Aki D. Arlia
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El barco era bonito. Setenta y dos metros de eslora, nada más y nada menos. El camarote del capitán estaba bien aprovisionado. Era amplio, de muebles elegantes y no tenía muchas manchas de vino en las paredes. La cama, aunque deshecha, era enorme y blandita. Había varios cofres aquí y allá, como sacados de un libro de clichés rimbombante. En la esquina, cuasi tapada por una tela sucia y desgastada, había vislumbrado incluso una caja fuerte. Nada mal para un pirata de poca monta. Movió ficha con una sonrisa, mientras él daba otro trago a la botella de ron. En serio, pensaba que esos tipos solo aparecían en los cuentos.
Barba frondosa, sable a la cintura, sombrero de ala y dientes cascados. Reía con la boca abierta y dando palmadas sobre sus rodillas. Tenía los dedos poblados de anillos de hierro, acero y piedras preciosas. Era toda una estampa, pero jugaba bien a las damas. Llevaban tres partidas aquella noche y todavía no habían zarpado. El capitán Patablanca prefería zarpar bien entrada la madrugada. Aki le había abordado de tarde, entre la tercera y la cuarta jarra de cerveza en el bar. No había necesitado más que un parpadeo para tener un hueco en el barco y un pasaje de primera categoría hasta Arabasta. En los últimos tiempos le había cogido el gusto a viajar con piratas. Había barcos más discretos, más tranquilos, pero también más aburridos. Aquí siempre podía contar con canciones por la noche, la ruta más rápida hasta el destino en cuestión y botín que incautar el día de su marcha. No era más que un hobby entretenido y Patablanca el no tan afortunado jugador.
Movió de nuevo. Él le contaba con la voz ya un tanto maltrecha una extraña anécdota que involucraba a tres monos, una prostituta y una casa llena de plátanos. A su pesar, no podía dejar de escucharla; la pericia que había demostrado el pirata en esa situación era de admirar. Pero tan centrado estaba en contar la historia que antes de lo que había previsto, la guapa pelirroja que tenía en frente volvió a ganarle a las damas.
-Lo siento, capitán. Ya sabe lo que toca. –Concluyó con una enorme sonrisa.
Oyó tres maldiciones por lo bajo antes de ver como el hombre se decidía a vaciar los bolsillos. Un saco de calderilla, un pajarito de madera, dos pistolas, un saquito de pólvora… ¿Cómo le cabía todo eso entre la ropa? Cuando un fajo de papeles aterrizó sobre el tablero Aki los cogió, rauda como el rayo.
-Oye niña, esa es mi correspondencia.
Por toda respuesta Aki le dedicó una pequeña sonrisa y un aleteo de pestañas antes de seguir leyendo. El capitán musitó algo y se terminó de un trago la botella de ron. La tiró a su espalda, añadiendo una nueva mancha a la pared y un cadáver de cristal a la alfombra del camarote.
La pelirroja siguió a lo suyo, haciendo caso omiso. Había cartas de amigos, de amadas y de prostitutas. Amenazas, carteles de recompensa, la foto de un perro y algo que parecía una invitación de la ‘Hermandad de Piratería’. ¿Existía siquiera algo así? Encogiéndose de hombros apartó los papeles y volvió a disponer las fichas sobre el tablero.
-Cuénteme de la Hermandad, Capitán. Seré buena con el precio por esta ronda.
Le guiñó un ojo y Patablanca volvió a soltar una risotada entre dientes. Era como un trueno. Se inclinó sobre la mesa y le dio dos palmaditas en la mejilla, como a una niña pequeña, antes de volver a su sitio y mover ficha.
-No hay mucho que contar. Piratas que se juntan con Piratas. Dicen que este año será la más grande del siglo. Con la captura del Capitán Legim seguro que hay algunos gilipollas que intentan rescatarlo. Pero yo voy a ser más listo, ¿Sabes? Con todos los piratas fuera de ruta voy a darme la vuelta del siglo por Arabasta y arrasar por el casino. No quedará nadie allí para impedirlo, JAJAJAJA. Estás invitada, niña. Me ofrezco a darte alguna migaja si lo quieres.
Aki calló. Se reclinó en su asiento, pensativa. Estaba claro que ese hombre no miraba precisamente todos los carteles de búsqueda, o nunca le habría hablado así. Pero bueno, mejor. Así sería más fácil. Una reunión de Piratas, ¿Uh? Eso parecía interesante. Seguro que en el medio de todo ese caos podía encontrar alguna que otra alianza prometedora. Y se le ocurrían un par de nombres que quizás estuviesen tentados de asistir. Volvió a mirar de arriba abajo a su pareja de juego, antes de decidirse de una vez por todas.
La escena fue de una suavidad tal que casi pareció natural en lugar de cruel. Con lentitud la pelirroja se inclinó sobre la mesa hasta agarrar una de las pistolas del pirata. Estaba labrada en plata, y aunque tenía sus años encima, seguía siendo bonita.
-Dijiste que la habías conseguido en Jaya, ¿No, capitán?
Le disparó a la cabeza, sin vacilar. Era la primera vez que utilizaba un arma de fuego, pero a treinta centímetros ni siquiera un niño habría fallado. El agujero en la frente del capitán comenzó a sangrar de inmediato.
-En ese caso, permíteme que la devuelva a su lugar.
Aki se pasó una mano por el pelo. El retroceso le había sorprendido; definitivamente eran armas incómodas.
Dedicó unos minutos a pasear por el camarote y curiosear en los cofres y la caja fuerte. Estaban llenos de tesoros, pero no era nada que no pudiera conseguir por sí misma. Tampoco iba a arrastrar los cofres de aquí para allá. Agarró los anillos del capitán y se los guardó entre la ropa; quizá le fueran útiles como moneda de cambio.
Abrió la puerta de la cubierta de una patada pistola en mano. La mayoría de la tripulación se encontraba allí, preparando todo para zarpar. Había luna llena en el cielo y pudo ver con claridad sus caras de confusión cuando apuntó al primero de ellos con la pistola.
-Muy bien, pequeñín. Cuéntame, ¿Quién es el segundo al mando?
-S-soy yo.- Se oyó desde el otro lado de la cubierta. ¿Un adolescente? Entendió que debía ser el hijo del capitán. Bueno o malo, para él era un día especial. La pistola en su mano cambió de objetivo. No sería capaz de atinarle a esa distancia, pero allí ninguno lo sabía. Y todavía estaban demasiado confusos como para hacer nada; no sabían lo que había ocurrido. Se acercó a él con paso confiado, hasta que le tuvo tan cerca que el cañón le rozaba el pecho. Sujetándole por el hombro par a impedir que se fuera, se colocó a su espalda y les comunicó a todos las buenas noticias.
-Enhorabuena, acabas de ser ascendido. El capitán acaba de comenzar una siesta de la que no va a despertar y me temo que quiero llegar a Jaya cuanto antes. Puedes aceptar el puesto o dormir con los peces y dejar el sitio calentito para el siguiente. Tengo toda la noche.
Notó como tragaba saliva y tomaba su decisión. ¡Perfecto, ya tenía una embarcación!
-Tenéis seis días para llevar este barco a Jaya. Si os retrasáis no os auguro un buen futuro. Si me hacéis caso, os dejaré tranquilos en el momento en el que ponga un pie en tierra. Vosotros sabréis.
Les hizo una seña a dos de ellos y les pidió que la siguieran. Muy amablemente se ocuparon del cadáver de su capitán, cediéndole su camarote. Lo que hicieran con él no le importaba. Agarró un den den mushi del desordenado escritorio y marcó 4 números.
-¿Jester? Sí, un cambio de planes. Algo me dice que en Jaya van a pasar cosas muy, muy interesantes…
En su otra mano, abierta, reposaba la invitación para el Enclave Pirata.
Barba frondosa, sable a la cintura, sombrero de ala y dientes cascados. Reía con la boca abierta y dando palmadas sobre sus rodillas. Tenía los dedos poblados de anillos de hierro, acero y piedras preciosas. Era toda una estampa, pero jugaba bien a las damas. Llevaban tres partidas aquella noche y todavía no habían zarpado. El capitán Patablanca prefería zarpar bien entrada la madrugada. Aki le había abordado de tarde, entre la tercera y la cuarta jarra de cerveza en el bar. No había necesitado más que un parpadeo para tener un hueco en el barco y un pasaje de primera categoría hasta Arabasta. En los últimos tiempos le había cogido el gusto a viajar con piratas. Había barcos más discretos, más tranquilos, pero también más aburridos. Aquí siempre podía contar con canciones por la noche, la ruta más rápida hasta el destino en cuestión y botín que incautar el día de su marcha. No era más que un hobby entretenido y Patablanca el no tan afortunado jugador.
Movió de nuevo. Él le contaba con la voz ya un tanto maltrecha una extraña anécdota que involucraba a tres monos, una prostituta y una casa llena de plátanos. A su pesar, no podía dejar de escucharla; la pericia que había demostrado el pirata en esa situación era de admirar. Pero tan centrado estaba en contar la historia que antes de lo que había previsto, la guapa pelirroja que tenía en frente volvió a ganarle a las damas.
-Lo siento, capitán. Ya sabe lo que toca. –Concluyó con una enorme sonrisa.
Oyó tres maldiciones por lo bajo antes de ver como el hombre se decidía a vaciar los bolsillos. Un saco de calderilla, un pajarito de madera, dos pistolas, un saquito de pólvora… ¿Cómo le cabía todo eso entre la ropa? Cuando un fajo de papeles aterrizó sobre el tablero Aki los cogió, rauda como el rayo.
-Oye niña, esa es mi correspondencia.
Por toda respuesta Aki le dedicó una pequeña sonrisa y un aleteo de pestañas antes de seguir leyendo. El capitán musitó algo y se terminó de un trago la botella de ron. La tiró a su espalda, añadiendo una nueva mancha a la pared y un cadáver de cristal a la alfombra del camarote.
La pelirroja siguió a lo suyo, haciendo caso omiso. Había cartas de amigos, de amadas y de prostitutas. Amenazas, carteles de recompensa, la foto de un perro y algo que parecía una invitación de la ‘Hermandad de Piratería’. ¿Existía siquiera algo así? Encogiéndose de hombros apartó los papeles y volvió a disponer las fichas sobre el tablero.
-Cuénteme de la Hermandad, Capitán. Seré buena con el precio por esta ronda.
Le guiñó un ojo y Patablanca volvió a soltar una risotada entre dientes. Era como un trueno. Se inclinó sobre la mesa y le dio dos palmaditas en la mejilla, como a una niña pequeña, antes de volver a su sitio y mover ficha.
-No hay mucho que contar. Piratas que se juntan con Piratas. Dicen que este año será la más grande del siglo. Con la captura del Capitán Legim seguro que hay algunos gilipollas que intentan rescatarlo. Pero yo voy a ser más listo, ¿Sabes? Con todos los piratas fuera de ruta voy a darme la vuelta del siglo por Arabasta y arrasar por el casino. No quedará nadie allí para impedirlo, JAJAJAJA. Estás invitada, niña. Me ofrezco a darte alguna migaja si lo quieres.
Aki calló. Se reclinó en su asiento, pensativa. Estaba claro que ese hombre no miraba precisamente todos los carteles de búsqueda, o nunca le habría hablado así. Pero bueno, mejor. Así sería más fácil. Una reunión de Piratas, ¿Uh? Eso parecía interesante. Seguro que en el medio de todo ese caos podía encontrar alguna que otra alianza prometedora. Y se le ocurrían un par de nombres que quizás estuviesen tentados de asistir. Volvió a mirar de arriba abajo a su pareja de juego, antes de decidirse de una vez por todas.
La escena fue de una suavidad tal que casi pareció natural en lugar de cruel. Con lentitud la pelirroja se inclinó sobre la mesa hasta agarrar una de las pistolas del pirata. Estaba labrada en plata, y aunque tenía sus años encima, seguía siendo bonita.
-Dijiste que la habías conseguido en Jaya, ¿No, capitán?
Le disparó a la cabeza, sin vacilar. Era la primera vez que utilizaba un arma de fuego, pero a treinta centímetros ni siquiera un niño habría fallado. El agujero en la frente del capitán comenzó a sangrar de inmediato.
-En ese caso, permíteme que la devuelva a su lugar.
Aki se pasó una mano por el pelo. El retroceso le había sorprendido; definitivamente eran armas incómodas.
Dedicó unos minutos a pasear por el camarote y curiosear en los cofres y la caja fuerte. Estaban llenos de tesoros, pero no era nada que no pudiera conseguir por sí misma. Tampoco iba a arrastrar los cofres de aquí para allá. Agarró los anillos del capitán y se los guardó entre la ropa; quizá le fueran útiles como moneda de cambio.
Abrió la puerta de la cubierta de una patada pistola en mano. La mayoría de la tripulación se encontraba allí, preparando todo para zarpar. Había luna llena en el cielo y pudo ver con claridad sus caras de confusión cuando apuntó al primero de ellos con la pistola.
-Muy bien, pequeñín. Cuéntame, ¿Quién es el segundo al mando?
-S-soy yo.- Se oyó desde el otro lado de la cubierta. ¿Un adolescente? Entendió que debía ser el hijo del capitán. Bueno o malo, para él era un día especial. La pistola en su mano cambió de objetivo. No sería capaz de atinarle a esa distancia, pero allí ninguno lo sabía. Y todavía estaban demasiado confusos como para hacer nada; no sabían lo que había ocurrido. Se acercó a él con paso confiado, hasta que le tuvo tan cerca que el cañón le rozaba el pecho. Sujetándole por el hombro par a impedir que se fuera, se colocó a su espalda y les comunicó a todos las buenas noticias.
-Enhorabuena, acabas de ser ascendido. El capitán acaba de comenzar una siesta de la que no va a despertar y me temo que quiero llegar a Jaya cuanto antes. Puedes aceptar el puesto o dormir con los peces y dejar el sitio calentito para el siguiente. Tengo toda la noche.
Notó como tragaba saliva y tomaba su decisión. ¡Perfecto, ya tenía una embarcación!
-Tenéis seis días para llevar este barco a Jaya. Si os retrasáis no os auguro un buen futuro. Si me hacéis caso, os dejaré tranquilos en el momento en el que ponga un pie en tierra. Vosotros sabréis.
Les hizo una seña a dos de ellos y les pidió que la siguieran. Muy amablemente se ocuparon del cadáver de su capitán, cediéndole su camarote. Lo que hicieran con él no le importaba. Agarró un den den mushi del desordenado escritorio y marcó 4 números.
-¿Jester? Sí, un cambio de planes. Algo me dice que en Jaya van a pasar cosas muy, muy interesantes…
En su otra mano, abierta, reposaba la invitación para el Enclave Pirata.
Helado-chan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Espero que disfrute del viaje hasta Jaya, capitana.
Neo approves~.
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