Un rayo en la oscuridad (Moderado nivel 4 Jack Silver)

Me encontraba ya sobre la cubierta superior mientras los hombres terminaban los preparativos pertinentes para el atraque. Rascándome perezosamente la parte posterior de la cabeza, ojeaba por última vez las hojas del informe que me habían dado antes de partir. Una carpeta con toda la información de la que disponíamos referente a la isla de Takenuma, sus gentes y sus costumbres. Información bastante escasa, todo sea dicho de paso. Y tampoco habían sido muy específicos sobre lo que debía hacer allí.

- ¿Qué crees que nos espera en este lugar? - pregunté a Franky, que revoloteaba a mi alrededor. Y este emitió una serie de pitidos a modo de respuesta. - Supongo que tienes razón, pero será mejor que te metas en la mochila por ahora.

Cuándo me avisaron de que ya podía bajar, me dirigí a la rampa que habían dispuesto por babor y descendí por esta mientras observaba con curiosidad la isla que se extendía ante mí. Un sinfín de montañas que se elevaban, desapareciendo en la extraña oscuridad que envolvía la isla. ¿Quién podría querer vivir en un lugar así?

Sacudí ligeramente la cabeza, deshaciéndome de los pensamientos que me distraían para centrar mi atención en el peculiar individuo que había acudido a mi encuentro. Temía que el idioma fuese un problema, pero al oír cómo se me presentaba respiré aliviado.

- Teniente Comandante Jack Silver, a su servicio - respondí, con el tono más formal que pude. Sin que ninguno de los dos añadiese nada más, me acerqué a la montura que me ofrecían. Y tras acariciar suavemente el lomo del animal, monté de un salto y sujeté con firmeza las riendas. Apenas había montado a caballo tres o cuatro veces en mi vida, así que esperaba no hacer el ridículo. - Le sigo.

El camino por el que avanzamos parece tranquilo, y el trote de los caballos bastante regular, hecho que mi entrepierna y yo agradecemos. Después de todo la última vez que recordaba haber cabalgado fue en una persecución por las montañas de Galuna, tras la cual acabé destrozado. De cualquier modo, la tranquilidad del viaje me permitió continuar observando todo a nuestro alrededor, aunque tampoco es que viese gran cosa. Aun haciendo uso de mi visión nocturna, no logré ver más que grandes laderas, que se alzaban desapareciendo sobre las nubes, incontables cuevas y una escasa vegetación de extraño fulgor.

Evité hacer algún comentario sobre lo lúgubre, o incluso deprimente, que me resultaba aquel lugar. Pues no quería ofender a mi acompañante. Mis superiores habían insistido mucho en ese detalle, ¿es que acaso me tenían por un bocazas sin modales? Pero sí que creí conveniente aprovechar la ocasión para recabar algo más de información.

- Espero no estar metiéndome donde no me llaman - comencé, acercándome a él para captar su atención. - ¿Pero puede hablarme un poco sobre esta isla? - Esperaría a ver su reacción, por si mi curiosidad pareciera ofenderle. Y en caso contrario continuaría exponiendo algunas de las preguntas que rondaban por mi cabeza. - ¿Qué relación hay entre las diferentes órdenes?, ¿en territorio de quién se encontraba la patrulla cuando desapareció? Y sobre todo, ¿qué puede contarme sobre la tormenta eléctrica?

- La paz y la estabilidad reinan entre las seis órdenes - responde en primer lugar, hablando con un tono tranquilo. - La isla siempre ha sido un lugar tranquilo y seguro para sus habitantes. Es por ello que esta situación ha preocupado tanto a nuestros señores - continuó. - Algo ha debido de ofender a los espíritus, y debemos averiguar que ha sido para así poder apaciguarlos, antes de que otras desgracias sucedan a la primera - a medida que continuaba, una clara preocupación se iba haciendo presente en sus palabras. - Y los hombres que desaparecieron se encontraban patrullando en las grutas al sur de la ciudad de la vida.

Escuché con atención cada palabra que pronunciaba. Cualquier detalle podría serme de utilidad en el futuro. Y por lo que sabía, los marines desaparecidos aún podían seguir con vida. La existencia de esa posibilidad, por mínima que fuese, me hicieron sentir un notable alivio. Pero también reforzaba el hecho de que debía resolver aquello cuanto antes.

Continué escuchando cuanto me decía durante el resto del viaje, tratando de memorizar todos los datos relevantes. De nuevo, respiré aliviado al comprobar que aparentemente no culpaban al grupo de marines de lo ocurrido. Una preocupación que había rondado mi cabeza durante todo el viaje y que podría haber complicado mucho las cosas, tanto mi trabajo en la isla como la relación de esta con la marina. Por lo que al menos confiaba en poder contar con su colaboración.

Mientras nos adentrábamos en el interior de las grutas, los caballos parecían algo nerviosos. Probablemente debido a la extraña sensación que generaba adentrarse tanto en el interior de las montañas. Sensación que yo mismo comenzaba a sentir, y que me hicieron aferrarme aún más a las riendas de manera instintiva. Pero al cabo de unos minutos el camino se fue haciendo más amplio, y tanto las nobles bestias como yo nos quedamos algo más tranquilos.

Y cuando el túnel que seguíamos dio paso a la que supuse debía ser la ciudad del Fervor, no pude evitar quedar boquiabierto y alzar la vista, notablemente asombrado. Que pudiese existir semejante edificación en un lugar así, era algo que me resultaba sorprendente. Las palabras de mi acompañante me sacaron de mis pensamientos, y enseguida sacudí ligeramente la cabeza para volver a centrarme. Realmente había quedado maravillado ante semejante descubrimiento.

De un salto bajé de la montura, y tras dirigir una mirada a Atkoly y asentir, eché a andar tras él. Mientras comenzábamos a ascender por aquella infinidad de escalones volví a alzar la vista, invadido por la curiosidad de cuantos podría haber. Estuve tentado de preguntarlo, pero incluso yo sabía que no era el momento para comentarios como ese. Así pues, le seguí de cerca sin perder ni un segundo. Avanzaba rápido, pero confiaba en poder seguirle el ritmo sin demasiada dificultad.

- ¿De donde proviene la luz que ilumina este lugar? - Le pregunté cuando nos encontrábamos a mitad de camino, pues no había pasado por alto de que aún encontrándonos en el interior de la tierra el lugar se encontraba notablemente iluminado.