[Equipo 5, Marine] Frost Squad

¡Buenos días reclutas! ¿Todos habéis recibido vuestro sobre con la invitación a participar en la Búsqueda del Superhombre? Mira a tu derecha. Ahora, a tu izquierda. ¿Puedes verlo? No, porque eres tú. Al menos, ése fue el discurso motivacional que dio el Almirante de la Flota justo antes de embarcar. Además, al llegar a Marineford os fue asignado un número, el mismo que el del barco al que os hicieron subir. Ahí os separaron en una serie de grupos, con un destino desconocido, y lo único que recordáis son las últimas palabras de Minato, despidiéndoos.

-Sólo uno alcanzará su noble objetivo, pero todos alcanzaréis la gloria. Partid con honor.

Después de un viaje que se os hace bastante corto, llegáis a vuestro destino. A algunos os recordará a vuestra infancia, donde en navidad os asomabais a la ventana y veíais la nieve caer. Quizá será una experiencia nueva, ya que siempre habéis vivido bajo un sol abrasador. Sin embargo, para uno de vosotros, ese sitio va a ser, sin fuego alguno, el infierno personificado. ¡Estáis en el Reino de Sakura!

Cuando desembarcáis abrís el sobre que os dieron. "Esta isla ha sido tomada por una banda de peligrosos piratas y arrebatada al gobierno mundial. Os hemos seleccionado para tomarla de vuelta, de la forma que haga falta; sin bajas civiles, claro está. ¡Mucha suerte!"

Otra vez ahí... Otra vez en Sakura. ¿Era la Marina quien lo puteaba de esa forma o una cruel casualidad? Minato era plenamente consciente de su odio visceral por el frío. Es más, sabía que no toleraba los ambientes gélidos por una ingente variedad de motivos, entre ellos mujeres con demasiadas capas de ropa y vino caliente. ¿Quién en su sano juicio bebería vino caliente? No estaban dentro de una novela pobremente ambientada sobre un continente medieval en constante guerra civil y tramas por la destrucción de grandes señores rivales, no tenían por qué comportarse como bárbaros. El vino caliente, las mujeres con poca ropa y los hombres... También con poca ropa. No por nada en especial, simplemente todos tenían derecho a ir semidesnudos por el mundo adelante. ¡Y Sakura no permitía eso!

-Éste será un primer acto de rebeldía contra la injusticia- dijo en voz alta, apoyado sobre el mascarón de proa. Llevaba la bufanda rosa que ocultaba su verdadera identidad, EL TRAJE que lo envolvía en un aura de justicia y protegía a sus seres queridos de ser atacados por algún súper villano-. Que sepa el mundo que en marcha estoy, y Scarfguy no descansará hasta llevar el bien al mundo.

Sin que su chaquetón de oficial se moviese la camisa y americana que lo cubrían cayeron al suelo, quedando sólo la corbata sobre su pecho lleno de viejas cicatrices. Muchas de ellas eran leves y apenas representaban una pequeña capa de piel blanquecina, mientras las heridas que le había provocado Legim eran algo más notorias. No eran tantas como para resultar feas, pero desde luego eran bastante difíciles de disimular. El más fácil de ver estaba bajo su pectoral izquierdo, una recta diagonal de siete centímetros, aunque en su hombro derecho había innumerables marcas más de ese combate.

La leyenda de Scarfguy había surgido de manera curiosa. No era como representaba en los teatrillos para niños un vodevil barato lleno de discursos surrealistas, sino una torpe casualidad que terminó dramatizada para amenizar la estancia en el hospital de los pacientes. Todo había empezado con una caja, sí, pero no había sido ni de lejos tan tramado. Era cierto que planeaba dar una función, y que tanto Smileyman como KupKakeKid eran personajes a interpretar por Arthur y Leiren, pero durante una prueba de vestuario tuvo que salir y... Bueno, se olvidó de guardar la bufanda. Obviamente lo habían reconocido, pero empezaba a convertirse en un muy hortera símbolo de justicia, ¿Y quién era él para negar al mundo su nuevo paladín? Si una sola persona podía marcar la diferencia, él debía ser el héroe que el mundo necesitaba. Él debía ser Scarfguy.

-Vicealmirante Na... Scarfguy- se corrigió raudamente un recluta al ver la mirada de Al. Por muy obvio que fuese, todos debían mantener el mito-. Éstas son las instrucciones.

-Muchas gracias, muchacho. ¡Ahora ve y proclama a los vientos que la justicia ha llegado al reino de Sakura!

Se estaba tomando demasiado en serio al personaje, tal vez. Sin embargo, abrió el sobre una vez desembarcó, sonriendo bajo EL TRAJE al leer las instrucciones. Bandas pirata, sin heridos civiles... Haber elegido un terreno helado para proceder a su evaluación era ponérselo demasiado fácil. Nada podía escapar de él en ese lugar una vez lo encontrara. Y contaba con dos compañeros que habían demostrado grandes habilidades, así como un exquisito gusto por la fruta madura.

-Bien, muchachos, es hora de avanzar hacia nuestro destino. Directos a Big Horn.

-Espero que demuestres ser digno de EL TRAJE, mi pequeño amigo cuadrúpedo- fue lo único que dijo mientras fijaba su mirada en Fluffle, el inocente animal que bailoteaba y trotaba por doquier. Una bufanda rosa no significaba nada, pero hacerla ver como EL TRAJE de la justicia la convertía en una idea, un símbolo único, algo que merecía la pena proteger. Por suerte para Elya, que no lo comprendía, él llevaba un segundo traje de la justicia bajo EL TRAJE y un tercero oculto en alguna parte de su cuerpo-. ¿Lo ves, joven vengadora? Ahora ese animal está imbuido con el espíritu de la justicia, y su determinación empoderará la misión con vigor y valentía. Scarfhorse ha nacido.

"Suena estúpido", dijo en su mente, pero siguió avanzando hacia delante mientras se daba cuenta de que todos cerraban las ventanas a su paso. Miedo a un Marine sólo podía significar una cosa, y era que todo el pueblo estaba secuestrado por maleantes. Tal vez fuese bajo un chantaje, quizá simplemente se hubiesen llevado a los niños como rehén o algo similar, pero lo único real en ese momento era que las buenas gentes de Drum necesitaban ayuda. Y Scarfguy iba a dársela.

-No sabía que se aceptasen gyojins en la Marina- dijo, mirando al hombre pulpo. Resultaba algo grimoso, pero más allá de ser feo no entendía cómo podía estar vetado de un trabajo como otro cualquiera-. Hasta ahora el único que entró se llama Danio Rerio, y fue por un fallo administrativo. En los papeles alguien puso Raza hombre y Sexo Gyojin. Lo tomaron por un depravado.

Era una alegre anécdota. Lo cierto era que él mismo había rellenado mal los informes a propósito, y recibió una dura reprimenda por ello. Sin embargo, estaba bastante en paz consigo mismo, había conseguido que alguien cumpliese su sueño y el hombre pez había resultado uno de los mejores activos de la Marina nunca encontrados.

-Compañeros justicieros, la Justicia que defendemos no puede ser brutal- respondió al escuchar a Bleyd-, sino sutil y hermosa. Las flores de la justicia darán su fruto sólo regadas con paciencia bajo un sol de equidad y proporcionalidad. Todo lo demás es sucia venganza, y la venganza no es propia de la Marina.

"Casi nunca", se ahorró decir, justo antes de meter el dedo en una cerradura. Acababa de ver una cara en la ventana de esa casa, por lo que no dudaba aún hubiese gente allí. Empezó a generar hielo hacia el interior, bloqueando la puerta y sintiendo cómo se iba desparramando hacia el interior, si es que podía hacerlo bien.

-Esperadme aquí sólo un minuto- fue lo único que dijo justo antes de volverse hielo y generarse de nuevo al otro lado. Si todo había salido bien, ya estaba dentro de la primera casa-. ¿Hola? ¿Hay alguien en casa?

Todo estaba tranquilo, muy tranquilo. Demasiado, de hecho. Hacía apenas un instante le habían cerrado la contra de las ventanas en su cara, y ahora no parecía haber nadie. Miró a uno y otro lado, sin saber hacia dónde ir, y dejó que el mantra fluyese. Podía sentir a Bleyd alejándose y a Elya en las inmediaciones, junto con otra aura que se notaba entre molesta y aterrada. Mientras tanto, en la propia casa había una persona más aparte de él. "Lo sabía".

Caminó lentamente, intentando hacer el menor ruido posible con el taconeo de sus zapatos, y avanzó hasta la habitación donde había sentido la perturbación. Para su sorpresa, o todo lo contrario tal vez, pudo observar a una mujer mayor, de unos setenta u ochenta años, encogida entre un escritorio y un armario, protegida de miradas indiscretas por una pequeña mesita auxiliar. Tenía el rostro surcado de arrugas y pecas, mientras un canoso cabello rojo fuego coronaba su cabeza. Temblequeaba, no sabía muy bien si por miedo o de frío, pero aun así tenía una solución para ambas situaciones.

-¡Tranquila, anciana, porque vas a descubrir el poder oculto de Scarfguy!- gritó, quitándose la bufanda. En un veloz gesto que evitaba su rostro fuese visto se colocó la tercera de las diecisiete que guardaba para la misión. En aquella ocasión, blanca con corazoncitos rojos. ¿Por qué había dejado a Jenny escoger las bufandas? En cualquier caso, trató de colocársela a la anciana encima. No era muy grande, pero serviría mientras buscaba en el armario una manta si realmente ése era el problema-. Protegerla del frío.

Tras eso apartó la mesita y se agachó junto a ella, sentándose sin dejar de mirarla a los ojos. Eran verdes y profundos, pero al mismo tiempo tenían un matiz canela. En sus tiempos debió haber sido una mujer bastante guapa, o tal vez no pero con los años mejoraba como el vino.

-Seguramente no sepa quién soy- dijo, tranquilamente-, y se pregunte por qué allano su casa armado con innumerables bufandas. Hay varias razones para esto, y la más importante es que hay diversos problemas en esta isla- hizo una pausa, esperando a que asimilase los conceptos-. El más grave de ellos, que está tomada por piratas, y es mi misión asegurarme de echarlos. Si me dice dónde se ocultan y con qué les han amenazado, puedo ayudarles.

Si la mujer no se tranquilizaba o demostraba tener excesivo frío buscaría una manta por la estancia. No tendría mucho sentido ocultarse del frío tras una mesa, pero había gente para todo.

Había escuchado atentamente las palabras de la anciana, y no parecía mentir. Su mente parecía conservarse bien a pesar de los inicios de demencia que presentaba, y saber que los piratas estarían escondidos en un punto alto de la isla le hizo al instante enfurecer. Cobardes, malnacidos, corazones de ciervo... Se ocultaban en un lugar al que nadie podía llegar, desde el que tenían total control de todo el territorio. Ya sabía dónde estaban.

-Muchas gracias por su tiempo, de verdad.


Se había levantado apoyándose en su brazo, que se mantuvo férreo mientras el largo chaquetón dejaba la impoluta blancura de la Marina para un color rojo. Rojo como la sangre, sangre vieja y seca en las bufandas de los caídos. Un honor estúpido para valientes cadáveres, pero un honor. ¿Cuántos habrían defendiendo la isla? ¿Cuántos se habrían resistido? Tenía que ayudar a las buenas gentes de aquel lugar, aunque fuese lo último que hiciera.

-Claro que quiero esas galletas- dijo-. Pero no las probaré hasta que pueda bañarla con justicia o en la sangre de los malvados.


Salió por donde había entrado, dando la sensación de atravesar la puerta, y dejó a la anciana en su cocina. Se quitó la bufanda y escaló sin dificultad hasta el tejado. Era una casa amplia y de tres plantas, desde la que podía ver el resto del pueblo. Y el resto del pueblo podía verla. Al sonrió.

-Una bufanda, una bandera... Qué más da. Scarfguy es sólo un ideal.

La bufanda de la justicia era el traje, un mal traje. No protegía su identidad, cualquiera podía reconocerlo. Pero cualquiera reconocía también la larga prenda que rodeaba su cuello cuando la portaba. Ahora recordarían cómo su bufanda blanca de corazones rojos ondeaba apasionadamente en medio de la ventisca. Irrefrenable, intemporal, intempestiva... Como Scarfguy.


Cuarta de diecisiete bufandas, se puso una color verde pistacho, y tomó dirección a la taberna. Entre el hielo, fundido con la ventisca, le llevó apenas un par de segundos llegar hasta la puerta, y cuando la abrió hubiera preferido dejarla cerrada un poco más. Sus compañeros ya estaban haciendo amigos, y aunque no quería eclipsarlos, la justicia se administraba con cuidadosa precisión quirúrgica.

-Imagino que la escena debe ser muy graciosa- dijo, cerrando muy lentamente la puerta, sin soltar su pomo. Cuando el quicio rozó la madera,una densa capa de hielo cubrió el umbral desde el exterior-. Un pulpo, una chica linda y un pony. Casi parece el inicio de un chiste malo.

Había ignorado deliberadamente a Bleyd. Sabía que, junto a él, era el más fuerte del equipo, pero en los chistes siempre eran tres. Ni cuatro ni cinco, tres. Y tres pasos fue exactamente lo que avanzó sin quitar el ojo de encima al hombre de la cicatriz, confiado y tranquilo.

-Todos los presentes, aquí y ahora, estáis detenidos en nombre de la Marina- instantáneamente todas las paredes se helaron y cada ventana y puerta se recubrió de una densa capa de hielo, mientras Al desenfundaba a Fuego Helado-. Cualquier civil que colabore con los piratas que amenazan este lugar es, desde ahora, criminal, y se le aplicará la ley marcial- era mentira, pero asustar a la gente solía funcionar-. También a quien no colabore, por lo que sólo lo preguntaré una vez- la espada se incendió-. ¿Dónde se ocultan?

Si sus sospechas eran correctas estaban en lo alto de la montaña, escondidos en el castillo. Pero no iba a correr el riesgo de subir para nada.

No pudo evitar reír bajo la bufanda cuando el plan genial del criminal fue desbaratado por su hielo. Agrietado y frágil, pero al parecer aún lo suficientemente cohesionado para evitar su fuga, el muro había sido una gran idea. No obstante tenía claras contraindicaciones para la salud de sus compañeros, en especial del hombre pulpo. "Claro, es de sangre fría", se reprendió a sí mismo mientras todo el hielo que los rodeaba abandonaba lentamente el local por el boquete que aquel hombre había abierto.

-Je- dijo sonoramente, imitando una risa-. El hielo viene de la justicia. Orden de ejecución, no habrá paz para los malvados.

Al parecer el tabernero había confirmado sus sospechas. Los piratas se ocultaban en las montañas, y el único lugar lo suficientemente grande para acogerlos era el castillo de Drum, un lugar alejado de miradas indiscretas y perfecto para controlar a la población, una amenaza constante y un lugar desde el que podrían evitar motines o cualquier clase de insubordinación. Una idea que por lo visto no era propia sólo de líderes organizados sino también de piratas y truhanes... Pero todo aquello se había acabado.

-Señor Master, la tortura es un delito penado con la ley en ciento sesenta y nueve de los Estados pertenecientes al Gobierno Mundial. Si no me equivoco, éste inclusive- respondió, ante la intención de su compañero de interrogar de una manera especial al prisionero. La Justicia no podía permitir semejante insulto-. Respecto a los explosivos...- miró al tabernero, esperando que refutase su teoría-. Dudo que los haya. Al fin y al cabo, de haberlos podrían haber reventado el pueblo según llegamos, o alguien lo sabría, ¿No?- de nuevo dirigió una mirada al tabernero-. En cualquier caso, dudo que se atrevan a utilizar algo así.

Miró a su alrededor. Elya parecía haberse quedado de piedra, mientras que Yashimitsu no entendía el porqué del hielo. La verdad era que resultaba un poco difícil de justificar el hielo mediante la justicia, pero... No, qué demonios. Miró al gyojin fijamente. Merecía saber la verdad, seguramente... No, era seguro que los demás la conocían. La justicia no podía ocultarse bajo un traje, pero el traje era el ideal. Allí, todos eran Scarfguy.

-Joven marine- dijo, refiriéndose al pulpo-. No he sido sincero contigo, y debo discuplarme. El traje de la justicia es una responsabilidad, lo mismo que vestir estos colores- señaló a su desnudo pecho, ignorando que estaba desnudo, como si llevase un noble uniforme-. He ocultado mi verdadera identidad durante mucho tiempo. Demasiado tiempo. En nombre de la justicia, Yashimitsu, debo pedir perdón por no mostrar al hombre tras la máscara. Seguramente no te hayas dado cuenta, pero en realidad soy...

La bufanda voló de él, cayendo sobre Fluffle y enrollándose en su cuello, dejando a la vista su cara totalmente expuesta. Iban cinco de diecisiete.

-Al Naion. Ahora, vamos hacia el castillo; yo os haré invisibles.

-Maldición- dijo Al mientras volvía a colocarse otra bufanda, como si pudiese salvar la identidad que había desvelado ante el mundo. Un den den mushi activo entre las pertenencias del pirata. Ahora sabían quién era, ¿Qué podía hacer?

En un arrebato de furia casi ensartó al truhan, pero recuperó el juicio a tiempo para sólo clavar el arma en la tarima a tres escasos milímetros de su cabeza. Sin la bufanda sus seres queridos corrían peligro; si descubrían que él era el hombre tras EL TRAJE, Laura podría morir. No podía consentir que todo aquello saliera a la luz, y sólo podía hacer una cosa para evitar que sus secretos fuesen desvelados. Era ni más ni menos que lo que había hecho durante toda su vida: Cumplir con su deber.

-Tienes suerte de que mi hoja no merezca mancharse con escoria como tú- amenazó, poniéndose frente a frente con él. En sus ojos podía palparse la furia, y cuando sonó el tajo cortando el aire Al se complació de su autocontrol. Sólo había envainado el arma.

Sin esperar más ni mediar palabra, echó a correr a través del boquete abierto gracias a la explosión, y antes de dejar a nadie reaccionar estalló en un millar de partículas que se fundieron con el invierno. Bleyd podría seguirlo, y subidos en su extraño vehículo los demás también, pero él iba a acabar con todo aquello de una vez por todas, y para siempre. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Claro que no necesitaba decirlo, todo el mundo lo reconocía, pero siempre estaba la duda ante la que atenerse. ¿Y si no lo era? ¿Y si era un genial espía haciéndose pasar por Al Naion? Tenía que terminar con todo de una vez, y Scarfguy no podía levantar esa nube.

-¡Buenas tardes, meretrices y tuercebotas de dudoso honor!- dijo, a pleno pulmón, una vez hubo pisado la montaña más alta de Drum. Como ventisca, se movía tan veloz que era capaz de medirlo, y en medio de la tormenta nada podía detenerlo. Frente a él el castillo, y a sus espaldas un aterrador cañón que prometía muerte segura a quien cayese por él-. Déjenme contarles una historia de superación, la historia de una isla tomada por piratas. La verdad es que me encanta, y seguro que a ustedes también.

Avanzó un paso, sólo un paso mientras tras él la tormenta rugía. Era un sonido hermoso a su manera, y a pesar del frío la situación no era desagradable del todo.

-Una vez la isla fue tomada, los criminales se aposentaron en las zonas más protegidas- a su alrededor se iban formando árboles de hielo-. Bosques, montañas... Incluso un castillo. Se llevaron las joyas, la comida y a los niños. ¡Qué horror!- un pequeño gallo se escapó, totalmente controlado, de su garganta-. Pero tras días y semanas de terror y pánico la Marina por fin envió a un equipo para recuperar el orden en el reino. Sólo había una orden; reducir las bajas civiles a cero- pequeños niños de hielo, con expresiones de verdadero pavor, cayeron de los árboles, rompiéndose al chocar contra el suelo-. Y en ese punto de la historia estamos, decidiendo si la misión fracasará o será un éxito. Pero yo creo que saldremos airosos, porque si fracaso...

Apretó la corbata contra su pecho. No estaba todavía en serio, pero podía ponerse manos a la obra de un momento a otro. Comenzó a caminar mientras desenfundaba de nuevo a Fuego Helado y su pequeño vodevil estallaba en mil pedazos tras él. La puerta estaba cada vez más cerca, y se detuvo de nuevo.

-Si hay un solo civil asesinado tras estas puertas mi misión habrá fallado, pero ningún pirata que hay hoy aquí vivirá para contarlo.

La corbata se estrelló contra el suelo, rota, y diez efigies surgieron a su espalda. El coro comenzó a cantar como si la vida le fuera en ello, y diez espadachines nacieron de la nieve, listos para el espectáculo. Scarfguy había llegado.