Roland Oppenheimer
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Akuma no mi
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Hogar, dulce hogar. O eso suele decir la gente cuando vuelve a casa. Para el agente ese lugar no podía ser otro más que sus habitaciones en Ennies Lobby, aunque poco solía pisarlas con tantos viajes y misiones. Sin embargo, en esta ocasión no había vuelto a la sede de los agentes gubernamentales para descansar, todo lo contrario.
Hacía varios días le llegó una carta solicitando su presencia en la Isla Judicial para un entrenamiento especial. Dicho entrenamiento constaría de varias semanas dedicadas a la mejora y desarrollo del Rokushiki. Roland ya había conseguido un gran dominio del arte marcial secreto, pero su asistencia era igualmente obligatoria; si no, no hubiese decidido ir.
Moviéndose entre las calles de la isla llegó al sitio de encuentro. Allí estaban reunidos catorce agentes del Cipher Pol además de sí mismo. Todos vestidos con su traje monocolor, estaban callados y había tensión en el ambiente. Todos se encontraban sentados en unos bancos repartidos en la sala, ante un altillo donde probablemente un encargado hablaría en breves. Ahora sólo quedaba esperar por el décimo sexto integrante del grupo.
Hacía varios días le llegó una carta solicitando su presencia en la Isla Judicial para un entrenamiento especial. Dicho entrenamiento constaría de varias semanas dedicadas a la mejora y desarrollo del Rokushiki. Roland ya había conseguido un gran dominio del arte marcial secreto, pero su asistencia era igualmente obligatoria; si no, no hubiese decidido ir.
Moviéndose entre las calles de la isla llegó al sitio de encuentro. Allí estaban reunidos catorce agentes del Cipher Pol además de sí mismo. Todos vestidos con su traje monocolor, estaban callados y había tensión en el ambiente. Todos se encontraban sentados en unos bancos repartidos en la sala, ante un altillo donde probablemente un encargado hablaría en breves. Ahora sólo quedaba esperar por el décimo sexto integrante del grupo.
Dryd
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Faltaban tres minutos con veinticinco segundos para la reunión.
¿Y el motivo? pues, había perdido buena parte de su noción del tiempo. A ser exactos, hora entera según lo que planeaba y diez minutos más de lo querido, debido a su terquedad por finiquitar las misteriosas aventuras del detective Hercules Poirot. Por lo qué luego de satisfacer aquel capricho que acabaría como una costumbre de lo menos educada, decidió finalmente apurar un poco el ritmo de las cosas tras percatarse de las agujas del reloj ubicado en la biblioteca donde tuvo comodidad. Tal vez, decepcionado. En lo que de manera casi instintiva juntaba ambas manos para cerrar el libro mientras se levantaba de la ajustada silla de madera que ahora solo servia para recordar cuan ensimismado había estado a los detalles de la historia.
Así pues. Sin mucho más preámbulo, el muchacho de dos metros de alto que iba vestido con un traje holgado de la época social victoriana fue erguido hasta un estante en donde devolvería sin complicaciones adicionales aquella obra ya disfrutada, regresando veintidós pasos hasta su asiento para recoger su herramienta predilecta. Finalmente, marchando hasta su tan esperada cita sin otro motivo más que el de cumplir con sus deberes como agente bajo los servicios secretos del gobierno. Tal vez, deteniéndose un minuto en la maquina expendedora por una Cola. Lo que explicaría su llegada al edificio justo minuto antes de la reunión mientras sostenía, si; un envase vació que arrojaría en la papelera al lado de la puerta principal.
No hubo nada particular en su entrada, acercándose hasta los otros agentes para sentarse junto a ellos con una incomoda y monótona indicación hasta el ultimo puesto vació. Donde, claramente dada su equivocación, estaría en obligación de seguir. "Lastima" razonaba, sabiendo que elegir el primer puesto hubiera sido beneficioso en puntos tales como este. Más es obvio, quejarse de su imprudente acto no iba a solucionar el problema que ahora estaba frente sí: no conocía a los otros agentes. Entonces puede entenderse que entrenar con ellos significaba una apuesta imprudente, emocionante y de lo más estúpida, una apuesta como las qué en pocas ocasiones un agente tiene la oportunidad de permitirse en las misiones que le asignan.
Debo admitir, sentí que estaba retando mi propia capacidad táctica y psicológica mientras debido a mis experiencias pasadas cuestionaba en mi despreocupado silencio cuantos de ellos estarían todavía vivos para el próximo año.
Luego, tal vez una milésima de segundo después entendí que cuestionaba una tontería. Tal vez ni yo sobreviviría a esta vida.
Eso desato la sutil figura de una sonrisa en mi boca. No esperaba menos de este lugar, esta vida, pues había venido buscando a la muerte y me contraponía a mis propios conflictos en el absurdo intento de que el mundo se dirigiera adecuadamente con justicia, inversión en la bolsa y puño de hierro. Nada de niños pasando hambre por las viejas guerras, nada de absurdas protestas que destruyen al estado más allá del mensaje, nada del niño cobarde que fue usado como herramienta por sus adultos luego de haber naufragado en una serie de actos del infortunio.
Así pues. Sin mucho más preámbulo, el muchacho de dos metros de alto que iba vestido con un traje holgado de la época social victoriana fue erguido hasta un estante en donde devolvería sin complicaciones adicionales aquella obra ya disfrutada, regresando veintidós pasos hasta su asiento para recoger su herramienta predilecta. Finalmente, marchando hasta su tan esperada cita sin otro motivo más que el de cumplir con sus deberes como agente bajo los servicios secretos del gobierno. Tal vez, deteniéndose un minuto en la maquina expendedora por una Cola. Lo que explicaría su llegada al edificio justo minuto antes de la reunión mientras sostenía, si; un envase vació que arrojaría en la papelera al lado de la puerta principal.
No hubo nada particular en su entrada, acercándose hasta los otros agentes para sentarse junto a ellos con una incomoda y monótona indicación hasta el ultimo puesto vació. Donde, claramente dada su equivocación, estaría en obligación de seguir. "Lastima" razonaba, sabiendo que elegir el primer puesto hubiera sido beneficioso en puntos tales como este. Más es obvio, quejarse de su imprudente acto no iba a solucionar el problema que ahora estaba frente sí: no conocía a los otros agentes. Entonces puede entenderse que entrenar con ellos significaba una apuesta imprudente, emocionante y de lo más estúpida, una apuesta como las qué en pocas ocasiones un agente tiene la oportunidad de permitirse en las misiones que le asignan.
Debo admitir, sentí que estaba retando mi propia capacidad táctica y psicológica mientras debido a mis experiencias pasadas cuestionaba en mi despreocupado silencio cuantos de ellos estarían todavía vivos para el próximo año.
Luego, tal vez una milésima de segundo después entendí que cuestionaba una tontería. Tal vez ni yo sobreviviría a esta vida.
Eso desato la sutil figura de una sonrisa en mi boca. No esperaba menos de este lugar, esta vida, pues había venido buscando a la muerte y me contraponía a mis propios conflictos en el absurdo intento de que el mundo se dirigiera adecuadamente con justicia, inversión en la bolsa y puño de hierro. Nada de niños pasando hambre por las viejas guerras, nada de absurdas protestas que destruyen al estado más allá del mensaje, nada del niño cobarde que fue usado como herramienta por sus adultos luego de haber naufragado en una serie de actos del infortunio.
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Justo a tiempo, rozando el límite de la puntualidad, llegó el último agente que faltaba. Un chico joven, rubio y alto. Se sentó al lado suyo, pero para el mink esto fue indiferente. Lo único que le interesaba era saber de qué iba todo lo del entrenamiento especial y ponerse manos a la obra.
Al poco de entrar el rubio, empezó el discurso por parte de un superior. Duró más de una hora, lo que fue una pérdida de tiempo entre formalidades y tiempos a cumplir. Realmente se podía resumir en menos de un minuto. Habían desarrollado un nuevo sistema de entrenamiento y querían probar sus resultados cuanto antes. ¿Qué significaba eso? Que iban a ser los conejillos de indias, pero más que molestarle, le resultó interesante a Roland, y tuvo claro desde el primer momento que iba a aprovechar la oportunidad, aunque realmente no tuviera necesidad de entrenarse, o eso creía él.
Cuando el acto terminó, los agentes fueron guiados en orden para salir por una puerta diferente. Se movieron en el orden en que habían llegado, que había sido el mismo en el que se habían sentado, y fueron saliendo uno por uno. Cuando le llegó el turno a Roland, escuchó una voz a fondo diciendo:
- Oppenheimer, Shinryong, los casos especiales. Un momento.
El mink se giró, airado. Le habían llamado caso especial, y eso nunca sonaba bien. En su rostro se reflejaba el desagrado, pero pudo morderse la lengua, a su manera.
- ¿Caso especial? Explícate - no le gustaba el rumbo que estaba tomando.
- Eh, sí... - respondió el superior que le había llamado -. Vosotros dos, debido a... vuestras aptitudes únicas, tendréis un entrenamiento aparte. Seguid a esos dos hombres de la puerta, Johnson y Baby, ellos serán vuestros instructores.
El felino bufó, pero siguió las instrucciones.
Al poco de entrar el rubio, empezó el discurso por parte de un superior. Duró más de una hora, lo que fue una pérdida de tiempo entre formalidades y tiempos a cumplir. Realmente se podía resumir en menos de un minuto. Habían desarrollado un nuevo sistema de entrenamiento y querían probar sus resultados cuanto antes. ¿Qué significaba eso? Que iban a ser los conejillos de indias, pero más que molestarle, le resultó interesante a Roland, y tuvo claro desde el primer momento que iba a aprovechar la oportunidad, aunque realmente no tuviera necesidad de entrenarse, o eso creía él.
Cuando el acto terminó, los agentes fueron guiados en orden para salir por una puerta diferente. Se movieron en el orden en que habían llegado, que había sido el mismo en el que se habían sentado, y fueron saliendo uno por uno. Cuando le llegó el turno a Roland, escuchó una voz a fondo diciendo:
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- ¿Caso especial? Explícate - no le gustaba el rumbo que estaba tomando.
- Eh, sí... - respondió el superior que le había llamado -. Vosotros dos, debido a... vuestras aptitudes únicas, tendréis un entrenamiento aparte. Seguid a esos dos hombres de la puerta, Johnson y Baby, ellos serán vuestros instructores.
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