Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Fenrir abrió los ojos con lentitud. Sentía un enorme mareo, y le zumbaba la cabeza como si acabase de salir de un concierto de rock duro. Palpó el suelo, que resultó ser extrañamente blando y esponjoso. Ante él solo veía blanco, un blanco gélido como el de la nieve. Sin embargo, no sentía frío. De hecho, se sentía como en una nube. Tras comprobar que seguía más o menos vivo, y según el zumbido disminuía, el hombre se incorporó con movimientos vacilantes sobre la superficie inestable en la que se encontraba. Para cuando se levantó, entendió que no se encontraba "como en una nube". Estaba en una nube, literalmente. Una nube que se movía por el cielo llevada por la brisa. Bajo él, un manto de nubes blancas como aquella parecía moverse como si fueran olas del mar. Por suerte, sus cosas estaban desperdigadas a sus pies. Las recogió rápidamente, y con cierta sensación de alarma, buscó alguna forma de salir de aquella nube.
"¿Dónde coño me he metido?". El mercenario trató de recordar. Algunas imágenes llegaron a su mente: estaba en una pequeña barca de madera, una pequeña cáscara de nuez en medio de una tempestad. Porque aquello era una tempestad, ¿verdad? No, no había lluvia, pero el pelirrojo recordaba la penumbra, y un montón de nubes de color negro. Y de pronto, un estruendo. A partir de ahí, oscuridad, pero no derivada de las nubes, sino de la inconsciencia. "Joder, ¿como salgo de aquí?". Empezó a otear el horizonte, y a lo lejos le pareció ver una estructura sobre el mar de nubes blancas.
Sobre una pequeña nube de aspecto más sólido que las demás, un conjunto de casas de aspecto extraño parecía esperarlo. Por suerte, la nube en la que él estaba estaba moviéndose en esa dirección. Solo quedaba esperar, salvo porque la usual y deprimente forma de ver las cosas de Fenrir hizo acto de presencia en su mente. "Joder, espero que las corrientes no cambien". Afortunadamente para él, la nube siguió su rumbo, hasta que llegó a aquellas edificaciones. Desde cerca, podía ver que se trataban de una especie de casas, solo que no se parecían a nada que hubiese visto antes. "¿El Olimpo?" pensó, negando para apartar aquella idea de su cabeza. Un destello de iluminación le llegó como un cubo de agua fría "Una isla en el cielo... Creo que el cabrón de Smitch tenía un libro acerca de esto".
Según se acercaba, veía que las estructuras eran más numerosas de lo que parecía en un momento, y algunas personas paseaban entre ellas. Parecerían normales, salvo por las pequeñas alas que brotaban en sus espaldas y unas antenas en la cabeza. "¿Cómo coño se llamaba este lugar?", el enmascarado se colocó la máscara para evitar que le vieran el rostro.
- ¡Bienvenido, forastero, a Skypeia! -el hombre se giró para ver a un hombre armado con una lanza y aspecto duro, colocado sobre la nube de aspecto sólido-. El peaje es de mil millones de extol. De no pagarlo, se hundirá su medio de transporte. -el pelirrojo suspiró, no sabía qué era eso, pero estaba bastante seguro de que no quería pagarlo. Preparó su espada, listo para abrirse paso. No sabía como salir de aquella isla a la que acababa de llegar, pero no era algo que le preocupase en ese momento.
"¿Dónde coño me he metido?". El mercenario trató de recordar. Algunas imágenes llegaron a su mente: estaba en una pequeña barca de madera, una pequeña cáscara de nuez en medio de una tempestad. Porque aquello era una tempestad, ¿verdad? No, no había lluvia, pero el pelirrojo recordaba la penumbra, y un montón de nubes de color negro. Y de pronto, un estruendo. A partir de ahí, oscuridad, pero no derivada de las nubes, sino de la inconsciencia. "Joder, ¿como salgo de aquí?". Empezó a otear el horizonte, y a lo lejos le pareció ver una estructura sobre el mar de nubes blancas.
Sobre una pequeña nube de aspecto más sólido que las demás, un conjunto de casas de aspecto extraño parecía esperarlo. Por suerte, la nube en la que él estaba estaba moviéndose en esa dirección. Solo quedaba esperar, salvo porque la usual y deprimente forma de ver las cosas de Fenrir hizo acto de presencia en su mente. "Joder, espero que las corrientes no cambien". Afortunadamente para él, la nube siguió su rumbo, hasta que llegó a aquellas edificaciones. Desde cerca, podía ver que se trataban de una especie de casas, solo que no se parecían a nada que hubiese visto antes. "¿El Olimpo?" pensó, negando para apartar aquella idea de su cabeza. Un destello de iluminación le llegó como un cubo de agua fría "Una isla en el cielo... Creo que el cabrón de Smitch tenía un libro acerca de esto".
Según se acercaba, veía que las estructuras eran más numerosas de lo que parecía en un momento, y algunas personas paseaban entre ellas. Parecerían normales, salvo por las pequeñas alas que brotaban en sus espaldas y unas antenas en la cabeza. "¿Cómo coño se llamaba este lugar?", el enmascarado se colocó la máscara para evitar que le vieran el rostro.
- ¡Bienvenido, forastero, a Skypeia! -el hombre se giró para ver a un hombre armado con una lanza y aspecto duro, colocado sobre la nube de aspecto sólido-. El peaje es de mil millones de extol. De no pagarlo, se hundirá su medio de transporte. -el pelirrojo suspiró, no sabía qué era eso, pero estaba bastante seguro de que no quería pagarlo. Preparó su espada, listo para abrirse paso. No sabía como salir de aquella isla a la que acababa de llegar, pero no era algo que le preocupase en ese momento.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Cuando abrió los ojos se sorprendió al encontrarse en medio de una casa, rodeada de gente con alas y miradas de preocupación. ¿Ángeles? No, imposible. Esas criaturas no existían, incluso Katharina, quien estuvo en el mundo de los muertos, sabía que esos seres mitológicos no eran más que una invención de la gente. Los únicos reales eran los demonios, esos sí existían. Se fijó en los rasgos de las personas y se dio cuenta de que lucían igual que un humano, solo que con alas en la espalda. Había una chica de grandes ojos esmeraldas, mirándole con curiosidad al mismo tiempo que, una anciana de cabellos canosos y ojos grises, colocaba un paño húmedo sobre la frente de la pelirrosa.
Intentó recordar lo que había ocurrido... Se encontraba en un barco de madera, todo estaba tranquilo cuando de repente los cielos se tornaron oscuros y violentos. De un minuto a otro la situación se volvió peligrosa y allá arriba parecía que se libraba una batalla entre dos furiosos dioses. Estruendosos rugidos llegaron a los oídos de Katharina y alertaron a la tripulación que una tormenta se avecinaba, por lo que los hombres y mujeres a bordo de la embarcación comenzaron a correr de un lado a otro, jalando cuerdas y acomodando las velas. El capitán, un sujeto con pata de palo y parche en el ojo derecho, sonreía al mismo tiempo que se enfrentaba a la muerte. La madera del barco rechinaba mientras que las olas lo movían sin esfuerzo alguno de un lugar a otro, intentando hundirlo. La tormenta era lo último que recordaba...
Cuando despabiló, cogió del brazo a la mujer y se incorporó rápidamente, colocándole la espada en el cuello. La chica de los ojos esmeraldas y cabello plateado empuñó una escoba, intentando proteger a su abuela, pero esta última no hizo más que soltar una amable y serena sonrisa. ¿Por qué sonreía? ¿Acaso estaba tomando a la ligera a Katharina? Tras activar su mantra y comprobar que no había intenciones hostiles en la canosa mujer, relajó los músculos y retiró el arma, para luego pedir disculpas por su imprudente actuar.
—No pasa nada, no pasa nada —respondió la anciana—. Veo que despiertas con mucho ánimo, ¿eh? Dime, muchacha, ¿cómo te llamas?
—Selene —respondió rápidamente al mismo tiempo que enfundaba su espada—. ¿Cómo llegué hasta aquí?
La mujer de ojos grises le contó que su aparición fue una verdadera sorpresa, pues se convirtió en una de las pocas personas que sí pagó el peaje de entrada. Inmediatamente Katharina pensó que debió haber estafado al hombre encargado de cobrar el paso, puesto que jamás pagaba con dinero real. En resumen, la bruja pagó y luego cayó desmayada producto del cansancio y las heridas. Supuso que todo había sido culpa de la tormenta, pero ahora no debía centrarse en cómo llegó hasta allí, sino en descubrir quién era esa gente y dónde estaba.
Intentó recordar lo que había ocurrido... Se encontraba en un barco de madera, todo estaba tranquilo cuando de repente los cielos se tornaron oscuros y violentos. De un minuto a otro la situación se volvió peligrosa y allá arriba parecía que se libraba una batalla entre dos furiosos dioses. Estruendosos rugidos llegaron a los oídos de Katharina y alertaron a la tripulación que una tormenta se avecinaba, por lo que los hombres y mujeres a bordo de la embarcación comenzaron a correr de un lado a otro, jalando cuerdas y acomodando las velas. El capitán, un sujeto con pata de palo y parche en el ojo derecho, sonreía al mismo tiempo que se enfrentaba a la muerte. La madera del barco rechinaba mientras que las olas lo movían sin esfuerzo alguno de un lugar a otro, intentando hundirlo. La tormenta era lo último que recordaba...
Cuando despabiló, cogió del brazo a la mujer y se incorporó rápidamente, colocándole la espada en el cuello. La chica de los ojos esmeraldas y cabello plateado empuñó una escoba, intentando proteger a su abuela, pero esta última no hizo más que soltar una amable y serena sonrisa. ¿Por qué sonreía? ¿Acaso estaba tomando a la ligera a Katharina? Tras activar su mantra y comprobar que no había intenciones hostiles en la canosa mujer, relajó los músculos y retiró el arma, para luego pedir disculpas por su imprudente actuar.
—No pasa nada, no pasa nada —respondió la anciana—. Veo que despiertas con mucho ánimo, ¿eh? Dime, muchacha, ¿cómo te llamas?
—Selene —respondió rápidamente al mismo tiempo que enfundaba su espada—. ¿Cómo llegué hasta aquí?
La mujer de ojos grises le contó que su aparición fue una verdadera sorpresa, pues se convirtió en una de las pocas personas que sí pagó el peaje de entrada. Inmediatamente Katharina pensó que debió haber estafado al hombre encargado de cobrar el paso, puesto que jamás pagaba con dinero real. En resumen, la bruja pagó y luego cayó desmayada producto del cansancio y las heridas. Supuso que todo había sido culpa de la tormenta, pero ahora no debía centrarse en cómo llegó hasta allí, sino en descubrir quién era esa gente y dónde estaba.
Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El pelirrojo observó al guardián. Con una mueca que parecía una sonrisa torcida, desenvainó la espada, haciendo que el ángel se pusiera tenso, en posición de guardia. No le importaba, la verdad. Le apuntó con su hoja, que empezó a tornarse roja, como si la hubiera colocado sobre unas brasas ardientes. El aire alrededor de la hoja se distorsionaba como un espejismo debido al calor que desprendía el arma. Con la misma mueca, pasó la lengua por su labio inferior, mientras bajo la máscara sus ojos se volvían escarlata y dos gotas de alquitrán aparecían en su iris. Aquel guardián no era excesivamente fuerte, pero no había que confiarse, estaba en su terreno.
- No tengo dinero para pagar, pero a lo mejor podemos llegar a un trato. -respondió el mercenario-. Tú me dejas pasar y yo no te rebano el cuello. -si aquellas palabras tenían un tinte intimidante, el ángel no pareció inmutarse por ello. De hecho, el efecto fue el contrario al esperado: una sonrisa similar a la de Fenrir se esbozó en su rostro.
"La altura y el entorno le dan ventaja" pensó el asesino. "Lo mejor será moverse a un sitio menos inestable". Con gracilidad, el mercenario se acercó a la orilla de la isla-nube, sin dejar de apuntar al guardián ni un solo instante con su hoja incandescente.
- No quieres hacer esa estupidez. -le dijo el lancero.
- Oh, claro que quiero. Si intentas quitarme una sola moneda, vas a perder algo más que la mano. -Fenrir le observó desde abajo, sopesando las posibilidades. Con un movimiento lento, movió la espada para enfundarla de nuevo. La posición del ángel se relajó ligeramente "Te tengo".
La espada se movió a toda velocidad un instante antes de entrar en la vaina. Un tajo de energía salió disparado hacia el guardián, que apenas tuvo tiempo a interponer su lanza para detenerlo. El impacto le hizo tambalearse, momento que aprovechó Fenrir para correr hacia las casas. La gente que paseaba por el lugar echó a correr, gritando. De pronto, una punzada brutal le golpeó en la espalda. Sintió el acero de la lanza clavándose en su costado. La sangre empezó a brotar de la herida "¡Mierda!" pensó. El dolor no era gran cosa, pero sabía que el daño era mayor de lo que él sentía. Rugió con fuerza, girándose hacia su rival, que ahora estaba desarmado.
- No tengo dinero para pagar, pero a lo mejor podemos llegar a un trato. -respondió el mercenario-. Tú me dejas pasar y yo no te rebano el cuello. -si aquellas palabras tenían un tinte intimidante, el ángel no pareció inmutarse por ello. De hecho, el efecto fue el contrario al esperado: una sonrisa similar a la de Fenrir se esbozó en su rostro.
"La altura y el entorno le dan ventaja" pensó el asesino. "Lo mejor será moverse a un sitio menos inestable". Con gracilidad, el mercenario se acercó a la orilla de la isla-nube, sin dejar de apuntar al guardián ni un solo instante con su hoja incandescente.
- No quieres hacer esa estupidez. -le dijo el lancero.
- Oh, claro que quiero. Si intentas quitarme una sola moneda, vas a perder algo más que la mano. -Fenrir le observó desde abajo, sopesando las posibilidades. Con un movimiento lento, movió la espada para enfundarla de nuevo. La posición del ángel se relajó ligeramente "Te tengo".
La espada se movió a toda velocidad un instante antes de entrar en la vaina. Un tajo de energía salió disparado hacia el guardián, que apenas tuvo tiempo a interponer su lanza para detenerlo. El impacto le hizo tambalearse, momento que aprovechó Fenrir para correr hacia las casas. La gente que paseaba por el lugar echó a correr, gritando. De pronto, una punzada brutal le golpeó en la espalda. Sintió el acero de la lanza clavándose en su costado. La sangre empezó a brotar de la herida "¡Mierda!" pensó. El dolor no era gran cosa, pero sabía que el daño era mayor de lo que él sentía. Rugió con fuerza, girándose hacia su rival, que ahora estaba desarmado.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Continuó hablando con la mujer, intentando sacarle la mayor cantidad de información posible. No pudo evitar sorprenderse cuando supo dónde estaba... ¿Quién iba a pensar que llegaría a Skypiea? La historia contaba que el antiguo Rey de los Piratas, Monkey D. Luffy, pisó aquellas tierras en una de sus aventuras. Katharina no hubiera creído que existía si no hubiese estado allí, frente a una mujer alada de la Isla del Cielo. Había un sinfín de cosas que descubrir, investigar y estudiar, muchas personas hablaban sobre una ciudad hecha de oro. ¿Sería real? Esperaba que sí, puesto que si era cierto lo que se rumoreaba, se haría inmensamente rica. Y el dinero era una buena fuente de poder. Para bien o para mal, los berries lo eran todo.
Katharina agradeció la hospitalidad de la anciana, quien no tuvo mayor ambición que ayudar a una persona que necesitaba ayuda. La bruja era incapaz de comprender la bondad que habitaba en los corazones de los demás, no podía imaginarse qué clase de retribución recibiría por hacer algo así. Por otra parte, tampoco le pagó un solo peso. Había sido elección de ella haberla ayudado, no tenía por qué recompensar un servicio que no eligió. En todo caso dar las gracias era gratis, y una sonrisa también. Al parecer, la anciana no necesitaba más que eso, pues su humilde corazón se alimentaba de buenas acciones. El mundo de los vivos era un lugar tan diferente al de los muertos... Todo era cálido, las sonrisas eran sinceras y no se estaba preocupado de desaparecer para siempre.
Al salir de la casa de la mujer, se encontró en una calle transitada. Allí todas las personas contaban con alas en la espalda y se desplazaban de un lugar a otro usando extraños vehículos. Katharina era más... simple. No necesitaba montar una de esas máquinas para llegar a su destino, después de todo contaba con sus pies, ¿no? No sabía hacia donde caminaba, de hecho, ni siquiera sabía lo que tenía que hacer. Pero de pronto se vio envuelta en una extraña situación. ¿Cómo es que llegó a meterse en tal lío...? Frente a ella había un hombre enmascarado con una herida más o menos grave, y detrás de este un soldado desarmado, aparentemente un militar de la isla del cielo.
—¿Acaso es un extranjero? No tiene alas, así que debe serlo —susurró para sí misma—. ¿Por qué estará siendo atacado por ese hombre? ¿Acaso es un criminal...?
No tenía ninguna buena razón para intervenir en la ejecución de un desconocido, de hecho, por ella que los dos se matasen en ese mismo lugar. Katharina era incapaz de sentir compasión por alguien, y a menos que recibiese una buena contribución, no movería un solo dedo. En todo caso, no podía negar que le causaba interés ver el desenlace de aquel combate. En el mejor de los casos, uno de los dos moriría y Katharina tendría un nuevo cadáver que usar para experimentar. Se quedó quieta y con los brazos cruzados bajo su busto, observando plácidamente aquel combate con sus ojos azules. Si se aburría, podía intervenir para ver si podía sacar algo de ello. Dinero, reputación, fama... Cualquiera de esas cosas le venía bien, pero sobre todo algo de oro.
Katharina agradeció la hospitalidad de la anciana, quien no tuvo mayor ambición que ayudar a una persona que necesitaba ayuda. La bruja era incapaz de comprender la bondad que habitaba en los corazones de los demás, no podía imaginarse qué clase de retribución recibiría por hacer algo así. Por otra parte, tampoco le pagó un solo peso. Había sido elección de ella haberla ayudado, no tenía por qué recompensar un servicio que no eligió. En todo caso dar las gracias era gratis, y una sonrisa también. Al parecer, la anciana no necesitaba más que eso, pues su humilde corazón se alimentaba de buenas acciones. El mundo de los vivos era un lugar tan diferente al de los muertos... Todo era cálido, las sonrisas eran sinceras y no se estaba preocupado de desaparecer para siempre.
Al salir de la casa de la mujer, se encontró en una calle transitada. Allí todas las personas contaban con alas en la espalda y se desplazaban de un lugar a otro usando extraños vehículos. Katharina era más... simple. No necesitaba montar una de esas máquinas para llegar a su destino, después de todo contaba con sus pies, ¿no? No sabía hacia donde caminaba, de hecho, ni siquiera sabía lo que tenía que hacer. Pero de pronto se vio envuelta en una extraña situación. ¿Cómo es que llegó a meterse en tal lío...? Frente a ella había un hombre enmascarado con una herida más o menos grave, y detrás de este un soldado desarmado, aparentemente un militar de la isla del cielo.
—¿Acaso es un extranjero? No tiene alas, así que debe serlo —susurró para sí misma—. ¿Por qué estará siendo atacado por ese hombre? ¿Acaso es un criminal...?
No tenía ninguna buena razón para intervenir en la ejecución de un desconocido, de hecho, por ella que los dos se matasen en ese mismo lugar. Katharina era incapaz de sentir compasión por alguien, y a menos que recibiese una buena contribución, no movería un solo dedo. En todo caso, no podía negar que le causaba interés ver el desenlace de aquel combate. En el mejor de los casos, uno de los dos moriría y Katharina tendría un nuevo cadáver que usar para experimentar. Se quedó quieta y con los brazos cruzados bajo su busto, observando plácidamente aquel combate con sus ojos azules. Si se aburría, podía intervenir para ver si podía sacar algo de ello. Dinero, reputación, fama... Cualquiera de esas cosas le venía bien, pero sobre todo algo de oro.
Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Fenrir llevó la mano a la herida. La lanza le había atravesado la carne, y le molestaba mucho. Calculó que tenía algunos minutos antes de que la pérdida de sangre le hiciera perder la consciencia. "Ah, que demonios..." con un gruñido, el mercenario llevó la mano a la lanza, agarrándola con firmeza y rompiéndola de un rodillazo. Sentía como la ropa se le pegaba al cuerpo. No era una sensación agradable.
- ¡Reza lo que sepas, emplumado! -el hombre empezó a avanzar con paso lento pero seguro, moviendo la espada en su mano. De pronto entró a correr hacia su oponente, desapareciendo y reapareciendo tras él, con la espada describiendo un arco. Un rastro de sangre unía la hoja con el pecho del guardián, que puso los ojos en blanco. Tras unos segundos, cayó de rodillas en el suelo, apoyando la mano para no desplomarse del todo. Con sus últimas energías sacó una especie de concha nacarada de color oscuro. Se escuchó un click, y un sonido estruendoso salió de la caracola.
De entre los edificios, cuatro hombres más aparecieron, todos ellos armados con sus respectivas lanzas. Fenrir giró la cara y escupió al suelo con desprecio. "Matas a una cucaracha y cuatro más salen de la nada". Lentamente se giró hacia ellos, agarrando la espada con la mano izquierda, en una posición claramente agresiva.
- ¿Qué os pasa? ¡Venid y luchar, cobardes! -rugió, mientras su cuerpo empezaba a crecer ligeramente de tamaño y a convulsionarse. La chaqueta y el pantalón empezaron a ondear ante una brisa inexistente. La máscara se extendió sobre su rostro, como si de una segunda piel se tratase. Su espada empezó a cambiar de forma, a una mucho más grande y que evocaba sentimientos mucho más siniestros. En unos instantes, en lugar del mercenario pelirrojo había un ser de maldad absoluta y poderosa presencia: el mismísimo Segador, la Parca, la Muerte-. JAQUE EN CUATRO.
La nube bajo sus pies onduló ligeramente cuando echó a correr, apenas convertido en una sombra que se movía a una velocidad endiablada. Uno de los guardias no tuvo tiempo a reaccionar antes de que el espectro negro le segara la vida de un corte de su guadaña. En un instante, ya estaba al lado de otro de los guardias, dando un golpe ascendente. El skypiano trató de bloquear el ataque, pero tanto él como su arma fueron partidos en dos. Los dos restantes, presa del pánico echaron a correr.
- HUID, CONEJOS ASUSTADOS... -Fenrir empezó a reír con su voz de ultratumba, mientras volvía a su forma humana. Fue entonces cuando se percató de la presencia de la muchacha a apenas unos metros de él. No tenía alas como los demás presentes, que huían despavoridos, lo cual enseguida llamó su atención. Sonriendo bajo la máscara, se cruzó de brazos, espada en mano, y la observó en silencio.
- ¡Reza lo que sepas, emplumado! -el hombre empezó a avanzar con paso lento pero seguro, moviendo la espada en su mano. De pronto entró a correr hacia su oponente, desapareciendo y reapareciendo tras él, con la espada describiendo un arco. Un rastro de sangre unía la hoja con el pecho del guardián, que puso los ojos en blanco. Tras unos segundos, cayó de rodillas en el suelo, apoyando la mano para no desplomarse del todo. Con sus últimas energías sacó una especie de concha nacarada de color oscuro. Se escuchó un click, y un sonido estruendoso salió de la caracola.
De entre los edificios, cuatro hombres más aparecieron, todos ellos armados con sus respectivas lanzas. Fenrir giró la cara y escupió al suelo con desprecio. "Matas a una cucaracha y cuatro más salen de la nada". Lentamente se giró hacia ellos, agarrando la espada con la mano izquierda, en una posición claramente agresiva.
- ¿Qué os pasa? ¡Venid y luchar, cobardes! -rugió, mientras su cuerpo empezaba a crecer ligeramente de tamaño y a convulsionarse. La chaqueta y el pantalón empezaron a ondear ante una brisa inexistente. La máscara se extendió sobre su rostro, como si de una segunda piel se tratase. Su espada empezó a cambiar de forma, a una mucho más grande y que evocaba sentimientos mucho más siniestros. En unos instantes, en lugar del mercenario pelirrojo había un ser de maldad absoluta y poderosa presencia: el mismísimo Segador, la Parca, la Muerte-. JAQUE EN CUATRO.
La nube bajo sus pies onduló ligeramente cuando echó a correr, apenas convertido en una sombra que se movía a una velocidad endiablada. Uno de los guardias no tuvo tiempo a reaccionar antes de que el espectro negro le segara la vida de un corte de su guadaña. En un instante, ya estaba al lado de otro de los guardias, dando un golpe ascendente. El skypiano trató de bloquear el ataque, pero tanto él como su arma fueron partidos en dos. Los dos restantes, presa del pánico echaron a correr.
- HUID, CONEJOS ASUSTADOS... -Fenrir empezó a reír con su voz de ultratumba, mientras volvía a su forma humana. Fue entonces cuando se percató de la presencia de la muchacha a apenas unos metros de él. No tenía alas como los demás presentes, que huían despavoridos, lo cual enseguida llamó su atención. Sonriendo bajo la máscara, se cruzó de brazos, espada en mano, y la observó en silencio.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Sin duda alguna quedó sorprendida por los extraños poderes del sujeto que recibió la furia de aquel guardia. Era endemoniadamente veloz, pero ¿lo era más que ella? En todo caso, era hábil con la espada y eso no podía negarlo. Acabó sin mucho esfuerzo con el soldado, quien cayó casi derrotado al suelo, sosteniéndose con la mano para luego sacar un pequeño objeto y convocar a sus hermanos de armas. Ahora sabía cómo se comunicaban los hombres de la Isla del Cielo, lo tendría en mente por si tenía que deshacerse de algún guardia. Rápidamente aparecieron varios soldados más, todos intentando detener al enmascarado, pero este era demasiado para ellos. Pronto desapareció lo que alguna vez fue hombre para dar paso a un ser completamente... inhumano.
En ese momento Katharina comprendió que en los mares había muchos hombres fuertes y con poderes extraños, aunque jamás había visto algo como eso. Era una figura que reconocía muy bien, demasiado. Estuvo suficiente tiempo en Yuu no Seikai para reconocer una de las formas de la Muerte, tanto como para ya no temerle en lo absoluto. La pelirrosa sonrió. ¿Qué hubiera hecho ella si siguiera en la Marina? ¿Le habría detenido? Siempre le gustaba compararse con lo que era antes para recordar lo mucho que había cambiado. En todo caso, debía estar alerta... Ella había visto todo, cada uno de los crímenes cometido por el habiloso espadachín, por lo que pronto poco podía convertirse en su objetivo.
Rápidamente desenfundó la Hoja de Argoria, la guadaña transformada en una fina hoja, y mantuvo su mantra activo. No le apetecía luchar, pero si aquel hombre decidía enfrentarse a ella, no le quedaría otra que defenderse. Su espectáculo fue estremecedor, sus gritos de ultratumba y sus ataques fueron sorprendentes. Pero pronto volvió a su aburrida forma humana... Un usuario de zoan mitológica, ¿eh? Eso no se veía todos los días. Conocía solo a unos pocos que contaban con esos extraños poderes, criaturas capaces de convertirse en bestias o deidades mitológicas, dotándose de increíbles habilidades. Y sonrió, pues ella tenía un arma que encerraba la fuerza de una diosa.
—¿Siempre eres así de escandaloso? —Le preguntó ella con una sonrisa cuando se fijó que le miraba— Debiste haberte deshecho de esos dos, podrían ser un problema.
Un asesino jamás debía dejar cabos sueltos, aunque dudaba si aquel hombre podía llamarse uno. Se metió en problemas frente a todo un pueblo, dejó huir a dos soldados que podían reconocerle, además había mostrado su poder. Katharina hubiera hecho de otra forma las cosas... ¿Primero? Se hubiera ahorrado todos los problemas con el guardia, como seguramente lo hizo cuando llegó a la isla. Y si hubiera tenido que enfrentarse a alguien, habría acabado con él sin ser vista. En todo caso cada persona tenía una forma diferente de hacer las cosas, no podía reprocharle eso.
—Veo que no eres de por aquí, como yo —le diría en caso de que el hombre no hiciera ninguna estupidez—. ¿Cuál es tu propósito? ¿Vienes a conocer la Ciudad de Oro?
En ese momento Katharina comprendió que en los mares había muchos hombres fuertes y con poderes extraños, aunque jamás había visto algo como eso. Era una figura que reconocía muy bien, demasiado. Estuvo suficiente tiempo en Yuu no Seikai para reconocer una de las formas de la Muerte, tanto como para ya no temerle en lo absoluto. La pelirrosa sonrió. ¿Qué hubiera hecho ella si siguiera en la Marina? ¿Le habría detenido? Siempre le gustaba compararse con lo que era antes para recordar lo mucho que había cambiado. En todo caso, debía estar alerta... Ella había visto todo, cada uno de los crímenes cometido por el habiloso espadachín, por lo que pronto poco podía convertirse en su objetivo.
Rápidamente desenfundó la Hoja de Argoria, la guadaña transformada en una fina hoja, y mantuvo su mantra activo. No le apetecía luchar, pero si aquel hombre decidía enfrentarse a ella, no le quedaría otra que defenderse. Su espectáculo fue estremecedor, sus gritos de ultratumba y sus ataques fueron sorprendentes. Pero pronto volvió a su aburrida forma humana... Un usuario de zoan mitológica, ¿eh? Eso no se veía todos los días. Conocía solo a unos pocos que contaban con esos extraños poderes, criaturas capaces de convertirse en bestias o deidades mitológicas, dotándose de increíbles habilidades. Y sonrió, pues ella tenía un arma que encerraba la fuerza de una diosa.
—¿Siempre eres así de escandaloso? —Le preguntó ella con una sonrisa cuando se fijó que le miraba— Debiste haberte deshecho de esos dos, podrían ser un problema.
Un asesino jamás debía dejar cabos sueltos, aunque dudaba si aquel hombre podía llamarse uno. Se metió en problemas frente a todo un pueblo, dejó huir a dos soldados que podían reconocerle, además había mostrado su poder. Katharina hubiera hecho de otra forma las cosas... ¿Primero? Se hubiera ahorrado todos los problemas con el guardia, como seguramente lo hizo cuando llegó a la isla. Y si hubiera tenido que enfrentarse a alguien, habría acabado con él sin ser vista. En todo caso cada persona tenía una forma diferente de hacer las cosas, no podía reprocharle eso.
—Veo que no eres de por aquí, como yo —le diría en caso de que el hombre no hiciera ninguna estupidez—. ¿Cuál es tu propósito? ¿Vienes a conocer la Ciudad de Oro?
Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La sonrisa de Fenrir se desvaneció, no le gustaba que aquella mujer estuviese juzgando su manera de proceder. Observó la espada que ella sostenía en la mano. Con una mueca de asco y desprecio, torció la cara:
- Si vuelven, me aseguraré de que lo lamenten. -dijo secamente, mientras tanteaba su espada en la mano. Su mantra estaba centrado en la mujer. Parecía ser fuerte, quizás incluso más que él mismo. Un desafío a la altura de sus expectativas, y que sin duda habría aceptado de no ser por la herida de la espalda. Sentía cómo la debilidad le invadía poco a poco. Algunos de los ciudadanos aún se alejaban por las calles, a lo lejos, ahora estaban solos ellos dos y los cuerpos de los tres guardias. Con pasos rápidos y cortos, el espadachín se acercó a la concha nacarada, y de un fuerte pisotón la rompió, partiendo el caparazón en cientos de astillas.
Una vez se hubo asegurado de la ausencia de más enemigos a excepción de aquella mujer, respondió:
- Mi propósito solo es cosa mía. ¿Y de qué ciudad hablas? -recordaba haber leído algo sobre aquello en los libros de Smitch: una enorme ciudad donde los dioses de Skypeia vivían. Tal y como se daba a entender en la obra, aquello era una exageración, una metáfora acerca de un lugar sagrado de los dioses, una falsedad. Pero de existir, sería interesante llevarse algún "recuerdo" del lugar.
Apretó los dientes en silencio, mientras envainaba con lentitud su arma, aún con el haki centrado en la mujer. Su herida aún le molestaba. Necesitaba unas vendas para taparla cuanto antes. Pese a todo, aquella joven había logrado despertar su curiosidad, aumentada por el hecho de que pareciese una humana normal, sin extrañas alas en la espalda o antenas en la cabeza.
- ¿Cómo te llamas, mujer? -preguntó el pelirrojo, tomando una posición más relajada, pero aún alerta ante cualquier sígno de peligro. Con un simple movimiento aún podía entrar en combate, de requerirse.
- Si vuelven, me aseguraré de que lo lamenten. -dijo secamente, mientras tanteaba su espada en la mano. Su mantra estaba centrado en la mujer. Parecía ser fuerte, quizás incluso más que él mismo. Un desafío a la altura de sus expectativas, y que sin duda habría aceptado de no ser por la herida de la espalda. Sentía cómo la debilidad le invadía poco a poco. Algunos de los ciudadanos aún se alejaban por las calles, a lo lejos, ahora estaban solos ellos dos y los cuerpos de los tres guardias. Con pasos rápidos y cortos, el espadachín se acercó a la concha nacarada, y de un fuerte pisotón la rompió, partiendo el caparazón en cientos de astillas.
Una vez se hubo asegurado de la ausencia de más enemigos a excepción de aquella mujer, respondió:
- Mi propósito solo es cosa mía. ¿Y de qué ciudad hablas? -recordaba haber leído algo sobre aquello en los libros de Smitch: una enorme ciudad donde los dioses de Skypeia vivían. Tal y como se daba a entender en la obra, aquello era una exageración, una metáfora acerca de un lugar sagrado de los dioses, una falsedad. Pero de existir, sería interesante llevarse algún "recuerdo" del lugar.
Apretó los dientes en silencio, mientras envainaba con lentitud su arma, aún con el haki centrado en la mujer. Su herida aún le molestaba. Necesitaba unas vendas para taparla cuanto antes. Pese a todo, aquella joven había logrado despertar su curiosidad, aumentada por el hecho de que pareciese una humana normal, sin extrañas alas en la espalda o antenas en la cabeza.
- ¿Cómo te llamas, mujer? -preguntó el pelirrojo, tomando una posición más relajada, pero aún alerta ante cualquier sígno de peligro. Con un simple movimiento aún podía entrar en combate, de requerirse.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se sintió decepcionada... Así que el enmascarado no conocía la Ciudad de Oro, bueno, tampoco es que ella la conociese, pero al menos había escuchado algo de ella. Construcciones doradas como el sol mismo, riquezas por donde se mirase, incluso armas y artefactos olvidados, muchos de ellos guardaban un increíble poder. Si Katharina pensaba hacerse rica, tenía que conseguir información para llegar hasta allá, aunque no terminaba de convencerse por qué estaba ahí, hablando con ese hombre, intentando descubrir una utilidad en él. No había dudas de que fuera fuerte y violento, un espadachín sanguinario que se enfrentaba a la muerte sin problema alguno. Si necesitaba contratar a un guardaespaldas, sería alguien como él.
Los ojos azules de Katharina advirtieron el malestar del desconocido, no necesitaba ser psicóloga ni médica para darse cuenta de eso. Incluso si podía transformarse en la Muerte, su verdadero cuerpo seguía siendo el de un humano. Y el dolor también. Le sorprendía el hecho de que aún seguía en pie, como esperando algo, intentando sobreponerse a la herida. Bueno, ¿qué perdía con ayudarle? Tal vez así conseguía que el sanguinario espadachín dejara de ser tan tosco. Suavemente alzó su mano para bañarla con una tenue luz dorada, y si el enmascarado no se rehusaba, pronto él sería bañado con el mismo brillo, seguramente sintiéndose aliviado. No cerraría por completo la herida, pero ayudaría con el malestar.
—Hace muchos años, Shandora fue construida por los habitantes de Jaya, antes de que subiese hasta acá —comenzó a contar—. Muchas historias dicen que cayó durante el Siglo Vacío ante los Reinos que ahora conforman el Gobierno Mundial, aunque no es más que una historia, ¿verdad? El caso es que si una isla como esta existe, ¿por qué no puede existir Shandora, la Ciudad de Oro?
Katharina conocía muchos datos de la historia gracias a sus incontables estudios, aunque aún le faltaba mucho por aprender. Sin embargo, si viajaba a las ruinas de lo que alguna vez fue una antigua civilización, seguro que encontraría información importante, uno que otro dato para comprender lo que sucedió hacía muchos años. Estaba casi segura de que había algo que le permitiría saber algo más acerca del Siglo Vacío, la vieja historia.
—Puedes llamarme Selene, espadachín —respondió ante la pregunta con una ligera sonrisa—. No hay ninguna razón para que confíes en mí, y tampoco la hay para que yo confíe en ti, pero he visto lo hábil que eres con la espada. Quiero ver con mis propios ojos la Ciudad de Oro, comprobar si existe, y para eso necesitaré la ayuda de alguien que sepa cómo defenderse —le comentó—. Dime, enmascarado, ¿cómo te llamas?
Los ojos azules de Katharina advirtieron el malestar del desconocido, no necesitaba ser psicóloga ni médica para darse cuenta de eso. Incluso si podía transformarse en la Muerte, su verdadero cuerpo seguía siendo el de un humano. Y el dolor también. Le sorprendía el hecho de que aún seguía en pie, como esperando algo, intentando sobreponerse a la herida. Bueno, ¿qué perdía con ayudarle? Tal vez así conseguía que el sanguinario espadachín dejara de ser tan tosco. Suavemente alzó su mano para bañarla con una tenue luz dorada, y si el enmascarado no se rehusaba, pronto él sería bañado con el mismo brillo, seguramente sintiéndose aliviado. No cerraría por completo la herida, pero ayudaría con el malestar.
—Hace muchos años, Shandora fue construida por los habitantes de Jaya, antes de que subiese hasta acá —comenzó a contar—. Muchas historias dicen que cayó durante el Siglo Vacío ante los Reinos que ahora conforman el Gobierno Mundial, aunque no es más que una historia, ¿verdad? El caso es que si una isla como esta existe, ¿por qué no puede existir Shandora, la Ciudad de Oro?
Katharina conocía muchos datos de la historia gracias a sus incontables estudios, aunque aún le faltaba mucho por aprender. Sin embargo, si viajaba a las ruinas de lo que alguna vez fue una antigua civilización, seguro que encontraría información importante, uno que otro dato para comprender lo que sucedió hacía muchos años. Estaba casi segura de que había algo que le permitiría saber algo más acerca del Siglo Vacío, la vieja historia.
—Puedes llamarme Selene, espadachín —respondió ante la pregunta con una ligera sonrisa—. No hay ninguna razón para que confíes en mí, y tampoco la hay para que yo confíe en ti, pero he visto lo hábil que eres con la espada. Quiero ver con mis propios ojos la Ciudad de Oro, comprobar si existe, y para eso necesitaré la ayuda de alguien que sepa cómo defenderse —le comentó—. Dime, enmascarado, ¿cómo te llamas?
- Técnica usada:
- Sanar: Rodea al objetivo de energía arcana para sanar las heridas. Las heridas descenderán a un rango inferior (permite sanar heridas moderadas, leves e insignificantes). Tiene un alcance de 15 metros + 1 por cada 5 niveles, es decir, puede usarlo sobre otro objetivo en ese rango. Tiempo de recarga: 2 turnos. Solo puede ser usado dos veces por combate.
Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Fenrir se tensó cuando vio a la mujer crear un aura de luz brillante en las manos. ¿Era un ataque de energía? Su mantra no detectaba ninguna acción hostil por parte de la mujer, así que decidió que podía darle un voto de confianza. En cuanto la luz sanadora recorrió su cuerpo, sintió un ligero alivio, aunque apenas imperceptible. Pensó que era mejor no preguntar, y cuando la mujer empezó a hablar acerca de la ciudad de oro, agudizó el oído. "Así que una especie de Dorado" pensó el hombre, recordando lo que había leído en los libros de mitología que tenía Smitch en su biblioteca. Fue entonces cuando la mujer se presentó como Selene. Admitió que la confianza mutua no era precisamente la opción más lógica, pero estaba interesada en la habilidad del espadachín a la hora de combatir, con lo que le interesaba "contratarlo" de guardaespaldas.
- Dada tu falta de reacción, y al hecho de que me has ayudado, voy a suponer que no eres uno de esos marines que no paran de molestarme -el pelirrojo sonrió-. A lo mejor me has visto en algún cartel. Soy Hoja Escarlata, el cómo me llames me da igual -envainó la espada, arqueando las cejas bajo la máscara. Tras observar alrededor, y viendo la pequeña masacre que había provocado, añadió-. Y he de advertirte, no creo que les vaya a gustar a estos tipos que estés conmigo.
Tras eso, el pelirrojo empezó a caminar hacia una de las casas al azar. La mejor forma de saber dónde estaba aquella maravillosa ciudad dorada era, a su forma de ver, preguntar a los pueblerinos. Con delicadeza, el hombre se acercó a la puerta y dio un par de toques en ella. Pasaron unos pocos segundos, sin respuesta alguna. Frunciendo el ceño, Fenrir llamó un poco más fuerte. Probablemente quien fuera que viviera allí dentro estaría asustado ante la presencia de aquel asesino en su puerta. Fenrir lo entendía, pero una suma cuantiosa de dinero se le presentaba en un futuro próximo, y no iba a dejar que una puerta de madera se interpusiera en su camino.
- Espero que no les importe... -murmuró de forma irónica, mientras apoyaba la mano en el mango y tiraba con fuerza hacia abajo.
Las venas del cuello empezaron a hincharse debido al esfuerzo, y su rostro se empezó a colorear mientras resoplaba ligeramente. Con un par de empujones, el mercenario reventó la manija, que salió disparada. De una patada, la puerta se abrió sin mayor problema, descubriéndole una escena enternecedora. Un joven alado se interponía entre él y dos críos que debían rozar los cinco años. Estaban asustados.
- No quiero haceros daño -el código de Fenrir, aunque laxo, tenía algunas máximas, entre las que se encontraba el evitar dañar en lo posible a niños y niñas, pese a lo molestos que pudieran ser a veces-. Así que dime, ¿dónde está Shandora? -añadió, señalando al que debía ser el padre de las criaturas.
- Dada tu falta de reacción, y al hecho de que me has ayudado, voy a suponer que no eres uno de esos marines que no paran de molestarme -el pelirrojo sonrió-. A lo mejor me has visto en algún cartel. Soy Hoja Escarlata, el cómo me llames me da igual -envainó la espada, arqueando las cejas bajo la máscara. Tras observar alrededor, y viendo la pequeña masacre que había provocado, añadió-. Y he de advertirte, no creo que les vaya a gustar a estos tipos que estés conmigo.
Tras eso, el pelirrojo empezó a caminar hacia una de las casas al azar. La mejor forma de saber dónde estaba aquella maravillosa ciudad dorada era, a su forma de ver, preguntar a los pueblerinos. Con delicadeza, el hombre se acercó a la puerta y dio un par de toques en ella. Pasaron unos pocos segundos, sin respuesta alguna. Frunciendo el ceño, Fenrir llamó un poco más fuerte. Probablemente quien fuera que viviera allí dentro estaría asustado ante la presencia de aquel asesino en su puerta. Fenrir lo entendía, pero una suma cuantiosa de dinero se le presentaba en un futuro próximo, y no iba a dejar que una puerta de madera se interpusiera en su camino.
- Espero que no les importe... -murmuró de forma irónica, mientras apoyaba la mano en el mango y tiraba con fuerza hacia abajo.
Las venas del cuello empezaron a hincharse debido al esfuerzo, y su rostro se empezó a colorear mientras resoplaba ligeramente. Con un par de empujones, el mercenario reventó la manija, que salió disparada. De una patada, la puerta se abrió sin mayor problema, descubriéndole una escena enternecedora. Un joven alado se interponía entre él y dos críos que debían rozar los cinco años. Estaban asustados.
- No quiero haceros daño -el código de Fenrir, aunque laxo, tenía algunas máximas, entre las que se encontraba el evitar dañar en lo posible a niños y niñas, pese a lo molestos que pudieran ser a veces-. Así que dime, ¿dónde está Shandora? -añadió, señalando al que debía ser el padre de las criaturas.
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Hoja Escarlata era un buen nombre para un espadachín, ¿se lo había inventado él? En todo caso eso no importaba, después de todo solo era una forma para llamarle. A Katharina no le importaba lo que la gente de Skypiea podía pensar de ella, era una pirata y se sentía en la libertad de hacer lo que se le diera la gana. Saquear Shandora era una de esas ideas. Un pirata puede convertirse en uno por diferentes motivos: fama, riqueza, poder, libertad... Cualquiera de esas opciones era tan válida como simplemente llamarse pirata porque sí. No es que hubiera un código que dijera la forma de actuar de un hombre del mar, aunque la mayoría no eran más que ruines y débiles criminales. Katharina no veía el sentido de abusar del más débil, pero sí de buscar poder y, este último, era diferente para cada individuo.
Al ver que el espadachín derribó la puerta usando un poco de fuerza bruta, la bruja movió repetida y negativamente la cabeza, pensando que primero debía pensar un poco antes de hacer las cosas. Katharina cerró los ojos e impulsó su alma hacia el otro mundo, encontrándose con varios espíritus. Ese mundo no era más que una cáscara, una delgada superficie de lo que en verdad era Yuu no Seikai. No tenía el frío sepulcral ni tampoco las voces demenciales, de hecho, era muy fácil entablar comunicación con cualquiera entidad de ahí. La bruja se acercó a uno de los hombres que acababa de morir.
—Luchaste bien, guardián, y cumpliste tu misión —le mencionó, mintiéndole—. El espadachín y asesino, llamado Hoja Escarlata, pretende llegar a Shandora y esparcir su maldad en ella. Te pido que me digas dónde está aquella ciudad para detenerle.
Al principio, el difunto guardián dudó de las intenciones de Katharina, pero después de entablar una buena conversación, terminó dándole indicaciones algo generales, pero útiles. Agradeció la ayuda del soldado y salió del mundo de los espíritus, volviendo al de los vivos con información. Esperaba que Hoja Escarlata pudiera conseguir algo sobre Shandora, su ubicación y los peligros que la acechan, para así compartir información y tener algo más concreto.
—Shandora queda hacia el norte —le diría a su compañero—. Es lo único que pude conseguir, no es mucho.
Al ver que el espadachín derribó la puerta usando un poco de fuerza bruta, la bruja movió repetida y negativamente la cabeza, pensando que primero debía pensar un poco antes de hacer las cosas. Katharina cerró los ojos e impulsó su alma hacia el otro mundo, encontrándose con varios espíritus. Ese mundo no era más que una cáscara, una delgada superficie de lo que en verdad era Yuu no Seikai. No tenía el frío sepulcral ni tampoco las voces demenciales, de hecho, era muy fácil entablar comunicación con cualquiera entidad de ahí. La bruja se acercó a uno de los hombres que acababa de morir.
—Luchaste bien, guardián, y cumpliste tu misión —le mencionó, mintiéndole—. El espadachín y asesino, llamado Hoja Escarlata, pretende llegar a Shandora y esparcir su maldad en ella. Te pido que me digas dónde está aquella ciudad para detenerle.
Al principio, el difunto guardián dudó de las intenciones de Katharina, pero después de entablar una buena conversación, terminó dándole indicaciones algo generales, pero útiles. Agradeció la ayuda del soldado y salió del mundo de los espíritus, volviendo al de los vivos con información. Esperaba que Hoja Escarlata pudiera conseguir algo sobre Shandora, su ubicación y los peligros que la acechan, para así compartir información y tener algo más concreto.
—Shandora queda hacia el norte —le diría a su compañero—. Es lo único que pude conseguir, no es mucho.
- Spoiler:
- He usado este mapa para decir que se encuentra al norte.
Fenrir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El hombre temblaba. Tenía miedo. Fenrir giró la cabeza ligeramente, mientras observaba al tipo. Con un tono neutro, dijo:
- Tienes tres opciones, y solo una va a acabar bien para ti -con la mano que le quedaba libre, el mercenario elevó tres dedos hacia arriba-. La primera: intentas luchar conmigo. Creo que puedes suponer cuál es el desenlace -el pelirrojo bajó uno de los dedos-. La segunda, no me dices lo que quiero oír, con lo que probablemente me enfade mucho, y no quieres enfadarme -tan solo el índice quedaba extendido-. Por último, si me dices lo que quiero oír me iré sin más. Tú eliges, pero no tengo mucha paciencia.
- ¡No te tenemos miedo! -gritó uno de los niños, apuntándole con la mano y moviendo el puño de forma amenazante.
- ¡Shandora está al norte! -exclamó el padre, mientras señalaba hacia el exterior-. Hay que ir navegando por la Milky Road. Por favor, ¡no les hagas daño! -Fenrir enfundó su arma de nuevo, y asintió en silencio.
- No ha sido difícil, ¿verdad? -el hombre se dio media vuelta y salió al exterior del domicilio.
Afuera estaban los restos de la gente, y entre ellos, cerca de un guardia, Selene le informó de que la ciudad estaba al norte. "Pues vaya, menuda novedad...". el mercenario entonces, observó hacia la dirección en la que en principio se encontraban aquellas ruinas doradas. Entre el mar de nubes no se veía gran cosa, pero dudaba que aquel hombre le hubiera mentido. Y si lo había hecho, se arrepentiría.
- Según he descubierto, hay que ir por algo llamado la Milky Road. No tengo muy claro qué es, pero por su nombre diría que es un camino de algún tipo. -sin mucho más que decir, el hombre empezó a caminar hacia el norte.
Apenas unos trescientos metros más allá, pasado aquel conjunto de casas, las nubes sólidas daban paso a otro montón de nubes, pero de aspecto mucho más líquido, que parecían llevar hacia diferentes lugares, como si de un canal se tratase, solo que en lugar de agua, aquel estaba lleno de aquella sustancia blanca y lechosa.
- Mmmm... algo me dice que esto es lo que llaman la Milky Road -con cuidado, el pelirrojo se inclinó sobre aquella extraña corriente, y sumergió la mano. En efecto, se sentía muy similar al agua, y estaba bastante seguro de que sería igual de mortal para él que la misma. De hecho, bajo la corriente no parecía haber nada, con lo que si se hundía, no solo se ahogaría, sino que a mayores le esperaba una caída de varios miles de metros-. Bueno, creo que necesitamos un transporte si queremos ir por aquí. ¿Se te ocurre algo?
- Tienes tres opciones, y solo una va a acabar bien para ti -con la mano que le quedaba libre, el mercenario elevó tres dedos hacia arriba-. La primera: intentas luchar conmigo. Creo que puedes suponer cuál es el desenlace -el pelirrojo bajó uno de los dedos-. La segunda, no me dices lo que quiero oír, con lo que probablemente me enfade mucho, y no quieres enfadarme -tan solo el índice quedaba extendido-. Por último, si me dices lo que quiero oír me iré sin más. Tú eliges, pero no tengo mucha paciencia.
- ¡No te tenemos miedo! -gritó uno de los niños, apuntándole con la mano y moviendo el puño de forma amenazante.
- ¡Shandora está al norte! -exclamó el padre, mientras señalaba hacia el exterior-. Hay que ir navegando por la Milky Road. Por favor, ¡no les hagas daño! -Fenrir enfundó su arma de nuevo, y asintió en silencio.
- No ha sido difícil, ¿verdad? -el hombre se dio media vuelta y salió al exterior del domicilio.
Afuera estaban los restos de la gente, y entre ellos, cerca de un guardia, Selene le informó de que la ciudad estaba al norte. "Pues vaya, menuda novedad...". el mercenario entonces, observó hacia la dirección en la que en principio se encontraban aquellas ruinas doradas. Entre el mar de nubes no se veía gran cosa, pero dudaba que aquel hombre le hubiera mentido. Y si lo había hecho, se arrepentiría.
- Según he descubierto, hay que ir por algo llamado la Milky Road. No tengo muy claro qué es, pero por su nombre diría que es un camino de algún tipo. -sin mucho más que decir, el hombre empezó a caminar hacia el norte.
Apenas unos trescientos metros más allá, pasado aquel conjunto de casas, las nubes sólidas daban paso a otro montón de nubes, pero de aspecto mucho más líquido, que parecían llevar hacia diferentes lugares, como si de un canal se tratase, solo que en lugar de agua, aquel estaba lleno de aquella sustancia blanca y lechosa.
- Mmmm... algo me dice que esto es lo que llaman la Milky Road -con cuidado, el pelirrojo se inclinó sobre aquella extraña corriente, y sumergió la mano. En efecto, se sentía muy similar al agua, y estaba bastante seguro de que sería igual de mortal para él que la misma. De hecho, bajo la corriente no parecía haber nada, con lo que si se hundía, no solo se ahogaría, sino que a mayores le esperaba una caída de varios miles de metros-. Bueno, creo que necesitamos un transporte si queremos ir por aquí. ¿Se te ocurre algo?
Katharina von Steinhell
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
No sabía lo que era eso de Milky Road, pero pronto lo descubriría. El espadachín volvió con información precisa acerca de la ubicación de Shandora, aunque algo le decía a Katharina que no sería fácil llegar hasta allá. Caminó en silencio, inmersa en sus pensamientos, y detrás de Hoja Escarlata. Terminaron llegando a una especie de conducto, un río formado meramente por nubes de aspecto más “líquido”, en vez de sólido como las que estaban en el pueblo. Al igual que su compañero, la pelirrosa se acercó hacia el canal de nubes y sumergió la mano, sintiendo ligeramente los efectos del agua, dándose por confirmado que caer ahí sería mortal.
¿Un transporte...? La bruja no necesitaba nada de eso, simplemente podía levitar o caminar sobre las nubes, congelándolas gracias a sus poderes mágicos, pero sería algo agotador y no quería enseñarle sus habilidades a Hoja Escarlata. Aún no. No confiaba en él y si caminaban juntos, era únicamente por la promesa de conocer una ciudad hecha de oro. Sería una grave equivocación revelar lo que era capaz de hacer, dándole ventaja en conocimiento a una persona que le podía traicionar. En todo caso, ahora tenía un problema que resolver y era hacerse de un bote, pero ¿de dónde sacaría uno? Lo sensato era robar uno del pueblo, pero volver sería una estupidez sabiendo que debe haber soldados buscando al espadachín.
—Se me ocurren algunas opciones, sí, pero ninguna tan buena —le respondió con sinceridad—. No es que sepa demasiado de geografía, pero ¿no nos conviene caminar por el borde del río? Nos cansaremos algo más, pero llegaremos de todas formas.
En todo caso, ambos debían tomar rápidamente una decisión. El mantra de Katharina le alertó la presencia de al menos veinte hombres que se acercaban hacia donde estaban ellos, y seguro que no eran personas muy amigables. Hoja Escarlata arremetió contra el pueblo de Skypiea, asesinó a varios de sus guardianes y lo normal era que no saliera impune. Por otro lado, la bruja no había hecho nada especialmente malo... Aunque si la atrapaban estando junto al espadachín, tal vez los sucesos se tergiversarían y terminarían considerándola otra criminal. Podía luchar, claro, pero nunca se sabía si terminaría peleando contra alguien más fuerte que ella. Había solo una cuestión que le tranquilizaba: los hombres de Paraíso no eran tan fuertes como los del Nuevo Mundo. Las posibilidades de que tuviera que enfrentar a un miembro del CP9 eran muy escasas, y dudaba completamente que allí hubiera un contralmirante.
—Sea como sea, apresurémonos. Yo opto por caminar.
¿Un transporte...? La bruja no necesitaba nada de eso, simplemente podía levitar o caminar sobre las nubes, congelándolas gracias a sus poderes mágicos, pero sería algo agotador y no quería enseñarle sus habilidades a Hoja Escarlata. Aún no. No confiaba en él y si caminaban juntos, era únicamente por la promesa de conocer una ciudad hecha de oro. Sería una grave equivocación revelar lo que era capaz de hacer, dándole ventaja en conocimiento a una persona que le podía traicionar. En todo caso, ahora tenía un problema que resolver y era hacerse de un bote, pero ¿de dónde sacaría uno? Lo sensato era robar uno del pueblo, pero volver sería una estupidez sabiendo que debe haber soldados buscando al espadachín.
—Se me ocurren algunas opciones, sí, pero ninguna tan buena —le respondió con sinceridad—. No es que sepa demasiado de geografía, pero ¿no nos conviene caminar por el borde del río? Nos cansaremos algo más, pero llegaremos de todas formas.
En todo caso, ambos debían tomar rápidamente una decisión. El mantra de Katharina le alertó la presencia de al menos veinte hombres que se acercaban hacia donde estaban ellos, y seguro que no eran personas muy amigables. Hoja Escarlata arremetió contra el pueblo de Skypiea, asesinó a varios de sus guardianes y lo normal era que no saliera impune. Por otro lado, la bruja no había hecho nada especialmente malo... Aunque si la atrapaban estando junto al espadachín, tal vez los sucesos se tergiversarían y terminarían considerándola otra criminal. Podía luchar, claro, pero nunca se sabía si terminaría peleando contra alguien más fuerte que ella. Había solo una cuestión que le tranquilizaba: los hombres de Paraíso no eran tan fuertes como los del Nuevo Mundo. Las posibilidades de que tuviera que enfrentar a un miembro del CP9 eran muy escasas, y dudaba completamente que allí hubiera un contralmirante.
—Sea como sea, apresurémonos. Yo opto por caminar.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.