El Futuro del Crimen [Moderado Mitch]

Al sentarse y pedir una nueva copa de vino, el joven Buerganor pudo comprobar como aquel gorila de escaso intelecto hablaba con su jefe mientras no le apartaba la mirada de encima. Pasados unos minutos, se acercó y le invitó a hablar con su superior. Los ojos de Mitch parecieron brillar por un instante, mientras una liviana sonrisa se dibujaba en su cara. A pasos chulescos se adentró en la habitación trasera del local, mientras dirigía unas palabras al grandullón.

—No te preocupes. Sé lo que me hago. Tú solo encargate de traerme otra copa de vino que no sea peleón.

Pese a su petición, la mirada de aquel títere de los Hong le dio a entender que no lo haría.

“Casi, pero no”

Respiró hondo y se sentó en un mullido sofá de cuero que estaba frente al mafioso. Era muy cómodo, pero las quemaduras de tabaco hacían que perdiera todo el encanto visual que podía tener un sillón como aquel. El mafioso lo miró desafiante, pero Mitch no dudó devolverle la mirada. Sus palabras fueron firmes e imperantes, así que, en ese momento, debía demostrar su mejor actuación.

—No me gusta andarme con rodeos, así que voy a ir al grano. Mi nombre es Mitch, pero puedes llamarme dedos mágicos —la cara Jeff Hong se torció al escuchar su apodo—. No pienses mal —le dijo—. Solo es mi apodo como hombre del mundillo. Bien, la información que tengo no va a salir barata. Sé que estoy en inferioridad numérica, pero también sé que eres un hombre honorable. Así que mi información a cambio de participar en el golpe que estáis preparando. Te preguntarás, ¿cómo sé yo eso? Digamos que tengo contactos hasta en el mismo infierno —hizo una pausa para ver los gestos de Hong, así como el del gorila que tenía mirándole por el flanco izquierdo. La situación era peliaguda, pero tenía la esperanza de poder salir de allí ileso.

Mientras escuchaba tu valiente (incluso podríamos decir inconsciente) alegato, en la cara del Señor Hong fue apareciendo una sonrisa de suficiencia. Finalmente, una vez terminaste de hablar, tomó la palabra, de nuevo con una voz que hacía pensar que no tenía el más mínimo miedo de ti:

- Hay que tener huevos para venir aquí y hablarme así, chico, eso te lo reconozco. Normalmente te mandaría ejecutar al proclamar tan abiertamente que sabes algo sobre el inminente golpe, pero a decir verdad me vendría bien alguien con tu valor. Así no tendría que poner en peligro la vida de ninguno de mis hombres de confianza.

El mafioso hizo una pausa, como pensando de qué manera sacar mayor provecho de tu aparición. Daba la sensación de poseer una seguridad en sí mismo que incluso podría catalogarse como arrogancia. Apenas unos segundos después retomó su discurso. Su tono, uniforme y duro, sin el menor ápice de duda:

- Dime, chico. ¿Qué clase de información tienes para mí? Y, por otro lado, ¿qué estás dispuesto a arriesgar por ser partícipe de este plan?

Sus ojos de nuevo se clavan en ti, esperando ansiosos tu respuesta y evaluando tu temple. Tienes la sensación de que sería capaz de analizar hasta el más mínimo de tus gestos.

Se encontraba en el epicentro de la boca del lobo, y resultaba extraño que se encontrara tan tranquilo rodeado de media docena miradas acusadoras que se clavaban sobre él. No solo Jeff Hong, sino que los conocidos de este lo miraban con curiosidad. Dos de ellos eran tal y como lo habían descrito Jesse y James, mientras que el tercero era de etnia caucásica con una larga y frondosa barba rojiza, tirando a anaranjada, con el tatuaje de una M en su cuello. “Un Mulligan”, se dijo, esbozando una sonrisa.

Los Mulligan eran una familia mafiosa procedente del mar del norte, de donde era él, y llevaba muchos años siendo aliada de los Hong, teniendo una gran variedad de negocios en conjunto. Ese hecho hizo que se enfrentaran a los O’ Sullivan, que eran la familia enemiga de los Mulligan, con los que llevaba muchos años de continuas disputas por la isla de Eriu Land. A sabiendas de eso, lo único que tuvo que hacer es alterar un poco lo que tenía pensado y, de esa forma, encontrar un plan de acción que lo ayudara a salir de ese embrollo.

—Lo que llamas valor, algunos lo considerarían temeridad —comentó en voz alta, intentando ganar algunos segundos para continuar desarrollando suplan en la cabeza—. Según he escuchado por ahí, sin saber cuánto de ello es verdad, aunque acabáis de confirmarme que estáis en medio de algo gordo, algunos miembros de los O’Sullivan han tomado contacto con los Vermicelli para interferir en vuestro trabajo y adelantaros en vuestra empresa. ¿Con que fin? No lo sé con total certeza, pero lo más probable es que sea para ganar más poder sobre el territorio, después de todo esta isla es un diamante en bruto de mano de obra barata y silenciosa —le dijo, con toda la calma y sosiego que podía desprender, sin darle importancia a todas las armas que había en aquel habitáculo—. Y como respuesta a tu segunda pregunta…, quien no arriesga no gana, y siempre viene bien tener conocidos en las altas esferas, no sé si me entienden —comentó, mirando a todos buscando algún gesto de aprobación que redujera la latente tensión que había en la sala—. Aunque no soy muy conocido en estos lares, trabajo bien, y por un trozo del pastel mis dos subordinados y yo nos encargaremos de cualquier asunto, por sucio que parezca. Después de todo, si quieres ser alguien en este mundillo hay que ensuciarse las manos.

En ese momento se calló y clavó su mirada sobre las de Jeff. Los otros dos hombres se miraron y hablaron entre ellos. ¿Sobre qué asunto? Podría ser cualquier cosa, aunque Mitch rezaba porque no fuera la forma en la que iban a matarlo. Había escuchado muchas historias sobre los métodos de tortura que usaban en esa isla. Tenían métodos clásicos como la base de cemento en los pies, u otros más nuevos como era calentar un cubo de metal sobre el estómago de un individuo con una rata dentro, y forzar al roedor a abrirse paso por la zona más blanda.

La expresión en el rostro de Jeff se crispó ligeramente cuando mencionaste a los O'Sullivan y a los Vermicelli. Parecía que tu treta estaba funcionando, pues el líder mafioso aparentaba estar entre pensativo y furioso. Cuando acabaste de hablar, tu interlocutor se puso de pie. Su voz, en la que un observador atento podría distinguir una gran ira a duras penas contenida, dijo unas palabras que probablemente fuesen de tu agrado:

- No sé cómo se habrán enterado esos cerdos de lo que planeamos, pero si creen que van a adelantársenos es que no conocen a los Hong. En cuanto a ti, por mucho que la información que me has traído sea útil, no puedo fiarme de ti tan a la ligera en algo tan importante. Deberás probar que eres alguien de confianza. Para ello, debes acudir, solo o junto a tus dos hombres a un intercambio esta noche. Tendrá lugar en los muelles, concretamente en el embarcadero número tres. Allí habíamos acordado una compra de armas a los Vermicelli. Dado que están conspirando contra nosotros, dicha transacción queda anulada, y debes encargarte de que esas armas pasen a nuestro poder, obviamente sin pagar por ellas. Si lo consigues te daré más detalles sobre el golpe, e incluso puede que te asigne un papel en él.

¿Qué decisión tomarás, joven delincuente? ¿Harás lo que el mafioso te ha encomendado, o por el contrario continuarás la búsqueda de información por tu cuenta?

NOTA:

La velocidad a la que transcurría el tiempo parecía estar retomando un baremo más normal, pues los nervios que habían poseído su cuerpo durante los últimos minutos estaban desapareciendo. Se encontraba en una situación tensa. Solo, rodeado de mafiosos que no dudarían en matarlo, y armados hasta los dientes: espadas, pistolas, alguna que otra cadena… El escenario menos idóneo para un trápala como el joven Buerganor. Sin embargo, la argucia que había estado sintetizando en su mente desde que recopiló la información necesaria sobre las familias mafiosas de la isla empezaba a tomar forma. La frente de Jeff cada vez era más fruncida que relajada, y la rabia de su mirada hacía ver que algo le ocurría. ¿Había dado en el clavo eligiendo a esas familias para el plan? Era probable, mas no estaba seguro de aquello.

No fue hasta que el joven Hong habló de nuevo, que la respiración de Mitch comenzó a fluir a un ritmo normal. Su propuesta era muy interesante, ¿y a cambio de qué? A cambio de conseguir unas armas de manos de una familia mafiosa inferior. Estuvo pensativo durante un instante que, aparentemente, resultó más largo de lo que creía, llegando a ser incómodo. Todos los presentes me miraban, mientras yo me cruzaba de brazos pensativo. La decisión la tenía tomada, pero parecer impulsivo en los negocios era algo que daba mala imagen, ya que un buen magnate de los negocios, por turbios que fueran, debía parecer alguien reflexivo.

—Dalo por hecho —le dijo, teniéndole la mano para cerrar el trato. No obstante, el joven asiático chasqueó los dedos, y uno de sus gorilas particulares trajo dos vasos con whisky.

—El primer negocio siempre ha de cerrarse con licor, señor dedos mágicos.

—Sea así, pues.

Agarró el vaso, y chocó su vaso con el de Jeff.

Aquel whisky tenía un sabor fuerte, pero al mismo tiempo era regocijante para el paladar. Su aspecto era fuerte, y tenía un olor intenso a café y madera de caoba. En boca, por su parte, unas notas de café y caramelo, además de un toque de chocolate puro, algo muy característico de los whiskies considerados orientales.

—Exquisito —comentó.

Durante la media hora siguiente le comunicaron todo lo que necesitaba saber sobre el intercambio. Lugar, hora y cantidad de material…, no necesitaba nada más. Al salir del local se aseguró de que nadie me seguía, y así era, estaba completamente solo. Era una noche preciosa, con el cielo completamente estrellado acompañando a una luna llena digna de ser narrada en cuentos de Noland, el mentiroso.

Sus dos nuevos “amigos”, Jesse y James, debían estar esperándole en la cantina de la tía papita, la taberna donde se hospedaba, concretamente en la última mesa de la sección izquierda, junto a la escalera que daba a las habitaciones. Entre por la puerta, saludando a la gente que me miraba, y allí estaban ellos.

—Habitación tres, sección izquierda —les dijo, pasando por su lado sin apenas detenerse.

Esperó a que aquellos mafiosos subieran a la habitación, y les abró la puerta. Cuando entraron, miré a un lado y al otro del pasillo, para después cerrar la puerta. La habitación era pequeña para la cuantiosa cantidad de dinero que costaba por noche. Una cama, un escritorio, una silla, un armario y un baño compartido en mitad del pasillo, concretamente a tres metros de su habitación, teniendo que salir hacia afuera para realizar sus necesidades básicas.

—¿Has conseguido la información? —pregunto Jesse, sin andarse con tapujos.

—He conseguido más que eso —le respondió—. Digamos que si jugamos bien nuestras cartas participaremos en el gran golpe, no obstante, primero tendremos que mancharnos un poco las manos. Es vuestra decisión participar o no, pero si decidís hacerlo voy a dejar una cosa clara, el jefe de esta improvisada organización temporal soy yo, ¿entendido?

—Quién te has creído que eres para colocarte la medallita de jefe, ¿eh? —espetó James.

—Quien tiene la información, tiene el poder —intervino Jesse—. Y algo me dice que sabes tienes información que nosotros no hemos podido conseguir en semanas de investigación.

—A veces has de adentrarte en la boca del lobo para conseguir tus objetivos —comento, haciéndose el interesante—. Tenéis diez minutos para darme una respuesta. Tengo un plan que trazar, y debo saber si estoy solo o acompañado.

James y Jesse se miraban continuamente, como si pudieran leerse la mente sin necesidad de hablar. Finalmente, el primero se encogió de hombros y asintió con la cabeza., haciendo que el segundo se levantara y se pusiera frente a Mitch.

—Cuenta con nosotros, dedos mágicos —le dijo, teniendo la mano para cerrar el trato.

Fue un apretón de manos contundente y firme, y algo en su interior le decía que no sería el primer negocio que llevaría a mano con esos dos maleantes. Les contó todo lo que sabía, a excepción de que el propio Mitch había sido el artífice de todo el malentendido entre los Long y los Vermicelli.

—Lo primero es lo primero, muchachos —les dijo al finalizar la conversación—. En mi maleta tenéis ropa, más o menos de vuestra talla, así que ponéosla, no puedo permitir que me vean con gente con ropa harapienta. Somos criminales, no burdos piratas. No combinéis cuadros con rayas, y todo estará bien.

James cogió su ropa de deporte, acompañándola con sus botas, que era la única prenda que él mismo poseía y no parecían haber sido obtenida directamente de la basura. Jesse, en cambio, se puso uno de mis pantalones y se quedó con su propia sudadera.

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—Eso es otra cosa —comentó—. Bien, el intercambio de armas será en el viejo embarcadero número tres, en los muelles del norte de la ciudad. Jesse y yo seremos el cebo, los que iremos de cara, mientras que tu James serás quien nos cubras las espaldas con tus armas de fuego desde la lejanía. ¿Entendido? Debes ser una sombra, y pasar de inadvertido como nunca lo has hecho.

—Entendido. ¿Cuántas personas son las que traerán el alijo de armas? —preguntó James.

—Se supone que serán dos personas los que traerán el cargamento —hizo una pequeña pausa, para mirar por la ventana con una sonrisa extraña en la cara—, pero nunca te fíes de la palabra de un mafioso, y menos cuando coopera con tu enemigo.

El plan era simple, al menos sobre la pizarra, tenían que encontrarse con los Vermicelli y cuando diera la señal, que sería meter la mano en el interior de su chaqueta, James dispararía al cabecilla, mientras que los otros dos se encargaban del otro hombre. . ¿Probabilidad de error? En función de la puntería de James, que según había alardeado era de las mejores de la isla; aunque lo dudaba.

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Quedaba algo menos de media hora para el intercambio, y Mitch habría mentido si hubiera dicho que no estaba algo nervioso. Jesse se acopló en las muñecas un artefacto que, según él, era la mejor arma que vería en mi vida si se diera la ocasión. Los muelles eran un paisaje desértico, repleto de naves en ruinas y barcos en desuso. Según le había dicho Jeff, cuando las distintas familias mafiosas empezaron su guerra en la ciudad, los embarcaderos del norte fue el campo de batalla, quedando inutilizado y como un lugar frecuentado por drogadictos y prostitutas baratas, de las que te contagian hasta la rabia con su presencia. Y finalmente, llegaron.

Allí estaban tres hombres, no dos, vestidos con trajes negros y pañuelos blancos en el cuello, símbolo característico de la familia Vermicelli. Dos de ellos portaban palancas de metal, mientras que el más carismático de ellos iba sin nada, al menos que se viera.

—¿Sois nuevos? —preguntó el cabecilla.

—No es de tu interés —le respondió—- ¿Habéis traído el material?

—¿Y vosotros el dinero?

Mitch no pudo evitar sonreír. Llevó su mano con lentitud alinterior de la chaqueta, y esperó hasta escuchar los disparos realizados por James para sacarla. ¿Les habría dado? Esperaba que sí, porque el tiempo pareció detenerse en ese preciso instante.

El tiempo casi parece pasar a cámara lenta, tal es la tensión en el ambiente. Un silencio sepulcral envuelve el muelle.Es el momento calma siempre presente antes de la tormenta. Y, de repente, la tempestad se desata.

El ruido de dos disparos anunció el inicio del conflicto. Casi al instante, uno de los hombre de los Vermicelli se desplomó. Al parecer James estaba en lo cierto cuando presumió de su puntería, al menos en parte. La otra bala impactó en el pecho del cabecilla pero, para tu sorpresa, rebotó con un sonido metálico. Habiendo sufrido apenas una pequeña lesión que podría calificarse como una abolladura, el líder del trío enemigo no hizo el más mínimo gesto de dolor. Viéndose atacados, tanto él como el otro que seguía con vida se lanzaron hacia vosotros. El líder corre hacia ti mientras carga su puño derecho, dispuesto a descargarlo sobre tu rostro, mientras su compañero enarbola su palanca metálica en dirección a Jesse. ¿Cómo saldrás de esta peliaguda situación?

Nota:

Es curioso el tiempo, cuando menos lo esperas es lento y distante, pudiendo apreciar todo lo que te envuelve con detenimiento. Mitch pudo ver como el primer proyectil disparado por James atravesaba el cráneo de uno de los hombres de Vermicelli, un sujeto joven y trajeado que, seguramente, no vería de nuevo un amanecer. Su cuerpo se mantuvo en pie durante unos segundos que parecieron eternos, para luego caer al suelo de espaldas, formando un chaco de sangre que iba aumentando más y más. El cabecilla de aquella empresa, al igual que el pobre costurero que jugaba a ser mafioso, estaba manchado de sangre. Un plasma sanguíneo caliente y difícil limpiar sobre tejido como el que llevaba. Luego, la segunda bala, que golpeó el pecho del más adelantado de los dos mafiosos que tenían frente a él. Sin embargo, contra todo pronóstico, ésta rebotó en su pecho, escuchándose un sonido metálico parecido al de un triángulo musical golpeado por una baqueta en la base.

Y nuevamente, el tiempo volvió a transcurrir con normalidad, durante un lapso en el que sacó la mano del interior de su chaqueta e instintivamente miró a su compañero, Jesse, asintiendo con la cabeza. Las muñequeras que tenía se activaron y de ellas salieron tres garras, adaptando una pose defensiva. No obstante, no podía estar atento a su nuevo socio, sino al hombre que tenía frente a él, que se acercaba violentamente con el brazo derecho en ristre y apuntando a su rostro.

Esa situación le parecía irónica. Todo un plan hecho a la perfección para llegar, obtener el alijo de armas e irse de allí. Sin rastros, sin testigos; y lo más importante, con vida. Pero una variante lo cambió todo. ¿Un chaleco antibalas? ¿Una malla metálica excesivamente tenaz? ¿Era un organismo cibernético de esos que tanto había oído hablar? Todo era probable. Ahora solo tenía una opción: luchar.

Rápidamente, habiendo analizado lo máximo posible la situación, que no había sido mucho, juntó las yemas de sus dedos cubriéndolos de energía espiritual, casi al mismo tiempo, que dejaba caer su peso sobre su pierna izquierdo y hacer un giro de noventa grados para esquivar el ataque. Ante eso, separando sus manos dejando ver unos hilos de energía, intento atrapar el brazo de su enemigo, para así llevarlo hacia su espalda y hacerle una llave para inmovilizarlo. Una vez hecho aquello, tiraría de todas sus fuerzas el brazo hacia arriba con la intención de rompérselo. En el caso de no conseguirlo, simplemente, retrocedería y cogería la palanca del difunto miembro de los Vermicelli para usarlo de espada

Evitas ser alcanzado por el férreo puño del sicario, y logras atrapar su brazo con tu hilo. No obstante, cuando vas a intentar partírselo, notas que la resistencia de sus articulaciones es mayor que la fuerza que puedes ejercer. Consigues tenerle más o menos inmovilizado, al menos en lo que a dicho brazo respecta, pero no romperlo. El matón se revuelve, tratando de alcanzarte con su otro puño a tientas, pues lógicamente no tiene ojos en la nuca. Sus golpes no son especialmente precisos dada su precaria visibilidad en ese momento, pero si eres alcanzado por alguno adquirirás una perspectiva completamente nueva de su dureza.

Si al acercaros tanto te has fijado un poco más en él, podrás ver que no es tan exacto que la bala haya rebotado en su piel como tal, pues un muy pequeño reguero de sangre cae de una leve herida situada en el lugar donde impactó el proyectil. Más bien parece que ha sido algo en su interior lo que ha repelido el disparo. ¿Cuál será el secreto de este tipo?

El joven delincuente se estaba aferrando con todo su ser a los hilos de energía que emergían de sus dedos para intentar romper el brazo de su oponente. Forcejeaba con él como si le fuera la vida en ello, pero no era suficiente. Había algo raro en todo eso, pero ¿el qué? En ese momento, mientras esquivaba los continuos ataques del brazo izquierdo del sicario, que apenas llegaban a darle, pues la articulación de su brazo se lo impedía, aunque se echó un poco hacia un lado para evitar ser golpeado.

“Vamos, Mitch, piensa algo rápido” —se dijo.

Sabía que estar en esa posición sin alguien que atacara de frente a su contrincante no era la solución para acabar con ello rápido. Así que tenía dos opciones, malgastar energía y que el sicario lograra darse la vuelta para darle una paliza, o soltar los hilos de energía y luchar como la universidad de la calle le había enseñado: sucio.

Rápidamente, dejó de usar los hilos para agarrar por la cara a su contrincante, e intentar hundir con fuerza los dedos en las cuencas de sus ojos hasta escuchar un sonido parecido a un crujido, que implicaría que lo ha dejado ciego. Tras eso, lo consiguiera o no, se alejaría de su oponente y se las apañaría para moverse y ponerse frente a él. Y fue entonces, cuando en su pecho notó un hilo de color rojo que le brotaba por su atuendo.

“Sangre” —pensó.

Al ver aquello su mente se puso a procesar una gran cantidad de información. La bala había rebotado, pero si así había sido, ¿por qué demonios sangraba? ¿Acaso no tenía un chaleco antibalas o una armadura? Aunque, bueno, eso lo había deducido él solo, no había visto nada de ello. Entonces recordó las viejas historias que oía de niño, de hombres hechos de metal que parecían humanos. Si así era, y sin una espada, estaba vendido, no obstante, otro chispazo hizo que su cerebro reaccionara. ¿Si era un hombre de metal, es decir, un ciborg, ¿por qué sangraba? Eso significaba que era humano, pero podría tener partes metálicas en su cuerpo. Habiendo deducido eso, solo le quedaba una opción, que era golpear las partes blandas.

Miro a un lado, donde estaba Jesse peleando, y miró fugazmente al otro por si veía aparecer a James, pero no hubo suerte. Contempló el cuerpo inerte del otro mafioso sobre el suelo y cogió la palanca. Con ella en la mano se acercó corriendo hacia su oponente, usando la palanca a modo de espada, bloqueando un derechazo con ella. Luego, haciendo acopio de su habilidad de combate, hizo el amago de darle un puñetazo para, en realidad, intentar darle un golpe en las zonas bajas, y luego trazar una diagonal ascendente con la palanca y tratar de clavársela en la herida que tenía hecha.

Presionas con tus dedos los ojos de tu oponente hasta que oyes un asqueroso chasquido, como cuando pisas una mandarina. Te alejas de tu rival, que se lleva las manos al rostro mientras dos regueros de sangre resbalan desde sus ojos hasta el suelo. Aprovechas ese momento para coger la palanca para lanzarte a por él.

Tu golpe en su área pudenda es eficaz, o al menos en parte. Notas cómo el mafioso se encoge de dolor mientras emite un quejido sordo, pero pronto chocas con algo tremendamente duro, y escuchas un ruido metálico. Sientes dolor, pues has golpeado algo mucho más resistente que tus propios huesos. No obstante, la amortiguación producida al golpear primero las, por qué no decirlo, generosas partes de tu enemigo hace que no te rompas nada.

Inicias el golpe ascendente con tu improvisada espada, alcanzando la zona de la herida. Parece que consigues abrirla un poco más, pero vuelve a pasar lo mismo y apenas dos centímetros bajo la piel chocas con algo. Parecen dos barras hechas de un material realmente duro, que dejan una pequeña franja horizontal de separación entre ellas. Si tienes algún mínimo conocimiento de anatomía humana tal vez te recuerden a algo.

Pese a ello, has puesto mucha decisión en el golpe, y apenas un instante después del violento choque ves cómo una fina película semitransparente con un extraño brillo recubre la palanca. Se escucha un fuerte crujido, y repentinamente tu arma vence ligeramente la resistencia. Sin embargo, el peculiar poder del que has hecho uso rápidamente escapa a tu control, y la palanca solo consigue penetrar unos centímetros.

Tu oponente, en un intento desesperado, golpea hacia abajo primero con un puño y después con otro, buscando dañarte severamente o, al menos, hacerte retroceder y ganar algo de tiempo. Cegado y herido, parece preso de la ira, y lanza golpes en todas direcciones. Está desquiciado, pero sus puños siguen teniendo la fuerza suficiente para prácticamente partirte por la mitas. Eso sí, dada la situación actual tu ventaja es clara.

La ofensiva de Mitch había salido mucho mejor de lo que él hubiera esperado, pues no solo había dejado ciego a su oponente, sino que le había agrandado la herida del torso dejándole al aire libre unas barras metálicas que eran sus costillas. Rápidamente, se alejó de su rival, colocándose en posición defensiva sujetando la palanca como si fuera una espada, y entonces se percató de algo. Tanto sus manos como la barra emitían de forma intermitente un extraño brillo metálico. “¿Qué era eso?”, se preguntó sin percatarse de que su contrincante se estaba acercando hacia él dando golpes de ciego, nunca mejor dicho, para intentar noquearle.

Ante aquello, lo único que pudo hacer era esquivar y retroceder a medida que su oponente intentaba golpearle. Los ataques de aquel mafioso eran aleatorios e imprecisos, como si no estuviera acostumbrado a combatir a ciegas. Combinaba un golpe con su izquierda, seguido de uno con la derecha aún más fuerte, lo que le indicó a Mitch que su oponente era diestro, y sabía boxear. No obstante, en esa situación parecía haberse olvidado de su guardia, algo que no dudaría en aprovechar. Con una sonrisa sádica dibujada en el rostro, el joven Buerganor bloqueó el golpe de su contrincante con la palanca, para justo después golpearle en la boca del estómago. Sus manos emitían un brillo muy intenso, y eso le llamaba la atención. Además del golpe, se agachó y usando la palanca intentó tirar el cuerpo del mafioso al suelo. ¿Porqué? Era simple. Si tenía un cuerpo de metal, era pesado, y si era pesado le costaría levantarse. Una vez estuviera en el suelo, aprovecharía la palanca para molerlo a golpes y acabar con él.

Tu estrategia parece surtir efecto. El abdomen del mafioso, sin huesos metálicos que lo protejan, se hunde al recibir tu ataque. Tu rival se encoge sobre sí mismo producto del impacto, con lo que te resulta bastante sencillo tirarle al suelo. Indefenso, no puede hacer nada para evitar que, golpe tras golpe, termines dejándole inconsciente.

Cuando, sabiéndote ya vencedor, levantas la vista, te das cuenta de que habéis logrado vuestro objetivo. Los hombres de los Vermicelli han sido derrotados, y el cargamento de armas es vuestro. Ahora se presenta ante ti una disyuntiva: puedes tratar de convencer a Jesse y James de huir con ellas, o puedes llevárselas al señor Hong y esperar que cumpla su palabra y te cuente de qué va el golpe que planea:

Si te quedas las armas:

Si llevas las armas a Hong:

El extraño brillo de las manos de Mitch cesaron de pronto, y se cuestionaba continuamente que había sido ello. ¿Alguna clase de energía ofensiva? Jesse y James habían acabado también con el otro hombre de los Vermicelli.

—Partidles el cuello y tiradlos al mar —ordenó Mitch—. Que no encuentren sus cuerpos hasta que no estemos lejos, ¿entendido?

El aprendiz de criminal había tenido sensaciones que jamás había sentido en todos sus años de vida durante la batalla contra aquel secuaz de los Vermicelli. En ese momento en su cabeza tenía una difícil decisión. Agarró con fuerza la palanca y se aproximó a las cajas que habían traído y las abrió con sutileza, dentro había una gran cantidad de armas que en el mercado negro valdría una gran cantidad de berries, pero eso, seguramente, sería la punta del iceberg. Una vez sus compañeros de misión cumplieron su cometido con los derrotados maleantes, surgió de nuevo la disyuntiva que Mitch estaba debatiendo en su cabeza.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó James.

—Aquí hay suficiente material para vivir de puta madre una larga jornada —intervino Jesse—. Pero tener de enemigos a los Hong, ahora que hemos matado a tres de los Vermicelli, no es buena idea. Estar en el ojo de una familia de mafiosos en una cosa, pero de dos es un puto suicidio.

Mitch cerró la caja y tiró la palanca al suelo.

—Sigamos con el plan principal —dijo—. Esto es un pequeño porcentaje de lo que podemos obtener si conseguimos entrar en el famoso gran golpe que planea nuestro amigo Jeff.

—¿Y si nos descubren?

—¿Descubrir el qué? Nosotros no sabemos nada. Somos solo unos humildes delincuentes que escuchan cosas, y trabajan para tener un trozo de pan que llevarnos a la boca.

La sonrisa de dedos mágicos mostraba malicia y perspicacia. Entre los tres llevaron el cargamento al local de los Hong. El local estaba solo, y en lugar de estar encerrado en la habitación trasera, estaba sentado en una de las mesas del local junto a sus dos guardaespaldas y dos camareros. La ropa de Mitch estaba llena de sangre, al igual que las de Jesse y James, algo que causo algunos comentarios por lo bajo.

—Bien hecho, chico. Has demostrado ser capaz de llevar a cabo lo que se te encomienda, y el hecho de no intentar huir con el jugoso cargamento que has recuperado muestra que eres alguien de palabra. Y eso es algo que valoro mucho en mis hombres. Por tanto, ya que dices ser tan hábil te contaré lo que tanto ansiabas saber y te permitiré participar si así lo deseas. Mañana expondrán un objeto muy particular en el Museo Militar de la ciudad. Se trata de una famosa katana, fabricada en Wano hace siglos, llamada Shimo. Fue portada por varios de los más poderosos samuráis de dicho país, y se dice que posee en su interior el poder del invierno. Tan solo estará expuesta al público durante dos días, por lo que planeamos colarnos en el Museo durante la noche entre ambas jornadas y robarla. Un arma como esa debe estar en manos de alguien que pueda blandirla.

—Interesante —comentó Mitch, cruzándose de brazos, indicándole a uno de los camareros que le sirviera lo mismo que estaba a punto de ponerle al señor Hong. Tras eso, con rabia, el mafioso continuó dando detalles de su historia—. Déjanoslo a nosotros, pero necesitaremos armas. Debido a una timba de póquer que salió mal me vi despojado de mi preciada katana, así que si me proporcionaran una la cosa sería más fácil y menos sucia —dijo, mostrando la sangre de su ropa.

—De eso no te preocupes —le dijo el señor Hong—. Por los servicios prestados puedes cogerla espada que desees del alijo que vosotros mismos habéis conseguido.

Mitch cogió aquella que vio de mejor calidad, una katana de funda lila y un tsuka con decoraciones florales. Su movimiento al desenfundarla era sublime, cortando el aire sin hacer ruido y emitiendo un aroma sobrecogedor.

—En shimotsuki la llamaban la pacifista —le comento Jeff—. Tienes buen ojo para las espadas.

—Se intenta —le dijo, colocando la espada en su cinturón—. Ahora iré a mi hostal con estos dos y trazaremos el plan de acción.

Fueron al hostal y se acostaron, haciendo guardias por si alguno de los Vermicelli se enteraba de lo sucedido y decidían vengarse. Al levantarse trazaron el plan que, como el anterior, era simple. Durante el día fueron al museo, contemplando todas las salas, observando rutas de escapes, memorizando en su cabeza cada ala del museo para saber dónde ir si el plan se torcía. El tipo de ventana que tenían los baños; todo. Ya por la tarde, cuando el museo cerró, iban a esperar en la salida trasera del museo, el lugar por donde entra el servicio, ver qué tipo de puerta tenía. Era una puerta que se abría con una llave, nada de cerraduras de alta tecnología, a la vieja usanza. Y cada guardia llevaba un manojo de llaves en su lado izquierdo.

Una vez salió el último niño de sala, y el museo se cerró, Mitch intentó forcejear la puerta para entrar dentro. Su maestría para ello no era muy buena, pero al ser una puerta con un cerrojo normal creía que podía hacerlo. Lo primero de todo, una vez dentro, sería encontrar la sala de vigilancia, la cual estaría con uno de los guardias o bien sola, para desactivar las cámaras y la línea directa con la seguridad de la isla. Pasará lo que pasase, la clave sería quitar los láseres de seguridad que rodeaba cada objeto de valor, y luego ya lo que el dios de los delincuentes quisiera.

DATO PARA EL CORRECTOR:

Tu paseo de reconocimiento resulta útil. Durante el tiempo en que el museo está abierto logras memorizar la ubicación de la sala de vigilancia, de los baños, de todas las entradas y del despacho del jefe de seguridad, así como de la sala donde se encuentra tu objetivo, la espada Shimo, y de la forma de llegar hasta ella. Al posar tu mirada sobre la nívea katana te das cuenta de que se trata de una auténtica obra de arte, un arma de exquisita fabricación cuya visión bastaría para sobrecoger a casi cualquiera que se haga llamar espadachín. A simple vista se nota su calidad, pues se trata de una espada única.

Tenías razón, la puerta trasera no tiene una cerradura especialmente segura y logras abrirla con cierta rapidez, aunque no has sido precisamente silencioso. De hecho, cuando entras, escuchas pasos que provienen del pasillo de la derecha y parecen acercarse, y poco después una luz aparece en la esquina de dicho pasillo. Da la sensación de que alguien va a doblarla en breves instantes. Gracias a tu paseo sabes que quien quiera que sea probablemente venga de la sala de vigilancia, situada en esa dirección. Si por el contrario sigues de frente llegarías al despacho del jefe de seguridad. ¿Qué harás, joven delincuente?

Detalles del lugar:

«Tengo que mejorar mi forma de forzar cerraduras»

Ese era el único pensamiento del joven Buerganor, mientras traqueteaba con sus utensilios de costura y bordado la cerradura para abrir la puerta. En su pasado había visto como algunos socios —si es que podía denominarlos así—, abrían puertas en segundos, con una maestría increíble. Metían cualquier cosa: una ganzúa, una hebilla para el pelo, una aguja de coser…, daba igual lo que fuera, abrían cualquier cosa. Sin embargo, él tardó un poco más de lo esperado, y no de la manera silenciosa que le hubiera gustado. Cuando lo consiguió un par de gotas de sudor le recorrieron la frente hasta acabar en la punta de su nariz. No tardó mucho en quitárselas con la manga de si chaqueta, y se adentró en el museo.

Tal y como había analizado durante toda la mañana, se encontraba en una de las alas más alejadas de la entrada principal, y justo a mitad de camino de su objetivo: el objeto estrella del museo. En su mente evocó todo lo que había aprendido, y frente a él contempló dos pasillos. El primero le llevaba al plan de acción que había planeado hacía pocas horas, hacia el despacho del jefe de seguridad del museo, desde donde podría hacerse con el control total de las cámaras y las medidas de seguridad del museo, y asú poder trabajar con sus hombres con toda la calma del mundo. Y a la derecha, entonces

Tal y como había visto durante la mañana, estaba en una de las alas más alejadas de la entrada principal. Había dos pasillos, uno al frente, y otro a la derecha. Las luces del techo estaban apagadas habiendo como única fuente lumínica unas luces blancas fijas cada tres metros en la pared. Su idea principal era acceder al despacho el jefe de seguridad y hacerse con el control de aquello, para que luego su gente entrara y hacerse con las llaves; y si encartaba, quedarse con la preciosa katana. No obstante, nada más entornar la puerta, ni un segundo después de haber entrado, una luz se encendió en el pasillo de la derecha. Del mismo modo, unos pasos comenzaron a sonar en el silencio de la noche, percatándole de que alguien venía. «No me jodas. Me cago en mis muertos» —dijo para sí mismo, analizando la situación todo lo rápido posible.

La distancia que tenía el pasillo derecho y los que conectaban con él, el sonido de los pasos y la velocidad que tenían. Todo eso le llevo a pensar que tenía dos opciones, intentar evitar al guardia que venía y realizar el plan más rápidamente, o bien acelerar las cosas y conseguir la llave antes. Dudó durante unas milésimas de segundo, pero tras blasfemar para sus adentros algo que haría que la más santas de las personas se quedara paralizada por tal burdo vocabulario. Se aferró a su nueva espada y aceleró el paso lo más rápido para esperar a que el guardia apareciera. Según había leído en los papeles del arma, su violácea hoja estaba impregnada con una sustancia capaz de calmar a una fiera agresiva, haciéndole entrar en un estado de paz y armonía. Su idea era, aprovechar la posible poca cautela del guardia, para esperarle algo agachado, fuera del alcance de una persona, la cual, por lógica, miraría primero hacia el frente antes que abajo, para darle un corte ascendente, para después abalanzarse sobre él y taparle la boca, mientras con su otro brazo le aprieta en el cuello cortándole la respiración hasta dejarlo inconsciente.

De conseguirlo, le quitaría la vestimenta y luego clavaría la katana en el corazón, sin llegar al otro lado, evitando manchar mucho de sangre el escenario. Se pondría el traje de guardia y llamaría a Jesse y James para que uno de ellos se deshiciera del cuerpo del guardia, mientras él lo suplantaba por esa noche.

Cosas:

Tu ataque logra pillar desprevenido al guardia y, aunque emite un grito ahogado antes de que logres taparle la boca, este no es especialmente fuerte y parece que nadie que no deba lo ha escuchado. Una vez muerto el vigilante, tomas sus ropas y te vistes con ellas. Cuando Jesse y James acuden a tu llamada lo flipan un poco al ver el cadáver:

- ¿Lo has matado? Pensábamos que esto iba a ser un trabajo limpio. ¿Y ahora cómo pretendes que nos deshaagamos de él?

Finalmente, tras un largo minuto pensando en una solución, Jesse comenta entre susurros:

- Podemos dárselo de comer al gato, ¿no crees James?

- Pues ahora que lo dices... si, no es mala idea. Supone arrastrarlo durante cinco o seis calles, pero bueno, no se me ocurre nada mejor y seguro que Meowth da buena cuenta de él.

Dicho esto, se echa el cuerpo inerte al hombro y se va del edificio. ¿Qué será ese gato tan voraz? ¿No tienes curiosidad? Pero bueno, a lo que íbamos. Suplantas exitosamente al vigilante. Compruebas que en efecto poseía un juego de llaves y te diriges al despacho del jefe de seguridad. Logras entrar, y en su interior encuentras una silla con ruedas que parece ser bastante cómoda y una mesa alargada en la que hay varias pantallas y paneles. Observas que hay un ordenador encargado del sistema de videovigilancia, que parece fácilmente desactivable. Lo que no logras encontrar en ninguna pantalla es la forma de desbloquear la puerta de la sala de la espada, ni tampoco nada que te permita desactivar los láseres que hay en ella. Para lo segundo tienes el spray que te dio Hong, pero para lo primero... Tal vez encuentres algo rebuscando por la habitación.

La mesa tiene varios cajones, pero en ellos no hay más que papeles. Ves en un extremo de la habitación una caja fuerte con un pequeño panel con los números del cero al nueve y una pantalla en la que aparece, en movimiento, el siguiente texto:

"Alfred Jones era un detective siciliano. El siglo pasado, durante la época de la Ley Árida, dedicó todos sus esfuerzos a investigar a la organización de Al Mamone, el mafioso que monopolizaba la compraventa ilegal de bebidas alcohólicas. Consiguió encontrar el lugar en que se encontraba su cuartel general, y pasó días observando la entrada. Finalmente llegó a la conclusión de que lo más sencillo era entrar por la noche, como si fuese uno de los clientes del criminal. Solo había un problema: se necesitaba una contraseña que cambiaba semanalmente. Así que, desde una posición que le permitía escuchar desde las sombras las conversaciones del guarda de seguridad con los clientes que entraban, espero.

Cuando el primer cliente llegó, el guarda pronunció una única palabra: "Catorce". La respuesta fue "Siete", y el vigilante dejó entrar al hombre. Poco después apareció otro tipo, y cuando el portero dijo "Ocho", este contestó "Cuatro". También le dejó pasar. Alfred estaba casi seguro de tener la respuesta, pero decidió aguardar un poco más para cerciorarse. Al llegar el tercer hombre, el número preguntado fue "dieciocho", y la contestación fue "Nueve".

Ahora ya si que lo tenía. Envalentonado, se dirigió a la entrada y, cuando el guarda dijo "Diez", él dijo: "Cinco". Como respuesta, el sicario sacó su pistola y acabó con la vida del desafortunado detective de un disparo en la cabeza. ¿Qué debería haber contestado en su lugar?"

Mitch empieza a rebuscar por toda la habitación hasta encontrar una caja fuerte al otro lado de la sala. Es de color verde botella metalizado y en su centro tiene una pantalla con diez numeros que van del cero al nueve. Entonces, en la pantalla aparecen unas letras, la cual resulta ser un acertijo. Discurre las respuesta durantete un rato, pero entonces la encuentra. La suma de todas las letras de la primera palabra da como resultado su mitad, salvo la última que es donde reside la trampa. El joven Buerganor, entonces, presiona el número cuatro y espera a que la caja fuerte se abra.

AEG escribió:Por error borré sin querer el post anterior del usuario, en el que acertaba el código de la caja fuerte.

PD: Hago un resumen porque me da todo el palo tener que rehacer lo un post que ya tenía hecho, espero que se comprenda que no ha sido fallo mío.

Con un suave click la caja fuerte se abre. En ella hay un libro que, si lo abres, te darás cuenta de que está escrito tan solo hasta un tercio de su capacidad más o menos. En cada página está anotado un día, como si de una agenda se tratase, y en cada una de ellas hay sucesiones diferentes de números. En la página correspondiente al día de hoy está escrito esto:

1+4=5
3+6=21
4+7=32
9+12=?

Como te dijo Hong, lo único que pudo averiguar su infiltrado sobre el código que abre la puerta de la sala donde descansa la espada cambia cada día, y por lo que has visto no se equivocaba en cuanto a su pasión por los acertijos. ¿Será esta la clave para adivinar el código de esta noche?

SI decides acercarte hasta dicha puerta verás un panel numérico prácticamente idéntico al que abría la caja fuerte. ¿Qué harás, joven ladronzuelo? Es posible que marcar el código erróneo active alguna alarma. Además, en caso de encontrar el correcto aún quedarían por superar los láseres, cosa que, aún contando con el spray que te entregó Hong, no parece nada sencilla.