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Marc Kiedis
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Marc bajó del barco junto a sus nakamas. No terminaba de entender muy bien qué hacían allí, pero el hecho era que ya habían llegado a la isla artificial creada por Viktor. El recuerdo del semigigante sobre ese hombre no era especialmente bueno. Había prometido a Zane el puesto de Yonkou, cosa que después no había sido capaz de cumplir, además de haber manejado a todos los piratas a su antojo durante la competencia ideada por él mismo. Y ahora parecía dispuesto a hacer lo mismo de nuevo.
Al parecer el West Blue se hallaba en el más absoluto de los desastres, y la torre que tenían ante sí se disponía a provocar algo similar en el North Blue. El grandullón esperaba que fuesen capaces de detener todo aquello antes de que muriese más gente y, sobre todo, antes de que llegase el turno de su querido East Blue.
Las viandas ofrecidas por Viktor eran exquisitas, y como buen chef sabía apreciarlas, aunque las palabras de su capitán eran ciertas. El queso que él producía era de mejor calidad que el que el Rey del Bajo Mundo les servía. Aunque no podía culparle, muy pocos quesos podían compararse a los suyos, ya que los matices que podía otorgarles eran casi infinitos.
Tras escuchar el monólogo de su anfitrión el pelirrojo expuso su plan. Marc se mostró de acuerdo con él. El objetivo era, además de evitar el desastre, que su capitán se convirtiese al fin en uno de los cuatro Emperadores del Mar, y el semigigante estaba dispuesto a hacer lo que fuese para ayudarle en dicha empresa. Lo que quedaba claro era que no podían fiarse de Viktor, pues ya le conocían. Spanner, siempre el más inteligente del grupo, lo dejó claro diciendo que estaba seguro de que el mafioso no pensaba soltar un solo berry a nadie.
Al parecer el West Blue se hallaba en el más absoluto de los desastres, y la torre que tenían ante sí se disponía a provocar algo similar en el North Blue. El grandullón esperaba que fuesen capaces de detener todo aquello antes de que muriese más gente y, sobre todo, antes de que llegase el turno de su querido East Blue.
Las viandas ofrecidas por Viktor eran exquisitas, y como buen chef sabía apreciarlas, aunque las palabras de su capitán eran ciertas. El queso que él producía era de mejor calidad que el que el Rey del Bajo Mundo les servía. Aunque no podía culparle, muy pocos quesos podían compararse a los suyos, ya que los matices que podía otorgarles eran casi infinitos.
Tras escuchar el monólogo de su anfitrión el pelirrojo expuso su plan. Marc se mostró de acuerdo con él. El objetivo era, además de evitar el desastre, que su capitán se convirtiese al fin en uno de los cuatro Emperadores del Mar, y el semigigante estaba dispuesto a hacer lo que fuese para ayudarle en dicha empresa. Lo que quedaba claro era que no podían fiarse de Viktor, pues ya le conocían. Spanner, siempre el más inteligente del grupo, lo dejó claro diciendo que estaba seguro de que el mafioso no pensaba soltar un solo berry a nadie.
- Resumen:
- - Llegar a la carpa, comer y escuchar a Viktor.
- Mostrarse de acuerdo con el plan de Zane.
Kenzo Nakajima
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Uno de los más viles criminales conocidos, el infame Krauser Redfield, había vuelto a sus viejos hábitos traicionando a quienes confiaban en él y había desatado la mayor destrucción que se recordaba en los mares. El West Blue ya era presa del terror, y para evitar que el North Blue siguiese el mismo camino el Gobierno Mundial había movilizado al grueso de sus fuerzas. Mientras la batalla naval contra la Armada Revolucionaria aún proseguía, la flor y la nata de la Marina se había reunido por orden del Almirante de Flota. Kenzo debía admitir que aquel hombre tenía un porte regio y de cada una de sus palabras emanaba autoridad. Era, al menos en apariencia, todo lo que cabía esperar de quien ostentaba el más alto rango militar del Gobierno Mundial. Su discurso inflamó las voluntades de los presentes, y cuando pidió voluntarios para adentrarse en la gigantesca aguja que amenazaba el mundo el brazos largos no lo dudó. Tenía muy claro que su lugar estaba en el frente. Para dar aún más énfasis a su decisión adoptó durante unos segundos su forma híbrida y levantó el brazo derecho junto a las cuatro arácnidas patas que habían brotado en dicho lado de su espalda mientras proclamaba:
- Yo, el Sargento Kenzo Nakajima, me ofrezco voluntario. Estaré en primera línea.
Con satisfacción, comprobó que el líder y el segundo al mando de su brigada habían levantado también la mano. No dudaba de ellos, y tampoco de que Kayn y Wyrm lo harían también. El único de quien tenía reservas era Iulio, quien pese a ser un tipo muy agradable y un combatiente muy capaz tenía una exagerada tendencia a escaquearse del trabajo.
Volviendo a su forma humana, el espadachín comenzó a caminar hacia Zuko y Eric, con intención de reunirse con ellos para entrar en la boca del lobo. Allí sería una vez más su cometido como marines y personas de bien luchar contra la injusticia y contra el mal que se cernía sobre el North Blue. El brazos largos, ansioso por entrar en combate, acarició el pomo de Kurai Noroi mientras caminaba con la mirada fija en la aguja. ¿Qué peligros les aguardarían allí?
- Yo, el Sargento Kenzo Nakajima, me ofrezco voluntario. Estaré en primera línea.
Con satisfacción, comprobó que el líder y el segundo al mando de su brigada habían levantado también la mano. No dudaba de ellos, y tampoco de que Kayn y Wyrm lo harían también. El único de quien tenía reservas era Iulio, quien pese a ser un tipo muy agradable y un combatiente muy capaz tenía una exagerada tendencia a escaquearse del trabajo.
Volviendo a su forma humana, el espadachín comenzó a caminar hacia Zuko y Eric, con intención de reunirse con ellos para entrar en la boca del lobo. Allí sería una vez más su cometido como marines y personas de bien luchar contra la injusticia y contra el mal que se cernía sobre el North Blue. El brazos largos, ansioso por entrar en combate, acarició el pomo de Kurai Noroi mientras caminaba con la mirada fija en la aguja. ¿Qué peligros les aguardarían allí?
- Resumen:
- - Escuchar al Almirante de Flota.
- Ofrecerse como voluntario, alegrarse de que Zuko y Eric lo hagan también y dudar de que Iulio vaya a hacerlo.
- Acercarse a la posición de Zuko y Eric pensando en lo que les espera.
Nailah
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A Nailah le encantaba ver las partidas de Luka y Bak, ambos tenían unas maneras muy raras de jugar las partidas. Alguna que otra vez había pensado en intervenir, pero no merecía la pena; además, podía terminar muy mal la cosa así que solo se limitaba a mirar y a pasarlo bien. Aquel día se encontraba sentada en las escaleras que llevaban al timón, con la mordedura de víbora en sus rodillas. Sentía como si estuviese viviendo una situación de nuevo y recordó a su antiguo capitán, aquella arma había sido un regalo que no quería perder.
La espadachina escuchó con atención lo que el pelirrojo tenía que decir. ¿Otra vez? Pensó, nada bueno saldría de visitar a Viktor Elrik, solo tenían que remontarse a la última vez. Nailah no podía negarse a la petición de Zane, así que decidió prepararse para el pequeño evento. La pirata vistió unos ropajes compuestos por una blusa blanca semiabierta y larga, que funcionaba casi como un vestido, acompañado de las medias beis y las botas altas. Por encima de la blusa llevaba su corsé marrón y el cinturón en donde depositaba sus armas y por último, el sombrero con toques negros y rojos. Tenía una obsesión con los sombreros que no era normal, de hecho, poseía un armario solo para los sombreros y lo peor, es que no tenía con quien compartir esa afición en la banda.
Bajaron del barco y enseguida llegaron al lugar en el que se encontraba Viktor. La verdad es que parecía un lugar acogedor y el buen olor de la comida atontaba a las personas. Se sentaron en unas mesas y todos empezaron a comer. Nailah picoteaba cualquier cosa, pero se sentía un poco decepcionad al probar la comida pues la suya estaba mejor, incluida la de Marc. Mientras comía un poco de queso, Zane pellizcó su nariz y ella se quejó, entrecerrando los ojos. Tras eso, con el ceño fruncido se levantó y agarró a su capitán del brazo, para que se detuviera, y coló su mano por sus pectorales hasta llegar a su pezón y pellizcarlo.
-¡Ay que pezoncillo más mono! - Exclamó entre risas, para después volver a sentarse y beber un poco de cerveza.
Cuando se sentó, le dio un cachete en el culo a su capitán y le miró de reojo, guiñándole el ojo. Le encantaba provocarlo y ver como se resistía a las tentaciones. El buen rato cesó y Nailah escuchó con atención el plan de Zane, con el que coincidía. Cuando terminó Viktor comenzó con su discurso, aquel hombre tenía un don de la palabra e incluso parecía mejor que el primero que escuchó, pero seguía sin fiarse. Al parecer no era la única que pensaba así, pues Spanner con sus comentarios tenía razón.
-No solo eso, - añadió - ¿os creéis que se van a parar a contar cada cabeza de marine? Es ridículo.
Tras eso, vio a un joven en el local con un traje amarillo limón que llamaba a la vista. ¿Es que acaso buscaba ser visto? Teniendo en cuenta en la situación que se encontraban... Nailah lo miró de arriba abajo varias veces y después, prestó atención de nuevo a su bebida.
La espadachina escuchó con atención lo que el pelirrojo tenía que decir. ¿Otra vez? Pensó, nada bueno saldría de visitar a Viktor Elrik, solo tenían que remontarse a la última vez. Nailah no podía negarse a la petición de Zane, así que decidió prepararse para el pequeño evento. La pirata vistió unos ropajes compuestos por una blusa blanca semiabierta y larga, que funcionaba casi como un vestido, acompañado de las medias beis y las botas altas. Por encima de la blusa llevaba su corsé marrón y el cinturón en donde depositaba sus armas y por último, el sombrero con toques negros y rojos. Tenía una obsesión con los sombreros que no era normal, de hecho, poseía un armario solo para los sombreros y lo peor, es que no tenía con quien compartir esa afición en la banda.
Bajaron del barco y enseguida llegaron al lugar en el que se encontraba Viktor. La verdad es que parecía un lugar acogedor y el buen olor de la comida atontaba a las personas. Se sentaron en unas mesas y todos empezaron a comer. Nailah picoteaba cualquier cosa, pero se sentía un poco decepcionad al probar la comida pues la suya estaba mejor, incluida la de Marc. Mientras comía un poco de queso, Zane pellizcó su nariz y ella se quejó, entrecerrando los ojos. Tras eso, con el ceño fruncido se levantó y agarró a su capitán del brazo, para que se detuviera, y coló su mano por sus pectorales hasta llegar a su pezón y pellizcarlo.
-¡Ay que pezoncillo más mono! - Exclamó entre risas, para después volver a sentarse y beber un poco de cerveza.
Cuando se sentó, le dio un cachete en el culo a su capitán y le miró de reojo, guiñándole el ojo. Le encantaba provocarlo y ver como se resistía a las tentaciones. El buen rato cesó y Nailah escuchó con atención el plan de Zane, con el que coincidía. Cuando terminó Viktor comenzó con su discurso, aquel hombre tenía un don de la palabra e incluso parecía mejor que el primero que escuchó, pero seguía sin fiarse. Al parecer no era la única que pensaba así, pues Spanner con sus comentarios tenía razón.
-No solo eso, - añadió - ¿os creéis que se van a parar a contar cada cabeza de marine? Es ridículo.
Tras eso, vio a un joven en el local con un traje amarillo limón que llamaba a la vista. ¿Es que acaso buscaba ser visto? Teniendo en cuenta en la situación que se encontraban... Nailah lo miró de arriba abajo varias veces y después, prestó atención de nuevo a su bebida.
Taylor Fitzgerald
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Taylor se sentía muy perdida entre toda aquella multitud. Había recibido los informes sobre la aguja que se levantaba hacia el cielo y el peligro era mayor cada vez. Los científicos e incluso el profesor Fitzgerald estaban absortos ante tal suceso. Por si fuera poco, el profesor era quién había enviado al lugar de manera obligada a Taylor. Ella no tenía intención de asistir, pero dado que tenía contactos en la organización, contaría con su ayuda. El objetivo era recopilar la máxima información posible para después estudiarla y recrear el prototipo.
La autómata estaba en contra de aquella idea, pero no podía revelarse. Las órdenes eran estrictas y quien no las siguiera podía someterse a un castigo. Le molestaba que Alex ni siquiera pudiera ir con ella, a veces le parecía que los científicos tenían menos corazón que los robots que se dedicaban a crear.
Taylor caminó entre la multitud, ignorando el bullicio de la gente hasta que un leve empujón le hace girarse y encontrarse con Dretch. Al verle, esbozó una gran sonrisa, pese a que la primera misión que habían hecho juntos no había terminado del todo bien, recordaba bien el momento que vivieron juntos.
La autómata decidió seguirlo hasta que llegaron junto a otros dos miembros de la Karasu, Giotto Leblanc y un tal Midorima Shintaro. Solamente conocía sus nombres por los informes que enviaba Fitzgerald. El pelirrojo estaba muy motivado con lo que iban a hacer, mientras que al peliverde... no sabía que decir de él.
Una voz grave comenzó a sonar por toda la isla. Una voz cargada de ánimos y justicia, para todos aquellos miembros del gobierno que deberían cumplir con su deber. Taylor se emocionó un poco ante aquellas palabras, queriendo cumplir con lo que decían y salvar las vidas que pudiera. Sin embargo, aquella emoción se desvaneció con las palabras de Dretch.
Aquel comentario le resultó innecesario, su sonrisa se había desvanecido para dejar un rostro serio y, cuando se dirigían hacia las inscripciones, ella pasó primero empujando al agente de la bufanda levemente y situándose detrás de Giotto.
-Cuanto antes terminemos, mejor - comentó seriamente.
La autómata estaba en contra de aquella idea, pero no podía revelarse. Las órdenes eran estrictas y quien no las siguiera podía someterse a un castigo. Le molestaba que Alex ni siquiera pudiera ir con ella, a veces le parecía que los científicos tenían menos corazón que los robots que se dedicaban a crear.
Taylor caminó entre la multitud, ignorando el bullicio de la gente hasta que un leve empujón le hace girarse y encontrarse con Dretch. Al verle, esbozó una gran sonrisa, pese a que la primera misión que habían hecho juntos no había terminado del todo bien, recordaba bien el momento que vivieron juntos.
La autómata decidió seguirlo hasta que llegaron junto a otros dos miembros de la Karasu, Giotto Leblanc y un tal Midorima Shintaro. Solamente conocía sus nombres por los informes que enviaba Fitzgerald. El pelirrojo estaba muy motivado con lo que iban a hacer, mientras que al peliverde... no sabía que decir de él.
Una voz grave comenzó a sonar por toda la isla. Una voz cargada de ánimos y justicia, para todos aquellos miembros del gobierno que deberían cumplir con su deber. Taylor se emocionó un poco ante aquellas palabras, queriendo cumplir con lo que decían y salvar las vidas que pudiera. Sin embargo, aquella emoción se desvaneció con las palabras de Dretch.
Aquel comentario le resultó innecesario, su sonrisa se había desvanecido para dejar un rostro serio y, cuando se dirigían hacia las inscripciones, ella pasó primero empujando al agente de la bufanda levemente y situándose detrás de Giotto.
-Cuanto antes terminemos, mejor - comentó seriamente.
Midorima Shintaro
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Suspiró. No pudo evitar sentir un poco de nostalgia al saber lo que se venía. Una batalla sin cuartel. Había participado de las guerras de Loguetown, Mariejoa y Hallstast, siendo la última la que más le molestaba recordar. Fue ese el día donde todo cambió para él. Estaba extrañamente calmado, más que muchos de los novatos que iba viendo durante el camino. Quizás era por sus ya varias batallas en el cuerpo o porque ya había visto todo lo que se podía ver, pero estaba calmado y tranquilo. Su rostro no estaba inquieto como el de los demás, su expresión corporal era relajada y, aunque sabía lo que se jugaba en esta gran batalla, había sobrevivido a varias y no creía que la que estaba por comenzar fuera la última. Volvió a suspirar mientras usando su mantra buscaba a los miembros de su división. ”¿Dónde estarán?” —pensó.
Escuchó el discurso de guerra del Almirante de la flota Hyoshi. Por unos momentos pensó que quizás podía decir algo más y no básicamente que era un viaje de ida… Sin el pasaje de vuelta asegurado. Al menos, sabía que muchos iban a morir, era lo normal en una guerra. Siguió caminando un tiempo hasta que sintió una presencia conocida, a un par de metros, estaba Dretch. Se acercó a ellos pasando suavemente entre el gran tumulto de gente. Elevó su mano derecha a mano de saludo y, aprovechando el desliz de alguien que estaba por ahí, le robó su paquete de patatas fritas. Oyó las palabras de Giotto y no pudo evitar sonreír, al parecer, intentaba elevar el ánimo de los presentes. Finalmente, habló Dretch. Se encogió de hombros y una risita suave escapó de sus labios. ”Así que todo se decide por quien tiene más rango que el otro, que aburrido es a veces el Cipher Pol” —pensó con cierta decepción. No esperaba que él fuera de esos, pero parecía que hablaba por experiencia propia. ¿Debería preguntarle? Negó suavemente con la cabeza, no era su asunto.
Miró de reojo a Taylor. Había notado el cambio en su rostro por las palabras del “líder” de la Karasu y la vio empujándolo suavemente para abrirse paso. Por un instante, pensó en detenerla, en intentar hacerla cambiar de opinión, quizás a ella le iba a quedar un poco grande lo que estaba por suceder y ni siquiera él sabía el motivo porque la dejaron a ella estar en la zona de guerra, pero… Si fuera por eso, él tampoco tendría que estar ahí, ¿no? Era un don nadie, no tenía un rango elevado y no podía hacer mucho más que aceptar una que otra orden.
—Ya, ya, calma Dretch —dijo mientras empezaba a avanzar, comiendo de las patatas fritas robadas. ¿Por qué alguien estaba comiendo algo así en ese momento? No tenía idea, pero tampoco le interesaba, ahora eran suyas —¿Quieres? —le preguntó mientras esperaba su turno para ofrecerse como voluntario para entrar en la aguja — Lo mismo comer te quita un poco la tensión —puntualizó.
Escuchó el discurso de guerra del Almirante de la flota Hyoshi. Por unos momentos pensó que quizás podía decir algo más y no básicamente que era un viaje de ida… Sin el pasaje de vuelta asegurado. Al menos, sabía que muchos iban a morir, era lo normal en una guerra. Siguió caminando un tiempo hasta que sintió una presencia conocida, a un par de metros, estaba Dretch. Se acercó a ellos pasando suavemente entre el gran tumulto de gente. Elevó su mano derecha a mano de saludo y, aprovechando el desliz de alguien que estaba por ahí, le robó su paquete de patatas fritas. Oyó las palabras de Giotto y no pudo evitar sonreír, al parecer, intentaba elevar el ánimo de los presentes. Finalmente, habló Dretch. Se encogió de hombros y una risita suave escapó de sus labios. ”Así que todo se decide por quien tiene más rango que el otro, que aburrido es a veces el Cipher Pol” —pensó con cierta decepción. No esperaba que él fuera de esos, pero parecía que hablaba por experiencia propia. ¿Debería preguntarle? Negó suavemente con la cabeza, no era su asunto.
Miró de reojo a Taylor. Había notado el cambio en su rostro por las palabras del “líder” de la Karasu y la vio empujándolo suavemente para abrirse paso. Por un instante, pensó en detenerla, en intentar hacerla cambiar de opinión, quizás a ella le iba a quedar un poco grande lo que estaba por suceder y ni siquiera él sabía el motivo porque la dejaron a ella estar en la zona de guerra, pero… Si fuera por eso, él tampoco tendría que estar ahí, ¿no? Era un don nadie, no tenía un rango elevado y no podía hacer mucho más que aceptar una que otra orden.
—Ya, ya, calma Dretch —dijo mientras empezaba a avanzar, comiendo de las patatas fritas robadas. ¿Por qué alguien estaba comiendo algo así en ese momento? No tenía idea, pero tampoco le interesaba, ahora eran suyas —¿Quieres? —le preguntó mientras esperaba su turno para ofrecerse como voluntario para entrar en la aguja — Lo mismo comer te quita un poco la tensión —puntualizó.
Ellie
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El largo viaje de la mink no había sido nada agradable. La tensión se podía palpar en el ambiente, y Ellie no dejaba de pensar hacia dónde diablos se estaba dirigiendo. ¿Hacia una guerra? ¿Una muerte segura? El caso es Ellie se sentía algo agobiada.
Afortunadamente, ya se encontraban en el North Blue, por lo que la agente decidió tomar un poco el aire. No le gustaba mucho el agua, e intentaba quedarse la mayor parte del tiempo en su camarote, sobre todo si eran viajes tan largos.
Una vez estaba fuera, observó lo que la mayoría de gentes miraba. Allí, justo enfrente, tenían el peligro y la amenaza por la que deberían luchar. Unas agujas gigantescas, cuya procedencia parecía ser de un ilustre revolucionario, además de no se cuantas trampas, cachibaches tecnológicos y un sinfín de artilugios que Ellie no comprendía del todo. Qué más da de quién sea esto, el caso es que supone un peligro para todos los que viven aquí
Y entonces, el almirante de la flota Hyoshi , al cual Ellie respetaba enormemente, hizo aparición con un rostro que denotaba preocupación, así como unas ojeras intensas que pusieron alerta a la loba.
Tras un discurso seco y directo, Ellie repitió alguna de las frases de Hyoshi en su mente. Por lo visto, estaba pidiendo suicidas que se adentrasen en la boca del lobo. Pero también pedía más suicidas que se quedasen fuera, protegiendo a los que entrasen. Ellie estableció una serie de procesos en su mente para intentar elegir la mejor opción, y entonces vió como una serie de agentes se ofrecieron voluntarios. Alguno de ellos le sonaba de algún informe, pero no le dió más importancia.
Sabías a qué venías, Ellie. Y sabes lo difícil que es llegar hasta la cima. ¿Acaso pretendías llegar sin jugarte la vida? Haz lo que solo tú sabes hacer
- Aquí Ellie -comentó a la par que se lamía la pata derecha, fruto del nerviosismo-, si nadie tiene ninguna pega, me ofrezco voluntaria para entrar.
La loba dió un paso al frente, hasta situarse junto al resto de voluntarios, y no pudo evitar intentar socializar.
- Hola -comentó casi titubeando-. ¿Quién creéis que va a morir antes, nosotros o los que están aquí fuera?
Lo cierto es que ELlie no podía dejar de pensar en el suicidio que Hyoshi les estaba ordenando, aunque no tenía ni el rango, ni respeto, ni valor para decirle nada.
Cuando tengas la experiencia de Hyoshi, Ellie, sabrás por qué hace lo que hace Se resignó a pensar para intentar evadir las oscuras ideas que le inundaban.
Afortunadamente, ya se encontraban en el North Blue, por lo que la agente decidió tomar un poco el aire. No le gustaba mucho el agua, e intentaba quedarse la mayor parte del tiempo en su camarote, sobre todo si eran viajes tan largos.
Una vez estaba fuera, observó lo que la mayoría de gentes miraba. Allí, justo enfrente, tenían el peligro y la amenaza por la que deberían luchar. Unas agujas gigantescas, cuya procedencia parecía ser de un ilustre revolucionario, además de no se cuantas trampas, cachibaches tecnológicos y un sinfín de artilugios que Ellie no comprendía del todo. Qué más da de quién sea esto, el caso es que supone un peligro para todos los que viven aquí
Y entonces, el almirante de la flota Hyoshi , al cual Ellie respetaba enormemente, hizo aparición con un rostro que denotaba preocupación, así como unas ojeras intensas que pusieron alerta a la loba.
Tras un discurso seco y directo, Ellie repitió alguna de las frases de Hyoshi en su mente. Por lo visto, estaba pidiendo suicidas que se adentrasen en la boca del lobo. Pero también pedía más suicidas que se quedasen fuera, protegiendo a los que entrasen. Ellie estableció una serie de procesos en su mente para intentar elegir la mejor opción, y entonces vió como una serie de agentes se ofrecieron voluntarios. Alguno de ellos le sonaba de algún informe, pero no le dió más importancia.
Sabías a qué venías, Ellie. Y sabes lo difícil que es llegar hasta la cima. ¿Acaso pretendías llegar sin jugarte la vida? Haz lo que solo tú sabes hacer
- Aquí Ellie -comentó a la par que se lamía la pata derecha, fruto del nerviosismo-, si nadie tiene ninguna pega, me ofrezco voluntaria para entrar.
La loba dió un paso al frente, hasta situarse junto al resto de voluntarios, y no pudo evitar intentar socializar.
- Hola -comentó casi titubeando-. ¿Quién creéis que va a morir antes, nosotros o los que están aquí fuera?
Lo cierto es que ELlie no podía dejar de pensar en el suicidio que Hyoshi les estaba ordenando, aunque no tenía ni el rango, ni respeto, ni valor para decirle nada.
Cuando tengas la experiencia de Hyoshi, Ellie, sabrás por qué hace lo que hace Se resignó a pensar para intentar evadir las oscuras ideas que le inundaban.
- Resumen:
- Ofrecerse voluntaria, si nadie le pone ninguna pega.
- Acercarse al resto de voluntarios e inundarles con sus pensamientos negativos.
- Intentar evadir esos pensamientos dándole un voto de confianza al almirante de flota.
- Ofrecerse voluntaria, si nadie le pone ninguna pega.
Therax miraba el techo de su camarote. Podía distinguir cuándo sus compañeros pasaban por encima de donde él estaba, pues las sombras incidían sobre sus ojos durante un instante. Únicamente llevaba su ropa interior, y ni siquiera había un par de mantas que tapasen las partes descubiertas de su anatomía -las cuales, todo sea dicho, no eran demasiadas-. No se había molestado en salir de la cama desde que despertarse, pues la incertidumbre nacida de aquel cartel no le dejaba pensar en otra cosa.
Se habían hecho con un periódico no hacía demasiado tiempo, pudiendo averiguar que el rostro de Annie había pasado a tener valor para los cazarrecompensas, el Gobierno Mundial y, en definitiva, demasiada gente. ¿Cuándo se había unido a la Revolución? No había comentado nada durante su último encuentro. ¿Habría sido después? Fuera como fuere, los rumores también llegaban a los oídos del rubio. El murmullo que se extendía por las tabernas y los bajos fondos no le era ajeno. Era Krauser Redfield y no otro quien estaba detrás de todo lo que había sucedido en el West Blue. Los comentarios de la gente no apuntaban en esa dirección, pero ¿hasta qué punto estaba implicada la Revolución en todo aquello? ¿Qué papel jugaría la albina?
-¿Ther? -un susurro se coló por debajo de la puerta tras ser golpeada. Era Esme-. Zane dice que estamos llegando. Tal vez deberías subir.
La chica se marchó sin decir nada más, habiendo obtenido como respuesta un escueto 'vale'. El espadachín descruzó los brazos que habían estado sirviendo de apoyo para su cabeza y se dirigió a la silla situada junto a la cama. Estaba orientada hacia un escritorio nada despreciable, sobre el cual se podían distinguir no menos de tres libros repletos de garabatos y anotaciones. Había aprovechado la última compra de Kath para acompañarla y ampliar su arsenal de libros médicos. No todo iba a ser blandir la espada.
Se colocó su traje con sumo cuidado, dedicando algunos minutos a la corbata, y no continuó hasta que estuvo satisfecho con la posición y el tamaño del nudo. Acto seguido vinieron la capa de viaje y el mando de Heimdall, perfectamente solapados para dar la imagen de una única prenda. El brazalete de los muryne no tardó en adornar su brazo izquierdo, así como el anillo que iba a juego con el manto, que ocupó su lugar en el dedo pulgar de la mano derecha.
Salió de la habitación con sus cuatro armas en la mano. Al llegar a cubierta, un paisaje que no auguraba nada bueno se mostró ante él. Un enorme falo metálico parecía querer penetrar el cielo, amenazando con hacer llover la destrucción sobre todos. Arrugó el gesto, comenzando a colocar las espadas en su posición sin siquiera mirar. Estaba más que acostumbrado; Byakko y Yuki-onna sobre su espalda baja, formando una cruz.
Eran numerosos los barcos que ardían mientras iban hundiéndose. Allí ya se había derramado sangre. La congoja atenazó su corazón al pensar en Annie. Por otro lado, una gran cantidad de caracoles de tamaño descomunal se había unido para dar lugar a algo así como una isla desmontable. Allí se dirigían. Wirapuru ocupó su lugar sobre Byakko, siguiendo un recorrido paralelo a ésta. Por último, colocó a Hi no Tamashii a la derecha, un poco por debajo de su cadera.
Atracaron en su destino: el cúmulo de moluscos. Spanner le había informado algunos días antes de llegar de lo que les esperaba. Viktor Elrik no se lo había pensado y se mostraba dispuesto a sacar todo el partido posible a semejante desgracia. Hacia sus dominios se dirigían los Arashi. Apretó la mandíbula en cuanto puso un pie fuera del barco. No le gustaba aquel tipo.
-No sé tú, pero yo no pienso aceptar para mí ni un berri de ese tío. Nos manipuló como quiso en todo el asunto de Legim, y para colmo intentó hacernos volar por los aires cuando se aburrió del juego. No me fío de nada de lo que me diga.
Una gran carpa parecía ser el lugar de reunión, lo que se confirmó en cuanto se introdujeron en su interior. Un estruendo sin igual procedía de ella, pues la gente bebía y comía sin parar. La tripulación se sentó en una de las mesas, y Therax dio un largo trago de su copa cuando se la trajeron. Debía reconocer que el condenado enano tenía un gusto exquisito.
Viktor dio su discurso, no muy diferente a lo que el espadachín podría haber esperado de él. No le interesaba en absoluto lo que dijese, pero le escuchó, así como a su capitán cuando les comentó su plan. Y sonrió. Por primera vez en muchos días, una hilera de dientes perfectamente alineados vieron la luz. Aun así, las palabras de un tipo de amarillo no tardaron en atraer su atención. No pudo contenerse.
-Que le hagamos el trabajo sucio, eso quiere -respondió en voz alta-. Y cuando lo hayamos hecho, intentará hacernos saltas por los aires como en Long Ring Long Land.
Por otro lado, Spanner también mostró su desconfianza en lo referente a la recompensa que ofrecía el autoproclamado Señor del Bajo Mundo. Therax no pudo más que asentir con firmeza para, justo después, devolver su atención a la copa que mecía en su mano izquierda.
Se habían hecho con un periódico no hacía demasiado tiempo, pudiendo averiguar que el rostro de Annie había pasado a tener valor para los cazarrecompensas, el Gobierno Mundial y, en definitiva, demasiada gente. ¿Cuándo se había unido a la Revolución? No había comentado nada durante su último encuentro. ¿Habría sido después? Fuera como fuere, los rumores también llegaban a los oídos del rubio. El murmullo que se extendía por las tabernas y los bajos fondos no le era ajeno. Era Krauser Redfield y no otro quien estaba detrás de todo lo que había sucedido en el West Blue. Los comentarios de la gente no apuntaban en esa dirección, pero ¿hasta qué punto estaba implicada la Revolución en todo aquello? ¿Qué papel jugaría la albina?
-¿Ther? -un susurro se coló por debajo de la puerta tras ser golpeada. Era Esme-. Zane dice que estamos llegando. Tal vez deberías subir.
La chica se marchó sin decir nada más, habiendo obtenido como respuesta un escueto 'vale'. El espadachín descruzó los brazos que habían estado sirviendo de apoyo para su cabeza y se dirigió a la silla situada junto a la cama. Estaba orientada hacia un escritorio nada despreciable, sobre el cual se podían distinguir no menos de tres libros repletos de garabatos y anotaciones. Había aprovechado la última compra de Kath para acompañarla y ampliar su arsenal de libros médicos. No todo iba a ser blandir la espada.
Se colocó su traje con sumo cuidado, dedicando algunos minutos a la corbata, y no continuó hasta que estuvo satisfecho con la posición y el tamaño del nudo. Acto seguido vinieron la capa de viaje y el mando de Heimdall, perfectamente solapados para dar la imagen de una única prenda. El brazalete de los muryne no tardó en adornar su brazo izquierdo, así como el anillo que iba a juego con el manto, que ocupó su lugar en el dedo pulgar de la mano derecha.
Salió de la habitación con sus cuatro armas en la mano. Al llegar a cubierta, un paisaje que no auguraba nada bueno se mostró ante él. Un enorme falo metálico parecía querer penetrar el cielo, amenazando con hacer llover la destrucción sobre todos. Arrugó el gesto, comenzando a colocar las espadas en su posición sin siquiera mirar. Estaba más que acostumbrado; Byakko y Yuki-onna sobre su espalda baja, formando una cruz.
Eran numerosos los barcos que ardían mientras iban hundiéndose. Allí ya se había derramado sangre. La congoja atenazó su corazón al pensar en Annie. Por otro lado, una gran cantidad de caracoles de tamaño descomunal se había unido para dar lugar a algo así como una isla desmontable. Allí se dirigían. Wirapuru ocupó su lugar sobre Byakko, siguiendo un recorrido paralelo a ésta. Por último, colocó a Hi no Tamashii a la derecha, un poco por debajo de su cadera.
Atracaron en su destino: el cúmulo de moluscos. Spanner le había informado algunos días antes de llegar de lo que les esperaba. Viktor Elrik no se lo había pensado y se mostraba dispuesto a sacar todo el partido posible a semejante desgracia. Hacia sus dominios se dirigían los Arashi. Apretó la mandíbula en cuanto puso un pie fuera del barco. No le gustaba aquel tipo.
-No sé tú, pero yo no pienso aceptar para mí ni un berri de ese tío. Nos manipuló como quiso en todo el asunto de Legim, y para colmo intentó hacernos volar por los aires cuando se aburrió del juego. No me fío de nada de lo que me diga.
Una gran carpa parecía ser el lugar de reunión, lo que se confirmó en cuanto se introdujeron en su interior. Un estruendo sin igual procedía de ella, pues la gente bebía y comía sin parar. La tripulación se sentó en una de las mesas, y Therax dio un largo trago de su copa cuando se la trajeron. Debía reconocer que el condenado enano tenía un gusto exquisito.
Viktor dio su discurso, no muy diferente a lo que el espadachín podría haber esperado de él. No le interesaba en absoluto lo que dijese, pero le escuchó, así como a su capitán cuando les comentó su plan. Y sonrió. Por primera vez en muchos días, una hilera de dientes perfectamente alineados vieron la luz. Aun así, las palabras de un tipo de amarillo no tardaron en atraer su atención. No pudo contenerse.
-Que le hagamos el trabajo sucio, eso quiere -respondió en voz alta-. Y cuando lo hayamos hecho, intentará hacernos saltas por los aires como en Long Ring Long Land.
Por otro lado, Spanner también mostró su desconfianza en lo referente a la recompensa que ofrecía el autoproclamado Señor del Bajo Mundo. Therax no pudo más que asentir con firmeza para, justo después, devolver su atención a la copa que mecía en su mano izquierda.
- Resumen:
- Describir un poco la situación, así como lo que Therax tiene en la cabeza en ese momento.
- Mostrar su acuerdo con el plan de Zane.
- Contestar a Yuu en voz alta y asentir ante la opinión de Spanner.
- Describir un poco la situación, así como lo que Therax tiene en la cabeza en ese momento.
Yarmin Prince
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Analizando en perspectiva su conversación con Issei, Yarmin no terminaba de comprender por qué había terminado en la carpa de Elrik. Él había solicitado con un cierto fervor su interés por iniciar la campaña dentro del bando revolucionario, listo para neutralizar cualquier amenaza que supusiese un riesgo para el Gobierno Mundial, pero el agente 42 parecía haber vislumbrado algo más peligroso para el devenir que las tropas de apoyo que se encontraban a las afueras de la aguja: Viktor Elrik. Igual que Yarmin, su superior directo se había dado cuenta de que ese plan respondía más a una brillante mente criminal que a un inepto con más espada que materia gris. Sin embargo, diferían en el responsable: Issei achacaba la grotesca aberración a los "chapuzas", el equipo especial de Elrik; él, por el contrario, no veía una motivación real para que Viktor Elrik quisiera destruir algo que le ofrecía tantos beneficios. No podía asegurarlo, pero estaría dispuesto a jurar que había alguien detrás de todo eso que utilizaba al "rey del Bajo Mundo" como cortina de humo... Y el discurso de Elrik no hizo más que reforzar esa impresión.
Se encontraba en una gran carpa, junto a grandes personalidades del Bajo Mundo que lejos estaban de saber que aquel agente del gobierno, que tan a cara descubierta se presentaba, era el infame Mihael Markov con el que muchos estaban en guerra y otros tantos temían por lo impredecible de sus acciones. Si bien los que conocían su rostro lo miraban con cierta desconfianza, todos allí eran conscientes de que atacar a un miembro del Gobierno Mundial significaba entrar en guerra abierta con él, y aun en el supuesto de que pudiesen acabar con su vida, ¿quién les garantizaba que no hubiese más agentes allí? Sin embargo, como precaución, se había tomado la molestia de conocer a todos los presentes, y mientras vislumbraba sus caras recordaba datos acerca de ellos: Un traficante de órganos, un mercader de armas, un banquero, Zane D. Kenshin... Criminales de distinta ralea, e incluso el alcalde de Water Seven, en contra del cual había votado. Siempre había oído rumores acerca de su implicación en el Bajo Mundo, pero por primera vez tenía una confirmación. Eso significaba, de hecho, que podía hacer negocios con él si salían con vida de allí. No obstante, había cosas más importantes de las que preocuparse.
Una persona estaba a su lado, alguien en quien no había reparado hasta el momento: Yuu Z. Blade, el contrabandista y asesino, estaba a muy escasa distancia de él, en la mesa contigua y demasiado, demasiado cerca de la banda del pelirrojo. Había escuchado atentamente las palabras de Viktor mientras un brillo codicioso surgía en su mirada, e incluso había murmurado, más alto de lo que pretendía, una pregunta retórica que no era tan retórica. Y luego, como todo joven impetuoso, Yuu trató de brillar cuestionando las habilidades como estratega de Elrik que, a decir verdad, él tampoco tenía demasiado claras. Sin embargo, se trataba de un hombre cuyo apoteósico reinado no podía ser cuestionado y, la verdad, seguramente tuviese alguna idea para entrar en el lugar.
Estuvo muy tentado de comenzar a hablar, pero en su lugar simplemente sonrió con desidia mientras miraba al suelo. Era pronto para brillar, pero muy pronto lo haría.
Se encontraba en una gran carpa, junto a grandes personalidades del Bajo Mundo que lejos estaban de saber que aquel agente del gobierno, que tan a cara descubierta se presentaba, era el infame Mihael Markov con el que muchos estaban en guerra y otros tantos temían por lo impredecible de sus acciones. Si bien los que conocían su rostro lo miraban con cierta desconfianza, todos allí eran conscientes de que atacar a un miembro del Gobierno Mundial significaba entrar en guerra abierta con él, y aun en el supuesto de que pudiesen acabar con su vida, ¿quién les garantizaba que no hubiese más agentes allí? Sin embargo, como precaución, se había tomado la molestia de conocer a todos los presentes, y mientras vislumbraba sus caras recordaba datos acerca de ellos: Un traficante de órganos, un mercader de armas, un banquero, Zane D. Kenshin... Criminales de distinta ralea, e incluso el alcalde de Water Seven, en contra del cual había votado. Siempre había oído rumores acerca de su implicación en el Bajo Mundo, pero por primera vez tenía una confirmación. Eso significaba, de hecho, que podía hacer negocios con él si salían con vida de allí. No obstante, había cosas más importantes de las que preocuparse.
Una persona estaba a su lado, alguien en quien no había reparado hasta el momento: Yuu Z. Blade, el contrabandista y asesino, estaba a muy escasa distancia de él, en la mesa contigua y demasiado, demasiado cerca de la banda del pelirrojo. Había escuchado atentamente las palabras de Viktor mientras un brillo codicioso surgía en su mirada, e incluso había murmurado, más alto de lo que pretendía, una pregunta retórica que no era tan retórica. Y luego, como todo joven impetuoso, Yuu trató de brillar cuestionando las habilidades como estratega de Elrik que, a decir verdad, él tampoco tenía demasiado claras. Sin embargo, se trataba de un hombre cuyo apoteósico reinado no podía ser cuestionado y, la verdad, seguramente tuviese alguna idea para entrar en el lugar.
Estuvo muy tentado de comenzar a hablar, pero en su lugar simplemente sonrió con desidia mientras miraba al suelo. Era pronto para brillar, pero muy pronto lo haría.
- Resumen:
- Quedarme sentadito a la vera de Yuu.
Simo Baker
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El pesar se sentía en el lugar mientras esperábamos las palabras del Almirante de la flota. Nadie allí era ajeno a lo que estaba sucediendo; así lo mostraban las caras marcadas por la pena, la ira, el miedo y sobre todo el insomnio. Yo mismo, a pesar de mantenerme fuerte ante la situación, estaba comenzando a notar el cansancio. No era sólo por la responsabilidad de evitar que otro mar fuera destruido, las batallas no paraban de sucederse una tras otra sin darnos cuartel. Desde que había comenzado mi marcha desde el South Blue los combates tanto contra la revolución como contra los piratas no habían cesado. En no llega a tres semanas había visto morir a más gente que en los tres últimos años como miembro del Cipher Pol. «Murieron como héroes. En el momento en que llegue mi turno les seguiré encantado», me reconforté pensando en todos los marines que habían muerto enfrentándose al mal de la revolución. La tragedia había llegado al mundo, pero con ella también había llegado la gran guerra que nos daría la oportunidad de acabar con esa maldita escoria de una vez por todas.
El discurso de Hyosi comenzó bien, con un tono crudo pero motivador, lo necesario para llamar a los hombres al deber; aunque no siguió tan bien. Mi ceño se frunció al escucharle decir: “Quiero que, si empuñáis un arma para matar, sintáis cada muerte con el pesar que merece un hermano perdido, pues todos ellos buscan, de un modo u otro, su propia justicia”. Y una mierda iba a lamentar la muerte de esos hijos de puta. Ya sentí el pesar por la pérdida de un hermano cuando ellos lo mataron; lo único que me iba a provocar ver sus sesos saltar tras cada una de mis balas era gozo. Por suerte el final del discurso fue más positivo. Mis compañeros del Cipher Pol habían encontrado una vía de entrada al artefacto. Al instante lo vi claro y no tuve ninguna duda, debía de estar en el grupo de ataque. Tanto si la destruíamos como si tomábamos su control, nos daría una ventaja tremenda en el desarrollo de la guerra.
Aun estando completamente decidido no me adelanté al instante; el hecho de que el primero en dar un paso al frente hubiera sido un chico pequeño de aspecto débil me había dejado perplejo. Por otro lado el grupo de agentes que había a mi lado estaba motivándose para lanzarse a la acción, lo que hizo que una ligera sonrisa surgiera en mi rostro. Al momento otro joven que parecía su superior cortó el rollo ordenando que los iniciados quedaran excluidos de la misión. Tenía sentido, iba a ser una misión complicada, era mejor que los novatos no siguieran el ejemplo del estúpido chico marine. Por desgracia para todos, sus palabras parecieron caer en saco roto.
Para cuando comencé a avanzar para unirme al grupo de voluntarios ya había un buen número de hombres dispuestos a morir en la misión. Además entre ellos se encontraban dos almirantes Kodama y Koneko, lo que había hecho que los ánimos entre nuestras filas se levantasen de nuevo. –Parece que los marines ya no van a poder decir que los del Cipher Pol somos unos cobardes –, dije sonriendo amistosamente al grupo de agentes voluntarios una vez estuve a su altura. Me había dado cuenta que eran una división independiente, si no me acercaba a ellos ahora seguramente quedaría excluido de sus planes durante la misión. Por mucho que me gustase andar solo, esta iba a ser una incursión complicada; me convenía tener a alguien que guardara mis espaldas. –Soy el agente Simo Baker –, me presenté–. Si vamos a morir juntos es mejor que vayamos conociéndonos… ¿Tienes fuego? –, pregunté al pelirrojo de las llamas mientras sacaba un cigarro del cajetín y hacía un gesto ofreciendo al grupo. No sabía si fumaban, pero era una forma tan buena como cualquier otra de iniciar un contacto directo.
El discurso de Hyosi comenzó bien, con un tono crudo pero motivador, lo necesario para llamar a los hombres al deber; aunque no siguió tan bien. Mi ceño se frunció al escucharle decir: “Quiero que, si empuñáis un arma para matar, sintáis cada muerte con el pesar que merece un hermano perdido, pues todos ellos buscan, de un modo u otro, su propia justicia”. Y una mierda iba a lamentar la muerte de esos hijos de puta. Ya sentí el pesar por la pérdida de un hermano cuando ellos lo mataron; lo único que me iba a provocar ver sus sesos saltar tras cada una de mis balas era gozo. Por suerte el final del discurso fue más positivo. Mis compañeros del Cipher Pol habían encontrado una vía de entrada al artefacto. Al instante lo vi claro y no tuve ninguna duda, debía de estar en el grupo de ataque. Tanto si la destruíamos como si tomábamos su control, nos daría una ventaja tremenda en el desarrollo de la guerra.
Aun estando completamente decidido no me adelanté al instante; el hecho de que el primero en dar un paso al frente hubiera sido un chico pequeño de aspecto débil me había dejado perplejo. Por otro lado el grupo de agentes que había a mi lado estaba motivándose para lanzarse a la acción, lo que hizo que una ligera sonrisa surgiera en mi rostro. Al momento otro joven que parecía su superior cortó el rollo ordenando que los iniciados quedaran excluidos de la misión. Tenía sentido, iba a ser una misión complicada, era mejor que los novatos no siguieran el ejemplo del estúpido chico marine. Por desgracia para todos, sus palabras parecieron caer en saco roto.
Para cuando comencé a avanzar para unirme al grupo de voluntarios ya había un buen número de hombres dispuestos a morir en la misión. Además entre ellos se encontraban dos almirantes Kodama y Koneko, lo que había hecho que los ánimos entre nuestras filas se levantasen de nuevo. –Parece que los marines ya no van a poder decir que los del Cipher Pol somos unos cobardes –, dije sonriendo amistosamente al grupo de agentes voluntarios una vez estuve a su altura. Me había dado cuenta que eran una división independiente, si no me acercaba a ellos ahora seguramente quedaría excluido de sus planes durante la misión. Por mucho que me gustase andar solo, esta iba a ser una incursión complicada; me convenía tener a alguien que guardara mis espaldas. –Soy el agente Simo Baker –, me presenté–. Si vamos a morir juntos es mejor que vayamos conociéndonos… ¿Tienes fuego? –, pregunté al pelirrojo de las llamas mientras sacaba un cigarro del cajetín y hacía un gesto ofreciendo al grupo. No sabía si fumaban, pero era una forma tan buena como cualquier otra de iniciar un contacto directo.
- Resumen:
- -Pensar en lo sucedido hasta el momento.
-Unirme a los voluntarios.
-Intentar interactuar con la Karatsu para ir con ellos durante la misión.
-Pedir fuego a Giotto.
Ummak Zor-El
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Aunque Ummak no tenía ningún interés en el mar norteño, su deuda de honor le obligaba a apoyar a la Revolución en cualquiera que fueran sus objetivos. Sin embargo, sus pasos le habían traído hacia las cercanías de aquella extraña aguja por otro motivo muy distinto. Eric Zor-El, su hermano, ahora formaba parte de la Marina y no debía de encontrarse a muchas leguas de distancia del lugar al que la Armada Revolucionaria había decido replegarse. Y, aunque todo el mundo hablaba de ese tal Krauser y de sus muchas fechorías, Ummak tan solo tenía pensamientos para su hermano. Su padre, Odir Zor-El se había vuelto un hombre débil debido a los constantes años de paz. Shandora necesitaba un cambio y su hermano era el único que podía oponerse a su padre y liderar al resto de clanes sin provocar una guerra interna. Pero, por desgracia, aún no había trazado ningún plan de acción para hacerle reaccionar. Los guerreros del Clan de la Lagrima eran muy ruidosos y durante días no paraban de sucederse discursos y más discursos de los cuales Ummak no lograba entender gran cosa.
Ummak no necesitaba que ninguno de los caudillos del Clan de la Lagrima le indicara cual debía de ser su papel en la batalla que estaba por venir. Para el joven shandian, la jerarquía interna de la Armada Revolucionaria no significaba gran cosa y, puesto que no conocía a nadie de los allí reunidos, no estaba dispuesto a agachar la cabeza y a obedecer al primer tipo con capa verde y galones que se le cruzara. Ya había tenido que soportar a varios cadetes que, probablemente bajo las ordenes de algún superior, habían ido en su busca. Sin embargo, con todos fingió no entender: entender le obligaba a obedecer y aquello no iba a ocurrir jamás. Para el pequeño de los Zor-El, tan solo existía un único caudillo en la Armada Revolucionaria y este no era ni más ni menos que Agustus Makintosh, el misterioso gyojing que en Gray Rock había liderado un asalto casi suicida a tres fragatas de la Marina y había salido indemne del enfrentamiento.
Solo un hombre o pseudo-hombre que no se escudara tras sus palabras y estuviese aún más dispuesto que sus propios guerreros a entrar en acción, podía darle una orden que él pusiese obedecer. Fue por eso que, al ver como el pez gota se amarraba a la proa de uno de los submarinos, el shandian se encaminó hacia la extraña embarcación, lanza al hombro. Así pues, cual guardia pretoriana, Ummak permanecía en el exterior del submarino elegido por Maki, estudiando con detenimiento a cada uno de los revolucionarios que se adentraban en el mismo.
Ummak no necesitaba que ninguno de los caudillos del Clan de la Lagrima le indicara cual debía de ser su papel en la batalla que estaba por venir. Para el joven shandian, la jerarquía interna de la Armada Revolucionaria no significaba gran cosa y, puesto que no conocía a nadie de los allí reunidos, no estaba dispuesto a agachar la cabeza y a obedecer al primer tipo con capa verde y galones que se le cruzara. Ya había tenido que soportar a varios cadetes que, probablemente bajo las ordenes de algún superior, habían ido en su busca. Sin embargo, con todos fingió no entender: entender le obligaba a obedecer y aquello no iba a ocurrir jamás. Para el pequeño de los Zor-El, tan solo existía un único caudillo en la Armada Revolucionaria y este no era ni más ni menos que Agustus Makintosh, el misterioso gyojing que en Gray Rock había liderado un asalto casi suicida a tres fragatas de la Marina y había salido indemne del enfrentamiento.
Solo un hombre o pseudo-hombre que no se escudara tras sus palabras y estuviese aún más dispuesto que sus propios guerreros a entrar en acción, podía darle una orden que él pusiese obedecer. Fue por eso que, al ver como el pez gota se amarraba a la proa de uno de los submarinos, el shandian se encaminó hacia la extraña embarcación, lanza al hombro. Así pues, cual guardia pretoriana, Ummak permanecía en el exterior del submarino elegido por Maki, estudiando con detenimiento a cada uno de los revolucionarios que se adentraban en el mismo.
Dexter Black
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- ¿Dónde demonios estás? -preguntó una voz al otro lado del intercomunicador, molesta. Akagami estaba enfadado, pero tampoco se salía de su pauta habitual. El carácter impulsivo de Dexter chocaba en muchas ocasiones con la temperamental pero casi siempre tranquila personalidad de su contramaestre, y su desaparición tras ordenarle poner rumbo al North Blue con toda la banda no hacía más que sacarlo de quicio.
- Intento ver las cosas desde otra perspectiva -fue lo único que respondió, y apagó el receptor de su oreja.
Desde allí arriba todo era muy diferente: Podía ver Hallstat y Lyneel sin dificultad, así como perdida ya en el horizonte la minúscula línea que, en la distancia, era el Calm Belt. Más allá de él se encontraba el Ojo, y atravesando el Nuevo Mundo la terrorífica escena que se había dibujado en el West Blue. Cadáveres flotando en el agua, muertos en vida a causa del ruido que llegaba a todos los rincones, cosechas desbaratadas debido a la subida en el nivel de las aguas... Y ahora la misma amenaza se cernía sobre el mar que lo había visto nacer. Por su culpa.
Había sido él quien cargado de buena voluntad había puesto en manos de Krauser aquel dispositivo del juicio final con la esperanza de que acabase con toda la tecnología. Había sido él quien, tras su comportamiento pueril y cambiachaquetas, lo había defendido pese a todo. Era él quien había ostentado el poder de decidir quién sí y quién no reinaría Síderos... Y había dado la llave del fin del mundo a quien creyera su amigo, sin pensar en las nefastas consecuencias que aquello podría tener para el mundo. ¿Por qué? ¿Por qué no había confiado más en el Gobierno? ¿Por qué no había destruido él mismo aquellas armas? Deshabilitadas, sin artillero que las controlase, solo necesitaba cargarlas en un barco viejo y dejar que se hundiesen en una falla, pero no. En cualquier caso, ahora era su responsabilidad detener aquella debacle.
Sujetó con ambas manos el pequeño zafiro que le habían regalado hacía poco, contemplándolo muy de cerca y viendo en sus estribaciones el pequeño mecanismo bajo la gema. Había investigado ya su funcionamiento, y seguramente podría hacerlo, pero no podía arriesgar su vida tan vanamente mientras hubiese alternativa. Y desde lo alto, encaramado a la Red Line, contemplando la aguja como un vigilante silencioso, podía pensar con mayor claridad.
- Viktor Elrik -musitó, observando con sus ojos de dragón la carpa que se encontraba a cientos de kilómetros, apenas un punto en medio de la inmensidad azul, apenas visible en medio de la noche. Su presencia junto al artefacto significaba su implicación, pero la Revolución también estaba manchada. En el mejor de los casos, algún que otro seguidor de Krauser permanecería a la espera, listo para traicionar a la Armada. En el peor, bueno, la Armada era realmente una maquinaria que estaba funcionando en pos del plan de su viejo amigo. Pero, ¿Qué papel podía tener Krauser en todo aquello? Él no poseía el carisma ni los medios para conseguir aquello, y ningún criminal habría siquiera tratado de acercarse a él tras la muerte de Mihasy o su pasado como ejecutor principal de la Marina, un pasado en el que habia sojuzgado a cientos de delincuentes sin mostrar piedad... Todo aquello olía a chamusquina.
Se irguió delicadamente, con una quietud antinatural. Podía ver con claridad la isla donde nació, a apenas unos kilómetros del enorme continente, expectante como todo el mar mientras un hatajo de descerebrados daba su vida por intentar salvarlos sin ninguna esperanza. Y, probablemente, a pesar de ser la persona más inteligente con vida, él formaba parte de esos descerebrados. Pero no podía perder la esperanza. No todavía. Estiró los brazos y se dejó caer al vacío.
Cuatro enormes garras arañaron la superficie del mar, reflejando brillo azul zafiro en las aguas. Cada movimiento, violento y elegante; cada exhalación, profunda y terrible. Las fauces del dragón permanecían cerradas en una tensa mueca de incomodidad mientras el mundo escapaba bajo sus pies y la aguja estaba poco a poco mas y más cerca. Conocía el artefacto, lo había observado durante horas, y sabía que resultaría imposible acercarse volando... Pero podía hacer otra cosa.
Desvió el rumbo levemente para asegurarse de que sobrevolaba, a apenas diez metros sobre sus cabezas, el enclave marine, y dio el último acelerón cuando estaba justo sobre la cabeza del almirante de la flota, ese enorme hombre al que conocían como Hyoshi. El aleteo era un mensaje, una declaración de intenciones, y mantuvo el rumbo mientras a una velocidad insultante volaba en un aparente vuelo suicida contra la torre, pero nada más lejos de la realidad: Cuando estuvo sobre el cinturón de naves de su cola nacieron nubes negras, y en su boca el rayo iba cargándose en su boca a medida que viraba violentamente. Los cañones seguramente no tardasen en disparar, pero él fue más veloz y una descarga eléctrica sacudió el mundo, estruendosa como una tormenta mientras a su espalda el temporal surgía.
Una primera vuelta, y el anillo de barcos se sumió en la oscuridad. Una segunda, y comenzó a ascender hasta que la aguja fue eclipsada por un enorme nubarrón tan oscuro como la noche más terrible... Y entonces, dejó que un rayo se desatase sobre la carpa de Elrik antes de aterrizar, con la discreción que lo caracterizaba, en la nave revolucionaria a la que había apodado cariñosamente Leviatán, listo para seguir a la vieja Venganza de la Quimera en su última cruzada.
- ¿Dónde estáis? -preguntó, una vez activó de nuevo el pinganillo- Se supone que es la novia quien siempre llega tarde.
- Intento ver las cosas desde otra perspectiva -fue lo único que respondió, y apagó el receptor de su oreja.
Desde allí arriba todo era muy diferente: Podía ver Hallstat y Lyneel sin dificultad, así como perdida ya en el horizonte la minúscula línea que, en la distancia, era el Calm Belt. Más allá de él se encontraba el Ojo, y atravesando el Nuevo Mundo la terrorífica escena que se había dibujado en el West Blue. Cadáveres flotando en el agua, muertos en vida a causa del ruido que llegaba a todos los rincones, cosechas desbaratadas debido a la subida en el nivel de las aguas... Y ahora la misma amenaza se cernía sobre el mar que lo había visto nacer. Por su culpa.
Había sido él quien cargado de buena voluntad había puesto en manos de Krauser aquel dispositivo del juicio final con la esperanza de que acabase con toda la tecnología. Había sido él quien, tras su comportamiento pueril y cambiachaquetas, lo había defendido pese a todo. Era él quien había ostentado el poder de decidir quién sí y quién no reinaría Síderos... Y había dado la llave del fin del mundo a quien creyera su amigo, sin pensar en las nefastas consecuencias que aquello podría tener para el mundo. ¿Por qué? ¿Por qué no había confiado más en el Gobierno? ¿Por qué no había destruido él mismo aquellas armas? Deshabilitadas, sin artillero que las controlase, solo necesitaba cargarlas en un barco viejo y dejar que se hundiesen en una falla, pero no. En cualquier caso, ahora era su responsabilidad detener aquella debacle.
Sujetó con ambas manos el pequeño zafiro que le habían regalado hacía poco, contemplándolo muy de cerca y viendo en sus estribaciones el pequeño mecanismo bajo la gema. Había investigado ya su funcionamiento, y seguramente podría hacerlo, pero no podía arriesgar su vida tan vanamente mientras hubiese alternativa. Y desde lo alto, encaramado a la Red Line, contemplando la aguja como un vigilante silencioso, podía pensar con mayor claridad.
- Viktor Elrik -musitó, observando con sus ojos de dragón la carpa que se encontraba a cientos de kilómetros, apenas un punto en medio de la inmensidad azul, apenas visible en medio de la noche. Su presencia junto al artefacto significaba su implicación, pero la Revolución también estaba manchada. En el mejor de los casos, algún que otro seguidor de Krauser permanecería a la espera, listo para traicionar a la Armada. En el peor, bueno, la Armada era realmente una maquinaria que estaba funcionando en pos del plan de su viejo amigo. Pero, ¿Qué papel podía tener Krauser en todo aquello? Él no poseía el carisma ni los medios para conseguir aquello, y ningún criminal habría siquiera tratado de acercarse a él tras la muerte de Mihasy o su pasado como ejecutor principal de la Marina, un pasado en el que habia sojuzgado a cientos de delincuentes sin mostrar piedad... Todo aquello olía a chamusquina.
Se irguió delicadamente, con una quietud antinatural. Podía ver con claridad la isla donde nació, a apenas unos kilómetros del enorme continente, expectante como todo el mar mientras un hatajo de descerebrados daba su vida por intentar salvarlos sin ninguna esperanza. Y, probablemente, a pesar de ser la persona más inteligente con vida, él formaba parte de esos descerebrados. Pero no podía perder la esperanza. No todavía. Estiró los brazos y se dejó caer al vacío.
Cuatro enormes garras arañaron la superficie del mar, reflejando brillo azul zafiro en las aguas. Cada movimiento, violento y elegante; cada exhalación, profunda y terrible. Las fauces del dragón permanecían cerradas en una tensa mueca de incomodidad mientras el mundo escapaba bajo sus pies y la aguja estaba poco a poco mas y más cerca. Conocía el artefacto, lo había observado durante horas, y sabía que resultaría imposible acercarse volando... Pero podía hacer otra cosa.
Desvió el rumbo levemente para asegurarse de que sobrevolaba, a apenas diez metros sobre sus cabezas, el enclave marine, y dio el último acelerón cuando estaba justo sobre la cabeza del almirante de la flota, ese enorme hombre al que conocían como Hyoshi. El aleteo era un mensaje, una declaración de intenciones, y mantuvo el rumbo mientras a una velocidad insultante volaba en un aparente vuelo suicida contra la torre, pero nada más lejos de la realidad: Cuando estuvo sobre el cinturón de naves de su cola nacieron nubes negras, y en su boca el rayo iba cargándose en su boca a medida que viraba violentamente. Los cañones seguramente no tardasen en disparar, pero él fue más veloz y una descarga eléctrica sacudió el mundo, estruendosa como una tormenta mientras a su espalda el temporal surgía.
Una primera vuelta, y el anillo de barcos se sumió en la oscuridad. Una segunda, y comenzó a ascender hasta que la aguja fue eclipsada por un enorme nubarrón tan oscuro como la noche más terrible... Y entonces, dejó que un rayo se desatase sobre la carpa de Elrik antes de aterrizar, con la discreción que lo caracterizaba, en la nave revolucionaria a la que había apodado cariñosamente Leviatán, listo para seguir a la vieja Venganza de la Quimera en su última cruzada.
- ¿Dónde estáis? -preguntó, una vez activó de nuevo el pinganillo- Se supone que es la novia quien siempre llega tarde.
- Resumen:
- Liarla parda, básicamente:
- Sobrevolar el campamento Marine.
- Descargar un rayo sobre varios barcos, intentando hundirlos.
- Sumir la aguja en una tormenta.
- Tirar un rayo sobre Elrik.
- Aterrizar en la base revo.
- Sobrevolar el campamento Marine.
Alistar Reep
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Alistar acarició la cabeza de Kodlak. El lobo le devolvió la mirada con sus ojos ambarinos. El albino miró a su alrededor, nervioso. No solo iba a volver a una guerra, sino que estaba en un... ¿Cómo lo habían llamado? ¿Submarino? No sabía como funcionaba y lo cierto es que le ponía ligeramente nervioso. El movimiento en sí le mareaba ligeramente, sabiendo que a su exterior todo lo que había era agua. El licántropo no podía nadar y las paredes no le parecían lo suficientemente seguras. Se encontraba sentado, con las manos en la cabeza, intentando ocultar su nerviosismo, cuando llegó a sus agudos oídos la pregunta de Osu.
—¿Qué rumores oíste? ¿Esos que dicen que no soy humano? ¿Esos que dicen que solo busco fama y dinero? ¿Esos que dicen que robo bebés de los brazos de sus madres para convertirlos en lobos a mi merced? Dicen mucho de mí en Greenlyn, Sumisu... Pero no soy más que un hombre intentando hacer lo correcto. No podía quedarme en el reino diciendo que solo busco proteger vidas inocentes cuando... esto estaba ocurriendo aquí.
Volvió a cerrar los ojos y sus recuerdos volvieron al pasado. Al momento en el que cogió en brazos a Lyanna por primera vez. La pequeña tenía dos meses, pues el lobo no había podido asistir a su nacimiento. Estaba demasiado ocupado combatiendo y escondiéndose. Y... cuanto más tiempo estuviese cerca de Isolda y Lyanna más peligro correrían. El recuerdo era vivo en su mente. Los cabellos de color rojizo oscuro que adornaban su cabecita y sus ojos verdes. Los ojos de su madre.
«Gracias a dios» -pensaba Alistar cada vez que se daba cuenta de que Lyanna tenía los ojos de su madre. «Los míos están llenos de muerte y sufrimiento.»
Suspiró. Debía sobrevivir. Por Lyanna.
—¿Qué rumores oíste? ¿Esos que dicen que no soy humano? ¿Esos que dicen que solo busco fama y dinero? ¿Esos que dicen que robo bebés de los brazos de sus madres para convertirlos en lobos a mi merced? Dicen mucho de mí en Greenlyn, Sumisu... Pero no soy más que un hombre intentando hacer lo correcto. No podía quedarme en el reino diciendo que solo busco proteger vidas inocentes cuando... esto estaba ocurriendo aquí.
Volvió a cerrar los ojos y sus recuerdos volvieron al pasado. Al momento en el que cogió en brazos a Lyanna por primera vez. La pequeña tenía dos meses, pues el lobo no había podido asistir a su nacimiento. Estaba demasiado ocupado combatiendo y escondiéndose. Y... cuanto más tiempo estuviese cerca de Isolda y Lyanna más peligro correrían. El recuerdo era vivo en su mente. Los cabellos de color rojizo oscuro que adornaban su cabecita y sus ojos verdes. Los ojos de su madre.
«Gracias a dios» -pensaba Alistar cada vez que se daba cuenta de que Lyanna tenía los ojos de su madre. «Los míos están llenos de muerte y sufrimiento.»
Suspiró. Debía sobrevivir. Por Lyanna.
- Resumen:
Acariciar al lobo, responder a Osu y acordarme de mi hija.
Vile Spectre
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Allí estaba, entre la elegancia y pomposidad del momento, disfrutando de la séptima copa de cava. Algunos se habían percatado de la obscena cantidad de alcohol que había consumido y dejaron de reprimir sus miradas de desaprobación. Puede que no vistiera de forma tan elegante, o que hubiera venido en una mísera chalupa, pero le daba igual.
Al terminarse la séptima se tambaleo un poco y casi pierde el equilibrio, pero Vile logró mantenerse en pie y no arruinar la carpa. Dejó la copa en el suelo y zigzagueó hasta acercarse a otro de los camareros, que llevaba una bandeja repleta de copas de vino. El empleado le miró con desdén, mas Vile no abandonó su sonrisa y tomó dos copas antes de que pudiera decir nada. Emprendió la marcha hacia el anfitrión haciendo eses. Su refinado oído no había ignorado lo de los diez millones de berries por cabeza de marine, lo que le resultaba tremendamente interesante.
Puede que estuviera algo bebido, pero era consciente de la autoridad a la que se dirigía, así que mantuvo las distancias y comenzó a beber de una de las copas sin mucha sutileza. Unos cuantos saltaron a la oportunidad que Elrik les proponía. Antes de entrar en acción, prefirió ver qué clase de gente se presentaba voluntaria y si había alguna condición más.
Un tipo trajeado cuestionó en voz alta su plan, mientras que otro -un rubiales de escaso tamaño- aseguró a voz en grito que el plan del maestro criminal era una farsa, puesto que no podría pagar tanto dinero por cabeza marine. Vile no lo había pensado. Podía ser que el renacuajo de cabellos dorados tuviera razón.
Ahora que lo miraba bien, vio que estaba sentado en una mesa con alguien que le resultaba ciertamente familiar. Cerró el ojo izquierdo para no confundir los colores y se dio cuenta de que conocía a esa belleza, o al menos le sonaban sus características faciales. El pirata de Arabasta sonrío algo más y avanzó hacia aquella chica, ignorando lo que pudieran decir el querubín o el imponente gyojin que les acompañaba. Bebió un sorbo del vino y gritó:
-¡Evezyan! ¡Cuanto bueno por aquí! ¡Hace la tira de tiempo que no nos vemos!
Le ofreció la copa más vacía y clavó sus deformes pupilas en su rostro, sin perder la sonrisa:
-¡Tenemos mucho de lo que hablar!
Al terminarse la séptima se tambaleo un poco y casi pierde el equilibrio, pero Vile logró mantenerse en pie y no arruinar la carpa. Dejó la copa en el suelo y zigzagueó hasta acercarse a otro de los camareros, que llevaba una bandeja repleta de copas de vino. El empleado le miró con desdén, mas Vile no abandonó su sonrisa y tomó dos copas antes de que pudiera decir nada. Emprendió la marcha hacia el anfitrión haciendo eses. Su refinado oído no había ignorado lo de los diez millones de berries por cabeza de marine, lo que le resultaba tremendamente interesante.
Puede que estuviera algo bebido, pero era consciente de la autoridad a la que se dirigía, así que mantuvo las distancias y comenzó a beber de una de las copas sin mucha sutileza. Unos cuantos saltaron a la oportunidad que Elrik les proponía. Antes de entrar en acción, prefirió ver qué clase de gente se presentaba voluntaria y si había alguna condición más.
Un tipo trajeado cuestionó en voz alta su plan, mientras que otro -un rubiales de escaso tamaño- aseguró a voz en grito que el plan del maestro criminal era una farsa, puesto que no podría pagar tanto dinero por cabeza marine. Vile no lo había pensado. Podía ser que el renacuajo de cabellos dorados tuviera razón.
Ahora que lo miraba bien, vio que estaba sentado en una mesa con alguien que le resultaba ciertamente familiar. Cerró el ojo izquierdo para no confundir los colores y se dio cuenta de que conocía a esa belleza, o al menos le sonaban sus características faciales. El pirata de Arabasta sonrío algo más y avanzó hacia aquella chica, ignorando lo que pudieran decir el querubín o el imponente gyojin que les acompañaba. Bebió un sorbo del vino y gritó:
-¡Evezyan! ¡Cuanto bueno por aquí! ¡Hace la tira de tiempo que no nos vemos!
Le ofreció la copa más vacía y clavó sus deformes pupilas en su rostro, sin perder la sonrisa:
-¡Tenemos mucho de lo que hablar!
- Resumen:
- Intentar arruinar a Viktor a base de consumir todas sus reservas de alcohol. Escuchar su oferta y planteárselo seriamente hasta las intervenciones de Yuu y Therax. Olvidarse de todo lo que le rodea e ir a saludar a Nailah, ajeno a que un relámpago está por caer sobre la carpa.
No parábamos, y eso me molestaba sobremanera. ¿A quién demonios se le había ocurrido intentar destruir el mundo? De acuerdo, al tal Krauser Redfield, pero ¿cómo podía tener tanto interés en ponerlo todo patas arriba? Por lo que me habían contado, hubo un tiempo en que ese tipo pertenecía a la Marina e incluso había llegado a ser Almirante, pero eso ya poco importaba. Intentábamos defender el North Blue tras el exterminio del West Blue y todo lo que habitaba en él.
Dado el contexto, era más que comprensible que hubiese sido incapaz de escaquearme de algunas de las órdenes -o todas- que me habían dado. No, me había visto obligado a ir al campo de batalla tantas veces como se me había indicado, y la suciedad de mi atuendo era prueba de ello. Arrugué la nariz; olía mal. No sólo yo, también todos y cada uno de los marines que había a mi alrededor. No lo soportaba. Por si fuera poco, no podía desaparecer ni para darme una ducha, pues siempre había alguien con un ojo puesto sobre mí. Cuando no era el comodoro, era Kenzo, y si ambos no estaban presentes, 'er zarvahe' estaba ahí para darme una colleja. Era desesperante.
Agité un poco la túnica negra que cubría mi cuerpo y me calé bien la gorra, único elemento del uniforme que llevaba siempre. No por que me gustase, era espantosa, pero era lo único que me separaba de meses limpiando las letrinas de toda la brigada. Y sabía que, siendo afortunado, mi herramienta para esa tarea sería un cepillo de dientes.
Entonces, rompiendo por completo el maremágnum de pensamientos insignificantes en el que me había sumergido, un extraño fervor nació de un lugar dentro de mí. Alcé la vista, comprobando que la especie de reunión a la que nos habían instado a ir no había concluido aún. El Almirante Koneko se marchaba. Su capa ondeaba al viento, mientras que el Almirante en Jefe Shirosai seguía allí donde había empezado a hablar. No había tardado demasiado en desconectar. Siendo sincero, me había perdido en mí mismo al principio de la tercera frase que había pronunciado.
No sabía qué pasaba, pero la gente levantaba la mano por doquier. Marines y tipos en traje alzaban los brazos por algún motivo que desconocía. ¿Un permiso tal vez? Esperaba que fuera así. Cuando el comodoro Zuko, situado a apenas unos pasos de mí, hizo lo propio, no me lo pensé e imité su movimiento. Mis dedos se unieron a los de mis compañeros, y pude ver cómo alguien tomaba nota tras reparar en mí. ¿O acaso había sido mi imaginación? De un modo u otro, tal vez no hubiera sido buena idea mostrarme dispuesto a algo que desconocía. «Si el comodoro va, no puede ser nada malo», me dije.
El Almirante árbol no tardó en aparecer también. Hablaba con Shirosai, así que lo que fuera que hubiera dicho debía tener una gran relevancia para el transcurso de la guerra. Tragué saliva, esperando algo que me indicase a qué demonios me había apuntado.
Dado el contexto, era más que comprensible que hubiese sido incapaz de escaquearme de algunas de las órdenes -o todas- que me habían dado. No, me había visto obligado a ir al campo de batalla tantas veces como se me había indicado, y la suciedad de mi atuendo era prueba de ello. Arrugué la nariz; olía mal. No sólo yo, también todos y cada uno de los marines que había a mi alrededor. No lo soportaba. Por si fuera poco, no podía desaparecer ni para darme una ducha, pues siempre había alguien con un ojo puesto sobre mí. Cuando no era el comodoro, era Kenzo, y si ambos no estaban presentes, 'er zarvahe' estaba ahí para darme una colleja. Era desesperante.
Agité un poco la túnica negra que cubría mi cuerpo y me calé bien la gorra, único elemento del uniforme que llevaba siempre. No por que me gustase, era espantosa, pero era lo único que me separaba de meses limpiando las letrinas de toda la brigada. Y sabía que, siendo afortunado, mi herramienta para esa tarea sería un cepillo de dientes.
Entonces, rompiendo por completo el maremágnum de pensamientos insignificantes en el que me había sumergido, un extraño fervor nació de un lugar dentro de mí. Alcé la vista, comprobando que la especie de reunión a la que nos habían instado a ir no había concluido aún. El Almirante Koneko se marchaba. Su capa ondeaba al viento, mientras que el Almirante en Jefe Shirosai seguía allí donde había empezado a hablar. No había tardado demasiado en desconectar. Siendo sincero, me había perdido en mí mismo al principio de la tercera frase que había pronunciado.
No sabía qué pasaba, pero la gente levantaba la mano por doquier. Marines y tipos en traje alzaban los brazos por algún motivo que desconocía. ¿Un permiso tal vez? Esperaba que fuera así. Cuando el comodoro Zuko, situado a apenas unos pasos de mí, hizo lo propio, no me lo pensé e imité su movimiento. Mis dedos se unieron a los de mis compañeros, y pude ver cómo alguien tomaba nota tras reparar en mí. ¿O acaso había sido mi imaginación? De un modo u otro, tal vez no hubiera sido buena idea mostrarme dispuesto a algo que desconocía. «Si el comodoro va, no puede ser nada malo», me dije.
El Almirante árbol no tardó en aparecer también. Hablaba con Shirosai, así que lo que fuera que hubiera dicho debía tener una gran relevancia para el transcurso de la guerra. Tragué saliva, esperando algo que me indicase a qué demonios me había apuntado.
- Resumen:
- Empanarme y presentarme voluntario para entrar en el gran pene metálico destrozamundos... Por error, cómo no. :3
Ellanora Volkihar
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—¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe! -gritaban los mafiosos.
Ellanora y Leonardo vaciaban sus jarras de cerveza en sus gaznates. Iban por la sexta y aquello era una competición. Una competición que la vampiresa iba a ganar. Golpeó la mesa con la jarra vacía a la par que Leonardo, aunque este ya tenía la cara roja y los ojos perdidos por la entrada borrachera. Ellanora seguía como siempre. Los veinte seguidores que Ellanora se había traído gritaron con júbilo, causando un escándalo en la carpa. Adam observaba con la mirada fija, atento aunque sin que pareciese que se estaba enterando de nada.
La vampiresa ordenó a su gente callarse con un gesto cuando el tal Viktor habló. Escuchó con atención su triste discurso, que ciertamente le importó bien poco. Le daba igual el precio que le hubiese puesto a la cabeza de cada marine, y empezaba a sentirse estafada. ¿De verdad había venido aquí para eso? No, acabaría yéndose a su bola y ganando fama e influencia por su cuenta. Bostezó cuando se levantó un parguela vestido de amarillo a hablar. La vampiresa buscó por la escena, algo que le llamase la atención. Un hombre alto con el color del fuego en la cabeza a modo de pelo llegó a su mirada.
—¡Eh tú, el pelirrojo! -gritó-. ¡Te apuesto veintemil berries a que te tumbo bebiendo! ¡¿Qué pasa?! -dio un trago a la siguiente cerveza que se había servido- ¡¿Te da miedo una enana de metro y medio?!
Ellanora y Leonardo vaciaban sus jarras de cerveza en sus gaznates. Iban por la sexta y aquello era una competición. Una competición que la vampiresa iba a ganar. Golpeó la mesa con la jarra vacía a la par que Leonardo, aunque este ya tenía la cara roja y los ojos perdidos por la entrada borrachera. Ellanora seguía como siempre. Los veinte seguidores que Ellanora se había traído gritaron con júbilo, causando un escándalo en la carpa. Adam observaba con la mirada fija, atento aunque sin que pareciese que se estaba enterando de nada.
La vampiresa ordenó a su gente callarse con un gesto cuando el tal Viktor habló. Escuchó con atención su triste discurso, que ciertamente le importó bien poco. Le daba igual el precio que le hubiese puesto a la cabeza de cada marine, y empezaba a sentirse estafada. ¿De verdad había venido aquí para eso? No, acabaría yéndose a su bola y ganando fama e influencia por su cuenta. Bostezó cuando se levantó un parguela vestido de amarillo a hablar. La vampiresa buscó por la escena, algo que le llamase la atención. Un hombre alto con el color del fuego en la cabeza a modo de pelo llegó a su mirada.
—¡Eh tú, el pelirrojo! -gritó-. ¡Te apuesto veintemil berries a que te tumbo bebiendo! ¡¿Qué pasa?! -dio un trago a la siguiente cerveza que se había servido- ¡¿Te da miedo una enana de metro y medio?!
- Resumen:
-Retar a Zane a beber
Hamlet
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Akuma no mi
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Sentí que la armadura que me habían ofrecido para mejorar el desempeño de mis funciones como sargento de la Marina me quedaba algo estrecha. Es más, por momentos iba creciendo en mí la duda de si realmente sería capaz de moverme con ella. No llevaba el casco desplegado, pero notaba como me faltaba el aire. Algunos de mi rango, ignorando al Almirante de Flota, me miraban con recelo. Al contrario que yo, ellos llevaban el uniforme reglamentario, que poca protección les ofrecería frente a las armas de aquellos terribles revolucionarios. Quise decir algo, pero me sentí demasiado cohibido como para poder pronunciar palabra alguna.
Con solo pensar en los revolucionarios recordaba la decepción que se había llevado al escuchar que su amiga de Johota se había unido a la Armada Revolucionaria. Muchos habían caído o desaparecido en Gray Rock, como el capitán Kimura, y no podía olvidar toda la aniquilación, la devastación, el caos que allí había tenido lugar... ¿Por qué se debía oponer a ella? ¿Por qué selló su futuro uniéndose a los enemigos del orden en el mundo? Me estaba empezando a sentir débil, y realmente no sabía si podría alzar mi arma contra esa persona.
Ahora me encontraba allí, en un escenario similar a Gray Rock, solo. Ni siquiera había visto a Bizvan, aunque en el fondo sabía que el chico tenía su corazón en donde debía. Ojalá estuviera a salvo.
Había vuelto al North Blue, ofreciéndome voluntario para proteger mi hogar de la amenaza que había aparecido recientemente. La isla donde me críe no estaría a salvo con estas agujas surgiendo de las profundidades del mar, por lo que no podía quedarme de brazos cruzados. Partí en una fragata de la Marina con los voluntarios. Se esperaba eso de mí. Los altos cargos me habían echado el ojo, asignándome a una relativamente nueva flota, los Justice Riders. Estaba comandada por el comodoro Kasai, veterano de numerosas misiones. Además, tendría a subalternos de enorme renombre como compañeros: Zor-El, Blackthorn, Cornelius y Nakajima.
Una vez Shirosai hubo finalizado su arenga y dos almirantes declararon su intención de entrar en la aguja, clavé mis ojos en el líder de mi nueva flota, que poca demora tuvo en ofrecerse a participar en semejante misión. Él ya había decidido por mí -y supongo que también por todos mis camaradas-, por muy poco preparado que estuviera. Preferí omitir cualquier comentario. Simplemente fruncí el ceño y me acerqué al resto de la flota, sin mediar palabra, listo para enfrentarme a peligros que me superaban. Otro día más, la misma mierda.
Con solo pensar en los revolucionarios recordaba la decepción que se había llevado al escuchar que su amiga de Johota se había unido a la Armada Revolucionaria. Muchos habían caído o desaparecido en Gray Rock, como el capitán Kimura, y no podía olvidar toda la aniquilación, la devastación, el caos que allí había tenido lugar... ¿Por qué se debía oponer a ella? ¿Por qué selló su futuro uniéndose a los enemigos del orden en el mundo? Me estaba empezando a sentir débil, y realmente no sabía si podría alzar mi arma contra esa persona.
Ahora me encontraba allí, en un escenario similar a Gray Rock, solo. Ni siquiera había visto a Bizvan, aunque en el fondo sabía que el chico tenía su corazón en donde debía. Ojalá estuviera a salvo.
Había vuelto al North Blue, ofreciéndome voluntario para proteger mi hogar de la amenaza que había aparecido recientemente. La isla donde me críe no estaría a salvo con estas agujas surgiendo de las profundidades del mar, por lo que no podía quedarme de brazos cruzados. Partí en una fragata de la Marina con los voluntarios. Se esperaba eso de mí. Los altos cargos me habían echado el ojo, asignándome a una relativamente nueva flota, los Justice Riders. Estaba comandada por el comodoro Kasai, veterano de numerosas misiones. Además, tendría a subalternos de enorme renombre como compañeros: Zor-El, Blackthorn, Cornelius y Nakajima.
Una vez Shirosai hubo finalizado su arenga y dos almirantes declararon su intención de entrar en la aguja, clavé mis ojos en el líder de mi nueva flota, que poca demora tuvo en ofrecerse a participar en semejante misión. Él ya había decidido por mí -y supongo que también por todos mis camaradas-, por muy poco preparado que estuviera. Preferí omitir cualquier comentario. Simplemente fruncí el ceño y me acerqué al resto de la flota, sin mediar palabra, listo para enfrentarme a peligros que me superaban. Otro día más, la misma mierda.
- Resumen:
- Tener flashbacks de Vietnam y memorias tristes. Filosofar un poco. Acercarme a Zuko (con un poco de mala hostia).
Bizvan
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De nuevo estoy en una situación delicada, no tengo derecho a quejarme pues hasta cierto punto la participación en este tipo de cosas era “voluntaria”. Sin embargo esta vez era diferente, un ligero malestar se había manifestado desde hace minutos atrás, era una sensación de pesadez que me hacía mover los dedos de mi mano izquierda en un intento por eliminar la sudoración de mi palma.
No quería admitirlo, pero esta sensación era miedo. Hace bastante tiempo que no me sentía de esa forma, por lo que trataba de engañarme a mí mismo repitiendo que solo era nerviosismo por los acontecimientos que estarían a punto de pasar, cosa muy normal pues de presentarse la situación, podría jugarme la vida, sin embargo, eso no era la causa de mi malestar.
Debido a estar metido en mi propio mundo, no presté demasiada atención a las palabras del Almirante, pero al percatarme de cómo algunos marines levantaban sus manos u otros decían que entrarían a algo, comprendí que me acababa de perder de un detalle importante.
* ¿Qué? ¿Entrar a donde donde? Debería decir algo? Ah, ese parece ser un recluta, ¿Estará mal que yo diga algo entonces? *me sentí abrumado, hasta hora no tenía necesidad de pesar en las cosas, solo tenía que seguir las indicaciones de Kimura o los otros, pero ahora estaba solo.
El dolor en mi estómago se intensificó, odiaba tener que tomar decisiones por mi propia cuenta, no obstante era mi obligación hacer todo lo posible por proteger aquello, y debía comenzar por cambiar mi forma de pensar, debía hacer lo mejor para proteger lo que quería.
Con esa meta en mente levanté mi mano y expresé con voz seria y sin rastro de vacilación:
- Teniente Comandante Bizvan, también me ofrezco como voluntario.
Era extraño tomar la iniciativa, era un sentimiento que no tenía muchas ganas de llevar a cabo con frecuencia, sin embargo debía acostumbrarme a ello quisiera o no.
No quería admitirlo, pero esta sensación era miedo. Hace bastante tiempo que no me sentía de esa forma, por lo que trataba de engañarme a mí mismo repitiendo que solo era nerviosismo por los acontecimientos que estarían a punto de pasar, cosa muy normal pues de presentarse la situación, podría jugarme la vida, sin embargo, eso no era la causa de mi malestar.
Debido a estar metido en mi propio mundo, no presté demasiada atención a las palabras del Almirante, pero al percatarme de cómo algunos marines levantaban sus manos u otros decían que entrarían a algo, comprendí que me acababa de perder de un detalle importante.
* ¿Qué? ¿Entrar a donde donde? Debería decir algo? Ah, ese parece ser un recluta, ¿Estará mal que yo diga algo entonces? *me sentí abrumado, hasta hora no tenía necesidad de pesar en las cosas, solo tenía que seguir las indicaciones de Kimura o los otros, pero ahora estaba solo.
El dolor en mi estómago se intensificó, odiaba tener que tomar decisiones por mi propia cuenta, no obstante era mi obligación hacer todo lo posible por proteger aquello, y debía comenzar por cambiar mi forma de pensar, debía hacer lo mejor para proteger lo que quería.
Con esa meta en mente levanté mi mano y expresé con voz seria y sin rastro de vacilación:
- Teniente Comandante Bizvan, también me ofrezco como voluntario.
Era extraño tomar la iniciativa, era un sentimiento que no tenía muchas ganas de llevar a cabo con frecuencia, sin embargo debía acostumbrarme a ello quisiera o no.
- Resumen :
- Pensar en tonterías y no percatarse de la situación.
Ofrecerse voluntario.
William White
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Akuma no mi
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Estaba preocupado, muy preocupado por el estado en el que había quedado el mar donde tenía la gran mayoría de mis negocios y el que a fin de cuentas era mi mar natal, el West Blue. Si bien por azares del destino no había vivido por sus aguas durante mi niñez, si lo había hecho con cierta regularidad en los últimos tiempos, de hecho, de no ser porque Collins lo llamará preocupado unas semanas antes, no habría acudido a Goa y posiblemente no habría podido vivir para contarlo.
El apego que tenía a aquellas experiencias, las primeras desde que había abandonado lo que era el East Blue, tenían cierto valor sentimental para mí. Aquellas andanzas tenían en cierto sentido un aire melancólico, cuando sus propósitos eran más sencillos y sus ambiciones menos pretenciosas, antes de ser aspirado por todo aquello.
No, no debía culpar a otra persona, ni a Shelby, ni a Lucio, ni si quiera a Abdull. Había llegado hasta aquí por mi propio pie, y el culpable de haberse dejado caer tan bajo no era otro salvo él. No estaba disconforme tampoco con las decisiones que había tomado a lo largo de tortuosa vida, entonces por qué cuestionarse ahora. ¿Por qué volver a confiar en el rey del bajo mundo tras lo acontecido en Grey Rock?
-No lo sabía, realmente no sabía porque me dirigía- pensé, mientras miraba absorto el techo del camarote del capitán -Pero si no lo hago siento que me quedaré fuera- musitó por lo bajo en la más profunda soledad.
Irrumpiendo todo aquello entró O’Connell para informar de que el desembarco se realizaría en unos pocos instantes, levantándose del escritorio con cierta calma, se dirigió a la cubierta del navío que se había agenciado su queridísimo comandante del norte.
-En cuanto lleguemos comienza los preparativos, quiero que el barco este permanentemente listo para abandonar el lugar, si te llamó ya sabes lo que quieres que hagas- dije tajantemente, temiéndome una nueva intervención de los agentes.
-Actuar con la mitad de tu grupo me parece imprudente- apuntilló el militar.
-Actuó para minimizar perdidas, el grupo aún es inestable, pero me niego a poner en riesgo a la vieja guardia, al menos no a toda- respondí tajante, apuntillando el final.
El desdichado comandante me miró en silencio, como si tratara de respetar mi decisión, más no parecía completamente convencido del todo. Yo por mi parte, me limité a apoyarme sobre la barandilla de la cubierta y a dejar que la brisa marina me diera en el rostro, opinaba que un soplo de aire fresco me vendría bien para aforntar todo aquello. No fue hasta cuando fondearon cuando comenzó a moverse por cubierta dirigiéndose a la pasarela que acaban de desplegar y bajando definitivamente del barco.
Me dirigí finalmente a la gran carpa que había montado, por la hora y el momento en el que había llegado había bastante actividad, las cortes del bajo mundo desfilaban en grupo dirigidas por varios rostros conocidos, la lista de infames era interminable e incluso oyó a uno comentando algo acerca de un alcalde, por lo que los tentáculos del hombre que les había llamado eran extensos.
No le fue muy complicado deslizarse a través de las multitudes evitando a los más irascibles de los canallas hasta encontrar a uno de los socios a los que había citado.
-Con permiso- dijo mientras se sentaba en la mesa en la que se encontraba Kaito, aquel pulpo pelirrojo que había conseguido agenciarse una mesa para él solo, algo alejada de los centros de atención, con las directrices que le había indicado en nuestra última conversación -Imaginó que llegó a tiempo- comenté casi de forma retórica al encapuchado, al cual le pasaba una nota de forma muy discreta.
Si el compañero leía la nota, sería básicamente un recordatorio de cosas que no debía hacer, ya había experimentado lo caótico que podía llegar a ser el gyojin y pesé a que no había sido de sus primeras opciones había acabado por decantarse por él por sus habilidades acuáticas que podrían resultarle útiles teniendo en cuenta la índole de la misión, más si tanto él como su otro compañero resultaban consumidores de frutas del diablo.
Este último no se hizo mucho de esperar y acudió a la esa en la que se encontraban, unos instantes antes de que se comenzarán el discurso de lo más pedante, aunque tampoco podía quejarse mucho ya que el también solía realizar los discursos a lo teletienda. La reacción de jolgorio no se hizo esperar, los precios, la guerra abierta.
Los comentarios discordantes no se hicieron de esperar, el primer de ellos de parte de un viejo conocido el cual vestía de una forma horteramente llamativa, había formas menos miserables de ganar fama o de al menos de cuestionar los planes del enmascarado.
-Pretende usarnos de ariete, necio- pensó para sus adentros recordando la maniobra tardía que había realizado en Grey Rock.
Otro viejo conocido con el que tenía cuentas pendientes alzó la voz, este no era otro que el Therax, el cual dio una buena aproximación de los esquemas del emperador. Algún día haría una visita al rubio, y esta no sería nada amistosa. Junto a él vio a la banda del puñetero pelirrojo, y a toda esa compañía que tanta tirria tenía, incluyendo al gigantón que iba con ellos.
Me quedé en silencio escudriñando y esperando ver las reacciones de la gente, así como las respuestas o comentarios de mis compañeros los cuales, en caso de querer realizar una declaración pública, detendría inmediatamente de un gesto, todo antes de que una luz fulminará el escenario.
El apego que tenía a aquellas experiencias, las primeras desde que había abandonado lo que era el East Blue, tenían cierto valor sentimental para mí. Aquellas andanzas tenían en cierto sentido un aire melancólico, cuando sus propósitos eran más sencillos y sus ambiciones menos pretenciosas, antes de ser aspirado por todo aquello.
No, no debía culpar a otra persona, ni a Shelby, ni a Lucio, ni si quiera a Abdull. Había llegado hasta aquí por mi propio pie, y el culpable de haberse dejado caer tan bajo no era otro salvo él. No estaba disconforme tampoco con las decisiones que había tomado a lo largo de tortuosa vida, entonces por qué cuestionarse ahora. ¿Por qué volver a confiar en el rey del bajo mundo tras lo acontecido en Grey Rock?
-No lo sabía, realmente no sabía porque me dirigía- pensé, mientras miraba absorto el techo del camarote del capitán -Pero si no lo hago siento que me quedaré fuera- musitó por lo bajo en la más profunda soledad.
Irrumpiendo todo aquello entró O’Connell para informar de que el desembarco se realizaría en unos pocos instantes, levantándose del escritorio con cierta calma, se dirigió a la cubierta del navío que se había agenciado su queridísimo comandante del norte.
-En cuanto lleguemos comienza los preparativos, quiero que el barco este permanentemente listo para abandonar el lugar, si te llamó ya sabes lo que quieres que hagas- dije tajantemente, temiéndome una nueva intervención de los agentes.
-Actuar con la mitad de tu grupo me parece imprudente- apuntilló el militar.
-Actuó para minimizar perdidas, el grupo aún es inestable, pero me niego a poner en riesgo a la vieja guardia, al menos no a toda- respondí tajante, apuntillando el final.
El desdichado comandante me miró en silencio, como si tratara de respetar mi decisión, más no parecía completamente convencido del todo. Yo por mi parte, me limité a apoyarme sobre la barandilla de la cubierta y a dejar que la brisa marina me diera en el rostro, opinaba que un soplo de aire fresco me vendría bien para aforntar todo aquello. No fue hasta cuando fondearon cuando comenzó a moverse por cubierta dirigiéndose a la pasarela que acaban de desplegar y bajando definitivamente del barco.
Me dirigí finalmente a la gran carpa que había montado, por la hora y el momento en el que había llegado había bastante actividad, las cortes del bajo mundo desfilaban en grupo dirigidas por varios rostros conocidos, la lista de infames era interminable e incluso oyó a uno comentando algo acerca de un alcalde, por lo que los tentáculos del hombre que les había llamado eran extensos.
No le fue muy complicado deslizarse a través de las multitudes evitando a los más irascibles de los canallas hasta encontrar a uno de los socios a los que había citado.
-Con permiso- dijo mientras se sentaba en la mesa en la que se encontraba Kaito, aquel pulpo pelirrojo que había conseguido agenciarse una mesa para él solo, algo alejada de los centros de atención, con las directrices que le había indicado en nuestra última conversación -Imaginó que llegó a tiempo- comenté casi de forma retórica al encapuchado, al cual le pasaba una nota de forma muy discreta.
Si el compañero leía la nota, sería básicamente un recordatorio de cosas que no debía hacer, ya había experimentado lo caótico que podía llegar a ser el gyojin y pesé a que no había sido de sus primeras opciones había acabado por decantarse por él por sus habilidades acuáticas que podrían resultarle útiles teniendo en cuenta la índole de la misión, más si tanto él como su otro compañero resultaban consumidores de frutas del diablo.
Este último no se hizo mucho de esperar y acudió a la esa en la que se encontraban, unos instantes antes de que se comenzarán el discurso de lo más pedante, aunque tampoco podía quejarse mucho ya que el también solía realizar los discursos a lo teletienda. La reacción de jolgorio no se hizo esperar, los precios, la guerra abierta.
Los comentarios discordantes no se hicieron de esperar, el primer de ellos de parte de un viejo conocido el cual vestía de una forma horteramente llamativa, había formas menos miserables de ganar fama o de al menos de cuestionar los planes del enmascarado.
-Pretende usarnos de ariete, necio- pensó para sus adentros recordando la maniobra tardía que había realizado en Grey Rock.
Otro viejo conocido con el que tenía cuentas pendientes alzó la voz, este no era otro que el Therax, el cual dio una buena aproximación de los esquemas del emperador. Algún día haría una visita al rubio, y esta no sería nada amistosa. Junto a él vio a la banda del puñetero pelirrojo, y a toda esa compañía que tanta tirria tenía, incluyendo al gigantón que iba con ellos.
Me quedé en silencio escudriñando y esperando ver las reacciones de la gente, así como las respuestas o comentarios de mis compañeros los cuales, en caso de querer realizar una declaración pública, detendría inmediatamente de un gesto, todo antes de que una luz fulminará el escenario.
- Resumen:
Narrar un poco mi llegada, meditar sobre lo dicho y guardar mucho rencor.
Deathstroke
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Precisión
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Algo en los mares menores había llamado la atención del capitán, bueno, no solo de él, sino del mundo entero. Los rumores habían corrido rápido por todos lados y lo más seguro era que se juntasen de nuevo todas las facciones que había para dar una resolución a lo que sucedía.
Como ya era típico en la banda, nos desplazábamos volando y dejábamos la Joya a buen recaudo en el Ojo. Mientras volábamos se podían ver las grandes desgracias que habían causado los revolucionarios con unas armas que debían de haber sido destruidas desde hacía ya mucho tiempo, si no me equivocaba desde que Dexter hizo el pacto para formar el nuevo gobierno de Síderos. Y quizás fuese por eso que a medida que avanzábamos fuese cada vez más rápido, seguramente centrado en buscar una buena explicación para lo que estaba pasando y como arreglarlo.
Por mi parte, decidí mantenerme a la misma velocidad a la que iba, sabía más o menos a dónde se dirigía el capitán. De esta forma llegó un punto en el que Dexter era un pequeño punto en el cielo. Sí, estaba claro, el capitán estaba cabreado, y lo mejor que se podía hacer era mantener una distancia prudencial, y si eras su objetivo, quizás intentar huir, pero es casi imposible huir de un dragón.
No me hizo falta acercarme demasiado a la posición del capitán que había reducido considerablemente su velocidad, para ver como se formó de pronto una enorme nube de un color muy oscuro y junto a estas, rayos que parecían bastante potentes. Esta vez parecía que la cosa iba a empezar pronto, por lo que aceleré acercándome a la posición de Dexter, quien acababa de aterrizar en la cubierta de un barco.
-Capitán, ¿qué sucede? – le pregunté a Dexter cuando aterricé – Hacía bastante que no te cabreabas así.
Como ya era típico en la banda, nos desplazábamos volando y dejábamos la Joya a buen recaudo en el Ojo. Mientras volábamos se podían ver las grandes desgracias que habían causado los revolucionarios con unas armas que debían de haber sido destruidas desde hacía ya mucho tiempo, si no me equivocaba desde que Dexter hizo el pacto para formar el nuevo gobierno de Síderos. Y quizás fuese por eso que a medida que avanzábamos fuese cada vez más rápido, seguramente centrado en buscar una buena explicación para lo que estaba pasando y como arreglarlo.
Por mi parte, decidí mantenerme a la misma velocidad a la que iba, sabía más o menos a dónde se dirigía el capitán. De esta forma llegó un punto en el que Dexter era un pequeño punto en el cielo. Sí, estaba claro, el capitán estaba cabreado, y lo mejor que se podía hacer era mantener una distancia prudencial, y si eras su objetivo, quizás intentar huir, pero es casi imposible huir de un dragón.
No me hizo falta acercarme demasiado a la posición del capitán que había reducido considerablemente su velocidad, para ver como se formó de pronto una enorme nube de un color muy oscuro y junto a estas, rayos que parecían bastante potentes. Esta vez parecía que la cosa iba a empezar pronto, por lo que aceleré acercándome a la posición de Dexter, quien acababa de aterrizar en la cubierta de un barco.
-Capitán, ¿qué sucede? – le pregunté a Dexter cuando aterricé – Hacía bastante que no te cabreabas así.
- resumen:
- Seguir a Dexter.
Sasaki
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Se había liado pardísima. Mientras la Marina se había centrado en la ejecución de un Yonkou que había alterado el orden en todos los mares y, además, el Gobierno había destruido una isla entera en su afán por acabar con sus enemigos; los Revolucionarios habían estado siguiendo sus propios planes, aunque los métodos que estaban usando no eran a los que nos tenían acostumbrados. La destrucción de mares e islas por conseguir un objetivo no era algo que se podía permitir el Gobierno o la Marina, y en mi opinión nadie podía permitirse. Esta vez si parecía que el fin del mundo se acercaba y era momento de ponerse serios con la revolución.
Prácticamente todos los efectivos del Gobierno estaban en el puesto que se había conseguido con muchos sacrificios. Era el momento de comenzar el asedio contra la enorme edificación que la Revolución había construido para la destrucción del mundo, EL mayor problema ante el que nos encontrábamos era la entrada a esta pues solo había una que pudiésemos usar y era obvio que no estaba desprotegida. “Este va ser un verdadero dolor de cabeza para nosotros si queremos llegar en las mejores condiciones” pensé mientras de fondo en mi cabeza sonaba el discurso del Almirante de Flota, al que no le estaba prestando especial atención.
De pronto y sin decir nada el capitán de la brigada dio un paso adelante y desenfundó su espada y la alzó, y en ese momento algo dentro de mí se “despertó” como unas ganas por entrar en combate cuanto antes para destruir el arma. Esbocé una sonrisa y creé una esponjosa nube de azúcar y caramelo, capaz de soportar mi peso. Me tumbé en ella y me acerqué volando a Al mientras sacaba de mi interior un par de manzanas, una la comencé a comer y la otra se la pasé al almirante.
-Bueno, Dan-cho – le dije tras el primer mordisco a la fruta – Te veo especialmente animado hoy, ¿Cuál es el plan?
Prácticamente todos los efectivos del Gobierno estaban en el puesto que se había conseguido con muchos sacrificios. Era el momento de comenzar el asedio contra la enorme edificación que la Revolución había construido para la destrucción del mundo, EL mayor problema ante el que nos encontrábamos era la entrada a esta pues solo había una que pudiésemos usar y era obvio que no estaba desprotegida. “Este va ser un verdadero dolor de cabeza para nosotros si queremos llegar en las mejores condiciones” pensé mientras de fondo en mi cabeza sonaba el discurso del Almirante de Flota, al que no le estaba prestando especial atención.
De pronto y sin decir nada el capitán de la brigada dio un paso adelante y desenfundó su espada y la alzó, y en ese momento algo dentro de mí se “despertó” como unas ganas por entrar en combate cuanto antes para destruir el arma. Esbocé una sonrisa y creé una esponjosa nube de azúcar y caramelo, capaz de soportar mi peso. Me tumbé en ella y me acerqué volando a Al mientras sacaba de mi interior un par de manzanas, una la comencé a comer y la otra se la pasé al almirante.
-Bueno, Dan-cho – le dije tras el primer mordisco a la fruta – Te veo especialmente animado hoy, ¿Cuál es el plan?
- resumen:
- Ver la escena del Almirante acercarme a Al volando en una nube de azúcar y caramelo y ofrecerle una manzana.
Aki D. Arlia
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Se estaba levantando viento. Podía notar el sabor salado del mar colándosele en la boca sin permiso mientras se aproximaba, las olas cada vez más revoltosas. No era el clima ideal para volar, pero llevar su barco a ese pozo de caos era un disparate. Loreley apenas tenía unas semanas de vida y no iba a arriesgarse a que alguien lo arañase. Por desgracia eso había significado separarse también de su niña, pero confiaba en ella para mantenerlo a buen recaudo. Oculto en una cala perdida de la mano de dios en un rincón del nuevo mundo, sobreviviría incluso en el peor de los escenarios.
Frente a ella se alzaba imponente una de las gigantescas agujas que amenazaban los mares cardinales. El West Blue ya había caído y pensar que era solo una advertencia hacía que un escalofrío le recorriese el cuerpo. No de miedo, si no de emoción. Se avecinaba tormenta, se avecinaba locura. El corazón le dio un vuelco al ver la cantidad de naves que acorralaban el armatoste, pequeñas como réplicas de juguete en comparación. Había miles de personas allí reunidas y una voz en la parte de atrás de su cabeza se preguntó a cuantos habría conocido en su pasado. ¿Habría sido famosa? Podía ver el uniforme de la marina, afanándose por ganar terreno en una sanguinaria batalla naval. Quizá lo había vestido en alguna ocasión, pero el blanco no terminaba de pegar con sus ojos. Frente a ellos, oponiendo la resistencia que podían, estaban lo que intuía que eran los revolucionarios. No, su lugar no estaba ahí. Demasiada grandilocuencia. No haría que la protagonista de su historia fuera una causa mayor que ella. Y allí, a lo lejos... una carpa en medio del mar. Mercenarios, delincuentes y piratas se reunían bajo ella para escuchar a Viktor Elrik. No sabía quién era, pero había oído los rumores. Había escuchado relatos de una guerra ya terminada en aguas lejanas de labios de marineros borrachos. A ella no le habían invitado, pero no podía culparles. Era una desconocida, una hoja en blanco. Qué ilusión.
Se acercó todavía más, evitando los cañonazos con gran agilidad. No le apuntaban a ella, era demasiado pequeña para resultar un blanco convincente, pero estaba claro que había llegado tarde a la fiesta. Justo a tiempo, porque se avecinaba tormenta. Las nubes cubrían la aguja y escuchaba en sus oídos el murmullo sordo que provoca el mar alborotado, deseoso de destrucción. A lo lejos, varios rayos cayeron sobre el mar. Le pareció ver algo sobrevolándolos, pero no se quedó a contemplarlo. Debía ponerse a cubierto.
Aterrizó en la entrada de la carpa con elegancia, escondiendo sus alas en el momento justo para que pareciera que había caído del cielo. Delante de ella había una miríada de gente bebiendo y comiendo, riendo y hablando. Lys sonrió y con elegancia sacó uno de sus sai. Recordaba para qué servían y haría de la tormenta su sirvienta. Lo elevó por encima de su cabeza y un resplandor la iluminó por un segundo. Uno de los rayos quedó atrapado en su arma, solo para volverse hacia el cielo un instante después bajo el mandato de la pirata.
Volvió a guardarlo como si nada hubiera ocurrido y con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor de guerra, se adentró en el lugar. Ni una sola cara le parecía conocida. Se adelantó hasta el centro del lugar y preguntó a su audiencia con una sonrisa:
- ¿Nadie va a invitarme a una copa? Ha sido un largo viaje.
Frente a ella se alzaba imponente una de las gigantescas agujas que amenazaban los mares cardinales. El West Blue ya había caído y pensar que era solo una advertencia hacía que un escalofrío le recorriese el cuerpo. No de miedo, si no de emoción. Se avecinaba tormenta, se avecinaba locura. El corazón le dio un vuelco al ver la cantidad de naves que acorralaban el armatoste, pequeñas como réplicas de juguete en comparación. Había miles de personas allí reunidas y una voz en la parte de atrás de su cabeza se preguntó a cuantos habría conocido en su pasado. ¿Habría sido famosa? Podía ver el uniforme de la marina, afanándose por ganar terreno en una sanguinaria batalla naval. Quizá lo había vestido en alguna ocasión, pero el blanco no terminaba de pegar con sus ojos. Frente a ellos, oponiendo la resistencia que podían, estaban lo que intuía que eran los revolucionarios. No, su lugar no estaba ahí. Demasiada grandilocuencia. No haría que la protagonista de su historia fuera una causa mayor que ella. Y allí, a lo lejos... una carpa en medio del mar. Mercenarios, delincuentes y piratas se reunían bajo ella para escuchar a Viktor Elrik. No sabía quién era, pero había oído los rumores. Había escuchado relatos de una guerra ya terminada en aguas lejanas de labios de marineros borrachos. A ella no le habían invitado, pero no podía culparles. Era una desconocida, una hoja en blanco. Qué ilusión.
Se acercó todavía más, evitando los cañonazos con gran agilidad. No le apuntaban a ella, era demasiado pequeña para resultar un blanco convincente, pero estaba claro que había llegado tarde a la fiesta. Justo a tiempo, porque se avecinaba tormenta. Las nubes cubrían la aguja y escuchaba en sus oídos el murmullo sordo que provoca el mar alborotado, deseoso de destrucción. A lo lejos, varios rayos cayeron sobre el mar. Le pareció ver algo sobrevolándolos, pero no se quedó a contemplarlo. Debía ponerse a cubierto.
Aterrizó en la entrada de la carpa con elegancia, escondiendo sus alas en el momento justo para que pareciera que había caído del cielo. Delante de ella había una miríada de gente bebiendo y comiendo, riendo y hablando. Lys sonrió y con elegancia sacó uno de sus sai. Recordaba para qué servían y haría de la tormenta su sirvienta. Lo elevó por encima de su cabeza y un resplandor la iluminó por un segundo. Uno de los rayos quedó atrapado en su arma, solo para volverse hacia el cielo un instante después bajo el mandato de la pirata.
Volvió a guardarlo como si nada hubiera ocurrido y con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor de guerra, se adentró en el lugar. Ni una sola cara le parecía conocida. Se adelantó hasta el centro del lugar y preguntó a su audiencia con una sonrisa:
- ¿Nadie va a invitarme a una copa? Ha sido un largo viaje.
- Resumen::
- Llegar volando y evitando cañonazos
- Aterrizar en la entrada de la carpa y atraer el rayo de Dexter con uno de sus sai, creyendo ingenuamente que es cosa de una terrible tormenta.
- Redirigir dicho rayo al cielo sin mirar.
- Entrar y pedir una copa, que hay sed.
Ryuichi Ichiban
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Braud se crujió los nudillos. Empezó a dar saltos moviendo los brazos y el cuello, como calentando para el gran evento. Aunque su desmesurado peso hacía que cada salto hiciese temblar la cubierta del barco marine en el que se encontraba y atraía las miradas de los de su alrededor. Se estaban acercando a la batalla naval contra el ejército revolucionario que allí tenía lugar y el gigante estaba emocionado. Se había presentado voluntario a combatir junto a las fuerzas gubernamentales como cazarrecompensas que era, seguramente a cambio de algo de dinero.
Aunque el dinero le daba igual. Es decir, no del todo, aún así tenía que comer. Pero lo que quería era combatir y descargar sus puños con furia contra enemigos dignos. Fue entonces cuando se subió a la baranda del barco, agachándose y flexionando las piernas, dispuesto a saltar cuanto más se acercaban a la zona de batalla. El barco revolucionario, cuyos integrantes estaban distraídos combatiendo con el barco marine que había al otro lado, se encontraba a pocos metros. El cuerpo del gigante se vio cubierto de un aura rojiza que provocó ciertos gritos de asombro en los marines que lo estaban viendo a punto de saltar. El gigante sonrió, mostrando sus marcados colmillos. El aura se concentró en sus piernas y entonces...
Saltó. La madera se astilló ligeramente bajo sus pies al saltar. Dejando una roja estela provocada por el aura potenciadora, se movía por el aire hacia delante en un pronunciado arco, directo al barco revolucionario. Y aterrizó en su cubierta, astillando la madera bajo sus pies al caer con fuerza. Apretó los puños y, mirando al cielo, soltó un potente grito de guerra que llamaría la atención de los integrantes de aquel barco. ¿Había sido una locura entrar de golpe en un barco enemigo? Seguramente. Pero... ¿Y las risas qué?
—¡¡Vamos allá!!
Aunque el dinero le daba igual. Es decir, no del todo, aún así tenía que comer. Pero lo que quería era combatir y descargar sus puños con furia contra enemigos dignos. Fue entonces cuando se subió a la baranda del barco, agachándose y flexionando las piernas, dispuesto a saltar cuanto más se acercaban a la zona de batalla. El barco revolucionario, cuyos integrantes estaban distraídos combatiendo con el barco marine que había al otro lado, se encontraba a pocos metros. El cuerpo del gigante se vio cubierto de un aura rojiza que provocó ciertos gritos de asombro en los marines que lo estaban viendo a punto de saltar. El gigante sonrió, mostrando sus marcados colmillos. El aura se concentró en sus piernas y entonces...
Saltó. La madera se astilló ligeramente bajo sus pies al saltar. Dejando una roja estela provocada por el aura potenciadora, se movía por el aire hacia delante en un pronunciado arco, directo al barco revolucionario. Y aterrizó en su cubierta, astillando la madera bajo sus pies al caer con fuerza. Apretó los puños y, mirando al cielo, soltó un potente grito de guerra que llamaría la atención de los integrantes de aquel barco. ¿Había sido una locura entrar de golpe en un barco enemigo? Seguramente. Pero... ¿Y las risas qué?
—¡¡Vamos allá!!
- Resumen:
-Ficha escribió:Potenciador:
Su amor por el combate le permite entrar, a voluntad, en un estado en el que potencia sus golpes (x2 en fuerza) durante dos posts (otros dos posts de recarga tras ellos). Como pasiva escénica, cuando utiliza esto se ve rodeado de un aura rojiza semi-transparente.
Blishard
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Blishard se encontraba en la nave central de la Revolución. Varios días antes había visto desde su isla un montón de barcos de toda clase en dirección al North Blue. Alguien en uno de ellos debió de verle, pues se acercó un barco relativamente grande hasta la ínsula en la que se encontraba el gigante. Le informaron de que eran de la Revolución y que se dirigían al North Blue, pues al parecer una extraña aguja había emergido de las aguas. Tras pensarlo un momento, Blishard les pidió que le dejasen acompañarles; ya iba siendo hora de ayudar a la Revolución de manera más directa. Después de unos días de viaje, ya se encontraban allí, pero tuvieron que retirarse un poco debido a un ataque del Gobierno Mundial.
De noche, en la cubierta, se encontraba observando la gigantesca aguja que emergía de las aguas del North Blue. Resultaba imponente incluso para un gigante como él, y eso ya es decir, pues las casas de su tierra natal estaban hechas a escala y fácilmente una de ellas podía ser tan grande como una ciudad humana. Por otro lado, el artefacto tenía un aspecto espeluznante y el gigante prácticamente podía sentir la maldad que rezumaba de la estructura. Blishard sacó, una vez más, la carta que habían dejado en la puerta de todos los dormitorios. La vuelve a leer por enésima vez consecutiva, pensando en si debería unirse al asalto. Era extremadamente probable que ofrecerse a ello significaría cavar su propia tumba.
Sin embargo, el destino del mundo entero estaba en juego. No podía, no debía dudar. Incluso aunque acabase ahí su existencia, había vivido lo suficiente como para hacer frente a la muerte sin miedo. Tras pensarlo un último momento, se dirigió a ofrecerse voluntario para ir en un submarino. El tiempo diría si la decisión era la adecuada.
Tras haberse ofrecido, volvió a cubierta para observar la aguja, apodada el jinete, intentando discernir posibles puntos débiles, a la vez que veía de fondo a los destructores de la Marina, que llevaban siguiéndoles bastante tiempo.
De noche, en la cubierta, se encontraba observando la gigantesca aguja que emergía de las aguas del North Blue. Resultaba imponente incluso para un gigante como él, y eso ya es decir, pues las casas de su tierra natal estaban hechas a escala y fácilmente una de ellas podía ser tan grande como una ciudad humana. Por otro lado, el artefacto tenía un aspecto espeluznante y el gigante prácticamente podía sentir la maldad que rezumaba de la estructura. Blishard sacó, una vez más, la carta que habían dejado en la puerta de todos los dormitorios. La vuelve a leer por enésima vez consecutiva, pensando en si debería unirse al asalto. Era extremadamente probable que ofrecerse a ello significaría cavar su propia tumba.
Sin embargo, el destino del mundo entero estaba en juego. No podía, no debía dudar. Incluso aunque acabase ahí su existencia, había vivido lo suficiente como para hacer frente a la muerte sin miedo. Tras pensarlo un último momento, se dirigió a ofrecerse voluntario para ir en un submarino. El tiempo diría si la decisión era la adecuada.
Tras haberse ofrecido, volvió a cubierta para observar la aguja, apodada el jinete, intentando discernir posibles puntos débiles, a la vez que veía de fondo a los destructores de la Marina, que llevaban siguiéndoles bastante tiempo.
Kayn Blackthorn
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La mirada de Kayn se encontraba gacha, clavada en el pequeño cacho de suelo que se encontraba frente a él libre de botas del gobierno. Las últimas semanas habían sido un desastre y, por momentos, su moral se había visto mellada hasta el punto de hacerle dudar de su propio propósito. Las innumerables muertes inocentes que no habían podido salvar pesaban demasiado sobre los hombros de cada marine que había acudido aquel día a la llamada. Amigos, hermanos, seres queridos en general... Todos tenían a alguien en el ahora arrasado West Blue, y los que no, eran conscientes de la atrocidad que se había cometido. El mundo había llegado a un punto de inflexión y ahora les tocaba afrontar lo que, quizá, fuera a ser el fin de la existencia tal y como la conocían. ¿Y qué podían hacer ellos para evitarlo? Tan solo había una respuesta correcta: ponerse en pie nuevamente, una última vez, y plantarle cara a los demonios que habían desatado a la mismísima muerte contra ellos.
Sus ojos buscaron al cargo superior de la Marina en cuanto el discurso comenzó. Sus palabras le eran familiares, mucho más de lo que le habría gustado reconocer. A decir verdad, era una situación que había tendido a repetirse con demasiada frecuencia en los últimos meses, incluso años. Una amenaza inminente, la necesidad de aunar todas las fuerzas del bien para enfrentarlas, el peligro de sufrir la más desagradable de las muertes o de salir mutilado, así como un golpe al orgullo y los sentimientos para intentar despejar toda duda de los soldados. El moreno hizo una mueca, justo antes de echar un vistazo a su alrededor y observar los rostros de los allí presentes. Abrigados tan solo por los harapientos uniformes, aquellos cuyo inmaculado blanco se había ennegrecido batalla tras batalla, rasgados, sucios, malolientes incluso. La apariencia de ninguno cumplía el arquetipo que alguien pudiera esperar de un defensor de la luz y de la justicia. Sin embargo, allí estaba. Les habían llamado y habían acudido, con miedo, con temor al fracaso, con el pecho cargado de dolor y angustia. Era fácil ver el deseo de huir en algunos, de dar media vuelta y dejar aquel infierno atrás, pero... ¿a dónde ir luego? Después de lo que habían presenciado la deserción no era una opción. Si fracasaban allí no habría sitio donde esconderse. Tras el North Blue irían los dos restantes, probablemente el paraíso y el nuevo mundo caerían eventualmente... y ni la tierra sagrada podría salvarse sin el amparo de la Marina. Aquel día se lo apostarían a un todo o nada y tan solo en sus manos estaba la esperanza de ver un nuevo amanecer para el mundo.
Kayn cerró los puños con fuerza a causa de la inquietud que atenazaba cada músculo de su cuerpo. No iba a mentir, tenía miedo. Miedo a fracasar más que a su propia muerte. Miedo a que, de no ser capaz de darlo todo aquel día, de alzarse victoriosos y evitar aquella hecatombe, todo cuanto le quedaba pereciese. Había nacido en el North Blue, crecido en el North Blue, sangrado por el North Blue. Todos aquellos que eran importantes para él se encontraban en ese mar. No se fallaría a sí mismo, sino a todo aquello que tenía valor para él.
La voz del Almirante Koneko le hizo redirigir la mirada nuevamente hacia la plataforma desde la que los altos cargos observaban al grueso marine. Probablemente jamás llegaría a entender bien el por qué, pero algo cambió en el momento en que aquel hombre alzó su espada y se ofreció voluntario. Los ánimos se caldearon y volvió a prenderse la llama en el corazón de los allí presentes. Poco a poco se fueron sumando más y más marines a la petición. Los labios del mudo se tornaron en una leve sonrisa al ver cómo el comodoro Kasai y el resto de la brigada, incluido el miembro más reciente, se ofrecían para aquella misión. Inspiró profundamente y soltó el aire despacio, con los ojos cerrados, antes de volver a abrirlos y observar la palma de su propia mano. Una leve llama azulada brotó de la misma y, poco a poco, comenzó a extenderse por todo su brazo. Kayn dio un paso al frente, con decisión, y alzó el brazo como toda respuesta, con toda su voluntad alimentando el fuego aural que recorría su extremidad. Una antorcha en medio de la oscuridad. Se situó junto al resto de su brigada, en silencio, con Cappuccino y Lady en su mente. No los había llevado en aquella ocasión. El infierno no era lugar para almas tan puras... y ellos iban a lanzarse de lleno al abismo.
Sus ojos buscaron al cargo superior de la Marina en cuanto el discurso comenzó. Sus palabras le eran familiares, mucho más de lo que le habría gustado reconocer. A decir verdad, era una situación que había tendido a repetirse con demasiada frecuencia en los últimos meses, incluso años. Una amenaza inminente, la necesidad de aunar todas las fuerzas del bien para enfrentarlas, el peligro de sufrir la más desagradable de las muertes o de salir mutilado, así como un golpe al orgullo y los sentimientos para intentar despejar toda duda de los soldados. El moreno hizo una mueca, justo antes de echar un vistazo a su alrededor y observar los rostros de los allí presentes. Abrigados tan solo por los harapientos uniformes, aquellos cuyo inmaculado blanco se había ennegrecido batalla tras batalla, rasgados, sucios, malolientes incluso. La apariencia de ninguno cumplía el arquetipo que alguien pudiera esperar de un defensor de la luz y de la justicia. Sin embargo, allí estaba. Les habían llamado y habían acudido, con miedo, con temor al fracaso, con el pecho cargado de dolor y angustia. Era fácil ver el deseo de huir en algunos, de dar media vuelta y dejar aquel infierno atrás, pero... ¿a dónde ir luego? Después de lo que habían presenciado la deserción no era una opción. Si fracasaban allí no habría sitio donde esconderse. Tras el North Blue irían los dos restantes, probablemente el paraíso y el nuevo mundo caerían eventualmente... y ni la tierra sagrada podría salvarse sin el amparo de la Marina. Aquel día se lo apostarían a un todo o nada y tan solo en sus manos estaba la esperanza de ver un nuevo amanecer para el mundo.
Kayn cerró los puños con fuerza a causa de la inquietud que atenazaba cada músculo de su cuerpo. No iba a mentir, tenía miedo. Miedo a fracasar más que a su propia muerte. Miedo a que, de no ser capaz de darlo todo aquel día, de alzarse victoriosos y evitar aquella hecatombe, todo cuanto le quedaba pereciese. Había nacido en el North Blue, crecido en el North Blue, sangrado por el North Blue. Todos aquellos que eran importantes para él se encontraban en ese mar. No se fallaría a sí mismo, sino a todo aquello que tenía valor para él.
La voz del Almirante Koneko le hizo redirigir la mirada nuevamente hacia la plataforma desde la que los altos cargos observaban al grueso marine. Probablemente jamás llegaría a entender bien el por qué, pero algo cambió en el momento en que aquel hombre alzó su espada y se ofreció voluntario. Los ánimos se caldearon y volvió a prenderse la llama en el corazón de los allí presentes. Poco a poco se fueron sumando más y más marines a la petición. Los labios del mudo se tornaron en una leve sonrisa al ver cómo el comodoro Kasai y el resto de la brigada, incluido el miembro más reciente, se ofrecían para aquella misión. Inspiró profundamente y soltó el aire despacio, con los ojos cerrados, antes de volver a abrirlos y observar la palma de su propia mano. Una leve llama azulada brotó de la misma y, poco a poco, comenzó a extenderse por todo su brazo. Kayn dio un paso al frente, con decisión, y alzó el brazo como toda respuesta, con toda su voluntad alimentando el fuego aural que recorría su extremidad. Una antorcha en medio de la oscuridad. Se situó junto al resto de su brigada, en silencio, con Cappuccino y Lady en su mente. No los había llevado en aquella ocasión. El infierno no era lugar para almas tan puras... y ellos iban a lanzarse de lleno al abismo.
- Resumen:
- Desvaríos variados sobre lo ocurrido en las últimas semanas. Kayn aúna toda fuerza de voluntad que le queda y se presenta voluntario junto al resto de los Justice Riders.
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