El sonido de sus pisadas rebotaba en las paredes del desierto callejón por el que corría para, acto seguido, volver a sus oídos. La sensación era tan molesta que en más de una ocasión estuvo a punto de darse la vuelta y confrontar a aquellos tipos, pero después de la sobredosis de guerra que había recibido en Buia no le apetecía desenfundar sus armas. «A este ritmo no me dejarán otra alternativa», pensó el espadachín mientras tanteaba la empuñadura de Byakko.
A sus espaldas, amenazadores gritos y atropelladas pisadas se entremezclaban indicándole que era mejor que no se detuviese. ¿Por qué la gente tenía tan mal perder? Cuando él no ganaba a las cartas nunca montaba esa clase de espectáculos, pero los siete tipos a los que había desvalijado en el bar del que había huido hacía apenas unos segundos no pensaban igual. Los muy mentirosos le habían acusado injustamente de hacer trampas tras ganas la última mano y, después de levantarse de la mesa con violencia, le habían amenazado con "darle una paliza hasta que le doliese a su padre". El comentario acerca de éste último no había sido del agrado del rubio, pero había conseguido contenerse y salir corriendo del lugar.
Junto a él corrían Tib y César, aunque se podría decir que sólo el primero lo hacía en realidad. La imagen que daban era cuanto menos cómica: dado que Tib había crecido y había superado en tamaño al viejo lobo, había pasado su cabeza por debajo de sus patas y se lo había colocado sobre el lomo. No obstante, lo había hecho de modo que la mandíbula del anciano cánido reposaba sobre su cabeza y sus patas colgaban a ambos lados, dándole el aspecto de un abrigo viviente.
Mientras giraba en la primera esquina que encontró a su paso, Therax no pudo evitar soltar una sonora carcajada al ver la expresión del más viejo de sus compañeros. Hacía tiempo que no lo veía tan avergonzado. Continuó corriendo en linea recta por el estrecho callejón que había enfilado, pero cuando volvió a escuchar a sus perseguidores giró de nuevo y se adentró en otra callejuela similar a la que dejaba atrás.
Unos metros por delante de su posición podía distinguir una plaza. Una baranda de piedra la separaba del camino que la bordeaba en un nivel superior. Los edificios que flanqueaban al domador le permitían ver únicamente una franja del lugar que se abriría ante él en unos segundos, pero era suficiente para distinguir cómo una escalera descendía desde el desnivel hasta la plaza.
Therax continuó corriendo, y cuando llegó junto a la baranda saltó por encima. No era nada del otro mundo, tan sólo una caída de dos metros. Sin embargo, sabía que sus orondos perseguidores ni siquiera contemplarían la posibilidad de pasar por encima de ella, lo que le daría unos segundos más de ventaja. Una ligera presión en la punta de su pie le indicó que algo no iba como había planeado. «No puede ser... ¿en serio?», pensó el espadachín al tiempo que veía cómo su pie impactaba con la piedra.
El golpe provocó que se desequilibrase y que su cuerpo cayese hacia delante, precipitándose hacia la plaza para ir aterrizar con la cabeza en un banco. Pudo notar cómo éste vibraba al recibir el impacto, pero el dolor que experimentó de repente sacó esa percepción de su mente.
-¡Ay! -repitió una y otra vez al tiempo que rodaba hacia un lado y se frotaba en el lugar del impacto. ¿Podía haber una forma más estúpida de perder la ventaja que le había sacado a sus perseguidores? Con los ojos aún cerrados, pudo escuchar cómo Tib emitía un débil gruñido para que se pusiese en pie y continuase corriendo. Haciendo gala de su agilidad, el Muryn había saltado sin problemas y había aterrizado con gracilidad.
No obstante, en seguida el aullido de apremio fue sustituido por un gruñido de felicidad. ¿A qué se podía deber? Los gritos y las pisadas se escuchaban cada vez más cerca pero, aún sentado en el suelo y con una mano tapando el lugar del golpe, el rubio abrió los ojos y buscó el motivo de la alegría del cánido.
A sus espaldas, amenazadores gritos y atropelladas pisadas se entremezclaban indicándole que era mejor que no se detuviese. ¿Por qué la gente tenía tan mal perder? Cuando él no ganaba a las cartas nunca montaba esa clase de espectáculos, pero los siete tipos a los que había desvalijado en el bar del que había huido hacía apenas unos segundos no pensaban igual. Los muy mentirosos le habían acusado injustamente de hacer trampas tras ganas la última mano y, después de levantarse de la mesa con violencia, le habían amenazado con "darle una paliza hasta que le doliese a su padre". El comentario acerca de éste último no había sido del agrado del rubio, pero había conseguido contenerse y salir corriendo del lugar.
Junto a él corrían Tib y César, aunque se podría decir que sólo el primero lo hacía en realidad. La imagen que daban era cuanto menos cómica: dado que Tib había crecido y había superado en tamaño al viejo lobo, había pasado su cabeza por debajo de sus patas y se lo había colocado sobre el lomo. No obstante, lo había hecho de modo que la mandíbula del anciano cánido reposaba sobre su cabeza y sus patas colgaban a ambos lados, dándole el aspecto de un abrigo viviente.
Mientras giraba en la primera esquina que encontró a su paso, Therax no pudo evitar soltar una sonora carcajada al ver la expresión del más viejo de sus compañeros. Hacía tiempo que no lo veía tan avergonzado. Continuó corriendo en linea recta por el estrecho callejón que había enfilado, pero cuando volvió a escuchar a sus perseguidores giró de nuevo y se adentró en otra callejuela similar a la que dejaba atrás.
Unos metros por delante de su posición podía distinguir una plaza. Una baranda de piedra la separaba del camino que la bordeaba en un nivel superior. Los edificios que flanqueaban al domador le permitían ver únicamente una franja del lugar que se abriría ante él en unos segundos, pero era suficiente para distinguir cómo una escalera descendía desde el desnivel hasta la plaza.
Therax continuó corriendo, y cuando llegó junto a la baranda saltó por encima. No era nada del otro mundo, tan sólo una caída de dos metros. Sin embargo, sabía que sus orondos perseguidores ni siquiera contemplarían la posibilidad de pasar por encima de ella, lo que le daría unos segundos más de ventaja. Una ligera presión en la punta de su pie le indicó que algo no iba como había planeado. «No puede ser... ¿en serio?», pensó el espadachín al tiempo que veía cómo su pie impactaba con la piedra.
El golpe provocó que se desequilibrase y que su cuerpo cayese hacia delante, precipitándose hacia la plaza para ir aterrizar con la cabeza en un banco. Pudo notar cómo éste vibraba al recibir el impacto, pero el dolor que experimentó de repente sacó esa percepción de su mente.
-¡Ay! -repitió una y otra vez al tiempo que rodaba hacia un lado y se frotaba en el lugar del impacto. ¿Podía haber una forma más estúpida de perder la ventaja que le había sacado a sus perseguidores? Con los ojos aún cerrados, pudo escuchar cómo Tib emitía un débil gruñido para que se pusiese en pie y continuase corriendo. Haciendo gala de su agilidad, el Muryn había saltado sin problemas y había aterrizado con gracilidad.
No obstante, en seguida el aullido de apremio fue sustituido por un gruñido de felicidad. ¿A qué se podía deber? Los gritos y las pisadas se escuchaban cada vez más cerca pero, aún sentado en el suelo y con una mano tapando el lugar del golpe, el rubio abrió los ojos y buscó el motivo de la alegría del cánido.
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Robin bajó deslizándose desde lo alto del mástil y de un salto se posó en el suelo. Annie se cruzó de brazos y frunció el ceño. Pese a que era una adolescente hiperactivo tenía que controlarlo de vez en cuando. No era la primera vez que el muchacho se hacía daño por hacer el tonto en el barco. Cuando la albina se acercó hasta él con el rostro enfadado, el arquero supo en ese momento que debía perderla de vista y fue ahí cuando tiró de una cuerda, y se alzó de nuevo hacia lo alto del mástil.
La albina negó con la cabeza lentamente, al menos si se quedaba en el barco no daría problemas a nadie. Ya se habían alejado lo suficiente de Skellige, semanas navegando para poder tomar descanso en una pequeña isla alejada de todo. Escuchó hablar de Avaros como un pequeño puerto comercial, ¡pero qué puerto! De pequeño no tenía nada, las construcciones que se adosaban a un acantilado llegaban hasta la cima.
La parte baja estaba muy allanada, con diversas viviendas y tiendas en las que las personas no paraban de mirar. Annie tenía curiosidad de pasarse por todas y cada una de ellas, sobre todo ahora que había conseguido una buena fortuna. Lástima que no le llegase para arreglar el Victory, su buque cada vez estaba más destrozado y probablemente acabase llegando a hundirse en medio del mar.
Se giró y echó mirada hacia atrás. Robin seguía jugando en el alto del mástil, sonrió y luego le dedicó otra mirada al mar. Tenía miedo de que la Orden de los Claveles fuera en su busca o los Gorriones tomaran represalias contra ella por abandonarlos. Estaba claro que no iba a perder el tiempo en sectas, pero no sería la primera vez que intentan encontrarla en algún mar distinto. Aun así sabía defenderse bien de ellos y conocía sus puntos débiles. Estar retenida durante dos años en la isla tuvo sus frutos, pudo aprender bien de las costumbres de ambas órdenes.
La arquera caminó por las angostas calles de Avaros, fijándose en todos los puestos de comercio. Desde ropa y comida hasta objetos de lo más extraño. Se detuvo en una tienda y arqueó las cejas. Tenían una brújula como la suya y eso le recordó que no le estaba dando uso. Se fijó en los artilugios, pero en cuanto escuchó el precio de cada uno de ellos se echó para atrás. Ahora que había conseguido una pequeña fortuna no iba a malgastarla en tonterías, o eso creía ella.
Annie siguió calle arriba hasta llegar a una pequeña plazoleta. Se dirigió hacia un banco adosado a una pared y se sentó cruzando las pierna. Hurgó en su bolsillo y sacó la brújula, aun no la comprendía bien, pero por su nombre empezaba a entender qué marcaba. Pasó la mano por encima, acariciando las letras talladas en la tapadera y la abrió. Marcaba el sur.
-¿A dónde me quieres llevar? - Murmuró concentrada.
Tal vez si subía por las estrechas calles encontrase lo que la brújula marcaba. En cuanto guardó la brújula y estuvo dispuesta a levantarse una persona cayó sobre el banco haciendo que este se rompiera. Ella cayó de culo al suelo y se levantó adolorida. Se iba a enterar el que aterrizó ahí mismo. Sin embargo unos ladridos de perro conocidos captaron su atención, ese perro... lo había visto hace tiempo. Luego se fijó en la persona y vio al rubio.
-¡Pero si eres tú! - Exclamó sorprendida y un poco alegre.
La albina estaba un poco perpleja ante la repentina aparición de Therax, aún recordaba su nombre después de dos años. Que casualidades tenía el destino. Sin embargo, los gritos que provenían de lo alto de la pared no parecían muy amigables. Se cruzó de brazos y esbozó una pequeña sonrisa. Esta vez ella no era la que estaba en apuros.
La albina negó con la cabeza lentamente, al menos si se quedaba en el barco no daría problemas a nadie. Ya se habían alejado lo suficiente de Skellige, semanas navegando para poder tomar descanso en una pequeña isla alejada de todo. Escuchó hablar de Avaros como un pequeño puerto comercial, ¡pero qué puerto! De pequeño no tenía nada, las construcciones que se adosaban a un acantilado llegaban hasta la cima.
La parte baja estaba muy allanada, con diversas viviendas y tiendas en las que las personas no paraban de mirar. Annie tenía curiosidad de pasarse por todas y cada una de ellas, sobre todo ahora que había conseguido una buena fortuna. Lástima que no le llegase para arreglar el Victory, su buque cada vez estaba más destrozado y probablemente acabase llegando a hundirse en medio del mar.
Se giró y echó mirada hacia atrás. Robin seguía jugando en el alto del mástil, sonrió y luego le dedicó otra mirada al mar. Tenía miedo de que la Orden de los Claveles fuera en su busca o los Gorriones tomaran represalias contra ella por abandonarlos. Estaba claro que no iba a perder el tiempo en sectas, pero no sería la primera vez que intentan encontrarla en algún mar distinto. Aun así sabía defenderse bien de ellos y conocía sus puntos débiles. Estar retenida durante dos años en la isla tuvo sus frutos, pudo aprender bien de las costumbres de ambas órdenes.
La arquera caminó por las angostas calles de Avaros, fijándose en todos los puestos de comercio. Desde ropa y comida hasta objetos de lo más extraño. Se detuvo en una tienda y arqueó las cejas. Tenían una brújula como la suya y eso le recordó que no le estaba dando uso. Se fijó en los artilugios, pero en cuanto escuchó el precio de cada uno de ellos se echó para atrás. Ahora que había conseguido una pequeña fortuna no iba a malgastarla en tonterías, o eso creía ella.
Annie siguió calle arriba hasta llegar a una pequeña plazoleta. Se dirigió hacia un banco adosado a una pared y se sentó cruzando las pierna. Hurgó en su bolsillo y sacó la brújula, aun no la comprendía bien, pero por su nombre empezaba a entender qué marcaba. Pasó la mano por encima, acariciando las letras talladas en la tapadera y la abrió. Marcaba el sur.
-¿A dónde me quieres llevar? - Murmuró concentrada.
Tal vez si subía por las estrechas calles encontrase lo que la brújula marcaba. En cuanto guardó la brújula y estuvo dispuesta a levantarse una persona cayó sobre el banco haciendo que este se rompiera. Ella cayó de culo al suelo y se levantó adolorida. Se iba a enterar el que aterrizó ahí mismo. Sin embargo unos ladridos de perro conocidos captaron su atención, ese perro... lo había visto hace tiempo. Luego se fijó en la persona y vio al rubio.
-¡Pero si eres tú! - Exclamó sorprendida y un poco alegre.
La albina estaba un poco perpleja ante la repentina aparición de Therax, aún recordaba su nombre después de dos años. Que casualidades tenía el destino. Sin embargo, los gritos que provenían de lo alto de la pared no parecían muy amigables. Se cruzó de brazos y esbozó una pequeña sonrisa. Esta vez ella no era la que estaba en apuros.
El rubio se quedó mudo durante unos segundos contemplando la cara de la albina. De todas las personas del mundo ella era la última con la que esperaba encontrarse. «Tengo un don para elegir el peor momento posible», se dijo Therax mientras continuaba frotándose el lugar del impacto. Había sido un buen porrazo, de eso no cabía duda. No sabía muy bien qué decirle, así que trató de ganar algo de tiempo levantándose lentamente.
-¿Qué tal tu herida? -preguntó tras señalar el lugar que había curado tiempo atrás, en Skellige. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de lo irónico de la situación: se habían conocido por accidente mientras ella escapaba de un matón -al que, todo sea dicho, el espadachín nunca llegó a ver-, y ahora era él quien huía de un grupo de iracundos y borrachos malos jugadores. «Estupendo. No podías decirle "hola, Annie" o algo así, ¿no? Tenías que empezar con esa estupidez», pensó mientras aguardaba la respuesta de la chica. ¡Habían pasado más de dos años, por supuesto que estaba bien!
Un aullido junto a él le indicó que no era momento para aquello, y el chillido de un águila en las alturas refrendó el primero de los avisos. El domador no pudo evitar tomarse un segundo para comprobar de dónde provenía ese sonido. Llevaba varios días allí y no había visto ningún ave de esas características... parecía que era un águila. «¿Cómo se llamaba? ¿Llegó a decírmelo?», se preguntó después de recordar a la mascota de Annie y cómo Tib la perseguía. Entonces dirigió un vistazo al Muryn y al improvisado abrigo viviente que llevaba sobre el lomo. Tiberth contemplaba al pájaro con la misma fascinación que en la primera ocasión, pero no comenzó a saltar y a perseguirlo como la otra vez, sino que volvió a advertirle de que debían seguir corriendo.
Entonces, el ruido producido por sus perseguidores al terminar de bajar las escaleras le devolvió a la realidad. Miró hacia atrás para ver cómo, en los pocos segundos que había estado pensando en aquello, los tipos habían llegado a la plaza y se disponían a continuar la persecución.
-Perdona, pero me pillas en mal momento -dijo al tiempo que agarraba a la albina del antebrazo y le daba un suave tirón para que le siguiera. La soltaría en cuanto él mismo comenzase a correr para intentar dejar atrás de una vez por todas a esos sujetos. «No sé por qué me complico tanto la vida pudiendo irme volando de aquí», se preguntó el espadachín mientras atravesaba la plaza a toda velocidad, sorteando vehículos y viandantes como podía. Debía encontrar un modo de perderlos definitivamente.
No sabía si Annie le seguiría, aunque le gustaría ponerse al día y saber algo más acerca de ella. La vez que se conocieron se había comportado de una forma muy enigmática y misteriosa, revelándole poco o nada acerca de su vida. Aún sentía curiosidad por aquella mujer.
-¿Qué tal tu herida? -preguntó tras señalar el lugar que había curado tiempo atrás, en Skellige. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de lo irónico de la situación: se habían conocido por accidente mientras ella escapaba de un matón -al que, todo sea dicho, el espadachín nunca llegó a ver-, y ahora era él quien huía de un grupo de iracundos y borrachos malos jugadores. «Estupendo. No podías decirle "hola, Annie" o algo así, ¿no? Tenías que empezar con esa estupidez», pensó mientras aguardaba la respuesta de la chica. ¡Habían pasado más de dos años, por supuesto que estaba bien!
Un aullido junto a él le indicó que no era momento para aquello, y el chillido de un águila en las alturas refrendó el primero de los avisos. El domador no pudo evitar tomarse un segundo para comprobar de dónde provenía ese sonido. Llevaba varios días allí y no había visto ningún ave de esas características... parecía que era un águila. «¿Cómo se llamaba? ¿Llegó a decírmelo?», se preguntó después de recordar a la mascota de Annie y cómo Tib la perseguía. Entonces dirigió un vistazo al Muryn y al improvisado abrigo viviente que llevaba sobre el lomo. Tiberth contemplaba al pájaro con la misma fascinación que en la primera ocasión, pero no comenzó a saltar y a perseguirlo como la otra vez, sino que volvió a advertirle de que debían seguir corriendo.
Entonces, el ruido producido por sus perseguidores al terminar de bajar las escaleras le devolvió a la realidad. Miró hacia atrás para ver cómo, en los pocos segundos que había estado pensando en aquello, los tipos habían llegado a la plaza y se disponían a continuar la persecución.
-Perdona, pero me pillas en mal momento -dijo al tiempo que agarraba a la albina del antebrazo y le daba un suave tirón para que le siguiera. La soltaría en cuanto él mismo comenzase a correr para intentar dejar atrás de una vez por todas a esos sujetos. «No sé por qué me complico tanto la vida pudiendo irme volando de aquí», se preguntó el espadachín mientras atravesaba la plaza a toda velocidad, sorteando vehículos y viandantes como podía. Debía encontrar un modo de perderlos definitivamente.
No sabía si Annie le seguiría, aunque le gustaría ponerse al día y saber algo más acerca de ella. La vez que se conocieron se había comportado de una forma muy enigmática y misteriosa, revelándole poco o nada acerca de su vida. Aún sentía curiosidad por aquella mujer.
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La situación parecía una comedia. Los viandantes se quedaron mirando ante la caída del rubio y el jaleo que se estaba armando en la parte de arriba de la calle. Annie pensó extenderle la mano, pero este se adelantó al levantarse. Su pregunto le hizo esbozar una sonrisa. Después de tanto tiempo seguía acordándose de su herida, gracias a él había impedido que fuera a más. Lo único malo... es que no llegó a hacerle caso en vez de seguir dándole curación con médicos buenos. Simplemente por las noches le ponía una venda limpia y ya. Estuvo a punto a de arremangarse el brazo izquierdo para enseñarle la preciosa cicatriz que le había quedado, pero los chillidos de cierta águila la alarmaron.
-¡Ayden! - Gritó la albina frunciendo el ceño.
Se suponía que el ave debía quedarse a esperar con Robin en el barco y lo único que hizo fue seguirla. Miró a la mascota del chico y este ya no trataba de perseguirlo como la primera vez. Ayden volvió a chillar varias veces más, como si estuviera tratando de advertir a su dueña. Annie se movió hacia un lado y escuchó la marabunta que varias personas formaban al correr hacia sus posiciones. La albina se preocupó y echó mano a su arco, pero no le dio tiempo a sacarlo pues Therax la había agarrado del brazo para escapar junto a ella.
Se dio la vuelta y lo miró de reojo al ver como corría. Ni se habían saludado y ya tenían que estar huyendo de los problemas. Ella se soltó enseguida y corrió a la par que el chico aunque de vez en cuando echaba alguna mirada hacia el cielo. Si aquellos hombres eran listos sabrían seguir el rastro del águila desde el cielo y serían capaces de localizarlos. Annie, entre jadeos, exclamó hacia el ave.
-¡Ayden! ¡Baja!
El águila tardó un poco en reaccionar, pero pronto redujo el vuelo hasta posarse sobre el hombro de la albina, manteniendo el equilibrio entre las personas que había que esquivar. La arquera no paraba de mirar hacia atrás por preocupación, si seguía así de despistada acabaría chocándose contra una persona y los matones los alcanzarían. ¡Aunque ella no tuviera la culpa! Se preguntaba que podría haber liado Therax para causar tal revuelo, muy malo debió ser y la verdad, no se esperaba que fuera alguien de causar problemas. A primera parecía un chico formal y tranquilo.
-¿Alguna idea de adónde vamos? - Inquirió un poco alterada. Sus piernas ya le dolían
Annie frenó en seco y agarró del brazo al rubio para que se detuviera junto a ella. Señaló una especie de vehículo raro en el que estaba sentado un hombre, al parecer esperaba algo o a alguien. No tenía ni idea de cómo podía funcionar un cacharro así, no estaba acostumbrada a tanta tecnología. Mejor dicho, no sabía usarla, era como una especie de brujería al igual que su akuma aunque ahora la comprendía mucho mejor que antes. Arqueó las cejas y se acercó un poco hacia delante, colándose entre la multitud.
-Robémosla, ¿sabes pilotarla? O huimos o nos pillan - Annie señaló hacia lo alto de Avaros. - ¡Si vamos hacia allí les perderemos de vista!
-¡Ayden! - Gritó la albina frunciendo el ceño.
Se suponía que el ave debía quedarse a esperar con Robin en el barco y lo único que hizo fue seguirla. Miró a la mascota del chico y este ya no trataba de perseguirlo como la primera vez. Ayden volvió a chillar varias veces más, como si estuviera tratando de advertir a su dueña. Annie se movió hacia un lado y escuchó la marabunta que varias personas formaban al correr hacia sus posiciones. La albina se preocupó y echó mano a su arco, pero no le dio tiempo a sacarlo pues Therax la había agarrado del brazo para escapar junto a ella.
Se dio la vuelta y lo miró de reojo al ver como corría. Ni se habían saludado y ya tenían que estar huyendo de los problemas. Ella se soltó enseguida y corrió a la par que el chico aunque de vez en cuando echaba alguna mirada hacia el cielo. Si aquellos hombres eran listos sabrían seguir el rastro del águila desde el cielo y serían capaces de localizarlos. Annie, entre jadeos, exclamó hacia el ave.
-¡Ayden! ¡Baja!
El águila tardó un poco en reaccionar, pero pronto redujo el vuelo hasta posarse sobre el hombro de la albina, manteniendo el equilibrio entre las personas que había que esquivar. La arquera no paraba de mirar hacia atrás por preocupación, si seguía así de despistada acabaría chocándose contra una persona y los matones los alcanzarían. ¡Aunque ella no tuviera la culpa! Se preguntaba que podría haber liado Therax para causar tal revuelo, muy malo debió ser y la verdad, no se esperaba que fuera alguien de causar problemas. A primera parecía un chico formal y tranquilo.
-¿Alguna idea de adónde vamos? - Inquirió un poco alterada. Sus piernas ya le dolían
Annie frenó en seco y agarró del brazo al rubio para que se detuviera junto a ella. Señaló una especie de vehículo raro en el que estaba sentado un hombre, al parecer esperaba algo o a alguien. No tenía ni idea de cómo podía funcionar un cacharro así, no estaba acostumbrada a tanta tecnología. Mejor dicho, no sabía usarla, era como una especie de brujería al igual que su akuma aunque ahora la comprendía mucho mejor que antes. Arqueó las cejas y se acercó un poco hacia delante, colándose entre la multitud.
-Robémosla, ¿sabes pilotarla? O huimos o nos pillan - Annie señaló hacia lo alto de Avaros. - ¡Si vamos hacia allí les perderemos de vista!
Mientras corría, Therax pudo escuchar a sus espaldas cómo Annie le indicaba a su mascota que bajase hasta donde ellos se encontraban. ¡Ayden! Claro, ése era su nombre, ¿cómo había podido olvidarlo? El rubio corría sin mirar hacia atrás, atento únicamente a los pasos de la albina para comprobar si seguía tras él. Tib corría a su lado cargando a César, que actuaba como si aquello no fuera con él. «Debería dejar que lo cogieran. A ver si así se lleva un buen escarmiento», pensó el espadachín por un instante, pero en seguida desterró esa idea de su mente. Sabía que no sería capaz de hacerle algo así al viejo lobo y, de hecho, prefería no serlo.
Comenzó a mover sus labios para responder a la chica con un "ni idea", pero no le dio tiempo a hacerlo. Súbitamente notó un tirón que le hizo frenarse en seco y girar sobre sí mismo. Su tobillo derecho se resintió ante un gesto tan repentino, profiriendo un callado quejido en forma de crujido. «¿Ya era tan brusca en Skellige?», se preguntó el domador mientras contemplaba el extraño vehículo que le señalaba Annie.
Había visto varios como aquél desde que llegara a Avaros, pero ni siquiera sabía cómo se llamaba. No obstante, no había ninguna otra opción, así que comenzó a caminar hacia el transporte.
-Pobre hombre, ¿no? -dijo al tiempo que una sonrisa aparecía en su cara-. Bueno, es él o nosotros- añadió, y acto seguido agarró al hombre y lo bajó a la fuerza del vehículo, pasando a ocupar su posición. Adherida a aquel extraño artefacto, una cabina en la que podría caber alguien más aguardaba por algún ocupante. Si Annie optaba por sentarse allí, Tib y César deberían tumbarse de algún modo sobre ella.
Therax comenzó a analizar el transporte en busca de algo que le indicara qué debía hacer. El vehículo vibraba un poco, lo que le indicaba que estaba encendido. «Un problema menos», se dijo el rubio al percibir el temblor. Sin embargo, era incapaz de averiguar qué debía hacer.
Entonces, un ruido a unos metros llamó su atención: un artefacto bastante similar al que trataba de descifrar pasaba junto a él. Lo conducía un tipo pequeño y jorobado, con una cara que recordaba a la de un viejo y estreñido gruñón. El hombre hacía girar unos mandos al tiempo que pisaba con más o menos fuerza un pedal que había bajo su pie derecho. Therax observó su vehículo en busca de aquellos elementos con la buena fortuna de que, aunque distintos, se encontraban allí.
-Sólo sé que esto se mueve y que esto se pisa -dijo mientras se giraba hacia Annie y torpemente intentaba imitar al hombre-. Creo que es mejor que nada... Y es eso o seguir corriendo, así que sube.
Si finalmente la albina no recapacitaba y optaba por subir al vehículo, trataría de conducirlo hacia el lugar que ella le había indicado anteriormente.
Comenzó a mover sus labios para responder a la chica con un "ni idea", pero no le dio tiempo a hacerlo. Súbitamente notó un tirón que le hizo frenarse en seco y girar sobre sí mismo. Su tobillo derecho se resintió ante un gesto tan repentino, profiriendo un callado quejido en forma de crujido. «¿Ya era tan brusca en Skellige?», se preguntó el domador mientras contemplaba el extraño vehículo que le señalaba Annie.
Había visto varios como aquél desde que llegara a Avaros, pero ni siquiera sabía cómo se llamaba. No obstante, no había ninguna otra opción, así que comenzó a caminar hacia el transporte.
-Pobre hombre, ¿no? -dijo al tiempo que una sonrisa aparecía en su cara-. Bueno, es él o nosotros- añadió, y acto seguido agarró al hombre y lo bajó a la fuerza del vehículo, pasando a ocupar su posición. Adherida a aquel extraño artefacto, una cabina en la que podría caber alguien más aguardaba por algún ocupante. Si Annie optaba por sentarse allí, Tib y César deberían tumbarse de algún modo sobre ella.
Therax comenzó a analizar el transporte en busca de algo que le indicara qué debía hacer. El vehículo vibraba un poco, lo que le indicaba que estaba encendido. «Un problema menos», se dijo el rubio al percibir el temblor. Sin embargo, era incapaz de averiguar qué debía hacer.
Entonces, un ruido a unos metros llamó su atención: un artefacto bastante similar al que trataba de descifrar pasaba junto a él. Lo conducía un tipo pequeño y jorobado, con una cara que recordaba a la de un viejo y estreñido gruñón. El hombre hacía girar unos mandos al tiempo que pisaba con más o menos fuerza un pedal que había bajo su pie derecho. Therax observó su vehículo en busca de aquellos elementos con la buena fortuna de que, aunque distintos, se encontraban allí.
-Sólo sé que esto se mueve y que esto se pisa -dijo mientras se giraba hacia Annie y torpemente intentaba imitar al hombre-. Creo que es mejor que nada... Y es eso o seguir corriendo, así que sube.
Si finalmente la albina no recapacitaba y optaba por subir al vehículo, trataría de conducirlo hacia el lugar que ella le había indicado anteriormente.
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Estaba impaciente y deseosa de saber si el rubio se uniría a aquella disparatada idea. Era peligrosa y alocada, pero el peligro hacía que una llama surgiera dentro de ella y así disfrutar mejor de la experiencia. ¿Qué importaban los problemas? Su vida siempre fue una constante de altercados de los que siempre solía salir milagrosamente bien y, sobre todo solía porque rara vez acababa mal parada, puede que dos o tres veces se llevase un buen escarmiento, pero detalles.
El rubio tomó la iniciativa de deshacerse del hombre que pilotaba aquel extraño vehículo. La verdad es que no se lo esperaba para nada... Therax, a primera vista, le parecía un chico de lo más formalito que parecía querer cumplir las reglas en vez de romperlas. ¿Cuántos secretos más guardaba aquel muchacho misterioso?
Él ya se había acomodado en el vehículo, pero Annie, a pesar de tener prisa porque les pisaban los talones sabía que ir en la pequeña cabina adosada no era lo más seguro, sobre todo porque llevaban a dos bonitos lobos que ocupaban espacio. Ayden no se posaría en la moto, el ruido atroz que producía le espantaría así que la arquera estiró el brazo hacia arriba, haciendo un aspaviento con la mano. El águila emitió un gran chillido y alzó su vuelvo hasta perderse entre las nubes de Avaros. Probablemente regresase al Victory si su dueña no aparecía.
Ante el comentario del chico sobre como usarlo, Annie tan solo pudo pensar que era una gran deducción, válgase la ironía. La albina se sentó justo detrás del rubio y, antes de agarrarse a él, miró a los dos perros. Arqueó las cejas y señaló la cabina. Parecía echarles un poco para atrás la idea, pero esperaba que le hicieran caso.
-¡Arriba! - Les señaló la mercenaria.
Una vez todos colocados, pasó sus brazos sobre el abdomen del chico rodeándolo hasta juntar las manos. Nunca antes tuvo oportunidad de probar un vehículo así. La verdad es que no se fiaba de si Therax sería capaz de llevar aquel cachivache, pero bueno, lo importante era no caerse en marcha, o eso pensaba ella. En cuanto el chico aceleró, Annie no pudo evitar soltar un chillido de susto, la verdad es que el vehículo se había trabado al arrancar. Definitivamente estaba muy asustada, durante unos segundos apoyó la cabeza sobre la espalda del chico y cerró los ojos. Probablemente le estuviese apretando demasiado, pero la pobre no era consciente de sus movimientos.
En cuanto ya se había acostumbrado a las curvas y a la velocidad separó la cabeza. Veía la gente a toda prisa pasar y sentía como el subidón de adrenalina se apoderaba de ella. Miró a los perros, los cuales iban tan panchos y su oído apreció una incesante melodía. Aquella música resonaba fuerte por las calles, había muchos hombres que se dedicaban a tocar con más personas los violines y otros tipos de instrumentos. Al escuchar la fuerte melodía todo lo encontraba épico. Ya no se sentía asustada ni temerosa. Sus cabellos se movían de un lado hacia otro y el viento rozaba su piel con suavidad. Era como tener un sentimiento, un sentimiento de libertad.
Estiró la mano y le quitó un perrito caliente a un pobre transeúnte. Este se quedó mirando a los dos chicos y emitió viles insultos mientras movía su brazo de un lado a otro. Annie miró hacia atrás esbozando una sonrisa y soltó una sonora carcajada. Con una sola mano agarrada al chico y con la otra sujetando el rico aperitivo, se había olvidado por completo de todo el miedo.
-¡Mira! ¡Ya tenemos comida! Aunque no es mucha... bueno, podremos compartirla.
La arquera miró hacia el horizonte, cada vez estaban más cerca de lo alto de Avaros y probablemente si librasen de aquel problema de la persecución. La muchacha apoyó la cabeza en su hombro y señaló el lugar.
-¡Dale caña! ¡Ya casi estamos! - Exclamó emocionada.
El rubio tomó la iniciativa de deshacerse del hombre que pilotaba aquel extraño vehículo. La verdad es que no se lo esperaba para nada... Therax, a primera vista, le parecía un chico de lo más formalito que parecía querer cumplir las reglas en vez de romperlas. ¿Cuántos secretos más guardaba aquel muchacho misterioso?
Él ya se había acomodado en el vehículo, pero Annie, a pesar de tener prisa porque les pisaban los talones sabía que ir en la pequeña cabina adosada no era lo más seguro, sobre todo porque llevaban a dos bonitos lobos que ocupaban espacio. Ayden no se posaría en la moto, el ruido atroz que producía le espantaría así que la arquera estiró el brazo hacia arriba, haciendo un aspaviento con la mano. El águila emitió un gran chillido y alzó su vuelvo hasta perderse entre las nubes de Avaros. Probablemente regresase al Victory si su dueña no aparecía.
Ante el comentario del chico sobre como usarlo, Annie tan solo pudo pensar que era una gran deducción, válgase la ironía. La albina se sentó justo detrás del rubio y, antes de agarrarse a él, miró a los dos perros. Arqueó las cejas y señaló la cabina. Parecía echarles un poco para atrás la idea, pero esperaba que le hicieran caso.
-¡Arriba! - Les señaló la mercenaria.
Una vez todos colocados, pasó sus brazos sobre el abdomen del chico rodeándolo hasta juntar las manos. Nunca antes tuvo oportunidad de probar un vehículo así. La verdad es que no se fiaba de si Therax sería capaz de llevar aquel cachivache, pero bueno, lo importante era no caerse en marcha, o eso pensaba ella. En cuanto el chico aceleró, Annie no pudo evitar soltar un chillido de susto, la verdad es que el vehículo se había trabado al arrancar. Definitivamente estaba muy asustada, durante unos segundos apoyó la cabeza sobre la espalda del chico y cerró los ojos. Probablemente le estuviese apretando demasiado, pero la pobre no era consciente de sus movimientos.
En cuanto ya se había acostumbrado a las curvas y a la velocidad separó la cabeza. Veía la gente a toda prisa pasar y sentía como el subidón de adrenalina se apoderaba de ella. Miró a los perros, los cuales iban tan panchos y su oído apreció una incesante melodía. Aquella música resonaba fuerte por las calles, había muchos hombres que se dedicaban a tocar con más personas los violines y otros tipos de instrumentos. Al escuchar la fuerte melodía todo lo encontraba épico. Ya no se sentía asustada ni temerosa. Sus cabellos se movían de un lado hacia otro y el viento rozaba su piel con suavidad. Era como tener un sentimiento, un sentimiento de libertad.
Estiró la mano y le quitó un perrito caliente a un pobre transeúnte. Este se quedó mirando a los dos chicos y emitió viles insultos mientras movía su brazo de un lado a otro. Annie miró hacia atrás esbozando una sonrisa y soltó una sonora carcajada. Con una sola mano agarrada al chico y con la otra sujetando el rico aperitivo, se había olvidado por completo de todo el miedo.
-¡Mira! ¡Ya tenemos comida! Aunque no es mucha... bueno, podremos compartirla.
La arquera miró hacia el horizonte, cada vez estaban más cerca de lo alto de Avaros y probablemente si librasen de aquel problema de la persecución. La muchacha apoyó la cabeza en su hombro y señaló el lugar.
-¡Dale caña! ¡Ya casi estamos! - Exclamó emocionada.
Therax contempló en silencio cómo la albina hacía que Ayden alzase el vuelo. Desde su encuentro en Skellige, siempre había tenido la curiosidad por saber si aquel ave defendería a su dueña en caso de ser necesario, pero parecía que volvería a quedarse con la duda. Entonces dirigió su vista hacia atrás para ver la orden que Annie les daba a sus mascotas... Un momento, ¿se había sentado detrás de él? Aquello se salía de su plan original, pero debía reconocer que el camino se haría mucho más cómodo con los dos cánidos ocupando el sidecar.
Antes de arrancar, el rubio le dirigió una mirada cargada de reproche a César. A pesar de obedecer las órdenes de su dueño, el viejo lobo siempre se demoraba todo lo que podía. Therax sabía que el único fin de aquello era sacarle de sus casillas, y lo cierto era que a menudo lo conseguía. No obstante, el hecho de que hubiera obedecido a Annie a la primera y sin rechistar le sentaba aún peor si cabía. «Ya hablaremos tú y yo», pensó el domador mientras clavaba su mirada en los ojos del cánido, que le devolvía una expresión cargada de autosuficiencia.
El espadachín se dispuso a presionar el pedal que tenía junto a su pie, pero justo al hacerlo un escalofrío nació en la zona más distal de su columna vertebral, extendiéndose inmisericorde hasta su cabeza. Annie había abrazado su cintura y, para colmo, la sorpresa había causado que el inicio de la marcha fuese un tanto accidentado. La respuesta de la chica ante aquello había sido apretar hasta casi causarle el vómito y apoyar la cabeza en su espalda, lo que provocó que un nuevo estremecimiento recorriese su espina dorsal en sentido inverso.
Tras los primeros segundos, Therax fue recuperando el control de sí mismo, y poco a poco fue siendo capaz de centrarse más en el pilotaje de aquel extraño vehículo. Ese hecho se tradujo en que fue capaz de esquivar a las personas con las que se cruzaban mucho mejor. A pesar de eso, las curvas seguían siendo tomadas de forma violenta, de manera que una de las ruedas se levantaba un poco cuando giraban.
No escuchaba nadie a sus espaldas, pero pensaba continuar hasta llegar al lugar que Annie le había indicado. En el camino se cruzaron con un pequeño puesto ambulante, en el cual se podía distinguir una cola inmensa de personas deseosas de obtener un perrito caliente. El rubio se disponía a gritarle a la chica que cogiera algo si podía, pero la muchacha se adelantó y le arrebató uno a un viandante.
Therax sonrió en silencio, pero entonces la albina tuvo la feliz de idea de apoyar la cabeza en el hombro del piloto y señalar al horizonte. Un fugaz recuerdo de Johanna se cruzó en su mente, pero un escalofrío aún más intenso que los anteriores lo sacó de ahí.
Se acercaban a lo más alto de Avaros, pero el rubio no podía prestar atención a lo que le rodeaba. Se encontraba completamente bloqueado. A su lado, César bufaba y Tib aullaba, pero su dueño no era consciente de ello. Lo único que le devolvió al mundo real fue un grito de terror frente a él. Una niña que jugaba con una pelota se situaba a escasos metros de distancia, contemplando con una mirada aterrorizada al vehículo que se aproximaba hacia ella.
En el último momento, el espadachín giró violentamente el manillar, provocando que el artefacto derrapase y que todos sus ocupantes saliesen despedidos. El encontronazo se había producido justo en el acceso a una pequeña plaza, en cuyo centro se localizaba una modesta fuente. La albina, el rubio y ambos cánidos fueron a parar a su interior, provocando que una considerable cantidad de agua saliese despedida.
Therax se levantó como pudo para comprobar que el agua le llegaba hasta las rodillas. No era demasiada y no era salada, pero eso no impedía que sintiera cierta debilidad. Frotándose la espalda en el lugar con el que había aterrizado, arrastró pesadamente sus pies hasta salir de su pista de aterrizaje particular. Notaba una contusión en el pecho, la cual había sido causada por el impacto de la cabeza de Annie.
Por puro azar, la albina se había librado de que su cabeza se golpease con la figura del niño que ocupaba el centro de la fuente, pero a cambio había estrujado el torso de Therax contra ella.
-Pues parece que los hemos perdido -comentó en voz baja Therax tras unos segundos. No sabía muy bien qué decir. ¿Qué demonios le había pasado?
Antes de arrancar, el rubio le dirigió una mirada cargada de reproche a César. A pesar de obedecer las órdenes de su dueño, el viejo lobo siempre se demoraba todo lo que podía. Therax sabía que el único fin de aquello era sacarle de sus casillas, y lo cierto era que a menudo lo conseguía. No obstante, el hecho de que hubiera obedecido a Annie a la primera y sin rechistar le sentaba aún peor si cabía. «Ya hablaremos tú y yo», pensó el domador mientras clavaba su mirada en los ojos del cánido, que le devolvía una expresión cargada de autosuficiencia.
El espadachín se dispuso a presionar el pedal que tenía junto a su pie, pero justo al hacerlo un escalofrío nació en la zona más distal de su columna vertebral, extendiéndose inmisericorde hasta su cabeza. Annie había abrazado su cintura y, para colmo, la sorpresa había causado que el inicio de la marcha fuese un tanto accidentado. La respuesta de la chica ante aquello había sido apretar hasta casi causarle el vómito y apoyar la cabeza en su espalda, lo que provocó que un nuevo estremecimiento recorriese su espina dorsal en sentido inverso.
Tras los primeros segundos, Therax fue recuperando el control de sí mismo, y poco a poco fue siendo capaz de centrarse más en el pilotaje de aquel extraño vehículo. Ese hecho se tradujo en que fue capaz de esquivar a las personas con las que se cruzaban mucho mejor. A pesar de eso, las curvas seguían siendo tomadas de forma violenta, de manera que una de las ruedas se levantaba un poco cuando giraban.
No escuchaba nadie a sus espaldas, pero pensaba continuar hasta llegar al lugar que Annie le había indicado. En el camino se cruzaron con un pequeño puesto ambulante, en el cual se podía distinguir una cola inmensa de personas deseosas de obtener un perrito caliente. El rubio se disponía a gritarle a la chica que cogiera algo si podía, pero la muchacha se adelantó y le arrebató uno a un viandante.
Therax sonrió en silencio, pero entonces la albina tuvo la feliz de idea de apoyar la cabeza en el hombro del piloto y señalar al horizonte. Un fugaz recuerdo de Johanna se cruzó en su mente, pero un escalofrío aún más intenso que los anteriores lo sacó de ahí.
Se acercaban a lo más alto de Avaros, pero el rubio no podía prestar atención a lo que le rodeaba. Se encontraba completamente bloqueado. A su lado, César bufaba y Tib aullaba, pero su dueño no era consciente de ello. Lo único que le devolvió al mundo real fue un grito de terror frente a él. Una niña que jugaba con una pelota se situaba a escasos metros de distancia, contemplando con una mirada aterrorizada al vehículo que se aproximaba hacia ella.
En el último momento, el espadachín giró violentamente el manillar, provocando que el artefacto derrapase y que todos sus ocupantes saliesen despedidos. El encontronazo se había producido justo en el acceso a una pequeña plaza, en cuyo centro se localizaba una modesta fuente. La albina, el rubio y ambos cánidos fueron a parar a su interior, provocando que una considerable cantidad de agua saliese despedida.
Therax se levantó como pudo para comprobar que el agua le llegaba hasta las rodillas. No era demasiada y no era salada, pero eso no impedía que sintiera cierta debilidad. Frotándose la espalda en el lugar con el que había aterrizado, arrastró pesadamente sus pies hasta salir de su pista de aterrizaje particular. Notaba una contusión en el pecho, la cual había sido causada por el impacto de la cabeza de Annie.
Por puro azar, la albina se había librado de que su cabeza se golpease con la figura del niño que ocupaba el centro de la fuente, pero a cambio había estrujado el torso de Therax contra ella.
-Pues parece que los hemos perdido -comentó en voz baja Therax tras unos segundos. No sabía muy bien qué decir. ¿Qué demonios le había pasado?
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Pero el rubio le dio demasiada caña. El subidón de adrenalina de Annie se desvaneció como un suspiro. Lo único que llegó a escuchar fue un grito muy agudo y lo siguiente todo borroso. La moto había derrapado al girar y fueron a parar a una pequeña fuerte. ¿Cuantas volteretas dieron? Seguramente incontables, lo que importaba es que Annie se había hecho daño contra el hormigón de la fuente y ahora tendría unas magulladuras que desentonarían con su pálida piel. Su cabeza, por suerte, fue amortiguada por Therax. Aunque dolió igual. Se frotó las magulladuras con algo de debilidad y suspiró resignada.
¡Ahora estaba completamente empapada! Y sobre todo, con dolor. Se levantó torpemente de la fuente, haciendo chapotear el agua y se agarró a las bordillos. Una vez fuera deshizo el pequeño moño que decoraba su pelo. Su cabello ceniciento quedó suelto y lo escurrió hasta quitar todo el agua, ahora le llegaba por los hombros y los mechones que solían cubrir parte de la frente y las mejillas quedaron al descubierto, mostrando la larga cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda. Nunca sintió vergüenza de enseñar sus marcas, todo su cuerpo estaba lleno de cortes o cicatrices que no se habían llegado a curar bien, pero la de la cara... era especial. Era como una señal de su adolescencia, que había sido la mera sierva de un adinerado señor y aquella marca solo significaba propiedad.
Nunca olvidaría aquel día en que se rebotó contra su dueño porque ella se había negado a limpiar lo que una sirvienta había estropeado a propósito. Siempre tratando de hacerle la vida imposible, solo consiguió que el señor se enfadara y en un arrebato de ira rajase su pecosa mejilla. Annie llevó la mano a su rostro sin darse cuenta, pero con las palabras de Therax su mente se despejó. Parecía estar raro. La albina se fijó en lo mojado que estaba el rubio, con la camiseta pegada al abdomen. Esta se giró para dejar de mirarlo y se cruzó de brazos. Las gotas de su cabello todavía seguían descendiendo por la ropa.
-¿Por qué no giraste antes? - Inquirió un poco enfurruñada -. Puede que los hayamos perdido, pero a cambio nos hemos llevado un buen baño y de los golpes ni te digo. ¿Te entretuviste mirando a alguien? ¡Hay que ir atento a la carretera!
La albina sonaba muy repipi. Ella no era quién para dar charlas sobre la seguridad y, mucho menos para hacer las cosas, pero le salió del alma comportarse así. Quizás estaba siendo una adulta responsable... No, eso nunca. Annie se fijó en la gente que pasaba por el lugar, ninguno se había molestado en ayudarles y otros solo se dedicaban a cuchichear sobre lo ocurrido. Resopló y se sentó en el bordillo de la fuente. Una risilla escapó de sus labios y esbozó una sonrisa. No iba a negar que había sido una situación divertida.
-¿Estás bien? - Preguntó mirándole. Después bajó la mano hacia el agua, sin llegar a sobre pasar la superficie y la arrastró con fuerza hacia el muchacho con la intención de salpicarlo un poco más. - ¡Esto por despistado! - Exclamó alegre. - ¡A ver si espabilas!
Después de un rato la muchacha de cabellos cenicientos le tendió la mano para ayudarlo a salir de la fuente.
¡Ahora estaba completamente empapada! Y sobre todo, con dolor. Se levantó torpemente de la fuente, haciendo chapotear el agua y se agarró a las bordillos. Una vez fuera deshizo el pequeño moño que decoraba su pelo. Su cabello ceniciento quedó suelto y lo escurrió hasta quitar todo el agua, ahora le llegaba por los hombros y los mechones que solían cubrir parte de la frente y las mejillas quedaron al descubierto, mostrando la larga cicatriz que atravesaba su mejilla izquierda. Nunca sintió vergüenza de enseñar sus marcas, todo su cuerpo estaba lleno de cortes o cicatrices que no se habían llegado a curar bien, pero la de la cara... era especial. Era como una señal de su adolescencia, que había sido la mera sierva de un adinerado señor y aquella marca solo significaba propiedad.
Nunca olvidaría aquel día en que se rebotó contra su dueño porque ella se había negado a limpiar lo que una sirvienta había estropeado a propósito. Siempre tratando de hacerle la vida imposible, solo consiguió que el señor se enfadara y en un arrebato de ira rajase su pecosa mejilla. Annie llevó la mano a su rostro sin darse cuenta, pero con las palabras de Therax su mente se despejó. Parecía estar raro. La albina se fijó en lo mojado que estaba el rubio, con la camiseta pegada al abdomen. Esta se giró para dejar de mirarlo y se cruzó de brazos. Las gotas de su cabello todavía seguían descendiendo por la ropa.
-¿Por qué no giraste antes? - Inquirió un poco enfurruñada -. Puede que los hayamos perdido, pero a cambio nos hemos llevado un buen baño y de los golpes ni te digo. ¿Te entretuviste mirando a alguien? ¡Hay que ir atento a la carretera!
La albina sonaba muy repipi. Ella no era quién para dar charlas sobre la seguridad y, mucho menos para hacer las cosas, pero le salió del alma comportarse así. Quizás estaba siendo una adulta responsable... No, eso nunca. Annie se fijó en la gente que pasaba por el lugar, ninguno se había molestado en ayudarles y otros solo se dedicaban a cuchichear sobre lo ocurrido. Resopló y se sentó en el bordillo de la fuente. Una risilla escapó de sus labios y esbozó una sonrisa. No iba a negar que había sido una situación divertida.
-¿Estás bien? - Preguntó mirándole. Después bajó la mano hacia el agua, sin llegar a sobre pasar la superficie y la arrastró con fuerza hacia el muchacho con la intención de salpicarlo un poco más. - ¡Esto por despistado! - Exclamó alegre. - ¡A ver si espabilas!
Después de un rato la muchacha de cabellos cenicientos le tendió la mano para ayudarlo a salir de la fuente.
-Pues... -comenzó, tratando de hallar una respuesta decente para la pregunta que le hacía Annie. ¿Por qué no había reaccionado antes?, ¿por qué no había girado? Era una cuestión para la que ni él mismo tenía respuesta, y no se encontraba en situación de improvisar nada. En consecuencia, optó por decirlo tal y como lo pensaba-. No tengo ni idea. Me habré distraído con... ¿algo?
Aún se encontraba confuso y, pese a encontrarse cerca del borde de la fuente, aún no había salido de ella. Mientras Tib sacudía a gran velocidad su cuerpo para secarse y César gruñía a causa del disgusto, se giró por un instante para contemplar a la albina. Lo hizo justo cuando ella apartaba la vista de él, pero no pudo evitar reparar en la agradable naturalidad que emanaba de ella. Allí, sentada en el borde de la fuente y empapada de pies a cabeza. No pudo reprimir el impulso de observarla con detenimiento, pero en seguida su vista quedó fija en una cicatriz que surcaba una de sus mejillas. Se había soltado el pelo y, aunque se lo había escurrido como buenamente había podido, caía aún mojado sobre sus hombros y su cara. «¿Cómo se habrá hecho eso?», se preguntó, deteniendo su vista en la cicatriz una vez más.
Aquella marca debería estropear su rostro o, al menos, hacer pensar a quien la viera que era una lástima que se encontrase allí. No era así en el caso del rubio. Era parte de ella, y estaba bien en el lugar que ocupaba. «¿Pero se puede saber en qué estás pensando?», se reprendió el espadachín mientras sacudía la cabeza. El impacto o el agua de la fuente debían haberle afectado, porque estaba desvariando de un modo que no había demostrado antes.
-Bueno -dijo tras los escasos segundos que había durado su momento de introspección-. Había una niña y me la iba a llevar por delante, así que giré y... bueno, el resto ya lo sabes -añadió, haciendo un gesto con el que pretendía abarcar la fuente.
Therax apartó entonces la vista de Annie, pensando en cuán relacionado estaría lo que le había pasado al volante y los pensamientos que, por mucho que intentara desechar, inundaban su mente una y otra vez. De cualquier modo, ¿quién era ella para decirle que tuviera "cuidado"? Al fin y al cabo, el día que se conocieron ella huía como alma que lleva el diablo de un matón que amenazaba con darle una lección. No pudo reprimir una sonrisa, la cual ensanchó cuando la albina le mojó un poco más con la mano. «¿Espabilar? Sí, me vendría bien», se dijo ante el comentario socarrón de la chica.
No obstante, todo se quedó en eso: un pensamiento. En lugar de replicar, se limitó a coger la mano que le tendía y abandonar la fuente, sentándose a continuación junto la albina. No había reparado hasta entonces en que, aunque no les habían ayudado, algunos viandantes se habían detenido para observar lo ocurrido.
Un par de marujas contemplaba a la mojada pareja que había sentada en la fuente, cuyos integrantes se encontraban separados por apenas diez centímetros. Cuchicheaban mientras fingían torpemente no hablar de ellos, haciendo periódicamente leves movimientos de cabeza en dirección a quienes habían generado el revuelo.
Therax las ignoró hasta que, haciendo méritos para irritarle, una de ellas les señaló descaradamente. Era una mujer de baja estatura, con el pelo rubio tan rizado que parecía una peluca mal confeccionada. El espadachín no pudo resistirse, así que lanzó una mirada disimulada a Tib. El Muryn no tardó en levantarse del lugar en el que se había tumbado y, tras acercarse con disimulo a las mujeres, se agazapó y comenzó a gruñir con fiereza.
Las marujas no tardaron más de cinco segundos en abandonar la pequeña plaza, corriendo como posesas por temor a que la bestia decidiese atacar. El rubio estalló en carcajadas en cuanto desaparecieron en la distancia, y Tib volvió junto a él jadeando y con la lengua fuera en un gesto divertido.
-¿Y ahora qué? -preguntó a continuación, volviendo a mirar a Annie. Aún seguía mojada, pero no sintió la tentación de mirar a otro lugar que no fueran sus ojos. Y ahí se quedó unos segundos. «Espabila, que va a pensar que tienes un problema o algo», se reprendió-. Ya que estamos podríamos terminar de subir. Creo que ya estamos cerca de la cumbre, si quieres llamarla así -propuso, haciendo un gesto con la mano hacia su espalda. Allí comenzaba un camino que salía de la pequeña plaza y ascendía hasta el punto más alto de la isla.
Aguardó la respuesta en silencio, recriminándose al mismo tiempo y preguntándose qué demonios le pasaba. Nada de aquello tenía sentido. Era algo completamente injustificado y carente de explicación racional.
Aún se encontraba confuso y, pese a encontrarse cerca del borde de la fuente, aún no había salido de ella. Mientras Tib sacudía a gran velocidad su cuerpo para secarse y César gruñía a causa del disgusto, se giró por un instante para contemplar a la albina. Lo hizo justo cuando ella apartaba la vista de él, pero no pudo evitar reparar en la agradable naturalidad que emanaba de ella. Allí, sentada en el borde de la fuente y empapada de pies a cabeza. No pudo reprimir el impulso de observarla con detenimiento, pero en seguida su vista quedó fija en una cicatriz que surcaba una de sus mejillas. Se había soltado el pelo y, aunque se lo había escurrido como buenamente había podido, caía aún mojado sobre sus hombros y su cara. «¿Cómo se habrá hecho eso?», se preguntó, deteniendo su vista en la cicatriz una vez más.
Aquella marca debería estropear su rostro o, al menos, hacer pensar a quien la viera que era una lástima que se encontrase allí. No era así en el caso del rubio. Era parte de ella, y estaba bien en el lugar que ocupaba. «¿Pero se puede saber en qué estás pensando?», se reprendió el espadachín mientras sacudía la cabeza. El impacto o el agua de la fuente debían haberle afectado, porque estaba desvariando de un modo que no había demostrado antes.
-Bueno -dijo tras los escasos segundos que había durado su momento de introspección-. Había una niña y me la iba a llevar por delante, así que giré y... bueno, el resto ya lo sabes -añadió, haciendo un gesto con el que pretendía abarcar la fuente.
Therax apartó entonces la vista de Annie, pensando en cuán relacionado estaría lo que le había pasado al volante y los pensamientos que, por mucho que intentara desechar, inundaban su mente una y otra vez. De cualquier modo, ¿quién era ella para decirle que tuviera "cuidado"? Al fin y al cabo, el día que se conocieron ella huía como alma que lleva el diablo de un matón que amenazaba con darle una lección. No pudo reprimir una sonrisa, la cual ensanchó cuando la albina le mojó un poco más con la mano. «¿Espabilar? Sí, me vendría bien», se dijo ante el comentario socarrón de la chica.
No obstante, todo se quedó en eso: un pensamiento. En lugar de replicar, se limitó a coger la mano que le tendía y abandonar la fuente, sentándose a continuación junto la albina. No había reparado hasta entonces en que, aunque no les habían ayudado, algunos viandantes se habían detenido para observar lo ocurrido.
Un par de marujas contemplaba a la mojada pareja que había sentada en la fuente, cuyos integrantes se encontraban separados por apenas diez centímetros. Cuchicheaban mientras fingían torpemente no hablar de ellos, haciendo periódicamente leves movimientos de cabeza en dirección a quienes habían generado el revuelo.
Therax las ignoró hasta que, haciendo méritos para irritarle, una de ellas les señaló descaradamente. Era una mujer de baja estatura, con el pelo rubio tan rizado que parecía una peluca mal confeccionada. El espadachín no pudo resistirse, así que lanzó una mirada disimulada a Tib. El Muryn no tardó en levantarse del lugar en el que se había tumbado y, tras acercarse con disimulo a las mujeres, se agazapó y comenzó a gruñir con fiereza.
Las marujas no tardaron más de cinco segundos en abandonar la pequeña plaza, corriendo como posesas por temor a que la bestia decidiese atacar. El rubio estalló en carcajadas en cuanto desaparecieron en la distancia, y Tib volvió junto a él jadeando y con la lengua fuera en un gesto divertido.
-¿Y ahora qué? -preguntó a continuación, volviendo a mirar a Annie. Aún seguía mojada, pero no sintió la tentación de mirar a otro lugar que no fueran sus ojos. Y ahí se quedó unos segundos. «Espabila, que va a pensar que tienes un problema o algo», se reprendió-. Ya que estamos podríamos terminar de subir. Creo que ya estamos cerca de la cumbre, si quieres llamarla así -propuso, haciendo un gesto con la mano hacia su espalda. Allí comenzaba un camino que salía de la pequeña plaza y ascendía hasta el punto más alto de la isla.
Aguardó la respuesta en silencio, recriminándose al mismo tiempo y preguntándose qué demonios le pasaba. Nada de aquello tenía sentido. Era algo completamente injustificado y carente de explicación racional.
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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La muchacha de cabellos cenicientos apartó un mechón mojado que había decidido moverse hasta delante de su ojo. Lo apartó hacia detrás de la oreja y luego entrelazó las manos sobre las rodillas. Esta no paraba de temblar, haciéndolo a posta como si tuviera la necesidad de estar en movimiento todo el rato. Con el agua que le había tirado parecía que el rubio espabiló un poco, resultaba efectiva, pero no del todo.
Annie se colocó el arco de su espalda y luego se fijó en la mascota de Therax. Esta salió disparada hacia unas marujas pomposas que no paraban de cuchichear sobre ellos. La albina esbozó una sonrisa y no dudó en reírse, pero en el fondo sabía que aquello les traería problemas, tarde o temprano. Estaba acostumbrada a que en Skellige la señalaran, en los bajos fondos la conocían demasiado bien y lo normal era ignorar. La muchacha alzó la cabeza para ver dónde se encontraba Ayden, pero en ese momento no pudo localizarlo.
Lo único que se conseguía plantándole cara a ese tipo de personas era mala reputación y, sobre todo, tirria. Mucha gente terminaba encarándose por intentar defenderte, pero para Annie era algo normal. Los fuertes gobernaban el mundo y los débiles debían obedecer. O al menos así era en su isla natal. Quizás con la subida de los Claveles al poder las tornas se cambiasen, pero con bandos tan extremistas como aquellos lo dudaba por completo. Era como utopía de la que no quería formar parte, ella prefería su realidad aunque esta fuera lúgubre; sin embargo, al mirar al rubio se dio cuenta de que no todo era inhóspito, siempre iba a haber algo capaz de iluminar un poco la senda de su vida.
La arquera se había quedado ensimismada en sus pensamientos y durante un rato no dijo nada acerca de lo sucedido, estaba ausente del mundo. Nunca antes se había encontrado en una situación así en la que estuviera tan despistada, sobre todo porque cuando el rubio le habló no se enteró bien de lo que dijo y asintió. Por suerte al mencionar la cumbre se situó enseguida en la conversación. ¿Qué le estaba pasando?
Se levantó y miró de reojo al muchacho. Esbozó una sonrisa inconscientemente y se puso en marcha. Aquella expresión de empanamiento no desaparecía de su rostro. Ir a la cumbre era una buena idea, un poco de aire fresco la despejaría. Seguro que fue por culpa del golpe y toda el agua que le cayó encima, seguro que su comportamiento era por eso, claro que sí. El sol brillaba con fuerza y a medida que caminaba sentía que su ropa se secaba con rapidez. Desde las pasarelas que llevaban a la cima se podía divisar el Victory atracado en el puerto.
-¡Mira! - Exclamó de repente señalando a un buque de tamaño mediano bastante desgastado y con las velas rojas, el único que destacaba en aquel lugar -. Aquel es mi barco. Algún día podré llevarte a dar una vuelta en él. ¿Qué te parecería surcar los mares conmigo? ¿O te ha atrapado alguna banda? - Inquirió refiriéndose a la recompensa que tenía sobre su cabeza, pues en la anterior isla había visto un cartel suyo -. Parece que eres un chico malo, Therax. Y yo que creía que eras decente y al final resulta que eres peor que yo - rio.
Las vistas desde la cumbre eran preciosas. El viento soplaba con fuerza en lo alto y desde allí arriba todos parecían hormigas, incapaces de molestarlos. Estaban solos, acompañados por el sonido del aire chocar contra las rocas, el aleteo de los pájaros y el mar a lo lejos, rompiendo contra la costa. Aquella sensación que tenía se había desvanecido un poco. La muchacha se acercó hasta la barandilla para evitar las caídas. Apoyó las manos en la barnizada madera y luego se puso de pie en ella. Se giró y le estiró la mano al rubio para que este subiera y, le dedicó una cálida sonrisa capaz de embriagar a cualquiera que se fijara en sus esmeraldas ojos.
-Sube, no tengas miedo, ¿qué es lo peor que podría pasar?
Annie se colocó el arco de su espalda y luego se fijó en la mascota de Therax. Esta salió disparada hacia unas marujas pomposas que no paraban de cuchichear sobre ellos. La albina esbozó una sonrisa y no dudó en reírse, pero en el fondo sabía que aquello les traería problemas, tarde o temprano. Estaba acostumbrada a que en Skellige la señalaran, en los bajos fondos la conocían demasiado bien y lo normal era ignorar. La muchacha alzó la cabeza para ver dónde se encontraba Ayden, pero en ese momento no pudo localizarlo.
Lo único que se conseguía plantándole cara a ese tipo de personas era mala reputación y, sobre todo, tirria. Mucha gente terminaba encarándose por intentar defenderte, pero para Annie era algo normal. Los fuertes gobernaban el mundo y los débiles debían obedecer. O al menos así era en su isla natal. Quizás con la subida de los Claveles al poder las tornas se cambiasen, pero con bandos tan extremistas como aquellos lo dudaba por completo. Era como utopía de la que no quería formar parte, ella prefería su realidad aunque esta fuera lúgubre; sin embargo, al mirar al rubio se dio cuenta de que no todo era inhóspito, siempre iba a haber algo capaz de iluminar un poco la senda de su vida.
La arquera se había quedado ensimismada en sus pensamientos y durante un rato no dijo nada acerca de lo sucedido, estaba ausente del mundo. Nunca antes se había encontrado en una situación así en la que estuviera tan despistada, sobre todo porque cuando el rubio le habló no se enteró bien de lo que dijo y asintió. Por suerte al mencionar la cumbre se situó enseguida en la conversación. ¿Qué le estaba pasando?
Se levantó y miró de reojo al muchacho. Esbozó una sonrisa inconscientemente y se puso en marcha. Aquella expresión de empanamiento no desaparecía de su rostro. Ir a la cumbre era una buena idea, un poco de aire fresco la despejaría. Seguro que fue por culpa del golpe y toda el agua que le cayó encima, seguro que su comportamiento era por eso, claro que sí. El sol brillaba con fuerza y a medida que caminaba sentía que su ropa se secaba con rapidez. Desde las pasarelas que llevaban a la cima se podía divisar el Victory atracado en el puerto.
-¡Mira! - Exclamó de repente señalando a un buque de tamaño mediano bastante desgastado y con las velas rojas, el único que destacaba en aquel lugar -. Aquel es mi barco. Algún día podré llevarte a dar una vuelta en él. ¿Qué te parecería surcar los mares conmigo? ¿O te ha atrapado alguna banda? - Inquirió refiriéndose a la recompensa que tenía sobre su cabeza, pues en la anterior isla había visto un cartel suyo -. Parece que eres un chico malo, Therax. Y yo que creía que eras decente y al final resulta que eres peor que yo - rio.
Las vistas desde la cumbre eran preciosas. El viento soplaba con fuerza en lo alto y desde allí arriba todos parecían hormigas, incapaces de molestarlos. Estaban solos, acompañados por el sonido del aire chocar contra las rocas, el aleteo de los pájaros y el mar a lo lejos, rompiendo contra la costa. Aquella sensación que tenía se había desvanecido un poco. La muchacha se acercó hasta la barandilla para evitar las caídas. Apoyó las manos en la barnizada madera y luego se puso de pie en ella. Se giró y le estiró la mano al rubio para que este subiera y, le dedicó una cálida sonrisa capaz de embriagar a cualquiera que se fijara en sus esmeraldas ojos.
-Sube, no tengas miedo, ¿qué es lo peor que podría pasar?
Therax se levantó en cuanto la albina lo hizo, poniéndose en marcha al mismo tiempo que ella. Tomaron el camino que el rubio había señalado anteriormente. Tib caminaba pegado a la pierna izquierda de su amo, mientras que César marchaba algunos metros por detrás. El viejo lobo no paraba de proferir bufidos de reproche, pero el domador lo ignoraba deliberadamente.
Caminaba sumido en sus cavilaciones, intentando buscar algún argumento lógico que explicase aquello. No podía ser consecuencia del impacto con la fuente ni nada así; había recibido golpes mucho peores y el resultado nunca se había acercado siquiera a lo que le estaba sucediendo. Por un momento alzó su vista en dirección a Annie, que caminaba junto a él con una expresión de lo más bobalicona. Tal vez el golpe hubiera sido más fuerte de lo que pensaba y sí que fuera una justificación válida. «Deja de pensar tonterías, sabes perfectamente lo que te pasa», dijo una voz dentro de él, como un pensamiento parásito que se filtraba desde lo más profundo de su ser. A su espalda, el anciano cánido refrendó aquella opinión con un gruñido. «Decidido, tengo que averiguar si es capaz de leerme la mente», aseveró el espadachín en su fuero interno.
Volvió a clavar su mirada en los adoquines de la calle que transitaban, evadiéndose del resto del entorno para seguir reflexionando acerca de aquello. No fue hasta que la albina le reclamó que volvió a la realidad. Se encontraban cerca de la cima, en medio de una de las pasarelas que comunicaban las diferentes secciones de Avaros entre sí, y señalaba hacia un barco de velas rojas.
-¿Es tuyo? -rió-. No te hacía yo muy marinera -añadió para, justo después, detenerse unos segundos a meditar su respuesta. No cabía duda de que había visto el cartel que había con su cara y, para sorpresa del rubio, no parecía espantada de que la Marina pagase por su cabeza. No pudo evitar sonreírse; aquella chica no era para nada común, y eso le gustaba. Dejó de mirar el rojo velamen del navío y pasó a mirarla a ella-. Eso son algunos malentendidos que ha habido con... bueno, vamos a dejarlo. Pero sí, viajo con más gente, aunque eso no quita que me pueda escapar -comentó, encogiéndose de hombros.
Tras eso terminaron de subir, y Annie no se lo pensó antes de subirse a la baranda. Therax se acercó y asomó un poco la cabeza. Estaba muy alto, y las alturas y él no se llevaban excesivamente bien. «Puedes volar, imbécil, ¿cómo puedes tenerles miedo cuando no notas las alas en tu espalda?», se recriminó. Entonces notó como la chica le tendía la mano. No pudo evitarlo; se perdió en su mirada... ¿o eran sus ojos? No, era algo más profundo, algo que trascendía la esmeralda o cualquier otra piedra preciosa con la que se pudiesen comparar. Era algo más etéreo y difuso. Quedó claro; en su mente se materializó la realidad como una verdad evidente sepultada bajo toneladas de explicaciones falsas que él mismo había creado.
-Puede pasar que me caiga -comentó, aún perdido en sus revelaciones internas y volviendo a mirar hacia abajo.
-Deja de decir tonterías y sube -replicó la albina al tiempo que le daba una colleja. Therax fue a quejarse, pero cuando volvió a clavar sus ojos azules en ella se encontró con la mano tendida y una sonrisa tranquilizadora. «A unas malas te transformas y te vas volando», se dijo, cogiendo firmemente su mano y encaramándose a la baranda.
Estaba caliente. Nunca lo hubiera imaginado. La palidez de su piel le daba una apariencia de porcelana, y por algún motivo esperaba que ella se encontrase a la misma temperatura que ésta. Sin embargo el contraste le agradó, de manera que apretó con algo más de fuerza la mano. «¿Qué haces?», pensó.
-¿Y ahora qué? -preguntó, mirando de reojo la nada que nacía ante sus pies.
Caminaba sumido en sus cavilaciones, intentando buscar algún argumento lógico que explicase aquello. No podía ser consecuencia del impacto con la fuente ni nada así; había recibido golpes mucho peores y el resultado nunca se había acercado siquiera a lo que le estaba sucediendo. Por un momento alzó su vista en dirección a Annie, que caminaba junto a él con una expresión de lo más bobalicona. Tal vez el golpe hubiera sido más fuerte de lo que pensaba y sí que fuera una justificación válida. «Deja de pensar tonterías, sabes perfectamente lo que te pasa», dijo una voz dentro de él, como un pensamiento parásito que se filtraba desde lo más profundo de su ser. A su espalda, el anciano cánido refrendó aquella opinión con un gruñido. «Decidido, tengo que averiguar si es capaz de leerme la mente», aseveró el espadachín en su fuero interno.
Volvió a clavar su mirada en los adoquines de la calle que transitaban, evadiéndose del resto del entorno para seguir reflexionando acerca de aquello. No fue hasta que la albina le reclamó que volvió a la realidad. Se encontraban cerca de la cima, en medio de una de las pasarelas que comunicaban las diferentes secciones de Avaros entre sí, y señalaba hacia un barco de velas rojas.
-¿Es tuyo? -rió-. No te hacía yo muy marinera -añadió para, justo después, detenerse unos segundos a meditar su respuesta. No cabía duda de que había visto el cartel que había con su cara y, para sorpresa del rubio, no parecía espantada de que la Marina pagase por su cabeza. No pudo evitar sonreírse; aquella chica no era para nada común, y eso le gustaba. Dejó de mirar el rojo velamen del navío y pasó a mirarla a ella-. Eso son algunos malentendidos que ha habido con... bueno, vamos a dejarlo. Pero sí, viajo con más gente, aunque eso no quita que me pueda escapar -comentó, encogiéndose de hombros.
Tras eso terminaron de subir, y Annie no se lo pensó antes de subirse a la baranda. Therax se acercó y asomó un poco la cabeza. Estaba muy alto, y las alturas y él no se llevaban excesivamente bien. «Puedes volar, imbécil, ¿cómo puedes tenerles miedo cuando no notas las alas en tu espalda?», se recriminó. Entonces notó como la chica le tendía la mano. No pudo evitarlo; se perdió en su mirada... ¿o eran sus ojos? No, era algo más profundo, algo que trascendía la esmeralda o cualquier otra piedra preciosa con la que se pudiesen comparar. Era algo más etéreo y difuso. Quedó claro; en su mente se materializó la realidad como una verdad evidente sepultada bajo toneladas de explicaciones falsas que él mismo había creado.
-Puede pasar que me caiga -comentó, aún perdido en sus revelaciones internas y volviendo a mirar hacia abajo.
-Deja de decir tonterías y sube -replicó la albina al tiempo que le daba una colleja. Therax fue a quejarse, pero cuando volvió a clavar sus ojos azules en ella se encontró con la mano tendida y una sonrisa tranquilizadora. «A unas malas te transformas y te vas volando», se dijo, cogiendo firmemente su mano y encaramándose a la baranda.
Estaba caliente. Nunca lo hubiera imaginado. La palidez de su piel le daba una apariencia de porcelana, y por algún motivo esperaba que ella se encontrase a la misma temperatura que ésta. Sin embargo el contraste le agradó, de manera que apretó con algo más de fuerza la mano. «¿Qué haces?», pensó.
-¿Y ahora qué? -preguntó, mirando de reojo la nada que nacía ante sus pies.
Rei Arslan
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Therax era un chico bastante peculiar. La albina había conocido a mucha gente tras todos estos años viajando sin parar, incluso en Skellige había gente rara, pero él era especial. Algo le hacía ser diferente a los demás y, en cierto modo, eso era bueno. Annie siempre destacó allá donde iba, recibía miradas furtivas y dedos acusadores por su reputación. Una reputación que no había elegido, la vida no era fácil en aquella ciudad. Todo era caos y destrucción, nadie ponía orden, todos tenían que buscarse la vida sin importar lo que pasara y ella no se iba quedar de brazos cruzados esperando una solución mágica.
Cuando esperaba a que subiera el rubio se llevó en claro que parecía un miedica. Si, era bastante altura y un mínimo resbalón podía causar la muerte, pero ¿y qué? La vida no era para pensar sobre qué hacer y meditar lo que estaba bien o mal. Para Annie ese tipo de cosas eran una pérdida de tiempo. Si quisiera podría tirarse desde lo alto y sobrevivir, pues le daría tiempo a salir volando con la akuma o, incluso esta se transformaría sola. El espíritu era muy protector aunque ya no hiciera nunca acto de presencia. ¿Volvería a escucharlo aunque fuera tan solo una vez?
En cuanto escuchó la queja del rubio suspiró y, harta de tonterías, le dio una pequeña colleja. Ni siquiera le dolería probablemente, pero así dejaría de hacer el tonto. Estando ella allí no se caería y, si ocurría, se lanzaría con él al vacío para rescatarlo volando. Se sorprendió de ese pensamiento. Hasta hace poco nunca se habría molestado en salvar la vida de una persona solo porque... porque quería. Miró de reojo al rubio, un poco cortada por lo que acababa de hacer. ¿Por qué tenía miedo de cometer alguna estupidez con él? Igual se la tomaba a mal y pensaba que estaba loca, quizás fuera eso.
Annie agarró con firmeza la mano del chico. En cuanto la sintió un escalofrío recorrió su cuerpo. Estaba helada, parecía hielo puro. ¿Estaría bien? No era normal tener una temperatura así. La arquera giró su cabeza hacia el frente y la fuerte brisa del mar acarició sus cabellos hasta dejarlos todos para atrás. Notó una fuerte presión en la mano, la miró y se fijó en que el chico la agarraba muy fuerte. A ese paso iba a terminar aplastándole la mano. Annie soltó una sonora carcajada.
-¿Te pagan por decir eso? - Inquirió debido a la pregunta de Therax. - ¿Acaso tienes frío? A este paso me destrozarás la mano, aunque... teniendo a un médico como tú no creo que haya problema en que me cures.
¿Pero qué acababa de decir? ¿Acaso pensaba en la semejante tontería que soltó de la nada? Annie se sonrojó un poco y apartó la mirada del rostro del chico. Quería soltar su mano, arrepentida, pero por alguna razón no se atrevía. Estaba en blanco y, probablemente haciendo el ridículo en aquella situación. La albina cogió la otra mano del rubio y las juntó, tratando de envolverlas con las suyas. Lo miró de nuevo y se mordió el labio inferior. Definitivamente no era consciente de como se comportaba, nunca antes se había sentido, pero ¿por qué cada vez que miraba a Therax sentía un cosquilleo en su interior?
-Ahm... - Musitó nerviosa -. No... No entiendo como puedes estar tan frío, eso es malo. Espero que así entren un poco en calor. ¿Estás bien? ¿Quieres bajar?
Cuando esperaba a que subiera el rubio se llevó en claro que parecía un miedica. Si, era bastante altura y un mínimo resbalón podía causar la muerte, pero ¿y qué? La vida no era para pensar sobre qué hacer y meditar lo que estaba bien o mal. Para Annie ese tipo de cosas eran una pérdida de tiempo. Si quisiera podría tirarse desde lo alto y sobrevivir, pues le daría tiempo a salir volando con la akuma o, incluso esta se transformaría sola. El espíritu era muy protector aunque ya no hiciera nunca acto de presencia. ¿Volvería a escucharlo aunque fuera tan solo una vez?
En cuanto escuchó la queja del rubio suspiró y, harta de tonterías, le dio una pequeña colleja. Ni siquiera le dolería probablemente, pero así dejaría de hacer el tonto. Estando ella allí no se caería y, si ocurría, se lanzaría con él al vacío para rescatarlo volando. Se sorprendió de ese pensamiento. Hasta hace poco nunca se habría molestado en salvar la vida de una persona solo porque... porque quería. Miró de reojo al rubio, un poco cortada por lo que acababa de hacer. ¿Por qué tenía miedo de cometer alguna estupidez con él? Igual se la tomaba a mal y pensaba que estaba loca, quizás fuera eso.
Annie agarró con firmeza la mano del chico. En cuanto la sintió un escalofrío recorrió su cuerpo. Estaba helada, parecía hielo puro. ¿Estaría bien? No era normal tener una temperatura así. La arquera giró su cabeza hacia el frente y la fuerte brisa del mar acarició sus cabellos hasta dejarlos todos para atrás. Notó una fuerte presión en la mano, la miró y se fijó en que el chico la agarraba muy fuerte. A ese paso iba a terminar aplastándole la mano. Annie soltó una sonora carcajada.
-¿Te pagan por decir eso? - Inquirió debido a la pregunta de Therax. - ¿Acaso tienes frío? A este paso me destrozarás la mano, aunque... teniendo a un médico como tú no creo que haya problema en que me cures.
¿Pero qué acababa de decir? ¿Acaso pensaba en la semejante tontería que soltó de la nada? Annie se sonrojó un poco y apartó la mirada del rostro del chico. Quería soltar su mano, arrepentida, pero por alguna razón no se atrevía. Estaba en blanco y, probablemente haciendo el ridículo en aquella situación. La albina cogió la otra mano del rubio y las juntó, tratando de envolverlas con las suyas. Lo miró de nuevo y se mordió el labio inferior. Definitivamente no era consciente de como se comportaba, nunca antes se había sentido, pero ¿por qué cada vez que miraba a Therax sentía un cosquilleo en su interior?
-Ahm... - Musitó nerviosa -. No... No entiendo como puedes estar tan frío, eso es malo. Espero que así entren un poco en calor. ¿Estás bien? ¿Quieres bajar?
Su carcajada le tranquilizó de inmediato. El porqué era un completo misterio para el rubio, que no pudo evitar sonreír al ver el modo en que Annie se tomaba su pregunta. Por algún motivo que desconocía, la risa de la albina le permitió separar la vista del acantilado y fijarla en ella... No, aquello no era un permiso; era más bien una obligación autoimpuesta. Algo forzó a Therax a dejar de contemplar el vacío que había ante sus pies para observar el infinito verde que había a su lado.
-¿Pagarme? No. Como mucho me llevo alguna colleja de vez en cuando -respondió en tono de broma, dejando de mirar sus ojos para observar sus labios. Su cabello trataba de recuperar su posición normal después de haber sido agitado por el viento, y la desordenada forma en que caía le confería a la albina un aire salvaje y anárquico que agradaba extrañamente al domador. «Deja de mirarla así. Va a pensar que de verdad te pasa algo raro», se reprendió, siendo consciente de que probablemente se fijaría en que no podía despegar los ojos de su boca.
Y entonces, ésta se paró. Apenas había escuchado lo que había dicho, pero lo suficiente como para poder elaborar una respuesta decente. Por otro lado, algo en la barriga le había dado un vuelco al oír su último comentario-. ¿Frío? No, yo estoy bien. Eres tú la que tienes las manos ardiendo -añadió, haciendo un inútil esfuerzo por aparentar que lo último que había dicho no le había afectado.
Entonces dejó de mirarle. ¿Por qué? Él no quería que lo hiciese. Observándola, pudo apreciar cómo un rubor era parcialmente visible en su cara. ¿Se habría enfadado? Esperaba que no. Mientras pensaba acerca de las posibilidades, aún incómodo porque realmente no sabía con seguridad a qué atribuir todo lo que estaba sucediendo en su interior, fijó la vista de nuevo en el abismo que se abría ante él. No hacía falta ser muy inteligente para saber la clase de emociones que estaba experimentando, pero había sido una escalada demasiado rápida, ¿no?
A su mente acudió el día en que, estando aún en Buia, el rostro de la albina se había abierto paso en su mente mientras descendía unas escaleras. Ya en aquel momento se había sentido extrañado, pero había decidido achacarlo a un recuerdo evocado por su subconsciente. Tenía sentido, ya que era la primera persona con la que había llegado a sentirse a gusto tras la muerte de Joy. De hecho, no recordaba haber mantenido una conversación de verdad con nadie antes de la que tuvo con ella en Skellige. ¿Cuánto hacía de aquello? No la había vuelto a ver, pero al reencontrarse con ella una chispa había prendido una vela que jamás se había llegado a encender. «No puede ser eso», trató de convencerse. No tenía sentido. Cosas como aquélla no pasaban en el mundo real.
Se vio obligado a interrumpir sus pensamientos cuando Annie cogió su otra mano, y cuando volvió a alzar el rostro hacia ella se encontró que le miraba. Se mordió el labio antes de volver a dirigirse a él, haciendo que su mirada volviese a clavarse en su boca.
-Es algo de familia, por decirlo de algún modo -musitó al darse cuenta de que todo el tiempo se había estado refiriendo a la temperatura de sus manos. Sin embargo, casi no prestaba atención a lo que decía-. No, aquí estoy bien -añadió, ignorando por completo lo incómodo que se había sentido siempre en las alturas cuando no tenía unas alas que le reconfortasen.
No había nada que hacer con sus manos; siempre estarían frías. Era algo a lo que nunca había prestado atención, pero por un momento agradeció que fuera así. Eso y no otra cosa era lo que le permitía sentir el calor que emanaba de la albina como si de una hoguera se tratase. Seguramente no se encontrase a más temperatura que una persona normal, pero a él no le importaba lo más mínimo.
No sabía qué más decir, y mientras trataba de pensar algo volvió a fijarse en la cicatriz que adornaba su cara. Por un momento toda su prudencia se esfumó y, tras soltar con suavidad su mano derecha de las de la chica, la alzó con cuidado en dirección a su rostro. La duda hizo acto de presencia, provocando que se detuviese a medio camino. Sin embargo, después fijar de nuevo su vista en los ojos de la albina, completó el movimiento. Las yemas de sus dedos índice, corazón y anular fueron a reposar con cuidado en la zona posterior de su mandíbula, mientras que con el pulgar recorrió la superficie de la herida curada. «Para ya. Te vas a meter en un lío», dijo una voz en su cabeza, mas sus actos no obedecían a la lógica... ni siquiera a él mismo.
Un impulso casi irrefrenable se apoderó de él. ¿Serían sus labios tan cálidos como sus manos o su rostro? Aquella pregunta, formulada a modo de instinto, fue reprimida por Therax como buenamente pudo... ¿O era cuestión de que no se atrevía a hacer lo que de verdad quería? ¿Acaso le daba miedo cuál pudiese ser la reacción de Annie? Probablemente fuera eso, pero él nunca había tenido problemas para asumir sus temores, defectos e incapacidades. Tragó saliva como pudo antes de volver a hablar. Su mano aún se encontraba en la cara de la albina cuando lo hizo:
-Esto tampoco es bueno... ¿Cómo te lo hiciste? -preguntó con voz entrecortada, cuestionándose la imagen que podría tener la chica de él en aquel momento.
-¿Pagarme? No. Como mucho me llevo alguna colleja de vez en cuando -respondió en tono de broma, dejando de mirar sus ojos para observar sus labios. Su cabello trataba de recuperar su posición normal después de haber sido agitado por el viento, y la desordenada forma en que caía le confería a la albina un aire salvaje y anárquico que agradaba extrañamente al domador. «Deja de mirarla así. Va a pensar que de verdad te pasa algo raro», se reprendió, siendo consciente de que probablemente se fijaría en que no podía despegar los ojos de su boca.
Y entonces, ésta se paró. Apenas había escuchado lo que había dicho, pero lo suficiente como para poder elaborar una respuesta decente. Por otro lado, algo en la barriga le había dado un vuelco al oír su último comentario-. ¿Frío? No, yo estoy bien. Eres tú la que tienes las manos ardiendo -añadió, haciendo un inútil esfuerzo por aparentar que lo último que había dicho no le había afectado.
Entonces dejó de mirarle. ¿Por qué? Él no quería que lo hiciese. Observándola, pudo apreciar cómo un rubor era parcialmente visible en su cara. ¿Se habría enfadado? Esperaba que no. Mientras pensaba acerca de las posibilidades, aún incómodo porque realmente no sabía con seguridad a qué atribuir todo lo que estaba sucediendo en su interior, fijó la vista de nuevo en el abismo que se abría ante él. No hacía falta ser muy inteligente para saber la clase de emociones que estaba experimentando, pero había sido una escalada demasiado rápida, ¿no?
A su mente acudió el día en que, estando aún en Buia, el rostro de la albina se había abierto paso en su mente mientras descendía unas escaleras. Ya en aquel momento se había sentido extrañado, pero había decidido achacarlo a un recuerdo evocado por su subconsciente. Tenía sentido, ya que era la primera persona con la que había llegado a sentirse a gusto tras la muerte de Joy. De hecho, no recordaba haber mantenido una conversación de verdad con nadie antes de la que tuvo con ella en Skellige. ¿Cuánto hacía de aquello? No la había vuelto a ver, pero al reencontrarse con ella una chispa había prendido una vela que jamás se había llegado a encender. «No puede ser eso», trató de convencerse. No tenía sentido. Cosas como aquélla no pasaban en el mundo real.
Se vio obligado a interrumpir sus pensamientos cuando Annie cogió su otra mano, y cuando volvió a alzar el rostro hacia ella se encontró que le miraba. Se mordió el labio antes de volver a dirigirse a él, haciendo que su mirada volviese a clavarse en su boca.
-Es algo de familia, por decirlo de algún modo -musitó al darse cuenta de que todo el tiempo se había estado refiriendo a la temperatura de sus manos. Sin embargo, casi no prestaba atención a lo que decía-. No, aquí estoy bien -añadió, ignorando por completo lo incómodo que se había sentido siempre en las alturas cuando no tenía unas alas que le reconfortasen.
No había nada que hacer con sus manos; siempre estarían frías. Era algo a lo que nunca había prestado atención, pero por un momento agradeció que fuera así. Eso y no otra cosa era lo que le permitía sentir el calor que emanaba de la albina como si de una hoguera se tratase. Seguramente no se encontrase a más temperatura que una persona normal, pero a él no le importaba lo más mínimo.
No sabía qué más decir, y mientras trataba de pensar algo volvió a fijarse en la cicatriz que adornaba su cara. Por un momento toda su prudencia se esfumó y, tras soltar con suavidad su mano derecha de las de la chica, la alzó con cuidado en dirección a su rostro. La duda hizo acto de presencia, provocando que se detuviese a medio camino. Sin embargo, después fijar de nuevo su vista en los ojos de la albina, completó el movimiento. Las yemas de sus dedos índice, corazón y anular fueron a reposar con cuidado en la zona posterior de su mandíbula, mientras que con el pulgar recorrió la superficie de la herida curada. «Para ya. Te vas a meter en un lío», dijo una voz en su cabeza, mas sus actos no obedecían a la lógica... ni siquiera a él mismo.
Un impulso casi irrefrenable se apoderó de él. ¿Serían sus labios tan cálidos como sus manos o su rostro? Aquella pregunta, formulada a modo de instinto, fue reprimida por Therax como buenamente pudo... ¿O era cuestión de que no se atrevía a hacer lo que de verdad quería? ¿Acaso le daba miedo cuál pudiese ser la reacción de Annie? Probablemente fuera eso, pero él nunca había tenido problemas para asumir sus temores, defectos e incapacidades. Tragó saliva como pudo antes de volver a hablar. Su mano aún se encontraba en la cara de la albina cuando lo hizo:
-Esto tampoco es bueno... ¿Cómo te lo hiciste? -preguntó con voz entrecortada, cuestionándose la imagen que podría tener la chica de él en aquel momento.
Rei Arslan
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Todo había ido bien hasta ese momento. ¿Quizás fue un problema subir a lo alto de Avaros? Probablemente sí, pero se sentía bien a solas con él. Estaba rodeada de una sensación de paz y tranquilidad, una seguridad inexistente. Nunca se había sentido así, ¿por qué esta vez sí? La presencia del chico era... reconfortante. Sin duda, le encantaría sentirse así hasta el resto de sus días. No metiéndose en líos ni huyendo de matones; no, debía poner fin a aquella vida peligrosa en la que no hacía más que hacerse daño a sí misma. ¿Cuántas veces estuvo a punto de morir? Más de tres, la última en Skellige cuando la dejaron herida a la intemperie y sin cuidados ningunos. Ella misma sabía que no podía seguir así... pero no podría dejar atrás su pasado. Se acercaba una guerra y ella aun ni siquiera estaba preparada. Se animó a sí misma, seguro que todo saldría bien, siempre salía bien.
El silencio que había entre los dos no era incómodo. Con las miradas salían palabras aunque ninguno las pudiera escuchar. Sin embargo, en cuanto sintió su mano rozar su mejilla suavemente un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué tocaba aquella herida del pasado? Era el primero en acariciarla con dulzura, pero a la vez sintió miedo. Le asustaba el hecho de que alguien intentara saber tanto de ella, lo veía como una debilidad. Pero él, era diferente o eso quería creer ella. Respiró profundamente y guardó silencio unos segundos. En los cuales dudó de si bajarse e irse o explicárselo todo.
-Esta cicatriz es todo mi pasado. Toda mi vida está relacionada con ella - suspiró, sin dejar de mirarlo a los ojos -. Crecí en un orfanato en donde la calidad de vida dejaba mucho que desear. Las enfermedades y el hambre se llevaban a las personas. A mi me vendieron como una sierva a un señor de alta clase. Decían que era una niña muy problemática y siempre estaba buscando problemas, pero eran las demás siervas quienes me hacían la vida imposible. Un día, en una pelea con una de ellas, con un cristal me hizo esto - señaló la cicatriz - Nunca olvidaré sus palabras de ella y del señor. Se clavaron en mi mente, como que nunca sería alguien importante y de hecho, no lo soy. Pasé por dos señores más hasta que logré escapar del último y me adentré en un troupé con la que viajé un tiempo. Ellos tenían razón al final.
Annie no podría creer que había contado su historia al fin. ¿Cómo se lo tomaría? A lo mejor después de saberlo se iba porque no le interesaba. Sabía que no debería haber dicho nada, en situaciones así era mejor quedarse callada. ¡Era una bocazas! Se mordió el labio inferior, arrepintiéndose de lo que había dicho y, en un acto de inconsciencia alzó la mano hasta apoyarla en la del chico que la tenía en su mejilla. Movió sus dedos con suavidad, sintiendo el contraste de la piel suave con la áspera y acercó su rostro un poco más a él. Estaba muy cerca, casi podía sentir su respiración. Algo en su interior la obligaba a echarse para atrás, pero ella no quería. Desde el encuentro en Skellige no olvidó aquellos dos topacios junto con su sonrisa contagiosa.
-Perdona por haberte soltado todo ese rollo... Yo... - las palabras se le atragantaban. Definitivamente había metido la pata hasta el fondo.
El silencio que había entre los dos no era incómodo. Con las miradas salían palabras aunque ninguno las pudiera escuchar. Sin embargo, en cuanto sintió su mano rozar su mejilla suavemente un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué tocaba aquella herida del pasado? Era el primero en acariciarla con dulzura, pero a la vez sintió miedo. Le asustaba el hecho de que alguien intentara saber tanto de ella, lo veía como una debilidad. Pero él, era diferente o eso quería creer ella. Respiró profundamente y guardó silencio unos segundos. En los cuales dudó de si bajarse e irse o explicárselo todo.
-Esta cicatriz es todo mi pasado. Toda mi vida está relacionada con ella - suspiró, sin dejar de mirarlo a los ojos -. Crecí en un orfanato en donde la calidad de vida dejaba mucho que desear. Las enfermedades y el hambre se llevaban a las personas. A mi me vendieron como una sierva a un señor de alta clase. Decían que era una niña muy problemática y siempre estaba buscando problemas, pero eran las demás siervas quienes me hacían la vida imposible. Un día, en una pelea con una de ellas, con un cristal me hizo esto - señaló la cicatriz - Nunca olvidaré sus palabras de ella y del señor. Se clavaron en mi mente, como que nunca sería alguien importante y de hecho, no lo soy. Pasé por dos señores más hasta que logré escapar del último y me adentré en un troupé con la que viajé un tiempo. Ellos tenían razón al final.
Annie no podría creer que había contado su historia al fin. ¿Cómo se lo tomaría? A lo mejor después de saberlo se iba porque no le interesaba. Sabía que no debería haber dicho nada, en situaciones así era mejor quedarse callada. ¡Era una bocazas! Se mordió el labio inferior, arrepintiéndose de lo que había dicho y, en un acto de inconsciencia alzó la mano hasta apoyarla en la del chico que la tenía en su mejilla. Movió sus dedos con suavidad, sintiendo el contraste de la piel suave con la áspera y acercó su rostro un poco más a él. Estaba muy cerca, casi podía sentir su respiración. Algo en su interior la obligaba a echarse para atrás, pero ella no quería. Desde el encuentro en Skellige no olvidó aquellos dos topacios junto con su sonrisa contagiosa.
-Perdona por haberte soltado todo ese rollo... Yo... - las palabras se le atragantaban. Definitivamente había metido la pata hasta el fondo.
Therax escuchó en silencio la historia de Annie y, de hecho, aunque hubiese querido decir algo habría sido incapaz de hacerlo. ¿Cuál era la palabra? Absorto... No. Perdido. "Perdido" era el término más apropiado para referirse a su estado. No podía dejar de contemplar los ojos que se encontraban tan cerca de los suyos. ¿Cuántos centímetros podrían ser? ¿Cuarenta? ¿Y qué más daba eso? Lo verdaderamente importante era que, a su modo de ver, la mirada de Annie brillaba de un modo que no había conocido hasta ese momento.
Casi como un susurro, pudo asimilar lo que la albina le contaba. Desde luego su vida no había sido fácil, pero aun así allí estaba. Seguía adelante a pesar de lo vivido. Sin embargo, no parecía estar del todo conforme con lo que le había dicho. ¿Qué era aquello que veía en sus ojos? ¿Vergüenza tal vez? No lo sabría identificar con claridad, pero si así fuese no tendría motivos para sentirla.
Se disponía a decírselo, seguramente con una voz entrecortada similar a la que había usado antes, pero decírselo al fin y al cabo. No obstante, el siguiente movimiento de Annie lo dejó mudo unos segundos más. Disculpándose por algún motivo que él era incapaz de comprender, levantó su mano hasta alcanzar la que Therax había empleado para tocar su cicatriz. Un gesto en apariencia tan inocente fue acompañado de una pequeña aproximación. Si ya antes se encontraban muy cerca, en ese momento el espacio entre ellos se redujo al mínimo.
Sintiendo el cálido tacto de su mano en la de él, acarició la cicatriz en sentido inverso al que había recorrido anteriormente. No creía haber tocado a nadie con tanto cuidado antes, como si temiese que se fuese a romper en caso de apretar un poco más. Al igual que sus manos, el rostro de la albina era suave y cálido. No. No podía permitirse estropear aquello con la tosquedad de sus manos.
Y entonces, por un instante, separó su vista de los verdes y limpios ojos de la chica. La había visto morderse el labio antes, justo antes de pedir perdón injustificadamente. En el breve lapso de tiempo que los contempló, volvió a hacerse la pregunta que ya se había formulado antes: ¿serían tan cálidos como sus manos o su rostro? ¿Y tan suaves y agradables?
Tragó saliva. Previamente se había forzado a sí mismo a desechar la idea que una vez más rondaba su mente, pero los ojos de color esmeralda que volvía a contemplar le habían atrapado por completo. Con la vista fija en ellos y poniendo todo el cuidado que pudo reunir, movió la mano que la albina acariciaba en dirección a él, invitándola a que se acercase un poco y cubriese los escasos centímetros que les separaban.
Fue sólo un roce, un estímulo apenas mayor que el que pudiera generar la brisa de la mañana al acariciarlos, pero el primer contacto con los labios de Annie provocó que toda la piel del rubio se erizase. Debería cerrar los ojos para centrarse en el tacto pero, además de que no podía, no quería. Dudaba que la sensación que estaba experimentando pudiese ser más intensa, y el infinito que había tras el verde lo mantenía cautivo.
Sí. La boca de la chica eran tan cálida y suave como sus manos y, tras dejar que el leve contacto se prolongase durante unos segundos, la atrajo un poco más hacia él. La caricia se convirtió en un beso tan cargado de dulzura como de pasión controlada, ejerciendo la presión justa para que ambos sentimientos se fundiesen en uno y transmitiesen todo lo que el rubio sentía. ¿Por qué tenía tanto miedo de arruinarlo? No era capaz de hallar una respuesta a esa cuestión y, siendo sincero, en aquel momento tampoco quería.
¿Cuánto tiempo estuvo así? Sería incapaz de decirlo, mas fue poco sin importar cuánto fuera realmente. No obstante, terminó por separarse un poco. No demasiado. No quería que Annie se alejase de él más de lo indispensable y, aún sin apartar su mirada de la de la albina, aguardó su reacción. Desde lo más profundo de su ser temía una huida, que se fuese sin decir nada y sin soltarle un bofetón siquiera. Una vez más, tragó saliva.
Casi como un susurro, pudo asimilar lo que la albina le contaba. Desde luego su vida no había sido fácil, pero aun así allí estaba. Seguía adelante a pesar de lo vivido. Sin embargo, no parecía estar del todo conforme con lo que le había dicho. ¿Qué era aquello que veía en sus ojos? ¿Vergüenza tal vez? No lo sabría identificar con claridad, pero si así fuese no tendría motivos para sentirla.
Se disponía a decírselo, seguramente con una voz entrecortada similar a la que había usado antes, pero decírselo al fin y al cabo. No obstante, el siguiente movimiento de Annie lo dejó mudo unos segundos más. Disculpándose por algún motivo que él era incapaz de comprender, levantó su mano hasta alcanzar la que Therax había empleado para tocar su cicatriz. Un gesto en apariencia tan inocente fue acompañado de una pequeña aproximación. Si ya antes se encontraban muy cerca, en ese momento el espacio entre ellos se redujo al mínimo.
Sintiendo el cálido tacto de su mano en la de él, acarició la cicatriz en sentido inverso al que había recorrido anteriormente. No creía haber tocado a nadie con tanto cuidado antes, como si temiese que se fuese a romper en caso de apretar un poco más. Al igual que sus manos, el rostro de la albina era suave y cálido. No. No podía permitirse estropear aquello con la tosquedad de sus manos.
Y entonces, por un instante, separó su vista de los verdes y limpios ojos de la chica. La había visto morderse el labio antes, justo antes de pedir perdón injustificadamente. En el breve lapso de tiempo que los contempló, volvió a hacerse la pregunta que ya se había formulado antes: ¿serían tan cálidos como sus manos o su rostro? ¿Y tan suaves y agradables?
Tragó saliva. Previamente se había forzado a sí mismo a desechar la idea que una vez más rondaba su mente, pero los ojos de color esmeralda que volvía a contemplar le habían atrapado por completo. Con la vista fija en ellos y poniendo todo el cuidado que pudo reunir, movió la mano que la albina acariciaba en dirección a él, invitándola a que se acercase un poco y cubriese los escasos centímetros que les separaban.
Fue sólo un roce, un estímulo apenas mayor que el que pudiera generar la brisa de la mañana al acariciarlos, pero el primer contacto con los labios de Annie provocó que toda la piel del rubio se erizase. Debería cerrar los ojos para centrarse en el tacto pero, además de que no podía, no quería. Dudaba que la sensación que estaba experimentando pudiese ser más intensa, y el infinito que había tras el verde lo mantenía cautivo.
Sí. La boca de la chica eran tan cálida y suave como sus manos y, tras dejar que el leve contacto se prolongase durante unos segundos, la atrajo un poco más hacia él. La caricia se convirtió en un beso tan cargado de dulzura como de pasión controlada, ejerciendo la presión justa para que ambos sentimientos se fundiesen en uno y transmitiesen todo lo que el rubio sentía. ¿Por qué tenía tanto miedo de arruinarlo? No era capaz de hallar una respuesta a esa cuestión y, siendo sincero, en aquel momento tampoco quería.
¿Cuánto tiempo estuvo así? Sería incapaz de decirlo, mas fue poco sin importar cuánto fuera realmente. No obstante, terminó por separarse un poco. No demasiado. No quería que Annie se alejase de él más de lo indispensable y, aún sin apartar su mirada de la de la albina, aguardó su reacción. Desde lo más profundo de su ser temía una huida, que se fuese sin decir nada y sin soltarle un bofetón siquiera. Una vez más, tragó saliva.
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La distancia entre los dos se había reducido hasta a unos pocos centímetros. Sus labios ya casi se estaban rozando. Pudo haberse apartado, pero no lo hizo, más bien no quiso. Quería besarlo, sentir su calidez y nadie se lo iba a impedir. Cerró los ojos en cuanto sintió aquel dulce beso. ¿Qué cuanto duró? A ojos del mundo fue fugaz, a ojos de la albina, eterno. Probablemente cuando se separase sus mejillas estuviesen dotadas de un ligero rubor debido al momento tan intenso.
A pesar de haberse separado tan solo unos centímetros, la albina no quería separarse de Therax, no aún. Pasó una mano alrededor de su cuello, acercándolo más a ella y, con la otra, entrelazó su mano junto con la de él. No dudó en acercarse sus labios contra los suyos de nuevo, aunque esta vez por mucho menos tiempo. Había sido un acto involuntario, en ningún momento se paró a pensar si él querría volver a besarla o no. Como siempre, solo pensó en sí misma.
Su mente era un hervidero de gritos. Un montón de mini Annies gritaba "¡su primer beso!" sin ton ni son y esta estaba cada vez más bloqueada. Literalmente no sabía qué decir. El beso terminó, no porque ella quisiera, sino porque ambos necesitaban tomar aire. Sin embargo, tardó un poco en abrir los ojos y con sus morritos aún en posición se dio cuenta de que él ya se había apartado. Se echó hacia atrás y no pudo evitar soltar una risa sincera ante aquella situación.
No era capaz de contener la felicidad que se había producido en su interior de un momento a otro. No soltó la mano del rubio e incluso la apretó un poco más fuerte, tratando de pensar que no era un sueño. No lo era, estaba segura de aquello. La historia de ambos había comenzado hace dos años en Skellige, con el curándola. En el santuario reconoció que le hubiera gustado pasar más tiempo con él, fue quién pensó que Therax iría a curarla y a sacarla de la Orden de los Claveles y no aquel pirata del North Blue. Era él, solo él. Pero ya era demasiado tarde para recordar reminiscencias del pasado.
Seguía sin palabras, ¿por qué él no decía nada? ¿Acaso se había arrepentido de aquel beso? No quería creer eso. Annie tenía miedo de la reacción que pudiese tener, que todo se estropease por culpa de un beso... Miró sus cristalinos ojos azules y sonrió con dulzura, una sonrisa sincera y tierna que nadie era capaz de apreciar. Justo cuando estaba a punto de hablar algo por fin, una voz grave los interrumpió. Annie se giró de repente, eran los matones de antes aunque solo venían cuatro esta vez y habían logrado alcanzarlos.
La albina soltó la mano de Therax y sacó su arco para apuntarlos. Uno de ellos manejaba también el arco y, los otros, usaban cachiporras y espadas. El del arco disparaba las flechas de tres en tres, pero la albina, rauda, alzó el brazo hacia el cielo creando una ráfaga de aire para desviarlas. Luego se fijó en como regresaban a él las tres flechas. Estaba sorprendida de aquel método, ¿cómo era capaz?
-¿Vas a ayudarme o debo protegerte? - Inquirió mirando de lado al rubio mientras esta esbozaba una sonrisa y tensaba el arco, la flecha que había introducido en el arma provocaría un largo sueño a quién la recibiese.
A pesar de haberse separado tan solo unos centímetros, la albina no quería separarse de Therax, no aún. Pasó una mano alrededor de su cuello, acercándolo más a ella y, con la otra, entrelazó su mano junto con la de él. No dudó en acercarse sus labios contra los suyos de nuevo, aunque esta vez por mucho menos tiempo. Había sido un acto involuntario, en ningún momento se paró a pensar si él querría volver a besarla o no. Como siempre, solo pensó en sí misma.
Su mente era un hervidero de gritos. Un montón de mini Annies gritaba "¡su primer beso!" sin ton ni son y esta estaba cada vez más bloqueada. Literalmente no sabía qué decir. El beso terminó, no porque ella quisiera, sino porque ambos necesitaban tomar aire. Sin embargo, tardó un poco en abrir los ojos y con sus morritos aún en posición se dio cuenta de que él ya se había apartado. Se echó hacia atrás y no pudo evitar soltar una risa sincera ante aquella situación.
No era capaz de contener la felicidad que se había producido en su interior de un momento a otro. No soltó la mano del rubio e incluso la apretó un poco más fuerte, tratando de pensar que no era un sueño. No lo era, estaba segura de aquello. La historia de ambos había comenzado hace dos años en Skellige, con el curándola. En el santuario reconoció que le hubiera gustado pasar más tiempo con él, fue quién pensó que Therax iría a curarla y a sacarla de la Orden de los Claveles y no aquel pirata del North Blue. Era él, solo él. Pero ya era demasiado tarde para recordar reminiscencias del pasado.
Seguía sin palabras, ¿por qué él no decía nada? ¿Acaso se había arrepentido de aquel beso? No quería creer eso. Annie tenía miedo de la reacción que pudiese tener, que todo se estropease por culpa de un beso... Miró sus cristalinos ojos azules y sonrió con dulzura, una sonrisa sincera y tierna que nadie era capaz de apreciar. Justo cuando estaba a punto de hablar algo por fin, una voz grave los interrumpió. Annie se giró de repente, eran los matones de antes aunque solo venían cuatro esta vez y habían logrado alcanzarlos.
La albina soltó la mano de Therax y sacó su arco para apuntarlos. Uno de ellos manejaba también el arco y, los otros, usaban cachiporras y espadas. El del arco disparaba las flechas de tres en tres, pero la albina, rauda, alzó el brazo hacia el cielo creando una ráfaga de aire para desviarlas. Luego se fijó en como regresaban a él las tres flechas. Estaba sorprendida de aquel método, ¿cómo era capaz?
-¿Vas a ayudarme o debo protegerte? - Inquirió mirando de lado al rubio mientras esta esbozaba una sonrisa y tensaba el arco, la flecha que había introducido en el arma provocaría un largo sueño a quién la recibiese.
Sus miedos se disiparon cuando, sin mediar palabra, la albina empleó una de sus manos para atraerlo hacia ella. Los dedos de la otra se entrelazaron con los suyos propios, y los labios de los dos se fundieron en un beso. A su modo de ver fue más corto, efímero incluso, pero igual de intenso. En esa ocasión sí cerró los ojos, sintiendo el tacto de terciopelo de la boca de Annie.
No obstante, cuando se separó se vio obligado a tomar aire con algo más de fuerza de la que acostumbraba. ¿Acaso había sido más largo de lo que él había percibido? Daba igual. Frente a él se encontraba la chica que había conocido tiempo atrás, con los ojos aún cerrados y los labios tal y como estaban hacía unos instantes. Sonrió antes de que se recompusiese y, para cuando lo hizo, Therax volvía a mostrar su semblante habitual.
Ella rió al tiempo que le apretaba la mano, gesto que él respondió del mismo modo. Quería que supiera que estaba allí y que, aunque no le necesitase, estaría en el futuro. «Siempre y cuando ella me deje, claro», se sorprendió pensando, con temor y esperanza a dosis iguales. Annie sonrió, pero de un modo diferente a como lo había hecho cuando se habían encontrado hacía... ¿cuánto hacía? No importaba. Sonreía de una manera distinta a la que había empleado durante todo el ascenso hasta allí.
Y él correspondió el gesto. Mostrando la más sincera de sus sonrisas, ésa que nadie aparte de Joy, Martin y los miembros de los Arashi habían visto, alzó su mano libre para acariciar con suavidad una de sus mejillas. Lo hizo con cuidado y lentitud, y parecía que la chica iba a hablar cuando una inoportuna voz arruinó el momento. «¡Oh, vamos! Esto tiene que ser una broma», se quejó en su fuero interno mientras apartaba la mano del rostro de la albina. Dirigió su vista al foco de la interrupción para ver a cuatro de los tipos que le habían estado persiguiendo. ¿Es que no se cansaban?
Annie no tardó en soltarle la mano y coger el arco. Therax arqueó una ceja, dejando que la curiosidad se apoderase por completo de sus acciones. ¿Qué sería capaz de hacer? Las flechas silbaron hasta ellos y, misteriosamente, su trayectoria se vio alterada cuando la albina movió una de sus manos. «¿Y eso?», pensó mientras por su mente pasaban un sinfín de posibilidades: ¿algún dispositivo oculto tal vez?, ¿una peculiar habilidad? Lo cierto era que no lo sabía, y se disponía a preguntarle cuando ella tomó la palabra.
-Protégeme -dijo sin más, encogiéndose de hombros y sentándose en la baranda a la que se habían encaramado antes. Aparte del sujeto del arco, los otros iban armados con porras y armas contundentes. No obstante, Therax no pudo evitar reparar en que el más bajo de ellos llevaba un tantō en el cinto. El tipo no paraba de tantearlo, como si desease sacarlo de su vaina para darle uso. Tendría que estar atento a él.
Pese a la actitud de su compañero, Tib no dudó y se posicionó entre Annie y los molestos hombres. Gruñía y mostraba sus blancos y afilados colmillos como un animal salvaje. Cualquiera que lo hubiera visto anteriormente y no lo conociera sería incapaz de reconocerlo, pero el rubio estaba más que acostumbrado al muryn bueno y al muryn malo.
No obstante, cuando se separó se vio obligado a tomar aire con algo más de fuerza de la que acostumbraba. ¿Acaso había sido más largo de lo que él había percibido? Daba igual. Frente a él se encontraba la chica que había conocido tiempo atrás, con los ojos aún cerrados y los labios tal y como estaban hacía unos instantes. Sonrió antes de que se recompusiese y, para cuando lo hizo, Therax volvía a mostrar su semblante habitual.
Ella rió al tiempo que le apretaba la mano, gesto que él respondió del mismo modo. Quería que supiera que estaba allí y que, aunque no le necesitase, estaría en el futuro. «Siempre y cuando ella me deje, claro», se sorprendió pensando, con temor y esperanza a dosis iguales. Annie sonrió, pero de un modo diferente a como lo había hecho cuando se habían encontrado hacía... ¿cuánto hacía? No importaba. Sonreía de una manera distinta a la que había empleado durante todo el ascenso hasta allí.
Y él correspondió el gesto. Mostrando la más sincera de sus sonrisas, ésa que nadie aparte de Joy, Martin y los miembros de los Arashi habían visto, alzó su mano libre para acariciar con suavidad una de sus mejillas. Lo hizo con cuidado y lentitud, y parecía que la chica iba a hablar cuando una inoportuna voz arruinó el momento. «¡Oh, vamos! Esto tiene que ser una broma», se quejó en su fuero interno mientras apartaba la mano del rostro de la albina. Dirigió su vista al foco de la interrupción para ver a cuatro de los tipos que le habían estado persiguiendo. ¿Es que no se cansaban?
Annie no tardó en soltarle la mano y coger el arco. Therax arqueó una ceja, dejando que la curiosidad se apoderase por completo de sus acciones. ¿Qué sería capaz de hacer? Las flechas silbaron hasta ellos y, misteriosamente, su trayectoria se vio alterada cuando la albina movió una de sus manos. «¿Y eso?», pensó mientras por su mente pasaban un sinfín de posibilidades: ¿algún dispositivo oculto tal vez?, ¿una peculiar habilidad? Lo cierto era que no lo sabía, y se disponía a preguntarle cuando ella tomó la palabra.
-Protégeme -dijo sin más, encogiéndose de hombros y sentándose en la baranda a la que se habían encaramado antes. Aparte del sujeto del arco, los otros iban armados con porras y armas contundentes. No obstante, Therax no pudo evitar reparar en que el más bajo de ellos llevaba un tantō en el cinto. El tipo no paraba de tantearlo, como si desease sacarlo de su vaina para darle uso. Tendría que estar atento a él.
Pese a la actitud de su compañero, Tib no dudó y se posicionó entre Annie y los molestos hombres. Gruñía y mostraba sus blancos y afilados colmillos como un animal salvaje. Cualquiera que lo hubiera visto anteriormente y no lo conociera sería incapaz de reconocerlo, pero el rubio estaba más que acostumbrado al muryn bueno y al muryn malo.
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Las flechas de uno de los matones cayeron al suelo como si nada. Los ojos de Annie desprendían ira y furia, no le gustaba que le arruinasen los momentos pues para torpe ya estaba ella siempre presente. La muchacha gruñó aunque pasó imperceptible para los demás hombres, quienes se habían fijado en Tib al ponerse delante de ella. Que leal, pensó, Ayden les hubiera atacado directamente a los ojos. Siempre lo hacía con tal de protegerla, como con el basilisco que casi la mata de envenenamiento.
Annie tensó su arco al ver que los matones no retrocedían y para su sorpresa, cuando escuchó la respuesta del rubio se giró con las cejas arqueadas. ¿Desde cuándo se dedicaba a proteger a las personas de los matones? Normalmente solía ser al revés, ella huyendo de ellos, pero parecía que esta vez tocaría cambiar el filo del destino. Annie dirigió su vista de nuevo hacia ellos a medida que esbozaba una sonrisa.
-Habrá que proteger a la princesita - comentó con sorna.
En el fondo intentaba picarlo porque podía y porque le encantaba picar a la gente. Lo más probable es que los cuatro hombres no entendieran nada de nada, pero pronto dejarían de entender más. Sin dejar de tensar a Garra la disparó contra con el hombre que también poseía un arco; sin embargo este logró esquivarla, pero la punta de la flecha logró rozarle la piel, haciendo que aflorase la sangre. Annie no necesitaba que la flecha lo atravesara, al tener contacto con la piel la sustancia atravesaba la epidermis para que esta surtiera efecto y, en cuestión de segundos, caería un buen rato dormido.
-¡Tib, aparta! - Exclamó para que se alejara unos cuantos metros de la zona del conflicto.
A pesar de aquello, se despistó y vio como los otros tres hombres se dirigían hacia ella con las armas levantadas. La muchacha alzó el brazo y de la palma de su mano brotó un círculo de pequeñas pompas de viento, las cuales al ser lanzadas tan cerca, incidieron contra algún matón y contra el hombre, provocando pequeñas explosiones. El viento comprimido tenía una gran potencia destructiva y Annie voló un par de metros hasta acabar en el suelo junto a los pies de Therax.
Se formó una gran polvareda en cuestión de segundos. La arquera tosió al respirar el polvo y poco a poco se recompuso. ¿Los habría ya espantado? Miró a Therax desde el suelo, sentándose mientras frotaba el brazo y sonrió como si no hubiera pasado nada.
-Espero que mi protegido me recompense.
Annie tensó su arco al ver que los matones no retrocedían y para su sorpresa, cuando escuchó la respuesta del rubio se giró con las cejas arqueadas. ¿Desde cuándo se dedicaba a proteger a las personas de los matones? Normalmente solía ser al revés, ella huyendo de ellos, pero parecía que esta vez tocaría cambiar el filo del destino. Annie dirigió su vista de nuevo hacia ellos a medida que esbozaba una sonrisa.
-Habrá que proteger a la princesita - comentó con sorna.
En el fondo intentaba picarlo porque podía y porque le encantaba picar a la gente. Lo más probable es que los cuatro hombres no entendieran nada de nada, pero pronto dejarían de entender más. Sin dejar de tensar a Garra la disparó contra con el hombre que también poseía un arco; sin embargo este logró esquivarla, pero la punta de la flecha logró rozarle la piel, haciendo que aflorase la sangre. Annie no necesitaba que la flecha lo atravesara, al tener contacto con la piel la sustancia atravesaba la epidermis para que esta surtiera efecto y, en cuestión de segundos, caería un buen rato dormido.
-¡Tib, aparta! - Exclamó para que se alejara unos cuantos metros de la zona del conflicto.
A pesar de aquello, se despistó y vio como los otros tres hombres se dirigían hacia ella con las armas levantadas. La muchacha alzó el brazo y de la palma de su mano brotó un círculo de pequeñas pompas de viento, las cuales al ser lanzadas tan cerca, incidieron contra algún matón y contra el hombre, provocando pequeñas explosiones. El viento comprimido tenía una gran potencia destructiva y Annie voló un par de metros hasta acabar en el suelo junto a los pies de Therax.
Se formó una gran polvareda en cuestión de segundos. La arquera tosió al respirar el polvo y poco a poco se recompuso. ¿Los habría ya espantado? Miró a Therax desde el suelo, sentándose mientras frotaba el brazo y sonrió como si no hubiera pasado nada.
-Espero que mi protegido me recompense.
-Sí, debes protegerme -comentó distraídamente mientras miraba de reojo al del tantō. Era un arma curiosa y bella, demasiado para las manos que la empuñaban. Frunció el ceño, y entonces un súbito estruendo procedente de Annie atrajo su atención. ¿Qué demonios había sido eso? No lo sabía, pero allí ya no quedaba nadie en pie.
Uno de los matones, el que llevaba el arco, roncaba profundamente al tiempo que realizaba movimientos violentos con su pierna derecha. «Un mal sueño, supongo», se dijo el espadachín, que no concebía cómo alguien podía caer rendido de ese modo en una situación como aquélla. Los demás tipos yacían inconscientes a causa de la violencia del impacto. No habían dado mucha guerra, de eso no había duda.
Therax sonrió a la albina antes de abandonar su posición de privilegio sobre la baranda. Se acercó a los sujetos, comprobando que ninguno de ellos fingía mediante unos toques en la barriga. No fueron nada del otro mundo, pero llevaban la potencia suficiente como para hacer reaccionar a alguien consciente.
Una vez se hubo asegurado, se aproximó al del arma que le había hechizado y la cogió de su cinto sin ningún tipo de miramiento. Permaneció unos segundos en silencio, observándola y preguntándose de dónde habría sacado un tipo como ése una obra de arte como aquélla. «Supongo que todos los tontos tienen suerte», pensó, obviando el hecho de que se había hecho con esa maravilla casi sin mover un dedo. Acto seguido se dirigió al que dormía a pierna suelta y, tras hacerlo girar sobre sí mismo para exponer el carcaj en el que lleva sus flechas, se las ingenió para arrebatárselo.
-Toma tu recompensa -dijo el rubio, ahogando una risa y tendiendo la mano a la chica para ayudarla a incorporarse-. Me ha costado mucho conseguirlo, así que cuídalo -se esforzó por reprimir una carcajada, acercándole un poco más las flechas para que las cogiese-. No sé dónde estarán los demás, pero tal vez sería buena idea irnos de aquí. No creo que tarden en llegar, y eran bastantes más -concluyó, sonriendo con cierto sentimiento de culpa y llevándose la mano derecha a la nuca.
Una vez más, se quedó quieto. No sabía adónde podían dirigirse. Él estaba de paso y aún tenía que buscar algún medio de transporte que le llevase hasta su siguiente parada. Por otro lado, tampoco se le ocurría nada más que decir. Había tenido un breve momento de lucidez con el carcaj, pero de nuevo se encontraba mudo frente a la chica de ojos esmeralda que se había deshecho de cuatro matones por sí sola. Tampoco eran expertos en el combate, eso lo habían dejado claro, pero aun así su actuación dejaba claro una vez más que no era una persona corriente -por si cabía alguna duda-.
Carraspeó, más por nerviosismo que por necesidad. Quería decir algo. Su mente bullía mientras un sinfín de ideas la surcaban sin detenerse ni un instante para poder ser identificadas. Finalmente optó por guardar silencio y dejar que fuese ella quien se pronunciase.
Uno de los matones, el que llevaba el arco, roncaba profundamente al tiempo que realizaba movimientos violentos con su pierna derecha. «Un mal sueño, supongo», se dijo el espadachín, que no concebía cómo alguien podía caer rendido de ese modo en una situación como aquélla. Los demás tipos yacían inconscientes a causa de la violencia del impacto. No habían dado mucha guerra, de eso no había duda.
Therax sonrió a la albina antes de abandonar su posición de privilegio sobre la baranda. Se acercó a los sujetos, comprobando que ninguno de ellos fingía mediante unos toques en la barriga. No fueron nada del otro mundo, pero llevaban la potencia suficiente como para hacer reaccionar a alguien consciente.
Una vez se hubo asegurado, se aproximó al del arma que le había hechizado y la cogió de su cinto sin ningún tipo de miramiento. Permaneció unos segundos en silencio, observándola y preguntándose de dónde habría sacado un tipo como ése una obra de arte como aquélla. «Supongo que todos los tontos tienen suerte», pensó, obviando el hecho de que se había hecho con esa maravilla casi sin mover un dedo. Acto seguido se dirigió al que dormía a pierna suelta y, tras hacerlo girar sobre sí mismo para exponer el carcaj en el que lleva sus flechas, se las ingenió para arrebatárselo.
-Toma tu recompensa -dijo el rubio, ahogando una risa y tendiendo la mano a la chica para ayudarla a incorporarse-. Me ha costado mucho conseguirlo, así que cuídalo -se esforzó por reprimir una carcajada, acercándole un poco más las flechas para que las cogiese-. No sé dónde estarán los demás, pero tal vez sería buena idea irnos de aquí. No creo que tarden en llegar, y eran bastantes más -concluyó, sonriendo con cierto sentimiento de culpa y llevándose la mano derecha a la nuca.
Una vez más, se quedó quieto. No sabía adónde podían dirigirse. Él estaba de paso y aún tenía que buscar algún medio de transporte que le llevase hasta su siguiente parada. Por otro lado, tampoco se le ocurría nada más que decir. Había tenido un breve momento de lucidez con el carcaj, pero de nuevo se encontraba mudo frente a la chica de ojos esmeralda que se había deshecho de cuatro matones por sí sola. Tampoco eran expertos en el combate, eso lo habían dejado claro, pero aun así su actuación dejaba claro una vez más que no era una persona corriente -por si cabía alguna duda-.
Carraspeó, más por nerviosismo que por necesidad. Quería decir algo. Su mente bullía mientras un sinfín de ideas la surcaban sin detenerse ni un instante para poder ser identificadas. Finalmente optó por guardar silencio y dejar que fuese ella quien se pronunciase.
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Annie se había quedado sentada mientras veía al rubio como le arrebataba un arma a uno de los maleantes inconscientes; sin embargo se llevó una sorpresa, su recompensa era el carcaj con las tres flechas del primero que había intentado atacarla. Annie sonrió dulcemente ante aquel gesto y observó el carcaj, junto con las flechas parecía algo muy lujoso. Tras eso, le tendió la mano para levantarse y ella agarró su mano con fuerza para ponerse en pie.
Sentía que le faltaba algo, ¡su arco! Miró por todos lados hasta que vio que este estaba al borde de la barandilla, con un poco más de potencia y se hubiera caído por el barranco. Se acercó para recogerlo y luego se fijó en que se había dañado, al tensar la cuerda la parte superior de la madera estaba apenas unida por pequeñas astillas de madera. Chasqueó la lengua y se lo puso a la espalda, como si nada hubiera pasado. Llevaba años con aquel arma, era normal que se desgastara, pero le apenaba deshacerse de ella.
-Si, será mejor irse de nuevo, probablemente estos no tarden en despertarse - dijo mientras se acercaba a él.
La muchacha de cabellos cenicientos rio por lo bajo al ver como Therax se volvía a quedar mudo, como en las ocasiones anteriores. Apenas pudo disfrutar de él siendo extrovertido, pero estaba segura de que la próxima vez que lo viera sería distinto. Y eso se clavó en su mente, la próxima vez... ¿cuándo sería eso? O peor, ¿Volvería a verlo siquiera? Miles de dudas asaltaron su mente y sus esmeraldas se quedaron ensimismadas con aquellos preciosos ojos azules.
-Que maleducada soy, no te he dado las gracias por tu recompensa - Comentó esbozando una sonrisa mientras le agarraba la mano, luego se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, casi rozando la comisura de los labios. - Yo... debo irme... - Y aunque no quería, debía visitar una isla alejada con Robin lo más antes posible. Se formó un silencio entre los dos y Annie no soltó en ningún momento su mano. - Ven conmigo.
Recibiese la respuesta que recibiese, la arquera sacó su extraña brújula con una manecilla rota y esta marcaba a Therax. ¿Así que esto es lo que más deseo? Pensó mirándolo mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa inconscientemente. Cerró la brújula y la apretó con fuerza, guardándola en su interior y asumiendo su destino.
Sentía que le faltaba algo, ¡su arco! Miró por todos lados hasta que vio que este estaba al borde de la barandilla, con un poco más de potencia y se hubiera caído por el barranco. Se acercó para recogerlo y luego se fijó en que se había dañado, al tensar la cuerda la parte superior de la madera estaba apenas unida por pequeñas astillas de madera. Chasqueó la lengua y se lo puso a la espalda, como si nada hubiera pasado. Llevaba años con aquel arma, era normal que se desgastara, pero le apenaba deshacerse de ella.
-Si, será mejor irse de nuevo, probablemente estos no tarden en despertarse - dijo mientras se acercaba a él.
La muchacha de cabellos cenicientos rio por lo bajo al ver como Therax se volvía a quedar mudo, como en las ocasiones anteriores. Apenas pudo disfrutar de él siendo extrovertido, pero estaba segura de que la próxima vez que lo viera sería distinto. Y eso se clavó en su mente, la próxima vez... ¿cuándo sería eso? O peor, ¿Volvería a verlo siquiera? Miles de dudas asaltaron su mente y sus esmeraldas se quedaron ensimismadas con aquellos preciosos ojos azules.
-Que maleducada soy, no te he dado las gracias por tu recompensa - Comentó esbozando una sonrisa mientras le agarraba la mano, luego se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, casi rozando la comisura de los labios. - Yo... debo irme... - Y aunque no quería, debía visitar una isla alejada con Robin lo más antes posible. Se formó un silencio entre los dos y Annie no soltó en ningún momento su mano. - Ven conmigo.
Recibiese la respuesta que recibiese, la arquera sacó su extraña brújula con una manecilla rota y esta marcaba a Therax. ¿Así que esto es lo que más deseo? Pensó mirándolo mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa inconscientemente. Cerró la brújula y la apretó con fuerza, guardándola en su interior y asumiendo su destino.
Al parecer, que el regalo del rubio fuese algo robado a quienes les habían asaltado no molestó a Annie. Therax no pudo evitar sonreírse ante aquello, ya que con cada acción y reacción de la albina le quedaba claro que no era alguien corriente... aunque eso era algo de lo que había sido consciente desde el primer momento.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un nuevo movimiento de la chica. Tras recoger su maltrecho arco, se aproximó a él y dijo algo de "dar las gracias" que el espadachín no pudo oír. ¿El motivo? De nuevo sus oídos parecían haberse marchado a otro lugar. Podía notar cómo la sangre le palpitaba en la sien conforme los labios de Annie se acercaban de nuevo a él. ¿Qué demonios le sucedía? Ya era hora de que la estupidez que le embriagaba le abandonase.
El olor de la muchacha golpeó con fuerza al domador cuando, haciendo gala de una sutileza capaz de despertar el instinto más primitivo, besó su mejilla. Por primera vez desde que aquel extraño trance comenzase, Therax sintió que era capaz de actuar con lucidez y comportarse como una persona normal -todo lo normal que podía actuar dadas las circunstancias-. Sacando fuerzas de un lugar que ni él mismo era capaz de identificar, se contuvo, tragó saliva y meditó unos breves instantes el ofrecimiento que la chica acababa de hacerle.
Un rotundo "sí" se materializó en su mente con toda claridad, mas se forzó a contar hasta tres en lugar de responder de forma impulsiva. Quería acompañarla, quería ir con ella, pero un gañán pelirrojo, una sardina con cierta tendencia al sadomasoquismo y un subcapitán casi mudo de gélida mirada requerían de su presencia. Se encontraba de camino a reunirse con los Arashi, quienes se habían convertido sin quererlo en una familia con la que debía encontrarse. No. No era una familia. Allí no había lazos de sangre ni nada parecido y eran conscientes de ello. Conformaban un concepto que a ojos del rubio no tenía palabra que lo designase.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano y apartando cualquier otro pensamiento de su mente, se dispuso a pronunciar un tímido "no puedo" tan cargado de tristeza como de duda. Al volver a levantar la vista, comprobó que Annie asía en sus manos lo que parecía una brújula. Sonreía, y Therax no pudo evitar hacer lo propio al verla. «Tengo que irme», se dijo. Se disponía a soltar sus manos, pero entonces cayó en la cuenta.
Rápidamente llevó la mano a uno de sus bolsillos y extrajo la única Vivre Card que tenía. Sin mediar palabra, rompió un fragmento de proporciones considerables y lo colocó en la mano libre de Annie, cerrando a continuación los dedos de la albina en torno a ella.
-Me esperan -musitó a modo de despedida, asiendo con ambas manos el rostro de la chica y acercándolo suavemente al suyo. Le dio un último beso, esa vez más corto pero tan repleto de sentimiento como los anteriores. En Skellige había sido ella quien se había marchado, pero en esa ocasión le tocaba a él. Deslizó su mano por su brazo hasta llegar a los dedos de la chica, con los que no rompió el contacto hasta dar el tercer paso en dirección opuesta a ella.
César emitió un nuevo bufido al situarse junto a él, seguramente pretendiendo expresar algo como "eres patético", pero el espadachín ignoró deliberadamente al viejo cánido y se esforzó por no darse la vuelta. No se creía capaz de decirle que no dos veces a esos ojos esmeralda. Debía encontrar algún modo de continuar con su camino para llegar a Sabaody.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por un nuevo movimiento de la chica. Tras recoger su maltrecho arco, se aproximó a él y dijo algo de "dar las gracias" que el espadachín no pudo oír. ¿El motivo? De nuevo sus oídos parecían haberse marchado a otro lugar. Podía notar cómo la sangre le palpitaba en la sien conforme los labios de Annie se acercaban de nuevo a él. ¿Qué demonios le sucedía? Ya era hora de que la estupidez que le embriagaba le abandonase.
El olor de la muchacha golpeó con fuerza al domador cuando, haciendo gala de una sutileza capaz de despertar el instinto más primitivo, besó su mejilla. Por primera vez desde que aquel extraño trance comenzase, Therax sintió que era capaz de actuar con lucidez y comportarse como una persona normal -todo lo normal que podía actuar dadas las circunstancias-. Sacando fuerzas de un lugar que ni él mismo era capaz de identificar, se contuvo, tragó saliva y meditó unos breves instantes el ofrecimiento que la chica acababa de hacerle.
Un rotundo "sí" se materializó en su mente con toda claridad, mas se forzó a contar hasta tres en lugar de responder de forma impulsiva. Quería acompañarla, quería ir con ella, pero un gañán pelirrojo, una sardina con cierta tendencia al sadomasoquismo y un subcapitán casi mudo de gélida mirada requerían de su presencia. Se encontraba de camino a reunirse con los Arashi, quienes se habían convertido sin quererlo en una familia con la que debía encontrarse. No. No era una familia. Allí no había lazos de sangre ni nada parecido y eran conscientes de ello. Conformaban un concepto que a ojos del rubio no tenía palabra que lo designase.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano y apartando cualquier otro pensamiento de su mente, se dispuso a pronunciar un tímido "no puedo" tan cargado de tristeza como de duda. Al volver a levantar la vista, comprobó que Annie asía en sus manos lo que parecía una brújula. Sonreía, y Therax no pudo evitar hacer lo propio al verla. «Tengo que irme», se dijo. Se disponía a soltar sus manos, pero entonces cayó en la cuenta.
Rápidamente llevó la mano a uno de sus bolsillos y extrajo la única Vivre Card que tenía. Sin mediar palabra, rompió un fragmento de proporciones considerables y lo colocó en la mano libre de Annie, cerrando a continuación los dedos de la albina en torno a ella.
-Me esperan -musitó a modo de despedida, asiendo con ambas manos el rostro de la chica y acercándolo suavemente al suyo. Le dio un último beso, esa vez más corto pero tan repleto de sentimiento como los anteriores. En Skellige había sido ella quien se había marchado, pero en esa ocasión le tocaba a él. Deslizó su mano por su brazo hasta llegar a los dedos de la chica, con los que no rompió el contacto hasta dar el tercer paso en dirección opuesta a ella.
César emitió un nuevo bufido al situarse junto a él, seguramente pretendiendo expresar algo como "eres patético", pero el espadachín ignoró deliberadamente al viejo cánido y se esforzó por no darse la vuelta. No se creía capaz de decirle que no dos veces a esos ojos esmeralda. Debía encontrar algún modo de continuar con su camino para llegar a Sabaody.
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