¡Creando contactos en los pantanos infestados de insectos! [Priv. Pas. Kenmei y Boss]

Tras la locura fingida (o eso esperaba) por el dolorido Alphonse y mi sádico espectáculo, decidí finalizar la función con lo que llevaba un rato maquinando y había intentado realizar sin éxito: mi técnica Oscuridad.

Tras tanto meditar durante el combate sobre la forma de mejorar mis poemas, estaba ansioso por probarlo, así que me apresuré a rebanar a aquel intento de asesino que había bloqueado y me miraba tembloroso. Su cabeza se abrió por la mitad, dejando una imagen repugnante de un torso al que parecían salirle dos cabezas del mismo cuello, cubiertas en sangre.

Con pasos firmes y dirigiendo una mirada a los observadores, los pocos supervivientes que estaban aterrados, me dirigí a mi acompañante, puse una mano sobre su hombro y recité la nueva técnica.

-En mi negra esfera
la muerte os espera.

Justo entonces un orbe de oscuridad nos rodeó tanto a mí como a Alphonse, dejando sin visibilidad del interior a los trogloditas miedosos. Sólo el herido de bala, por tener la marca, y yo, por hacerla, podíamos ver con claridad. Me acerqué a uno y lo atravesé por la espalda, dándole empujones a la espada para que fuera más doloroso. El propósito era que profiriera gritos de dolor y ahuyentara a sus compañeros, y así lo hizo. Esos desgarradores sonidos hicieron que echaran a correr, uno incluso se cayó hacia atrás del miedo y huyó gateando, era el que había recibido el leve golpe del sangrante brazo que Alphonse blandió anteriormente.

-Bueno... No sé cómo lo haremos para descansar esta noche, pero ten por seguro que esos no vuelven... Tenga. -Me corregí, por eso de que no quería que lo tutease, pero lo hice después de haberlo hecho para molestarle un poco... Aunque quizás no era la mejor idea después de ver cómo usa un brazo amputado como arma Le he salvado la vida en el combate y pensaba salvársela de nuevo extrayéndole la bala y tratando la herida lo mejor que pudiera en un ambiente tan... poco ortodoxo.

-Si me permite, esa herida tiene mala pinta, le extraeré la bala, coseré y vendaré... de nuevo. -Dije mientras me agachaba a su lado. Saqué más vendas, unas pinzas y un escalpelo y esperé su respuesta mientras me quitaba la máscara, me remangaba y me preparaba. -Después de salvarle la vida una vez más, hablaremos del precio. Ese meteorito es muy... -Me detuve al ponerme los guantes de látex y concluí. -...suculento. -Quién sabía si incluso podría ayudarme a conseguir un ascenso.

Mi visión quedó reducida a un angosto túnel, un oscuro y lóbrego pasaje que precedía a la muerte. Y siquiera tuve la suerte de que fuera una muerte tranquila… El dolor me corroía por dentro como una palpitante acidez que se extendía a calambrazos por todo mi vientre, apuntalando  mi torso y mordiéndome el costado como la más feroz de las bestias. Mi respiración se convirtió en una serie de forzosos espasmos entre los que no me daba tiempo a hacer otra cosa más que gritar cuando los músculos de mi cuerpo se tensaban uno tras otro. Nunca, jamás, en todos los golpes, caídas y quemaduras de mi vida, había sentido un dolor tan atroz como para desear que acabara de una forma tan sincera y lastimosa. Las lágrimas caían de mi apretado rostro sin que pudiera hacer nada más que dar golpes en el suelo y clavar mis dedos alrededor de la herida mientras la escena a mi alrededor se desarrollaba sin llamar lo suficiente mi interés.

Poco después de que Kenmei se apoyara en mí,  caí  al suelo clavando la frente en la húmeda tierra en un vano intento por reducir el exceso de calor de mi dañina agitación. Deseé arrancarme el dolor, abrir un hueco en mi persona para librarme de todo el mal que me estaba causando aquella herida… pero… no sobreviviría, ¿no? ¿Por qué no podía ser un dedo? Incluso sin la posibilidad de salir vivo, sacrificaría gustoso todo mi futuro para que acabara mi tortura. Como con muchas otras cosas, no podía hacer más que aguantar mi tormento... por ahora.

Sus palabras prometen acabar con el dolor, a un precio… A un precio que ni él mismo conoce.

-¡Vamos, empiece de una maldita vez!- le dije entre dientes, tumbándome para exponer el lado sobre el que tenía que trabajar. Más le valía terminar rápido con mi sufrimiento.

Su brusquedad al hablar era prueba más que suficiente, además de su manera de moverse y temblar, de que algo no andaba bien. Es cierto que un balazo es doloroso, pero sus síntomas eran prácticamente febriles. Sus pupilas estaban muy dilatadas, lo que lo hacía muy sensible a la luz y me dio qué pensar. ¿Y si estaba intoxicado? Entonces caí en la cuenta de que precisamente era ese el motivo de mi llegada a la isla, encontrar los venenos de los insectos que suelen habitarla. Teniendo eso en cuenta, era bastante lógico concluir que los mercenarios podían haber envenenado sus armas y eso estaba causando tales efectos en Alphonse.

Procedí a retirar las manchadas capas de tela que cubrían la piel y miré al languideciente hombre. No tenía anestesia. ¿Debía decírselo? ¿Lo notaría siquiera? El dolor que aparentaba sentir parecía ser lo suficientemente abrumador como para eclipsar mis pequeñas incisiones, por lo que devolví la mirada a la sangrante herida. Abrí lo suficiente como para que entrara mi mano y ya desde que levanté el tejido noté algo extraño: la bala estaba rota. No es algo tan infrecuente que la bala se rompa, pero es que esta no había chocado contra ningún hueso ni nada, parecía más bien haber estallado o... Volví a mirar los pedazos y extraje uno con las pinzas. Estaba manchado, tenía restos de algo más que de sangre. Entonces comprendí que se había roto porque era mucho menos resistente que una bala normal, era una bala hueca. Dentro tenía que haber llegado la toxina, cuyos restos de color verde amarillento aún impregnaban parcialmente los fragmentos del proyectil.

Estaba usando mi mano izquierda, cuyos dedos permanecían inmóviles, para apartar la piel, mientras que con la derecha usaba las pinzas con sumo cuidado y un pulso excepcional. Lo que me preocupaba no era la hemorragia interna, pues cosiendo un poco podría evitar mayores daños, el problema era el veneno. Sin que yo lo viese venir, un extraño se acercaba lentamente. Yo, por mi parte, terminé las suturas y cogí una pequeña jeringuilla sin aguja para coger una muestra de sangre, que de seguro contendría, por tanto, una muestra del veneno. No tenía las herramientas ni el conocimiento necesario para acabar con la intoxicación, por lo que esperaba que mi rápida actuación paliara, al menos, el dolor, hasta que pudiera encontrar algún tipo de antídoto o algo. El interior del instrumento quedó relleno de una mezcla heterogénea de extraños color entre naranjas y verdes. Entonces fue cuando vi a aquel hombre que pasó de estar sorprendido por la matanza que nos rodeaba a mirar dubitativo la jeringuilla.

-Celen'ogon. -Dijo, a lo que yo respondí con una exagerada mueca de incomprensión. -Veneno de Celen'ogon. Eso es lo que tienes ahí. -Continuó, levantando la mano y señalando hacia mi instrumento médico. -¿Lo conoces? ¿Cómo lo has...? Bueno, eso no importa, necesito cuanto antes un antídoto, este hombre se muere. -Respondí, quizás exagerando un poco, pero yo qué sabía, lo mismo bajaban los efectos y podía sobrevivir 24 horas que lo mismo moriría en 20 minutos.

El transcurso de la operación no hizo más que agravar mi sufrimiento. Me agarré con todas mis fuerzas a los escombros del suelo, clavando mis dedos en la ceniza y la arena del desolado pueblo. ¿Cuántas vidas inocentes se habrían perdido? Poco a poco, y tras cada horrible puntada del tratamiento, mis fuerzas fueron desmoronándose a causa del continuo esfuerzo que realizaba para no gritar, para no moverme y así evitar perjudicar el trabajo del doctor. Cuando su trabajo finalizó, el dolor permaneció con la misma, si no mayor, intensidad.

¿Por qué tenía la mala suerte de enfrentarme a esta horrible tortura? ¿Por qué mi sufrimiento no estaba justificado? No…, lo estaba. Esta era mi penitencia por no haber podido salvar a nadie, por dejarme llevar por la avaricia de una piedra traída del cielo y hacer tratos con ese demonio. Me merecía todo lo que me pasaba y más.

-Nosotros no usamos antídoto para el Celen’ogon; ese veneno lo usamos como prueba de madurez para los jóvenes. Si soportan el veneno, serán capaces de soportar el dolor de perder a una familia, a un hijo, de vivir en este duro mundo…- el chamán, demasiado rubio para ser de origen local, hizo una larga pausa-. Pero debemos irnos de aquí antes de que lleguen más mercenarios, y deberíamos atarle antes de que se le vuelvan a abrir los puntos- añadió, señalándome con una uña larga pintada de verde.

No podía ver bien su rostro, sólo los colores y las borrosas formas de su persona. Di un puñetazo contra el suelo para intentar luchar contra algo a lo que no podía dañar, contra algo que sí que podía morderme y agitarse como un espinoso gusano atrapado en mis carnes.

El primitivo monje de largas ropas grisáceas silbó, y los matorrales se agitaron escupiendo negras sombras agazapadas. Esas oscuras criaturas me levantaron, llevándome a suaves pero ligeros pasos a través del pantano procurando que mis pies, inquietos y engarrotados por el dolor, no tocaran el suelo.

-Cuando lleguemos me explicarás que ha pasado- escuché que decía a la voz del santo jefe, probablemente dirigiéndose a Kenmei-. Mientras nos movamos tenemos que hacerlo en silencio, suficiente ruido ha habido ya en este amargo día.

Cuando aquél hombre terminó de explicar sus tribales costumbres, dirigí una rápida mirada al agonizante Alphonse. Analicé de nuevo sus palabras: "Nosotros no usamos antídoto para el Celen’ogon". Eso me dejaba dos opciones aún disponibles: la primera, que no lo usaban pero lo tenían, con lo cual podríamos usarlo nosotros; la segunda, que ellos no lo usaban, pero había gente que sí, por lo que solo tendríamos que contactar con ellos. Sin embargo, existía la tercera posibilidad: Alphonse tendría que enfrentarse solo a la toxina, sin la ayuda de ninguna sustancia ajena.

Gruñí un poco y asentí, permitiéndole que nos guiara. Al momento silbó y unos extraños salieron de las cercanías sin hacer apenas ruido, levantando al hombre herido y siguiéndonos de cerca a mí y a su líder.Puesto que dijo que lo mejor sería avanzar en silencio, me mantuve callado hasta llegar a la pobre aldea que tenían construida. Una vez allí, mientras en el aire se olía el extraño aroma de un mejunje que estaban hirviendo al aire libre y se oían las voces de algunos niños jugando, respondí a su petición.

-Ya estamos, entonces te cuento. No sé si esperas una larga historia con una trama complicada, pero si ese es el caso, te voy a decepcionar. -Dije con cierto desdén. -Simplemente estábamos en el sitio menos indicado,
supongo. Cuando esos mercenarios aparecieron, no pretendíamos luchar, pero tras un accidente que acabó con la vida de dos de ellos, fue inevitable. Conseguimos derrotarlos, los que sobrevivieron huyeron, pero este hombre recibió un balazo envenenado con eso... eso que has dicho antes. ¿Debo entender que no existe un antídoto? ¿Podrá resistirlo por sí mismo?

El hombre se acariciaba la barbilla mientras me miraba hablar y dar vueltas. Finalmente, tras un suspiro, respondió. -No existe antídoto para el Celen'ogon. El destino de tu amigo es incierto, pero es posible que lo resista, al igual que lo resisten muchos de nuestros jóvenes. Celen'ogon significa fuego verde en el idioma nativo. Te quema por dentro y hace falta gran fuerza de espíritu y madurez para vencer. -Decía mientras hacía unos gestos con las manos, como ensalzando a los que superan la absurda prueba.

Sí, claro, fuerza de espíritu y madurez. Seguro que eso es lo que vence a las enfermedades y no los anticuerpos y los medicamentos.-¿Cuánto tardará en terminar? En caso de que sobreviva o muera... -Pregunté, para ver si me daría tiempo a desarrollar un antídoto o no.

-No suele llegar a las dos lunas en ninguno de los dos casos. -Dicho de otra manera, tanto si vive como si muere, será antes del anochecer del día siguiente. Tenía algo menos de treinta horas, tendría que darme prisa pero podía ser suficiente. -¿Por casualidad no tendréis muestras del veneno? Intentaré hacer un antídoto, luego si lo queréis o no, haced lo que queráis, yo voy a hacer lo posible para salvarlo.

El hombre de largos ropajes hizo un par de señas a sus hombres, unos cuantos procedieron a atar a Alphonse, medida que no alcanzaba a comprender, mientras que otros dos me acompañaron para darme la muestra. Una batalla contrarreloj, muy interesante.

Necesitaba dejar de gritar,  pero también necesitaba seguir gritando. ¿Qué opciones tenía más que recluirme en mi mismo, abstrayéndome en un interior que ardía sin fuego y se retorcía sin movimiento? Me di de bruces contra las paredes que eran mi propio ser, empujaba y me contraía en una continua pataleta que hacía retumbar mi pecho. Nada podía hacer contra el puro concepto de la agonía más que sufrirla.

Fuera, en una realidad más tangible para todos, lloraba apretando los dientes, las manos y los pies hasta que dolía más el relajarlos. Las cuerdas sobre mis brazos y mis piernas apretaban mi piel quemada con una  sensación que me parecía suave en comparación con el cactus que intentaba abrirse paso a través de mis intestinos.

Por mucho que intentara asignar una metáfora a aquella brutal tortura, no se me ocurría nada que la igualara, siquiera un “Intenta pasar la cabeza de un langostino por la uretra” era apropiada.

Poco a poco, los raspones de fibras de vidrio se extendían imbuidos en jugo de limón y marisco a través de mi pecho, avanzando incansablemente hasta desgajar mis pulmones en una mala contractura de padrastros infectados.  Como una infección de orina que se agolpaba en mi garganta, trepaba con finas garras de espinas de rosal y conchas de mejillón que cercenaban pies en su incansable conquista de mi organismo.

Perdí la concepción del eterno tiempo a pesar de marcar como un reloj su paso mediante sudorosos temblores y fríos espasmos.

Las voces alrededor mío quedaban eclipasadas por los gritos que tan sólo yo podía escuchar, por el dolor que tan sólo yo podía sufrir. Allí rondaban las horribles criaturas que se negaban a darme un descanso apropiado, que negaban mi sufrimiento con simples y curiosas miradas de abandono. Y entonces... vi a los niños parar su juego por mí... deteniéndose a contemplar con los mismos ojos que sus padres.

No... aquellos niños no podrían pensar de esa manera... deben haber sido corrompidos por las costumbres y los actos de estos demonios que...
-¡Aguanta!

¿Qué?
-¡Aguanta!- repitió la voz aguda, empezando el coro de infantiles ánimos.

Apoyé mi frente en el frío suelo de marmol, presionando mi rostro contra las macizas entrañas de mi poder. Me tiré de los pelos, clavando los dedos en mi cráneo para dejar de gritar. Debía... debía corresponder su confianza, pero, sobretodo, no debía destrozar su ilusión.

Quedé muy sorprendido al ver lo que parecía un intento de laboratorio, teniendo incluso un microscopio, algunos tubos de ensayos, etcétera. De inmediato me giré hacia los dos hombres que me acompañaban.

-¿Q-qué... De dónde habéis sacado esto? -Pregunté. Ellos emitieron unos extraños sonidos que indicaban que no hablaban mi idioma, entonces me señalaron un matraz lleno del extraño líquido que habían denominado como veneno del "Fuego verde", o Celen'ogon en el idioma de esta civilización infradesarrollada.

Asentí y, cuando se giraron, salí tras de ellos, intentando llamar la atención del único que, al menos que yo supiera, podía comunicarse conmigo por algo más que por señas. Alcé la voz para que pudiera oírme, pues estaba acercándose al atado Alphonse, quizás para ahuyentar a los niños que se habían congregado a su alrededor.

-¡¿Puede venir un momento?! -El hombre se giró y, por un momento, dudó si seguir con lo que fuera que quería hacer o atender a mi llamada, pero finalmente se acercó a mí. -Dígame. -Dijo, tan escueto y seco que parecía que hablaba por mera formalidad. Con mi mano señalé al interior y comencé a hablar. -Esto necesita una explicación, esta gente no puede haber conseguido estos instrumentos por su cuenta, ni siquiera podrían haberlo comprado a no ser que alguien hable su idioma... Sin embargo... tú pareces distinto. ¿Me lo explicas?

El hombre, acariciándose de nuevo la barbilla, me miraba con aires de superioridad. Gruñí un poco por lo bajo y entonces se dignó a hablar. -Bueno, no soy de aquí, creo que eso lo puedes ver fácilmente. Digamos que investigo la cultura de esta gente y, por tanto, tengo también que estudiar las cosas que los rodean, como son los venenos que más usan. El laboratorio es mío, ahí tienes incluso un separador centrífugo. Llevo unos diez años aquí, así que ya soy uno más. Y por mis conocimientos del mundo exterior, me he ganado su... admiración. No indagues mucho más, dedícate a lo tuyo y, si necesitas algo, avísame.

Aunque no me inspiraba confianza, mucho menos con sus últimas palabras, no era mi problema lo que sucediera aquí, por lo que no necesitaba preguntar sobre ello. Solo tenía una pregunta más. -Como quieras. ¿Por casualidad no tendrás algo con lo que pueda reparar mi mano? -Pregunté, mostrando mi robótica mano perforada parcialmente por culpa de aquel proyectil.

El hombre estaba entre sorprendido y asqueado, tras una pequeña mueca con la boca, me miró a la cara de nuevo y respondió. -No. No hago esas... "cosas".

¿Tan repugnante era tener algo de ciborg? Quién sabe, quizás era un trauma infantil o simplemente era retrasado. Tendría que investigar con una mano menos, qué remedio. Saqué la muestra de sangre y me puse a mirarla a través del microscopio. Sorprendentemente, aunque la toxina parecía tener una gran facilidad para reventar las células, los anticuerpos le estaban ganando terreno. No parecían las defensas de un humano normal, trabajaban mejor y más rápido. ¿Era Alphonse algún tipo de experimento genético? Ahora mismo era imposible saberlo, y más aún preguntarle, pero estaba claro que con una buena dosis de anticuerpos, podría ayudarle a superar el mal trance en el que estaba metido.

Usé el separador para tener en distintos tubos los linfocitos, los anticuerpos, la toxina y el resto de la sangre. Después fui suministrando pequeñas muestras de la toxina a los glóbulos blancos para estimular la producción de anticuerpos y los fui acumulando.

Pero no importaba cuan honorable fueran mis intenciones cuando mi cuerpo se negaba a respaldarme; la voluntad de un hombre poco podía hacer contra el ímpetu de la naturaleza. Vomité una bilis pegajosa, fruto de no tener contenido alguno que digerir en mi estómago.

Los niños gritaron con divertido espanto al ver la clara baba, y los adultos les empujaron amablemente a seguir con sus chiquilladas a otra parte. Los vítores de ánimo desaparecieron de la escena, por mucho que siguieran resonando en mi corazón.

La nariz me ardía, manchada del ácido icor estomacal que había subido, impasible a pesar de mi esfuerzo por contenerlo; mis dientes rechinaban, desgastado su esmalte al contacto con la disolución. La sensación no era agradable, nunca lo era… Recordé los golpes que me revolvían el estómago, los mareos y las pérdidas de consciencia que tanto compartían con mi paupérrima situación.

No supe cuánto rato permanecí allí, sufriendo, sufriendo constantemente en el mayor silencio que sólo osaba perpetrar con gruñidos cuando la quemazón alcanzaba su punto más álgido. Sentía una ventisca en los huesos, un infierno en la carne y tambores en el corazón. Ojalá hubiera llegado un momento en el que hubiera dejado de sentir dolor. Quería un descanso… un necesitado respiro para poder cerrar los ojos y descansar del llanto.

Dejé de moverme, de tensarme sabiendo que mis movimientos eran inútiles contra las mareas de dolor. Todo en mi cuerpo se había convertido en una irritada masa de quemaduras y caries, un continuo y salvaje recordatorio invisible para los que se negaban a darme su empatía. Incluso para ellos hubiera sido difícil sondear la abisal profundidad a la que llegaba mi dolor.

-Parece que estás… mejor- podía notar en la voz del chamán que así lo creía, pero que no estaba del todo seguro-. ¿Quieres un poco de agua?

No podía limitarme a asentir ante aquel que me traía el preciado fluido que ya echaba en falta, así que dije con una voz rota una de las palabras que tenía la mayor fuerza del mundo.
-Gracias.

Seguí trabajando hasta que se hizo de noche, consiguiendo más que suficiente para una sola persona, por lo que decidí guardar el resto por si fuera necesario para otra vez, al igual que lo hice con el veneno.

En el exterior había oído voces infantiles hasta hacía poco, por lo que supuse que ya debía de haber superado el "toque de queda". Cuando salí, pude ver a unas cuantas figuras reunidas alrededor de un fuego con el "líder", que parecía estar contándoles algo. ¿Quizás nuestra historia? O puede que algún extraño mito o quién sabe qué, no le dí la menor importancia. Sin perder más tiempo, me acerqué a Alphonse con la intención de inyectarle una buena dosis de anticuerpos. Con suerte, si todo marchaba correctamente, al amanecer debería de estar mucho más recuperado.

Cuando lo vi, noté que estaba despierto, o puede que lo más correcto fuera decir "consciente", porque muy alerta no estaba precisamente. -Buenas noches. -Dije sin esperar respuesta, pues ni siquiera sabía si me oía o podía articular palabra alguna.- Esta inyección te ayudará a vencer a la toxina, espero que no tengas problemas con los pinchazos. -En ese momento recordé a algunos de mis antiguos pacientes, era ver algo acabado en punta y ponerse a temblar, qué inútiles. Debo reconocer que, para conocer con tanta exactitud como conozco el cuerpo humano e incluso cada vena y cada arteria, tardé un rato en poder proceder adecuadamente. Definitivamente el cuerpo de este individuo no era normal, entre eso y sus "super-anticuerpos", no sabía qué pensar.

Hecho esto, me senté en un tronco que se hallaba tumbado cerca del círculo de nativos e intenté prestar atención a aquel extranjero. Como hablaba el lenguaje de la tribu, no podía entender nada, pero lo que decía no era en lo que me estaba fijando, yo miraba a aquellas personas que, a su vez, miraban asombradas al orador. ¿Lo veían como alguna clase de iluminado, un sabio o alguna clase de hechicero?

Al cabo de unos minutos, el hombre dio por concluida la charla y cada cual se dirigió a dormir, mientras él se acercaba a mí y se sentaba a mi lado. -¿Has entendido algo? Sería todo un milagro que aprendieras el idioma en una tarde jajajajaja. -Se reía en la solitaria madrugada. Yo lo observaba tras mi máscara, bajo la tenue luz del titilante fuego. -No, claro que no, es solo que...  Estaba pensando, ¿qué opinión tienen los nativos de ti? No sé que les estabas contando, pero parecían asombrados. ¿Qué les has enseñado del mundo exterior? -No parecía muy contento con mis preguntas, pero no sé qué esperaba que le dijera. -Chico... Esa curiosidad puede traerte problemas. Del mundo exterior saben lo justo, y a mí me tienen aprecio y me consideran su "maestro" en la materia. Eso es todo. -En ese momento terminé mentalmente la frase en su lugar, "eso es todo lo que te voy a contar". Sin estar satisfecho pero sin ganas de discutir y queriendo acostarme para descansar cuanto antes, me levanté. -¿Dónde dormiré? -Pregunté, cruzándome de brazos. -...Por aquí, sígueme. -Y me llevó a una pequeña cabaña en la que pude dormir hasta que amaneció.

Todo el reino estaba en llamas. Sólo el último bastión quedaba en pie, protegido por la espesa barrera mágica que se había erigido al principio de los tiempos. En la sala principal, el rey recibía las perpetuas oleadas de gritones mensajeros que exigían la movilización de soldados a sus tejidos de origen.

-¡Callaos!- gritó el rey, reclamando el silencio de todos ellos. Conocía perfectamente la situación, conocía el sufrimiento de todo su pueblo, de su tierra y sus cielos envueltos en ceniza y tempestad. También sabía que no había suficientes soldados para hacer frente a los demonios que asolaban sus tierras. Aunque podían combatir los impíos incendios con sus blancas llamas, el fuego seguía siendo fuego…

Pronto no quedarían más que cenizas, y el rey volvió al perpetuo silencio.  Sabía que los cuarteles no eran capaces de generar la milicia con la rapidez que necesitaban y también que los soldados aún no habían aprendido las tácticas del enemigo lo suficientemente bien para que sus ataques dejaran de provocar daños colaterales. Todo estaba perdido, pero esta vez era verdad.

-¿Sabemos cada cuanto tiempo se dividen?- preguntó el consejero, con el mismo rostro y voz que todos ellos.

-Hemos probado todos los remedios alquímicos, desde los más recientes a las antiguas escrituras contra el sarampión. No parecen responder a ningún patrón antes visto, mi señor- explicó uno de los escribas, volviendo  al fútil empeño de revisar sus documentos.

-Nos encontramos a una nueva amenaza, mi señor. Prevaleceremos como lo hicimos contra las terribles paperas-gritó con esperanza un blanco caballero, responsable de la destrucción de tantos enemigos como aliados-. Tan sólo tenemos que purgar el mal, todo mal.

-No apruebo sus métodos, NK. Este mal que nos asola no trae la corrupción a nuestros campos, no se integra en su semilla para crecer y expandirse… sólo quema y destruye sin variar su abismal número- añadió el obispo CD4-.Debemos continuar esperando que se nos presente la debilidad de estas inmundas criaturas.
-¿Cuánto tiempo, eh? ¡¿Cuánto tiempo más habremos de esperar?!- escupió en respuesta el general CD8, ávido de sangre, mientras sus ciegos guerreros no tenían una clara marca con la que reconocer al enemigo.

El silencioso rey alzó la mano, acallando la disputa con su gesto. Sabía que el demonio tras su trono no podría ayudar en esta situación. La amenaza que devoraba el reino no podía ser vencida con ira y golpes, ese mal terminó al principio de la guerra. Y ya lamentaba haber tenido que recurrir a aquella horrible criatura que ponía en entredicho su puesto y fuerza como supremo monarca.

-Buenas noches- dijo una voz diferente.

Todos en la sala se giraron hacia el extranjero. Aquel ser era un extraño, ajeno  a todos ellos. No es que todos los presentes en la sala fueran del todo iguales, pero desde el principio cada una de sus familias había tenido que sacrificar funciones para especializarse en otras, por el  bien del reino. Aquel extraño no compartía el código original, el sagrado espíritu que reinaba en todos ellos. ¿Acaso era un tumor que destruir, un corrupto villano? No, siquiera estaba allí.

-¡Morid!- se lanzó NK, atravesando la ilusión con su mandoble. Su rostro se arrugó con decepción, rabia y espanto al comprobar que siquiera él podía dañarle-. Brujería…

-Buenas noches- respondió el rey, cumpliendo las leyes promulgadas en el transcurso de su reinado, no demasiado útiles para la competencia con otros reinos. Los rápidos heraldos llevaron su recado, quedando las amables palabras reducidas a un mero susurro externo.

-Esta inyección te ayudará a vencer a la toxina, espero que no tengas problemas con los pinchazos- explicó el brujo.

Y aunque los tenía, ¿qué otra opción le quedaba?

El metálico portal comenzó a manifestarse, parpadeando en la obtusa realidad, deshaciendo las nubes a su alrededor en huecos que no tardarían mucho en amoratarse, hasta que, finalmente,  terminó por  abrirse en su destino. Llegaban refuerzos.

Notas informativas y aclaratorias de los "tipos celulares":

Al día siguiente, cuando me desperté, salí lentamente de la cabaña, quejándome por lo bajo de la poca comodidad de la cama. No sabía cuánto había dormido, pero sabía cómo, y la respuesta era: mal, me dolía la espalda y la cadera.

Haciendo unos estiramientos para intentar aliviar el dolor, me dirigí hacia donde "descansaba" Alphonse y, como supuse, estaba muy mejorado. Esos anticuerpos suyos era muy interesantes y debían de estar apunto de vencer a la toxina si no lo habían hecho ya. Entonces decidí hacer una llamada para comprobar cuánto le quedaba a nuestro transporte. Estaba deseoso de llegar al laboratorio para analizar tanto el veneno de Celen'ogon, al que le cambiaré el nombre, como el extraño mineral que componía aquel meteorito.

-Aquí Kenmei Shiba, informen de la situación de las reparaciones.

-¡Buenos días! Avanzan a la perfección, estaremos en donde lo dejamos ayer en un par de horas. ¿Está así bien?

Sonreí y me giré hacia Alphonse, esperando que oyese lo que iba a decir si es que estaba despierte y/o consciente. -Perfecto, en dos horas donde me bajé del barco ayer. Corto.

De inmediato me volví al lugar donde había descansado, o al menos lo había intentado, y allí empecé a recoger las cosas. Dosis de anticuerpos, dosis del veneno y todo lo que había traído, salvo por lo que había gastado en vendas para el herido Alphonse. Me puse mi máscara y me acerqué al líder de los lugareños para agradecerle la estancia con una reverencia, aunque le aconsejé que una de las cosas del exterior que tenía que traer al poblado eran mejores camas. Riéndose, se despidió, y después hizo sonar un extraño instrumento de viento, que, por lo que pude observar, servía probablemente para congregar a los lugareños. Tras unas palabras que supuse que eran para explicarles que nos íbamos y tal, aunque me mantuve alerta por si querían traicionarnos para sacrificarnos a alguna extraña deidad o quién sabe qué, cogieron a Alphonse y lo desataron. El hombre habló entonces.

-Tu amigo ha superado la batalla, tiene un espíritu fuerte. Aún no está recuperado del todo, pero lo peor ya ha pasado. Todos os deseamos un buen viaje. -Y cuando alzó la mano en señal de despedida, todos dijeron al unísono algo como "proskay", que debía significar adiós, supuse.

-Bueno, ¿partimos? -Pregunté a Alphonse antes de ponerme la máscara.

La luz que manó del hueco era fría y tan saciante como un fresco soplo de brisa en verano. Los ascendidos bajaron de la cascada desplegando sus plateadas alas  sobre los vientos de la muerte y la guerra. Hacía demasiado tiempo que habían abandonado su hogar, forjando sus brillantes armaduras en el fuego del angosto infierno. Conocían muy bien a aquellos demonios que asolaban la tierra en la que habían nacido largo tiempo atrás. Sonrieron.

Cada batir de sus élitros hacía descender miles de afiladas plumas, las cuales iban dirigidas específicamente a aquellas horribles criaturas. Las bestias gritaron, recibiendo las horribles puntadas de pura plata, y aunque no lo hubieran hecho, el tintineo de las dagas en sus espaldas les habría delatado igualmente.  Por fin, los ciegos espectros tenían un enemigo del que vengarse.

La muerte que traía la octava compañía era tan limpia y pura como el tono que precisaban para actuar. Era una medida necesaria, inculcada desde su creación para evitar que aquel exceso de poder destructivo perjudicara cada brizna de hierba del propio reino. Ahora, con los primeros cadáveres de aquellos engendros acumulándose en el suelo, otros monstruos más grandes tenían algo que llevarse a la boca que no fueran los propios restos de sus compatriotas.

Las gargantúas sin hueso se arrastraron por la tierra, disfrutando de un nuevo sabor que mudar en su piel para que otros más inteligentes que ellos catalogaran como propio o ajeno.  Y por fin, un pequeño muchacho llevó la destinada marca que los ángeles portaban en su interior, ascendiendo como ellos. Y donde hubo tan sólo uno, muchos emergieron de él dispuestos a limpiar el desolado reino.

En el palacio, el consejo aclamaba con vítores el inicio de la contundente victoria mientras se purgaban los últimos restos de villanía a los ríos nefríticos, que los llevarían fuera de todo límite conocido. El rey sonrió, sabiendo que la felicidad que veía en los rostros iguales al suyo no era real y, más importante, que no recordaría nada al despertar.


Me desperté con la boca seca, el cuello torcido y la vejiga demasiado llena. Parpadeé, sintiéndome pesado y cansado por una noche en la que dormí sin descanso, en la tuve un sueño demasiado raro para recordarlo por completo. Tenía la sensación de que, si hubiera tenido un papel a mano, podría haber escrito una interesante historia. Sabía que mi subconsciente me traicionaría, impidiéndome recordar los detalles más importantes, haciéndome inventar nombres muy diferentes y rellenar tramas perdidas en mi memoria.  Intenté  repetir el desarrollo de las escenas que había vislumbrado, pero la vigilia es traicionera… y las ganas de aliviarme ocupaban gran parte de mi espíritu.

-Por favor, desatadme-pedí con la voz ronca, pero nadie quiso satisfacer mis deseos. Casi parecía que temiesen algún tipo de represalia, como si temieran las consecuencias de sus actos. Acaso creerían que iba a arrancarme del… ¿Dolor?

¿Dónde estaba el dolor? Nada más que el apretar de la orina en mi uretra deseando salir me afligía. Sonreí, casi riendo porque aquella terrible sensación había desaparecido por completo. Cuánto echaba de menos la natural tranquilidad del no-sufrimiento, qué bueno era el estar sano y a salvo del tormento. Pero mi contento fue, como todos las satisfacciones, breve. Tenía que mear.

Pude ver cómo el científico pasaba por mi lado, me dispuse a hablar con él… cuando le vi hablando por teléfono. Enmudecí, sabiendo la tremenda falta de respeto que hubiera sido el interrumpir su conversación, que parecía bastante importante. Dios, cuán difícil era reprimir el impulso de gritarle que cortara las malditas cuerdas, tan gruesas como mi muslo.

-Bien, me alegra que por fin terminemos esta curiosa aventura-dije, bajando la cabeza para no empezar la conversación con mi desesperada petición. Craso error-. Kenmei… ¿Kenmei?- ya había vuelto a donde mi cuello no podía verle, donde mi voz rota no podía alcanzarle sofocada por la errónea trayectoria y el tintineo de los viales.

El sonido del cuerno reverberó en cada fibra de mi ser con un regusto quitinoso y un repiqueteo interno. Por desgracia, no pude llegar a ver tal magnífico instrumento.

Cuando aquellos hombres me desataron, tras un discurso incomprensible que se me hizo tan eterno como el infierno,  tuve que quedarme a escuchar más de lo que tenía que decir aquel chamán, a pesar de que yo ya había escuchado, aunque no entendido, suficiente. Por suerte, usaron el idioma común para su despedida, ante la que me incliné ligeramente, todo lo que podía sin explotar.

-Disculpe, ¿el baño?- pregunté en discreto susurro a uno de los salvajes que me liberaron, el cual, aunque no me entendía, podía comprender perfectamente la postura de mis piernas que intentaban contener el infinito río amarillo. Señaló, y no tardé en correr hacia las  letrinas tras los arbustos.

Tal fue mi alivio, mi satisfacción y descanso, que no me asusté al ver que mi orina era de color lima. Ya preguntaría, quizás pasaba como con la remolacha. Desgraciadamente, aquellos paganos no habían descubierto las bondades de limpiarse las manos después de evacuar, así que no pude lavarme las manos que sentía sucias. De haber habido agua, creo que primero había bebido.

Cuando volví con el científico, nuestro curioso anfitrión había desaparecido en la rutina de la pequeña aldea. Me gire hacia Kenmei, que estaba dispuesto a marcharse de allí lo antes posible.

-Por supuesto- dije con los labios secos-. Buenos días, Kenmei…-dije, como entradilla a mi petición mientras andábamos, recordando parte del sueño-, te agradezco aquel pinchazo, creo que me ayudó bastante. Por otra parte…-añadí, porque aquel hombre probablemente sólo lo había hecho por razones egoístas, y porque mi necesidad me empujaba a ello-… entre tanto brebaje que cargáis, ¿tenéis agua o algo que pueda beber?

Esperaba, sinceramente, que la caminata no fuera en vano. En aquella isla sombría era fácil perderse, y yo no tenía la mente lo suficientemente despejada como para ir fijándome en el monótono terreno.

OFF:

Afortunadamente, parecía que podía caminar por sí mismo, aunque tenía unas ganas incontenibles de orinar. Tras eso, comenzamos la caminata en dirección al punto de recogida.

-¿Agua? Claro, por supuesto. -Dije mientras sacaba una pequeña petaca que tenía agua en su interior. Aunque él lo desconociera, yo siempre he sido muy previsor, sería estúpido por mi parte no traer algo tan esencial como es el agua a una isla desconocida en la que, como de hecho pasó, cualquier cosa podría ocurrir para alargar mi estancia. Se la dí y esperé a que acabara, yo guardaba otra más en otro de mis bolsillos interiores, pero no la usaría si no era necesario. Hombre precavido vale por dos, ¿no?

-Bueno, hablemos de negocios... -Dejé caer el tema e hice una pausa para que pensara un poco lo que iba a decir. Estaba débil y me debía la vida, no solo por ayudarle a vencer al veneno, sino también por habérsela salvado durante aquel combate mientras estaba herido. -Si no recuerdo mal, eran unos once trozos los que había. Sin contar el mío, que por supuesto me pertenece, nos quedan diez. Estoy seguro de que el gobierno prefiere trozos grandes, así que estoy dispuesto a dejar que te quedes cinco, si son los más pequeños. Te recuerdo, y no es una amenaza, que me debes la vida, dos veces, y además estás saliendo gracias a mí. Por si fuera poco, les pediré que te dejen donde tú quieras y, como dije cuando nos conocimos, mantendremos el contacto, lo cual puede ser muy beneficioso para ti en cuanto empiece a ascender y hacer descubrimientos... Hay trato, supongo, ¿no?

Intenté sonar lo más amistoso posible, un reto teniendo en cuenta mi carencia de habilidades sociales, pero en todo momento me esforcé por no sonar amenazante u hostil, pues no era en absoluto mi intención y, además, no hubiera ayudado en lo más mínimo. Fuera lo que fuese de aquella "empresa transportista" que este, el señor Alphonse Capone, me había dicho que pretendía montar, es posible que me fuese de ayuda en un futuro.

-¡Oh! Un último favor, ayúdame a ponerle nombre al metal, creo que como ambos lo hemos encontrado tenemos el mismo derecho a hacerlo... -Dije, pensando que un nombre decidido por una mente del montón sería más fácilmente recordable y reconocible para el público general. Añadí un gesto de tender la mano para dar paso a su intervención amistosamente... Esto de socializar es verdaderamente absurdo, pero no tenía muchas más alternativas si quería conseguir todo lo mencionado.

Estaba de suerte, Kenmei llevaba una petaca y no puso pega alguna en ofrecérmela. Tras tomarla, y con un “Gracias” de por medio, bebí lentamente disfrutando cómo la sequedad de mi garganta desaparecía al suave y deseado contacto con el líquido. No iba dejarle con la cantimplora vacía, así que me contuve para dejarle alrededor de un tercio de la misma, aunque mi primera intención había sido privarle sólo de la mitad.

Entonces fue cuando comenzó a hablar, y decidí que no debía dejarle agua alguna. Tragué hasta la última gota, cerrando con cuidado el tapón antes de plantearme siquiera devolvérsela. Contemplé su garra extendida, la infame zarpa de un ser que creía que todos eran tan blasfemos como él, tan deshonrosos. Había decidido hacer un trato justo, un trato incluso favorable para  él debido a los... servicios que proporcionó durante nuestra pequeña aventura. Había.

Estreché su mano firmemente, demasiado firmemente. No iba a escapar mientras hablara, no huiría sin escuchar cada palabra que tenía que decirle.

-Verá, como hombre de honor que soy me veo obligado a corregirle: han sido tres veces las que he quedado en deuda con usted. La primera, cuando se ofreció a curar mis quemaduras, evitándome cualquier posible infección en este putrefacto pantano. Podríamos discutir si esto cuenta como una, ¿pero para qué hacerlo? La segunda- dije, chasqueando levemente la lengua-, tras el combate, al tratarme el impacto de bala que acabó extendiendo aquel maldito dolor por el resto de mi cuerpo. La tercera, y última, fue cuando me inyectó a saber qué medicina, la cual supongo que me ayudó a acabar con aquella horrible infección. Luego está el asunto del transporte, algo que le agradezco que comparta conmigo- sonreí, mostrando los dientes, forzándome en no mostrar el visceral odio que me provocaba aquella criatura-. Pero… Creo recordar que usted no podía cargar con todos esos trozos y que me ofrecí amablemente a llevarlos, ofreciéndole un trato justo. También creo recordar que la batalla, el hecho de tener que enfrentarnos a los guerreros que provocaron mis heridas, así como las suyas, fue debido a usted y su poder. Por último está el hecho de que me ha ofendido terriblemente, intentando convertir nuestro trato inicial en uno mucho más favorable para su parte… por no mencionar el comentario de amenaza, ni el hecho de que me trata usted como si tuviera la voz cantante en este entuerto. Usted no decide… Soy yo quien tiene la sartén por el mango-miré nuestro apretón, con una leve sonrisa de disfrute-. Es más, ha cometido el terrible error de darme la mano, su única y verdadera mano, sin siquiera saber cómo funciona mi poder… exponiéndose, por poner un ejemplo, a que lo lance a un vacío donde el tiempo y el espacio se desdoblan para formar un bolsillo que podría ser considerado por muchos como un auténtico infierno- mantuve su mirada, haciendo una pequeña pausa para dejar que el pequeño cuento de terror hiciera mella mientras me esforzaba por mantener el agarre en caso de que intentara huir-. Ahora, también está el tema de que ha intentado hacer un trato que le lucra directamente sin esperar que sus superiores le asignen la parte que crean correspondiente. Eso no está bien visto, ¿verdad? ¿Cree que lo considerarían como traición? - dije, cargando mis palabras con una poco sutil ironía, rozando lo hiriente del sarcasmo-. Dicho esto, creo que encontrará más que satisfactorio el que hable con sus superiores elogiándole y que haga un trato lo más justo posible para todas las partes, incluyendo al pueblo que ignoró porque no podía sacar más provecho de él. Como ya he dicho, soy un hombre de honor.

Solté su mano esperando que los posibles restos de mi reciente ida al baño, más recordados que sentidos, plantaran en él un poco de honor, de educación o , al menos, de sentido común.

Continuaría andando, dejando al pasar la petaca sobre su pecho, sin importarme si la cogía o no. Pude ver el mar en el horizonte, entre los enormes y pintorescos árboles que parecían más bien setas de fantasía.

-Respecto a lo del mineral- añadí, deteniéndome momentáneamente-, dado que se suele nombrar los descubrimientos a título de sus descubridores y añadiendo el sufijo propio de las piedras… ¿Kenmeinita? ¿Shibainita? No, no suenan nada bien. ¿Alfonsonita? Demasiado largo, demasiado ridículo…-rectifiqué, desechando aún más la idea con mi tono-. ¿Caponita? Hmm, ese me parece bastante apropiado, fluye. Si se siente olvidado por la historia, a pesar de que su nombre aparecerá en los libros de ciencia como descubridor, podría escribirlo con K... Espero que su nombre no se escriba con Q, eso sería un gran problema.

Reanudé la marcha, permaneciendo atento a alguna traición de última hora.

Cuando terminó de hablar y me soltó la mano, empecé a reírme sonoramente, llevándome la mano robótica a la cara. -Jajajajajajajajaja... Vale, vale. Hubiera estado interesante ver tus poderes, pero bueno, dejémoslo para la próxima vez, ahora no tenemos demasiado tiempo ya que hay que embarcar en cuanto lleguen. -Dije, sonriendo ampliamente. Había añadido una a las veces que lo había salvado, y ni siquiera había contado cuando bloqueé la puñalada durante el combate, del que me culpa aunque quién sabe si dejarlo en sus manos hubiera ido mejor. Si quería dejar el trato en manos de mis superiores, allá él, al gobierno dudo que le agrade que un civil se lleve lo más mínimo del interesantísimo material desconocido del que estábamos hablando. Por si fuera poco, también dudaba que el gobierno aceptase denominarlo con el nombre de este hombre. ¿El gobierno dando parte del mérito a alguien externo? No me hagas reír...

-...Se escribe con K, no te preocupes. -Dije tras una pausa mirando al horizonte, viendo como algo en la distancia se acercaba. Sin duda era nuestro transporte solicitado, pero esperaría un poco antes de hacer mención a su llegada. Antes tenía que dejarle caer que, muy probablemente, el nombre escogido por él no iba a llegar a ninguna parte, aunque lo haría de la manera más sutil que pudiera. -Aunque, debo decir, no puedo asegurarte que el nombre se vaya a mantener, al fin y al cabo no soy una gran autoridad aún en las filas del gobierno... -Ni iba a hacer el más mínimo esfuerzo por ello, estaba claro. ¿Quién se creía que era? "Kaponita", darme solo una letra... ¡JA! Desconocía por completo qué nombre iba a recibir el material, pero estaba claro que Kaponita, aparte de sonar ridículo, no tenía muchas papeletas... aunque debo reconocer que Kenmeinita sonaba, si cabía, incluso peor.

-Mira, ahí viene el barco, así que podrás hablarlo con mis superiores por Den Den Mushi tan pronto como estemos a bordo -Y no tengas escapatoria y estés rodeado y tal y tal... Será interesante guardar los datos de esta persona en la base de datos, es posible que se convierta en alguien buscado o en un contacto útil para alguien más además de mí, difundiré su nombre y una descripción de su fruta, solo por si acaso... Por si fuera poco, tengo hasta una muestra de sangre, así que podríamos incluso identificarle si se escondiera bajo una falsa apariencia o si algún descendiente causara problemas y se quisiera esconder... Bueno, independientemente del uso, sería útil, qué más da.

Con eso, esperamos hasta que llegaron y atracaron para subir. Les dí órdenes explícitas de dirigirse a donde el señor Capone les dijera para dejarlo allí y luego volver a unas instalaciones gubernamentales para analizar en condiciones el veneno, los anticuerpos de este hombre y, sobre todo, el extraño mineral venido del espacio. Entre eso y lo que había visto y vivido en la isla, como por ejemplo ese combate que me había llevado casi al límite usando mi fruta a diestro y siniestro, la visita había valido la pena, aunque distaba mucho de lo que tenía en mente cuando llegué, antes de ver el meteorito.

Una vez en el barco, escribí un pequeño informe y lo mandé, decía así:

Alphonse Capone (quizás el nombre es falso)

Hombre de metro ochenta aprox. Ojos con pupilas rasgadas y un tono violáceo en el cabello.

Usuario de una akuma no mi, es un hombre-almacén o algo por el estilo.

Si disponían de alguna información adicional, como recompensa por delitos cometidos o detalles sobre su fruta, me lo harían saber, si no, pues ya tenían algo para comenzar el expediente en caso de que se le necesitara o se le buscara.

Peticiones:

Su risa me sacó de quicio, aunque tuve la compostura suficiente para ocultarlo. ¿Cómo alguien podía ser tan… tan… desafinado? Por suerte, mi compañero hablaba de más y me proporcionó el interesantísimo dato de que no ostentaba un alto rango, por ahora,  lo que me confirmó que sus superiores deberían ser los inmediatamente siguientes a él en su jerarquía…

¿O quizás habría atraído el dato del meteorito a personalidades mucho más importantes?

Debía andarme con mucho ojo cuando realizara el trato... Estaba en tierra hostil y en el momento en el que obtuvieran lo que querían podrían matarme si me consideraban una amenaza o una molestia.

Nada más subir al barco solicité amablemente la localización del baño, en el cual me froté las manos imperiosamente para borrar todo rastro del contacto con aquel malvado científico. ¿Mantendría la boca cerrada aquel idiota, confiando en mi buen hacer, o me traicionaría para intentar sacar el máximo beneficio?  La segunda opción le pegaba más.

Cuando me llamaron aquella noche, tras la pequeña cena que me ofrecieron compartir los uniformados tripulantes, la cual me obligué a comer para no ofenderles intentando desechar la sospecha de su envenenamiento a un lado, estaba aún intentando pensar cómo iba a aproximarme al trato. Por desgracia, las caprichosas musas no me dieron sus dones, y el nerviosismo se hizo un hueco en mi corazón, más grande que el que ocupaban aquellas brillantes rocas en mi interior.

Colocaron el den-den sobre una silla frente a mí, en una oscura sala donde las siluetas de los agentes se recortaban entre las sombras como un papel de pared.

-Buenas noches- dijo el igualmente uniformado molusco-, me han informado de que desea hacer un trato con nosotros- la última palabra resonó en la estancia como una sentencia de muerte, y los ojos extraordinariamente abiertos del den-den no contribuían a tranquilizarme.

-Así es- respondí, obviando el saludo que usaría como despedida al finalizar-, deseo llegar a buen término con respecto a la repartición del metal del meteorito que pude extraer de…- no, sería mejor no nombrar la isla-… la humeante superficie del cráter que dejó. Kenmei Shiba- estaba claro que su nombre iba a salir en algún momento u otro- había llegado a un trato inicial conmigo, pero ambos coincidimos finalmente que sería mejor tratar directamente con ustedes.

Los ojos del caracol bizquearon hasta convertirse en una extraña mueca de sospecha.

-Kenmei Shiba…- repitió, como sondeando en su cerebro los datos de aquel nombre-. Sí, ya veo… ¿Y cuáles son los términos de ese… trato?

-Una partición equitativa entre ambas partes, yo, Alphonse- no quería darles mi apellido tan directamente-, me quedaría con un 50% de las rocas, quedando la otra mitad a su completa disposición. Sería de su parte de donde saldría el pequeño fragmento privado para Kenmei como compensación por su descubrimiento, que le puedo asegurar no ha estado libre de complicaciones. Desconocemos qué interés podría tener la Kaponita, pero…

-¿Kaponita?- interrumpió el den-den, parpadeando asincrónicamente.

Respiré hondo, lamentando haber pronunciado una pista para mi descifrar mi identidad.

-Sí, es el nombre con el que hemos bautizado la roca, mineral metálico…- lo que fuera-. Para más detalles tendrá que preguntarle al científico personalmente. Entonces, respecto al trato…

-Verá, Alphonse, le agradecemos mucho que haya colaborado en esta empresa, ayudando tanto al gobierno en beneficio del progreso, pero que se quede con la mitad es…

-Oh no, no, no- Demasiados noes-. No quería quedarme con la mitad- interrumpí como mi interlocutor había hecho antes-, tan sólo quería decir que la mitad era de mi propiedad para venderle a su institución el veinticinco por ciento, del total, y así a cambio reconstruyeran en la isla donde cayó la estrella un pequeño pueblo, un puerto con el que poder acceder rápida y cómodamente a la isla. También encontraría conveniente añadir una instalación para el estudio de sus insectos y así no tener que mover efectivos de una manera tan complicada. Todos ganamos, incluido Kenmei que quería ver en mi idea su nombre plasmado en una placa. Las hurañas gentes de la isla podrían ver con buen ojo la ayuda y el comercio con el exterior.

El molusco abrió su boca, faltándole el pensativo dedo que se extendía al otro lado de la línea, sopesando el balance de intereses como un aburrido contable.

-Eso nos parece más apropiado. Un agente se ocupará de pesar los trozos con usted para que no haya lugar a errores. Estaremos pendientes de usted, Alphonse, para que todo llegue a buen término- casi me sonó a una amenaza.

-Buenas noches- dije al den-den colgado, intentando zafarme del terror de ser una hormiga entre gigantes.