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Kenmei Shiba
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Cuando desembarqué en aquella remota y pequeña isla, quedé impresionado por el ruido de los oscuros nubarrones, formados por incontables y diminutos puntos que revoloteaban sobre las aguas. Aunque me habían dicho que esta isla del West Blue estaba cubierta por varias lagunas que atraían a distintas clases de insectos, no imaginé ver tal cantidad nada más llegar.
-Señor, le recordamos que muchos de estos bichos son venenosos, ande con cuidado. ¿Lleva suficientes repelentes? No evitará que los más grandes se le acerquen, pero al menos podrá estar tranquilo de que los pequeños no le harán daño.
Le dediqué una mirada que no pudo comprender debido a mi máscara. Tras unos segundos, suspiré y le devolví la palabra. Obviamente llevaba más repelentes de los necesarios, soy un tipo previsor ¿en serio necesitaba que le respondiera?... En fin.
-Sí, voy bien preparado. ¿Hay algo más que deba saber? Aparte de los insectos y las lagunas, no dispongo de muchos datos...
-¿Nadie le ha dicho nada de los habitantes? Bueno, pues resulta que algunos grupos están asentados en las cercanías de las lagunas, no debería de tener ningún problema si no trata con ellos, pero hay un buen número de mercenarios, así que no los haga enfadar si no quiere buscarse problemas...
-Oh, no, nadie lo había comentado. Mercenarios, hum... Me pregunto si necesito mercenarios para algo... Volveré en unas horas, gracias por la información. -Pues vaya, alguien podría haber mencionado el hecho de que hay gente habitando la isla... ¿Por qué demonios estaré rodeado de estúpidos? ¿Qué clase de persona consideraría eso un detalle a obviar? ¡Bah!
Esperaba poder conseguir algún veneno potente o con algún efecto interesante en algún espécimen de los muchos que parecían acudir a los pantanos y los manglares. ¿Quizás alguno de esos "más grandes" de los que me habían hablado tenía lo que buscaba? ¿O sería quizás mejor buscar entre los pequeños? Hum... Mientras meditaba en ello, me fui adentrando poco a poco en la isla.
-Señor, le recordamos que muchos de estos bichos son venenosos, ande con cuidado. ¿Lleva suficientes repelentes? No evitará que los más grandes se le acerquen, pero al menos podrá estar tranquilo de que los pequeños no le harán daño.
Le dediqué una mirada que no pudo comprender debido a mi máscara. Tras unos segundos, suspiré y le devolví la palabra. Obviamente llevaba más repelentes de los necesarios, soy un tipo previsor ¿en serio necesitaba que le respondiera?... En fin.
-Sí, voy bien preparado. ¿Hay algo más que deba saber? Aparte de los insectos y las lagunas, no dispongo de muchos datos...
-¿Nadie le ha dicho nada de los habitantes? Bueno, pues resulta que algunos grupos están asentados en las cercanías de las lagunas, no debería de tener ningún problema si no trata con ellos, pero hay un buen número de mercenarios, así que no los haga enfadar si no quiere buscarse problemas...
-Oh, no, nadie lo había comentado. Mercenarios, hum... Me pregunto si necesito mercenarios para algo... Volveré en unas horas, gracias por la información. -Pues vaya, alguien podría haber mencionado el hecho de que hay gente habitando la isla... ¿Por qué demonios estaré rodeado de estúpidos? ¿Qué clase de persona consideraría eso un detalle a obviar? ¡Bah!
Esperaba poder conseguir algún veneno potente o con algún efecto interesante en algún espécimen de los muchos que parecían acudir a los pantanos y los manglares. ¿Quizás alguno de esos "más grandes" de los que me habían hablado tenía lo que buscaba? ¿O sería quizás mejor buscar entre los pequeños? Hum... Mientras meditaba en ello, me fui adentrando poco a poco en la isla.
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¿Mi destino? La isla de los insectos. ¿Mi bienvenida? Una desagradable sorpresa: aquella isla no era Kabushi, sino Shoko; me había confundido de barco, pero no de temática. Por supuesto, no iba a admitir públicamente semejante error, porque al fin y al cabo el destino tenía extrañas maneras de actuar. Tan sólo había una cosa que lamentaba enormemente: No traje ningún tipo de repelente.
Caminaba por el puerto, si a esas extrañas estructuras suspendidas en un mar de juncos y cieno podían llamarse así, esperando que las traviesas Moiras me susurraran. No sabía que podía hacer en aquella isla más que matar mosquitos que se posaban en mi cuello y espantar luciérnagas de extraños colores y horrendas fauces. Entonces vi el pequeño puesto de suvenires…
Allí, entre los pocos edificios comerciales de un pueblo local y aislado, el pequeño tendedero se llenaba de colecciones de insectos perfectamente preservados y colocados en cajas organizadoras. ¿Su precio? Desde los cien para la variedad infinita de mosquitos, pasando por las luciérnagas de dos mil, hasta un ejemplar del tamaño de un perro mediano cuyo dueño exponía con orgullo en el centro de su tienda y que valía la friolera cantidad de un millón de berries.
-¿Ve algo de su agrado, señor?- siseó el dependiente.
-Mucho, la verdad.- No sabía cómo podría cargar esas maravillas. Necesitaría primero a alguien que se introdujera en mi interior para poder dedicar una sala a mi nueva colección.
-Si lo desea puedo crearle un expositor a medida… o una maleta de viaje para que los lleve cómodamente hasta su casa.
-Si no es molestia, ¿podría decirme cómo realiza su arte?
-No lo es, mi familia lleva generaciones estudiando los insectos que pueblan la isla- comenzó, para deleitarme con la explicación de todo el proceso: desde la peligrosa caza hasta la preservación química de las criaturas mediante resinas.
Le compré una docena de ejemplares, que tuvo la decencia de identificar mediante notas en su cajetín, y una caja para su correcto transporte, no sin antes, por supuesto, asegurarme de que cuidaba la ecología de sus materias primas.
-¿Quién va a tener más interés que yo en preservar la naturaleza de la isla?-dijo sonriente-. Me alegra conocer a alguien que se preocupa tanto por el bienestar de la madre tierra- agregó complacido, pero no me hizo rebaja. A diferencia del comercial, acostumbrado al trato, las gentes del pueblo portuario mostraban una cierta xenofobia.
Adicionalmente, le pedí un juego de caza (compuesto por un atrapamariposas de bambú y unos cuantos tarros) así como indicaciones muy básicas sobre lo que podía y lo que no debía cazar. Por fin había encontrado un propósito para mi corta estancia en Shoko.
Caminaba por el puerto, si a esas extrañas estructuras suspendidas en un mar de juncos y cieno podían llamarse así, esperando que las traviesas Moiras me susurraran. No sabía que podía hacer en aquella isla más que matar mosquitos que se posaban en mi cuello y espantar luciérnagas de extraños colores y horrendas fauces. Entonces vi el pequeño puesto de suvenires…
Allí, entre los pocos edificios comerciales de un pueblo local y aislado, el pequeño tendedero se llenaba de colecciones de insectos perfectamente preservados y colocados en cajas organizadoras. ¿Su precio? Desde los cien para la variedad infinita de mosquitos, pasando por las luciérnagas de dos mil, hasta un ejemplar del tamaño de un perro mediano cuyo dueño exponía con orgullo en el centro de su tienda y que valía la friolera cantidad de un millón de berries.
-¿Ve algo de su agrado, señor?- siseó el dependiente.
-Mucho, la verdad.- No sabía cómo podría cargar esas maravillas. Necesitaría primero a alguien que se introdujera en mi interior para poder dedicar una sala a mi nueva colección.
-Si lo desea puedo crearle un expositor a medida… o una maleta de viaje para que los lleve cómodamente hasta su casa.
-Si no es molestia, ¿podría decirme cómo realiza su arte?
-No lo es, mi familia lleva generaciones estudiando los insectos que pueblan la isla- comenzó, para deleitarme con la explicación de todo el proceso: desde la peligrosa caza hasta la preservación química de las criaturas mediante resinas.
Le compré una docena de ejemplares, que tuvo la decencia de identificar mediante notas en su cajetín, y una caja para su correcto transporte, no sin antes, por supuesto, asegurarme de que cuidaba la ecología de sus materias primas.
-¿Quién va a tener más interés que yo en preservar la naturaleza de la isla?-dijo sonriente-. Me alegra conocer a alguien que se preocupa tanto por el bienestar de la madre tierra- agregó complacido, pero no me hizo rebaja. A diferencia del comercial, acostumbrado al trato, las gentes del pueblo portuario mostraban una cierta xenofobia.
Adicionalmente, le pedí un juego de caza (compuesto por un atrapamariposas de bambú y unos cuantos tarros) así como indicaciones muy básicas sobre lo que podía y lo que no debía cazar. Por fin había encontrado un propósito para mi corta estancia en Shoko.
Se ve un meteorito del tamaño del culo de la abuela de Kusanagi (más o menos de 300 metros de radio) en el cielo cayendo sobre vuestra posición. Pensad rápido.
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Ciertamente, cuando mencioné a "los grandes", no sabía que los existían algunos TAN grandes. Quiero decir, casi me choco con un escarabajo que tenía el tamaño de mi cabeza. Era verdaderamente impresionante... pero yo no soy biólogo, yo buscaba venenos o sustancias que pudieran servirme para algo... o quizás... Podría sacar inspiración para alguna modificación ciborg...
Absorto en mis pensamientos, me detuve... Entonces me dí cuenta de una sombra que poco a poco se iba haciendo más grande. No parecía un insecto. Miré hacia arriba, buscando su origen y me encontré con un enorme pedazo de piedra que caía a gran velocidad... Básicamente, un meteorito.
-¡¿QUÉ DEMONIOS?! -Grité. Era enorme, debía medir medio kilómetro más o menos y estaba cerca, no debían quedar muchos minutos para que impactara. Corrí tan rápido como pude hacia la costa y, mientras corría, recité:
-Escúchame bien, cielo.
¿Piensas que a ti no llego
porque alas no tengo?
Mira cómo alzo el vuelo.
Al terminar, unas alas surgieron de mi espalda. Tan pronto como llegué al final de la isla, alcé el vuelo a ras de la superficie del agua, intentando alejarme lo máximo posible. Busqué con la mirada algún lugar donde pudiera aterrizar, pues no podría mantener las alas por demasiado tiempo. Pude ver un peñasco rocoso que sobresalía del agua y me dirigí en dirección a él... esperando llegar a tiempo.
Absorto en mis pensamientos, me detuve... Entonces me dí cuenta de una sombra que poco a poco se iba haciendo más grande. No parecía un insecto. Miré hacia arriba, buscando su origen y me encontré con un enorme pedazo de piedra que caía a gran velocidad... Básicamente, un meteorito.
-¡¿QUÉ DEMONIOS?! -Grité. Era enorme, debía medir medio kilómetro más o menos y estaba cerca, no debían quedar muchos minutos para que impactara. Corrí tan rápido como pude hacia la costa y, mientras corría, recité:
-Escúchame bien, cielo.
¿Piensas que a ti no llego
porque alas no tengo?
Mira cómo alzo el vuelo.
Al terminar, unas alas surgieron de mi espalda. Tan pronto como llegué al final de la isla, alcé el vuelo a ras de la superficie del agua, intentando alejarme lo máximo posible. Busqué con la mirada algún lugar donde pudiera aterrizar, pues no podría mantener las alas por demasiado tiempo. Pude ver un peñasco rocoso que sobresalía del agua y me dirigí en dirección a él... esperando llegar a tiempo.
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¡Zas! Tras un rápido movimiento de red había conseguido atrapar a la primera luciérnaga a tan sólo un par de pasos de la tienda. El pobre animal se había parado a descansar en uno de los juncos que crecían al lado de la pasarela, alzándose en el espeso cieno. Por su pecado capital ahora le esperaba la muerte y el honor de formar parte de mi nueva colección.
Cogí la red y abrí un poco la tela para poder dar un vistazo al espécimen, pero la repentina escasez de luz me lo impidió. ¿Se había hecho de noche? ¿Tan pronto? Miré al cielo para encontrar un claro signo de muerte. El enorme meteorito caía silbando una tórrida canción final. Sabía que nada en varios kilómetros aguantaría la onda expansiva; que los daños estructurales serían más graves a más alto y rígido fuera el objeto. No había ningún refugio, ninguna trinchera ni grieta en las que guarecerse, y la opción de lanzarme al agua quedaba descartada, no sólo por mi fruta, sino por la temperatura a la que bulliría tras el impacto.
A menos que…
-¡A cubierto!- exclamé, aunque sabía que mis órdenes no cambiarían el destino de los habitantes del pueblo.
Solté mi recién estrenado hobby y me lancé bajo el puerto con la maleta sobre el pecho. Los juncos se clavaron como lanzas, pero por suerte se rompieron antes de atravesar por completo mi improvisado parapeto. Mi diestra formó la afilada cuchara y mi izquierda el cincel al llegar al suelo. Ahora disponía de las herramientas para abrirme hueco en la tierra.
-¡CINCEL! ¡CUBERTERIA! ¡TRINCHERA!- grité mientras hundía mis manos en la pesada ciénaga, cavando desesperado para cubrirme por completo. La boca me sabía a tierra, mis ojos ardían y los oídos se apelmazaban bajo capas de barro. Mi destrozada valija, a mi lado, me robaba hueco, pero no podía dejarla ni a mi espalda ni bajo mi pecho por temor a ser empalado; tampoco caí en, ni tenía tiempo de, echarla fuera. ¿De qué le servirían las posesiones materiales a un muerto?, pensé. Esperaba que no fuera mi último arrepentimiento.
Cogí la red y abrí un poco la tela para poder dar un vistazo al espécimen, pero la repentina escasez de luz me lo impidió. ¿Se había hecho de noche? ¿Tan pronto? Miré al cielo para encontrar un claro signo de muerte. El enorme meteorito caía silbando una tórrida canción final. Sabía que nada en varios kilómetros aguantaría la onda expansiva; que los daños estructurales serían más graves a más alto y rígido fuera el objeto. No había ningún refugio, ninguna trinchera ni grieta en las que guarecerse, y la opción de lanzarme al agua quedaba descartada, no sólo por mi fruta, sino por la temperatura a la que bulliría tras el impacto.
A menos que…
-¡A cubierto!- exclamé, aunque sabía que mis órdenes no cambiarían el destino de los habitantes del pueblo.
Solté mi recién estrenado hobby y me lancé bajo el puerto con la maleta sobre el pecho. Los juncos se clavaron como lanzas, pero por suerte se rompieron antes de atravesar por completo mi improvisado parapeto. Mi diestra formó la afilada cuchara y mi izquierda el cincel al llegar al suelo. Ahora disponía de las herramientas para abrirme hueco en la tierra.
-¡CINCEL! ¡CUBERTERIA! ¡TRINCHERA!- grité mientras hundía mis manos en la pesada ciénaga, cavando desesperado para cubrirme por completo. La boca me sabía a tierra, mis ojos ardían y los oídos se apelmazaban bajo capas de barro. Mi destrozada valija, a mi lado, me robaba hueco, pero no podía dejarla ni a mi espalda ni bajo mi pecho por temor a ser empalado; tampoco caí en, ni tenía tiempo de, echarla fuera. ¿De qué le servirían las posesiones materiales a un muerto?, pensé. Esperaba que no fuera mi último arrepentimiento.
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Antes de que pudiera poner un pie sobre aquel rocoso monumento que se alzaba imponente en medio del mar, oí el estruendoso choque de la monstruosa roca sobre la isla. El ruido me hizo daño en los oídos y el impacto levantó una gruesa capa de polvo y un viento fortísimo que llegaron a gran velocidad hasta mi posición.
Sin poder hacer nada para evitarlo, el aire caliente me empujó contra las rocas del peñasco, haciendo que recibiera algunos cortes en los brazos y las piernas, por intentar detener el golpe con ellos. El polvo me abrasó la parte inferior de la espalda, que había quedado al descubierto por el viento que levantaba mis ropas, y las alas, que aunque dolían no desaparecieron.
Me levanté, algo enfadado y refunfuñando, con un fuerte dolor de cabeza y un pitido en mis oídos, y volé tan rápido como pude, con algunos dolores, para volver a la isla de Shoko. Justo cuando llegué, mis alas se deshicieron. Creo que nunca las había usado tanto hasta ahora, y jamás había recibido heridas en las mismas, por lo que la sensación de dolor me resultó, hasta cierto punto, placentera y desestresante.
Entonces caí en un detalle, gracias al MALDITO meteorito del demonio, la isla estaría hecha mierda, y eso sin hablar de los insectos, que probablemente estarían muertísimos. Me acerqué al lugar de impacto para ver si había algo interesante... y VAYA si era interesante.
El meteorito parecía tener una capa exterior de piedra que había sido destruida, y su tamaño se había reducido considerablemente. El interior tenía una textura mate, sin brillo, de color plateado. La piedra echaba un leve humillo, por la alta temperatura que acababa de sufrir y a la que probablemente aún estaba, pero el interior, que apenas se había roto, no aparentaba estar caliente... ¿Cómo era posible?
Lentamente me acerqué a uno de los pocos pedazos de ese material que había salido despedido. Era un trozo de unos treinta o treinta y cinco centímetros de ancho y un metro de largo. Deslicé mi mano, poco a poco, intentando notar la temperatura del material. Estaba muy cerca y seguía sin notar nada, por lo que acabé por tocarlo y... estaba frío.
-¿Frío? ¿Qué demonios? -Ese material debía ser verdaderamente especial, por lo que había captado mi atención. Lo agarré y, para mi sorpresa, era bastante ligero. No había ningún insecto en las cercanías, no que yo hubiera visto, pero, si no conseguía ningún veneno, al menos me llevaba esto, que no era moco de pavo.
Sin poder hacer nada para evitarlo, el aire caliente me empujó contra las rocas del peñasco, haciendo que recibiera algunos cortes en los brazos y las piernas, por intentar detener el golpe con ellos. El polvo me abrasó la parte inferior de la espalda, que había quedado al descubierto por el viento que levantaba mis ropas, y las alas, que aunque dolían no desaparecieron.
Me levanté, algo enfadado y refunfuñando, con un fuerte dolor de cabeza y un pitido en mis oídos, y volé tan rápido como pude, con algunos dolores, para volver a la isla de Shoko. Justo cuando llegué, mis alas se deshicieron. Creo que nunca las había usado tanto hasta ahora, y jamás había recibido heridas en las mismas, por lo que la sensación de dolor me resultó, hasta cierto punto, placentera y desestresante.
Entonces caí en un detalle, gracias al MALDITO meteorito del demonio, la isla estaría hecha mierda, y eso sin hablar de los insectos, que probablemente estarían muertísimos. Me acerqué al lugar de impacto para ver si había algo interesante... y VAYA si era interesante.
El meteorito parecía tener una capa exterior de piedra que había sido destruida, y su tamaño se había reducido considerablemente. El interior tenía una textura mate, sin brillo, de color plateado. La piedra echaba un leve humillo, por la alta temperatura que acababa de sufrir y a la que probablemente aún estaba, pero el interior, que apenas se había roto, no aparentaba estar caliente... ¿Cómo era posible?
Lentamente me acerqué a uno de los pocos pedazos de ese material que había salido despedido. Era un trozo de unos treinta o treinta y cinco centímetros de ancho y un metro de largo. Deslicé mi mano, poco a poco, intentando notar la temperatura del material. Estaba muy cerca y seguía sin notar nada, por lo que acabé por tocarlo y... estaba frío.
-¿Frío? ¿Qué demonios? -Ese material debía ser verdaderamente especial, por lo que había captado mi atención. Lo agarré y, para mi sorpresa, era bastante ligero. No había ningún insecto en las cercanías, no que yo hubiera visto, pero, si no conseguía ningún veneno, al menos me llevaba esto, que no era moco de pavo.
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La sorda sacudida me zarandeó de pies a cabeza. Sentí mis músculos, mis huesos y el líquido de mi estómago combarse como la superficie de un mar turbulento. Luego vino el calor. Intenté moverme, mas no tenía hueco suficiente para usar toda mi fuerza. Choque tras choque, ampliando el espacio con cada espasmo, acabé por romper la tórrida superficie. Había conseguido librarme de mi humeante cascarón. Los restos del puerto ardían sobre mí; olía a ceniza y polvo.
Corrí al agua para apagarme agarrando mi mochila, que irónicamente no ardía, y me metí en el agua poco profunda. Grave error, salí escaldado. Aunque las llamas ya no se cebaban conmigo, estaba rojo como un tomate. Me alejé de las llamas y subí la playa de arena parda con esfuerzo. La visión que contemplé al subir el terraplén dejó un terrible hueco en mi corazón.
No había pueblo. Los edificios no eran más que cascotes que habían sucumbido sobre su propio peso y los barcos eran poco más que naufragios estampados contra el infierno de las pasarelas.
- No…- susurré apesadumbrado.
Me apresuré hacia los escombros arrastrando torpemente mi maleta; no conseguí soltarla hasta llegar a las ruinas. Agarré las rocas, afinando el oído para intentar encontrar algún superviviente… Y entonces me di cuenta:
Estaba sordo.
- No, no, no- repetí aterrorizado, reconociendo mi voz tan sólo en mi mente mientras me rascaba las orejas. Para la tranquilidad de mi espíritu, mi discapacidad era sólo un efecto de los sólidos tapones que se habían formado en mis oídos y que no me costó mucho eliminar-. Gracias a Dios- suspiré. Luego, la vergüenza de mi propio egoísmo me hundió el espíritu. Continué en mi fútil intento de encontrar alguna víctima que salvar entre los cadáveres sepultados.
Corrí al agua para apagarme agarrando mi mochila, que irónicamente no ardía, y me metí en el agua poco profunda. Grave error, salí escaldado. Aunque las llamas ya no se cebaban conmigo, estaba rojo como un tomate. Me alejé de las llamas y subí la playa de arena parda con esfuerzo. La visión que contemplé al subir el terraplén dejó un terrible hueco en mi corazón.
No había pueblo. Los edificios no eran más que cascotes que habían sucumbido sobre su propio peso y los barcos eran poco más que naufragios estampados contra el infierno de las pasarelas.
- No…- susurré apesadumbrado.
Me apresuré hacia los escombros arrastrando torpemente mi maleta; no conseguí soltarla hasta llegar a las ruinas. Agarré las rocas, afinando el oído para intentar encontrar algún superviviente… Y entonces me di cuenta:
Estaba sordo.
- No, no, no- repetí aterrorizado, reconociendo mi voz tan sólo en mi mente mientras me rascaba las orejas. Para la tranquilidad de mi espíritu, mi discapacidad era sólo un efecto de los sólidos tapones que se habían formado en mis oídos y que no me costó mucho eliminar-. Gracias a Dios- suspiré. Luego, la vergüenza de mi propio egoísmo me hundió el espíritu. Continué en mi fútil intento de encontrar alguna víctima que salvar entre los cadáveres sepultados.
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Cogí aquel trozo con ambas manos, para cargarlo cómodamente, y me alejé de los restos del meteorito. Me hubiera gustado llevarme más, pero no tenía medios para transportar todo el meteorito… Una verdadera lástima.
Al alejarme del lugar de impacto, al que me había acercado sin fijarme en nada más, un olor a madera quemada, humo y algo más que en ese momento no reconocí invadió mis sentidos. Miré a mi alrededor y contemplé que las inmediaciones al lugar del impacto resultó ser la zona habitada, el pequeño pueblo que aquí se encontraba, del que no quedaba más que ruinas.
El otro olor era el de la carne chamuscada, había cuerpos, repartidos por varias zonas, debajo de trozos de edificios, en algunos grupos cerca de lo que solían ser tiendas y desparramados por aquí y por allá. Agité levemente mi cabeza, como signo de molestia por el dolor que aún me afligía y que no parecía mermar, al menos no mientras siguiera oyendo el pitido. Tomo nota, los oídos son una parte muy sensible y, por tanto, una debilidad. Debería hacerme alguna modificación para poder evitar que algo así se repitiese.
Mientras pensaba qué podría hacer en mis oídos con mis conocimientos actuales sobre la ingeniería ciborg, noté que algo se movía. ¿Un superviviente? No parecía probable. Me acerqué y vi de espaldas a un hombre, vestido con muy buen gusto, debo decir, pero que había sufrido las inclemencias del incidente. Parecía estar buscando supervivientes…
-Perdone… Dudo mucho que haya supervivientes a tan poca distancia del lugar de impacto… -Dije, mientras iba moviéndome poco a poco hasta ponerme a su lado, aunque a cierta distancia, pues no sabía si era de fiar. -En vez de eso, quizás debería preocuparse por sí mismo, las quemaduras se pueden infectar… Y no estamos en un hospital precisamente… -Le comenté, al ver el estado de su piel, que mostraba claros signos de quemaduras de entre primer y segundo grado.
Si el individuo en cuestión pretendía seguir con su arriesgada y, probablemente, inútil búsqueda, lo dejaría allí. Cuando solicité mi ingreso en “La división científica por la justicia”, me comprometí a no dejar que un criminal salgo indemne en mi presencia y que haría lo posible para que la gente recibiera lo que se merecía… Pero yo no soy un justiciero, si este hombre no quería recibir atención médica, sería su problema, yo no tenía más motivos para quedarme ahí… A no ser que hubiera aún insectos por algún lado... Tendría que recorrer la isla por más tiempo si quería llevarme algo más que el pedazo de meteorito, pues de seguro aún había insectos, aunque fuera en la otra punta de la isla, o en una cueva, o en los manglares... Quién sabe.
Al alejarme del lugar de impacto, al que me había acercado sin fijarme en nada más, un olor a madera quemada, humo y algo más que en ese momento no reconocí invadió mis sentidos. Miré a mi alrededor y contemplé que las inmediaciones al lugar del impacto resultó ser la zona habitada, el pequeño pueblo que aquí se encontraba, del que no quedaba más que ruinas.
El otro olor era el de la carne chamuscada, había cuerpos, repartidos por varias zonas, debajo de trozos de edificios, en algunos grupos cerca de lo que solían ser tiendas y desparramados por aquí y por allá. Agité levemente mi cabeza, como signo de molestia por el dolor que aún me afligía y que no parecía mermar, al menos no mientras siguiera oyendo el pitido. Tomo nota, los oídos son una parte muy sensible y, por tanto, una debilidad. Debería hacerme alguna modificación para poder evitar que algo así se repitiese.
Mientras pensaba qué podría hacer en mis oídos con mis conocimientos actuales sobre la ingeniería ciborg, noté que algo se movía. ¿Un superviviente? No parecía probable. Me acerqué y vi de espaldas a un hombre, vestido con muy buen gusto, debo decir, pero que había sufrido las inclemencias del incidente. Parecía estar buscando supervivientes…
-Perdone… Dudo mucho que haya supervivientes a tan poca distancia del lugar de impacto… -Dije, mientras iba moviéndome poco a poco hasta ponerme a su lado, aunque a cierta distancia, pues no sabía si era de fiar. -En vez de eso, quizás debería preocuparse por sí mismo, las quemaduras se pueden infectar… Y no estamos en un hospital precisamente… -Le comenté, al ver el estado de su piel, que mostraba claros signos de quemaduras de entre primer y segundo grado.
Si el individuo en cuestión pretendía seguir con su arriesgada y, probablemente, inútil búsqueda, lo dejaría allí. Cuando solicité mi ingreso en “La división científica por la justicia”, me comprometí a no dejar que un criminal salgo indemne en mi presencia y que haría lo posible para que la gente recibiera lo que se merecía… Pero yo no soy un justiciero, si este hombre no quería recibir atención médica, sería su problema, yo no tenía más motivos para quedarme ahí… A no ser que hubiera aún insectos por algún lado... Tendría que recorrer la isla por más tiempo si quería llevarme algo más que el pedazo de meteorito, pues de seguro aún había insectos, aunque fuera en la otra punta de la isla, o en una cueva, o en los manglares... Quién sabe.
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Había visto gente ser asesinada, por mi mano y la de otros. Vi morir a mi padre ante mis ojos a causa de un súbito infarto que le arrancó su cansado espíritu. También vi perros ser sacrificados por perder una estúpida pelea de la que no debían formar parte. Me había acostumbrado a enfrentar a la parca cara a cara. Y, a pesar de todo, el fresco rostro de la muerte me revolvió el estómago. No habían tenido ninguna oportunidad.
Dejé los cadáveres de madre e hija en su último abrazo. Sus espaldas estaban rotas y la sangre se espesaba por el yeso. Me levanté cuando escuché el obvio comentario.
-Ni siquiera dudo, sé que nadie podría haber sobrevivido.- Y aquí estamos.-. Aguanto bastante bien las heridas, la verdad, pero aceptaré…- añadí, girándome para encontrarlo ya alejándose de mí. «¿Cómo se atrevía a iniciar una conversación para no terminarla?», pensé furioso, más furioso. Cogí mi maleta y sentí el asa gritar bajo mi mano. Fui recto hacia él y clavé la diestra en su hombro para girarle violentamente-. ¡Le estoy hablando, señor!- le aprendí con una voz tan terrible como el trueno.
Y, encima de todo, aquel hombre de negras ropas, enmascarado y maleducado, era un sucio saqueador. La pieza que sostenía, una enorme mena de brillante metal amorfo, no parecía algo muy común.« ¿Habría también una tienda de geología al lado del puesto de insectos preservados?», sospeché. Le di unos segundo para explicarse, para pedir clemencia antes de hundirle la careta en su cráneo, acusándole con una mirada oscura y cargada de desprecio.
Dejé los cadáveres de madre e hija en su último abrazo. Sus espaldas estaban rotas y la sangre se espesaba por el yeso. Me levanté cuando escuché el obvio comentario.
-Ni siquiera dudo, sé que nadie podría haber sobrevivido.- Y aquí estamos.-. Aguanto bastante bien las heridas, la verdad, pero aceptaré…- añadí, girándome para encontrarlo ya alejándose de mí. «¿Cómo se atrevía a iniciar una conversación para no terminarla?», pensé furioso, más furioso. Cogí mi maleta y sentí el asa gritar bajo mi mano. Fui recto hacia él y clavé la diestra en su hombro para girarle violentamente-. ¡Le estoy hablando, señor!- le aprendí con una voz tan terrible como el trueno.
Y, encima de todo, aquel hombre de negras ropas, enmascarado y maleducado, era un sucio saqueador. La pieza que sostenía, una enorme mena de brillante metal amorfo, no parecía algo muy común.« ¿Habría también una tienda de geología al lado del puesto de insectos preservados?», sospeché. Le di unos segundo para explicarse, para pedir clemencia antes de hundirle la careta en su cráneo, acusándole con una mirada oscura y cargada de desprecio.
- Explicación para el Mod de turno.:
- [Explicación para el Mod: Kenmei está sordo y no oye, así que seguiría con su plan de seguir a su bola ya que no sabe que le contesto. También he preguntado antes de hacer la cerrada al user, aunque el científico no podría oírme mientras me acerco.]
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Cuando pretendía alejarme de la escena, noté una mano en mi hombro derecho, tirando de mí y haciendo que me volteara. Entonces lo comprendí todo. Lo que seguramente había sido un grito, llegó a mis oídos con ruido, sin poder distinguir del todo las palabras.
-"Ha dicho... ¿hablando?... Ah, claro, debe haberme hablado, ni siquiera he oído sus pasos acercándose a mí, mis oídos deben estar pasándome una mala jugada." -Pensé. Cogí el pedazo de meteorito con la mano derecha y lo apoyé sobre el suelo, mientras con la izquierda me quitaba la máscara y la metía en uno de mis bolsillos interiores. -Perdón, creo que el estruendo del impacto ha hecho mella en mis oídos. -Ya no oía el pitido, por lo que probablemente podría escuchar la respuesta a mis palabras. De todas formas, creí conveniente explicárselo y así hacer un poco más de tiempo, por si mis oídos se recuperaban algo más. -Debo suponer por su reacción que ha respondido a lo que le he dicho antes y yo no lo he oído. Entonces ¿qué va a hacer?¿Me permite tratarlo? Sé que vendar toda la piel quemada puede resultar incómodo... -Porque iba a parecer una momia, pero al menos una momia trajeada. -...Pero le prometo que es lo mejor, si no, se expone a infecciones.
Froté mis oídos con la mano libre y esperé una respuesta. Si no me equivocaba, lo cual era lo más probable, debería ser capaz, al menos, de distinguir las palabras, aunque puede que las oyera a menor volumen del que debiera estando en mejor estado.
Aunque apenas había oído lo que había dicho, incluso si lo había gritado, lo que sí había notado era su actitud hostil, por lo que intenté expresarme de la manera más pacífica posible… Pero debo reconocer que no me gustó mucho como me miraba, ni como miraba el fragmento de meteorito que llevaba. Más le valía no querer quitármelo si no quería aprender lo que realmente significa estar chamuscado… o en cachitos. Incluso sin mis capacidades auditivas en perfecto estado, no tendría ningún problema en matarlo, de eso estaba seguro… Je, ¿qué se cree con ese traje? ¿Un mafioso?
-"Ha dicho... ¿hablando?... Ah, claro, debe haberme hablado, ni siquiera he oído sus pasos acercándose a mí, mis oídos deben estar pasándome una mala jugada." -Pensé. Cogí el pedazo de meteorito con la mano derecha y lo apoyé sobre el suelo, mientras con la izquierda me quitaba la máscara y la metía en uno de mis bolsillos interiores. -Perdón, creo que el estruendo del impacto ha hecho mella en mis oídos. -Ya no oía el pitido, por lo que probablemente podría escuchar la respuesta a mis palabras. De todas formas, creí conveniente explicárselo y así hacer un poco más de tiempo, por si mis oídos se recuperaban algo más. -Debo suponer por su reacción que ha respondido a lo que le he dicho antes y yo no lo he oído. Entonces ¿qué va a hacer?¿Me permite tratarlo? Sé que vendar toda la piel quemada puede resultar incómodo... -Porque iba a parecer una momia, pero al menos una momia trajeada. -...Pero le prometo que es lo mejor, si no, se expone a infecciones.
Froté mis oídos con la mano libre y esperé una respuesta. Si no me equivocaba, lo cual era lo más probable, debería ser capaz, al menos, de distinguir las palabras, aunque puede que las oyera a menor volumen del que debiera estando en mejor estado.
Aunque apenas había oído lo que había dicho, incluso si lo había gritado, lo que sí había notado era su actitud hostil, por lo que intenté expresarme de la manera más pacífica posible… Pero debo reconocer que no me gustó mucho como me miraba, ni como miraba el fragmento de meteorito que llevaba. Más le valía no querer quitármelo si no quería aprender lo que realmente significa estar chamuscado… o en cachitos. Incluso sin mis capacidades auditivas en perfecto estado, no tendría ningún problema en matarlo, de eso estaba seguro… Je, ¿qué se cree con ese traje? ¿Un mafioso?
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Se excusó, escudándose en su impedimento. Supongo que con ese escueto “Perdón” tendrá que bastar. No podría permitirme tal falta de respeto una vez determinadas las verdaderas circunstancias que lo rodeaban, aunque seguiría tenso un buen rato. Deseaba pagar mis frustraciones, pero no debía hacerlo con alguien que no lo merecía… Él no tenía la culpa de que estar sordo, y a pesar de ser un sucio saqueador se había ofrecido a sanar mis heridas.
Simplemente asentí, soltando respetuosamente su hombro. Buscaría luego un escombro en el que tomar asiento, haciendo un gesto para que hiciera el favor de seguirme. Me sentaría ahí a la espera de ser atendido.
-Me presento: soy Alphonse Capone, es un placer conocerle- dije alzando el tono y con una dicción envidiable, dejando mi destartalado bártulo a mi lado. Una vez se presentara, y para mantener una cordial charla como la que se tiene con un peluquero, seguiría- ¿Vino por turismo como yo? En Shoko no hay mucho de interés, excepto por los insectos… o… había- dije dedicando una mirada al triste alrededor.
Un poco después, esperando el cordial servicio, añadiría:
-¿Ese metal que lleva, de dónde lo ha sacado? No parece muy común… Parece plata, ¿lo es?- De ser así podría valer mucho. Luego, entendiendo que mi interés podría malinterpretarse, añadí-. Tranquilo, no voy arrebatárselo; usted me está haciendo un gran favor. Tan sólo quería saber si hay más...- No me importaría sacar tajada para rellenar el hueco que sentía en mi alma. Todos estaban muertos, ya no podía hacerse nada… Los dos lo sabíamos, aunque desde dos perspectivas muy distintas.
Si decidía que era necesario desvestirme para atenderme así lo haría, aunque luego volvería a colocarme los elegantes harapos; no confiaba que, tras la punción de mi equipaje, alguna pieza de ropa estuviera en mejor estado. Ya tendría tiempo de comprobarlo más tarde, una vez empacara otro tipo de objeto.
- ¿Haría el favor de indicarme dónde está el resto?- diría, si hubiera mentado el origen de aquel mineral que quería añadir a mi colección.
Simplemente asentí, soltando respetuosamente su hombro. Buscaría luego un escombro en el que tomar asiento, haciendo un gesto para que hiciera el favor de seguirme. Me sentaría ahí a la espera de ser atendido.
-Me presento: soy Alphonse Capone, es un placer conocerle- dije alzando el tono y con una dicción envidiable, dejando mi destartalado bártulo a mi lado. Una vez se presentara, y para mantener una cordial charla como la que se tiene con un peluquero, seguiría- ¿Vino por turismo como yo? En Shoko no hay mucho de interés, excepto por los insectos… o… había- dije dedicando una mirada al triste alrededor.
Un poco después, esperando el cordial servicio, añadiría:
-¿Ese metal que lleva, de dónde lo ha sacado? No parece muy común… Parece plata, ¿lo es?- De ser así podría valer mucho. Luego, entendiendo que mi interés podría malinterpretarse, añadí-. Tranquilo, no voy arrebatárselo; usted me está haciendo un gran favor. Tan sólo quería saber si hay más...- No me importaría sacar tajada para rellenar el hueco que sentía en mi alma. Todos estaban muertos, ya no podía hacerse nada… Los dos lo sabíamos, aunque desde dos perspectivas muy distintas.
Si decidía que era necesario desvestirme para atenderme así lo haría, aunque luego volvería a colocarme los elegantes harapos; no confiaba que, tras la punción de mi equipaje, alguna pieza de ropa estuviera en mejor estado. Ya tendría tiempo de comprobarlo más tarde, una vez empacara otro tipo de objeto.
- ¿Haría el favor de indicarme dónde está el resto?- diría, si hubiera mentado el origen de aquel mineral que quería añadir a mi colección.
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Retiró su mano de mi hombro y se sentó en un pedazo de piedra cercano, resto de la catástrofe que acababa de sufrir la zona. Con elegancia y buenos modales procedió a presentarse. Poco a poco había ido recuperando la audición, así que ahora ya pude oírlo con claridad.
-Kenmei Shiba, igualmente es un placer. -Dije con un tono algo monótono mientras sacaba unas vendas y comencé por sus brazos. -No se quite la ropa, podría arrancarse la piel, simplemente espere, tomará un momento.
Tras darle esas breves instrucciones, pretendía seguir la tarea en silencio, pero el señor Capone aparentaba querer mantener una conversación...
-No hay mucho de interés, excepto por los insectos... -Repetí.- Claro, pero en mi caso, los insectos son de gran interés. Verá, soy científico, me habían comentado que había una gran variedad de insectos aquí, con distintos y potentes venenos que llamaron mi atención, por lo que me puse en camino a esta isla... pero tenía que caer un meteorito. ¿Cree que quedará alguno? En otra parte de la isla, probablemente ¿no?
Tras eso, mostró cierto interés en el fragmento de meteorito, que había dejado a un metro de sus pies mientras lo vendaba.
-"Claro que no vas a robármelo, inténtalo si quieres." -Pensé en cuanto oí cómo comenzó la frase. Sin embargo, una vez acabó, me entró la curiosidad, ¿por qué le interesaba? ¿No era solo un turista? ¿Qué haría si le enseñaba el meteorito? Yo no iba a poder cargar más que lo que ya llevaba, por lo que no habría ningún problema en que se lo enseñase. Aunque, por otra parte, no debería dejar que se llevase nada de él, en tanto que debemos investigarlo y será propiedad del gobierno.
Como ya había terminado de vendarlo, le indiqué que se levantara y le respondí. -Puedo llevarlo si quiere, pero el gobierno va a querer investigarlo y, por tanto, le pertenece, así que no está autorizado a llevarse una muestra. -Le dije mientras cogí mi pedazo y comencé a andar en dirección al lugar del impacto, aunque sin darle la espalda por si el comentario le molestaba y mostraba una respuesta... hostil.
-Kenmei Shiba, igualmente es un placer. -Dije con un tono algo monótono mientras sacaba unas vendas y comencé por sus brazos. -No se quite la ropa, podría arrancarse la piel, simplemente espere, tomará un momento.
Tras darle esas breves instrucciones, pretendía seguir la tarea en silencio, pero el señor Capone aparentaba querer mantener una conversación...
-No hay mucho de interés, excepto por los insectos... -Repetí.- Claro, pero en mi caso, los insectos son de gran interés. Verá, soy científico, me habían comentado que había una gran variedad de insectos aquí, con distintos y potentes venenos que llamaron mi atención, por lo que me puse en camino a esta isla... pero tenía que caer un meteorito. ¿Cree que quedará alguno? En otra parte de la isla, probablemente ¿no?
Tras eso, mostró cierto interés en el fragmento de meteorito, que había dejado a un metro de sus pies mientras lo vendaba.
-"Claro que no vas a robármelo, inténtalo si quieres." -Pensé en cuanto oí cómo comenzó la frase. Sin embargo, una vez acabó, me entró la curiosidad, ¿por qué le interesaba? ¿No era solo un turista? ¿Qué haría si le enseñaba el meteorito? Yo no iba a poder cargar más que lo que ya llevaba, por lo que no habría ningún problema en que se lo enseñase. Aunque, por otra parte, no debería dejar que se llevase nada de él, en tanto que debemos investigarlo y será propiedad del gobierno.
Como ya había terminado de vendarlo, le indiqué que se levantara y le respondí. -Puedo llevarlo si quiere, pero el gobierno va a querer investigarlo y, por tanto, le pertenece, así que no está autorizado a llevarse una muestra. -Le dije mientras cogí mi pedazo y comencé a andar en dirección al lugar del impacto, aunque sin darle la espalda por si el comentario le molestaba y mostraba una respuesta... hostil.
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Las palabras del médico habían captado mi atención. El hecho de que fuera científico me agradó, aquella profesión se encargaba del constante avance lógico de la sociedad, mientras que la mía alimentaba las almas que deseaban un alivio de lo mecánico. Luego, su interés por los venenos me dio mala espina. ¿A qué fin destinaría esas investigaciones sobre los venenos? ¿Quería curar enfermedades y sacar remedios utilizando sus abracadabras químicos… o sería todo lo contrario?
- Probablemente, aunque seguro que ahora están asustados- añadí, compartiendo su visión sobre la fauna local.
Las gentes de otros pueblos también lo estarían. ¿Hasta dónde habría llegado la canción de aquel trozo de roca y metal?
Sus servicios me complacieron, así como su inicial ofrecimiento. Pero pronto la amabilidad se transformó en amenaza. ¿Qué era realmente? ¿Quién era él para dar órdenes a un hombre libre? ¿Tan alto sería su cargo? Tenía que andarme con ojo, mucho ojo. Más de una vez había pensado en formar parte del Gobierno, de La Marina o bien ser un cazador. Veía la vía legal como un camino más simple, con más facilidades, mucho menos problemático. Pero… ¿se convertiría mi justicia en la justicia del mundo? No, probablemente no.
Me estiré notando el escozor de las vendas sobre la piel quemada, crujiendo levemente el cuello que deseaba zafarse de la presión a la que había sido sometido.
- Verá, señor Shiba, creo que se equivoca- dije amablemente, pero con un matiz seco y tajante-. En primer lugar, creo que este páramo lleno de bichos no está dentro de la jurisdicción gubernamental, por lo que el derecho de quitarle a las gentes sus… recursos no está legitimado. Claro que podría equivocarme, seguro que esta isla sin instalaciones científicas para estudiar la peculiar y venenosa fauna es parte de tan ilustre institución, ¿no?- comenté con cierta ironía-. No. Así que, como yo lo veo, tan sólo somos un par de muchachos que han logrado salvarse de una terrible catástrofe y que quieren saquear lo poco que queda del único “puerto”- si podía llamarse así al lugar antes de la destrucción-. Como comprenderá, las afligidas gentes del resto de la isla, que seguro tenían algún familiar viviendo por aquí, nos verán como unas… terribles, terribles personas. Nos matarán, cogerán todo lo que haya de valor y el gobierno no verá ni una “muestra” del metal- dejé que la idea calara en su mente, paladeando cada peligrosa sílaba-. Ahora, le planteo una opción distinta- me detuve, humedeciéndome los labios ante tan suculenta idea-: si me deja hacer mi trabajo, podríamos llevarnos todo ese metal… que por lo que veo no es venenoso al tacto ni nada- dije mirando tranquilamente la pieza que sostenía-, para después marcharnos con un barco del gobierno al que, supongo, llamará. No debe estar muy lejos si ha llegado usted aquí, ¿verdad? Y tras eso no sólo podrán recuperar una… pactada parte del material, cifras que discutiremos cuando no se nos eche el tiempo ni la marabunta encima, sino que también, y dada la rápida intervención de la institución, podrían comenzarse buenas relaciones con las gentes de la isla. Quién sabe, a lo mejor podrían crear un puerto apropiado, un lugar al que llegar con barcos apropiadamente equipados, un sitio en el que crear un laboratorio para el estudio biológico de esos… venenosos insectos. Casi puedo ver ese edificio con una placa que diga… “Laboratorios Kenmei Shiba”.
Daría unos ceremoniosos pasos al frente antes de darme la vuelta hacia él con una maliciosa sonrisa. Extendería mi mano abierta.
- Honraré la confianza que deposite en mí, sobre todo después de sanarme; soy un hombre justo… ¿Tenemos un trato?- esperaría a que me estrechara la mano para ponerme a hacer las “mudanzas” una vez me llevara al lugar.
Primero, haría desaparecer mi maleta en mis manos, lanzándola a mi interior con un seco movimiento. Total, necesitaría otra. Luego sería el turno de aquellas piezas de metal que el empleado del Gobierno tendría que indicarme. Mientras tanto, apoyando las atenciones de mi compañero, reforzaría mi regeneración con mi propia peculiaridad.
- Probablemente, aunque seguro que ahora están asustados- añadí, compartiendo su visión sobre la fauna local.
Las gentes de otros pueblos también lo estarían. ¿Hasta dónde habría llegado la canción de aquel trozo de roca y metal?
Sus servicios me complacieron, así como su inicial ofrecimiento. Pero pronto la amabilidad se transformó en amenaza. ¿Qué era realmente? ¿Quién era él para dar órdenes a un hombre libre? ¿Tan alto sería su cargo? Tenía que andarme con ojo, mucho ojo. Más de una vez había pensado en formar parte del Gobierno, de La Marina o bien ser un cazador. Veía la vía legal como un camino más simple, con más facilidades, mucho menos problemático. Pero… ¿se convertiría mi justicia en la justicia del mundo? No, probablemente no.
Me estiré notando el escozor de las vendas sobre la piel quemada, crujiendo levemente el cuello que deseaba zafarse de la presión a la que había sido sometido.
- Verá, señor Shiba, creo que se equivoca- dije amablemente, pero con un matiz seco y tajante-. En primer lugar, creo que este páramo lleno de bichos no está dentro de la jurisdicción gubernamental, por lo que el derecho de quitarle a las gentes sus… recursos no está legitimado. Claro que podría equivocarme, seguro que esta isla sin instalaciones científicas para estudiar la peculiar y venenosa fauna es parte de tan ilustre institución, ¿no?- comenté con cierta ironía-. No. Así que, como yo lo veo, tan sólo somos un par de muchachos que han logrado salvarse de una terrible catástrofe y que quieren saquear lo poco que queda del único “puerto”- si podía llamarse así al lugar antes de la destrucción-. Como comprenderá, las afligidas gentes del resto de la isla, que seguro tenían algún familiar viviendo por aquí, nos verán como unas… terribles, terribles personas. Nos matarán, cogerán todo lo que haya de valor y el gobierno no verá ni una “muestra” del metal- dejé que la idea calara en su mente, paladeando cada peligrosa sílaba-. Ahora, le planteo una opción distinta- me detuve, humedeciéndome los labios ante tan suculenta idea-: si me deja hacer mi trabajo, podríamos llevarnos todo ese metal… que por lo que veo no es venenoso al tacto ni nada- dije mirando tranquilamente la pieza que sostenía-, para después marcharnos con un barco del gobierno al que, supongo, llamará. No debe estar muy lejos si ha llegado usted aquí, ¿verdad? Y tras eso no sólo podrán recuperar una… pactada parte del material, cifras que discutiremos cuando no se nos eche el tiempo ni la marabunta encima, sino que también, y dada la rápida intervención de la institución, podrían comenzarse buenas relaciones con las gentes de la isla. Quién sabe, a lo mejor podrían crear un puerto apropiado, un lugar al que llegar con barcos apropiadamente equipados, un sitio en el que crear un laboratorio para el estudio biológico de esos… venenosos insectos. Casi puedo ver ese edificio con una placa que diga… “Laboratorios Kenmei Shiba”.
Daría unos ceremoniosos pasos al frente antes de darme la vuelta hacia él con una maliciosa sonrisa. Extendería mi mano abierta.
- Honraré la confianza que deposite en mí, sobre todo después de sanarme; soy un hombre justo… ¿Tenemos un trato?- esperaría a que me estrechara la mano para ponerme a hacer las “mudanzas” una vez me llevara al lugar.
Primero, haría desaparecer mi maleta en mis manos, lanzándola a mi interior con un seco movimiento. Total, necesitaría otra. Luego sería el turno de aquellas piezas de metal que el empleado del Gobierno tendría que indicarme. Mientras tanto, apoyando las atenciones de mi compañero, reforzaría mi regeneración con mi propia peculiaridad.
- Cosas usadas:
- Ámbito activo I Will Survive que hace bajar 1 rango heridas físicas o venenos (elegido heridas físicas). + Bienvenido.(Forma no combativa) que me permite lanzar cosas a mi alrededor siempre que las golpee. Al salir pasa lo mismo, así que no está indicado para cosas frágiles.
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Sus palabras iban cargadas de veneno; estaba siendo irónico y, hasta cierto punto, hiriente, pero tenía toda la razón del mundo, solo había dos opciones: o nos llevábamos lo que podíamos y nos íbamos, o no veríamos más del meteorito... y puede que ni la luz del sol.
Y, aunque a otros su actitud le hubiera resultado particularmente molesta, debo reconocer que me encantó. No podía parar de reír. Era tan inhumano, esos ojos rasgados y penetrantes, esa sonrisa llena de maldad... Simplemente perfecto.
-Jajajajajajajajajaja, eres un tipo interesante. Puedo tutearte, ¿no? Jajajaja... Trato hecho. -Le estreché la mano con firmeza y proseguí hablando, mientras continuaba de camino al meteorito. -Has mencionado algo sobre "hacer tu trabajo", ¿a qué te referías exactamente? Porque... -Me detuve al ver lo que hacía con su maleta. Como si fuera lo más normal del mundo, dejé escapar un "Oh" y me quedé pensativo y callado un par de minutos, hasta que llegamos a la zona de impacto.
-Paramecia supongo... ¡Bueno! Aquí está el maravilloso meteorito del que proviene el pedazo que me has visto cargar. Como verás, parece que el núcleo está hecho de un material bastante resistente y, creo que te sorprenderá saber, que pocos minutos después del impacto, el material en cuestión no estaba caliente en absoluto. ¿Debo suponer que puedes guardar cualquier cosa en tu interior? ¿Algún tipo de fruta de bolsillo, almacén o algo así? -Pregunté, con cierta curiosidad. Independientemente de la respuesta, un hecho se mantenía inalterable: podía llevar más material que yo y, por tanto, era conveniente contar con él. En mi mente, empecé a imaginar situaciones en las que me vendría bien tenerlo al lado... De hecho, incluso si no lo necesitara, apostaba a que sería mejor compañía que muchos otros, su forma de ser era bastante más interesante que la de la gran mayoría.
-Alphonse... -Le diría cuando hubiese acabado de guardar ese extraño material. -No sé si eres un criminal buscado, uno cuyos crímenes no han salido a la luz o no tienes relación alguna con el crimen, pero... como te dije antes, me has caído bien. ¿Habría alguna forma de ser socios o aliados de alguna forma?
Comento lo de los crímenes porque sería conveniente que hicieras memoria, el gobierno no suele llevarse muy bien con los criminales y, por tanto, nuestros lazos tendrían que mantenerse ocultos, pero creo que podría ser muy satisfactorio y beneficioso para ambos... Aunque debo advertirte que tengo ciertas responsabilidades con respecto al crimen, por lo que no me voy a involucrar en nada ilegal ni permitiré que lo cometas mientras esté en mi mano evitarlo... -Mi dificultad social me estaba jugando una mala pasada, muchas palabras pero no sé si estaba quedando claro.
-Perdona mi poca brevedad, en resumen, mi propuesta es que mantengamos el contacto para beneficio mutuo en tanto que no implique actos criminales. Si yo te proporciono de algo, no quiero saber que ha sido usado para el crimen... Aunque si lo haces y no me entero... Bueno, ¿qué me dices? -Concluí con una sonrisa y, imitando su trato precio, le tendí la mano.
Y, aunque a otros su actitud le hubiera resultado particularmente molesta, debo reconocer que me encantó. No podía parar de reír. Era tan inhumano, esos ojos rasgados y penetrantes, esa sonrisa llena de maldad... Simplemente perfecto.
-Jajajajajajajajajaja, eres un tipo interesante. Puedo tutearte, ¿no? Jajajaja... Trato hecho. -Le estreché la mano con firmeza y proseguí hablando, mientras continuaba de camino al meteorito. -Has mencionado algo sobre "hacer tu trabajo", ¿a qué te referías exactamente? Porque... -Me detuve al ver lo que hacía con su maleta. Como si fuera lo más normal del mundo, dejé escapar un "Oh" y me quedé pensativo y callado un par de minutos, hasta que llegamos a la zona de impacto.
-Paramecia supongo... ¡Bueno! Aquí está el maravilloso meteorito del que proviene el pedazo que me has visto cargar. Como verás, parece que el núcleo está hecho de un material bastante resistente y, creo que te sorprenderá saber, que pocos minutos después del impacto, el material en cuestión no estaba caliente en absoluto. ¿Debo suponer que puedes guardar cualquier cosa en tu interior? ¿Algún tipo de fruta de bolsillo, almacén o algo así? -Pregunté, con cierta curiosidad. Independientemente de la respuesta, un hecho se mantenía inalterable: podía llevar más material que yo y, por tanto, era conveniente contar con él. En mi mente, empecé a imaginar situaciones en las que me vendría bien tenerlo al lado... De hecho, incluso si no lo necesitara, apostaba a que sería mejor compañía que muchos otros, su forma de ser era bastante más interesante que la de la gran mayoría.
-Alphonse... -Le diría cuando hubiese acabado de guardar ese extraño material. -No sé si eres un criminal buscado, uno cuyos crímenes no han salido a la luz o no tienes relación alguna con el crimen, pero... como te dije antes, me has caído bien. ¿Habría alguna forma de ser socios o aliados de alguna forma?
Comento lo de los crímenes porque sería conveniente que hicieras memoria, el gobierno no suele llevarse muy bien con los criminales y, por tanto, nuestros lazos tendrían que mantenerse ocultos, pero creo que podría ser muy satisfactorio y beneficioso para ambos... Aunque debo advertirte que tengo ciertas responsabilidades con respecto al crimen, por lo que no me voy a involucrar en nada ilegal ni permitiré que lo cometas mientras esté en mi mano evitarlo... -Mi dificultad social me estaba jugando una mala pasada, muchas palabras pero no sé si estaba quedando claro.
-Perdona mi poca brevedad, en resumen, mi propuesta es que mantengamos el contacto para beneficio mutuo en tanto que no implique actos criminales. Si yo te proporciono de algo, no quiero saber que ha sido usado para el crimen... Aunque si lo haces y no me entero... Bueno, ¿qué me dices? -Concluí con una sonrisa y, imitando su trato precio, le tendí la mano.
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Nunca habría esperado semejante respuesta. Se reía como un maldito desquiciado, y aún no podía distinguir si lo hacía porque iba a matarme o si era por puro nerviosismo. Bien confiaba demasiado en sus habilidades y estatus, o todo lo contrario. Su firme agarre balanceaba la situación a una que me era mucho más problemática. Asentí levemente antes de ponerme a trabajar.
Aquel hombre hablaba y hablaba, preguntándome sin yo querer contestarle mientras permanecía ocupado en mi esfuerzo. Los trozos de aquel carromato de metal pesaban una barbaridad, obligándome a cogerlos lentamente usando las piernas como apoyo. El primer golpe al entrar en mi interior me detuvo por unos instantes mientras el metal rompía las losas de mi preciado suelo, trayéndome un dolor propio de un molesto gas.
Poco a poco fui limpiando los pocos restos del preciado metal, que no llegaba a ocupar más del tamaño de un carro mediano. Cogí bastantes trozos enfriados de la roca externa, por puro coleccionismo. ¿Quién iba a tener rocas que habían estado en la oscuridad del cielo? Yo, sólo yo. Un preciado objeto de coleccionista que podría contemplar como amargo recordatorio del día en que casi… morí, del día en el que un pueblo fue aplastado.
Cuando el funcionario continuó hablando, me extrañó la poca… decencia que tenía. ¿Colaborar sin ningún tipo de tapujo, no sincero al menos, con alguien que él mismo sugería que era un criminal? Esa era una actitud sólo compartida por los poderosos y los increíblemente estúpidos. ¿Cuál de los dos era Kenmei Shiba? ¿Quizá ambos? Debía ir con pies de plomo antes de que empezara a arrepentirme de mi trato.
-Puede estar tranquilo, sólo soy un honrado ciudadano- dije sincero, sin hacer alusión alguna a los asesinatos de gente malvada que, por supuesto, no me traían deshonra alguna-. Supongo que podríamos compartir número de den-den, eso debería bastar para mantener el contacto.- Un contacto que preferiría olvidar si las cosas empezaban a torcerse. Le ofrecí el mío de memoria, anotando con mi yo interior en una libreta el suyo si así me lo proporcionaba.
Aquella traicionera criatura que escupía a su propio Gobierno y a la ley me tendió su garra. No quería tener ninguna amistad con gente de esa calaña… pero… ten a tus amigos más cerca y a tus enemigos aún más. También, el no cooperar con él podría traerme más problemas de los que quería. Estreché mi mano sucia de esfuerzo y hollín, dando un firme apretón de manos.
-Ahora, si no me equivoco, debería realizar su llamada de teléfono- en vez de estar como un subnormal mirando como trabajo sin hacer nada. Maldito saqueador… si por mí fuera no vería más que el trozo de metal que aún tenía en su posesión.
Las carreras a través de los humedales, rompiendo el cañizal y atravesando los edificios captaron mi oído ya largo tiempo acabada la peculiar minería. Aún quedaban muchos cascotes sin filones que extraer repartidos en el área del impacto. Me quedé sentado sobre los escombros, descansando el cuerpo y el alma del agotamiento de una extenuante jornada. Tenía hambre.
Aquel hombre hablaba y hablaba, preguntándome sin yo querer contestarle mientras permanecía ocupado en mi esfuerzo. Los trozos de aquel carromato de metal pesaban una barbaridad, obligándome a cogerlos lentamente usando las piernas como apoyo. El primer golpe al entrar en mi interior me detuvo por unos instantes mientras el metal rompía las losas de mi preciado suelo, trayéndome un dolor propio de un molesto gas.
Poco a poco fui limpiando los pocos restos del preciado metal, que no llegaba a ocupar más del tamaño de un carro mediano. Cogí bastantes trozos enfriados de la roca externa, por puro coleccionismo. ¿Quién iba a tener rocas que habían estado en la oscuridad del cielo? Yo, sólo yo. Un preciado objeto de coleccionista que podría contemplar como amargo recordatorio del día en que casi… morí, del día en el que un pueblo fue aplastado.
Cuando el funcionario continuó hablando, me extrañó la poca… decencia que tenía. ¿Colaborar sin ningún tipo de tapujo, no sincero al menos, con alguien que él mismo sugería que era un criminal? Esa era una actitud sólo compartida por los poderosos y los increíblemente estúpidos. ¿Cuál de los dos era Kenmei Shiba? ¿Quizá ambos? Debía ir con pies de plomo antes de que empezara a arrepentirme de mi trato.
-Puede estar tranquilo, sólo soy un honrado ciudadano- dije sincero, sin hacer alusión alguna a los asesinatos de gente malvada que, por supuesto, no me traían deshonra alguna-. Supongo que podríamos compartir número de den-den, eso debería bastar para mantener el contacto.- Un contacto que preferiría olvidar si las cosas empezaban a torcerse. Le ofrecí el mío de memoria, anotando con mi yo interior en una libreta el suyo si así me lo proporcionaba.
Aquella traicionera criatura que escupía a su propio Gobierno y a la ley me tendió su garra. No quería tener ninguna amistad con gente de esa calaña… pero… ten a tus amigos más cerca y a tus enemigos aún más. También, el no cooperar con él podría traerme más problemas de los que quería. Estreché mi mano sucia de esfuerzo y hollín, dando un firme apretón de manos.
-Ahora, si no me equivoco, debería realizar su llamada de teléfono- en vez de estar como un subnormal mirando como trabajo sin hacer nada. Maldito saqueador… si por mí fuera no vería más que el trozo de metal que aún tenía en su posesión.
Las carreras a través de los humedales, rompiendo el cañizal y atravesando los edificios captaron mi oído ya largo tiempo acabada la peculiar minería. Aún quedaban muchos cascotes sin filones que extraer repartidos en el área del impacto. Me quedé sentado sobre los escombros, descansando el cuerpo y el alma del agotamiento de una extenuante jornada. Tenía hambre.
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Su actitud me parecía algo bipolar, una dualidad interior que lo dividía: por una parte siendo hasta cierto punto "maligno" y, por otra parte, un "honrado ciudadano". Lógicamente, era la primera parte la que me había llamado la atención, pero supongo que no podía esperar que todos los habitantes del planeta fueran genios... Supongo que podría etiquetarlo de "sujeto digno de estudio". Me pregunto qué puede ofrecerme... Aparte de su capacidad como transporte de mercancías, claro está.
Sus palabras "eso debería bastar" dejaban entrever que no le apasionaba precisamente la idea de relacionarse conmigo, pero al menos me dio su número y yo respondí de igual manera, aunque algo decepcionado... Tendría que mantenerme pendiente para ver si tenía alguna habilidad o algo que me pudiera ser de utilidad, con esa actitud y nada que ofrecer no pensaba ser yo el primero en hacer favores.
Por otra parte, me molestó bastante que, sin responder mis preguntas, me "sugiriese" hacer la llamada. ¿Quién era él para darme órdenes? Bueno, no había sido exactamente una orden... ¡Pero era igualmente molesto!
Farfullando, me puse la máscara para que no viera mi mueca de desagrado y cogí el Den Den Mushi para contactar con quien me había traído para saber qué había sido de él, probablemente el fuerte viento levantado por el impacto habría empujado el barco, alejándolo de la isla, pero no pensé que fuera nada serio. Me alejé un poco para tener cierta privacidad y comencé a hablar.
-Aquí Kenmei Shiba, sin heridas tras la caída del meteorito. ¿Cuál es su situación?
-Nos hemos alejado de la isla para reparar un par de... cosillas que han sucedido por el "regalo" que ha caído del cielo. No necesitará que lo recojamos ya, ¿no?
La pregunta en sí ya dejaba claro que eso no sería una posibilidad, así que, tras un silencio de un par de segundos y un suspiro, respondí.
-¿Cuánto van a durar las reparaciones? No necesito una extracción inmediata, pero sí que sería conveniente cuanto antes.
-Pues supongo que... ¿Qué? -Se oían murmullos, alguien le estaba comunicando la situación.- Uhm... Me temo que no será posible que lo saquemos hoy, debería llamar mañana temprano para que le mantenga informado, siento las molestias.
Solté un gruñido, miré a Alphonse y volví a mirar al Den Den Mushi.
-Si no hay más remedio... ¡Dense prisa! No quiero pasar mucho en este apestoso lugar infestado de mercenarios. -Concluí enfadado y colgando sin esperar respuesta.
Volviendo a acercarme al señor Capone, le resumí en pocas palabras la llamada.
-Tienen problemas, mínimo hemos de esperara hasta mañana. -Después, intentando mantener la compostura, repetí las preguntas que había ignorado antes.- Entonces, ¿a qué se dedica? Y... ¿Debo entender que es usted usuario de una akuma no mi? ¿Cuál? -Dije de manera algo monótona, por el asco que me producía tener que repetirme.
Sus palabras "eso debería bastar" dejaban entrever que no le apasionaba precisamente la idea de relacionarse conmigo, pero al menos me dio su número y yo respondí de igual manera, aunque algo decepcionado... Tendría que mantenerme pendiente para ver si tenía alguna habilidad o algo que me pudiera ser de utilidad, con esa actitud y nada que ofrecer no pensaba ser yo el primero en hacer favores.
Por otra parte, me molestó bastante que, sin responder mis preguntas, me "sugiriese" hacer la llamada. ¿Quién era él para darme órdenes? Bueno, no había sido exactamente una orden... ¡Pero era igualmente molesto!
Farfullando, me puse la máscara para que no viera mi mueca de desagrado y cogí el Den Den Mushi para contactar con quien me había traído para saber qué había sido de él, probablemente el fuerte viento levantado por el impacto habría empujado el barco, alejándolo de la isla, pero no pensé que fuera nada serio. Me alejé un poco para tener cierta privacidad y comencé a hablar.
-Aquí Kenmei Shiba, sin heridas tras la caída del meteorito. ¿Cuál es su situación?
-Nos hemos alejado de la isla para reparar un par de... cosillas que han sucedido por el "regalo" que ha caído del cielo. No necesitará que lo recojamos ya, ¿no?
La pregunta en sí ya dejaba claro que eso no sería una posibilidad, así que, tras un silencio de un par de segundos y un suspiro, respondí.
-¿Cuánto van a durar las reparaciones? No necesito una extracción inmediata, pero sí que sería conveniente cuanto antes.
-Pues supongo que... ¿Qué? -Se oían murmullos, alguien le estaba comunicando la situación.- Uhm... Me temo que no será posible que lo saquemos hoy, debería llamar mañana temprano para que le mantenga informado, siento las molestias.
Solté un gruñido, miré a Alphonse y volví a mirar al Den Den Mushi.
-Si no hay más remedio... ¡Dense prisa! No quiero pasar mucho en este apestoso lugar infestado de mercenarios. -Concluí enfadado y colgando sin esperar respuesta.
Volviendo a acercarme al señor Capone, le resumí en pocas palabras la llamada.
-Tienen problemas, mínimo hemos de esperara hasta mañana. -Después, intentando mantener la compostura, repetí las preguntas que había ignorado antes.- Entonces, ¿a qué se dedica? Y... ¿Debo entender que es usted usuario de una akuma no mi? ¿Cuál? -Dije de manera algo monótona, por el asco que me producía tener que repetirme.
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Por fin el científico se dignó a hacer la llamada, no sin antes cubrirse el rostro con su careta mientras yo trabajaba como un jornalero al sol. Al menos tuvo la decencia de alejarse para mantener una conversación privada, pero su pequeña exigencia en voz alzada resonó entre las ruinas. También me pareció oír algo sobre mercenarios. ¿Qué mercenarios? Trae noticias malas, peores si hay mercenarios de dudosa moral en la isla.
-Tienen problemas, mínimo hemos de esperar hasta mañana- me dice sin que pueda ver su rostro. ¡Qué falta de educación! -. Entonces, ¿a qué se dedica? Y… ¿Debo entender que es usted un usuario de akuma no mi? ¿Cuál?- me pregunta tres veces como si de una aburrida lección se tratara. ¡Y continuaba con el rostro cubierto, qué falta de respeto!
-Le agradecería que se quitara la máscara para hablarme- dije haciendo desaparecer con un choque la última de las brillantes piezas que ahora se acumulaban en mi interior-; me parece una falta de respeto sólo excusable si usted tuviera alguna deformidad facial- algo que no era así-. Por ahora soy poco más que un mero turista, pero estoy pensando en fundar una empresa… probablemente de transportes. ¿Por qué debería pensar que soy un usuario de akuma?- dije con cierta falsa ironía-. El mundo está lleno de misterios, podría ser una habilidad nata…-sonreí antes de sentarme, cansado-. Se trata de una pregunta demasiado personal como para sentirme cómodo respondiéndosela, pero como ya estoy sufriendo bastante, qué más da… Soy algo así como un hombre-almacén- le mentí parcialmente, no tenía interés alguno que el gobierno fuera detrás de mí para reclutarme, no aún-. Si no le parece muy útil, mire qué bien ha venido en esta particular situación. Debería ir empezando con la burocracia para la empresa…-me detuve en el pensamiento al escuchar el lejano pero constante ruido de una forzosa marcha.
Las figuras que se acercaban lo hacían en manada. Rondaban los edificios, levantando los cascotes en la poco sutil búsqueda de algo que guardarse en sus avariciosos bolsillos. Siquiera me digné a mirar con desprecio cómo registraban un cuerpo aplastado para tomar el poco contenido de sus bolsillos. Saqueaban los muertos sin ningún tipo de respeto, arrancando tanto collares y relojes como zapatos.
Su líder, un tipo alto y con una indumentaria compuesta como un excéntrico collage cultural, se acercó exhibiendo su cara pintada con cieno y tintes fluorescentes.
-¿Qué ha ocurrido?- exigió saber el cacique de rastas engarzadas con brillantes caparazones y múltiples aguijones hilados en collar-¡Responded!- amenazó, sacando un par de pequeñas guadañas quitinosas forjadas a partir de algún enorme insecto.
Sería sólo cuestión de tiempo que a él, o a uno de sus asaltatumbas, se les fuera la vista a la mena de Kenmei. No era mi problema… ¿no? Bueno, le seguía necesitando para salir de aquella isla en la que, poco a poco, volvían a regresar los insectos atraídos por el olor a carne muerta.
-Un meteorito- respondí levantándome, captando su atención segundos antes de que su vista se dirigiera al científico, dándole tiempo para esconder (a saber dónde) semejante cacho de metal-. Un gran trozo de roca del cielo que ha caído.
El jefe miró a su alrededor, remarcando la obviedad que los cascotes de roca le contaban con un ceño fruncido.
-Yo salí corriendo, tirando mis cosas sin un sitio en el que guarecerme, pero acabé en el cieno. Aún me sorprende el haber sobrevivido. Las gentes del pueblo corrieron a refugiarse en sus casas, que se convirtieron en sus tumbas tras el impacto. En mi caso, la tierra se cuarteó alrededor mío, creando un refugio que no podía desmoronarse. Por desgracia, y como podrá comprobar- dije señalando mis vendas, distrayéndole con mi prosa esperando que Kenmei no hiciera ningún gesto brusco-, no he salido del todo indemne. Pero oiga, no me voy a quejar, ¿no cree? – dije sonriendo amablemente agradecido-. Qué gran alegría cuando, mientras levantaba los trozos en la búsqueda de algún superviviente, encontré a un médico que se puso a vendar mis heridas para que no se infectaran. Lo que no me queda del todo claro es cómo ha sobrevivido… ¿Me lo cuentas otra vez, Kenmei?- dije, empezando a girarme para luego dar una pequeña palmada-. Lo siento, no me he presentado: Me llamo Alphonse- darle un apellido sería tener respeto, y por lo tanto dinero-, un intento de músico que se ha quedado sin un centavo más que…-me hurgué los bolsillos, sacando el dinero de mi cartera embarrada- mil seiscientos setenta berries; dinero que me gustaría usar para compartir parte de sus víveres y como sincera declaración de que no busco ningún tipo de problemas, suficientes he tenido ya- se lo tendí, esperando que no lo considerara ningún tipo de ofensa. Mi tono, por supuesto, era complaciente y respetuoso pero sin llegar a mostrar una total necesidad. Sólo negocios, ese era el espíritu.
Después de arrebatarme el dinero de las manos y guardárselo sin importarle que estuviera manchado, señaló mi cuello con un agresivo gesto.
-Quiero eso también.
-Por supuesto- me quité la corbata, desanudándola y tendiéndole la elegante serpiente.
Sus ojos fueron al científico, pero volvieron a mí cuando el tacto le advirtió de que el nudo había sido deshecho.
-¡No, no! Lo quiero como tú lo tenías- se quejó, tirándomela.
La cogí bajo su atenta mirada y la maliciosa sonrisa de sus hoces. Asentí y me acerqué a él servicialmente.
-Si me lo permite, tengo que colocársela…
Sin terminar de fiarse, no apartó la vista de mí, preparando las guadañas por si hacía algún movimiento brusco. Se la coloqué correctamente entre un collar de enormes perlas y un guardapelo. Terminado el gesto me separé notando cómo la punta de sus armas rozaba mi persona. Parecía complacido con el resultado.
-Le queda bien- agregué con un murmullo, apartándome solemnemente de su camino, volviendo a tomar asiento.
Y luego, por fin, tras el largo tiempo que le di a mi compañero para que no cometiera ninguna estupidez, miró al científico. ¿Qué le daría como tributo? Tenía la máscara, eso podría valer. Esperaba sinceramente que no cometiera la estupidez de darle la mena como diezmo.
-Tienen problemas, mínimo hemos de esperar hasta mañana- me dice sin que pueda ver su rostro. ¡Qué falta de educación! -. Entonces, ¿a qué se dedica? Y… ¿Debo entender que es usted un usuario de akuma no mi? ¿Cuál?- me pregunta tres veces como si de una aburrida lección se tratara. ¡Y continuaba con el rostro cubierto, qué falta de respeto!
-Le agradecería que se quitara la máscara para hablarme- dije haciendo desaparecer con un choque la última de las brillantes piezas que ahora se acumulaban en mi interior-; me parece una falta de respeto sólo excusable si usted tuviera alguna deformidad facial- algo que no era así-. Por ahora soy poco más que un mero turista, pero estoy pensando en fundar una empresa… probablemente de transportes. ¿Por qué debería pensar que soy un usuario de akuma?- dije con cierta falsa ironía-. El mundo está lleno de misterios, podría ser una habilidad nata…-sonreí antes de sentarme, cansado-. Se trata de una pregunta demasiado personal como para sentirme cómodo respondiéndosela, pero como ya estoy sufriendo bastante, qué más da… Soy algo así como un hombre-almacén- le mentí parcialmente, no tenía interés alguno que el gobierno fuera detrás de mí para reclutarme, no aún-. Si no le parece muy útil, mire qué bien ha venido en esta particular situación. Debería ir empezando con la burocracia para la empresa…-me detuve en el pensamiento al escuchar el lejano pero constante ruido de una forzosa marcha.
Las figuras que se acercaban lo hacían en manada. Rondaban los edificios, levantando los cascotes en la poco sutil búsqueda de algo que guardarse en sus avariciosos bolsillos. Siquiera me digné a mirar con desprecio cómo registraban un cuerpo aplastado para tomar el poco contenido de sus bolsillos. Saqueaban los muertos sin ningún tipo de respeto, arrancando tanto collares y relojes como zapatos.
Su líder, un tipo alto y con una indumentaria compuesta como un excéntrico collage cultural, se acercó exhibiendo su cara pintada con cieno y tintes fluorescentes.
-¿Qué ha ocurrido?- exigió saber el cacique de rastas engarzadas con brillantes caparazones y múltiples aguijones hilados en collar-¡Responded!- amenazó, sacando un par de pequeñas guadañas quitinosas forjadas a partir de algún enorme insecto.
Sería sólo cuestión de tiempo que a él, o a uno de sus asaltatumbas, se les fuera la vista a la mena de Kenmei. No era mi problema… ¿no? Bueno, le seguía necesitando para salir de aquella isla en la que, poco a poco, volvían a regresar los insectos atraídos por el olor a carne muerta.
-Un meteorito- respondí levantándome, captando su atención segundos antes de que su vista se dirigiera al científico, dándole tiempo para esconder (a saber dónde) semejante cacho de metal-. Un gran trozo de roca del cielo que ha caído.
El jefe miró a su alrededor, remarcando la obviedad que los cascotes de roca le contaban con un ceño fruncido.
-Yo salí corriendo, tirando mis cosas sin un sitio en el que guarecerme, pero acabé en el cieno. Aún me sorprende el haber sobrevivido. Las gentes del pueblo corrieron a refugiarse en sus casas, que se convirtieron en sus tumbas tras el impacto. En mi caso, la tierra se cuarteó alrededor mío, creando un refugio que no podía desmoronarse. Por desgracia, y como podrá comprobar- dije señalando mis vendas, distrayéndole con mi prosa esperando que Kenmei no hiciera ningún gesto brusco-, no he salido del todo indemne. Pero oiga, no me voy a quejar, ¿no cree? – dije sonriendo amablemente agradecido-. Qué gran alegría cuando, mientras levantaba los trozos en la búsqueda de algún superviviente, encontré a un médico que se puso a vendar mis heridas para que no se infectaran. Lo que no me queda del todo claro es cómo ha sobrevivido… ¿Me lo cuentas otra vez, Kenmei?- dije, empezando a girarme para luego dar una pequeña palmada-. Lo siento, no me he presentado: Me llamo Alphonse- darle un apellido sería tener respeto, y por lo tanto dinero-, un intento de músico que se ha quedado sin un centavo más que…-me hurgué los bolsillos, sacando el dinero de mi cartera embarrada- mil seiscientos setenta berries; dinero que me gustaría usar para compartir parte de sus víveres y como sincera declaración de que no busco ningún tipo de problemas, suficientes he tenido ya- se lo tendí, esperando que no lo considerara ningún tipo de ofensa. Mi tono, por supuesto, era complaciente y respetuoso pero sin llegar a mostrar una total necesidad. Sólo negocios, ese era el espíritu.
Después de arrebatarme el dinero de las manos y guardárselo sin importarle que estuviera manchado, señaló mi cuello con un agresivo gesto.
-Quiero eso también.
-Por supuesto- me quité la corbata, desanudándola y tendiéndole la elegante serpiente.
Sus ojos fueron al científico, pero volvieron a mí cuando el tacto le advirtió de que el nudo había sido deshecho.
-¡No, no! Lo quiero como tú lo tenías- se quejó, tirándomela.
La cogí bajo su atenta mirada y la maliciosa sonrisa de sus hoces. Asentí y me acerqué a él servicialmente.
-Si me lo permite, tengo que colocársela…
Sin terminar de fiarse, no apartó la vista de mí, preparando las guadañas por si hacía algún movimiento brusco. Se la coloqué correctamente entre un collar de enormes perlas y un guardapelo. Terminado el gesto me separé notando cómo la punta de sus armas rozaba mi persona. Parecía complacido con el resultado.
-Le queda bien- agregué con un murmullo, apartándome solemnemente de su camino, volviendo a tomar asiento.
Y luego, por fin, tras el largo tiempo que le di a mi compañero para que no cometiera ninguna estupidez, miró al científico. ¿Qué le daría como tributo? Tenía la máscara, eso podría valer. Esperaba sinceramente que no cometiera la estupidez de darle la mena como diezmo.
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Algo sorprendido, escuché su queja sobre la máscara, ¿no le estaba dando demasiada importancia? Lógicamente, accedí a quitármela de inmediato, pues para mí que no era algo tan destacable, pero si a él le molestaba...
-Ah, claro, no estoy deforme, ya lo sabes. -Dije como el que no quiere la cosa. Realmente me importaba bien poco llevarla puesta o no en ese momento, ya verás tú que problema... Tras cogerla, la guardé en uno de los bolsillos interiores.
Me causó cierto interés lo de la empresa transportista, pero su reticencia a contarme el poder de su fruta, alegando posibles habilidades innatas y misterios varios, para luego explicarlo con poca claridad... Me hizo dudar. Estaba claro que, hasta cierto punto, podía almacenar cosas, pero ese "algo así como" no me inspiraba confianza. ¿Qué escondía? No pude indagar más, pues llegaron unos salvajes, despojando de bienes a los cadáveres, interrumpiendo nuestra conversación.
Antes de que se acercaran, quizás antes de que nos notaran siquiera, cogí el pedazo de meteorito, cavé un hueco para que cupiera horizontalmente, lo empujé dentro del agujero, intentando que quedase lo más enterrado posible, y me senté encima, extendiendo sobre él un pañuelo morado que llevaba en un bolsillo. Así intentaría que pasara desapercibido y, ya que estábamos, no me mancharía de tierra al sentarme.
Cuando alguien preguntó qué había ocurrido, alcé la mirada hacia el individuo y supuse que ese debía ser el líder. Cuando fui a comenzar a hablar, Alphonse se me adelantó. Lo estaba haciendo bien, pero cuando comenzó a narrar cómo se había librado de morir...
-"Mierda. Mierda, mierda, mierda. Volé, como no me crean son capaces de intentar matarme. Me da igual, puedo con ellos. Pero no me conviene buscar enemigos, tengo que pasar aquí la noche. Les está dando un "obsequio", tendré que hacer lo mismo, ¿qué tengo? Paso de darles mi máscara. ¿Una espada? Si la saco se pueden creer que les voy a atacar. ¿Alguna prenda de vestir? No me voy a quedar descalzo, ¿le valdrá mi cinturón como pago?"
En ese momento tuve que detenerme, me tocaba hablar a mí. Lo volví a mirar, notando que tenía anudada la corbata de mi acompañante alrededor del cuello. No sé cómo los demás no se están riendo de él por las pintas de estúpido troglodita que tiene. Justo antes de abrir la boca se me ocurrió cómo usar mi historia para intentar librarme del atraco a mano armada... Si no surtía efecto, supongo que el cinturón y, si hace falta más, ya veré.
-Pues yo escapé... con una habilidad... Pero creo que no me creeréis si os lo cuento. Salí volando, pero... -Antes de poder añadir nada más me interrumpió el gorila con corbata.
-No te creo, no. No tienes alas. ¡Mientes!
-Un segundo, un segundo. Lo puedo probar. De hecho, estoy seguro de que le encantaría probarlo a usted mismo. No solo puedo crear alas para mí, permítame. -Dije mientras le hacía un gesto para que se acercase y extendí la mano hasta tocarlo. Noté que el hecho de que no me levantara le resultó molesto, por lo que me disculpé con una mentira. -Aún me duelen las piernas, no volé lo suficientemente lejos. Bueno, aviso que las alas no duran demasiado tiempo, con eso dicho, empiezo.
Escúchame bien, cielo.
¿Piensas que a ti no llego
porque alas no tengo?
Mira cómo alzo el vuelo
Con eso, unas alas crecieron en la espalda del extraño y, con una ridícula cara de entusiasmo, empezó a batirlas y se elevó en el aire, exclamando con sorpresa algunas chorradas. Si cuando se le acabara el chollo pedía algo, cinturón, y si quería más... bueno, ya vería.
-Ah, claro, no estoy deforme, ya lo sabes. -Dije como el que no quiere la cosa. Realmente me importaba bien poco llevarla puesta o no en ese momento, ya verás tú que problema... Tras cogerla, la guardé en uno de los bolsillos interiores.
Me causó cierto interés lo de la empresa transportista, pero su reticencia a contarme el poder de su fruta, alegando posibles habilidades innatas y misterios varios, para luego explicarlo con poca claridad... Me hizo dudar. Estaba claro que, hasta cierto punto, podía almacenar cosas, pero ese "algo así como" no me inspiraba confianza. ¿Qué escondía? No pude indagar más, pues llegaron unos salvajes, despojando de bienes a los cadáveres, interrumpiendo nuestra conversación.
Antes de que se acercaran, quizás antes de que nos notaran siquiera, cogí el pedazo de meteorito, cavé un hueco para que cupiera horizontalmente, lo empujé dentro del agujero, intentando que quedase lo más enterrado posible, y me senté encima, extendiendo sobre él un pañuelo morado que llevaba en un bolsillo. Así intentaría que pasara desapercibido y, ya que estábamos, no me mancharía de tierra al sentarme.
Cuando alguien preguntó qué había ocurrido, alcé la mirada hacia el individuo y supuse que ese debía ser el líder. Cuando fui a comenzar a hablar, Alphonse se me adelantó. Lo estaba haciendo bien, pero cuando comenzó a narrar cómo se había librado de morir...
-"Mierda. Mierda, mierda, mierda. Volé, como no me crean son capaces de intentar matarme. Me da igual, puedo con ellos. Pero no me conviene buscar enemigos, tengo que pasar aquí la noche. Les está dando un "obsequio", tendré que hacer lo mismo, ¿qué tengo? Paso de darles mi máscara. ¿Una espada? Si la saco se pueden creer que les voy a atacar. ¿Alguna prenda de vestir? No me voy a quedar descalzo, ¿le valdrá mi cinturón como pago?"
En ese momento tuve que detenerme, me tocaba hablar a mí. Lo volví a mirar, notando que tenía anudada la corbata de mi acompañante alrededor del cuello. No sé cómo los demás no se están riendo de él por las pintas de estúpido troglodita que tiene. Justo antes de abrir la boca se me ocurrió cómo usar mi historia para intentar librarme del atraco a mano armada... Si no surtía efecto, supongo que el cinturón y, si hace falta más, ya veré.
-Pues yo escapé... con una habilidad... Pero creo que no me creeréis si os lo cuento. Salí volando, pero... -Antes de poder añadir nada más me interrumpió el gorila con corbata.
-No te creo, no. No tienes alas. ¡Mientes!
-Un segundo, un segundo. Lo puedo probar. De hecho, estoy seguro de que le encantaría probarlo a usted mismo. No solo puedo crear alas para mí, permítame. -Dije mientras le hacía un gesto para que se acercase y extendí la mano hasta tocarlo. Noté que el hecho de que no me levantara le resultó molesto, por lo que me disculpé con una mentira. -Aún me duelen las piernas, no volé lo suficientemente lejos. Bueno, aviso que las alas no duran demasiado tiempo, con eso dicho, empiezo.
Escúchame bien, cielo.
¿Piensas que a ti no llego
porque alas no tengo?
Mira cómo alzo el vuelo
Con eso, unas alas crecieron en la espalda del extraño y, con una ridícula cara de entusiasmo, empezó a batirlas y se elevó en el aire, exclamando con sorpresa algunas chorradas. Si cuando se le acabara el chollo pedía algo, cinturón, y si quería más... bueno, ya vería.
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Los miré con una interrogación colgada de la ceja izquierda; yo también quería que aclarara eso de “volando”. ¿Cómo que se había ido volando? Rebelaba una información que, probablemente, le metiera en más problemas de los que quería… Para mí era una información harto útil… Y entonces empezó a recitar.
El verso era forzado, el sentimiento nulo, la provocación y demostración de su capacidad a Céfiro no era… creíble. Debía repasar un poco el bello arte de la poesía. ¿Sería necesario volverle a escuchar la misma cantinela cada vez que hiciera su poder? Aunque el espectáculo de las alas era digno de admiración, y atraía todas las miradas del público, yo tenía cosas más importantes que hacer.
Me acerqué a él y me acuclillé a su lado, susurrando unas palabras entre el jolgorio de los primitivos mercenarios.
-Si quiere puedo quedarme con su trozo, no creo que pueda quedarse sentado eternamente. Y mejor que lo tenga alguien de confianza, ¿no?- susurré-. Tan sólo tengo que levantarlo tras de ti, mientras la escena se desarrolla… mientras los avariciosos ojos envidian la magia y no una posesión material.
Si no aceptaba el trato, o más bien el robo, sería su problema… yo sólo tenía que alejarme de ahí tranquilamente y unirme a los coros de “Woah” y “Alaaa”. El que se negaba a soltar la pieza era él, moriría por su propia codicia… Yo no era más que el humilde mercader que le daba una opción mejor que la violencia.
-Sin duda se trata de una akuma- declaré-. Ese verso carece de espiritualidad y sentimiento, no es capaz de alterar las leyes de la realidad como lo haría un buen poema recitado por la lengua adecuada. Si su… poder está basado en la métrica y la rima, debería tomar buena cuenta de ella y comprar alguna que otra antología- sugerí educadamente. Ese consejo sería gratis, ya mucho que iba a quitarle la parte del metal que consideraba por derecho suya.
La oferta estaba hecha, y las decisiones se tomarían en consecuencia. Me quedé luego mirando cómo volaba el pájaro esperpéntico. ¿Qué se sentiría al cruzar el cielo?
-¿No has dicho que no duraban mucho?- mencioné, sin atreverme a gritarle nada al mercenario volador; uno no le arrebata un juguete a un niño malcriado así como así. Y si las alas se marchitaban en el aire… bueno, ahí sí que íbamos a tener problemas de verdad.
El verso era forzado, el sentimiento nulo, la provocación y demostración de su capacidad a Céfiro no era… creíble. Debía repasar un poco el bello arte de la poesía. ¿Sería necesario volverle a escuchar la misma cantinela cada vez que hiciera su poder? Aunque el espectáculo de las alas era digno de admiración, y atraía todas las miradas del público, yo tenía cosas más importantes que hacer.
Me acerqué a él y me acuclillé a su lado, susurrando unas palabras entre el jolgorio de los primitivos mercenarios.
-Si quiere puedo quedarme con su trozo, no creo que pueda quedarse sentado eternamente. Y mejor que lo tenga alguien de confianza, ¿no?- susurré-. Tan sólo tengo que levantarlo tras de ti, mientras la escena se desarrolla… mientras los avariciosos ojos envidian la magia y no una posesión material.
Si no aceptaba el trato, o más bien el robo, sería su problema… yo sólo tenía que alejarme de ahí tranquilamente y unirme a los coros de “Woah” y “Alaaa”. El que se negaba a soltar la pieza era él, moriría por su propia codicia… Yo no era más que el humilde mercader que le daba una opción mejor que la violencia.
-Sin duda se trata de una akuma- declaré-. Ese verso carece de espiritualidad y sentimiento, no es capaz de alterar las leyes de la realidad como lo haría un buen poema recitado por la lengua adecuada. Si su… poder está basado en la métrica y la rima, debería tomar buena cuenta de ella y comprar alguna que otra antología- sugerí educadamente. Ese consejo sería gratis, ya mucho que iba a quitarle la parte del metal que consideraba por derecho suya.
La oferta estaba hecha, y las decisiones se tomarían en consecuencia. Me quedé luego mirando cómo volaba el pájaro esperpéntico. ¿Qué se sentiría al cruzar el cielo?
-¿No has dicho que no duraban mucho?- mencioné, sin atreverme a gritarle nada al mercenario volador; uno no le arrebata un juguete a un niño malcriado así como así. Y si las alas se marchitaban en el aire… bueno, ahí sí que íbamos a tener problemas de verdad.
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Mientras observaba con incredulidad la actitud infantil de aquel hombre musculado que ahora surcaba los cielos, Alphonse se acercó con discreción. ¿"Alguien de confianza"? Sí, claro... Desde luego no tenía muchas otras opciones, pues si me hacían levantarme tendría que o bien dejarlo ahí o sacarlo y exponerme a que me lo robasen, y entonces es cuando tendríamos problemas, pero tampoco me parecía muy atractiva la idea de dárselo. Sin embargo, una vez evaluada la situación, decidí acceder.
-Sí, claro, adelante. -Dije mientras retiraba el pañuelo y me levantaba cuidadosamente. "Sin duda se trata de una akuma." Menudo tío, qué pedante. Pues claro que es una akuma, y si hubieras preguntado te lo hubiera dicho, pedazo de subnormal, pero como, según tú, es una pregunta demasiado personal... Encima se veía en la posición de "recomendarme" aprender más sobre la poesía. ¿Poder basado en la métrica y la rima? No creo que mis poemas tuvieran más poder si fueran mejores, además, su métrica y su rima son perfectas, en todo caso podría mejorar en el otro aspecto que ha dicho, que es el sentimiento, pero eso sería inútil, mis poderes son los que son, puedo hacer más poemas, puedo... Un momento... ¿Puedo mejorar mis poemas? Como quería pensar en el tema, decidí dar una respuesta escueta, para así no perder tiempo.
-Sí, quizás...
Mejorarlos no es hacerlos más largos, de hecho, si fueran más largos no podría recitarlos en momentos de urgencia extrema... ¿y si los hago más cortos pero mejores? Lo bueno, si breve, dos veces bueno, ¿no dicen eso? Hum...
Estaba absorto en mis pensamientos cuando mi acompañante me interrumpió una vez más. Sin embargo, esta vez no era reprochable, tenía razón... Y como sucediera un accidente podrían considerarnos culpables, incluso si era debido a la imprudencia de su líder.
-¡Eh! ¡Divertido, ¿no?! ¡Ahora que ya sabe que no miento, baje! ¡Las alas desaparecerán de un momento a otro! -Grité, algunos de sus hombres me prestaron atención y miraron hacia arriba preocupados, mientras que otros estaban algo molesto por escucharme darle una orden a su jefe... Mira, si acababa cayendo, no sería mi culpa ni mi responsabilidad, pero aún así, si estaba en mi mano, intentaría recogerlo de la caída... Si no... El que avisa no es traidor.
Antes de que me diera cuenta, el tiempo llegó a su fin y el mercenario hizo caso omiso de mi advertencia... Por lo que cayó sobre uno de sus hombres desde unos quince metros de altura y se mató, acabando también con la vida de su compañero. Me llevé la mano a la cara, susurrando: -"Qué patético." -Me levanté, aunque no me hacía falta ver los cadáveres para saber que había sonado a roto y no podían haber sobrevivido, y pensé en hacerme el afectado, pero aquellos hombres nos miraban mal, probablemente nos culpaban, más bien a mí, de la muerte de su "carismático" jefe.
-Sí, claro, adelante. -Dije mientras retiraba el pañuelo y me levantaba cuidadosamente. "Sin duda se trata de una akuma." Menudo tío, qué pedante. Pues claro que es una akuma, y si hubieras preguntado te lo hubiera dicho, pedazo de subnormal, pero como, según tú, es una pregunta demasiado personal... Encima se veía en la posición de "recomendarme" aprender más sobre la poesía. ¿Poder basado en la métrica y la rima? No creo que mis poemas tuvieran más poder si fueran mejores, además, su métrica y su rima son perfectas, en todo caso podría mejorar en el otro aspecto que ha dicho, que es el sentimiento, pero eso sería inútil, mis poderes son los que son, puedo hacer más poemas, puedo... Un momento... ¿Puedo mejorar mis poemas? Como quería pensar en el tema, decidí dar una respuesta escueta, para así no perder tiempo.
-Sí, quizás...
Mejorarlos no es hacerlos más largos, de hecho, si fueran más largos no podría recitarlos en momentos de urgencia extrema... ¿y si los hago más cortos pero mejores? Lo bueno, si breve, dos veces bueno, ¿no dicen eso? Hum...
Estaba absorto en mis pensamientos cuando mi acompañante me interrumpió una vez más. Sin embargo, esta vez no era reprochable, tenía razón... Y como sucediera un accidente podrían considerarnos culpables, incluso si era debido a la imprudencia de su líder.
-¡Eh! ¡Divertido, ¿no?! ¡Ahora que ya sabe que no miento, baje! ¡Las alas desaparecerán de un momento a otro! -Grité, algunos de sus hombres me prestaron atención y miraron hacia arriba preocupados, mientras que otros estaban algo molesto por escucharme darle una orden a su jefe... Mira, si acababa cayendo, no sería mi culpa ni mi responsabilidad, pero aún así, si estaba en mi mano, intentaría recogerlo de la caída... Si no... El que avisa no es traidor.
Antes de que me diera cuenta, el tiempo llegó a su fin y el mercenario hizo caso omiso de mi advertencia... Por lo que cayó sobre uno de sus hombres desde unos quince metros de altura y se mató, acabando también con la vida de su compañero. Me llevé la mano a la cara, susurrando: -"Qué patético." -Me levanté, aunque no me hacía falta ver los cadáveres para saber que había sonado a roto y no podían haber sobrevivido, y pensé en hacerme el afectado, pero aquellos hombres nos miraban mal, probablemente nos culpaban, más bien a mí, de la muerte de su "carismático" jefe.
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Akuma no mi
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El material cayó sobre el resto, manchando con una capa de barro el almacén cercano a la puerta. Ahora tendría que limpiar… ¡Con lo que cuesta quitar las manchas de barro! Entonces, tras las palabras de advertencia del propio usuario de akuma, llegaron las consecuencias de no seguir las normas de seguridad.
El batacazo atrajo momentáneamente la preocupación y atención de la banda, hasta que la pequeña humareda de polvo se disipó y reveló el horrible estado. El impacto no sólo se había llevado al que decidió ignorar las advertencias, también se llevó la vida de un pobre desgraciado que intentó coger a su jefe, ahora empalado por las guadañas mal colocadas en el terrorífico revoloteo de la rápida e inesperada caída.
Luego, los veintitrés ojos de los restantes doce se posaron con un impertérrito odio sobre nosotros. Mi mirada se deslizó lentamente hacia el científico a la vez que se giraba mi cuello en una sarcástica y acusadora posición. Con los ojos como platos y los labios apretados le miré durante los pocos instantes que tuvimos hasta que la marabunta sacó sus armas con primales gritos.
Espadas, lanzas, pistolas y machetes de la más improvisada manufacturación nos apuntaban mientras sus dueños se lanzaban a la batalla con sed de sangre y venganza.
-Como se le ocurra huir, espero que lo haga muy bien- amenacé mirando de reojo a Kenmei, levantándome para empezar un combate que no hubiera querido librar jamás.
Era el momento perfecto para utilizar las técnicas que había desarrollado, una comprobación práctica que más me valía la pena aprobar. Lancé mi can de energía, sin saber bien que raza iba a proyectar. La energía empezó a tomar formas mientras mi corazón se ilusionaba con la imagen de un poderoso mastín, un perro lobo, un dobberman o un collie. Leñe, hubiera aceptado hasta un arrugado pero potente sharpei. Entonces me encontré materializado en aquel fulgor dorado una criatura extremadamente peluda, que como un alud de cabellos corría hacia el enemigo. No tenía nada en contra de los bergamascos, pero no fue lo que esperaba.
La criatura no tardó en cebarse con uno de esos mercenarios, lanzándose a su cuello dejando una fea y palpitante herida antes de desvanecerse. ¿Pero qué era librarse de un solo huevo de la docena? El tiro de uno de los tres iracundos pistoleros que aún quedaban en pie me rozó el hombro con un cortante silbido.
-Carecemos de apoyo de fuego y nos ganan en número- razoné la desilusión de la escena-, pero eso no significa nada, ¿verdad?- dije con una falsa pero ensayada sonrisa. Hasta una persona asustada puede resultar inspiradora si miente con la suficiente convicción.
El batacazo atrajo momentáneamente la preocupación y atención de la banda, hasta que la pequeña humareda de polvo se disipó y reveló el horrible estado. El impacto no sólo se había llevado al que decidió ignorar las advertencias, también se llevó la vida de un pobre desgraciado que intentó coger a su jefe, ahora empalado por las guadañas mal colocadas en el terrorífico revoloteo de la rápida e inesperada caída.
Luego, los veintitrés ojos de los restantes doce se posaron con un impertérrito odio sobre nosotros. Mi mirada se deslizó lentamente hacia el científico a la vez que se giraba mi cuello en una sarcástica y acusadora posición. Con los ojos como platos y los labios apretados le miré durante los pocos instantes que tuvimos hasta que la marabunta sacó sus armas con primales gritos.
Espadas, lanzas, pistolas y machetes de la más improvisada manufacturación nos apuntaban mientras sus dueños se lanzaban a la batalla con sed de sangre y venganza.
-Como se le ocurra huir, espero que lo haga muy bien- amenacé mirando de reojo a Kenmei, levantándome para empezar un combate que no hubiera querido librar jamás.
Era el momento perfecto para utilizar las técnicas que había desarrollado, una comprobación práctica que más me valía la pena aprobar. Lancé mi can de energía, sin saber bien que raza iba a proyectar. La energía empezó a tomar formas mientras mi corazón se ilusionaba con la imagen de un poderoso mastín, un perro lobo, un dobberman o un collie. Leñe, hubiera aceptado hasta un arrugado pero potente sharpei. Entonces me encontré materializado en aquel fulgor dorado una criatura extremadamente peluda, que como un alud de cabellos corría hacia el enemigo. No tenía nada en contra de los bergamascos, pero no fue lo que esperaba.
La criatura no tardó en cebarse con uno de esos mercenarios, lanzándose a su cuello dejando una fea y palpitante herida antes de desvanecerse. ¿Pero qué era librarse de un solo huevo de la docena? El tiro de uno de los tres iracundos pistoleros que aún quedaban en pie me rozó el hombro con un cortante silbido.
-Carecemos de apoyo de fuego y nos ganan en número- razoné la desilusión de la escena-, pero eso no significa nada, ¿verdad?- dije con una falsa pero ensayada sonrisa. Hasta una persona asustada puede resultar inspiradora si miente con la suficiente convicción.
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Demostrando una gran falta de educación y materia gris, los mercenarios se volvieron hostiles... o más hostiles, debería decir. Alphonse me habló sobre escapar, bueno, sobre las pocas posibilidades de escapar, mejor dicho, y por tanto se lanzó al ataque con una extraña técnica. Alguna clase de cánido de abundante pelaje salió disparado en dirección a uno de nuestros enemigos y lo derribó, dejándole una herida con muy mala pinta en el cuello, si no recibía atención urgente, podíamos dejar de contar con él, quedaban once.
En cuanto sonó el primer disparo, Alphonse pudo esquivarlo e hizo otro de sus comentarios. -Je, apoyo de fuego, es curioso que lo digas así...
Versos del dragón,
palabras de fuego,
prended mi aliento
con rojo fulgor. -Dije tan rápido como pude mientras me acercaba serpenteando hacia los tiradores y, al acabar, exhalé un cono flamígero de cuatro metros que alcanzó a dos de ellos y a un espadachín que estaba detrás, aunque este estaba lo suficientemente lejos como para solo recibir unas quemaduras leves. Di un salto hacia atrás al darme cuenta de que el otro se disponía a disparar de nuevo. Puse la mano en la espalda de Alphonse y lo empujé un poco hacia abajo para que se agachase. Mientras, y a la vez que yo también me agachaba, intenté recitar otra de mis técnicas.
-Cual noche sin luna
te hallas perdido
y no hay...
Me detuve al tener que retroceder para esquivar la lanza de uno de los otros. Cuando volví a poner la mano sobre la espalda de mi compañero para intentar activar la técnica de nuevo, el tirador le disparó de nuevo y un luchador se lanzó a por mí. Tenía alguna clase de guante de hierro que bloqueé a duras penas con una de mis espadas. No pude ver si la bala había dado o no a mi compañero, pero sabía que para que ambos pudiéramos ver en la oscuridad que pretendía causar, tenía que estar en contacto con él durante el tiempo que tardaba en decir el poema. ¡Si solo no tardara tanto!
Mientras forcejeaba con la mole, acerqué la mano izquierda a su guante y activé el Kasai Goe, elevando la temperatura del hierro hasta que tuvo que retirarse para quitárselo... Aunque nunca es recomendable quitarte la ropa una vez que te has quemado, pues puede producir desprendimientos de piel.
Entonces, dirigí la mirada a mi acompañante mientras mantenía ambas espadas en guardia, por si acaso.
-¡Alphonse! ¿Cómo vas?
En cuanto sonó el primer disparo, Alphonse pudo esquivarlo e hizo otro de sus comentarios. -Je, apoyo de fuego, es curioso que lo digas así...
Versos del dragón,
palabras de fuego,
prended mi aliento
con rojo fulgor. -Dije tan rápido como pude mientras me acercaba serpenteando hacia los tiradores y, al acabar, exhalé un cono flamígero de cuatro metros que alcanzó a dos de ellos y a un espadachín que estaba detrás, aunque este estaba lo suficientemente lejos como para solo recibir unas quemaduras leves. Di un salto hacia atrás al darme cuenta de que el otro se disponía a disparar de nuevo. Puse la mano en la espalda de Alphonse y lo empujé un poco hacia abajo para que se agachase. Mientras, y a la vez que yo también me agachaba, intenté recitar otra de mis técnicas.
-Cual noche sin luna
te hallas perdido
y no hay...
Me detuve al tener que retroceder para esquivar la lanza de uno de los otros. Cuando volví a poner la mano sobre la espalda de mi compañero para intentar activar la técnica de nuevo, el tirador le disparó de nuevo y un luchador se lanzó a por mí. Tenía alguna clase de guante de hierro que bloqueé a duras penas con una de mis espadas. No pude ver si la bala había dado o no a mi compañero, pero sabía que para que ambos pudiéramos ver en la oscuridad que pretendía causar, tenía que estar en contacto con él durante el tiempo que tardaba en decir el poema. ¡Si solo no tardara tanto!
Mientras forcejeaba con la mole, acerqué la mano izquierda a su guante y activé el Kasai Goe, elevando la temperatura del hierro hasta que tuvo que retirarse para quitárselo... Aunque nunca es recomendable quitarte la ropa una vez que te has quemado, pues puede producir desprendimientos de piel.
Entonces, dirigí la mirada a mi acompañante mientras mantenía ambas espadas en guardia, por si acaso.
-¡Alphonse! ¿Cómo vas?
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El estilo de lucha de Kenmei era acrobático, espectacular y excesivo. Como un extravagante tragafuegos a la inversa, vomitó una bocanada a los pobres desgraciados a los que se acercó y alejó con un par de saltos. Su movilidad y florituras hacían de perfecto contraste para mis formas.
Como una inmóvil estatua que se movía en el último momento, aprovechaba las aperturas de la furia y la excesiva confianza, acercándome mientras intentaban impactarme con sus armas de mayor alcance. Al acortar distancias, cualquier arma media y larga se vuelve inútil, y más inútil aún cuando los dedos y las muñecas se parten como nueces tras el agarre.
La visión del espadachín de rodillas, gritando mientras se miraba las ramitas dobladas que antes fueron sus dedos me sacó una pequeña sonrisa. Había algo en el sufrimiento humano que me atraía como una polilla al más violento fuego… y casi me dejé devorar por las llamas. El disparo se incrustó en mi vientre, empujando mi ser a otro plano, deshaciendo mi mente durante dos segundos que me parecieron más bien minutos. La quemazón de la bala cauterizó el tejido circundante, insuficiente para evitar el negro borboteo a través del traje y las vendas.
Y como un mal chiste las palabras del científico resonaron irónicas y cubiertas de dolor.
-¡Deje de tutearme!
Para cuando me di cuenta de lo que hacía, el movimiento ya estaba en el punto más álgido: había cogido al pobre desgraciado de manos destrozadas por el brazo, roto en el propio movimiento, para usarlo como un improvisado mangual ante otro guerrero que miraba la carne viva que quedaba en su miembro antes protegido por un mitón. Noté la vibración de la columna partirse por el esfuerzo a través de mi brazo y escuché los gritos de espanto cuando la piel que unía la extremidad al cuerpo se volvía negra, elástica y desgajada a causa de la brutal dislocación.
Tras soltar el arma muerta coloqué mi mano en el foco del dolor intentando acallar el lento pero incesante fluir de mi herida. Miré a mi compañero de batalla con las cejas alzadas y los ojos bien abiertos. ¿Cómo me iba? Pues no muy bien. No, para nada bien.
Como una inmóvil estatua que se movía en el último momento, aprovechaba las aperturas de la furia y la excesiva confianza, acercándome mientras intentaban impactarme con sus armas de mayor alcance. Al acortar distancias, cualquier arma media y larga se vuelve inútil, y más inútil aún cuando los dedos y las muñecas se parten como nueces tras el agarre.
La visión del espadachín de rodillas, gritando mientras se miraba las ramitas dobladas que antes fueron sus dedos me sacó una pequeña sonrisa. Había algo en el sufrimiento humano que me atraía como una polilla al más violento fuego… y casi me dejé devorar por las llamas. El disparo se incrustó en mi vientre, empujando mi ser a otro plano, deshaciendo mi mente durante dos segundos que me parecieron más bien minutos. La quemazón de la bala cauterizó el tejido circundante, insuficiente para evitar el negro borboteo a través del traje y las vendas.
Y como un mal chiste las palabras del científico resonaron irónicas y cubiertas de dolor.
-¡Deje de tutearme!
Para cuando me di cuenta de lo que hacía, el movimiento ya estaba en el punto más álgido: había cogido al pobre desgraciado de manos destrozadas por el brazo, roto en el propio movimiento, para usarlo como un improvisado mangual ante otro guerrero que miraba la carne viva que quedaba en su miembro antes protegido por un mitón. Noté la vibración de la columna partirse por el esfuerzo a través de mi brazo y escuché los gritos de espanto cuando la piel que unía la extremidad al cuerpo se volvía negra, elástica y desgajada a causa de la brutal dislocación.
Tras soltar el arma muerta coloqué mi mano en el foco del dolor intentando acallar el lento pero incesante fluir de mi herida. Miré a mi compañero de batalla con las cejas alzadas y los ojos bien abiertos. ¿Cómo me iba? Pues no muy bien. No, para nada bien.
Kenmei Shiba
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Por su respuesta airada y su postura encorvada, llevándose una mano al abdomen, se veía claramente que había resultado herido. Pensé en acudir a taponar la hemorragia, pero los enemigos que nos rodeaban no iban a permitirme actuar como desearía. Por suerte, mi herido compañero había usado a uno de estos para eliminar al que yo herí quemándole la mano.
Me dirigía hacia mi él cuando, al pasar por el lado de aquella lanza que antes había intentado atravesarme, un hombre gritó. -¡Eh! ¡Tú! -Exclamó, sin más, mientras alargaba su fornido brazo para intentar apropiarse de la lanza que, probablemente, le pertenecía a él. No perdí de vista al tirador que acababa de alcanzar a Alphonse y parecía estar preparándose para disparar de nuevo.
-Tú no ves el viento
ni a mi me verás,
pues eres muy lento
y aquí morirás.
Dije eso y lo volví a pensar: "Tengo que hacerlos más cortos, eso los hará mejores, más poderosos". La idea volvió a asaltar mi mente una vez más, tenía que ser más rápido, más fuerte... Sería la forma en la que obtendría un nuevo nivel, un mayor control sobre mi fruta.
Con mi velocidad aumentada, corrí en dirección a aquel hombre que se oponía a mí. La espada izquierda la usé para cortar el palo de la lanza y se la clavé en el pie, mientras que con la otra corté, no solo parte de su cuello, sino también su antebrazo, con el que intentó bloquear el corte sin éxito alguno. Aunque desgraciadamente la herida del cuello no fue lo suficientemente profunda como para causarle la muerte, moriría desangrado en breve.
El sangriento espectáculo que estaba montando hizo que captara la atención del tirador, que era justo lo que pretendía. Alphonse no estaba en condiciones de esquivarlo si hubiera ido dirigido a él, y yo sabía que si hacía algo fuera de lo normal, aquel hombre lo ignoraría por no ser una amenaza y trataría de volarme los sesos. Corrí hacia él y le lancé mi mano izquierda, que había dejado el arma clavada en el pie de mi reciente víctima. Aunque pretendía desarmarlo con mi mano "voladora", él se apresuró a disparar, desviando por completo la trayectoria de mi ofensiva. Entonces, molesto por que aquel primate hubiera dañado mi magnífica creación, salté hacia él, gritando y alzando mi otra espada.
-¡¿Pero QUIÉN te crees para dispararme?! -Vociferé con todas mis fuerzas. El corte partió por la mitad el arma y la mano del portador. Pretendía usar la mano izquierda para rematarlo, pero entonces vi que apenas respondía a mis órdenes. El balazo había perforado la palma casi hasta atravesarla, dañando los mecanismos que permitían mover los dedos. Aún podía activar el lanzamiento y mover la muñeca a la perfección, pero necesitaría un rato para hacer las reparaciones pertinentes. Viéndome imposibilitado para atacar con la izquierda, y más cabreado todavía, asesté una estocada en el pecho al tirador. Los que aún quedaban estaban observando, sorprendidos, asqueados y furiosos.
Con un paso lento y balanceando mi cuerpo, lo cual intimidó a más de uno haciéndolo creer que me hallaba enloquecido, me dirigí hacia la espada que aún yacía clavada en el pie de aquel hombre que estaba tumbado en el suelo desangrándose. La enfundé y entonces me giré hacia mi compañero. Un hombre agachado, con una daga en su mano izquierda, se acercaba discretamente a Alphonse. Esperé hasta que se diera cuenta de mi mirada o atacara, lo que llegara antes. Sin notar que no estaba pasando desapercibido, intentó apuñalar al hombre herido de bala, cosa que impedí con un rápido espadazo que acabó clavando la daga en el suelo. En ese instante, mientras mantenía mi vista fija en él, cambié el diseño de mi máscara a una completamente negra salvo por una pupila roja en el ojo derecho. Entre eso y las manchas de sangre, esperaba intimidarlo lo suficiente como para que se alejara.
Me dirigía hacia mi él cuando, al pasar por el lado de aquella lanza que antes había intentado atravesarme, un hombre gritó. -¡Eh! ¡Tú! -Exclamó, sin más, mientras alargaba su fornido brazo para intentar apropiarse de la lanza que, probablemente, le pertenecía a él. No perdí de vista al tirador que acababa de alcanzar a Alphonse y parecía estar preparándose para disparar de nuevo.
-Tú no ves el viento
ni a mi me verás,
pues eres muy lento
y aquí morirás.
Dije eso y lo volví a pensar: "Tengo que hacerlos más cortos, eso los hará mejores, más poderosos". La idea volvió a asaltar mi mente una vez más, tenía que ser más rápido, más fuerte... Sería la forma en la que obtendría un nuevo nivel, un mayor control sobre mi fruta.
Con mi velocidad aumentada, corrí en dirección a aquel hombre que se oponía a mí. La espada izquierda la usé para cortar el palo de la lanza y se la clavé en el pie, mientras que con la otra corté, no solo parte de su cuello, sino también su antebrazo, con el que intentó bloquear el corte sin éxito alguno. Aunque desgraciadamente la herida del cuello no fue lo suficientemente profunda como para causarle la muerte, moriría desangrado en breve.
El sangriento espectáculo que estaba montando hizo que captara la atención del tirador, que era justo lo que pretendía. Alphonse no estaba en condiciones de esquivarlo si hubiera ido dirigido a él, y yo sabía que si hacía algo fuera de lo normal, aquel hombre lo ignoraría por no ser una amenaza y trataría de volarme los sesos. Corrí hacia él y le lancé mi mano izquierda, que había dejado el arma clavada en el pie de mi reciente víctima. Aunque pretendía desarmarlo con mi mano "voladora", él se apresuró a disparar, desviando por completo la trayectoria de mi ofensiva. Entonces, molesto por que aquel primate hubiera dañado mi magnífica creación, salté hacia él, gritando y alzando mi otra espada.
-¡¿Pero QUIÉN te crees para dispararme?! -Vociferé con todas mis fuerzas. El corte partió por la mitad el arma y la mano del portador. Pretendía usar la mano izquierda para rematarlo, pero entonces vi que apenas respondía a mis órdenes. El balazo había perforado la palma casi hasta atravesarla, dañando los mecanismos que permitían mover los dedos. Aún podía activar el lanzamiento y mover la muñeca a la perfección, pero necesitaría un rato para hacer las reparaciones pertinentes. Viéndome imposibilitado para atacar con la izquierda, y más cabreado todavía, asesté una estocada en el pecho al tirador. Los que aún quedaban estaban observando, sorprendidos, asqueados y furiosos.
Con un paso lento y balanceando mi cuerpo, lo cual intimidó a más de uno haciéndolo creer que me hallaba enloquecido, me dirigí hacia la espada que aún yacía clavada en el pie de aquel hombre que estaba tumbado en el suelo desangrándose. La enfundé y entonces me giré hacia mi compañero. Un hombre agachado, con una daga en su mano izquierda, se acercaba discretamente a Alphonse. Esperé hasta que se diera cuenta de mi mirada o atacara, lo que llegara antes. Sin notar que no estaba pasando desapercibido, intentó apuñalar al hombre herido de bala, cosa que impedí con un rápido espadazo que acabó clavando la daga en el suelo. En ese instante, mientras mantenía mi vista fija en él, cambié el diseño de mi máscara a una completamente negra salvo por una pupila roja en el ojo derecho. Entre eso y las manchas de sangre, esperaba intimidarlo lo suficiente como para que se alejara.
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No sabía si aquella bala había tocado algo importante, tampoco sabía si íbamos a salir vivos de allí, sólo sabía que me dolía. Joder, la cosa no pintaba nada bien. Un tiro no era para nada como un golpe o un corte de espada… no, era una maldita pieza que te mordía desde el interior, que profundizaba en tus entrañas con un dolor continuo y palpitante.
Tenía ganas de introducir mis dedos en el sanguinolento hueco para sacar de un tirón aquel terrible escozor que medraba mis fuerzas a cada momento, pero me contuve de hacerlo. Yo no disponía de suficientes conocimientos en la medicina, pero sí que había aprendido en la realización de mis obras que costaba más arreglar una chapuza que dejar a los profesionales hacer su trabajo desde el puñetero principio… Tan sólo esperaba que aquel monstruo que se hacía llamar médico terminara en su intento por aterrorizarles. ¿Por qué su mano no sangraba?
Necesitaba un apoyo, un influjo que no les dejara evaluar sus heridas como yo acababa de hacer; me necesitaba. ¿Pero qué hacer cuando no quieres ni volver a moverte? Estaba ahí, sobre los dos muchachos que había matado en un impulso que casi ni recordaba. Una idea cruzó mi cabeza, traída por una repugnante musa.
Me agaché de nuevo tomando el brazo caído y desgajado del pobre desgraciado que osó estar cerca cuando la bala silbó a través de mi carne, y grité mientras hacía el terrible esfuerzo por arrancarlo. Fibra tras fibra la musculatura cedió estallando con oscuras salpicaduras. Esgrimí la extremidad sobre mi cabeza, describiendo círculos mientras andaba a pequeños y forzados saltos de primate. Continué gritando, forzando el terrible tono del más primal de los gritos de guerra.
Me preguntaba en secreto si todo eso valdría para algo. En mi corto camino, uno de aquellos muchachos quedó paralizado por la escena, recibiendo un mojado y asqueroso recordatorio en la cara. Que te den con un brazo arrancado por la parte que sangra no hace mucho daño, pero seguro que destroza el espíritu. Me giré por un sonido, incapaz de ver si aquel tipo que acababa de maquillar huía o no.
Kenmei estaba a mi lado, aunque no sabía bien cómo había aparecido allí. Terminaba de sacar su espada del cuerpo de uno de los mercenarios, demasiado próximo para mi gusto. ¿Cuándo se había cambiado de máscara? ¿Cuándo se había acercado aquel repugnante y sigiloso truhán hacia mí? ¿Cuántos… cuántos quedaban?
Sangré mucho más de lo que nadie querría. No debí haber hecho el estúpido esfuerzo de un prehistórico y caníbal cavernícola. No… no estaba bien, no me encontraba para nada bien. La escena se volvía grumosa y disipada en la periferia ocular, avanzando lenta y paulatinamente hasta el centro de mi visión.
Tenía ganas de introducir mis dedos en el sanguinolento hueco para sacar de un tirón aquel terrible escozor que medraba mis fuerzas a cada momento, pero me contuve de hacerlo. Yo no disponía de suficientes conocimientos en la medicina, pero sí que había aprendido en la realización de mis obras que costaba más arreglar una chapuza que dejar a los profesionales hacer su trabajo desde el puñetero principio… Tan sólo esperaba que aquel monstruo que se hacía llamar médico terminara en su intento por aterrorizarles. ¿Por qué su mano no sangraba?
Necesitaba un apoyo, un influjo que no les dejara evaluar sus heridas como yo acababa de hacer; me necesitaba. ¿Pero qué hacer cuando no quieres ni volver a moverte? Estaba ahí, sobre los dos muchachos que había matado en un impulso que casi ni recordaba. Una idea cruzó mi cabeza, traída por una repugnante musa.
Me agaché de nuevo tomando el brazo caído y desgajado del pobre desgraciado que osó estar cerca cuando la bala silbó a través de mi carne, y grité mientras hacía el terrible esfuerzo por arrancarlo. Fibra tras fibra la musculatura cedió estallando con oscuras salpicaduras. Esgrimí la extremidad sobre mi cabeza, describiendo círculos mientras andaba a pequeños y forzados saltos de primate. Continué gritando, forzando el terrible tono del más primal de los gritos de guerra.
Me preguntaba en secreto si todo eso valdría para algo. En mi corto camino, uno de aquellos muchachos quedó paralizado por la escena, recibiendo un mojado y asqueroso recordatorio en la cara. Que te den con un brazo arrancado por la parte que sangra no hace mucho daño, pero seguro que destroza el espíritu. Me giré por un sonido, incapaz de ver si aquel tipo que acababa de maquillar huía o no.
Kenmei estaba a mi lado, aunque no sabía bien cómo había aparecido allí. Terminaba de sacar su espada del cuerpo de uno de los mercenarios, demasiado próximo para mi gusto. ¿Cuándo se había cambiado de máscara? ¿Cuándo se había acercado aquel repugnante y sigiloso truhán hacia mí? ¿Cuántos… cuántos quedaban?
Sangré mucho más de lo que nadie querría. No debí haber hecho el estúpido esfuerzo de un prehistórico y caníbal cavernícola. No… no estaba bien, no me encontraba para nada bien. La escena se volvía grumosa y disipada en la periferia ocular, avanzando lenta y paulatinamente hasta el centro de mi visión.
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