Johan Von Stein
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Akuma no mi
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Me encontraba encerrado en un extraño laberinto de paredes negras con extrañas marcas rojas, como si estuvieran hechas de sangre negra. Por más que me esforzaba por correr para salir lo antes posible de aquel tenebroso lugar los pasillos se iban haciendo más y más pequeños, las paredes se estaban encerrando cada vez más y más, amenazando con convertirme en puré. Podía sentir como una extraña sensación pesaba en mi pecho, además de que una extraña sustancia acuosa de color negro salía de mis ojos sin cesar y una voz lejana me llamaba desde algún lugar de aquel sitio maldito. Para cuando quise darme cuenta logré salir de aquel laberinto, ahora estaba enfrente de un gran lago de aguas violáceas en el que miré más de cerca situándome justo en la orilla. Pero... presencié una visión de profundo terror. Mi reflejo estaba saliendo del agua a paso raudo, sus ojos eran del rojo más brillante que había visto en toda mi vida y sus manos largas agarraron mi cuello, a la vez que vomitaba la misma extraña sustancia negra de antes en mi boca. - Déjate llevar por mí - dijo aquel ente con un tono de ultratumba.
Entre gritos y sudores fríos me desperté a la vez que llevé mi mano a la rueca del aparato que había en mi cabeza. Le dí vueltas rápidamente con nerviosismo y jadeando, si no usaba el contenedor de locura me volvería... como una maldita cabra y probablemente intentaría masacrar a la gente del hotel donde me encontraba. Ya más tranquilo, me senté al borde de la cama y me dispuse a darme una ducha de agua fría para relajarme del todo. Con la fría agua de la ducha recorriendo cada parte de mi cuerpo, me puse a pensar en donde estaba. Me encontraba en un hotel de la isla Palmera, una isla de clima tropical que servía como lugar de vacaciones a los marines. Yo había llegado ayer, escoltado como siempre vaya novedad, y el Gobierno me había mandado en parte para que me tomara un pequeño descanso y por otra parte para reunir animales y plantas para llevar a cabo más experimentos.
- Esa tribu aborigen... seguro que me dará muchos problemas - pensé mientras me ponía la ropa de recambio. Salí a la terraza y me senté en una silla blanca para mirar a la espesa jungla que había en el horizonte. Me estaba dejando dormir pero de repente unos golpes en la puerta me sacaron de mi somnolencia, de seguro los marines enviaron a alguien para buscarme. - Tch, ¿no puedo ni descansar cinco minutos sin que me molesten? - protesté mientras arrastraba los pies hacia la puerta de mi habitación.
Entre gritos y sudores fríos me desperté a la vez que llevé mi mano a la rueca del aparato que había en mi cabeza. Le dí vueltas rápidamente con nerviosismo y jadeando, si no usaba el contenedor de locura me volvería... como una maldita cabra y probablemente intentaría masacrar a la gente del hotel donde me encontraba. Ya más tranquilo, me senté al borde de la cama y me dispuse a darme una ducha de agua fría para relajarme del todo. Con la fría agua de la ducha recorriendo cada parte de mi cuerpo, me puse a pensar en donde estaba. Me encontraba en un hotel de la isla Palmera, una isla de clima tropical que servía como lugar de vacaciones a los marines. Yo había llegado ayer, escoltado como siempre vaya novedad, y el Gobierno me había mandado en parte para que me tomara un pequeño descanso y por otra parte para reunir animales y plantas para llevar a cabo más experimentos.
- Esa tribu aborigen... seguro que me dará muchos problemas - pensé mientras me ponía la ropa de recambio. Salí a la terraza y me senté en una silla blanca para mirar a la espesa jungla que había en el horizonte. Me estaba dejando dormir pero de repente unos golpes en la puerta me sacaron de mi somnolencia, de seguro los marines enviaron a alguien para buscarme. - Tch, ¿no puedo ni descansar cinco minutos sin que me molesten? - protesté mientras arrastraba los pies hacia la puerta de mi habitación.
Katharina von Steinhell
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Una nueva misión se le presentó de forma escrita en la puerta de su casa, aunque para ser exactos deberíamos referirnos al buzón que se encontraba pasado unos cuantos centímetros de la reja que declara la propiedad privada de Katharina, ubicada en el norte de Luethenia. Detestable. No había palabra para expresar el desagrado que sentía la chiquilla de cabellos plateados cuando leyó el lugar hacia donde tenía que dirigirse. “¿En serio? ¿Tan lejos?”, pensó mientras suspiraba quejosamente. Nuevamente tenía que despedirse de su pequeña hermana, prometiéndole por milésima vez que volvería en menos de lo que canta un gallo. ¿Está bien dicha la expresión? Espero que sí.
Arregló sus cosas, cruzó la guadaña en la correa de la espalda, ocultó su libro de conjuros y se echó una pequeña mochila a la espalda. En ella guardó un trozo de pan envuelto en un material plástico que permitía conservarlo en buen estado durante varios días, un trozo de jamón de pavo y otro de cerdo envueltos en el mismo material, también un par de botellas de agua y otros alimentos de fácil digestión. Era una muchacha precavida y nunca se sabía cuando terminaría naufragando, encontrándose sola en medio de la nada. El solo hecho de pensar que podía morir ahogada le provocaba escalofríos.
–Y aquí vamos de nuevo… –mencionó casi en un susurro al ver el enorme buque de la Marina que tenía como destino Isla Palmera.
Me detendría a narrar el viaje si hubiera pasado algo interesante, pero la verdad es que no. Además del canto improvisado de una gaviota aparentemente borracha, no sucedió nada que merezca contar. Ah, sí. Como es de costumbre, Katharina pasó casi todo el tiempo en su pequeña habitación leyendo sobre conjuros e investigando cosas relacionadas con la magia. Eso del Necronomicón la tenía vuelta loca y cada vez aprendía más y más, pero ya lo contaré después. ¿Por qué Katharina tenía que dirigirse hacia una isla con un nombre tan original? Sencillamente sería la guardaespaldas de un científico del Gobierno. No conocía los detalles, pero infirió que este se metería en problemas y terminaría salvándole el culo.
Finalmente, después de un largo y exhaustivo viaje llegó hasta las puertas del hotel principal de la isla, en donde supuestamente debía encontrarse el hombre al que tenía que proteger. Sin embargo, como buena muchacha que siempre fue, tenía que encargarse de algunas cosas primero. Priorizó una buena ducha con agua tibia disfrutando cada partícula de agua que mojaba su piel y escurría entre su cuerpo (esto lo dejaré a imaginación de cada pervertido), luego, únicamente vestida con una toalla blanca sujeta a la altura de sus pechos, se sentó en la mesa del comedor de su cuarto del hotel y comió un poco. Ya se había hecho tarde, como de costumbre.
–Señor Científico –dijo desanimadamente después de golpear la puerta de su habitación, o al menos eso creía–. ¿Está ahí?
Arregló sus cosas, cruzó la guadaña en la correa de la espalda, ocultó su libro de conjuros y se echó una pequeña mochila a la espalda. En ella guardó un trozo de pan envuelto en un material plástico que permitía conservarlo en buen estado durante varios días, un trozo de jamón de pavo y otro de cerdo envueltos en el mismo material, también un par de botellas de agua y otros alimentos de fácil digestión. Era una muchacha precavida y nunca se sabía cuando terminaría naufragando, encontrándose sola en medio de la nada. El solo hecho de pensar que podía morir ahogada le provocaba escalofríos.
–Y aquí vamos de nuevo… –mencionó casi en un susurro al ver el enorme buque de la Marina que tenía como destino Isla Palmera.
Me detendría a narrar el viaje si hubiera pasado algo interesante, pero la verdad es que no. Además del canto improvisado de una gaviota aparentemente borracha, no sucedió nada que merezca contar. Ah, sí. Como es de costumbre, Katharina pasó casi todo el tiempo en su pequeña habitación leyendo sobre conjuros e investigando cosas relacionadas con la magia. Eso del Necronomicón la tenía vuelta loca y cada vez aprendía más y más, pero ya lo contaré después. ¿Por qué Katharina tenía que dirigirse hacia una isla con un nombre tan original? Sencillamente sería la guardaespaldas de un científico del Gobierno. No conocía los detalles, pero infirió que este se metería en problemas y terminaría salvándole el culo.
Finalmente, después de un largo y exhaustivo viaje llegó hasta las puertas del hotel principal de la isla, en donde supuestamente debía encontrarse el hombre al que tenía que proteger. Sin embargo, como buena muchacha que siempre fue, tenía que encargarse de algunas cosas primero. Priorizó una buena ducha con agua tibia disfrutando cada partícula de agua que mojaba su piel y escurría entre su cuerpo (esto lo dejaré a imaginación de cada pervertido), luego, únicamente vestida con una toalla blanca sujeta a la altura de sus pechos, se sentó en la mesa del comedor de su cuarto del hotel y comió un poco. Ya se había hecho tarde, como de costumbre.
–Señor Científico –dijo desanimadamente después de golpear la puerta de su habitación, o al menos eso creía–. ¿Está ahí?
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Los golpes en la puerta no dejaban de cesar con una notoria intensidad, fuera quien fuera el que se encontraba al otro lado de aquel trozo de madera era persistente. No sabía si era por la elevada temperatura de la isla debido a su clima o si era por mi vagancia, de todos modos, tenía que ir a ver quien era mi extraño visitante. Llámalo curiosidad científica si gustas, pero me intrigaba saber la identidad y la apariencia física de aquella persona. Mi mano derecha agarró el picaporte de la puerta de madera, parecía ser de buena calidad y la habían pintado de blanco, haciendo juego con el color de mi habitación que era un gris ceniza. En ese momento pasó por mi cabeza la pequeña posibilidad de mi mal gusto por la decoración de interiores, ¿pero que más daba? Una habitación sirve para dormir y ese tipo de cosas, principalmente dormir. " Lo que daría ahora por una buena siesta..." pensé mientras abría la puerta justo cuando la persona que esperaba a que abriera iba a dar otro golpe.
- Llámeme profesor Stein, por favor - dije mientras repasaba de arriba a abajo a mi receptora. Ante mí había una muchacha joven de larga cabellera plateada y ojos del color de la amatista, su rostro sereno parecía carecer de alguna emoción humana. A simple vista me intrigaba aquella jovencita. Pero lo que más me llamó la atención fue la guadaña que llevaba consigo. No pude dejar escapar una sonrisa, realmente me agradaba que alguien más compartiera mis gustos por las armas de filo. " Esta chica de seguro sabe como usarla, de eso no me cabe duda." Apoyé mi mano en el marco de la puerta y busqué su mirada.
- ¿ En qué puedo ayudarla señorita? Espera, déjame adivinar. Me chiflan las adivinanzas ¿Te envían de la Marina,verdad? Déjame coger un par de cosas y enseguida estoy contigo - Volví a entrar en la habitación con prisa a coger mi guadaña y los enseres que necesitaba para mi trabajo a realizar en la maleza.
- Ya estoy, vayámonos ... - dije antes de resbalarme y darme un batacazo contra el suelo. A modo de broma claro, yo no era una persona patosa. Tenía la intención de comprobar si aquella mujer se reía, era un pequeño experimento para ver si mi compañera poseía alguna emoción.
- Llámeme profesor Stein, por favor - dije mientras repasaba de arriba a abajo a mi receptora. Ante mí había una muchacha joven de larga cabellera plateada y ojos del color de la amatista, su rostro sereno parecía carecer de alguna emoción humana. A simple vista me intrigaba aquella jovencita. Pero lo que más me llamó la atención fue la guadaña que llevaba consigo. No pude dejar escapar una sonrisa, realmente me agradaba que alguien más compartiera mis gustos por las armas de filo. " Esta chica de seguro sabe como usarla, de eso no me cabe duda." Apoyé mi mano en el marco de la puerta y busqué su mirada.
- ¿ En qué puedo ayudarla señorita? Espera, déjame adivinar. Me chiflan las adivinanzas ¿Te envían de la Marina,verdad? Déjame coger un par de cosas y enseguida estoy contigo - Volví a entrar en la habitación con prisa a coger mi guadaña y los enseres que necesitaba para mi trabajo a realizar en la maleza.
- Ya estoy, vayámonos ... - dije antes de resbalarme y darme un batacazo contra el suelo. A modo de broma claro, yo no era una persona patosa. Tenía la intención de comprobar si aquella mujer se reía, era un pequeño experimento para ver si mi compañera poseía alguna emoción.
Katharina von Steinhell
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Tras tocar un rato la puerta un hombre de cabello plateado y estatura promedio se dejó ver tras ella, mirando, o más bien analizando, a Katharina. La bruja no sabía cómo era la gente con la que el científico trataba, pero a ella no le gustaba que la mirasen de esa forma ni mucho menos que pretendieran poder analizarla. Eso no le gustaba para nada, y si no hubiera estado trabajando, habría hecho algo con esa desagradable actitud del científico. Por otra parte, él mismo dijo que le gustaban las adivinanzas. “Esto no será tan agradable… Cómo odio a los científicos…”, pensó para sí misma. Era cierto. Los científicos siempre fueron hombres que intentaban buscar la verdad y comprenderla perfectamente, sin excepción a ningún fenómeno. Katharina muchas veces pertenecía a esa clase de fenómenos.
–Mi nombre es Katharina von Steinhell, Profesor. Simplemente puede llamarme Cabo, nada más –dijo a secas y con los ojos cerrados.
No necesitó responder las preguntas del hombre, puesto que él misma las respondió. Por su parte, Katharina no tenía idea en qué consistía lo que el científico tenía que hacer, pero tarde o temprano acabaría sabiéndolo. Stein entró a su habitación, cogió un par de cosas –entre ellas una guadaña, pero para nada comparada a la que la bruja tenía– y comenzó a caminar a la salida. El científico siguió caminando, pero de repente su cuerpo se desplomó y dio de lleno contra el suelo, provocando que Katharina se limitase a verle y a voltearse.
–Vamos, Profesor. ¿A dónde tenemos que ir?
Katharina solo se limitaría a esperar la respuesta del Profesor, puesto que en sus órdenes no especificaban los lugares a los que tenían que dirigirse. ¿Qué le diría? La bruja apoyó su espalda en la pared y cerró los ojos, esperando que Stein caminara y le indicara el camino.
–Mi nombre es Katharina von Steinhell, Profesor. Simplemente puede llamarme Cabo, nada más –dijo a secas y con los ojos cerrados.
No necesitó responder las preguntas del hombre, puesto que él misma las respondió. Por su parte, Katharina no tenía idea en qué consistía lo que el científico tenía que hacer, pero tarde o temprano acabaría sabiéndolo. Stein entró a su habitación, cogió un par de cosas –entre ellas una guadaña, pero para nada comparada a la que la bruja tenía– y comenzó a caminar a la salida. El científico siguió caminando, pero de repente su cuerpo se desplomó y dio de lleno contra el suelo, provocando que Katharina se limitase a verle y a voltearse.
–Vamos, Profesor. ¿A dónde tenemos que ir?
Katharina solo se limitaría a esperar la respuesta del Profesor, puesto que en sus órdenes no especificaban los lugares a los que tenían que dirigirse. ¿Qué le diría? La bruja apoyó su espalda en la pared y cerró los ojos, esperando que Stein caminara y le indicara el camino.
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Mi gracieta no obtuvo respuesta, eso hizo que me interesara aún más por aquella mujer de semblante aparentemente inmutable. Me levanté del suelo con rapidez, quitándome el polvo de mi bata blanca y recogiendo del suelo mi querida guadaña de acero. "Veo que no podré sacarle una sonrisa haga lo que haga, nunca había visto a nadie con tal personalidad. Hmm... la voy a catalogar en la sección de mujeres con personalidad difícil", pensé mientras aquella mujer me daba prisa por ir al grano, a decir verdad era mejor para los dos debido al calor insoportable de la isla. "Siento que no le caigo bien a la Cabo, lo mejor será que procedamos con el trabajo, aunque daría lo que fuera por una siesta en un hamaca junto a la piscina" pensé incitado por mi vagancia.
- Bueno, te explicaré lo que hay que hacer. Mi labor en esta isla se basa en explorar la densa jungla en busca de animales y plantas para llevarlos al laboratorio 021, situado en este mismo mar, para poder llevar a cabo mis experimentos. Justo aquí tengo una copia de la lista con todo lo que necesito - le doy un folio blanco con los nombres de los animales y plantas. - Necesito 4 animales, entre ellos están los gorilas, cocodrilos, gorilas y uno especial, y 4 muestras de arecáceas y platanáceas. En cuanto al especial... No sé si vive en esta isla, he escuchado rumores acerca de gente que ha encontrado dientes de sable en lo más profundo de la isla. Si el rumor es cierto, me encantaría poder capturar a un espécimen de tigre de dientes de sable y poder... diseccionarlo.- Se me dibujó una sonrisa sádica entre los labios que enseguida tapé con la boca. - Vamos a recepción, mis ayudantes y los demás miembros de la escolta deberían estar esperando ya abajo - dije mientras empecé a apresurarme escaleras abajo.
Cuando por fin llegamos a la recepción, un par de hombres con jaulas y demás herramientas para la expedición estaban hablando entre ellos, charlando animosamente. Eran mis ayudantes y algunos soldados de la Marina. Enseguida posaron sus ojos en mí y el silencio reinó en la instancia, excepto por el sonido de algunos loros que habían fuera. Me llevé la mano al limitador de locura y empecé a hablar.
- Buenos días señores, hoy tenemos que adentrarnos en la jungla que hay allá fuera para recolectar animales y vegetales. Aunque es muy obvio debido a las jaulas que hay justo ahí, kukuku - me empecé a reír debido a la obviedad. - Ahora en serio, procedamos con nuestro viaje.
Todos emprendimos la marcha hacia nuestro salvaje destino, cruzamos la ciudad levantada por los afables colonos de la isla, dejamos atrás los grandes muros de piedra que protegían la ciudad de los ataques de los salvajes y nos adentramos en la espesura. Miré la lista y comprobé que el primer animal que debíamos encontrar era un gorila, podía ser peligroso, estos animales viven en comuna y son fuertes por lo que habría que tomar cautela.
- Gente, tenemos que ir a la zona norte. Allí tenemos que capturar a un gorila, en este tiempo del año debería haber una manada cerca del río. - Dije mientras una delgada línea de sudor empezaba a caer por mi frente, realmente hacía un calor de demonios en aquella jungla.
- Bueno, te explicaré lo que hay que hacer. Mi labor en esta isla se basa en explorar la densa jungla en busca de animales y plantas para llevarlos al laboratorio 021, situado en este mismo mar, para poder llevar a cabo mis experimentos. Justo aquí tengo una copia de la lista con todo lo que necesito - le doy un folio blanco con los nombres de los animales y plantas. - Necesito 4 animales, entre ellos están los gorilas, cocodrilos, gorilas y uno especial, y 4 muestras de arecáceas y platanáceas. En cuanto al especial... No sé si vive en esta isla, he escuchado rumores acerca de gente que ha encontrado dientes de sable en lo más profundo de la isla. Si el rumor es cierto, me encantaría poder capturar a un espécimen de tigre de dientes de sable y poder... diseccionarlo.- Se me dibujó una sonrisa sádica entre los labios que enseguida tapé con la boca. - Vamos a recepción, mis ayudantes y los demás miembros de la escolta deberían estar esperando ya abajo - dije mientras empecé a apresurarme escaleras abajo.
Cuando por fin llegamos a la recepción, un par de hombres con jaulas y demás herramientas para la expedición estaban hablando entre ellos, charlando animosamente. Eran mis ayudantes y algunos soldados de la Marina. Enseguida posaron sus ojos en mí y el silencio reinó en la instancia, excepto por el sonido de algunos loros que habían fuera. Me llevé la mano al limitador de locura y empecé a hablar.
- Buenos días señores, hoy tenemos que adentrarnos en la jungla que hay allá fuera para recolectar animales y vegetales. Aunque es muy obvio debido a las jaulas que hay justo ahí, kukuku - me empecé a reír debido a la obviedad. - Ahora en serio, procedamos con nuestro viaje.
Todos emprendimos la marcha hacia nuestro salvaje destino, cruzamos la ciudad levantada por los afables colonos de la isla, dejamos atrás los grandes muros de piedra que protegían la ciudad de los ataques de los salvajes y nos adentramos en la espesura. Miré la lista y comprobé que el primer animal que debíamos encontrar era un gorila, podía ser peligroso, estos animales viven en comuna y son fuertes por lo que habría que tomar cautela.
- Gente, tenemos que ir a la zona norte. Allí tenemos que capturar a un gorila, en este tiempo del año debería haber una manada cerca del río. - Dije mientras una delgada línea de sudor empezaba a caer por mi frente, realmente hacía un calor de demonios en aquella jungla.
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Katharina escuchó detenidamente las palabras del científico, quien aseguraba estar en un proceso de recolección. La bruja no tenía idea de qué le serviría capturar a tanto animal salvaje, pero no le agradó la forma en que sonrió cuando se planteó la idea de diseccionar a un diente de sable. Los animales eran criaturas fieles y sinceras que debían mantenerse alejadas de las sucias manos de los humanos. "Si esto no fuera una misión, ya le habría matado hace un buen rato”, pensó mientras miraba con desagrado al hombre. Como domadora, tenía cierta afinidad con las criaturas que vivían libremente.
En todo caso, la lista del hombre era por lo menos extensa. Capturar a un gorila no era una labor muy complicada, considerando las habilidades de Katharina, pero eso no significaba que fuera precisamente sencillo. Usar la violencia contra un simio como él debía ser la última alternativa, y, dependiendo de lo que el profesor haría con él, Katharina decidiría cómo actuar. Prefería matarlo ella misma antes que un gorila viviera tras unas jaulas por toda su vida. Por otra parte, debían viajar un buen trecho para terminar de encontrar a los cocodrilos.
–Dígame, Profesor. ¿Qué hará con las criaturas? –Le preguntó sin mirarle.
Después, Katharina y el Profesor llegaron a la recepción, lugar que estaba repleto de hombres y jaulas. Parecían ser los ayudantes del científico, y también había marines. “Así que no seré la única de la Marina por estos lados. Vaya, qué confortable”, pensó al tiempo que observaba a sus compañeros. Ante el comentario del hombre no pude sentir más que vergüenza. Obviamente me gustaba el silencio y los comentarios pintorescos y para nada graciosos no me hacían más que sentir repudio. ¿Acaso yo era la persona amargada? Podía ser. Ni siquiera tenía sentido del humor.
La ciudad protegida por enormes muros de piedra quedó atrás, ya bastante lejos como para volver. Algo me indicaba que los animales serían la menor de nuestras preocupaciones. ¿Llevábamos suficientes suministros? De eso yo no me preocupé. Un hombre tan inteligente, denominado científico, debió haber pensado en todas esas cosas. Yo solo era la mano ejecutora de la misión, y me encargaba de protegerle, no de andar haciendo las respectivas compras para sobrevivir en la jungla. En todo caso, llevaba una mochila con un par de botellas de agua y raciones militares que me permitirían sobrevivir por lo menos dos semanas. No eran precisamente sabrosas, pero no había razón para quejarme.
–¿Cuánto tiempo estaremos cazando? –Le pregunté mirando hacia la jungla– Algo me dice que no será buena idea permanecer mucho tiempo aquí, internados en la jungla. Debe haber un montón de criaturas feroces y, sobre todo, humanoides amantes de la carne humana.
En todo caso, la lista del hombre era por lo menos extensa. Capturar a un gorila no era una labor muy complicada, considerando las habilidades de Katharina, pero eso no significaba que fuera precisamente sencillo. Usar la violencia contra un simio como él debía ser la última alternativa, y, dependiendo de lo que el profesor haría con él, Katharina decidiría cómo actuar. Prefería matarlo ella misma antes que un gorila viviera tras unas jaulas por toda su vida. Por otra parte, debían viajar un buen trecho para terminar de encontrar a los cocodrilos.
–Dígame, Profesor. ¿Qué hará con las criaturas? –Le preguntó sin mirarle.
Después, Katharina y el Profesor llegaron a la recepción, lugar que estaba repleto de hombres y jaulas. Parecían ser los ayudantes del científico, y también había marines. “Así que no seré la única de la Marina por estos lados. Vaya, qué confortable”, pensó al tiempo que observaba a sus compañeros. Ante el comentario del hombre no pude sentir más que vergüenza. Obviamente me gustaba el silencio y los comentarios pintorescos y para nada graciosos no me hacían más que sentir repudio. ¿Acaso yo era la persona amargada? Podía ser. Ni siquiera tenía sentido del humor.
La ciudad protegida por enormes muros de piedra quedó atrás, ya bastante lejos como para volver. Algo me indicaba que los animales serían la menor de nuestras preocupaciones. ¿Llevábamos suficientes suministros? De eso yo no me preocupé. Un hombre tan inteligente, denominado científico, debió haber pensado en todas esas cosas. Yo solo era la mano ejecutora de la misión, y me encargaba de protegerle, no de andar haciendo las respectivas compras para sobrevivir en la jungla. En todo caso, llevaba una mochila con un par de botellas de agua y raciones militares que me permitirían sobrevivir por lo menos dos semanas. No eran precisamente sabrosas, pero no había razón para quejarme.
–¿Cuánto tiempo estaremos cazando? –Le pregunté mirando hacia la jungla– Algo me dice que no será buena idea permanecer mucho tiempo aquí, internados en la jungla. Debe haber un montón de criaturas feroces y, sobre todo, humanoides amantes de la carne humana.
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