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El joven delincuente agachó sus parpados, apretándolos con ligera fuerza, al mismo tiempo que el dedo índice de su mano izquierda golpeaba la última tecla del código que había analizado. Fue un segundo eterno, el sudor comenzó a caerle por la sien, pero todo el temor que tenía en su interior se disipó de sopetón al escuchar el inconfundible sonido que solo podía emitir una caja fuerte que acababa de abrirse.
—Pan comido —murmulló, mientras abría la caja fuerte de par en par con un elegante ademán con la mano.
Estando en un museo como aquel, Mitch esperaba encontrar algo de valor dentro de la caja de seguridad. No una obra de arte, pues era imposible, ya que esa clase de objetos estarían en un depósito de seguridad bajo tierra, pero sí la recaudación de ese día. No obstante, lo que encontró fue una extraña agenda gris, lisa y sin nada fuera. La ojeó y vio que era un libro de páginas de color ocre muy claro y numeradas día a día con bolígrafo, y bajo la fecha una especie de cuenta.
—¿Otro acertijo? Me cago en su puta madre.
Comenzó a leer el acertijo una y otra vez, pero no era capaz de sacar nada en claro. Buscó una hoja de papel entre todo lo que había y algo para escribir, y empezó a hacer una cuenta tras otra, obteniendo distintos resultados que no le convencían. La primera y la segunda cuenta eran fáciles, pues una estaba hecha y a la otra solo había que multiplicar el primer dígito por cinco. Se dejó caer sobre el sillón que allí había y lanzó la maldita agenda al suelo.
«Vamos, Mitch, piensa… No pude ser tan complicado», se repetía una y otra vez.
Estuvo sentado con los ojos cerrados durante un buen rato, vislumbrando los números en su psique una y otra vez. La clave para esos ejercicios era encontrar un patrón que seguir en todas las cuentas y de pronto se le iluminó la bombilla. Agarró un nuevo papel y empezó a hacer cuentas.
«Veamos…, si multiplico el primer número de la suma por el segundo, y luego le vuelvo a sumar el primero…», se decía mientras hacía las cuentas. «El resultado de las tres primeras cuentas da exacto, pero ¿estará bien la última? En fin. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Qué me descubran? A unas malas siempre puedo decir que Hong me obligó al gobierno mundial y llegar a un acuerdo…»
Nervioso y con la cabeza embotada de tanto número se acercó a la puerta que daba a la sala donde se encontraba la dichosa katana que quería el señor Hong. Abrió el panel donde s
Nervioso y con la cabeza embotada se acercó a la puerta que daba a la sala donde se encontraba la dichosa katana que quería Hong. Se puso frente al panel numérico y abrió la puertecita de plástico que protegía el teclado. Miró a un lado, luego al otro y se dispuso a pulsar la combinación de dígitos que podía darle la victoria o hacerle huir como nunca lo había hecho hasta entonces. «Uno – Uno – Siete»
De conseguirlo, usaría los espráis para contemplar el movimiento de los láseres y encontrar un patrón o alguna zona muerta por la que llegar a la espada.
—Pan comido —murmulló, mientras abría la caja fuerte de par en par con un elegante ademán con la mano.
Estando en un museo como aquel, Mitch esperaba encontrar algo de valor dentro de la caja de seguridad. No una obra de arte, pues era imposible, ya que esa clase de objetos estarían en un depósito de seguridad bajo tierra, pero sí la recaudación de ese día. No obstante, lo que encontró fue una extraña agenda gris, lisa y sin nada fuera. La ojeó y vio que era un libro de páginas de color ocre muy claro y numeradas día a día con bolígrafo, y bajo la fecha una especie de cuenta.
—¿Otro acertijo? Me cago en su puta madre.
Comenzó a leer el acertijo una y otra vez, pero no era capaz de sacar nada en claro. Buscó una hoja de papel entre todo lo que había y algo para escribir, y empezó a hacer una cuenta tras otra, obteniendo distintos resultados que no le convencían. La primera y la segunda cuenta eran fáciles, pues una estaba hecha y a la otra solo había que multiplicar el primer dígito por cinco. Se dejó caer sobre el sillón que allí había y lanzó la maldita agenda al suelo.
«Vamos, Mitch, piensa… No pude ser tan complicado», se repetía una y otra vez.
Estuvo sentado con los ojos cerrados durante un buen rato, vislumbrando los números en su psique una y otra vez. La clave para esos ejercicios era encontrar un patrón que seguir en todas las cuentas y de pronto se le iluminó la bombilla. Agarró un nuevo papel y empezó a hacer cuentas.
«Veamos…, si multiplico el primer número de la suma por el segundo, y luego le vuelvo a sumar el primero…», se decía mientras hacía las cuentas. «El resultado de las tres primeras cuentas da exacto, pero ¿estará bien la última? En fin. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? ¿Qué me descubran? A unas malas siempre puedo decir que Hong me obligó al gobierno mundial y llegar a un acuerdo…»
Nervioso y con la cabeza embotada de tanto número se acercó a la puerta que daba a la sala donde se encontraba la dichosa katana que quería el señor Hong. Abrió el panel donde s
Nervioso y con la cabeza embotada se acercó a la puerta que daba a la sala donde se encontraba la dichosa katana que quería Hong. Se puso frente al panel numérico y abrió la puertecita de plástico que protegía el teclado. Miró a un lado, luego al otro y se dispuso a pulsar la combinación de dígitos que podía darle la victoria o hacerle huir como nunca lo había hecho hasta entonces. «Uno – Uno – Siete»
De conseguirlo, usaría los espráis para contemplar el movimiento de los láseres y encontrar un patrón o alguna zona muerta por la que llegar a la espada.
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Nada más pulsar la tecla con el número 7 puedes escuchar un suave click. Al tirar del pomo de la puerta puedes comprobar que no opone la más mínima resistencia, abriéndose con suma facilidad. Puedes ver la sala, en cuyo centro exacto destaca la majestuosa espada. A su lado descansa una bonita vaina que hace juego con su mango. Casi puedes sentir que has tenido éxito en tu cometido, aunque en el fondo sabes que aún te quedan pruebas por superar.
Rocías al aire el spray entregado por el señor Hong, con lo que los láseres se hacen visibles. Ante tus ojos aparecen múltiples haces de luz de un tono que se aproxima al rojo pero no encuentras la forma de describir adecuadamente. Se desplazan unos con respecto a otros de una forma que parece a priori no seguir ningún patrón. No obstante, si pierdes un par de minutos observando detenidamente sus movimientos te darás cuenta de una cosa: existe una forma de llegar hasta la espada. Se trata de un estrecho camino zigzagueante que podrás recorrer si sigues el ritmo adecuado y logras esquivar los láseres que cruzan esa trayectoria a distinas alturas en algunos momentos. Es difícil, pero no imposible. ¿Lo intentarás, aún a riesgo de ser alcanzado por uno de aquellos haces de luz? ¿O volverás ante Hong con el rabo entre las piernas?
Rocías al aire el spray entregado por el señor Hong, con lo que los láseres se hacen visibles. Ante tus ojos aparecen múltiples haces de luz de un tono que se aproxima al rojo pero no encuentras la forma de describir adecuadamente. Se desplazan unos con respecto a otros de una forma que parece a priori no seguir ningún patrón. No obstante, si pierdes un par de minutos observando detenidamente sus movimientos te darás cuenta de una cosa: existe una forma de llegar hasta la espada. Se trata de un estrecho camino zigzagueante que podrás recorrer si sigues el ritmo adecuado y logras esquivar los láseres que cruzan esa trayectoria a distinas alturas en algunos momentos. Es difícil, pero no imposible. ¿Lo intentarás, aún a riesgo de ser alcanzado por uno de aquellos haces de luz? ¿O volverás ante Hong con el rabo entre las piernas?
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El vaporizador fue expulsando todo lo que llevaba dentro, expandiéndolo por la sala y haciendo que los láseres fueran cada vez más visibles. Era de un tono de rojo que no había visto antes, un punto intermedio entre el carmesí y un salmón intenso de lo más bello. Los hilos de luz se movían de un lado al otro, intentó memorizar su patrón, pero era difícil, no parecía seguir alguno. Iban de forma aleatoria por todos lados. Hacia arriba, luego a la derecha, hacia abajo, nuevamente a la derecha, hacia una esquina, hacia otra…, y así de forma completamente aleatoria.
A medida que contemplaba los rayos de luz estos, durante un instante, le parecieron que reducían su velocidad, como si pasados un tiempo el sistema de seguridad fallara o algo por el estilo, y pudo contemplar como a un metro de él en dirección derecha, se abría un pequeño camino que alternaba un pequeño sendero que llevaba directamente a la esperada peana sobre la que estaba la espada. Y de pronto, los láseres comenzaron a ir a velocidad normal. Mitch dio un pequeño paso hacia atrás, esperando que el mecanismo volviera a ir más lento, pero no ocurría. Sabía que el efecto del spray no era eterno, que tendría poco tiempo. Respiró hondo y se puso en la línea ficticia que separaba la zona segura de la que estaba repleta de láseres.
“Vamos Mitch, tú puedes hacerlo”
Estaba nervioso y volvió centrarse en los láseres, intentando ver de nuevo el pasillito que había visto. De nuevo los láseres parecieron reducir su velocidad, pero esta vez podía verlo con más claridad. Hizo una cuenta atrás mental desde tres y dio un pequeño salto hacia uno de las losas blancas del suelo, apoyándose con su pierna diestra, dio un pequeño giro y dio un paso a la izquierda, agachándose rápidamente para que uno no le diera en la cabeza. Luego tuvo que dar tres pequeños saltitos simultáneos hacia el otro lado esquivando a duras penas los láseres, viéndose obligado a acacharse todo lo posible y luego saltar desde una postura poco cómoda con las piernas flexionadas. Tras ello, dio una zancada más. Estaba a dos metros de la espada, y el camino se abría de nuevo hacia la derecha, un estrecho sendero de apenas setenta centímetros, el cual recorrió de lado como un cangrejo, desde allí tenía que saltar, pero no un salto cualquiera, sino como el de una bailarina para llegar directamente a la peana y esconderse tras ella, y no ser golpeado por los haces de luz. Y de nuevo, saltó con todas sus fuerzas, elevándose lo suficiente como para llegar. Estaba estirado, un movimiento en falso podría activar el sistema de seguridad, pero si conseguía llegar se pondría tras la pena, agazapado y con la respiración agitada. Todo habría sucedido muy rápido, quizá demasiado. Desde allí observaría la espada y si podía hacerlo la cogería e intentaría buscar una forma de salir de allí que no fuera por los láseres.
Tenía un pequeño dolor de cabeza y en su mente le pareció oír una voz lejana, un breve pensamiento que no procedía de él.
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Tus ágiles y precisos movimientos te permiten ir atravesando los láseres que, efectivamente, parecen avanzar a menor velocidad que inicialmente. No logras explicarte si dicho cambio es real o tiene que ver con tu propia percepción, pero efectivamente es así.
Finalmente, sudando por la tensión acumulada y el esfuerzo realizado rodeas el mango de la majestuosa espada con tus dedos. Vista de cerca resulta aún más impresionante de lo que ya parecía antes, pudiendo considerarse sin miedo a la equivocación una auténtica obra de arte. Si su filo está a la par de su belleza se trata sin duda de un arma digna de un rey.
En el momento en que levantas el arma de su soporte los láseres desaparecen. Al parecer era alguna especie de sensor lo que los mantenía activados, y al no detectar nada que sea necesario proteger dejan de ser necesarios. Tienes vía libre para abandonar la estancia.
En la puerta por donde has entrado te esperan Jesse y James, que celebran verte aparecer con la espada. Parece que vuestro robo ha sido exitoso. No obstante, aún debes tomar una importante decisión: ¿entregarás el arma al señor Hong y recibirás un pago a cambio de los servicios prestados o tratarás de huir de la ciudad con tu precioso botín? Sea cual sea el camino que tomes has de elegirlo pronto, pues en apenas media hora cuatro hombres del peligroso capo aparecerán allí para comprobar si has tenido éxito. Además, tratándose de un hombre como Hong seguro que tiene varios esbirros vigilando el puerto en previsión de posibles traiciones, así que si tu decisión final es esa deberás ser cauto.
Finalmente, sudando por la tensión acumulada y el esfuerzo realizado rodeas el mango de la majestuosa espada con tus dedos. Vista de cerca resulta aún más impresionante de lo que ya parecía antes, pudiendo considerarse sin miedo a la equivocación una auténtica obra de arte. Si su filo está a la par de su belleza se trata sin duda de un arma digna de un rey.
En el momento en que levantas el arma de su soporte los láseres desaparecen. Al parecer era alguna especie de sensor lo que los mantenía activados, y al no detectar nada que sea necesario proteger dejan de ser necesarios. Tienes vía libre para abandonar la estancia.
En la puerta por donde has entrado te esperan Jesse y James, que celebran verte aparecer con la espada. Parece que vuestro robo ha sido exitoso. No obstante, aún debes tomar una importante decisión: ¿entregarás el arma al señor Hong y recibirás un pago a cambio de los servicios prestados o tratarás de huir de la ciudad con tu precioso botín? Sea cual sea el camino que tomes has de elegirlo pronto, pues en apenas media hora cuatro hombres del peligroso capo aparecerán allí para comprobar si has tenido éxito. Además, tratándose de un hombre como Hong seguro que tiene varios esbirros vigilando el puerto en previsión de posibles traiciones, así que si tu decisión final es esa deberás ser cauto.
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“Por fin, lo he conseguido”
Se dijo para sus adentros el joven ladronzuelo, que no dudó en observar la peana durante unos instantes por si había algún tipo de mecanismo extraño que disparara otro tipo de alarma. Continuaba oyendo un par de voces, sin embargo, no tardó en darse cuenta que se trataban de Jessy y James, que le esperaban en la puerta. Sin esperar más, elevó su mano y agarró la espalda. La tela que envolvía su mango era sedosa como ninguna otra que hubiera tocado antes. No parecía muy pesada, pero lo que verdaderamente llamó su atención fue su funda. Era de un color negro que brillaba por sí misma, con detalles difuminados en un rojo sangre que le daba un toque elegante.
Lo curioso fue que al quitarla del soporte los láseres desaparecieron de golpe. ¿En serio el sistema de seguridad dependía de la espada? Era algo que asombró y decepciono, a parte iguales, al joven ladronzuelo. Camino raudo y veloz hacia donde se encontraba sus nuevos compañeros de delitos y frunció el ceño.
—¿Dónde os habíais metido? —se quejó—. Habéis tardado mucho.
Después de su respuesta, desenfundó la katana que le había dado Hong y se la dio a Jesse.
—Sujeta esto —le dijo. Luego, desenvainó el tesoro que había robado y la metió en la funda de su vieja katana. No encajaba del todo bien, quizá la espalda fuera un par de centímetros más larga, pero daba el pego. Mientras tanto, le entregó la funda de color negro a su compañero—. Por si os lo estáis preguntando… No pienso entregarle la katana al malcriado de los Hong —En el rostro de Mitch se dibujó una sonrisa—. Este robo es nuestro, chicos. Nos hemos puesto en peligro nosotros, si nos hubieran pillado seríamos nosotros quienes hubiéramos ido a la cárcel. Así que os propongo que os vengáis conmigo. No sois mi tipo de persona, en lo que concierne a la estética, pero sabéis obedecer y tenéis cara de ser medianamente leales. No puedo prometeros que vayáis a ganar una fortuna, al menos por el momento, pero sí un plato de comida diario y toda la priva que podáis tomar. ¿Qué me decís?
Aquera era una difícil tesitura. Jesse y James eran la típica pareja de criminales que, de una forma u otra, eran más músculo que cerebro, algo que habían demostrado desde que los conoció en aquella taberna. Si accedían a lo que le decía, habría ganado protección y quizá dos buenos aliados. En caso contrario tendría que matarlos y huir.
—Mi plan es el siguiente: vamos a huir los tres, por tres caminos distintos y sin llamar la atención. Nos reuniremos en la región controlada por los O’ Sullivan, concretamente en el embarcadero número tres. Allí hay una especie de cabaña medio destrozada. Pegad tres veces y la contraseña es Eriu Land. Si llegáis antes que yo decidles que sois amigos míos, que es hora de que el pájaro cambie de aires. Ellos lo entenderán. ¿Os ha quedado claro? Y si os encontráis a alguien de los Hong. Decidle que nos veremos mañana al mediodía en el lugar de siempre. Si hacéis eso, quizá os sigan, así que no os tiemble el pulso si tenéis que huir. No titubeéis.
Y dicho aquello, se quitaría el traje de supervisor para ponerse su propia ropa, la cual debería estar donde la dejo, y pondría rumbo al embarcadero donde coger el barco que lo lleve lejos de aquella inmunda isla.
Se dijo para sus adentros el joven ladronzuelo, que no dudó en observar la peana durante unos instantes por si había algún tipo de mecanismo extraño que disparara otro tipo de alarma. Continuaba oyendo un par de voces, sin embargo, no tardó en darse cuenta que se trataban de Jessy y James, que le esperaban en la puerta. Sin esperar más, elevó su mano y agarró la espalda. La tela que envolvía su mango era sedosa como ninguna otra que hubiera tocado antes. No parecía muy pesada, pero lo que verdaderamente llamó su atención fue su funda. Era de un color negro que brillaba por sí misma, con detalles difuminados en un rojo sangre que le daba un toque elegante.
Lo curioso fue que al quitarla del soporte los láseres desaparecieron de golpe. ¿En serio el sistema de seguridad dependía de la espada? Era algo que asombró y decepciono, a parte iguales, al joven ladronzuelo. Camino raudo y veloz hacia donde se encontraba sus nuevos compañeros de delitos y frunció el ceño.
—¿Dónde os habíais metido? —se quejó—. Habéis tardado mucho.
Después de su respuesta, desenfundó la katana que le había dado Hong y se la dio a Jesse.
—Sujeta esto —le dijo. Luego, desenvainó el tesoro que había robado y la metió en la funda de su vieja katana. No encajaba del todo bien, quizá la espalda fuera un par de centímetros más larga, pero daba el pego. Mientras tanto, le entregó la funda de color negro a su compañero—. Por si os lo estáis preguntando… No pienso entregarle la katana al malcriado de los Hong —En el rostro de Mitch se dibujó una sonrisa—. Este robo es nuestro, chicos. Nos hemos puesto en peligro nosotros, si nos hubieran pillado seríamos nosotros quienes hubiéramos ido a la cárcel. Así que os propongo que os vengáis conmigo. No sois mi tipo de persona, en lo que concierne a la estética, pero sabéis obedecer y tenéis cara de ser medianamente leales. No puedo prometeros que vayáis a ganar una fortuna, al menos por el momento, pero sí un plato de comida diario y toda la priva que podáis tomar. ¿Qué me decís?
Aquera era una difícil tesitura. Jesse y James eran la típica pareja de criminales que, de una forma u otra, eran más músculo que cerebro, algo que habían demostrado desde que los conoció en aquella taberna. Si accedían a lo que le decía, habría ganado protección y quizá dos buenos aliados. En caso contrario tendría que matarlos y huir.
—Mi plan es el siguiente: vamos a huir los tres, por tres caminos distintos y sin llamar la atención. Nos reuniremos en la región controlada por los O’ Sullivan, concretamente en el embarcadero número tres. Allí hay una especie de cabaña medio destrozada. Pegad tres veces y la contraseña es Eriu Land. Si llegáis antes que yo decidles que sois amigos míos, que es hora de que el pájaro cambie de aires. Ellos lo entenderán. ¿Os ha quedado claro? Y si os encontráis a alguien de los Hong. Decidle que nos veremos mañana al mediodía en el lugar de siempre. Si hacéis eso, quizá os sigan, así que no os tiemble el pulso si tenéis que huir. No titubeéis.
Y dicho aquello, se quitaría el traje de supervisor para ponerse su propia ropa, la cual debería estar donde la dejo, y pondría rumbo al embarcadero donde coger el barco que lo lleve lejos de aquella inmunda isla.
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Los dos maleantes asienten con firmeza mientras Jesse coge la katana que le tiendes.
- Entendido jefe, el botín es nuestro. Nos vemos en el puerto.
Una vez tus nuevos esbirros se han ido, compruebas que efectivamente tu ropa está en el lugar en que la dejaste. Tal vez temías que no fuese así, pues incluso de noche prendas tan estilosas destacan a simple vista, pero parece que has tenido suerte.
Te diriges al embarcadero controlado por los O'Sullivan. El camino resulta más tranquilo de lo que esperabas, pero poco antes de entrar en el territorio de esta familia divisas a lo lejos a tres hombres de Hong. Dos de ellos portan ametralladoras, y el tercero un hacha. Patrullan la calle poco más adelante, vigilando el lugar por donde debes pasar para llegar a tu objetivo. Parece que el mafioso es un poco paranoico y había pensado en la posibilidad de una traición, decidiendo cubrirse las espaldas. A ambos lados de la calle hay edificios. Las escasas farolas iluminan a ciertas zonas de los tejados del margen izquierdo, pero los del margen derecho permanecen en la oscuridad. Apenas se trata de un segundo piso, pero las paredes son lisas, sin salientes que permitan escalarlas. La situación es peliaguda, pero estás seguro de que si logras atravesar esa calle con vida nada te impedirá abandonar la isla. ¿Qué harás, joven ladronzuelo?
- Entendido jefe, el botín es nuestro. Nos vemos en el puerto.
Una vez tus nuevos esbirros se han ido, compruebas que efectivamente tu ropa está en el lugar en que la dejaste. Tal vez temías que no fuese así, pues incluso de noche prendas tan estilosas destacan a simple vista, pero parece que has tenido suerte.
Te diriges al embarcadero controlado por los O'Sullivan. El camino resulta más tranquilo de lo que esperabas, pero poco antes de entrar en el territorio de esta familia divisas a lo lejos a tres hombres de Hong. Dos de ellos portan ametralladoras, y el tercero un hacha. Patrullan la calle poco más adelante, vigilando el lugar por donde debes pasar para llegar a tu objetivo. Parece que el mafioso es un poco paranoico y había pensado en la posibilidad de una traición, decidiendo cubrirse las espaldas. A ambos lados de la calle hay edificios. Las escasas farolas iluminan a ciertas zonas de los tejados del margen izquierdo, pero los del margen derecho permanecen en la oscuridad. Apenas se trata de un segundo piso, pero las paredes son lisas, sin salientes que permitan escalarlas. La situación es peliaguda, pero estás seguro de que si logras atravesar esa calle con vida nada te impedirá abandonar la isla. ¿Qué harás, joven ladronzuelo?
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Anduvo cabizbajo por los callejones hasta llegar al territorio O’Sullivan, avanzando a paso ligero hasta casi llegar al puerto. Estuvo a punto de cruzar la última calle del distrito portuario, pero tuvo que ocultarse al contemplar con sus propios ojos a varios hombres de los Hong. Uno de ellos había estado con él cuando se reunió por última vez con Jeff, por eso le conocía. Reculó todo lo que pudo, acechando desde las sombras e intentando pasar desapercibido.
“Su puta madre…” —maldijo Mitch para sus adentros, mirando a los alrededores.
Lo primero que se le vino a la cabeza es atacarlos, acabar con sus vidas y huir al puerto lo antes posible. Sin embargo, si llegaban a disparar con sus armas, aunque no le dieran, alarmaría a la gente y sabrían que había pasado por allí. Intentó buscar otra manera de pasar, pero un encapuchado en esa zona también era un cantazo. Fue entonces cuando se fijó en los edificios, la distancia entre tejado y tejado era muy pequeña, podría saltar sin problemas e irse de allí. ¿Pero cómo iba a subir? Las paredes eran lisas, demasiado, y aparentemente no había salientes. Intentó buscar alguno, pero no lo logró. Así que se dispuso a buscar una entrada al edificio. Cualquier edifico debía tener una salida trasera en caso de emergencia, y de encontrarla entraría para llegar a la azotea y, desde allí, poner rumbo a una zona seguirá y poder marcharse.
“Su puta madre…” —maldijo Mitch para sus adentros, mirando a los alrededores.
Lo primero que se le vino a la cabeza es atacarlos, acabar con sus vidas y huir al puerto lo antes posible. Sin embargo, si llegaban a disparar con sus armas, aunque no le dieran, alarmaría a la gente y sabrían que había pasado por allí. Intentó buscar otra manera de pasar, pero un encapuchado en esa zona también era un cantazo. Fue entonces cuando se fijó en los edificios, la distancia entre tejado y tejado era muy pequeña, podría saltar sin problemas e irse de allí. ¿Pero cómo iba a subir? Las paredes eran lisas, demasiado, y aparentemente no había salientes. Intentó buscar alguno, pero no lo logró. Así que se dispuso a buscar una entrada al edificio. Cualquier edifico debía tener una salida trasera en caso de emergencia, y de encontrarla entraría para llegar a la azotea y, desde allí, poner rumbo a una zona seguirá y poder marcharse.
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Has elegido sabiamente, mi joven amigo. Descubres una puerta entreabierta en la parte de atrás del edificio y te cuelas dentro sin que nadie te vea. Aprovechando la oscuridad logras desplazarte saltando entre los tejados, muy juntos entre si, y pasas de largo sin que los matones de Hong detecten tu presencia.
Finalmente llegas a la cabaña, donde Jesse y James te están esperando junto a un gato blanco de tamaño descomunal al que te presentan como Meowz. Enhorabuena, tu plan ha tenido éxito y los cuatro conseguís abandonar la isla ilesos. Eso sí, yo procuraría no volver por Sicilia en un tiempo, pues dudo que a Hong le haya hecho mucha gracia vuestra huida.
Finalmente llegas a la cabaña, donde Jesse y James te están esperando junto a un gato blanco de tamaño descomunal al que te presentan como Meowz. Enhorabuena, tu plan ha tenido éxito y los cuatro conseguís abandonar la isla ilesos. Eso sí, yo procuraría no volver por Sicilia en un tiempo, pues dudo que a Hong le haya hecho mucha gracia vuestra huida.
- Fin del Moderado:
- Tras haber completado la trama, creo como moderador que Mitch es merecedor de conseguir los siguiente premios en caso de que la nota otorgada en la corrección sea la suficiente:
- La katana "Shimo" (Escarcha), de calidad Mítica.
- Haki Armadura y Observación Despertados.
- Los NPC de Jesse y James y el gato agrandado Meowz (mascota de Jesse).
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