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Contratante:Hipatia Stix
Descripción: ¡Socorro! ¡He ofrecido algo que no quería tener que pagar! Es decir, sí; o sea, pero esperaba que fuese alguien guapo. ¡O listo, por lo menos! ¡Me habría servido el niño rarito! ¡Incluso el furro! ¿Pero esa cosa? En fin, o sea, que no debería decir esto en la invitación a mi boda, pero si me lo sacas de encima te recompensaré con mi eterna gratitud (y si eres guapo tal vez te deje sustituirle). Al fin y al cabo, una reina necesita un rey. ¡Pero no un Maki!
Objetivos: Librar a Su Majestad la grandiosa y extraordinariame atractiva Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral y así sucesivamente, y así sucesivamente del puto pez gota retrasado.
Objetivos secundarios: Encontrar un nuevo pretendiente para Su Majestad la grandiosa y extraordinariame atractiva Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral y así sucesivamente, y así sucesivamente.
Premios: Una pieza de equipo de calidad legendaria, a elegir la pieza pero no el poder.
Premios por objetivos secundarios: Conseguir el título de rey de la Isla Gyojin (o reina, no me molesta).
Nota: esta misión no consume slot como fugaz y cualquiera puede apuntarse. Da fama equivalente a la misión más alta que pueda realizar el personaje, pero no el 30% adicional.
Descripción: ¡Socorro! ¡He ofrecido algo que no quería tener que pagar! Es decir, sí; o sea, pero esperaba que fuese alguien guapo. ¡O listo, por lo menos! ¡Me habría servido el niño rarito! ¡Incluso el furro! ¿Pero esa cosa? En fin, o sea, que no debería decir esto en la invitación a mi boda, pero si me lo sacas de encima te recompensaré con mi eterna gratitud (y si eres guapo tal vez te deje sustituirle). Al fin y al cabo, una reina necesita un rey. ¡Pero no un Maki!
Objetivos: Librar a Su Majestad la grandiosa y extraordinariame atractiva Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral y así sucesivamente, y así sucesivamente del puto pez gota retrasado.
Objetivos secundarios: Encontrar un nuevo pretendiente para Su Majestad la grandiosa y extraordinariame atractiva Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral y así sucesivamente, y así sucesivamente.
Premios: Una pieza de equipo de calidad legendaria, a elegir la pieza pero no el poder.
Premios por objetivos secundarios: Conseguir el título de rey de la Isla Gyojin (o reina, no me molesta).
Nota: esta misión no consume slot como fugaz y cualquiera puede apuntarse. Da fama equivalente a la misión más alta que pueda realizar el personaje, pero no el 30% adicional.
Kaito Takumi
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¿Quién podía creerlo? ¡La nobleza de los hijos del mar seguía en pie! Y por si fuera poco iba a tener lugar la boda del siglo, aquella que juntaría de una vez por todas a las gentes del mar con la Revolución. Vamos, justo lo que necesitábamos, más problemas con el puto Gobierno Mundial. Era una suerte que la mujer, aquella que llamaban la más bella de las perlas, no quisiera a su pretendiente.
¡Ah, lo que hubiera dado yo por la mano de una reina! Incluso aunque su aspecto físico me desagradara en absoluto, era un trato más que justo. ¿Qué más podría pedir? Al fin y al cabo ella era una pieza única.
Y por eso estaba allí, en la horrorosa ciudad del coral, la meca de los que habían olvidado sus raíces de mar abierto y que andaban perdidos sobre las rocas que llamaban su hogar. ¡Qué asco les tenía a todos! ¡A todos!
—¿Dónde puñetas estará la reina? —me pregunté en voz bien alta, arto de ver cómo las gentes del reino se habían acostumbrado a las zonas secas de baba de manglar —. A ver, es la boda del siglo, tan difícil no puede ser encontrarlos...
Arrastrándome con mis muchos y pegajosos miembros salté de tejado en tejado siguiendo las pistas que el perturbado entorno podía ofrecerme. ¡Ag, qué asco me daba ver tanta tierra seca debajo de las toneladas de mar que teníamos arriba!
¡Ah, lo que hubiera dado yo por la mano de una reina! Incluso aunque su aspecto físico me desagradara en absoluto, era un trato más que justo. ¿Qué más podría pedir? Al fin y al cabo ella era una pieza única.
Y por eso estaba allí, en la horrorosa ciudad del coral, la meca de los que habían olvidado sus raíces de mar abierto y que andaban perdidos sobre las rocas que llamaban su hogar. ¡Qué asco les tenía a todos! ¡A todos!
—¿Dónde puñetas estará la reina? —me pregunté en voz bien alta, arto de ver cómo las gentes del reino se habían acostumbrado a las zonas secas de baba de manglar —. A ver, es la boda del siglo, tan difícil no puede ser encontrarlos...
Arrastrándome con mis muchos y pegajosos miembros salté de tejado en tejado siguiendo las pistas que el perturbado entorno podía ofrecerme. ¡Ag, qué asco me daba ver tanta tierra seca debajo de las toneladas de mar que teníamos arriba!
Yarmin Prince
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- Bueno, por lo menos es guapa -dijo Gellert cuando desembarcaron en la isla Gyojin-. Augustus es un hombre afortunado.
Yarmin no se lo podía creer. Era lógico que lo enviasen allí, claro, era uno de los agentes de mayor rango de todo el Cipher Pol 7 y el único que había logrado desenmascarar a un Oficial General de la Revolución, infiltrado en la agencia durante más de veinte años. Bueno, en realidad eso era lo que todo el mundo creía, pero cuando todos creían algo se volvía verdad.
También todo el mundo creía que, de alguna forma, compartía un estrecho vínculo con el maldito hombre-baba, a raíz del secuestro que ambos habían sufrido durante la guerra de Síderos. "Hasta compartisteis cama", se burlaba Issei, a veces, cuando repasaban los carteles de búsqueda. Era frustrante que, ni siquiera a través de los poderes de su fruta, hubiese sido capaz de convencer a la gente de que Maki era simplemente idiota: No representaba ningún peligro, tampoco era una amenaza para el Gobierno y el simple hecho de que se hubiesen tomado la molestia de hacer un cartel de búsqueda para un rodillo le hacía suspirar. En fin...
Para más colmo, le había llegado una invitación de boda de Maki, en la que le pedía ser el padrino. Issei, lógicamente, estaba encantado. No dudaba de su lealtad, pero sí sabía que la infiltración del agente perfecto podía darle las llaves de la Isla Gyojin al Gobierno Mundial, por lo que de pronto una oferta que pensaba declinar se convirtió en una obligación laboral.
- No sabemos nada de esa nueva reina -había intentado rehusar Yarmin-, pero ha asesinado a toda la familia Gobernante y según se cuenta tiene más de cien años. ¿No te huele todo esto a chamusquina?
- Por eso vas tú y no otro -fue la respuesta que obtuvo-. Si todo se tuerce, mata a la reina... Pero después de que tu "amigo retrasado" se case con ella.
- ¿Me estás pidiendo que me infiltre? -había preguntado, aunque como respuesta solo obtuvo una inclinación leve de cabeza.
"Perfecto".
Y allí estaba, a las puertas del palacio con su impecable traje y un maletín donde guardaba diversos bártulos -además del ya habitual fardo de cocaína por si debía incriminar a alguien-, listo para presentarse ante la princesa y convencerla de que la opción más satisfactoria para todo el mundo era que se casase. Era hora de convertirse en el mejor padrino de todos los tiempos.
Yarmin no se lo podía creer. Era lógico que lo enviasen allí, claro, era uno de los agentes de mayor rango de todo el Cipher Pol 7 y el único que había logrado desenmascarar a un Oficial General de la Revolución, infiltrado en la agencia durante más de veinte años. Bueno, en realidad eso era lo que todo el mundo creía, pero cuando todos creían algo se volvía verdad.
También todo el mundo creía que, de alguna forma, compartía un estrecho vínculo con el maldito hombre-baba, a raíz del secuestro que ambos habían sufrido durante la guerra de Síderos. "Hasta compartisteis cama", se burlaba Issei, a veces, cuando repasaban los carteles de búsqueda. Era frustrante que, ni siquiera a través de los poderes de su fruta, hubiese sido capaz de convencer a la gente de que Maki era simplemente idiota: No representaba ningún peligro, tampoco era una amenaza para el Gobierno y el simple hecho de que se hubiesen tomado la molestia de hacer un cartel de búsqueda para un rodillo le hacía suspirar. En fin...
Para más colmo, le había llegado una invitación de boda de Maki, en la que le pedía ser el padrino. Issei, lógicamente, estaba encantado. No dudaba de su lealtad, pero sí sabía que la infiltración del agente perfecto podía darle las llaves de la Isla Gyojin al Gobierno Mundial, por lo que de pronto una oferta que pensaba declinar se convirtió en una obligación laboral.
- No sabemos nada de esa nueva reina -había intentado rehusar Yarmin-, pero ha asesinado a toda la familia Gobernante y según se cuenta tiene más de cien años. ¿No te huele todo esto a chamusquina?
- Por eso vas tú y no otro -fue la respuesta que obtuvo-. Si todo se tuerce, mata a la reina... Pero después de que tu "amigo retrasado" se case con ella.
- ¿Me estás pidiendo que me infiltre? -había preguntado, aunque como respuesta solo obtuvo una inclinación leve de cabeza.
"Perfecto".
Y allí estaba, a las puertas del palacio con su impecable traje y un maletín donde guardaba diversos bártulos -además del ya habitual fardo de cocaína por si debía incriminar a alguien-, listo para presentarse ante la princesa y convencerla de que la opción más satisfactoria para todo el mundo era que se casase. Era hora de convertirse en el mejor padrino de todos los tiempos.
Dark Satou
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Y ahí se encontraba Dark, bajando de la nave de Drake. Había desembarcado en la isla gyojin, porque cuando se trataba de frustrar los planes de otro, y sacarse él cosas de por medio, siempre se apuntaba. Se colocó las manos sobre la cintura y echó una ojeada a los alrededores. ¿Dónde mierda tenía que ir? Tenía el panfleto de la misión, pero no la dirección exacta. Si era la princesa, reina, o lo que fuese aquella gyojin la ofertante, tendría que haber algún tipo de zona real. Pudo suponer que allí se haría la boda. Encima en contra de la voluntad de la mujer, y aquello iba en contra de sus principios. ¿Quién sería tan cabrón como para aceptar la mano de una mujer como recompensa? Así que el peliblanco decidió que iba a actuar de karma cósmico e impedir la boda. Su objetivo era hablar con la contratante y llegar a algún tipo de artimaña para impedir la boda. Si todo fallaba, también tenía un plan B. El de levantarse cuando dijesen si alguien tenía algo que decir en medio de la ceremonia. Eso nunca fallaba.
Toda la zona en la que se encontraba parecía de júbilo; mucha gente bebiendo, otros vitoreando e incluso algunos haciendo ofrendas. ¿Por qué cojones hacían eso último? Los gyojin era una raza muy extraña, pero eso no repercutía en nada para su objetivo de la misión. Dejó de intentar cuestionar las costumbres de esa raza y se acercó a un pequeño grupo que parecía dirigirse hacia una zona central. A lo mejor sabían la dirección hasta palacio y podrían llevarle con ellos. Levantó la mano disculpándose brevemente y después empezó a hablar.
—Nee, disculpad, ¿sabéis dónde está palacio? Vengo por temas de la boda —les dijo en un tono bastante amigable.
Algunos fruncieron el ceño y otros le mostraron cara de indiferencia. No parecía que les gustase la presencia de un humano, pero tendrían que aguantarse. La fiesta era pública y no sería el único que iría allí. Se adelantó uno de ellos y se postró delante de Dark, encarándose brevemente. Lo miraba desde arriba al tener una altura increíble, pero aquello no amedrentaba al peliblanco.
—Tienes que tener unos buenos cojones para preguntarnos a nosotros. No estamos conformes con este casamiento. Adoramos a su majestad, y que haya tomado mano de tal cosa... —Golpeó con fuerza hacia una pared.
Dark sonrió y supo muy pero que muy bien lo que podía hacer.
—¿Verdad? Yo vengo a interferir en esta ceremonia. Es un insulto que a su majestad Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral... —Se cansó de seguir diciendo títulos—. Bueno, ya sabéis, que a Hipatia-sama no le interesa para nada esta boda. Y traigo la prueba.
Sacó de su bolsillo el panfleto de la misión y lo elevó en alto, enseñándoselo al que tenía delante de él. Después pegó un paso hacia atrás y se cruzó de brazos.
—Aún con esto, no nos fiamos de ti, humano. Esto no te concierne. —Le respondió girándose con el papel en la mano.
—Digamos que tengo una forma de impedir la boda. Y la quiero compartir aún no aceptéis mi compañía. ¿Qué os parece?
Todos le prestaron atención inmediatamente. Dark volvió a sonreír y supo que esto iba a su favor, por lo menos por ahora.
Toda la zona en la que se encontraba parecía de júbilo; mucha gente bebiendo, otros vitoreando e incluso algunos haciendo ofrendas. ¿Por qué cojones hacían eso último? Los gyojin era una raza muy extraña, pero eso no repercutía en nada para su objetivo de la misión. Dejó de intentar cuestionar las costumbres de esa raza y se acercó a un pequeño grupo que parecía dirigirse hacia una zona central. A lo mejor sabían la dirección hasta palacio y podrían llevarle con ellos. Levantó la mano disculpándose brevemente y después empezó a hablar.
—Nee, disculpad, ¿sabéis dónde está palacio? Vengo por temas de la boda —les dijo en un tono bastante amigable.
Algunos fruncieron el ceño y otros le mostraron cara de indiferencia. No parecía que les gustase la presencia de un humano, pero tendrían que aguantarse. La fiesta era pública y no sería el único que iría allí. Se adelantó uno de ellos y se postró delante de Dark, encarándose brevemente. Lo miraba desde arriba al tener una altura increíble, pero aquello no amedrentaba al peliblanco.
—Tienes que tener unos buenos cojones para preguntarnos a nosotros. No estamos conformes con este casamiento. Adoramos a su majestad, y que haya tomado mano de tal cosa... —Golpeó con fuerza hacia una pared.
Dark sonrió y supo muy pero que muy bien lo que podía hacer.
—¿Verdad? Yo vengo a interferir en esta ceremonia. Es un insulto que a su majestad Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral... —Se cansó de seguir diciendo títulos—. Bueno, ya sabéis, que a Hipatia-sama no le interesa para nada esta boda. Y traigo la prueba.
Sacó de su bolsillo el panfleto de la misión y lo elevó en alto, enseñándoselo al que tenía delante de él. Después pegó un paso hacia atrás y se cruzó de brazos.
—Aún con esto, no nos fiamos de ti, humano. Esto no te concierne. —Le respondió girándose con el papel en la mano.
—Digamos que tengo una forma de impedir la boda. Y la quiero compartir aún no aceptéis mi compañía. ¿Qué os parece?
Todos le prestaron atención inmediatamente. Dark volvió a sonreír y supo que esto iba a su favor, por lo menos por ahora.
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Había llegado al lugar y momento apropiados. El hedor de descontento, la rabia impregnada en la pared y, por supuesto, el tufo a desconfianza eran una clara señal de que estaba donde debía estar. Sonreí a través de la capucha, pues sabía bien que la empresa de aquellos hombres era también la mía... Y si, en algún momento, cambiaba de parecer y me dejaba llevar por el estómago... Bueno.
—¿Y cómo sabemos que ese papel no es mentira? —chilló una quisquilla odiosa como estúpida.
No podía culparle por su racismo contra los pielseca, pero en aquel momento era de lo más inoportuna. Extendiéndome sobre sus cabezas alargando mis muchos y húmedos brazos bajo la capa, fui inclinándome hacia aquella triste y desagradable criatura a la que el mar había concedido unos dones tan inútiles. No dije nada, simplemente le tendí la invitación, igual seguramente a la del macaco, y luego afiancé mi posición moviendome lenta pero inexorablemente al lado del espadachín.
Con aquello debía bastar para que le siguieran. Solo necesitaban que un miembro de las gentes del mar diera el primer paso, y a mí me sobraban patas para dar uno y muchos al mismo tiempo. Contorsionando mi forma para volver a una altura apropiada, que no humana, contemplé con una hambrienta curiosidad al organismo fuera de su típico nicho. ¡Qué suerte tenía que el verdadero mar no estuviese con nosotros!
—Llámeme Black —susurré retorciéndome para que mis palabras calleran justo en su oído —. ¿Cuál es tu plan?
—¿Y cómo sabemos que ese papel no es mentira? —chilló una quisquilla odiosa como estúpida.
No podía culparle por su racismo contra los pielseca, pero en aquel momento era de lo más inoportuna. Extendiéndome sobre sus cabezas alargando mis muchos y húmedos brazos bajo la capa, fui inclinándome hacia aquella triste y desagradable criatura a la que el mar había concedido unos dones tan inútiles. No dije nada, simplemente le tendí la invitación, igual seguramente a la del macaco, y luego afiancé mi posición moviendome lenta pero inexorablemente al lado del espadachín.
Con aquello debía bastar para que le siguieran. Solo necesitaban que un miembro de las gentes del mar diera el primer paso, y a mí me sobraban patas para dar uno y muchos al mismo tiempo. Contorsionando mi forma para volver a una altura apropiada, que no humana, contemplé con una hambrienta curiosidad al organismo fuera de su típico nicho. ¡Qué suerte tenía que el verdadero mar no estuviese con nosotros!
—Llámeme Black —susurré retorciéndome para que mis palabras calleran justo en su oído —. ¿Cuál es tu plan?
Maki
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Maki apenas recordaba la última vez que lo metieron en un saco. Fue cuando estaban grabando el musical de Báltigo, le cayó un foco en la cabeza y tuvieron que llevárselo como pudieron a que lo vieran los dentistas de la Revolución, que eran los únicos médicos cercanos. Por suerte, el MANUAL explicaba claramente qué hacer en caso de secuestro. Maki pataleó y trató de romper sus ataduras, dando voces amortiguadas por la mordaza. Alguien le estaba arrastrando por la calle. Oía varias voces fuera, aunque no podía distinguir las palabras a través de la gruesa tela del saco. Durante un rato que se le hizo eterno continuó impotente ahí metido. Tuvo que pasar un buen rato antes de que le sentaran en una silla y le quitaran el saco, aunque seguía con los ojos vendados.
-¿Eres Augustus Makintosh? -dijo una voz grave y exageradamente siniestra.
Maki asintió.
-¿Eres tú quién va a casarse con la reina?
Intentó responder, pero la mordaza convirtió su ingeniosa réplica en algo incomprensible. Empezó a ponerse nervioso. ¿Y si intentaban comerle? ¿O secuestrarle? Ahora que había pegado un braguetazo por orden de los altos cargos se podía pedir un buen rescate por él. ¡O por un trozo de él!
-En ese caso, ya sabes lo que te aguarda. Espero que estés preparado...
Maki se encogió cuando le quitaron la venda y se encendieron unas luces. Cerró los puños y se preparó para hacerse el muerto cuando le apuntaran con algo afilado y metálico.
-... ¡para tu despedida de soltero!
Unas luces de colores empezaron a brillar desde el techo para iluminar los rostros sonrientes de los Centellas. Varias nubes de confeti estallaron desde algún lugar al mismo tiempo que la música empezaba a sonar. Un cartel enorme donde ponía "Feliz Entierro Anticipado" colgaba del techo del que ahora reconocía como el club de striptease El Alzamiento, el mismo donde conoció a su futura esposa.
-¡Felicidades, jefe! -exclamó Huelepiedras Rockson, desatándole.
-¿Qué? ¿Eráis vosotros todo este tiempo? -preguntó Maki.
-Sí, sí. Lo del falso secuestro fue idea de Ibar.
Fruto Seco Ibar, sin dejar de quitarle la cáscara a sus almendras, asintió, tan serio como siempre.
-Leí que era una tradición muy extendida en estos casos, y a los chicos les pareció buena idea. Quisimos hacerlo lo más realista posible.
-¡Wow! ¡Genial! -Maki se levantó y aceptó las felicitaciones de sus amigos-. Me lo he creído totalmente. Darme golpes con palos mientras estaba en el saco lo hizo muy real.
Allí estaban todos los chicos de su división. Las largas orejas de Jack el Asno destacaban por encima de todos mientras pedía bebidas en la barra; Shay Ovejuno, con su eterna cara de oveja, le daba a Maki palmadas amistosas en la espalda; Cletus Bocaabierta tenía la boca abierta; Dodo repartía camisetas conmemorativas; Héctor el Gordo volcaba una silla con su peso mientras que Héctor el Comeabejas dejaba en un paragüero los palos con los que habían dado realismo al falso secuestro.
A Maki casi se le saltó una lagrimilla de emoción. No es que su boda le hiciera mucha ilusión, pero al menos podía tener una última noche de libertad antes de dedicar el resto de su vida a luchar por la Causa desde la cama del rey.
-Brindemos -propuso Marlin Calvicie-. Por la boda del jefe.
-¡Salud! -corearon todos.
Tal vez casarse no fuese tan mala idea. Podría trabajar para la Revolución y asegurarse de que todo fuese bien en su isla natal sin dejar de liderar a los Centellas. ¿Qué podía salir mal?
-¿Eres Augustus Makintosh? -dijo una voz grave y exageradamente siniestra.
Maki asintió.
-¿Eres tú quién va a casarse con la reina?
Intentó responder, pero la mordaza convirtió su ingeniosa réplica en algo incomprensible. Empezó a ponerse nervioso. ¿Y si intentaban comerle? ¿O secuestrarle? Ahora que había pegado un braguetazo por orden de los altos cargos se podía pedir un buen rescate por él. ¡O por un trozo de él!
-En ese caso, ya sabes lo que te aguarda. Espero que estés preparado...
Maki se encogió cuando le quitaron la venda y se encendieron unas luces. Cerró los puños y se preparó para hacerse el muerto cuando le apuntaran con algo afilado y metálico.
-... ¡para tu despedida de soltero!
Unas luces de colores empezaron a brillar desde el techo para iluminar los rostros sonrientes de los Centellas. Varias nubes de confeti estallaron desde algún lugar al mismo tiempo que la música empezaba a sonar. Un cartel enorme donde ponía "Feliz Entierro Anticipado" colgaba del techo del que ahora reconocía como el club de striptease El Alzamiento, el mismo donde conoció a su futura esposa.
-¡Felicidades, jefe! -exclamó Huelepiedras Rockson, desatándole.
-¿Qué? ¿Eráis vosotros todo este tiempo? -preguntó Maki.
-Sí, sí. Lo del falso secuestro fue idea de Ibar.
Fruto Seco Ibar, sin dejar de quitarle la cáscara a sus almendras, asintió, tan serio como siempre.
-Leí que era una tradición muy extendida en estos casos, y a los chicos les pareció buena idea. Quisimos hacerlo lo más realista posible.
-¡Wow! ¡Genial! -Maki se levantó y aceptó las felicitaciones de sus amigos-. Me lo he creído totalmente. Darme golpes con palos mientras estaba en el saco lo hizo muy real.
Allí estaban todos los chicos de su división. Las largas orejas de Jack el Asno destacaban por encima de todos mientras pedía bebidas en la barra; Shay Ovejuno, con su eterna cara de oveja, le daba a Maki palmadas amistosas en la espalda; Cletus Bocaabierta tenía la boca abierta; Dodo repartía camisetas conmemorativas; Héctor el Gordo volcaba una silla con su peso mientras que Héctor el Comeabejas dejaba en un paragüero los palos con los que habían dado realismo al falso secuestro.
A Maki casi se le saltó una lagrimilla de emoción. No es que su boda le hiciera mucha ilusión, pero al menos podía tener una última noche de libertad antes de dedicar el resto de su vida a luchar por la Causa desde la cama del rey.
-Brindemos -propuso Marlin Calvicie-. Por la boda del jefe.
-¡Salud! -corearon todos.
Tal vez casarse no fuese tan mala idea. Podría trabajar para la Revolución y asegurarse de que todo fuese bien en su isla natal sin dejar de liderar a los Centellas. ¿Qué podía salir mal?
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La tensión parecía poder cortarse entre Yarmin y los guardias del palacio. Él, con su siempre impecable aspecto y su sonrisa imperturbable; ellos, con sus lanzas cruzadas delante del recinto. Ninguno hablaba, pero todos podían percibir que un humano en tierra de sirenas no terminaba de pegar, máxime un visitante que, de traje y corbata, se presentaba delante ellos aparentemente desarmado.
- ¿No me van a invitar a pasar? -preguntó, tras unos interminables segundos en los que ninguno parecía estar cómodo, a excepción de él. Porque, a decir verdad, hacía falta algo más que un par de meros con lanzas para que tragase duro.
- Nadie sin autorización directa de la reina puede pasar -fue la respuesta que obtuvo, además de un extraño ademán consistente en cerrar más las lanzas. ¿Por qué, exactamente, si nadie en su sano juicio sería tan estúpido de enfrentarse a dos guardias armados y a la potencialmente gran armada personal de Su Majestad?
- Señores, soy el padrino de bodas. Y a Augustus no le va a gustar nada, y les digo, ¡Nada! Que me cierren el paso. Así que, si me permiten... Me gustaría pasar.
Los guardias no tardaron en disculparse por su error, abriendo la formación de pleno y empujando las grandes puertas de oro que separaban el palacio del país. Él avanzó mientras lo que interpretó como los basureros sacaban un saco abotargado y pataleante, que gritaba ahogadamente, pero él ya se imaginaba desde un origen que la reina tenía suficientes enemigos como para sacar la basura habitualmente.
Avanzó tranquilamente por los jardines de coral, detectando un olor raro en el aire, así como dulce. Era como si ya estuviesen iniciando los preparativos para la inminente boda, que se estaba a punto de ver... O tal vez no. Había demasiado imbécil que tal vez querría ponerse en su camino, e incluso la mismísima reina intentaría escaquearse de sus compromisos con el estúpido Maki. Y, aunque realmente a él le importaba un comino, toda su fachada como agente modélico en el Cipher Pol podía venirse abajo si no intentaba que el triste pez gota se hiciese con el trono. Pero para eso estaba el maletín.
- ¿No me van a invitar a pasar? -preguntó, tras unos interminables segundos en los que ninguno parecía estar cómodo, a excepción de él. Porque, a decir verdad, hacía falta algo más que un par de meros con lanzas para que tragase duro.
- Nadie sin autorización directa de la reina puede pasar -fue la respuesta que obtuvo, además de un extraño ademán consistente en cerrar más las lanzas. ¿Por qué, exactamente, si nadie en su sano juicio sería tan estúpido de enfrentarse a dos guardias armados y a la potencialmente gran armada personal de Su Majestad?
- Señores, soy el padrino de bodas. Y a Augustus no le va a gustar nada, y les digo, ¡Nada! Que me cierren el paso. Así que, si me permiten... Me gustaría pasar.
Los guardias no tardaron en disculparse por su error, abriendo la formación de pleno y empujando las grandes puertas de oro que separaban el palacio del país. Él avanzó mientras lo que interpretó como los basureros sacaban un saco abotargado y pataleante, que gritaba ahogadamente, pero él ya se imaginaba desde un origen que la reina tenía suficientes enemigos como para sacar la basura habitualmente.
Avanzó tranquilamente por los jardines de coral, detectando un olor raro en el aire, así como dulce. Era como si ya estuviesen iniciando los preparativos para la inminente boda, que se estaba a punto de ver... O tal vez no. Había demasiado imbécil que tal vez querría ponerse en su camino, e incluso la mismísima reina intentaría escaquearse de sus compromisos con el estúpido Maki. Y, aunque realmente a él le importaba un comino, toda su fachada como agente modélico en el Cipher Pol podía venirse abajo si no intentaba que el triste pez gota se hiciese con el trono. Pero para eso estaba el maletín.
Dark Satou
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Para su increíble asombro, uno de los que le estaban escuchando dio un paso hacia delante. Era increíblemente alto, aún más que el que se le acababa de encarar. Y no sólo eso; enfocó su mantra en su presencia para intentar ver sus intenciones, pero sólo logró tener una horrible visión. Se llevó la mano a la cabeza por un segundo mientras bajaba la cabeza, algo confuso. Después de superar aquel momento, pudo ver su aura con normalidad y darse cuenta de que no tenía malas intenciones contra él. Tenía una suerte increíble de que alguien de esa raza creyese en él, y podía ver los resultados al momento. El grupo se puso a su altura y parecían aún más interesados. Después se inclinó un poco y pensó rápidamente. Quizás ahí había una decena de gyojins, cosa la cual era un gran comienzo para empezar una rebelión en la boda. Tenían dos formas de hacerlo, infiltrándose en palacio como meros invitados, o empezando una gran revuelta para obligar la princesa a salir del palacio. Ahí se la llevarían el suficiente tiempo como para que la boda se cancelase. No era fan de secuestrar princesas, pero un secuestro no tenía esa cualidad si la persona quisiese salir de ahí.
—Encantado, Black. Yo soy Dark E. Satou —dijo intentando ofrecer la mano, pero no sabía dónde ponerla—. Mi plan es bastante sencillo. Tenemos dos formas de actuar: la primera, entrando como invitados; la segunda, haciendo una revuelta fuera de palacio. Incluso se me pueden ocurrir más de cinco o seis posibilidades por el camino. Lo primero que deberíamos de hacer es coger a más gente para que nos ayude en esto, porque estoy seguro de que hay muchísima gente que no desea la boda. —Acabó diciendo mientras bajaba la mano y esperaba una respuesta.
Independientemente de lo que dijesen, él se iría a buscar más gente para entrar a palacio como un grupo, pero de camino hacia palacio. Podía haberse dado cuenta de que se veía desde lejos, así que lo único a lo que se limitó fue empezar a hacer de pregonero por las calles y el cartel en alto. El grupo al cual había hablado pareció unirse a él, con lo cual aún más gyojins empezaron a moverse del lado de Dark. La decena se había vuelto una veintena, y no iba a parar simplemente ahí. Tenía que tener cuidado de los guardias de palacio, del prometido y de la gente que consintiese esa boda. Y había bastante la cual parecían querer que se celebrase: un cúmulo de gyojins, así como treinta o cuarenta cortaron la calle totalmente. No parecían con cara de buenos amigos y Dark no quería abrirse el paso bélicamente. Esta misión se resolvería sólo con su labia, o tendría que hacer una masacre en Shabaody. Y como no quería matar a cientos de gyojins inocentes, se retiraría en vez de luchar. Carraspeó un poco y dio un paso hacia delante, indicando a los que le seguían atrás que esperasen. Después echó una ojeada a Black y le indicó con un dedo de que andase hacia delante también, para ayudarle a hablar.
—¡¿Estás loco?! —Gritó el que parecía ser el líder del grupo que les paraba—. ¡¿Un humano desafiando nuestras tradiciones?! Su majestad necesita un esposo. ¡Está desatada! Necesitamos un rey que le ayude a dirigir con mano dura este reino. ¡Así que fuera de ahí, sucios traidores! —Exclamó mientras hacía un gesto amenazante con el dedo sobre su cuello.
Aquella situación era bastante peliaguda, pero no era algo que se escapase al conocimiento de Dark. Había leído muchas historias en el pasado, y podía extraer de toda su memoria mil y una situaciones del mismo calibre que habían acabado mal. Le quedaba mentir, claro está, pero alguno podría ser bastante bueno y simplemente pillarle sus intenciones. Así que iba a ser sincero con un ejemplo literario que, aunque no pareciese una raza lo suficientemente inteligente como para pillar la referencia, quizás sí les haría pensar.
—Hace poco leí una historia sobre una reina que decidió confiar en un casi total desconocido. —Explicó ayudándose del lenguaje corporal para ser más embaucador—. Éste resultó ser de un clan que lo único que deseaba era la corona. No era de sangre azul —paró un momento y se llevó la mano al mentón—. Sangre azul es gente de la nobleza, ¡por si alguno no lo sabéis! —Gritó a los del fondo—. Resumiendo, que llevó el reino al garete con su mala gestión. No había sido criado como un noble, y no podía ser la cara pública del reino. Y supongo que querréis que un rey sea lo más noble posible. Además de que su majestad Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral... —Volvió a parar contando los títulos, seguramente ya sabían el resto—. No está conforme con la boda. Ha mandado una señal de ayuda a todo el mar exterior al vuestro. ¿No creéis que alguien que se preocupa tanto por vuestro reino, necesita un poco de empatía? —Les dijo, tomando una pequeña pausa y mirando los rostros de todos fijamente de izquierda a derecha—. Uníos a nosotros, y vayamos a palacio. Podemos echar a ese impresentable y hereje de vuestra isla.
Había un cúmulo de emociones mixtas entre los que le habían escuchado. Aquel discurso parecía haber motivado aún más a los que tenía detrás; Dark lograba transmitir una empatía increíble la mayoría de veces. Era un buen líder cuando no estaba haciendo el gilipollas, y pareció transmitir el mensaje de forma correcta. Ahora sólo necesitaba un empujoncito para convencerlos, viniendo del pulpo Black. Si lograba transmitir algo con tanta potencia como él, y encima siendo de la misma raza que los que se oponían, quizás podrían tener ya cincuenta gyojins cabreados en su espalda para el camino a palacio.
—Encantado, Black. Yo soy Dark E. Satou —dijo intentando ofrecer la mano, pero no sabía dónde ponerla—. Mi plan es bastante sencillo. Tenemos dos formas de actuar: la primera, entrando como invitados; la segunda, haciendo una revuelta fuera de palacio. Incluso se me pueden ocurrir más de cinco o seis posibilidades por el camino. Lo primero que deberíamos de hacer es coger a más gente para que nos ayude en esto, porque estoy seguro de que hay muchísima gente que no desea la boda. —Acabó diciendo mientras bajaba la mano y esperaba una respuesta.
Independientemente de lo que dijesen, él se iría a buscar más gente para entrar a palacio como un grupo, pero de camino hacia palacio. Podía haberse dado cuenta de que se veía desde lejos, así que lo único a lo que se limitó fue empezar a hacer de pregonero por las calles y el cartel en alto. El grupo al cual había hablado pareció unirse a él, con lo cual aún más gyojins empezaron a moverse del lado de Dark. La decena se había vuelto una veintena, y no iba a parar simplemente ahí. Tenía que tener cuidado de los guardias de palacio, del prometido y de la gente que consintiese esa boda. Y había bastante la cual parecían querer que se celebrase: un cúmulo de gyojins, así como treinta o cuarenta cortaron la calle totalmente. No parecían con cara de buenos amigos y Dark no quería abrirse el paso bélicamente. Esta misión se resolvería sólo con su labia, o tendría que hacer una masacre en Shabaody. Y como no quería matar a cientos de gyojins inocentes, se retiraría en vez de luchar. Carraspeó un poco y dio un paso hacia delante, indicando a los que le seguían atrás que esperasen. Después echó una ojeada a Black y le indicó con un dedo de que andase hacia delante también, para ayudarle a hablar.
—¡¿Estás loco?! —Gritó el que parecía ser el líder del grupo que les paraba—. ¡¿Un humano desafiando nuestras tradiciones?! Su majestad necesita un esposo. ¡Está desatada! Necesitamos un rey que le ayude a dirigir con mano dura este reino. ¡Así que fuera de ahí, sucios traidores! —Exclamó mientras hacía un gesto amenazante con el dedo sobre su cuello.
Aquella situación era bastante peliaguda, pero no era algo que se escapase al conocimiento de Dark. Había leído muchas historias en el pasado, y podía extraer de toda su memoria mil y una situaciones del mismo calibre que habían acabado mal. Le quedaba mentir, claro está, pero alguno podría ser bastante bueno y simplemente pillarle sus intenciones. Así que iba a ser sincero con un ejemplo literario que, aunque no pareciese una raza lo suficientemente inteligente como para pillar la referencia, quizás sí les haría pensar.
—Hace poco leí una historia sobre una reina que decidió confiar en un casi total desconocido. —Explicó ayudándose del lenguaje corporal para ser más embaucador—. Éste resultó ser de un clan que lo único que deseaba era la corona. No era de sangre azul —paró un momento y se llevó la mano al mentón—. Sangre azul es gente de la nobleza, ¡por si alguno no lo sabéis! —Gritó a los del fondo—. Resumiendo, que llevó el reino al garete con su mala gestión. No había sido criado como un noble, y no podía ser la cara pública del reino. Y supongo que querréis que un rey sea lo más noble posible. Además de que su majestad Hipatia Stix, soberana de todos los tritones, reina de los gyojins, señora de la Isla Gyojin, regente de las tierras submarinas, Gran Duquesa de los bancos de coral... —Volvió a parar contando los títulos, seguramente ya sabían el resto—. No está conforme con la boda. Ha mandado una señal de ayuda a todo el mar exterior al vuestro. ¿No creéis que alguien que se preocupa tanto por vuestro reino, necesita un poco de empatía? —Les dijo, tomando una pequeña pausa y mirando los rostros de todos fijamente de izquierda a derecha—. Uníos a nosotros, y vayamos a palacio. Podemos echar a ese impresentable y hereje de vuestra isla.
Había un cúmulo de emociones mixtas entre los que le habían escuchado. Aquel discurso parecía haber motivado aún más a los que tenía detrás; Dark lograba transmitir una empatía increíble la mayoría de veces. Era un buen líder cuando no estaba haciendo el gilipollas, y pareció transmitir el mensaje de forma correcta. Ahora sólo necesitaba un empujoncito para convencerlos, viniendo del pulpo Black. Si lograba transmitir algo con tanta potencia como él, y encima siendo de la misma raza que los que se oponían, quizás podrían tener ya cincuenta gyojins cabreados en su espalda para el camino a palacio.
Maki
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Maki engulló su martini de almeja de un trago y se dio el lujo de comerse el berberecho que había clavado en el palillo. Normalmente no bebía alcohol, pero un brindis era un brindis, y una noche era una noche. No todos los días se casaba uno. Bueno, sí, seguramente sí, pero no el mismo. Probablemente hubiese alguien por ahí que sí que pudiera casarse a diario, vale, pero él no. De hecho, su abuela siempre había dejado claro que tenía muchas dudas sobre que Maki fuese a "pillar cacho" alguna vez, significase eso lo que significase.
-¡Oficial, oficial! -exclamó Paul Bigotón. Era uno de los reclutas más recientes, y Maki lo había fichado por el frondoso y envidiable mostacho que lucía, herencia de su bisabuela-. ¡Socorro, sálve...!
Maki vio impotente como la vieja sirena arrugada se llevaba a Bigotón casi a rastras. Ya había conocido antes a Sammy la bailarina, así que la saludó con un gesto y dejó que se llevase un rato al recluta al reservado. él ya había tenido suerte de huir de ahí una vez y no tenía intención de jugársela otra vez.
-Dale vacaciones a ese cuando volvamos al trabajo -le susurró a Fruto Seco Ibar.
La bebida empezó a correr a raudales. Los Centellas habían pagado barra libre, y también un buffet libre de postres, que era donde se acumulaban casi todos. Vale que fuese una fiesta, pero las natillas ilimitadas eran natillas ilimitadas. Maki iba por la cuarta empanadilla de esponja cuando apareció un casco conocido.
-¡BleyAHHG!
De un brinco, se apartó del aterrador perro rosa de Bleyd. Nunca se acostumbraría a ese color del demonio. Aun así, hizo acopio de valor y saludó a su compañero. Al extraño humano conocido como Bleyd lo había reclutado personalmente poco después de una gran misión. Había demostrado su talento peleando contra los opresores, y lo cierto era que le caía bien, mascotas terroríficas aparte. Aceptó su regalo encantado, por supuesto. Un cuchillito le vendría muy bien para cortar las magdalenas de erizo y poder sorber el moco del interior.
-Gfafias -le dijo, con la boca llena a rebosar del viscoso culo de un erizo en almíbar-. Fafahalgalfgafglaf.
Ni siquiera Maki estaba seguro de qué había querido decir.
En cualquier caso, se alegraba de verlo. Había enviado invitaciones a bastantes miembros de la Revolución, pero a muchos les había pillado en misiones, visitando a sus abuelas en el hospital o con una improbable alergia a las bodas. Tomogara el informante había dicho que estaba ocupado siguiendo a un club secreto de esgrima maligno; el secretario de la chica de las plumas que no molaba nada había dicho que estaba ocupada; y su colega Ummak estaba indispuesto por culpa de una lanza en mal estado. Aun así, había acudido bastante gente.
-Muy bonito el cuchillo. Es mejor que el regalo de Susu -El oficial Sumisu le había enviado una piedra. Seguramente tuviese algún doble sentido que Maki no entendía-. Va a empezar la carrera de tráqueas. ¿Quieres participar?
La carrera de tráqueas, como la había llamado Cecilia la Floja -que aunque no era un hombre iba a donde quería, y siempre con su escopeta-, requería dos grandes barriles llenos de cerveza de nori. Los dos participantes tenían que sujetarse a los asideros de la parte de arriba, elevar el cuerpo para ponerse boca a bajo en vertical y amorrar a la manguera como si no hubiese un mañana. Ganaba quien antes se tragase la gominola de grasa de manatí que había al fondo del barril. O el que aguantara más sin potar. Maki nunca había pensado que a los Centellas les iban ese tipo de juegos, pero Ibar tenía un libro sobre despedidas de soltero y estaba decidido a poner en práctica todos los consejos.
Eso era solo un poquito preocupante.
-¡Oficial, oficial! -exclamó Paul Bigotón. Era uno de los reclutas más recientes, y Maki lo había fichado por el frondoso y envidiable mostacho que lucía, herencia de su bisabuela-. ¡Socorro, sálve...!
Maki vio impotente como la vieja sirena arrugada se llevaba a Bigotón casi a rastras. Ya había conocido antes a Sammy la bailarina, así que la saludó con un gesto y dejó que se llevase un rato al recluta al reservado. él ya había tenido suerte de huir de ahí una vez y no tenía intención de jugársela otra vez.
-Dale vacaciones a ese cuando volvamos al trabajo -le susurró a Fruto Seco Ibar.
La bebida empezó a correr a raudales. Los Centellas habían pagado barra libre, y también un buffet libre de postres, que era donde se acumulaban casi todos. Vale que fuese una fiesta, pero las natillas ilimitadas eran natillas ilimitadas. Maki iba por la cuarta empanadilla de esponja cuando apareció un casco conocido.
-¡BleyAHHG!
De un brinco, se apartó del aterrador perro rosa de Bleyd. Nunca se acostumbraría a ese color del demonio. Aun así, hizo acopio de valor y saludó a su compañero. Al extraño humano conocido como Bleyd lo había reclutado personalmente poco después de una gran misión. Había demostrado su talento peleando contra los opresores, y lo cierto era que le caía bien, mascotas terroríficas aparte. Aceptó su regalo encantado, por supuesto. Un cuchillito le vendría muy bien para cortar las magdalenas de erizo y poder sorber el moco del interior.
-Gfafias -le dijo, con la boca llena a rebosar del viscoso culo de un erizo en almíbar-. Fafahalgalfgafglaf.
Ni siquiera Maki estaba seguro de qué había querido decir.
En cualquier caso, se alegraba de verlo. Había enviado invitaciones a bastantes miembros de la Revolución, pero a muchos les había pillado en misiones, visitando a sus abuelas en el hospital o con una improbable alergia a las bodas. Tomogara el informante había dicho que estaba ocupado siguiendo a un club secreto de esgrima maligno; el secretario de la chica de las plumas que no molaba nada había dicho que estaba ocupada; y su colega Ummak estaba indispuesto por culpa de una lanza en mal estado. Aun así, había acudido bastante gente.
-Muy bonito el cuchillo. Es mejor que el regalo de Susu -El oficial Sumisu le había enviado una piedra. Seguramente tuviese algún doble sentido que Maki no entendía-. Va a empezar la carrera de tráqueas. ¿Quieres participar?
La carrera de tráqueas, como la había llamado Cecilia la Floja -que aunque no era un hombre iba a donde quería, y siempre con su escopeta-, requería dos grandes barriles llenos de cerveza de nori. Los dos participantes tenían que sujetarse a los asideros de la parte de arriba, elevar el cuerpo para ponerse boca a bajo en vertical y amorrar a la manguera como si no hubiese un mañana. Ganaba quien antes se tragase la gominola de grasa de manatí que había al fondo del barril. O el que aguantara más sin potar. Maki nunca había pensado que a los Centellas les iban ese tipo de juegos, pero Ibar tenía un libro sobre despedidas de soltero y estaba decidido a poner en práctica todos los consejos.
Eso era solo un poquito preocupante.
Kaito Takumi
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Siempre era interesante ver cómo la cultura de los hijos del mar era destripada y hecha jirones por la comodidad de las gentes de coral. Ahí estaba el gesto, ahí estaban alguno de los tatuajes, pero el muchacho que los tenía quedaba lejos de uno de los respetables miembros de las tribus de los Moarís. Realmente no sabía mucho de ellos, porque los encontronazos e intercambios que había tenido en mi juventud con aquella cultura eran pocos, pero joder... ¡qué bien hacían el tiburón pinchado en palo! Era una pena, una tan auténtica como la sal del mismo mar, que aquel deje de ser marino solo fuera un joven llevado por las modas.
Porque, bueno, ni de coña un Moarí se hubiera dejado llevar por las palabras si no había fuerza detrás que los respaldara. Era, sin duda alguna, un pueblo salvaje y bruto, principalmente gyojin, y como bien decía el dicho "pensaban con los pies". Pues así eran las dualidades de nuestra raza, y, por desgracia, aún no había ningún ningyo entre los nuestros salvo yo, por lo que no podíamos cantar victoria todavía aunque aquellos fueran las abejas más ruidosas de la colmena que era la Isla Gyojin. ¡Ah, pero qué asco de nombre! ¿Dónde estaba el buen y antiguo llamamiento a "Marina"? Pues probablemente sepultado bajo el desprecio al Gobierno Mundial; sí, seguramente ahí abajo, bajo capas y capas de escupitajos y melancólicos llantos.
A medida que la marabunta crecía y se agitaba, fui inclinándome hacia el "líder" al que solo podía culpársele de ser un instigador. La gente era voluble, y solo un empujón bastaba para sacarlos del estado de reposo en el que se encontraban anclados los átomos de sus almas presas de lo cotidiano. Dark parecía bueno dando esa clase de empujones; mejor que yo al menos, pues siempre me había sido imposible agitar a multitudes que no fueran compuestas de ovejas o cangrejos. Me incliné hacia él de nuevo como el buen y oscuro apóstol que era.
—Necesitamos ningyos —le susurró—, lo que vosotros llamáis sirenos. Y mujeres. Cada estrato debe estar convenientemente representado en contra de ese tal Maki. Pero según tengo entendido, ¿no fue uno de los salvadores? Algo deberá llevarse como pago, pese a que no se convierta en rey. Si todos piensan que han ganado, no habrá problemas innecesarios —aconsejó con la frialdad propia de un hombre de negocios—. Pídeles a los nuestros que vayan a por más, a sus casas, a sus vecinos... Y entonces dejaremos de ser una panda reducible para ser la voluntad del propio pueblo.
A veces justificaba mi incapacidad para hablar con el público como un justo pago para el resto de mis dones. De no ser por aquello, quizás, o mejor dicho seguramente, hubiera controlado la voluntad del océano bajo una nación de mil naciones. Pero eso eran monsergas más deliciosas que aceptar, como hacía, el hecho de que aquel rasgo era debido a una mala infancia. No era psicólogo, pero seguro que la falta de amor tenía algo, si no mucho, que ver en todo aquello.
—Iba a irme a buscar a ese Maki, pero creo que voy a quedarme contigo por si las cosas necesitan de un verdadero hijo del mar.
Porque allí ni él ni ninguno que los acompañaban lo eran pese a su raza.
Porque, bueno, ni de coña un Moarí se hubiera dejado llevar por las palabras si no había fuerza detrás que los respaldara. Era, sin duda alguna, un pueblo salvaje y bruto, principalmente gyojin, y como bien decía el dicho "pensaban con los pies". Pues así eran las dualidades de nuestra raza, y, por desgracia, aún no había ningún ningyo entre los nuestros salvo yo, por lo que no podíamos cantar victoria todavía aunque aquellos fueran las abejas más ruidosas de la colmena que era la Isla Gyojin. ¡Ah, pero qué asco de nombre! ¿Dónde estaba el buen y antiguo llamamiento a "Marina"? Pues probablemente sepultado bajo el desprecio al Gobierno Mundial; sí, seguramente ahí abajo, bajo capas y capas de escupitajos y melancólicos llantos.
A medida que la marabunta crecía y se agitaba, fui inclinándome hacia el "líder" al que solo podía culpársele de ser un instigador. La gente era voluble, y solo un empujón bastaba para sacarlos del estado de reposo en el que se encontraban anclados los átomos de sus almas presas de lo cotidiano. Dark parecía bueno dando esa clase de empujones; mejor que yo al menos, pues siempre me había sido imposible agitar a multitudes que no fueran compuestas de ovejas o cangrejos. Me incliné hacia él de nuevo como el buen y oscuro apóstol que era.
—Necesitamos ningyos —le susurró—, lo que vosotros llamáis sirenos. Y mujeres. Cada estrato debe estar convenientemente representado en contra de ese tal Maki. Pero según tengo entendido, ¿no fue uno de los salvadores? Algo deberá llevarse como pago, pese a que no se convierta en rey. Si todos piensan que han ganado, no habrá problemas innecesarios —aconsejó con la frialdad propia de un hombre de negocios—. Pídeles a los nuestros que vayan a por más, a sus casas, a sus vecinos... Y entonces dejaremos de ser una panda reducible para ser la voluntad del propio pueblo.
A veces justificaba mi incapacidad para hablar con el público como un justo pago para el resto de mis dones. De no ser por aquello, quizás, o mejor dicho seguramente, hubiera controlado la voluntad del océano bajo una nación de mil naciones. Pero eso eran monsergas más deliciosas que aceptar, como hacía, el hecho de que aquel rasgo era debido a una mala infancia. No era psicólogo, pero seguro que la falta de amor tenía algo, si no mucho, que ver en todo aquello.
—Iba a irme a buscar a ese Maki, pero creo que voy a quedarme contigo por si las cosas necesitan de un verdadero hijo del mar.
Porque allí ni él ni ninguno que los acompañaban lo eran pese a su raza.
Yarmin Prince
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Siempre resulta curioso cómo la gente trata a una persona cuando consigue superar su primera línea. Obviamente había más guardias en el interior del recinto que le iban mirando con algo de recelo, aunque a medida que avanzaba parecían más indiferentes. Total, si tantos guardias habían pasado ya no podía ser malo, ¿verdad? Además, el aspecto impoluto del agente y su sonrisa díscola, ese aire de grandeza antinatural y, al mismo tiempo, esa visage inofensiva que lo envolvía, hacían que muy difícilmente alguien pudiese ver en él una amenaza real. Y, por una vez, aquello era cierto.
No tenía pensado desenfundar la pistola, ni tampoco utilizar la daga. Era una boda, por el amor de Dios, ¿qué clase de padrino se convertiría en el centro de atención? No podía robarle su momento a Maki y, desde luego, no pensaba consentir que aquella pescadilla fullera se librase de él. Había hecho una promesa, y si bien él tampoco querría casarse con Augustus, ese no era su puñetero problema. Que muriese tras la boda dejando a un pez gota imbécil a su merced, sí. Aunque por otro lado, sabía que se trataba de un ser caótico e impredecible que no podría tener fácilmente en su mano. En cualquier caso, siempre era mejor que el Gobierno Mundial reafirmase un poco su control, aunque fuese mínimamente.
La puerta interior del palacio fue la primera que resguardaba un civil. Pomposo en sus vestimentas, el tritón llevaba adornos de oro y joyas por toda la cola, sujetando también un pequeño cetro de color amatista. Lo miraba con cierta severidad, aunque parecía más extrañado que otra cosa por el hecho de ver un humano en pleno palacio.
- ¿Nombre? -preguntó, con la voz un poco tomada. Incluso los hijos del mar se constipaban cuando la humedad, o a lo mejor era algún tipo de enfermedad vírica ajena, o que se había atragantado con una almendra.
- Yarmin Prince -respondió, inclinando levemente la cabeza-. Tengo audiencia con su majestad, y ya llego tarde. Si no le importa...
Balbuceó un poco, pero chasqueó los dedos y las puertas fueron abiertas de par en par. Claro que no tenía audiencia, pero resultaba extremadamente difícil no confiar en su palabra de tahúr cuando se lo proponía. En cualquier caso, siguió las indicaciones del portero y se halló fácilmente en el ala oeste, frente a la estancia principal, que de nuevo dos guardias custodiaban.
- Caballeros, por favor...
Según decía aquello abrieron la tercera puerta, la que daba lugar a la antecámara real y donde, a solas, una mujer de aspecto joven y cabello azul jugueteaba de aquí para allá intentando pasos de baile que solo eran posible gracias a la elasticidad que permitía una cola. Yarmin se quedó quieto observándola hasta que ella se percató de su presencia, y tras un grito ahogado, por fin hizo la pregunta:
- ¿Quién eres tú?
- Mi nombre es Yarmin Prince y vengo a ayudaros, majestad.
No tenía pensado desenfundar la pistola, ni tampoco utilizar la daga. Era una boda, por el amor de Dios, ¿qué clase de padrino se convertiría en el centro de atención? No podía robarle su momento a Maki y, desde luego, no pensaba consentir que aquella pescadilla fullera se librase de él. Había hecho una promesa, y si bien él tampoco querría casarse con Augustus, ese no era su puñetero problema. Que muriese tras la boda dejando a un pez gota imbécil a su merced, sí. Aunque por otro lado, sabía que se trataba de un ser caótico e impredecible que no podría tener fácilmente en su mano. En cualquier caso, siempre era mejor que el Gobierno Mundial reafirmase un poco su control, aunque fuese mínimamente.
La puerta interior del palacio fue la primera que resguardaba un civil. Pomposo en sus vestimentas, el tritón llevaba adornos de oro y joyas por toda la cola, sujetando también un pequeño cetro de color amatista. Lo miraba con cierta severidad, aunque parecía más extrañado que otra cosa por el hecho de ver un humano en pleno palacio.
- ¿Nombre? -preguntó, con la voz un poco tomada. Incluso los hijos del mar se constipaban cuando la humedad, o a lo mejor era algún tipo de enfermedad vírica ajena, o que se había atragantado con una almendra.
- Yarmin Prince -respondió, inclinando levemente la cabeza-. Tengo audiencia con su majestad, y ya llego tarde. Si no le importa...
Balbuceó un poco, pero chasqueó los dedos y las puertas fueron abiertas de par en par. Claro que no tenía audiencia, pero resultaba extremadamente difícil no confiar en su palabra de tahúr cuando se lo proponía. En cualquier caso, siguió las indicaciones del portero y se halló fácilmente en el ala oeste, frente a la estancia principal, que de nuevo dos guardias custodiaban.
- Caballeros, por favor...
Según decía aquello abrieron la tercera puerta, la que daba lugar a la antecámara real y donde, a solas, una mujer de aspecto joven y cabello azul jugueteaba de aquí para allá intentando pasos de baile que solo eran posible gracias a la elasticidad que permitía una cola. Yarmin se quedó quieto observándola hasta que ella se percató de su presencia, y tras un grito ahogado, por fin hizo la pregunta:
- ¿Quién eres tú?
- Mi nombre es Yarmin Prince y vengo a ayudaros, majestad.
Maki
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Maki no estaba para nada acostumbrado a beber. En realidad, rara vez probaba el alcohol, y siempre solía ser si se lo mezclaban con otra cosa. Había descubierto que no le sentaba muy bien. Aun así, una fiesta era una fiesta, y no sería él quien fastidiase el buen ambiente con una de esas charlas muermazo sobre la abstinencia. Dejó que lo sostuvieran por las piernas para colocarse boca abajo. El local entero cambió de orientación, con todo y todos del revés. Cuando por fin estuvo listo, se metió la manguera del barril en la boca y asintió a su invertido público para que le diese caña a la priba.
La bebida comenzó a entrar a raudales directamente hacia su garganta. Desde luego, no se lo había imaginado así. Él creía que competiría valerosamente contra el perro rosa de Bleyd, con algo de elegancia. Pero en vez de eso, ahí estaba, luchando por no atragantarse con ese imparable torrente de bebida que circulaba por su gaznate. Era una sensación casi tan rara como la que le habían provocado los... ¿hombres ñu, había dicho Bleydos? Aún llevaba la petaca guardada en el bolsillo trasero, y casi que empezaba a arrepentirse de haberla aceptado. No estaba muy seguro de querer beber más. ¿Qué probabilidades habría de que estuviese llena de agua?
Los siguientes dos minutos y medio desaparecieron totalmente de la memoria de Maki. Bien podría habérselos pasado inconsciente. Cuando abrió los ojos, el barril estaba vacío y vestido con collares de florecitas, una camisa con lentejuelas y gafas de sol, había un par de tipos descargando un piano y un bebé de cebra mordisqueaba un cojín en uno de los sofás.
El gyojin masticó la gominola que indicaba el final de la prueba. ¿Había ganado? Seguía vivo, así que, probablemente, sí.
-Muy buena, jefe -le dijo Rockson-. Ya creía que no lo contaba.
-No voy a... hip... contarlo -repuso Maki-. Voy a...
Intentó terminar la frase mientras iba al cuarto de baño. Allí al menos no se oía la música ni había luces de colores, tan solo urinarios sucios y espejos pintarrajeados. Se despejó con agua fría hasta que dejó de ver triple y entonces salió de nuevo. Los Centellas le esperaban, cómo no. Lo llevaron casi a rastras a una silla en el centro del grupo, mirando hacia uno de los escenarios, y estallaron en aplausos de repente. Una señorita muy ligera de ropa apareció, contoneándose al son de la música. A Maki le incomodaba que se acercara tanto. ¿Tenía que frotarle las escamas contra la cara? ¿Y por qué tanta purpurina? Tras cinco minutos de bailoteo ya estaba brillando como un arcoiris sudoroso y avergonzado.
-Y ahora te vienes conmigo al reservado -dijo la bailarina.
Parecía ser la que mandaba allí, porque Maki fue arrastrado de nuevo hasta un rincón del local cubierto por cortinas de terciopelo rojo. Estaba a punto de decirle a la chica que no hacían falta más meneítos, pero ella se le adelantó. Dejó de bailar, desde luego. Debía de ser muy difícil hacerlo mientras le apuntaba con la pistola.
-¿Esto es parte del número?
-Pues... a veces lo es, pero esta vez no -respondió la striper-. La verdad es que prefiero esto a lo que hago normalmente. No te imaginas la de futuros maridos que he querido matar.
-¿Matar? A mí -Maki se levantó, pero volvió a sentarse cuando la bailarina lo encañonó de cerca. Maki bizqueó al clavar la mirada en el negro agujero que le apuntaba-. ¿Es porque no te han pagado? Ese Ibar es un poco tacaño, pero seguro que puedes sacarle más. Nueces de las buenas, no te miento.
-Ya, bueno. Pagan mejor por matarte, y la verdad es que lo prefiero. Lo haría gratis si no fuese porque... Oh, no sé por qué te doy tantas explicaciones. Mejor te disparo sin más rodeos, ¿vale? ¿Unas últimas palabras?
-Esto... ¿Soy tu... hermano perdido?
La bailarina asintió. Qué cerca estaba su dedo del gatillo.
-Son buenas, sí señor. Ahora, adiós.
La bebida comenzó a entrar a raudales directamente hacia su garganta. Desde luego, no se lo había imaginado así. Él creía que competiría valerosamente contra el perro rosa de Bleyd, con algo de elegancia. Pero en vez de eso, ahí estaba, luchando por no atragantarse con ese imparable torrente de bebida que circulaba por su gaznate. Era una sensación casi tan rara como la que le habían provocado los... ¿hombres ñu, había dicho Bleydos? Aún llevaba la petaca guardada en el bolsillo trasero, y casi que empezaba a arrepentirse de haberla aceptado. No estaba muy seguro de querer beber más. ¿Qué probabilidades habría de que estuviese llena de agua?
Los siguientes dos minutos y medio desaparecieron totalmente de la memoria de Maki. Bien podría habérselos pasado inconsciente. Cuando abrió los ojos, el barril estaba vacío y vestido con collares de florecitas, una camisa con lentejuelas y gafas de sol, había un par de tipos descargando un piano y un bebé de cebra mordisqueaba un cojín en uno de los sofás.
El gyojin masticó la gominola que indicaba el final de la prueba. ¿Había ganado? Seguía vivo, así que, probablemente, sí.
-Muy buena, jefe -le dijo Rockson-. Ya creía que no lo contaba.
-No voy a... hip... contarlo -repuso Maki-. Voy a...
Intentó terminar la frase mientras iba al cuarto de baño. Allí al menos no se oía la música ni había luces de colores, tan solo urinarios sucios y espejos pintarrajeados. Se despejó con agua fría hasta que dejó de ver triple y entonces salió de nuevo. Los Centellas le esperaban, cómo no. Lo llevaron casi a rastras a una silla en el centro del grupo, mirando hacia uno de los escenarios, y estallaron en aplausos de repente. Una señorita muy ligera de ropa apareció, contoneándose al son de la música. A Maki le incomodaba que se acercara tanto. ¿Tenía que frotarle las escamas contra la cara? ¿Y por qué tanta purpurina? Tras cinco minutos de bailoteo ya estaba brillando como un arcoiris sudoroso y avergonzado.
-Y ahora te vienes conmigo al reservado -dijo la bailarina.
Parecía ser la que mandaba allí, porque Maki fue arrastrado de nuevo hasta un rincón del local cubierto por cortinas de terciopelo rojo. Estaba a punto de decirle a la chica que no hacían falta más meneítos, pero ella se le adelantó. Dejó de bailar, desde luego. Debía de ser muy difícil hacerlo mientras le apuntaba con la pistola.
-¿Esto es parte del número?
-Pues... a veces lo es, pero esta vez no -respondió la striper-. La verdad es que prefiero esto a lo que hago normalmente. No te imaginas la de futuros maridos que he querido matar.
-¿Matar? A mí -Maki se levantó, pero volvió a sentarse cuando la bailarina lo encañonó de cerca. Maki bizqueó al clavar la mirada en el negro agujero que le apuntaba-. ¿Es porque no te han pagado? Ese Ibar es un poco tacaño, pero seguro que puedes sacarle más. Nueces de las buenas, no te miento.
-Ya, bueno. Pagan mejor por matarte, y la verdad es que lo prefiero. Lo haría gratis si no fuese porque... Oh, no sé por qué te doy tantas explicaciones. Mejor te disparo sin más rodeos, ¿vale? ¿Unas últimas palabras?
-Esto... ¿Soy tu... hermano perdido?
La bailarina asintió. Qué cerca estaba su dedo del gatillo.
-Son buenas, sí señor. Ahora, adiós.
Kaito Takumi
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A medida que la voz se corría de barrio en barrio, más hijos del mar se unían a la particular causa del humano. Bueno, o a la causa de la reina, que por algo se usaba el papel cuando había dudas de la legitimidad de la palabra de aquel pielseca. Pronto me di cuenta que mi presencia era allí innecesaria, pues muchos otros ningyos, mujeres y hasta niños se habían ido uniendo a la curiosa manifestación en contra de los deseos de su reina querida. ¡Qué popular parecía la muchacha! ¡Había hasta club de fans con peinados que imitaban a los que ella llevaba en las camisetas, banners y panfletos firmados a los que se aferraban aquellos desgraciados!
—Yo-yo-yo... me vo-voy, Dark —tartamudeé presa de los oídos atentos alrededor del humano—. Re-recuerda que-que yo-t-tambien he a-a-yudado a c-ucucucumplir el c-c-cont... Eso.
Me marché de allí para buscar al pretendiente. No debía ser muy difícil, la verdad, porque las noticias de la boda, o más bien la rebelión de esta, corrían rapido de boca en boca. Aquel pez-gota estaba en el castillo, y teniendo que desplazarse los guardias a las entradas para contener y defender el edificio frente al revuelto tumulto, colarme fue bastante fácil.
Ah, las cocinas de palacio. Qué de manjares había allí pasando de mano en mano para preparar las delicias de última hora que iban a comerse en un banquete que no iba a llegar. ¡Y qué fácil colarse sabiendo qué coger y cómo hacerlo! O quizás ayudaba más bien el hecho de ir por los techos y que la gente no tuviera la costumbre de mirar hacia arriba. Sí, iba a ser eso.
Ahora solo tenía que encontrar el lugar en el que se encontraba aquel... ¿cómo lo llamaban? ¿Sashimi? ¿Oniguiri? No... Hm... es un tipo de sushi...¿O-yakame? Nope. Hm...
—Yo-yo-yo... me vo-voy, Dark —tartamudeé presa de los oídos atentos alrededor del humano—. Re-recuerda que-que yo-t-tambien he a-a-yudado a c-ucucucumplir el c-c-cont... Eso.
Me marché de allí para buscar al pretendiente. No debía ser muy difícil, la verdad, porque las noticias de la boda, o más bien la rebelión de esta, corrían rapido de boca en boca. Aquel pez-gota estaba en el castillo, y teniendo que desplazarse los guardias a las entradas para contener y defender el edificio frente al revuelto tumulto, colarme fue bastante fácil.
Ah, las cocinas de palacio. Qué de manjares había allí pasando de mano en mano para preparar las delicias de última hora que iban a comerse en un banquete que no iba a llegar. ¡Y qué fácil colarse sabiendo qué coger y cómo hacerlo! O quizás ayudaba más bien el hecho de ir por los techos y que la gente no tuviera la costumbre de mirar hacia arriba. Sí, iba a ser eso.
Ahora solo tenía que encontrar el lugar en el que se encontraba aquel... ¿cómo lo llamaban? ¿Sashimi? ¿Oniguiri? No... Hm... es un tipo de sushi...¿O-yakame? Nope. Hm...
Yarmin Prince
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El nombre podía no decir nada en primera instancia, pero tras unos instantes reaccionó como si todas las piezas del puzzle encajasen. Agente del Gobierno Mundial, extraordinario en todas sus actuaciones, héroe de Arabasta... Las historias que se contaban bajo su nombre eran de épica exacerbada y, por suerte, dejaban a un lado todo lo que había entre bambalinas: Muerte, dolor y desesperanza. Gracias a lo que se contaba de él su fama era de poco menos que santo barón, pero si por algo iba a conocerlo esa mujer era por la relación de confianza que, al parecer, lo unía con Augustus Makintosh.
- Tú... Tú eres ese tal Sonrisas, ¿no?
Yarmin sonrió, confirmando aquel estúpido apodo. Maki nunca había sido capaz de recordar los nombres, pero había mostrado un cierto aprecio por él que le había salvado la vida en Síderos varias veces, y aunque el pez le sacaba de sus casillas había acabado por sufrir una especie de síndrome de Estocolmo: Le había tomado cariño. No como a un amigo, pero sí como a un perro, o a una iguana. No le reportaba beneficios, debía cuidarlo y no dudaría en sacrificarlo si con ello ganaba algo, pero en ese caso que Maki se casara solo podía reportarle beneficios.
- Así es -respondió, finalmente-. Me han ofrecido ser el padrino de la boda, pero no podría serlo si no me convierto también en el mejor amigo de Su Majestad.
Agachó la cabeza en una reverencia educada, esperando que el golpe surtiese efecto. El ego de un rey siempre estaba ansioso de una mayor satisfacción, hambriento de halagos y de que otros se humillasen ante ellos. El de una reina tan preocupada por su aspecto, recién llegada y que trataba de aplastar una rebelión... Más aún.
- Pero tienes piernas -le recriminó ella.
- Como un Gyojin -se defendió él.
- Ni escamas en el torso.
- Ni vos tampoco, majestad. -Yarmin ensanchó imperceptiblemente su sonrisa cuando ella no respondió-. No deseo vuestra infelicidad, pero he conocido a Augustus durante años y puedo aseguraros que posee un corazón que no le cabe en el pecho. Además... -Se aseguró de que no hubiese nadie tras él y cerró las puertas de un empujón. Creía haber visto a un pulpo paseándose por el techo, pero eso no era tan raro bajo el mar-. Además, es completamente manipulable.
Se acercó a ella lentamente, en su gesto más inofensivo, y se puso a la altura de su oído. Afortunadamente, gracias a su fruta del diablo, no se sintió invadida. De hecho, casi pudo escuchar un suspiro cuando comenzó a susurrar dulcemente en su oído:
- Si os casáis con él daréis buena imagen a aquellos que buscan vilipendiaros -dijo, llanamente-. Además, controlaréis parte de la Armada Revolucionaria para vuestras ambiciones; hoy es la Isla Gyojin, mañana el mundo.
Supo que los ojos le brillaron por un momento, aunque la duda seguía atribulando su ajetreada cabeza.
- Pero es feo, y estúpido. ¿Qué hay de mi felicidad?
- ¿Qué hay de coleccionar amantes y mandar al rey a una alcoba en el ala opuesta? Nadie tiene que saber que vuestro matrimonio sea una pantomima, Majestad.
Era fácil convencer a la gente cuando las palabras adecuadas se formulaban de la forma correcta, más fácil cuando además sus palabras eran tomadas casi como un mantra. Las dudas se iban disipando y la crispación de sus labios tornó rápido en una malévola sonrisa. Yarmin la habría acompañado, pero entonces recibió una llamada a su den den mushi.
- ¿Que a Maki qué? -preguntó, sin más. Al parecer estaba involucrado en un altercado en un club de striptease.
Se apartó de ella un instante, no sin rozarle el rostro con la punta de la nariz casi accidentalmente. Ay, si ella supiera lo poco que le quedaba de vida... Ay, si ella supiera que él no pensaba engrosar aquella lista de amantes. Pero la seducción era una herramienta útil contra los débiles de mente, y ella estaba cayendo de pleno.
- Debéis retirar esta orden, o igual Augustus no llega vivo a la boda. Yo ahora debo irme a cuidar de él. Vos recluíos, por favor. Pronto volveré.
Con ello se marchó, camino del Alzamiento. Si algo le estaba pasando a Maki tenía que solucionarlo.
- Tú... Tú eres ese tal Sonrisas, ¿no?
Yarmin sonrió, confirmando aquel estúpido apodo. Maki nunca había sido capaz de recordar los nombres, pero había mostrado un cierto aprecio por él que le había salvado la vida en Síderos varias veces, y aunque el pez le sacaba de sus casillas había acabado por sufrir una especie de síndrome de Estocolmo: Le había tomado cariño. No como a un amigo, pero sí como a un perro, o a una iguana. No le reportaba beneficios, debía cuidarlo y no dudaría en sacrificarlo si con ello ganaba algo, pero en ese caso que Maki se casara solo podía reportarle beneficios.
- Así es -respondió, finalmente-. Me han ofrecido ser el padrino de la boda, pero no podría serlo si no me convierto también en el mejor amigo de Su Majestad.
Agachó la cabeza en una reverencia educada, esperando que el golpe surtiese efecto. El ego de un rey siempre estaba ansioso de una mayor satisfacción, hambriento de halagos y de que otros se humillasen ante ellos. El de una reina tan preocupada por su aspecto, recién llegada y que trataba de aplastar una rebelión... Más aún.
- Pero tienes piernas -le recriminó ella.
- Como un Gyojin -se defendió él.
- Ni escamas en el torso.
- Ni vos tampoco, majestad. -Yarmin ensanchó imperceptiblemente su sonrisa cuando ella no respondió-. No deseo vuestra infelicidad, pero he conocido a Augustus durante años y puedo aseguraros que posee un corazón que no le cabe en el pecho. Además... -Se aseguró de que no hubiese nadie tras él y cerró las puertas de un empujón. Creía haber visto a un pulpo paseándose por el techo, pero eso no era tan raro bajo el mar-. Además, es completamente manipulable.
Se acercó a ella lentamente, en su gesto más inofensivo, y se puso a la altura de su oído. Afortunadamente, gracias a su fruta del diablo, no se sintió invadida. De hecho, casi pudo escuchar un suspiro cuando comenzó a susurrar dulcemente en su oído:
- Si os casáis con él daréis buena imagen a aquellos que buscan vilipendiaros -dijo, llanamente-. Además, controlaréis parte de la Armada Revolucionaria para vuestras ambiciones; hoy es la Isla Gyojin, mañana el mundo.
Supo que los ojos le brillaron por un momento, aunque la duda seguía atribulando su ajetreada cabeza.
- Pero es feo, y estúpido. ¿Qué hay de mi felicidad?
- ¿Qué hay de coleccionar amantes y mandar al rey a una alcoba en el ala opuesta? Nadie tiene que saber que vuestro matrimonio sea una pantomima, Majestad.
Era fácil convencer a la gente cuando las palabras adecuadas se formulaban de la forma correcta, más fácil cuando además sus palabras eran tomadas casi como un mantra. Las dudas se iban disipando y la crispación de sus labios tornó rápido en una malévola sonrisa. Yarmin la habría acompañado, pero entonces recibió una llamada a su den den mushi.
- ¿Que a Maki qué? -preguntó, sin más. Al parecer estaba involucrado en un altercado en un club de striptease.
Se apartó de ella un instante, no sin rozarle el rostro con la punta de la nariz casi accidentalmente. Ay, si ella supiera lo poco que le quedaba de vida... Ay, si ella supiera que él no pensaba engrosar aquella lista de amantes. Pero la seducción era una herramienta útil contra los débiles de mente, y ella estaba cayendo de pleno.
- Debéis retirar esta orden, o igual Augustus no llega vivo a la boda. Yo ahora debo irme a cuidar de él. Vos recluíos, por favor. Pronto volveré.
Con ello se marchó, camino del Alzamiento. Si algo le estaba pasando a Maki tenía que solucionarlo.
Kaito Takumi
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Siguiendo mi camino por los techos de aquel burdo castillo que deshonraba a nuestros antepasados, me topé, por si fuera poco, con un pielseca. Bueno, aquel era un pielseca con la piel bastante húmeda, la verdad sea dicha, pues hasta desde tal distancia como estaba de él desde el techo podía verse el brillo natural de su cutis. Naturalmente, presa del hechizo que era ver un humano allí dentro, le seguí; y válgame el océano entero si el tipo no sabía moverse. Nadie se le oponía, y puerta tras puerta fui parasitando aquel maravilloso cuerpo como una vil sanguijuela aprovechándome de que todos le prestaban una atención casi plena.
Era de admirar que alguien tuviera tanto poder, o tanto carisma, como para saltarse tan impunemente los odios que se tenían nuestras razas, ¡si señor! Así que, como era propio de mi, me pregunté a qué demonios sabría su lengua. ¿Valdría con cocerla o estaría bien al pilpil? El caso es que mientras me preguntaba conjunto al nombre del supuesto esposo, fuimos a parar a una sala donde estaba la reina. Bueno, fue a parar él y yo me colé escurriéndome antes de que cerrara el portón, que por suerte y como casi todo allí era bastante alto. Quizás aquello era lo único respetable de la arquitectura, porque de nuestra raza lo menos importante era el tamaño.
Escuché la conversación diciendo para mis adentros como un buen soliloquio lo que mejor definía a aquel humano que acababa de agacharse y con ello me impedía seguir oyendo. "Cabrón". Sí, esa era la palabra; dicha con una maravillada sorpresa. Tal y como uno diría "Qué cabrón". Pero una vez dicha aquella expresión todo tomó un cáliz más oscuro en el silencio de susurros inteligibles.
Si aquel magnífico espécimen convencía a la reina... ¿qué pasaba con el contrato? ¡¿Y qué pasaba con mi premio?! Ah no... eso sí que no. Sobre todas las cosas, o casi todas, soy avaro, y no me había movido hasta aquella tierra maldita y mundana que era poco más que un insulto a las verdaderas gentes del mar para no llevarme nada a cambio. ¡No señor!
¡Maki! Sí. Eso era, me dije cuando oí la queja del trajeado. Pero un nombre no era suficiente para aplacar mi hambre. En absoluto. Esperé que la criatura humana se fuera mientras desterraba de mí el descontento para analizar la situación de una manera casi quirúrgica. Casi podía oírla pensar y rumiar la decisión que estaba por llegar. Lo último escuchado "Que "Maki" era completamente manipulable", indicaba que lo más probablemente acabara aceptando el destino de reinar en las sombras. Así eran las hembras, o solían serlo, para contrarrestar la falta de hormonas que les quitaban el poderío físico. Así eran los débiles. Así... era, y soy, yo.
Cuando la mujer se levantó haciendo uso de su pompa flotante, me dejé caer del techo como una maraña de tentáculos. Con el cuerpo relajado, el choque no fue más que un desagradable crujido húmedo de mis huesos, que no tardaron en recolocarse a medida que me alzaba. La había asustado. Y la visión que tuvo de mí al, indudablemente, usar su mantra, la había dejado como una estatua de puro mármol blanco. Puñetas, había perdido hasta el tinte.
—Teníamos un contrato —dije, mostrando la invitación firmada con el sutil olor del descontento de su alma—. ¿Y ahora vas a echarte atrás?
Las damiselas, ese pez azul que como muchas mujeres sólo destacaba en su juventud, no eran otra cosa salvo presas. Sí, comían pequeños crustáceos, plancton y algas, pero eso no era más que un escalafón que siquiera contaba para catalogar una ascendencia. Ella no era nada salvo una cara y un título, y allí en la soledad aquello no significaba nada. Ah... la nada.
—¿Qui-quien eres tú? Yo no he hecho ningún contrato contigo —dijo con una falsa firmeza. Mentía.
Una princesa sirena y un brujo del mar. Conocía bien esa historia. Y no era la que cuentan los seres de tierra. Era una mucho, mucho peor; una que no contarías a niños buenos.
—El pago es una pieza de equipo legendaria... Curiosa definición. Tan curiosa como para sacarme de las profundidades a hacer un trabajo que, sorpresa, sorpresa, se cancela. ¿Es eso justo?
—No te debo nada —dijo, como si recordara quién era, y no qué era allí—. Márchate o llamaré a los guardias.
—Puedes hacer eso. Y puedes también preguntarte cómo me he colado hasta aquí —comenté, evitando mencionar nada de apropiarme el esfuerzo de otros—. Y puedes vivir el resto de tu vida pensando cuándo será el momento en el que vuelva a aparecer de la nada.
Era de admirar que alguien tuviera tanto poder, o tanto carisma, como para saltarse tan impunemente los odios que se tenían nuestras razas, ¡si señor! Así que, como era propio de mi, me pregunté a qué demonios sabría su lengua. ¿Valdría con cocerla o estaría bien al pilpil? El caso es que mientras me preguntaba conjunto al nombre del supuesto esposo, fuimos a parar a una sala donde estaba la reina. Bueno, fue a parar él y yo me colé escurriéndome antes de que cerrara el portón, que por suerte y como casi todo allí era bastante alto. Quizás aquello era lo único respetable de la arquitectura, porque de nuestra raza lo menos importante era el tamaño.
Escuché la conversación diciendo para mis adentros como un buen soliloquio lo que mejor definía a aquel humano que acababa de agacharse y con ello me impedía seguir oyendo. "Cabrón". Sí, esa era la palabra; dicha con una maravillada sorpresa. Tal y como uno diría "Qué cabrón". Pero una vez dicha aquella expresión todo tomó un cáliz más oscuro en el silencio de susurros inteligibles.
Si aquel magnífico espécimen convencía a la reina... ¿qué pasaba con el contrato? ¡¿Y qué pasaba con mi premio?! Ah no... eso sí que no. Sobre todas las cosas, o casi todas, soy avaro, y no me había movido hasta aquella tierra maldita y mundana que era poco más que un insulto a las verdaderas gentes del mar para no llevarme nada a cambio. ¡No señor!
¡Maki! Sí. Eso era, me dije cuando oí la queja del trajeado. Pero un nombre no era suficiente para aplacar mi hambre. En absoluto. Esperé que la criatura humana se fuera mientras desterraba de mí el descontento para analizar la situación de una manera casi quirúrgica. Casi podía oírla pensar y rumiar la decisión que estaba por llegar. Lo último escuchado "Que "Maki" era completamente manipulable", indicaba que lo más probablemente acabara aceptando el destino de reinar en las sombras. Así eran las hembras, o solían serlo, para contrarrestar la falta de hormonas que les quitaban el poderío físico. Así eran los débiles. Así... era, y soy, yo.
Cuando la mujer se levantó haciendo uso de su pompa flotante, me dejé caer del techo como una maraña de tentáculos. Con el cuerpo relajado, el choque no fue más que un desagradable crujido húmedo de mis huesos, que no tardaron en recolocarse a medida que me alzaba. La había asustado. Y la visión que tuvo de mí al, indudablemente, usar su mantra, la había dejado como una estatua de puro mármol blanco. Puñetas, había perdido hasta el tinte.
—Teníamos un contrato —dije, mostrando la invitación firmada con el sutil olor del descontento de su alma—. ¿Y ahora vas a echarte atrás?
Las damiselas, ese pez azul que como muchas mujeres sólo destacaba en su juventud, no eran otra cosa salvo presas. Sí, comían pequeños crustáceos, plancton y algas, pero eso no era más que un escalafón que siquiera contaba para catalogar una ascendencia. Ella no era nada salvo una cara y un título, y allí en la soledad aquello no significaba nada. Ah... la nada.
—¿Qui-quien eres tú? Yo no he hecho ningún contrato contigo —dijo con una falsa firmeza. Mentía.
Una princesa sirena y un brujo del mar. Conocía bien esa historia. Y no era la que cuentan los seres de tierra. Era una mucho, mucho peor; una que no contarías a niños buenos.
—El pago es una pieza de equipo legendaria... Curiosa definición. Tan curiosa como para sacarme de las profundidades a hacer un trabajo que, sorpresa, sorpresa, se cancela. ¿Es eso justo?
—No te debo nada —dijo, como si recordara quién era, y no qué era allí—. Márchate o llamaré a los guardias.
—Puedes hacer eso. Y puedes también preguntarte cómo me he colado hasta aquí —comenté, evitando mencionar nada de apropiarme el esfuerzo de otros—. Y puedes vivir el resto de tu vida pensando cuándo será el momento en el que vuelva a aparecer de la nada.
Maki
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Maki dio un buen bote cuando sonó el disparo. Podía imaginarse con total nitidez cómo la bala cruzaba a toda velocidad el escaso espacio entre la pistola y su cabeza y la reventaba igual que si fuera un melón maduro, con un generoso salpicón de sesos y sangre. De eso último sí que hubo bastante. Se tocó la frente a ver el agujero que le había quedado. No notó nada, lo cual le extrañó. ¿Y si la bala le había entrado casualmente por la nariz? No, mucha coincidencia. Igual el hecho de que Bleyd se acercase con un arma humeante y que la asesina tuviese una mano menos lo explicaba todo.
Su corazón dejó de latir a lo loco cuando comprendió que no iban a matarlo. Al menos todavía. Los Centellas y el resto de invitados fueron llegando, atraídos por el ruido o, tal vez, por la posibilidad de ver a un Maki despatarrado y muerto en el suelo.
-Menudo susto. ¿Debí dejar propina? -preguntó. Igual por eso querían matarlo, aunque él ni siquiera había pedido ningún baile, para empezar-. Alguien debería llamar a un médico, ¿no?
Por un segundo estuvo a punto de darle las gracias a Bleyd, e incluso de ofrecerle ser la niña de las flores en su boda. Casi salían las palabras de su boca cuando el revolucionario acorazado empezó a hablar. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tratar de que la bailarina recuperase su mano era todo un detalle, pero algo le decía a Maki que no pretendía ser amable. De hecho, su comportamiento era el de un matón, y el de su amigo también. Aquella no era la forma en que un revolucionario debía actuar.
Cuando Bleyd amenazó a la asesina para que siguiese con su baile, el Oficial Makintosh se levantó con una expresión de hierro, apretó los dientes y descerrajó un derechazo hacia el rostro de Bleyd con todas sus fuerzas. Incluso sin su temible bigote de oficial, sabía cuando hacerse respetar por sus subordinados. Lanzó un par de patadas para espantar a los extraños hombres-ñu o lo que fuesen y fulminó a Bleydos con la mirada. A su alrededor, los Centellas, casi la mejor unidad de combate -más o menos- de todo Báltigo, formaba un círculo de furia contenida alrededor de su superior.
-Ibar... -ordenó el Oficial Makintosh.
Fruto Seco Ibar sacó un librito de bolsillo, un ejemplar del MANUAL, la guía de los revolucionarios en todo el mundo, y empezó a leer:
-Artículo cinco, apartado tres, epígrafe cuatro del MANUAL revolucionario. Código de Conducta. Infligir daño gratuito, innecesario o con fines de tortura a civiles, compañeros o enemigos de cualquier tipo será castigado, en función de su gravedad, con un puñetazo en la cara o con la expulsión permanente de la Armada, a juicio del más alto rango presente.
Ese era Maki, por supuesto.
-El Oficial Makintosh -explicó Ibar, que siempre sabía lo que Maki pensaba- ha elegido el puñetazo porque sabe que los humanos borrachos hacen tonterías.
De inmediato, el gyojin se quitó su chaqueta de novio, una totalmente blanca que le habían preparado con su cara dibujada con lentejuelas en la espalda, y la usó para cubrir a la asesina. Se la cargó al hombro y se dispuso a salir del local en busca de una consulta médica o algo parecido. El MANUAL lo exigía, y si había algo a lo que Maki obedecía era al sacrosanto libro de reglas de la Revolución. Un par de miembros de su unidad fueron a acompañarle, pero el resto se quedó para pagar la cuenta, despachar a los invitados y recordarles que la boda era a la mañana siguiente.
-Señor, aunque bruto, Bleyd tenía razón -le indicó Ibar-. Tenemos que interrogarla.
-Ni se te ocurra llevarme a un hospital, ¿está claro? -advirtió la asesina-. Es demasiado peligroso. Quien sabe qué podría pasar allí...
-No te preocupes por eso -respondió Maki-. No tengo ni idea de dónde hay uno de esos.
-Idiota. ¿Y a donde diablos vas exactamente?
-Al único sitio al que sé ir desde aquí. Vamos a mi casa.
Su corazón dejó de latir a lo loco cuando comprendió que no iban a matarlo. Al menos todavía. Los Centellas y el resto de invitados fueron llegando, atraídos por el ruido o, tal vez, por la posibilidad de ver a un Maki despatarrado y muerto en el suelo.
-Menudo susto. ¿Debí dejar propina? -preguntó. Igual por eso querían matarlo, aunque él ni siquiera había pedido ningún baile, para empezar-. Alguien debería llamar a un médico, ¿no?
Por un segundo estuvo a punto de darle las gracias a Bleyd, e incluso de ofrecerle ser la niña de las flores en su boda. Casi salían las palabras de su boca cuando el revolucionario acorazado empezó a hablar. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tratar de que la bailarina recuperase su mano era todo un detalle, pero algo le decía a Maki que no pretendía ser amable. De hecho, su comportamiento era el de un matón, y el de su amigo también. Aquella no era la forma en que un revolucionario debía actuar.
Cuando Bleyd amenazó a la asesina para que siguiese con su baile, el Oficial Makintosh se levantó con una expresión de hierro, apretó los dientes y descerrajó un derechazo hacia el rostro de Bleyd con todas sus fuerzas. Incluso sin su temible bigote de oficial, sabía cuando hacerse respetar por sus subordinados. Lanzó un par de patadas para espantar a los extraños hombres-ñu o lo que fuesen y fulminó a Bleydos con la mirada. A su alrededor, los Centellas, casi la mejor unidad de combate -más o menos- de todo Báltigo, formaba un círculo de furia contenida alrededor de su superior.
-Ibar... -ordenó el Oficial Makintosh.
Fruto Seco Ibar sacó un librito de bolsillo, un ejemplar del MANUAL, la guía de los revolucionarios en todo el mundo, y empezó a leer:
-Artículo cinco, apartado tres, epígrafe cuatro del MANUAL revolucionario. Código de Conducta. Infligir daño gratuito, innecesario o con fines de tortura a civiles, compañeros o enemigos de cualquier tipo será castigado, en función de su gravedad, con un puñetazo en la cara o con la expulsión permanente de la Armada, a juicio del más alto rango presente.
Ese era Maki, por supuesto.
-El Oficial Makintosh -explicó Ibar, que siempre sabía lo que Maki pensaba- ha elegido el puñetazo porque sabe que los humanos borrachos hacen tonterías.
De inmediato, el gyojin se quitó su chaqueta de novio, una totalmente blanca que le habían preparado con su cara dibujada con lentejuelas en la espalda, y la usó para cubrir a la asesina. Se la cargó al hombro y se dispuso a salir del local en busca de una consulta médica o algo parecido. El MANUAL lo exigía, y si había algo a lo que Maki obedecía era al sacrosanto libro de reglas de la Revolución. Un par de miembros de su unidad fueron a acompañarle, pero el resto se quedó para pagar la cuenta, despachar a los invitados y recordarles que la boda era a la mañana siguiente.
-Señor, aunque bruto, Bleyd tenía razón -le indicó Ibar-. Tenemos que interrogarla.
-Ni se te ocurra llevarme a un hospital, ¿está claro? -advirtió la asesina-. Es demasiado peligroso. Quien sabe qué podría pasar allí...
-No te preocupes por eso -respondió Maki-. No tengo ni idea de dónde hay uno de esos.
-Idiota. ¿Y a donde diablos vas exactamente?
-Al único sitio al que sé ir desde aquí. Vamos a mi casa.
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Yarmin estaba cerrando la puerta cuando escuchó algo caer contra el suelo de la estancia. Miró a ambos guardias, que parecían totalmente ajenos a aquello. ¿Habrían sido tan estúpidos de ignorar a todo lo que sucediera por ahí? Igual la reina era simplemente ruidosa y estaban acostumbrados, pero por si acaso se quedó un momento escuchando mientras maldecía cada uno de los fuegos que se estaban iniciando por todas partes.
Aguzó el oído, tratando de escuchar qué sucedía, y por un momento palideció. ¿Cómo había entrado alguien ahí? Más importante, ¿cómo alguien hostil a la reina podía haber llegado tan lejos sin que nadie lo hubiese evitado? Abrió las puertas de par en par para encontrarse a un hombre pulpo amenazar a la reina. Podría haber sido por la boda, exigir casarse con ella en lugar de Maki, haber tratado de hacerla cambiar de opinión respecto a lo que él ya había trabajado, pero, afortunadamente, ese engendro parecía bastante más pragmático de lo que habría cabido esperar. Si no fuera porque debía mantener su fachada como nuevo "mejor amigo" de la reina, habría mostrado una sardónica sonrisa adornada por dos hileras de relucientes dientes blancos.
Sin embargo entró, desenfundando a Creaviudas y acercándose lo suficiente como para asegurar un tiro letal.
- Cuando una negociación no se hace en confianza e igualdad de condiciones -dijo, quitándole el seguro a su arma con un sonoro "clic"-, se convierte en extorsión. Y usted comprenderá, mi buen amigo, que un caballero no puede permitir que nadie extorsione a una dama, bajo ningún concepto.
Sin dejar de apuntarle, se sentó en un diván sin apenas apoyarse, con la espalda recta y el cañón cerca del pecho. Ahora que la reina estaba aterrada y el hombre pez vigilado por su arma, podían negociar. Aunque estaba seguro de que, más allá del miedo que seguro provocaba en una mujer joven la visión de tantos tentáculos, poco tenía que ofrecer.
- Pídaselo ahora de buenas maneras, por favor. -No utilizaba el poder de su fruta en aquella ocasión; era más conveniente reservarlo para cuando lo necesitase-. Aunque estoy seguro de que no tiene nada que ofrecer más allá de ese barbarismo propio de un matón para ganar su premio. ¿Quiere que le dé uno? Bien, verá... Acaban de atentar contra la vida de Augustus, el futuro rey, y estoy seguro de que esa carta totalmente falsa que malvados detractores han escrito para debilitar a Su Majestad son los responsables. Así pues, seguramente si ayuda a mantener al novio con vida hasta después de la boda, la reina no dudará en recompensarle. ¿Me equivoco?
Miró con amabilidad a Hipatia, que negó con la cabeza, incapaz de hablar a causa del terror. En cuanto pudiera la mataría, pero desde luego no podía dejar que todo se fuese a la mierda tan pronto.
- Ahora, si me acompaña, nos están esperando, señor... -Evitó decir pulpo, engendro, monstruo, baboso y el sinfín de apelativos que se le ocurrían, preguntándose si el tentáculo de tritón sabría como un genuino pulpo. Y de paso si su sangre sería roja o azul, como solía ser la de los calamares en el mar.
Aguzó el oído, tratando de escuchar qué sucedía, y por un momento palideció. ¿Cómo había entrado alguien ahí? Más importante, ¿cómo alguien hostil a la reina podía haber llegado tan lejos sin que nadie lo hubiese evitado? Abrió las puertas de par en par para encontrarse a un hombre pulpo amenazar a la reina. Podría haber sido por la boda, exigir casarse con ella en lugar de Maki, haber tratado de hacerla cambiar de opinión respecto a lo que él ya había trabajado, pero, afortunadamente, ese engendro parecía bastante más pragmático de lo que habría cabido esperar. Si no fuera porque debía mantener su fachada como nuevo "mejor amigo" de la reina, habría mostrado una sardónica sonrisa adornada por dos hileras de relucientes dientes blancos.
Sin embargo entró, desenfundando a Creaviudas y acercándose lo suficiente como para asegurar un tiro letal.
- Cuando una negociación no se hace en confianza e igualdad de condiciones -dijo, quitándole el seguro a su arma con un sonoro "clic"-, se convierte en extorsión. Y usted comprenderá, mi buen amigo, que un caballero no puede permitir que nadie extorsione a una dama, bajo ningún concepto.
Sin dejar de apuntarle, se sentó en un diván sin apenas apoyarse, con la espalda recta y el cañón cerca del pecho. Ahora que la reina estaba aterrada y el hombre pez vigilado por su arma, podían negociar. Aunque estaba seguro de que, más allá del miedo que seguro provocaba en una mujer joven la visión de tantos tentáculos, poco tenía que ofrecer.
- Pídaselo ahora de buenas maneras, por favor. -No utilizaba el poder de su fruta en aquella ocasión; era más conveniente reservarlo para cuando lo necesitase-. Aunque estoy seguro de que no tiene nada que ofrecer más allá de ese barbarismo propio de un matón para ganar su premio. ¿Quiere que le dé uno? Bien, verá... Acaban de atentar contra la vida de Augustus, el futuro rey, y estoy seguro de que esa carta totalmente falsa que malvados detractores han escrito para debilitar a Su Majestad son los responsables. Así pues, seguramente si ayuda a mantener al novio con vida hasta después de la boda, la reina no dudará en recompensarle. ¿Me equivoco?
Miró con amabilidad a Hipatia, que negó con la cabeza, incapaz de hablar a causa del terror. En cuanto pudiera la mataría, pero desde luego no podía dejar que todo se fuese a la mierda tan pronto.
- Ahora, si me acompaña, nos están esperando, señor... -Evitó decir pulpo, engendro, monstruo, baboso y el sinfín de apelativos que se le ocurrían, preguntándose si el tentáculo de tritón sabría como un genuino pulpo. Y de paso si su sangre sería roja o azul, como solía ser la de los calamares en el mar.
Dark Satou
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Dios. Santo. Dark tenía demasiada gente detrás, en lo que otros habían estado haciendo sus cosas, y muy seguramente intentando sabotear o apoyar al tal Maki, él había estado caminando por las calles reuniendo a todo tipo de gyojins y sirenas. Gracias al empujón del que se fue, el peliblanco podía llegar a tener la frívola cantidad de cien a ciento cincuenta personas. Cada vez que se encontraba con un grupo, el soltaba el mismo discurso y se unían al ver que el pueblo estaba en contra de aquella unión. Ni siquiera tenía que hacer algo inspirador a estas alturas; la cantidad de gente era tal, que parecía una bola de nieve formándose cada vez más gigantesca. Y ahora necesitaba la excusa, la forma en la que iba a colarlos a todo a palacio. Unos guardias se asegurarían de coger autorizaciones, ver invitaciones... Pero no podrían hacer nada contra tanta gente a la vez. Por eso mismo Dark llevaba cincuenta millones de berries encima: para vestir de gala a todos los que se uniesen a él.
Se encontraban delante de lo que parecía una factoría de trajes marca "Percebesa, el traje al mejor precio". Le costaba muchísimo controlar al rebaño, así que simplemente se paró y empezó a hacer efecto dominó hacia atrás. Varios se chocaban al frenar de golpe, pero parecían bastante juntos. El pirata se acercó delante de la tienda, y encomendó al primer grupo que le siguió de calmar a todos. Hizo una pequeña reverencia al dueño de Percebesa, el traje el mejor precio. No tenía ni idea de cuánto le iba a costar, pero cuando le enseñó el dinero y lo contó, sus ojos se iluminaron. No sabía si literalmente, pero tenía que valer mucho menos de lo que Dark estaba dando. Pero no estaba pagando por la calidad: si no por la cantidad y rapidez. Le estaba dando una hora de tiempo para vestir a toda esa gente, y vaya que si empezó a correr. Llamó a sus primos, hermanos, cuñados, padres, abuelos, sobrinos, hijos. Estos llamaron también a sus primos, hermanos, cuñados, padres, abuelos, sobrinos e hijos. En quince minutos habían cincuenta gyojins más delante de la tienda sacando trajes y vistiendo uno a uno al rebaño.
—No esperaba menos del jefe de Percebesa, el traje al mejor precio. —Exclamó en alto Dark bien contento.
Tras pasar el suficiente rato, tanto el rebaño como los de "Percebesa, el mar al mejor precio" seguían a Dark. Se subió en lo alto de varios palés que amontonaron los de la tienda, y le pasaron un megáfono.
—¡¡¡El plan es este!!! —Gritó por el megáfono y sonó un chirrido horrible. Bajó su tono de voz y continuó hablando—. Vamos a ir todos de invitados a la boda. No nos frenaremos y entraremos a la fuerza si es necesario. No creo que la guardia real nos pueda parar a todos. ¡Por la reina! —Dijo elevando el puño.
Los demás gyojins y sirenas levantaron el puño también e hicieron un grito espartano. Dark estaba empezando a tener miedo de lo que podía pasar con eso. Podía crear hasta una guerra civil, pero cuando algo se le metía en la cabeza, tenía que hacerlo. Se bajó de los palés y empezó a andar hacia palacio: llegando hasta las puertas y esperando a entrar.
Se encontraban delante de lo que parecía una factoría de trajes marca "Percebesa, el traje al mejor precio". Le costaba muchísimo controlar al rebaño, así que simplemente se paró y empezó a hacer efecto dominó hacia atrás. Varios se chocaban al frenar de golpe, pero parecían bastante juntos. El pirata se acercó delante de la tienda, y encomendó al primer grupo que le siguió de calmar a todos. Hizo una pequeña reverencia al dueño de Percebesa, el traje el mejor precio. No tenía ni idea de cuánto le iba a costar, pero cuando le enseñó el dinero y lo contó, sus ojos se iluminaron. No sabía si literalmente, pero tenía que valer mucho menos de lo que Dark estaba dando. Pero no estaba pagando por la calidad: si no por la cantidad y rapidez. Le estaba dando una hora de tiempo para vestir a toda esa gente, y vaya que si empezó a correr. Llamó a sus primos, hermanos, cuñados, padres, abuelos, sobrinos, hijos. Estos llamaron también a sus primos, hermanos, cuñados, padres, abuelos, sobrinos e hijos. En quince minutos habían cincuenta gyojins más delante de la tienda sacando trajes y vistiendo uno a uno al rebaño.
—No esperaba menos del jefe de Percebesa, el traje al mejor precio. —Exclamó en alto Dark bien contento.
Tras pasar el suficiente rato, tanto el rebaño como los de "Percebesa, el mar al mejor precio" seguían a Dark. Se subió en lo alto de varios palés que amontonaron los de la tienda, y le pasaron un megáfono.
—¡¡¡El plan es este!!! —Gritó por el megáfono y sonó un chirrido horrible. Bajó su tono de voz y continuó hablando—. Vamos a ir todos de invitados a la boda. No nos frenaremos y entraremos a la fuerza si es necesario. No creo que la guardia real nos pueda parar a todos. ¡Por la reina! —Dijo elevando el puño.
Los demás gyojins y sirenas levantaron el puño también e hicieron un grito espartano. Dark estaba empezando a tener miedo de lo que podía pasar con eso. Podía crear hasta una guerra civil, pero cuando algo se le metía en la cabeza, tenía que hacerlo. Se bajó de los palés y empezó a andar hacia palacio: llegando hasta las puertas y esperando a entrar.
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