Caín
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Una figura inusualmente oscura vagaba por las calles de Water Seven, caminando por la misma vía que transitaban los habitantes del lugar evitándole. A pesar de que la isla no era especialmente problemática en la escena criminal todas precauciones, pensaban, eran pocas, y un hombre vestido de negro a esas horas de la noche podía incomodar hasta al más pintado.
El tiempo apremia, y las personas siguen su camino. Apenas había pasado una semana desde la muerte de Edmund, miembro clave de Oz. La isla había presenciado ya su participación en las actuaciones y a pesar de que el resto de artistas que lo componían eran mucho más que competentes, sin Edmund no era lo mismo. Se había perdido algo irremplazable. La elección obvia era moverse a otra isla, como circo itinerante que era.
No obstante, Caín no tenía muy claro qué hacer. Sentía que se estaba empezando a estancar y a perder la vista en sus objetivos, lo que le creaba conflictos internos sobre si acompañar a Oz a su siguiente destino y desviarse más de su propio camino o quedarse en Water Seven completamente solo. No le aterraba la idea, pero desde luego no le dejaba tranquilo. ¿Cuánto podría aguantar sin un lugar a donde ir ni un trabajo con el que poder comer? No podía volver a casa todavía.
Caín suspiró pesadamente, ajustando el pelo por detrás de la oreja. Las ojeras hacían patente que no había descansado nada bien en los últimos días. Para colmo Travis había extraviado el reloj de Edmund, una de las pocas pertenencias que quedaban de él. Últimamente corrían rumores bien fundados de una serie de robos sucedidos con apenas días, incluso horas de diferencia. Las mayores pistas disponibles eran que el ladrón debía ser alguien joven por su estatura y que llevaba un traje de presidio. Caín se había ocupado personalmente de investigar a los habitantes para comprobar cuán ciertas aparentaban ser dichas afirmaciones, y ese parecía ser el consenso. Los robos parecían tener como objetivo a los grandes cargos de la ciudad o la gente especialmente rica. Este esquema rompía con la idea de que la misma persona se hubiera agenciado un reloj con (se suponía) más valor sentimental que económico. Aún así, no podía dejarlo estar. Y, de todos modos, no tenía mucho más que hacer aparte de comerse la cabeza.
Caín se metió por un callejón y, con cuidado, comenzó a ascender por las cajas apiladas, escalerillas de metal y tuberías para llegar hasta los tejados de la ciudad, populados por gatos que miraban las estrellas y personas que no querían ser vistas mientras transitaban libremente. Él no formaba parte de ninguno de los dos grupos, pero mantener el equilibrio al saltar de edificio a edificio y la brisa marina que le golpeaba le distraían de sus dilemas. Deambuló sin rumbo, confiando más en la suerte que le había salvado la vida ya una vez que en su propia habilidad para perseguir a un ladrón que nadie había llegado ni siquiera a ver claramente. El destino le sonreiría por primera vez aquella semana, pues en un bloque lejano, subiendo por la empinada cuesta de Water Seven, se empezó a armar jaleo. Las luces se encendieron y algunas ventanas de casas colindantes se abrieron, asomando las curiosas cabezas de los vecinos que todavía no se habían acostado.
Una figura salió corriendo desde el edificio por un balcón, subiendo al tejado e iniciando la huida. A Caín no le hizo falta sumar dos y dos: las probabilidades eran demasiado altas. Saltó desde donde estaba a la casa adyacente, trazando la ruta que seguiría con la mirada para poder cruzarse con la que aparentemente el ladrón tomaría. Cuando se acercó más pudo apreciar que se desplazaba con una ligereza increíble, como si fuera uno de los ya mencionados gatos. Por suerte le ganaba en velocidad. La delgada figura apuró lo que podía, pero no fue suficiente. Al minuto y poco ya se habían alejado bastante del lugar del robo, con los gritos apenas audibles por la distancia, y Caín ya le estaba pisando los talones. Viendo que no podía escapar con esa estrategia, el ladrón saltó de repente hacia un lado, en un callejón del puerto.
Debía esperar que el joven no le siguiese sin dudarlo, cosa que hizo. Caín saltó al vacío tras él, bajando dos pisos de altura y aterrizando justo encima, tirándole al suelo. Las finas hojas de los cuchillos centellearían brevemente antes de detenerse a escasos milímetros de las gargantas de ambos, uno encima del otro. De manera similar los dos estaban jadeando pesadamente, con los músculos en tensión y dispuestos a atacar de ser necesario.
Caín descubrió que el ladrón era, en realidad, una ladrona.
La ladrona, por su parte, averiguó algo si cabe más interesante.
— ¿Caín? —preguntó, entornando los ojos para comprobar que la mala iluminación no le estaba jugando una mala pasada.
— ¿Uh? —se ladeó un poco cautelosamente, dejando que la luna iluminase el rostro que su sombra estaba tapando. No lo reconocía. Pertenecía a una joven delgada, de piel pálida, ojos helados y una melena inquieta. Vestía una camiseta ajustada y unos shorts a franjas blancas y negras, como los de las cárceles.
Los dos se sopesaron durante unos momentos y ella comenzó a retirar el puñal de la garganta de Caín, que al ver el gesto lo imitó lentamente. Parecía que la chica iba a decir algo, pero se calló un momento antes de pegarle un puñetazo al joven en la boca del estómago.
—¡¿Cómo te atreves a desaparecer sin dejar rastro?! ¿¡Dónde te habías metido?! —su voz temblaba levemente, oscilando entre la rabia y la emoción. —¡Imbécil!
Ahora caía en la cuenta. Era Katte, su amiga de Týr. La que no les había acompañado en su incursión en el cuartel de La Noscea, ni había visto cómo se llevaban a Sven, ni había recibido una mínima noticia de que él y Kilik habían rozado la muerte antes de terminar en la cabaña de un viejo arisco. Le debía más de un par de explicaciones, pero hasta cierto punto podían esperar.
—Digamos que me he tenido que ir de viaje y no me han dejado volver. —Katte estaba volviendo a cargar el puño, y Caín echándose hacia atrás. —¡Que es verdad! Además, ¿qué haces tú aquí?
Katte le fulminó con la mirada unos largos segundos antes de frotarse un ojo, quitando restos de algo sobre lo que el chico no quiso presuponer, y dando un hondo suspiro. —Estoy investigando un par de cosas en esta isla. Al contrario que otros viva la virgen yo ya estoy trabajando.
Caín se frotó el puente de la nariz brevemente, cerrando los ojos. Qué fácil era hablar sin tener ni puta idea. Sabía que lo decía porque estaba mosqueada, aunque no quita que a él le cabreara un poco el comentario. La volvió a mirar. —¿Trabajas de funambulista con un maillot de presidiaria? Suena divertido. —dijo lleno de sarcasmo, comenzando a levantarse y tendiéndole la mano. —¿Eres tú sobre la que habla todo el mundo?
—Sí, supongo que sí. Se me da bien escapar. Lo del sigilo... es otra historia.
—¿Y para qué robas exactamente? —inquirió ayudándola a incorporarse. Sus ojos azul frío se clavaron en él, como si estuvieran mirando a través.
—Es algo complejo. Te lo digo si me cuentas lo tuyo.
Visto que aquella faceta suya no había cambiado, sabía que no iba a poder escapar de su insaciable curiosidad. —A ver... ¿te suena La Noscea? —dijo, viendo cómo su rostro cambiaba.
A riesgo de sonar como un disco rayado, el destino volvía a conectar las cosas de manera tan casual que asombraba. Caín no lo sabía, pero Katte había entrado en los rangos de los revolucionarios en su ausencia y trabajaba para ellos, ascendiendo con rapidez. Ella tampoco sabía que Caín había entrado en la base gubernamental de Týr, lo que había visto ni que había sido entrenado ya en combate. Pero ambos se encargaron de ponerse al día.
Katte juntó las yemas de sus dedos, traviesa. —Esto es muy bueno.~ —murmuró. Había omitido un par de detalles: si no se lo habían dicho, no consideraba que Caín debiera saber que había estado bajo la tutela directa de dos grandes revolucionarios y encima haber obtenido información muy relevante sobre una de las bases del gobierno más olvidadas. Aquello era demasiado jugoso como para dejar que se echara a perder. No obstante, debía ser sutil.
—Oye, mi organización es bastante grande y seguro que te pueden echar una mano. ¿No te interesa? —dijo, captando la atención del joven. ¿Por fin la oportunidad que estaba esperando para continuar su camino?
Asintió brevemente y Katte dio una palmada, satisfecha, y caminó hasta el final del callejón antes de desaparecer en la oscuridad, dedicándole una última mirada. —Ven mañana por la mañana al puerto. Te estaré esperando.
El tiempo apremia, y las personas siguen su camino. Apenas había pasado una semana desde la muerte de Edmund, miembro clave de Oz. La isla había presenciado ya su participación en las actuaciones y a pesar de que el resto de artistas que lo componían eran mucho más que competentes, sin Edmund no era lo mismo. Se había perdido algo irremplazable. La elección obvia era moverse a otra isla, como circo itinerante que era.
No obstante, Caín no tenía muy claro qué hacer. Sentía que se estaba empezando a estancar y a perder la vista en sus objetivos, lo que le creaba conflictos internos sobre si acompañar a Oz a su siguiente destino y desviarse más de su propio camino o quedarse en Water Seven completamente solo. No le aterraba la idea, pero desde luego no le dejaba tranquilo. ¿Cuánto podría aguantar sin un lugar a donde ir ni un trabajo con el que poder comer? No podía volver a casa todavía.
Caín suspiró pesadamente, ajustando el pelo por detrás de la oreja. Las ojeras hacían patente que no había descansado nada bien en los últimos días. Para colmo Travis había extraviado el reloj de Edmund, una de las pocas pertenencias que quedaban de él. Últimamente corrían rumores bien fundados de una serie de robos sucedidos con apenas días, incluso horas de diferencia. Las mayores pistas disponibles eran que el ladrón debía ser alguien joven por su estatura y que llevaba un traje de presidio. Caín se había ocupado personalmente de investigar a los habitantes para comprobar cuán ciertas aparentaban ser dichas afirmaciones, y ese parecía ser el consenso. Los robos parecían tener como objetivo a los grandes cargos de la ciudad o la gente especialmente rica. Este esquema rompía con la idea de que la misma persona se hubiera agenciado un reloj con (se suponía) más valor sentimental que económico. Aún así, no podía dejarlo estar. Y, de todos modos, no tenía mucho más que hacer aparte de comerse la cabeza.
Caín se metió por un callejón y, con cuidado, comenzó a ascender por las cajas apiladas, escalerillas de metal y tuberías para llegar hasta los tejados de la ciudad, populados por gatos que miraban las estrellas y personas que no querían ser vistas mientras transitaban libremente. Él no formaba parte de ninguno de los dos grupos, pero mantener el equilibrio al saltar de edificio a edificio y la brisa marina que le golpeaba le distraían de sus dilemas. Deambuló sin rumbo, confiando más en la suerte que le había salvado la vida ya una vez que en su propia habilidad para perseguir a un ladrón que nadie había llegado ni siquiera a ver claramente. El destino le sonreiría por primera vez aquella semana, pues en un bloque lejano, subiendo por la empinada cuesta de Water Seven, se empezó a armar jaleo. Las luces se encendieron y algunas ventanas de casas colindantes se abrieron, asomando las curiosas cabezas de los vecinos que todavía no se habían acostado.
Una figura salió corriendo desde el edificio por un balcón, subiendo al tejado e iniciando la huida. A Caín no le hizo falta sumar dos y dos: las probabilidades eran demasiado altas. Saltó desde donde estaba a la casa adyacente, trazando la ruta que seguiría con la mirada para poder cruzarse con la que aparentemente el ladrón tomaría. Cuando se acercó más pudo apreciar que se desplazaba con una ligereza increíble, como si fuera uno de los ya mencionados gatos. Por suerte le ganaba en velocidad. La delgada figura apuró lo que podía, pero no fue suficiente. Al minuto y poco ya se habían alejado bastante del lugar del robo, con los gritos apenas audibles por la distancia, y Caín ya le estaba pisando los talones. Viendo que no podía escapar con esa estrategia, el ladrón saltó de repente hacia un lado, en un callejón del puerto.
Debía esperar que el joven no le siguiese sin dudarlo, cosa que hizo. Caín saltó al vacío tras él, bajando dos pisos de altura y aterrizando justo encima, tirándole al suelo. Las finas hojas de los cuchillos centellearían brevemente antes de detenerse a escasos milímetros de las gargantas de ambos, uno encima del otro. De manera similar los dos estaban jadeando pesadamente, con los músculos en tensión y dispuestos a atacar de ser necesario.
Caín descubrió que el ladrón era, en realidad, una ladrona.
La ladrona, por su parte, averiguó algo si cabe más interesante.
— ¿Caín? —preguntó, entornando los ojos para comprobar que la mala iluminación no le estaba jugando una mala pasada.
— ¿Uh? —se ladeó un poco cautelosamente, dejando que la luna iluminase el rostro que su sombra estaba tapando. No lo reconocía. Pertenecía a una joven delgada, de piel pálida, ojos helados y una melena inquieta. Vestía una camiseta ajustada y unos shorts a franjas blancas y negras, como los de las cárceles.
Los dos se sopesaron durante unos momentos y ella comenzó a retirar el puñal de la garganta de Caín, que al ver el gesto lo imitó lentamente. Parecía que la chica iba a decir algo, pero se calló un momento antes de pegarle un puñetazo al joven en la boca del estómago.
—¡¿Cómo te atreves a desaparecer sin dejar rastro?! ¿¡Dónde te habías metido?! —su voz temblaba levemente, oscilando entre la rabia y la emoción. —¡Imbécil!
Ahora caía en la cuenta. Era Katte, su amiga de Týr. La que no les había acompañado en su incursión en el cuartel de La Noscea, ni había visto cómo se llevaban a Sven, ni había recibido una mínima noticia de que él y Kilik habían rozado la muerte antes de terminar en la cabaña de un viejo arisco. Le debía más de un par de explicaciones, pero hasta cierto punto podían esperar.
—Digamos que me he tenido que ir de viaje y no me han dejado volver. —Katte estaba volviendo a cargar el puño, y Caín echándose hacia atrás. —¡Que es verdad! Además, ¿qué haces tú aquí?
Katte le fulminó con la mirada unos largos segundos antes de frotarse un ojo, quitando restos de algo sobre lo que el chico no quiso presuponer, y dando un hondo suspiro. —Estoy investigando un par de cosas en esta isla. Al contrario que otros viva la virgen yo ya estoy trabajando.
Caín se frotó el puente de la nariz brevemente, cerrando los ojos. Qué fácil era hablar sin tener ni puta idea. Sabía que lo decía porque estaba mosqueada, aunque no quita que a él le cabreara un poco el comentario. La volvió a mirar. —¿Trabajas de funambulista con un maillot de presidiaria? Suena divertido. —dijo lleno de sarcasmo, comenzando a levantarse y tendiéndole la mano. —¿Eres tú sobre la que habla todo el mundo?
—Sí, supongo que sí. Se me da bien escapar. Lo del sigilo... es otra historia.
—¿Y para qué robas exactamente? —inquirió ayudándola a incorporarse. Sus ojos azul frío se clavaron en él, como si estuvieran mirando a través.
—Es algo complejo. Te lo digo si me cuentas lo tuyo.
Visto que aquella faceta suya no había cambiado, sabía que no iba a poder escapar de su insaciable curiosidad. —A ver... ¿te suena La Noscea? —dijo, viendo cómo su rostro cambiaba.
A riesgo de sonar como un disco rayado, el destino volvía a conectar las cosas de manera tan casual que asombraba. Caín no lo sabía, pero Katte había entrado en los rangos de los revolucionarios en su ausencia y trabajaba para ellos, ascendiendo con rapidez. Ella tampoco sabía que Caín había entrado en la base gubernamental de Týr, lo que había visto ni que había sido entrenado ya en combate. Pero ambos se encargaron de ponerse al día.
Katte juntó las yemas de sus dedos, traviesa. —Esto es muy bueno.~ —murmuró. Había omitido un par de detalles: si no se lo habían dicho, no consideraba que Caín debiera saber que había estado bajo la tutela directa de dos grandes revolucionarios y encima haber obtenido información muy relevante sobre una de las bases del gobierno más olvidadas. Aquello era demasiado jugoso como para dejar que se echara a perder. No obstante, debía ser sutil.
—Oye, mi organización es bastante grande y seguro que te pueden echar una mano. ¿No te interesa? —dijo, captando la atención del joven. ¿Por fin la oportunidad que estaba esperando para continuar su camino?
Asintió brevemente y Katte dio una palmada, satisfecha, y caminó hasta el final del callejón antes de desaparecer en la oscuridad, dedicándole una última mirada. —Ven mañana por la mañana al puerto. Te estaré esperando.
- Disclaimer:
- Me enrollé demasiado al principio, así que tuve que ir cortando por lo sano al final y me he tenido que remitir a los actos "heroicos" del diario preficha.
No me he olvidado del reloj. Para los curiosos, lo había robado Hécate, la gata de Katte, y ésta termina devolviéndoselo para que se lo quede como memento de su antiguo mentor. Por cuestiones de espacio he terminado omitiéndolo.
El caso es que se me ha quedado muy corto porque he querido introducir un personaje nuevo en el lore personal del personaje y para hacerlo mediocremente he tenido que recortar bastante y obviar el "acto heroico" que se supone que debía ocurrir en el diario, a pesar de que la razón explicada anteriormente debería ser notable para llamar la atención de la armada revolucionaria más que un simple aldeano.
Gareth Silverwing
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Buenas, soy Arthur y seré tu moderador.
Como tu has dicho se nota bastante que has cortado la trama al final, pero no pasa nada. No has hecho nada exagerado para tu nivel ni descabellado.
Enhorabuena, pasas a la siguiente fase.
Como tu has dicho se nota bastante que has cortado la trama al final, pero no pasa nada. No has hecho nada exagerado para tu nivel ni descabellado.
Enhorabuena, pasas a la siguiente fase.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.