin hacer nada raro, o no tendré reparos en disparar.
- ¡Señor August! Soy Ichiro, su guía. ¡Un placer conocerle en persona al fin! Lamento que tuviese un viaje tan complicado. ¿Ha venido desde Nanohana, verdad? Venga por aquí, por favor. Le llevaré a un lugar donde pueda conseguir ropa apropiada.
Se aprestó a intentar tomarlo por el brazo y guiarlo consigo mismo hacia la salida. Estaba seguro de que un tipo como aquel se las arreglaría para desvelar a todo el bar quiénes eran en menos de un minuto si no lo controlaba. Más aún, ¿quién no le decía que hubiera ya algún revolucionario en escena que hubiese visto el numerito y se apresurase a informar de que había Cipher Pols en la ciudad? Su misión se complicaría infinitamente, por no decir que se iría totalmente al garete. Alertarían a sus contactos y estos estarían tan ojo avizor que cualquier acercamiento podría acabar convirtiéndose en una persecución, lo que les diría a sus enemigos cuál era el objetivo de su misión sin lugar a dudas. Y eso no lo podían tolerar. Mientras guiaba fuera del bar al albino, se preguntó si realmente habría acertado con él. Bueno, cabía una mínima posibilidad de que hubiese cometido un terrible error, pero tenía la corazonada de que no. Pero... ¿y si era una emboscada enemiga? No podía evitar dejar cabos sueltos. Aquel hombre bien podía no ser un agente del Cipher Pol. Nada más salir lo encaminó a un callejón y le indicó que pasara primero.
- Por aquí, agente - le musitó en tono cómplice.
Así como hubieron entrado, los ojos de Hachiro brillaron al activarse su Gakkosei, y rápidamente metió la mano en la túnica y desenfundó su fiel desert eagle, apuntándole. Aquel hombre parecía un completo inepto, pero si de verdad lo había enviado el Gobierno es que tendría que ser hábil en algo, ¿no? Aquello sería una prueba de su habilidad real, y de paso trataría de sonsacarle su verdadera identidad.
- Por favor, muéstreme su identificación. Despacito y sin hacer nada raro, o no tendré reparos en disparar.
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Adam alzó los brazos con entusiasmo ante la oportuna aparición de su guía turístico.
- ¡Mira tú qué bien! Señores, ya vendré a hacerles las entrevistas. Ha sido un placer esta pequeña estancia, volveré a tomarme algún licorcito de la casa. – dijo el muchacho haciendo gestos de complicidad, como si les apuntara con pequeñas pistolas de guiños antes de coger su maleta para irse.
Cuando el moreno albino lo agarró, Adam añadió con entusiasmo.
- ¡Vaya,vaya! ¡Qué guía más enérgico!
El albino de piel clara podía intuir, casi a la perfección, los pensamientos del de tez morena. Pues claro que soy un papanatas, ¿qué esperabas?, pensó. Pero me da que más papanatas eres tú, pensó después.
Las palabras del churruscadito no podían ser más inoportunas.
- No, no, yo soy el turista. El agente eres tú. A veces yo también confundo las cosas. Así que no problemo.- se encogió de hombros entrando en aquel oscuro callejón. Agradeció que fuera así, dadas las condiciones climatológicas del lugar.
- Tienes algo en el ojo. A ver si va a ser arena…- comentó Adam con tranquilidad mientras se hurgaba el orificio nasal con el meñique.- Con eso se pillan…-el alegre tono desapareció cuando fue encañonado- … infecciones.
Adam no podía creer la situación, la exigencia y la sensación de peligro.
- ¿Identificación? Tengo mi pasaporte si te vale…- El tono de cordialidad dió a su fin, viéndose sustituido por un monotono mecánico-.Aunque creo que te refieres a una identificación gubernamental. ¿Eres un agente, no? Hachiro de apellido Izumi. No te pareces en nada a tu madre. Eres adoptado, ¿a que sí? Voy a decirte por qué no vas a disparar esa pistola. No es porque podría esquivarte… incluso a esta distancia de bocajarro, eso no lo sabes tú. La razón principal por la cual no vas a dispararme es que una Desert Eagle es un revolver de gran calibre que no deberías disparar con una mano, tiene un gran retroceso. También existen razones alternas, como desacato a un posible, probable, superior… Y el hecho de que el sonido del disparo, acierte o no, atraería a toda la población circundante. Estamos en un pueblo con grandes influencias revolucionarias… ¿Lo sabías?
Creo que eso es suficiente para que no dispare, aunque no para que baje el arma, afirmó Adam en su cerebro.
- ¿Tienes también un nombre para ti? Porque no te veo muy puesto en crear una identidad alterna para viajar… Ser asocial llama más la atención que sociabilizar.- El tono animado, el rostro alegre volvió- Y yo creo que puedes llamarme por mi nombre, cuando me des uno.
Al fin y al cabo el que le evitara pensar un apellido para su personaje le había agradado lo suficiente como para dejar pasar el encañonamiento.
- ¡Mira tú qué bien! Señores, ya vendré a hacerles las entrevistas. Ha sido un placer esta pequeña estancia, volveré a tomarme algún licorcito de la casa. – dijo el muchacho haciendo gestos de complicidad, como si les apuntara con pequeñas pistolas de guiños antes de coger su maleta para irse.
Cuando el moreno albino lo agarró, Adam añadió con entusiasmo.
- ¡Vaya,vaya! ¡Qué guía más enérgico!
El albino de piel clara podía intuir, casi a la perfección, los pensamientos del de tez morena. Pues claro que soy un papanatas, ¿qué esperabas?, pensó. Pero me da que más papanatas eres tú, pensó después.
Las palabras del churruscadito no podían ser más inoportunas.
- No, no, yo soy el turista. El agente eres tú. A veces yo también confundo las cosas. Así que no problemo.- se encogió de hombros entrando en aquel oscuro callejón. Agradeció que fuera así, dadas las condiciones climatológicas del lugar.
- Tienes algo en el ojo. A ver si va a ser arena…- comentó Adam con tranquilidad mientras se hurgaba el orificio nasal con el meñique.- Con eso se pillan…-el alegre tono desapareció cuando fue encañonado- … infecciones.
Adam no podía creer la situación, la exigencia y la sensación de peligro.
- ¿Identificación? Tengo mi pasaporte si te vale…- El tono de cordialidad dió a su fin, viéndose sustituido por un monotono mecánico-.Aunque creo que te refieres a una identificación gubernamental. ¿Eres un agente, no? Hachiro de apellido Izumi. No te pareces en nada a tu madre. Eres adoptado, ¿a que sí? Voy a decirte por qué no vas a disparar esa pistola. No es porque podría esquivarte… incluso a esta distancia de bocajarro, eso no lo sabes tú. La razón principal por la cual no vas a dispararme es que una Desert Eagle es un revolver de gran calibre que no deberías disparar con una mano, tiene un gran retroceso. También existen razones alternas, como desacato a un posible, probable, superior… Y el hecho de que el sonido del disparo, acierte o no, atraería a toda la población circundante. Estamos en un pueblo con grandes influencias revolucionarias… ¿Lo sabías?
Creo que eso es suficiente para que no dispare, aunque no para que baje el arma, afirmó Adam en su cerebro.
- ¿Tienes también un nombre para ti? Porque no te veo muy puesto en crear una identidad alterna para viajar… Ser asocial llama más la atención que sociabilizar.- El tono animado, el rostro alegre volvió- Y yo creo que puedes llamarme por mi nombre, cuando me des uno.
Al fin y al cabo el que le evitara pensar un apellido para su personaje le había agradado lo suficiente como para dejar pasar el encañonamiento.
- Cosas usadas:
- Creo que te anulo tu técnica que parte del analizar predisposiciones XD.
Técnica pasiva: La actitud normal de Adam no muestra ningún tipo de emociones, respuestas faciales, lenguaje corporal... a menos que lleve una máscara social puesta, en cuyo caso tiene que definirla (Reglada por profesión de espía o similares). De no llevarla, bueno, es como verse a un maniquí, que puto-malrollo. (Pero que bueno para jugar al poker). Dolor, esfuerzo no emocionaels no se consideran dentro de este paquete.
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Hachiro esbozó una sonrisa al escuchar las palabras del agente. "Pues vaya con el albino. Hice mal en desconfiar del Gobierno, como sospechaba han mandado a alguien competente. Excéntrico, eso sí." Aquello no despejaba totalmente la posibilidad de que fuera un revolucionario, pero sí en su mayor parte. Por su parte había muy pocas dudas tras aquello. Las posibilidades de que fuese uno eran bajas, y... si estaban informados sobre su misión, ya habían fracasado de antemano, ¿no? Todo cuanto quedaba era estar ojo avizor y avanzar. Negó con la cabeza y bajó el arma, observando con cierta curiosidad a su compañero.
- Una respuesta lógica, tal y como cabía esperar, señor Ryan. Aunque hay buenos motivos para mi actitud - alzó el arma para que la viera - Nunca retiré el seguro. Ese era otro motivo por el que tenía una mano libre. De ser usted realmente un revolucionario y haber reaccionado violentamente, hubiese podido retirarlo y disparar. Que la lleve a una mano no es casual; si bien no me es lo más práctico ni más cómodo, tengo fuerza suficiente para aguantar el retroceso, y a quemarropa perder algo de puntería influye poco cuando el proyectil es una bala del .357, ¿no cree? - enfundó el arma - De todos modos espero que disculpe mi actitud y no se lo tome como una insubordinación, señor. Espero que comprenda que sólo tomaba las medidas preventivas que consideré más apropiadas con el poco tiempo de antelación que tuve.
Desactivó su Gakkosei, inútil al no haber combate ninguno. Al instante notó un leve cansancio, fruto de la concentración extrema que le exigía la técnica, y su vista se desenfocó por un momento. Sin embargo fingiendo normalidad (al fin y al cabo no era nada particularmente alarmante), observó a ambos lados del callejón por pura precaución y le hizo un gesto para que le siguiera.
- Le llevaré a una tienda de ropa y le ayudaré a escoger, pues. Mientras estemos aquí llamadme Ichiro, sin más. Y descuidad agente, sé cuidar mis fachadas.
Acto seguido salió del callejón por el otro lado y volvió a adoptar la actitud de Ichiro, el hablador e hiperactivo guía que se dedicaba a meter prisa a su cliente y enseñarle toda clase de curiosidades y datos irrelevantes sobre el lugar. Se apresuró en buscar una tienda de ropa para poder dejar aquel estúpido papel durante al menos unos minutos. El lugar resultó ser una tienda pequeña y oscura que olía a humedad, pero las prendas parecían en buen estado y nuevas. Lo sabía por su tacto y por el olor que desprendían. Así pues se dedicó a ayudar al agente a buscar unas buenas ropas del desierto de su talla, para que pudieran al fin ir a su misión. Él no tenía claro a dónde tenían que dirigirse dado que era aquel hombre, como su superior, el que había recibido los detalles de la misión. Así que una vez hubieron terminado, se giró hacia él y preguntó:
- ¿Y ahora a dónde deseáis ir, señor Ryan? Tan sólo decídmelo y os llevaré.
- Una respuesta lógica, tal y como cabía esperar, señor Ryan. Aunque hay buenos motivos para mi actitud - alzó el arma para que la viera - Nunca retiré el seguro. Ese era otro motivo por el que tenía una mano libre. De ser usted realmente un revolucionario y haber reaccionado violentamente, hubiese podido retirarlo y disparar. Que la lleve a una mano no es casual; si bien no me es lo más práctico ni más cómodo, tengo fuerza suficiente para aguantar el retroceso, y a quemarropa perder algo de puntería influye poco cuando el proyectil es una bala del .357, ¿no cree? - enfundó el arma - De todos modos espero que disculpe mi actitud y no se lo tome como una insubordinación, señor. Espero que comprenda que sólo tomaba las medidas preventivas que consideré más apropiadas con el poco tiempo de antelación que tuve.
Desactivó su Gakkosei, inútil al no haber combate ninguno. Al instante notó un leve cansancio, fruto de la concentración extrema que le exigía la técnica, y su vista se desenfocó por un momento. Sin embargo fingiendo normalidad (al fin y al cabo no era nada particularmente alarmante), observó a ambos lados del callejón por pura precaución y le hizo un gesto para que le siguiera.
- Le llevaré a una tienda de ropa y le ayudaré a escoger, pues. Mientras estemos aquí llamadme Ichiro, sin más. Y descuidad agente, sé cuidar mis fachadas.
Acto seguido salió del callejón por el otro lado y volvió a adoptar la actitud de Ichiro, el hablador e hiperactivo guía que se dedicaba a meter prisa a su cliente y enseñarle toda clase de curiosidades y datos irrelevantes sobre el lugar. Se apresuró en buscar una tienda de ropa para poder dejar aquel estúpido papel durante al menos unos minutos. El lugar resultó ser una tienda pequeña y oscura que olía a humedad, pero las prendas parecían en buen estado y nuevas. Lo sabía por su tacto y por el olor que desprendían. Así pues se dedicó a ayudar al agente a buscar unas buenas ropas del desierto de su talla, para que pudieran al fin ir a su misión. Él no tenía claro a dónde tenían que dirigirse dado que era aquel hombre, como su superior, el que había recibido los detalles de la misión. Así que una vez hubieron terminado, se giró hacia él y preguntó:
- ¿Y ahora a dónde deseáis ir, señor Ryan? Tan sólo decídmelo y os llevaré.
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Adam se encogió de hombros ante las palabras que recibió en el callejón. Sabía, por experiencia, que uno no debe confiar totalmente en las propiedades de los objetos que lleva por encima de la propia habilidad. Entendió que el novato no quería buscarse problemas, aunque acabaría encontrándolos, y aceptó su disfrazada disculpa.
Ladeó la cabeza cuando notó el leve cambio de actitud en su tensión, pero, aunque guardó el recuerdo, no lo consideró determinante. Siguió al muchacho arrastrando la tela negra que rozaba en las calles de piedra y arena.
Ryan August... parece un buen nombre, pensó Adam. Quizá optaría por variarlo, pero, sin duda, el apellido se quedaría.
Ichiro significaba “El primero”. ¿Entonces… Hachiro? ¿Tenía siete hermanos mayores?, se preguntó el albino. Adam admitió que nombrar a los hijos por su número eliminaba la problemática de pensar un nombre. Luego razonó que daba la problemática poblacional de tener a tantas personas nombradas por, tan sólo, un ordinal.
- Pues, no sé. Tú eres el guía… Dame un tour, que para algo te pago. – le tomó una foto, como hacía con las cosas que se salían de la norma establecida.
Adam no se cortaba en sacar de quicio a la nueva identidad de Hachiro; hacía preguntas de cada rincón de la ciudad y cada teja, preguntando, si por casualidad, aquella piedra de la estructura significaba algo o si era importante históricamente. Lo que se dice un señor agobio.
Siquiera cuando compraban ropa dejaba de hablar. “¿Qué te parece este?” “¿Y este?” preguntaba y preguntaba sin cesar. Cuando iba ya terminando de agenciarse sus ropas se acordó que tenía que comprar más como souvenir… Y empezó otra maldita conversación sobre los gustos de las mujeres, sus tallas, y cuáles eran los regalos más apropiados para los niños.
- A lo mejor no debería comprar ropa para los niños. Crecen muy rápido y lo que menos le gusta a un niño es que le regalen ropa. ¿A que sí?- dijo a la extasiada tendera, harta de asentir. – Bueno, me llevo los turbantes, será un bonito detalle.
Cargado con cuatro bolsas, además de su maleta, salió de la tienda con una sonrisa.
- ¡Vamos Ichiro, aún queda mucho por visitar!- comentó con optimismo.
¿Es que este hombre no se callaba nunca?
Veinte metros más allá, cuando no podía oírles nadie, la identidad se desvaneció.
- Parece ser que mis sospechas eran acertadas. Están traficando con esclavos una de las granjas del pueblo. No hay ropa de mujer joven, se las llevaron hace un par de días. Probablemente se trate de un grupo de esclavas, quizás haya algún que otro niño.
Adam no hacía nada sin propósito.
Ladeó la cabeza cuando notó el leve cambio de actitud en su tensión, pero, aunque guardó el recuerdo, no lo consideró determinante. Siguió al muchacho arrastrando la tela negra que rozaba en las calles de piedra y arena.
Ryan August... parece un buen nombre, pensó Adam. Quizá optaría por variarlo, pero, sin duda, el apellido se quedaría.
Ichiro significaba “El primero”. ¿Entonces… Hachiro? ¿Tenía siete hermanos mayores?, se preguntó el albino. Adam admitió que nombrar a los hijos por su número eliminaba la problemática de pensar un nombre. Luego razonó que daba la problemática poblacional de tener a tantas personas nombradas por, tan sólo, un ordinal.
- Pues, no sé. Tú eres el guía… Dame un tour, que para algo te pago. – le tomó una foto, como hacía con las cosas que se salían de la norma establecida.
Adam no se cortaba en sacar de quicio a la nueva identidad de Hachiro; hacía preguntas de cada rincón de la ciudad y cada teja, preguntando, si por casualidad, aquella piedra de la estructura significaba algo o si era importante históricamente. Lo que se dice un señor agobio.
Siquiera cuando compraban ropa dejaba de hablar. “¿Qué te parece este?” “¿Y este?” preguntaba y preguntaba sin cesar. Cuando iba ya terminando de agenciarse sus ropas se acordó que tenía que comprar más como souvenir… Y empezó otra maldita conversación sobre los gustos de las mujeres, sus tallas, y cuáles eran los regalos más apropiados para los niños.
- A lo mejor no debería comprar ropa para los niños. Crecen muy rápido y lo que menos le gusta a un niño es que le regalen ropa. ¿A que sí?- dijo a la extasiada tendera, harta de asentir. – Bueno, me llevo los turbantes, será un bonito detalle.
Cargado con cuatro bolsas, además de su maleta, salió de la tienda con una sonrisa.
- ¡Vamos Ichiro, aún queda mucho por visitar!- comentó con optimismo.
¿Es que este hombre no se callaba nunca?
Veinte metros más allá, cuando no podía oírles nadie, la identidad se desvaneció.
- Parece ser que mis sospechas eran acertadas. Están traficando con esclavos una de las granjas del pueblo. No hay ropa de mujer joven, se las llevaron hace un par de días. Probablemente se trate de un grupo de esclavas, quizás haya algún que otro niño.
Adam no hacía nada sin propósito.
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El agente... bueno, Ryan, era insoportable y cargante. No hacía más que poner a prueba sus conocimientos sobre Arabasta y sobre Katorea. Tenía suerte de ser nativo de la isla y poder defenderse como podía de muchas de sus preguntas, pero había estado pocas veces en la ciudad. Se las apañó para mantener su identidad y contestar con jovialidad y diligencia, ocultando a la perfección su tedio y ligera irritación. Tanto se metió en el papel que en parte hasta logró olvidarlos... en parte, claro. Al fin y al cabo no podía dejar que su actuación lo distrajera de su tarea real, y eso implicaba no bajar la guardia ni por un instante. Ni siquiera en la tienda encontró un respiro, pues el albino comenzó a parlotear sobre ropa y dando vueltas sobre temas aparentemente banales como ropa para niños o mujeres, buscándola en la tienda y hablando de coger souvenirs. ¿Aquello era parte de su papel? "Pues sí que se ha metido en el suyo" pensó, conteniendo un suspiro. Por otro lado... se había interesado por la ropa de mujer cuando al parecer apenas quedaba una prenda en la tienda. ¿Habría algún motivo para ello? ¿Coincidencia? ¿O era la línea de investigación que su superior quería seguir? Un tanto extraño seguir a revolucionarios a partir de las tendencias de moda de la zona. O simplemente le estaba dando demasiadas vueltas a lo que eran los desvaríos de un hombre excéntrico. Sin embargo cuando hubieron salido y estuvieron en una zona despejada, este superó sus expectativas.
- ¿Esclavos? - pregunto, algo incrédulo.
Ahora su actitud tenía más sentido. No había sido una mala táctica desde luego, y sus preguntas no tenían por qué levantar sospechas. A ojos de la tendera era sólo un turista excesivamente hablador comprando ropa para él y regalos para su familia. Cada vez se confirmaba más su idea de que su superior era hábil pero estaba como una regadera. ¿Y qué había de ese horrible tono de robot? ¿Es que no tenía sangre en las venas? Contrastaba totalmente con su actitud cuando estaba interpretando su papel. ¿Cómo era posible que una persona tan desapasionada pudiera fingir tal grado de alegría? "Los psicópatas son buenos mentirosos, o eso dicen" pensó, apartándose un mechón de pelo que se le había salido de debajo de la ropa. Y volviendo a sus palabras... no le cuadraba lo de los esclavos. Estaban buscando a revolucionarios, no a traficantes de esclavos. Y desde su punto de vista, ambas cosas no eran compatibles, ¿no? Al fin y al cabo iba contra los ideales de la Revolución. Aquello era demasiado extraño para simplemente tomarlo por válido sin cuestionarlo.
- Perdone señor, pero eso no tiene sentido. Buscamos a revolucionarios, no a traficantes. Y los revolucionarios ni apoyarían el tráfico de esclavos ni tolerarían que se produjera delante de sus mismísimas narices. Tiene que haber otra explicación - frunció el ceño.
La ropa... una red de esclavistas no dependería de algo como una tienda. No tenían que rebajarse a llamar la atención comprando en grandes cantidades a tiendas locales, sino que con su dinero podrían comprar al por mayor. Incluso si tuvieran tratos con un comerciante local, este no tendría que emplear parte de su mercancía destinada al público, sino que le llegaría con pedirle mayor cantidad a su proveedor y mantenerla apartada en su trastienda. Así pues, los únicos que harían algo así serían gente con menos grado de coordinación... o que estuviesen llevando a cabo una tarea para la que carecieran de medios apropiados o experiencia. Algo que llevasen poco tiempo haciendo.
- Sólo se me ocurren unas pocas posibilidades, una que sean traficantes que se han visto obligados a desviarse de su ruta habitual. Pero me parece la menos probable. Lo que me tendría más sentido es que se trate de revolucionarios ocultando a esclavos liberados. Pese a la prohibición del Gobierno Mundial la esclavitud, bajo epítetos legales engañosos como "servidumbre" o bajo la protección de nobles lo bastantes poderosos como para que las fuerzas de la ley no puedan intervenir, es un problema real. Especialmente en Arabasta. Sin embargo, pronto tendremos las respuestas, ¿no? - dijo al doblar una esquina - Allí está la granja. Bien, ¿cuál es el plan de acción? ¿Quién habla, quién hace las preguntas?
- ¿Esclavos? - pregunto, algo incrédulo.
Ahora su actitud tenía más sentido. No había sido una mala táctica desde luego, y sus preguntas no tenían por qué levantar sospechas. A ojos de la tendera era sólo un turista excesivamente hablador comprando ropa para él y regalos para su familia. Cada vez se confirmaba más su idea de que su superior era hábil pero estaba como una regadera. ¿Y qué había de ese horrible tono de robot? ¿Es que no tenía sangre en las venas? Contrastaba totalmente con su actitud cuando estaba interpretando su papel. ¿Cómo era posible que una persona tan desapasionada pudiera fingir tal grado de alegría? "Los psicópatas son buenos mentirosos, o eso dicen" pensó, apartándose un mechón de pelo que se le había salido de debajo de la ropa. Y volviendo a sus palabras... no le cuadraba lo de los esclavos. Estaban buscando a revolucionarios, no a traficantes de esclavos. Y desde su punto de vista, ambas cosas no eran compatibles, ¿no? Al fin y al cabo iba contra los ideales de la Revolución. Aquello era demasiado extraño para simplemente tomarlo por válido sin cuestionarlo.
- Perdone señor, pero eso no tiene sentido. Buscamos a revolucionarios, no a traficantes. Y los revolucionarios ni apoyarían el tráfico de esclavos ni tolerarían que se produjera delante de sus mismísimas narices. Tiene que haber otra explicación - frunció el ceño.
La ropa... una red de esclavistas no dependería de algo como una tienda. No tenían que rebajarse a llamar la atención comprando en grandes cantidades a tiendas locales, sino que con su dinero podrían comprar al por mayor. Incluso si tuvieran tratos con un comerciante local, este no tendría que emplear parte de su mercancía destinada al público, sino que le llegaría con pedirle mayor cantidad a su proveedor y mantenerla apartada en su trastienda. Así pues, los únicos que harían algo así serían gente con menos grado de coordinación... o que estuviesen llevando a cabo una tarea para la que carecieran de medios apropiados o experiencia. Algo que llevasen poco tiempo haciendo.
- Sólo se me ocurren unas pocas posibilidades, una que sean traficantes que se han visto obligados a desviarse de su ruta habitual. Pero me parece la menos probable. Lo que me tendría más sentido es que se trate de revolucionarios ocultando a esclavos liberados. Pese a la prohibición del Gobierno Mundial la esclavitud, bajo epítetos legales engañosos como "servidumbre" o bajo la protección de nobles lo bastantes poderosos como para que las fuerzas de la ley no puedan intervenir, es un problema real. Especialmente en Arabasta. Sin embargo, pronto tendremos las respuestas, ¿no? - dijo al doblar una esquina - Allí está la granja. Bien, ¿cuál es el plan de acción? ¿Quién habla, quién hace las preguntas?
Krieg
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El rostro de Hachiro, todo pensativo y desconcertado, le pareció a Adam una perfecta descripción de la palabra “aturdido”.
Adam siquiera asintió ante las palabras del moreno, no porque no compartiera esos puntos de vista, sino porque quería dejarle pensar sin pistas. Sin embargo, eso significaba que no alentaba el razonamiento del muchacho, por lo que se vio obligado a hablar.
- Tú sigue dándole vueltas. Has dicho que se te ocurren unas cuantas posibilidades, pero sólo has dicho una. – fotografió la granja, un páramo desierto que no se correspondía a los dibujos de los libros infantiles.
Al fin y al cabo, ¿qué puedes sembrar en el desierto? Unas pocas hierbas gracias a un canal de agua que permita un mínimo de verde para la familia del lugar… y cabras, muchas cabras que se alimentaban de los matojos secos, las puntas de los árboles y de cualquier bichejo que podían sacar de las arenas. Y no parecían cabras normales, sino cabras sacadas de las más oscuras pesadillas de un torturado huérfano.
De orejas largas y caídas, las criaturas presentaban un diformismo sexual muy claro. Pero primero, describamos a las crías que corretean alegremente entre los adultos. Suaves y pequeñas criaturas cuyas orejas les llegan hasta las rodillas. De mirada perdida y jovial, enmarcada de negro por un lápiz de ojos puramente evolutivo. Adorables… Las hembras ya no compartían este adjetivo. Cuando las hormonas golpeaban, quedaban reducidas a largas criaturas con aspecto de amargada institutriz, que desaprobaban el burdo comportamiento de sus hijas. Luego estaban los machos… horrendas criaturas de nariz bulbosa y bocio desconmensurado. Miraban como malhumorados ancianos el rebaño que era, para cada uno, legítimamente suyo.
OFF: Para más info: Gulabi Goats
Recibieron fotos en la distancia, pues Adam sabía que no podría acercarse a ellas.
- ¿Qué te parece si vas tú primero? No quiero problemas con el granjero…- dijo el señor August- .Y toma- dijo descolgándose la cámara-. A ver si me consigues un par de fotos de esas cabras tan raras. Yo no me acerco ni de puñetera coña.
Iba a trabajar, mientras Hachiro también lo hacía.
Adam siquiera asintió ante las palabras del moreno, no porque no compartiera esos puntos de vista, sino porque quería dejarle pensar sin pistas. Sin embargo, eso significaba que no alentaba el razonamiento del muchacho, por lo que se vio obligado a hablar.
- Tú sigue dándole vueltas. Has dicho que se te ocurren unas cuantas posibilidades, pero sólo has dicho una. – fotografió la granja, un páramo desierto que no se correspondía a los dibujos de los libros infantiles.
Al fin y al cabo, ¿qué puedes sembrar en el desierto? Unas pocas hierbas gracias a un canal de agua que permita un mínimo de verde para la familia del lugar… y cabras, muchas cabras que se alimentaban de los matojos secos, las puntas de los árboles y de cualquier bichejo que podían sacar de las arenas. Y no parecían cabras normales, sino cabras sacadas de las más oscuras pesadillas de un torturado huérfano.
De orejas largas y caídas, las criaturas presentaban un diformismo sexual muy claro. Pero primero, describamos a las crías que corretean alegremente entre los adultos. Suaves y pequeñas criaturas cuyas orejas les llegan hasta las rodillas. De mirada perdida y jovial, enmarcada de negro por un lápiz de ojos puramente evolutivo. Adorables… Las hembras ya no compartían este adjetivo. Cuando las hormonas golpeaban, quedaban reducidas a largas criaturas con aspecto de amargada institutriz, que desaprobaban el burdo comportamiento de sus hijas. Luego estaban los machos… horrendas criaturas de nariz bulbosa y bocio desconmensurado. Miraban como malhumorados ancianos el rebaño que era, para cada uno, legítimamente suyo.
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Recibieron fotos en la distancia, pues Adam sabía que no podría acercarse a ellas.
- ¿Qué te parece si vas tú primero? No quiero problemas con el granjero…- dijo el señor August- .Y toma- dijo descolgándose la cámara-. A ver si me consigues un par de fotos de esas cabras tan raras. Yo no me acerco ni de puñetera coña.
Iba a trabajar, mientras Hachiro también lo hacía.
Ichimura Hachiro
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La respuesta de su compañero no lo dejó del todo satisfecho, al fin y al cabo esperaba alguna clase de aportación a sus deducciones. Pero en fin, ni siquiera era cierto que hubiese dicho sólo una, había dado dos posibilidades. Mientras continuaban caminando hacia la granja siguió dando sus deducciones.
- Las otras... ya di una, que se trate de esclavistas desviados de su ruta. Otro motivo podría ser que no se resultase de una operación de tráfico como tal, si no de alguien fuera de la ley que tenga esclavos y quiera librarse de ellos desesperadamente. Y realmente las otras opciones que se me ocurren son variantes de estas. Las variables serían las motivaciones, la asiduidad o no de la operación, la antigüedad... sólo en base a eso ya puede salir una buena cantidad de escenarios, pero dado que estos se acaban resumiendo a las variaciones de tres... por eso dije "unas pocas." Es bastante probable que haya más variables que desconozcamos y sin las cuales sea posible especular el cuadro general, pero para eso estamos aquí.
El lugar era una granja de cabras a las que su compañero no parecía muy dispuesto a acercarse. ¿Fobia, alergia? La verdad era que eran feas con ganas, pero tampoco como para asustarse. Fuese por lo que fuese, le tocaba a él ir comenzando el trabajo y de paso sacarle unas fotos al lugar y a los animales. ¿No se había dado cuenta de que si aparecía con una cámara eso podía levantar sospechas por parte del granjero? Conteniendo un suspiro, cogió la cámara mientras iba pensando una coartada. Por un lado podía probar a apelar a su buen corazón y presentarse como un viajero perdido y necesitado de agua. Sin embargo si llevaba a cabo ese plan y fallaba, no le quedarían demasiadas alternativas salvo colarse a buscar pistas o recurrir a su autoridad como agente del Gobierno Mundial para obligarle a dejarle pasar, interrogarlo por las malas y registrar su propiedad. Prefería agotar todas las vías antes de llegar a ese punto. "Sin embargo" pensó, mientras sacaba unas fotos a las cabras "tengo otra posibilidad más arriesgada y que me confirmaría si está colaborando con la Revolución." Guardó la cámara de fotos en el interior de su mochila y se acercó a la puerta. Inspiró hondo metiéndose en el papel y tras unos segundos de mentalización, comenzó a llamar con urgencia a la puerta. Al cabo de unos segundos se abrió, mostrando al típico lugareño de la zona. Un hombre de mediana estatura, moreno y con ropas del desierto, aunque sin nada en la cabeza en aquel momento. Era calvo, narizón y con barba rala negra.
- ¿Sí? ¿Quién eres?
- ¡No hay tiempo! - exclamó con urgencia y mirando a todos lados - Me envían ellos. Tenemos que hablar ya mismo en un lugar seguro. Podrían haberme seguido, así que déjame entrar antes de que me vean.
- Espera chico, calma. Creo que te has confundido de lugar. Aquí no queremos problemas - contestó el hombre, intentando apartarlo de la puerta.
- ¡No, no! ¡Créeme! ¡Me envían ellos! Corremos todos un grave peligro y tenemos que actuar rápido. ¡Por favor, créeme!
El hombre le miró con desconfianza, pero con la sombra de la duda en sus ojos.
- ¿Quiénes son ellos? ¿Y de qué peligro me hablas? Chico, no tengo ni idea de qué me estás hablando.
Hachiro miró hacia la ciudad, nervioso, y respiró hondo:
- Yo... no sé mucho del tema. Soy el primo de Casim, me han enviado a mí porque ellos están ocupados intentando retrasar al Cipher Pol. ¡Por favor, déjame entrar! ¡Ya estoy haciendo mucho al hacerle este favor a mi primo! No quiero que me vean, yo no tengo nada que ver con todo esto.
El hombre abrió mucho los ojos y se apartó para dejarle entrar.
- ¿El Ciph...? ¡Joder, haber empezado por ahí! ¡Rápido, pasa!
En cuanto entró, el hombre cerró la puerta y empezó a echar cerrojos. Acto seguido puso el mueble del recibidor contra la puerta para bloquearlo, mientras refunfuñaba cosas como "no sé quién me mandaría meterme en estos asuntos."
- ¿En qué líos os habéis metido para que tenga que venir el Gobierno Mundial? - preguntó Hachiro, fingiendo un escalofrío - Joder, siempre pensé que mi primo era una persona legal. ¿No seréis criminales?
- No, sólo personas que tratan de hacer lo correcto. Espera, ¿cuánto sabes?
Ahora era evidente. Revolucionarios. Para él que ayudasen a los pobres esclavos le parecía muy bien, y de hecho si podía echarles una mano para huir mejor que mejor. Él mismo se ocuparía si podía de que sus superiores los sacaran de la isla, al fin y al cabo la esclavitud era ilegal en todo el territorio del Gobierno. En fin, ya no había más dudas. Tenía al hombre arrinconado entre él y una puerta bloqueada. Era el momento de sacarle todo lo que supiera. Abandonando su fachada, desenfundó su pistola y lo encañonó con una mirada seria y fría.
- Gobierno Mundial. Quedas arrestado por colaboración con elementos revolucionarios, lo cuál está penado por ley en todo el territorio del Gobierno. Tienes derecho a permanecer en silencio, a un abogado y a un juicio justo. Todo lo que digas podrá ser usado en tu contra. Si te resistes a tu arresto o obstruyes el camino de la autoridad no dudaré en usar fuerza letal para reducirte. Y por último, si aceptas a cooperar y contar cuanto sepas, tu condena podrá verse reducida e incluso revisada según tu nivel de cooperación.
El hombre se puso pálido y comenzó a sudar. Al principio pareció que tenía intención de resistirse, pero tras mirar la pistola se lo pensó mejor y alzó las manos en señal de rendición.
- Manos a la nuca, por favor. Y ahora ven por aquí - lo hizo sentarse en su propia silla, en el salón junto al recibidor. Acto seguido se sentó frente a él sin dejar de apuntarle - Ahora me vas a contar todo lo que sepas desde el principio. No intentes mentirme... no creas que no me daré cuenta. Empecemos por unas sencillitas. ¿Cómo te llamas, y hay alguien más en esta casa?
- Las otras... ya di una, que se trate de esclavistas desviados de su ruta. Otro motivo podría ser que no se resultase de una operación de tráfico como tal, si no de alguien fuera de la ley que tenga esclavos y quiera librarse de ellos desesperadamente. Y realmente las otras opciones que se me ocurren son variantes de estas. Las variables serían las motivaciones, la asiduidad o no de la operación, la antigüedad... sólo en base a eso ya puede salir una buena cantidad de escenarios, pero dado que estos se acaban resumiendo a las variaciones de tres... por eso dije "unas pocas." Es bastante probable que haya más variables que desconozcamos y sin las cuales sea posible especular el cuadro general, pero para eso estamos aquí.
El lugar era una granja de cabras a las que su compañero no parecía muy dispuesto a acercarse. ¿Fobia, alergia? La verdad era que eran feas con ganas, pero tampoco como para asustarse. Fuese por lo que fuese, le tocaba a él ir comenzando el trabajo y de paso sacarle unas fotos al lugar y a los animales. ¿No se había dado cuenta de que si aparecía con una cámara eso podía levantar sospechas por parte del granjero? Conteniendo un suspiro, cogió la cámara mientras iba pensando una coartada. Por un lado podía probar a apelar a su buen corazón y presentarse como un viajero perdido y necesitado de agua. Sin embargo si llevaba a cabo ese plan y fallaba, no le quedarían demasiadas alternativas salvo colarse a buscar pistas o recurrir a su autoridad como agente del Gobierno Mundial para obligarle a dejarle pasar, interrogarlo por las malas y registrar su propiedad. Prefería agotar todas las vías antes de llegar a ese punto. "Sin embargo" pensó, mientras sacaba unas fotos a las cabras "tengo otra posibilidad más arriesgada y que me confirmaría si está colaborando con la Revolución." Guardó la cámara de fotos en el interior de su mochila y se acercó a la puerta. Inspiró hondo metiéndose en el papel y tras unos segundos de mentalización, comenzó a llamar con urgencia a la puerta. Al cabo de unos segundos se abrió, mostrando al típico lugareño de la zona. Un hombre de mediana estatura, moreno y con ropas del desierto, aunque sin nada en la cabeza en aquel momento. Era calvo, narizón y con barba rala negra.
- ¿Sí? ¿Quién eres?
- ¡No hay tiempo! - exclamó con urgencia y mirando a todos lados - Me envían ellos. Tenemos que hablar ya mismo en un lugar seguro. Podrían haberme seguido, así que déjame entrar antes de que me vean.
- Espera chico, calma. Creo que te has confundido de lugar. Aquí no queremos problemas - contestó el hombre, intentando apartarlo de la puerta.
- ¡No, no! ¡Créeme! ¡Me envían ellos! Corremos todos un grave peligro y tenemos que actuar rápido. ¡Por favor, créeme!
El hombre le miró con desconfianza, pero con la sombra de la duda en sus ojos.
- ¿Quiénes son ellos? ¿Y de qué peligro me hablas? Chico, no tengo ni idea de qué me estás hablando.
Hachiro miró hacia la ciudad, nervioso, y respiró hondo:
- Yo... no sé mucho del tema. Soy el primo de Casim, me han enviado a mí porque ellos están ocupados intentando retrasar al Cipher Pol. ¡Por favor, déjame entrar! ¡Ya estoy haciendo mucho al hacerle este favor a mi primo! No quiero que me vean, yo no tengo nada que ver con todo esto.
El hombre abrió mucho los ojos y se apartó para dejarle entrar.
- ¿El Ciph...? ¡Joder, haber empezado por ahí! ¡Rápido, pasa!
En cuanto entró, el hombre cerró la puerta y empezó a echar cerrojos. Acto seguido puso el mueble del recibidor contra la puerta para bloquearlo, mientras refunfuñaba cosas como "no sé quién me mandaría meterme en estos asuntos."
- ¿En qué líos os habéis metido para que tenga que venir el Gobierno Mundial? - preguntó Hachiro, fingiendo un escalofrío - Joder, siempre pensé que mi primo era una persona legal. ¿No seréis criminales?
- No, sólo personas que tratan de hacer lo correcto. Espera, ¿cuánto sabes?
Ahora era evidente. Revolucionarios. Para él que ayudasen a los pobres esclavos le parecía muy bien, y de hecho si podía echarles una mano para huir mejor que mejor. Él mismo se ocuparía si podía de que sus superiores los sacaran de la isla, al fin y al cabo la esclavitud era ilegal en todo el territorio del Gobierno. En fin, ya no había más dudas. Tenía al hombre arrinconado entre él y una puerta bloqueada. Era el momento de sacarle todo lo que supiera. Abandonando su fachada, desenfundó su pistola y lo encañonó con una mirada seria y fría.
- Gobierno Mundial. Quedas arrestado por colaboración con elementos revolucionarios, lo cuál está penado por ley en todo el territorio del Gobierno. Tienes derecho a permanecer en silencio, a un abogado y a un juicio justo. Todo lo que digas podrá ser usado en tu contra. Si te resistes a tu arresto o obstruyes el camino de la autoridad no dudaré en usar fuerza letal para reducirte. Y por último, si aceptas a cooperar y contar cuanto sepas, tu condena podrá verse reducida e incluso revisada según tu nivel de cooperación.
El hombre se puso pálido y comenzó a sudar. Al principio pareció que tenía intención de resistirse, pero tras mirar la pistola se lo pensó mejor y alzó las manos en señal de rendición.
- Manos a la nuca, por favor. Y ahora ven por aquí - lo hizo sentarse en su propia silla, en el salón junto al recibidor. Acto seguido se sentó frente a él sin dejar de apuntarle - Ahora me vas a contar todo lo que sepas desde el principio. No intentes mentirme... no creas que no me daré cuenta. Empecemos por unas sencillitas. ¿Cómo te llamas, y hay alguien más en esta casa?
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Este chico promete, probablemente su adopción e ingreso sean parte de la visión de su madre, pensó Adam cuando terminó de escuchar las deducciones de su nuevo “amigo”.
Ahora era turno de la siguiente parte del plan. Alejándose de la escena, y escondiéndose en el lateral del edificio, Adam extrajo de su maleta la concha metálica. Era el momento para realizar la investigación en las telecomunicaciones.
Era lógico, y acertado, pensar que un pueblo aislado debería disponer de una base central de den-den. Un lugar donde las ondas telepáticas de aquellos moluscos quedaban amplificadas por un organismo madre. Además, dadas las condiciones del terreno y las particularidades propias de aquellas criaturas, también era obvio pensar que se localizarían en un entorno cerrado, húmedo y controlado.
Los dedos del albino pasaron por las diferentes conexiones de la concha mientras manejaba los diales ocultos del aparato. Las ondas parasitarias se lanzaron al aire, invisibles para todo ser humano… hasta llegar a los cerebros de las pequeñas criaturas de cuerpo blando.
No había lugar para la desesperación de los encargados de la base, pues ellos no podían saber que aquel pequeño hipo de los den-den no era una simple interferencia. El flujo de datos se lanzaba al aire, acumulándose en la concha mecánica, lo suficientemente lento como para no ser detectado. ¿Quién iba a pensar que un artilugio, fruto de la ingeniería inversa, existía? Sólo Adam, una mujer y un muerto.
En la sombra del alero, el burócrata contemplaba la infinita arena que destellaba en el horizonte. Sabía que aquel que había traído a los esclavos no tardaría mucho en aparecer. Al fin y al cabo, había perseguido su señal por el desierto.
LA idea de que un traficante de esclavos ponga su puesto, gubernamentalmente asegurado, en juego le era confusa. ¿No le valía con tener un nivel de vida alto y servir al gobierno? La codicia era algo que Adam conocía, pero que no sentía.
Como agente del Cipher Pol ajeno al territorio, Adam no tenía jurisdicción para coger a los esclavos que habían llegado a esta tierra libre de las leyes de la esclavitud. Pero sí que podía derrotar al visitante, incluso podía compartir los datos con las fuerzas locales para que comenzara la operación que determinara quiénes “acogían” a esos “esclavos”. ¿Era un bondadoso ciudadano con inclinaciones revolucionarias? ¿Simplemente un ciudadano que le desagradaba la esclavitud sin apego por la revolución? ¿Un monstruo que se formaba un culto? ¿O quizás era simplemente un lascivo que se apoderaría de las mujeres dándoles casa y comida sin darles otra opción más que enfrentarse al desierto? Todas estas variables se guardaban ordenadamente en la cabeza de Adam como referencias a comandos en una máquina. Y cada uno tenía un plan de acción asignado.
La absorción de datos se completó a los diez minutos. El tiempo justo para ver el punto negro sobre las arenas del desierto. ¿Y cómo no iba a venir, con el soplo de que dos novatos papanatas habían sido asignados a alguien como él? No necesitaba el amparo de la noche para librarse de unos inútiles que llamaban la atención en el bar. Morgan era orgulloso, iría solo. Iría solo incluso después de que se ofrecieran a ayudarle, lo que consideraría una afrenta para su ego.
Por eso Adam pidió la asignación del más novato de los novatos. Tenía que tener a alguien que pareciera formal y no fuera poderoso, para esconder su poder de manera informal. El único fallo de la misión, es que tendría que asegurarse de la supervivencia de aquel iniciado, o tendría a una CP5 muy enfadada permanentemente pegada al culo.
Extrajo sus armas antes de esconder la maleta tras las cajas. Empezaba la acción. Adam intentó entrar por la puerta sin ningún miramiento. Se dio de bruces contra la madera.
- Mierda.- entre tantas ideas se le había olvidado considerar los cerrojos.-. ¿Tío, me abres la puerta?
El único y distante punto se transformó en tres figuras. Adam achinó los ojos, esperando que su conocimiento de aquel hombre no hubiese sido erróneo. De serlo, todo se iría al traste. Finalmente, las figuras se revelaron: Un hombre robusto que tiraba de dos mujeres hermosamente débiles. Iba a aprovechar para llevar la mercancía, hasta ese punto llegaba la prepotencia del traficante.
August aporreó la puerta con nerviosismo.
- Tío, abre la puta puerta. Tenemos compañía, y no parece tener cara de muy buenos amigos.
En cuanto entrara, pues sabía que le había mirado, cerraría la puerta con el metal. Claro que ante un coloso que usaba sus propias manos para forjar cadenas no servirían de mucho.
Ahora era turno de la siguiente parte del plan. Alejándose de la escena, y escondiéndose en el lateral del edificio, Adam extrajo de su maleta la concha metálica. Era el momento para realizar la investigación en las telecomunicaciones.
Era lógico, y acertado, pensar que un pueblo aislado debería disponer de una base central de den-den. Un lugar donde las ondas telepáticas de aquellos moluscos quedaban amplificadas por un organismo madre. Además, dadas las condiciones del terreno y las particularidades propias de aquellas criaturas, también era obvio pensar que se localizarían en un entorno cerrado, húmedo y controlado.
Los dedos del albino pasaron por las diferentes conexiones de la concha mientras manejaba los diales ocultos del aparato. Las ondas parasitarias se lanzaron al aire, invisibles para todo ser humano… hasta llegar a los cerebros de las pequeñas criaturas de cuerpo blando.
No había lugar para la desesperación de los encargados de la base, pues ellos no podían saber que aquel pequeño hipo de los den-den no era una simple interferencia. El flujo de datos se lanzaba al aire, acumulándose en la concha mecánica, lo suficientemente lento como para no ser detectado. ¿Quién iba a pensar que un artilugio, fruto de la ingeniería inversa, existía? Sólo Adam, una mujer y un muerto.
En la sombra del alero, el burócrata contemplaba la infinita arena que destellaba en el horizonte. Sabía que aquel que había traído a los esclavos no tardaría mucho en aparecer. Al fin y al cabo, había perseguido su señal por el desierto.
LA idea de que un traficante de esclavos ponga su puesto, gubernamentalmente asegurado, en juego le era confusa. ¿No le valía con tener un nivel de vida alto y servir al gobierno? La codicia era algo que Adam conocía, pero que no sentía.
Como agente del Cipher Pol ajeno al territorio, Adam no tenía jurisdicción para coger a los esclavos que habían llegado a esta tierra libre de las leyes de la esclavitud. Pero sí que podía derrotar al visitante, incluso podía compartir los datos con las fuerzas locales para que comenzara la operación que determinara quiénes “acogían” a esos “esclavos”. ¿Era un bondadoso ciudadano con inclinaciones revolucionarias? ¿Simplemente un ciudadano que le desagradaba la esclavitud sin apego por la revolución? ¿Un monstruo que se formaba un culto? ¿O quizás era simplemente un lascivo que se apoderaría de las mujeres dándoles casa y comida sin darles otra opción más que enfrentarse al desierto? Todas estas variables se guardaban ordenadamente en la cabeza de Adam como referencias a comandos en una máquina. Y cada uno tenía un plan de acción asignado.
La absorción de datos se completó a los diez minutos. El tiempo justo para ver el punto negro sobre las arenas del desierto. ¿Y cómo no iba a venir, con el soplo de que dos novatos papanatas habían sido asignados a alguien como él? No necesitaba el amparo de la noche para librarse de unos inútiles que llamaban la atención en el bar. Morgan era orgulloso, iría solo. Iría solo incluso después de que se ofrecieran a ayudarle, lo que consideraría una afrenta para su ego.
Por eso Adam pidió la asignación del más novato de los novatos. Tenía que tener a alguien que pareciera formal y no fuera poderoso, para esconder su poder de manera informal. El único fallo de la misión, es que tendría que asegurarse de la supervivencia de aquel iniciado, o tendría a una CP5 muy enfadada permanentemente pegada al culo.
Extrajo sus armas antes de esconder la maleta tras las cajas. Empezaba la acción. Adam intentó entrar por la puerta sin ningún miramiento. Se dio de bruces contra la madera.
- Mierda.- entre tantas ideas se le había olvidado considerar los cerrojos.-. ¿Tío, me abres la puerta?
El único y distante punto se transformó en tres figuras. Adam achinó los ojos, esperando que su conocimiento de aquel hombre no hubiese sido erróneo. De serlo, todo se iría al traste. Finalmente, las figuras se revelaron: Un hombre robusto que tiraba de dos mujeres hermosamente débiles. Iba a aprovechar para llevar la mercancía, hasta ese punto llegaba la prepotencia del traficante.
August aporreó la puerta con nerviosismo.
- Tío, abre la puta puerta. Tenemos compañía, y no parece tener cara de muy buenos amigos.
En cuanto entrara, pues sabía que le había mirado, cerraría la puerta con el metal. Claro que ante un coloso que usaba sus propias manos para forjar cadenas no servirían de mucho.
Ichimura Hachiro
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Intelecto
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La casa era pequeña y sucia, pero hogareña a su modo. Era de adobe y con pocas concesiones a la decoración salvo un par de alfombras de pelaje de cabra. Se notaba que aquel hombre no nadaba precisamente en la abundancia y aunque en condiciones normales hubiese sentido cierta lástima, no era el momento de mostrarse empático, no con la persona a la que tenía encañonada y estaba intimidando para que le dijera todo lo que sabía. No con un presunto culpable de un delito de apoyo a la Revolución. Mantuvo el arma a punto en todo momento y le dirigió una mirada inquisitiva, instigándolo a soltar todo lo que supiera. El granjero miró significativamente el arma, se limpió el sudor de la frente y comenzó a hablar, con voz tensa:
- ...no. Vivo solo - dijo, con un ligero temblor en el labio - Jabar, me llamo así, quiero decir... - titubeó, retorciéndose en su asiento.
El agente arqueó una ceja y echó un vistazo al salón. Sobre la mesa reposaba un juego de té de cerámica con piezas suficientes para cinco personas. Además había un sofá y dos sillones. Muy equipado para alguien pobre que no podía permitirse gastar más de lo necesario. Contuvo un suspiro de impaciencia y decidió pasar por alto su mentira... de momento. Estaría alerta por si alguien más aparecía. Tras comprobar que no había ninguna puerta tras su sillón, lo miró con severidad.
- ¿Quiénes son esas personas con las que te reúnes? Y antes de que contestes... a la próxima mentira te arrepentirás y el interrogatorio continuará en los cuarteles. Y ellos no serán tan benevolentes como yo, ni te ofrecerán el perdón a cambio de servicios al Gobierno. Jabar, ¿quieres volver a ver tu familia? - la mueca de terror que esbozó un momento habló por sí sola - Eso suponía. Entonces colabora, o jamás volverás a verlos.
Su amenaza debió sonar más sombría y peor de lo que pretendía, pues la determinación del hombre se queró totalmente. Aterrado, cayó de rodillas al suelo llorando mientras juntaba sus manos en actitud sumisa.
- ¡Por favor, perdóname! ¡Yo sólo... creía hacer lo correcto! No son mala gente... ¡lo juro! ¡Hablaré!
Era el momento de cambiar de táctica. Minar su moral había sido fácil, así que ahora estaría más receptivo a negociar. Tenía que ganarse su cooperación.
- Jabar... ¿sabes a quiénes estabas ayudando? - dijo, en un tono más suave.
- Bueno... hay un tal Morgan. Ese tipo es un poco siniestro y me da mala espina. No sé quién es él ni sé nada salvo que trae esclavas. Yo las mantengo ocultas en mi granero, les doy comida y ropa que... bueno, los otros me consiguen. Son... libertadores, gente que libera a los esclavos.
Sin bajar la guardia, Hachiro se acomodó el asiento y adoptó una pose menos amenazante, pero sin retirar el arma. Aún nervioso pero evidentemente más calmado, Jabar se volvió a sentar y suspiró profundamente, sonándose los mocos con un paño sucio.
- Son miembros de la Armada Revolucionaria, Jabar. Agitadores, gente mala que emplea a esos esclavos para sus egoístas fines. Estás colaborando con criminales y enemigos del rey de Arabasta y del Gobierno Mundial.
- No... no lo... algo habían dicho, pero no pensé que...
Hachiro negó con la cabeza, en actitud condescendiente y en cierto modo paternal.
- Aún puedes salvarte. Aún puedes redimirte y prestar un gran servicio a tu rey y al mundo libre. Cuéntamelo todo. A qué horas vienen, quiénes son, su aspecto y todo lo que sepas. A cambio me aseguraré de que se te perdone. Pero escúchame muy bien Jabar, tienes que olvidar que yo he estado aquí o que hemos tenido esta conversación. ¿Me has entendido? Si alguna vez hablas de ello, tendré que volver con mi compañero. Y él no es tan comprensivo como yo. No querría tener que hacerte daño, así que no lo olvides.
- Sí, señor. Lo entiendo perfectamente - dijo, asintiendo aprensivamente.
Al fin. Interrogar no era un trabajo agradable, principalmente por la posibilidad de tener que cumplir las amenazas. No vacilaba en soltarlas si ello iba a lograr darle resultados, pero eso no significaba que quisiera cumplirlas. Pese a que se había ocupado de que sonase todo más sombrío, no tenía intención de cumplirlas si no era estrictamente necesario. Por desgracia para el pobre Jabar, si hablaba y llegaba a oídos de la agencia las consecuencias serían realmente tan terribles como había dicho. Probablemente no lo mandarían a él, pero algún agente iría y lo arrestaría, o peor, lo liquidaría para evitar que volviese a abrir la boca. Al fin y al cabo desde el momento en que había decidido cooperar con la Revolución se había convertido en un criminal. Estaba acabando con la confesión de Jabar, anotando todos los datos que este tenía que decirle, cuando de repente comenzó a sonar la puerta y la voz de Ryan. Parecía muy nervioso. Frunciendo el ceño, Hachiro miró con seriedad a Jabar.
- Ve con tu familia y manteneos ocultos. Por lo que más queráis no salgáis.
Este murmuró algo y salió corriendo hacia el pasillo. Mientras se dirigía a la puerta, Hachiro alcanzó a verlo desapareciendo bajo una trampilla de madera. No estaba en absoluto disimulada, así que supuso que daba al sótano. Rápidamente apartó el mueble del pasillo, comenzó a descorrer cerrojos y a desbloquear la cerradura, abriendo la puerta para que el agente entrara. Este nada más acceder a la vivienda cerró la puerta y se puso a atrancarla. Asumiendo que había peligro, Hachiro desenfundó la desert eagle, quitó el seguro y comprobó que tenía una bala en la recámara.
- ¿Revolucionarios? ¿O el traficante de esclavos? Si tenemos que defender esta posición contra un grupo, voy bien provisto de munición. Nos bastaría con bloquear los accesos y parapetarnos en las ventanas. ¿De qué armas dispones? Por dios, dime que tienes armas de fuego contigo.
- ...no. Vivo solo - dijo, con un ligero temblor en el labio - Jabar, me llamo así, quiero decir... - titubeó, retorciéndose en su asiento.
El agente arqueó una ceja y echó un vistazo al salón. Sobre la mesa reposaba un juego de té de cerámica con piezas suficientes para cinco personas. Además había un sofá y dos sillones. Muy equipado para alguien pobre que no podía permitirse gastar más de lo necesario. Contuvo un suspiro de impaciencia y decidió pasar por alto su mentira... de momento. Estaría alerta por si alguien más aparecía. Tras comprobar que no había ninguna puerta tras su sillón, lo miró con severidad.
- ¿Quiénes son esas personas con las que te reúnes? Y antes de que contestes... a la próxima mentira te arrepentirás y el interrogatorio continuará en los cuarteles. Y ellos no serán tan benevolentes como yo, ni te ofrecerán el perdón a cambio de servicios al Gobierno. Jabar, ¿quieres volver a ver tu familia? - la mueca de terror que esbozó un momento habló por sí sola - Eso suponía. Entonces colabora, o jamás volverás a verlos.
Su amenaza debió sonar más sombría y peor de lo que pretendía, pues la determinación del hombre se queró totalmente. Aterrado, cayó de rodillas al suelo llorando mientras juntaba sus manos en actitud sumisa.
- ¡Por favor, perdóname! ¡Yo sólo... creía hacer lo correcto! No son mala gente... ¡lo juro! ¡Hablaré!
Era el momento de cambiar de táctica. Minar su moral había sido fácil, así que ahora estaría más receptivo a negociar. Tenía que ganarse su cooperación.
- Jabar... ¿sabes a quiénes estabas ayudando? - dijo, en un tono más suave.
- Bueno... hay un tal Morgan. Ese tipo es un poco siniestro y me da mala espina. No sé quién es él ni sé nada salvo que trae esclavas. Yo las mantengo ocultas en mi granero, les doy comida y ropa que... bueno, los otros me consiguen. Son... libertadores, gente que libera a los esclavos.
Sin bajar la guardia, Hachiro se acomodó el asiento y adoptó una pose menos amenazante, pero sin retirar el arma. Aún nervioso pero evidentemente más calmado, Jabar se volvió a sentar y suspiró profundamente, sonándose los mocos con un paño sucio.
- Son miembros de la Armada Revolucionaria, Jabar. Agitadores, gente mala que emplea a esos esclavos para sus egoístas fines. Estás colaborando con criminales y enemigos del rey de Arabasta y del Gobierno Mundial.
- No... no lo... algo habían dicho, pero no pensé que...
Hachiro negó con la cabeza, en actitud condescendiente y en cierto modo paternal.
- Aún puedes salvarte. Aún puedes redimirte y prestar un gran servicio a tu rey y al mundo libre. Cuéntamelo todo. A qué horas vienen, quiénes son, su aspecto y todo lo que sepas. A cambio me aseguraré de que se te perdone. Pero escúchame muy bien Jabar, tienes que olvidar que yo he estado aquí o que hemos tenido esta conversación. ¿Me has entendido? Si alguna vez hablas de ello, tendré que volver con mi compañero. Y él no es tan comprensivo como yo. No querría tener que hacerte daño, así que no lo olvides.
- Sí, señor. Lo entiendo perfectamente - dijo, asintiendo aprensivamente.
Al fin. Interrogar no era un trabajo agradable, principalmente por la posibilidad de tener que cumplir las amenazas. No vacilaba en soltarlas si ello iba a lograr darle resultados, pero eso no significaba que quisiera cumplirlas. Pese a que se había ocupado de que sonase todo más sombrío, no tenía intención de cumplirlas si no era estrictamente necesario. Por desgracia para el pobre Jabar, si hablaba y llegaba a oídos de la agencia las consecuencias serían realmente tan terribles como había dicho. Probablemente no lo mandarían a él, pero algún agente iría y lo arrestaría, o peor, lo liquidaría para evitar que volviese a abrir la boca. Al fin y al cabo desde el momento en que había decidido cooperar con la Revolución se había convertido en un criminal. Estaba acabando con la confesión de Jabar, anotando todos los datos que este tenía que decirle, cuando de repente comenzó a sonar la puerta y la voz de Ryan. Parecía muy nervioso. Frunciendo el ceño, Hachiro miró con seriedad a Jabar.
- Ve con tu familia y manteneos ocultos. Por lo que más queráis no salgáis.
Este murmuró algo y salió corriendo hacia el pasillo. Mientras se dirigía a la puerta, Hachiro alcanzó a verlo desapareciendo bajo una trampilla de madera. No estaba en absoluto disimulada, así que supuso que daba al sótano. Rápidamente apartó el mueble del pasillo, comenzó a descorrer cerrojos y a desbloquear la cerradura, abriendo la puerta para que el agente entrara. Este nada más acceder a la vivienda cerró la puerta y se puso a atrancarla. Asumiendo que había peligro, Hachiro desenfundó la desert eagle, quitó el seguro y comprobó que tenía una bala en la recámara.
- ¿Revolucionarios? ¿O el traficante de esclavos? Si tenemos que defender esta posición contra un grupo, voy bien provisto de munición. Nos bastaría con bloquear los accesos y parapetarnos en las ventanas. ¿De qué armas dispones? Por dios, dime que tienes armas de fuego contigo.
Krieg
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August miró alrededor con rapidez antes de desaparecer de la vista-
- ¿Dónde está el granjero?- dijo, aun siendo él en el tono de su voz.
Importaba, y bastante. Dado que no podía asegurar el tipo de colaboración que aquel nativo tenía en la operación, su variable era una fuente incalculable de peligros. La mirada de Adam se deslizó por la sala, analizando las diferentes conformaciones del entorno para terminar en aquella obvia trampilla.
- Espero que no nos joda. No me gustaría tener más problemas, creo que con el gigantón de ahí afuera es suficiente.
El albino se acercó a la pequeña ventana de adobe para echar un vistazo, la distancia que les separaba de aquel monstruo era cada vez menor.
- No uso armas de fuego. Eso es de mariquitas… - le echó un vistazo al moreno-. Que no tengo nada en contra de los homosexuales- se explicó-. Quiero decir que es para gente vaga y cobarde, que no confía en sus habilidades y se relega a las máquinas de manera fija y no opcional. Es como si me diera por sustituirme los brazos por cacharros mecánicos sin que se me hubieran cortado o cosas así… Quizás podría excusarse en el caso de tener alguna enfermedad incapacitante… o degenerativa…
Aunque August parloteaba, no había nada en su rostro, en sus expresiones físicas que lo hiceran humano. Al fin y al cabo Adam había suprimido la necesidad de interpretación física, aquel para el que interpretaba sólo podía escucharles.
- La cosa es que no creo que una bala le haga mucho… Llega un momento en que Grand Line te curte tanto que te vuelves anti-balas… O eso dicen.- Adam abandonó la ventana para recorrer la casa a paso rápido. No tardó mucho, lo bueno que tienen las casas pequeñas.
- Hay una salida provisional, como para ir al baño. Podrías intentar dispararle mientras llegue, pero no creo que le haga mucho- podría simplemente haber dicho que lo sabía, pero ser agorero nunca suele ser productivo-. No disponemos de explosivos ni nada… Así que… distráele.- Adam intentó irse, pero un pensamiento le dominó-. Ah, procura no morirte… Y otra cosa, ese tipo peca de orgullo, intenta hacer algo con eso.
Tras un levantar de pulgar, el “verdadero” albino se marchó, dejando a aquel pobre artillero más solo que la una.
“Espero que el granjero no le haya timado… Si no, podríamos tener un gran problema” pensó Adam, sin fiarse de las capacidades de Hachiro. Al fin y al cabo, había pedido al más novato de los novatos también tenía cosas malas.
Activando su Kami-e Kareha, Adam trepó al techo del pequeño edificio. Esperaría a su presa como una gárgola escondida tras el suave poyete de piedra pulida.
El tintineo de las cadenas y los suaves quejidos de las cansadas muchachas, arrastradas por la bestia, se hacía cada vez más fuerte.
- ¿Dónde está el granjero?- dijo, aun siendo él en el tono de su voz.
Importaba, y bastante. Dado que no podía asegurar el tipo de colaboración que aquel nativo tenía en la operación, su variable era una fuente incalculable de peligros. La mirada de Adam se deslizó por la sala, analizando las diferentes conformaciones del entorno para terminar en aquella obvia trampilla.
- Espero que no nos joda. No me gustaría tener más problemas, creo que con el gigantón de ahí afuera es suficiente.
El albino se acercó a la pequeña ventana de adobe para echar un vistazo, la distancia que les separaba de aquel monstruo era cada vez menor.
- No uso armas de fuego. Eso es de mariquitas… - le echó un vistazo al moreno-. Que no tengo nada en contra de los homosexuales- se explicó-. Quiero decir que es para gente vaga y cobarde, que no confía en sus habilidades y se relega a las máquinas de manera fija y no opcional. Es como si me diera por sustituirme los brazos por cacharros mecánicos sin que se me hubieran cortado o cosas así… Quizás podría excusarse en el caso de tener alguna enfermedad incapacitante… o degenerativa…
Aunque August parloteaba, no había nada en su rostro, en sus expresiones físicas que lo hiceran humano. Al fin y al cabo Adam había suprimido la necesidad de interpretación física, aquel para el que interpretaba sólo podía escucharles.
- La cosa es que no creo que una bala le haga mucho… Llega un momento en que Grand Line te curte tanto que te vuelves anti-balas… O eso dicen.- Adam abandonó la ventana para recorrer la casa a paso rápido. No tardó mucho, lo bueno que tienen las casas pequeñas.
- Hay una salida provisional, como para ir al baño. Podrías intentar dispararle mientras llegue, pero no creo que le haga mucho- podría simplemente haber dicho que lo sabía, pero ser agorero nunca suele ser productivo-. No disponemos de explosivos ni nada… Así que… distráele.- Adam intentó irse, pero un pensamiento le dominó-. Ah, procura no morirte… Y otra cosa, ese tipo peca de orgullo, intenta hacer algo con eso.
Tras un levantar de pulgar, el “verdadero” albino se marchó, dejando a aquel pobre artillero más solo que la una.
“Espero que el granjero no le haya timado… Si no, podríamos tener un gran problema” pensó Adam, sin fiarse de las capacidades de Hachiro. Al fin y al cabo, había pedido al más novato de los novatos también tenía cosas malas.
Activando su Kami-e Kareha, Adam trepó al techo del pequeño edificio. Esperaría a su presa como una gárgola escondida tras el suave poyete de piedra pulida.
El tintineo de las cadenas y los suaves quejidos de las cansadas muchachas, arrastradas por la bestia, se hacía cada vez más fuerte.
Ichimura Hachiro
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Le costó refrenar su lengua, pero no le quedó más remedio. "Este tipo es irritante..." pensó, mordiéndose el labio inferior y soltando un suave bufido. ¿Para qué lo enviaba a interrogar él al granjero si luego no se fiaba de lo que hubiera hecho? Para eso haber asumido su maldita responsabilidad como su superior y haber actuado, en lugar de quedarse vagabundeando por los alrededores de la casa, donde podía ser visto por los enemigos. Más aún, tenía la osadía de insultarle indirectamente al insultar a los que empleaban armas de fuego. Aún encima había demostrado una completa ignorancia al hablar de esa manera, haciendo gala de una total falta de comprensión sobre las pistolas y armas a distancia en general. Era verdad que armado con un arma de fuego cualquier persona sin instrucción podía matar, pero no eran en absoluto tal y como las describía Ryan. Emplear una de manera competente requería instrucción y entrenamiento. No todos podían hacer blanco a diez metros con una precisión aceptable, por ejemplo, o recargar en plena batalla a la carrera, disparar en movimiento o emplear un arma de ráfagas o una automática manteniendo el arma firme pese al retroceso. Su superior continuó con su discurso con aquella maldita falta de expresividad en el rostro (¿es que era un puto robot?), añadiendo que su pistola sería ineficaz contra el tipo ese con un argumento falacioso y falto de lógica y ordenándole a continuación hacer de cebo contra el tipo que venía de camino. Conteniendo toda su aversión y mal humor, se limitó a decir en un tono formal:
- Sí, señor. Me haré cargo.
Acto seguido comenzó a arrastrar uno de los sillones de la sala y lo llevó hasta la puerta trasera, añadiendo además el cierre del pestillo. Aseguró la puerta principal, volviendo a correr los cerrojos y colocando el mueble contra esta. Por último, bloqueó la trampilla al sótano con el segundo sillón. Con un suspiro, comenzó a mirar por las ventanas de la casa en busca del enemigo, con intención de parapetarse y mantenerlo ocupado a disparos mientras el agente Ryan o como carajo se llamara en realidad pasaba a la acción. Si no fuera su superior ya le hubiera dicho cuatro cosas, pero había ocasiones en que había que tragarse el orgullo por mucho que doliera. Sin embargo no quería tener problemas con alguien que podía acusarlo de insubordinación. No era algo que le pudiera afectar sólo a él, sino también a Minami. No se iba a arriesgar a meterla en un lío, al fin y al cabo era ella quien había logrado conseguir que lo admitieran en el CP y quien lo había estado avalando tanto durante su adiestramiento como al completarlo. Esa clase de faltas la harían quedar mal a ella, tanto como su aval como su madre. ¿Qué iban a pensar de una agente que ni siquiera podía inculcarle disciplina a su hijo? Era cierto que los agentes con más cabeza podrían no culparla en absoluto a ella, pero había mucha gente con otra clase de prejuicios suelta.
- Ahí está - murmuró para sí.
Era fuerte y robusto, con el pelo oscuro y corte militar, vestido con ropas claras y con un tatuaje negro con extraños símbolos que le cubría la mitad derecha del rostro. Tiraba de las cadenas de dos mujeres harapientas y cansadas, visión que encolerizó a Hachiro "Esclavas..." pensó, furioso. Así que ese era Morgan, el que traía a los esclavos que luego los revolucionarios "liberaban." Eso si es que no había acertado y los adoctrinaban para su lucha contra el Gobierno. Aquel tipo... ¿cómo podía gente que luchaba por la libertad tratar con alguien tan evidentemente cruel como él? Furioso, tiró del pasador de la pistola para prepararla y se situó en la ventana, parapetado. Esperó a que estuviera a unos cinco metros y entonces abrió fuego, vaciando las nueve balas del cargador contra el hombre. Se aseguró de apuntar hacia él evitando darle a las mujeres. En caso de que este las usase de escudo humano o algo similar, dejaría de disparar y trataría de obtener un tiro más certero sin darle a las esclavas. Acto seguido dejo caer el cargador vacío y sacó uno nuevo, cargando el arma y colocando una bala en la recámara con el pasador.
- ¿Qué clase de hombre trata así a seres humanos? ¡Eres escoria! Ni siquiera sabes tratar a unas señoritas. ¿Te llamas a ti mismo hombre?
Gritó para atraer su atención, intentando atacar a su orgullo. Aquella podía ser una táctica muy peligrosa, pero esperaba que el bocazas de su jefe demostrase esa habilidad de la que se había jactado ególatramente en el callejón y se ocupara del esclavista. En caso contrario... bueno, estaría jodido y tendría que apañárselas como pudiera para sobrevivir.
- Sí, señor. Me haré cargo.
Acto seguido comenzó a arrastrar uno de los sillones de la sala y lo llevó hasta la puerta trasera, añadiendo además el cierre del pestillo. Aseguró la puerta principal, volviendo a correr los cerrojos y colocando el mueble contra esta. Por último, bloqueó la trampilla al sótano con el segundo sillón. Con un suspiro, comenzó a mirar por las ventanas de la casa en busca del enemigo, con intención de parapetarse y mantenerlo ocupado a disparos mientras el agente Ryan o como carajo se llamara en realidad pasaba a la acción. Si no fuera su superior ya le hubiera dicho cuatro cosas, pero había ocasiones en que había que tragarse el orgullo por mucho que doliera. Sin embargo no quería tener problemas con alguien que podía acusarlo de insubordinación. No era algo que le pudiera afectar sólo a él, sino también a Minami. No se iba a arriesgar a meterla en un lío, al fin y al cabo era ella quien había logrado conseguir que lo admitieran en el CP y quien lo había estado avalando tanto durante su adiestramiento como al completarlo. Esa clase de faltas la harían quedar mal a ella, tanto como su aval como su madre. ¿Qué iban a pensar de una agente que ni siquiera podía inculcarle disciplina a su hijo? Era cierto que los agentes con más cabeza podrían no culparla en absoluto a ella, pero había mucha gente con otra clase de prejuicios suelta.
- Ahí está - murmuró para sí.
Era fuerte y robusto, con el pelo oscuro y corte militar, vestido con ropas claras y con un tatuaje negro con extraños símbolos que le cubría la mitad derecha del rostro. Tiraba de las cadenas de dos mujeres harapientas y cansadas, visión que encolerizó a Hachiro "Esclavas..." pensó, furioso. Así que ese era Morgan, el que traía a los esclavos que luego los revolucionarios "liberaban." Eso si es que no había acertado y los adoctrinaban para su lucha contra el Gobierno. Aquel tipo... ¿cómo podía gente que luchaba por la libertad tratar con alguien tan evidentemente cruel como él? Furioso, tiró del pasador de la pistola para prepararla y se situó en la ventana, parapetado. Esperó a que estuviera a unos cinco metros y entonces abrió fuego, vaciando las nueve balas del cargador contra el hombre. Se aseguró de apuntar hacia él evitando darle a las mujeres. En caso de que este las usase de escudo humano o algo similar, dejaría de disparar y trataría de obtener un tiro más certero sin darle a las esclavas. Acto seguido dejo caer el cargador vacío y sacó uno nuevo, cargando el arma y colocando una bala en la recámara con el pasador.
- ¿Qué clase de hombre trata así a seres humanos? ¡Eres escoria! Ni siquiera sabes tratar a unas señoritas. ¿Te llamas a ti mismo hombre?
Gritó para atraer su atención, intentando atacar a su orgullo. Aquella podía ser una táctica muy peligrosa, pero esperaba que el bocazas de su jefe demostrase esa habilidad de la que se había jactado ególatramente en el callejón y se ocupara del esclavista. En caso contrario... bueno, estaría jodido y tendría que apañárselas como pudiera para sobrevivir.
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La bestia continuó avanzando hacia la puerta tirando de las dos bellas esclavas carcomidas por el sol y el cansancio. Adam se agazapó, contando la distancia que necesitaría para ejecutar su plan de acción. Siete metros, seis metros, cinco… BAM.
El primer disparo de Hachiro se incrustó en el duro abdomen de la bestia. Con un giro, Morgan no dudó en tirar de las cadenas para tener una cobertura humana que le ahorrara aún que otro balazo. Pero no llegaron más.
¿Iba Hachiro a dejar de disparar por una simple baja casual? Parece que sí, pensó Adam, alegrándose, aunque no como una persona normal, del alto el fuego. Las palabras de Hachiro resonaron en las puras arenas del desierto, trayendo una mueca divertida y hosca en el rostro del mamotreto.
- Sí que las trato bien… Las trato mejor que bien, si hasta les doy de comer morcilla todos los días- escupió divertido mientras se agarraba los genitales.
Morgan era un hombre orgulloso, pero también era un sádico hijo de puta. Iba a machacar a esos tontos novatos que habían venido a por él, física y mentalmente.
Adam permaneció esperando un error en su posición, escondido tras el adobe, fuera del campo ortodoxo de visión de las personas en el suelo.
- ¿Vais a salir de la casa… o tendré que haceros salir?- agarró a la mujer por el hombro con su diestra, acercándola a él para lamer su cuello con una lengua ancha y bulbosa.
Debería ir al médico, eso parece un cáncer de lengua debido, probablemente al hábito de fumar, pensó Adam, aun esperando su momento.
- Porque… puedo divertirme bastante aquí, tengo buena compañía.
La mujer temblaba, no sólo por la abusiva cercanía de Morgan, sino porque también había cogido su mano. ¿Cuántos dedos le rompería hasta que los gritos obligaran al tirador a entregarse? No era muy común ver a CPs con escrúpulos.
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