Dretch vs Kenmei

Su combate apenas había comenzado cuando los cimientos de aquella colosal torre comenzaron a oscilar con virulencia. Puede que el resto de participantes no hallaran una respuesta lógica a aquello, pero Dretch conocía demasiado bien el origen de aquellos movimientos sísmicos. El salvaje de Zor-El había comenzado a tomarse la competición en serio ¿A qué demonios se había dedicado en la ronda anterior? Inconscientemente el agente se llevó la mano hacia su nariz y palpó cuidadosamente la zona por la que el ingrato salvaje le había partido el tabique. Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro, de veras que tenía ganas de que sus caminos se encontraran en aquel torneo. Tenía cuentas que saldar con él tras lo ocurrido en Sabaody ¡El desgraciado había regado con entrañas de gyojin su uniforme!

Mientras se hallaba sumergido en sus divagaciones de venganza, su rival no perdió el tiempo y se aproximó hacia él a zancada limpia. El agente, instintivamente se tensó, dispuesto a encajar cualquier tipo de ataque, pero este no llegó. Tras una solemne letanía, a la que Dretch creyó que estaba dirigida a algún tipo de deidad, una espesa negrura comenzó a recubrirlo todo a su alrededor. Durante un instante perdió la concentración, un error que pagó caro cuando sintió como una de las hojas de su rival se deslizaba desde su pecho en un ángulo ascendente. Al sentir el frío acero de la katana sobre su piel, casi inconscientemente, retiró el resto de su cuerpo de la trayectoria del arma evitando así una buena parte del daño. Aunque no podía ver donde, sabía que había sido herido en algún lugar de su pecho.

Había bajado la guardia, por su culpa ahora se hallaba apresado en algún tipo de trampa en la que, a juzgar por la solvencia con la que Kenmei lo había atacado, el único perjudicado era él. Lejos de volver a perder el control, se llevó la mano hacia uno de los bolsillos interiores de su gabardina y extrajo uno de sus cigarrillos mentolados. Si mal no recordaba, aquella oscuridad había aparecido cuando junto a un extraño símbolo en una de las esteras del tatami. Con una pasmosa calma, dada la situación en la que se encontraba, prendió con parsimonia el cigarrillo.

“Tsk…Yo también se algo sobre poesía” – se dijo a sí mismo.

- Del peor vicio insano
 ojo o te quemarás la mano.

Se llevó entonces el cigarrillo a los labios y dio una gran calada, consumiendo la totalidad del pitillo en el proceso. Después de quemarse los dedos, lanzó la colilla junto a sus brasas sobre el lugar donde previamente se encontraba la estera en la que el tipo enmascarado había recitado su poema. Con algo de suerte la estera no tardaría en arder y puede que aquella oscuridad desapareciera junto al símbolo que había grabado en ella.

La estera comenzó a crepitar y arder como una condenada, un intenso olor a quemado inundo las fosas nasales del agente. Aunque no fue el único presente que aquel inesperado incendio había tenido a bien obsequiarle. Las llamas, que parecían crecer en su dirección, lamieron sus pies y prendieron el dobladillo de su gabardina. Estaba atrapado en aquella en aquella misteriosa oscuridad con aquel incendio, su akuma era un arma de doble filo ¿No había sido suficiente con las yemas de sus dedos? Mediante un acto de fe, metió su mano izquierda en las llamas, hasta que la luz del exterior comenzó a filtrase entre la oscuridad.

- Soru – murmuró entonces, soltando una inconmensurable cantidad de humo por su boca y abandonando la gabardina a su suerte.  

Un fuerte olor a piel quemada le acompañaba, y comenzó a sentir un punzante dolor en su mano izquierda, como si le clavaran miles de agujas y alfileres una y otra vez. Había hipotecado ligeramente su pelea con aquella estrategia, pero ¿Qué era una mano en comparación con su único ojo sano? Habría metido el brazo en entero en las llamas de ser necesario.

Sus pulmones y su corazón estaban sobre revolucionados. Había aprendido tanto en su enfrentamiento contra Zuko que estaba ansioso por poner a prueba nuevamente sus aptitudes. Nunca había entendido el porqué, pero desde su ingreso en la Cipher Pol siempre había tenido la estúpida necesidad de demostrar su talento y aquella era su segunda oportunidad de sorprender a los cerebritos de arriba. El agente comenzó a correr entonces hasta volverse un borrón negro, se movía tan veloz como su cuerpo se lo permitía, corría sin detenerse propulsado por la fuerza explosiva de sus músculos. Huyó errático hacia uno de los bordes de la sala atravesando la debilitada cúpula de oscuridad. En cuanto recuperó la visión, en apenas un suspiro, lograría localizar y recorrer de nuevo la distancia que lo separaba de su rival.

Cuando su pie se encontrará a apenas unos centímetros del pie de Kenmei, levantaría ligeramente su pierna para pisarlo. Pero aquello no sería más que de una simple finta. Descargaría todo el peso de su cuerpo sobre las falanges de sus dedos y, casi como en una coreografía de baile, pivotaría hacia su flanco izquierdo. Estaba perdiendo. Y sin embargo su ojo brillaba, con un destello malsano pero brillaba, como si el hecho de ceder ventaja no estuviera minando su ánimo, más bien al contrario. Se podía percibir en su mirada un desafío que amedrentaba, un algo perturbador, de excesiva vibración, que hacía que en cualquier mente cuerda evocara una palabra: precaución.

Aprovechando la absurda velocidad de su Soru, la cinética generada en aquel fluido quiebro y su propio peso; trataría de castigar la rodilla del enmascarado. Dispuesto a reducir su rotula a meras “canicas en un calcetín”, descargaría un sobrecogedor golpe con su talón sobre la cara exterior de su rodilla. Concretamente en la zona posterior, donde rotula y tibia se unían. Rápidamente después de que levantara su pierna derecha, apuntando directamente hacia Kenmei, volvería a pivotar sobre su pierna izquierda para ganar su espalda y realizaría una patada alta con su derecha. Su puntapié no solo sería rápido, sino que también sería alto y preciso para que su pierna pudiera alcanzar fácilmente el cuello de su oponente. Torcería su cadera y fugazmente soltaría su rodilla para darle potencia a su acometida. Envolvería con su empeine la nuca de su rival, si esa patada lograba impactarle sin un punto de apoyo estable, su cabeza golpearía con facilidad la compacta superficie del tatami.

Para su sorpresa, su rival recitó un nuevo poema, pero este no tenía nada que ver con el anterior. Unas imponentes alas surgieron de la espalda del enmascarado. No parecían orgánicas, más bien parecían unas alas forjadas con docenas de fragmentos de acero tan afilados como espadas. Aquello desconcertó al agente, Kenmei estaba resultado ser una caja de sorpresas. No era previsible y aquello le encantaba, al igual que él se adaptaba.  Gracias a su último salmo, no solo logró eludir su ataque y hacerlo retroceder, sino que le realizó un feo corte en la planta de su pie.

A diferencia de la mayoría de agentes, dada la meteórica escalada en la jerarquía que había sufrido en apenas unos meses, no había dispuesto del tiempo necesario para entrenar. Tan solo era un simple usuario de Youshiki, no tenía las capacidades físicas para realizar el shigan y el rankyaku. Lo cierto era que el Rokushiki aún quedaba bastante lejos de su comprensión, pero no por ello era un agente de segunda.

- Kami-e – susurró esta vez, al contemplar como las katanas e incluso las alas de su rival se precipitaban sobre él. Reacionando a tiempo, fue eliminando hasta la más mínima sensación de tensión de su mente.

Sintió entonces como comenzaban a desbloquearse sus nervios, tendones, vasos sanguíneos y huesos; consiguiendo entonces una nueva libertad en su cuerpo. Ahora sus movimientos eran suaves, ligeros, agiles, circulares y espontáneos. Como una hoja otoñal mecida por el viento, Dretch comenzó a moverse con una sorprendente gracilidad entre las katanas de Kenmei. No había principio o final en sus esquivas, no había interrupciones y los movimientos se entrelazaban los unos con los otros de forma natural.

Con la confianza de su Kami-e pudo apreciar entonces que su rival era un tipo bastante pasional ya que sus estocadas no tenían un patrón real, sino que iban y venían en un frenético toma y daca sin un objetivo concreto. Aquella forma de combatir representaba todo lo opuesto al Hikaeshitsu, no había armonía y caos predominaba en cada una de sus estocadas.

Dispuesto a dar algo de espectáculo, trataría de hallar una fisura en los ataques de Kenmei en la que poder colarse entre sus espadas. Se agacharía y, ayudándose con una ligera extensión de su rodilla, volvería a elevarse con toda la fuerza de su torso. Con su mano derecha desde abajo, ejecutaría un uppercut: un golpe en dirección vertical hacia la mandíbula de su adversario.

Las artes marciales siempre habían sido para él un medio de autoconocimiento interior. Por medio de su práctica seria y enorme disciplina, le era posible sumergirse en su “Yo” y profundizar en el camino sagrado Guerrero Interior. Por medio de estas disciplinas había logrado aprender que no importaba cuán difícil o cuán grande fueran los muros que se irguieran ante él en diferentes situaciones de la vida.

Siempre existía un camino para conquistar los obstáculos que se le presentaran. Usualmente aquellas barreras no eran tan enormes como pudieran parecer y eran sus propios miedos o complejos los que hacían que viera los problemas más grandes de lo que en realidad eran. Aquel tipo de autoconocimiento era lo que le convertía en un usuario del Seimei Kikan, siempre que mantuviera la concentración le sería posible tener el control total de casi cualquier parte de su cuerpo y la batuta en cualquier enfrentamiento.

Valiéndose de su mano izquierda, la que había sido quemada, desabrocharía el botón del puño de su camisa con la precisión de una maquinaria de relojería, liberando una de sus agujas de calceta y dejando que esta descansara sobre su palma. Haciendo acopio de toda su concentración realizaría con ella seis rápidas incisiones en el abdomen de su adversario.

Había un motivo por el que tanta gente temía a los sabuesos del gobierno…