Roy Horrigan
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Menudo día: estábamos en una taberna, o por lo menos en una de las habitaciones alquiladas. No recordaba si Claude estaba ahí realmente, pero tenía la vaga sensación de que tendría una peor resaca que yo. Extendí mis brazos en horizontal y me moví con ellos en la cama de arriba para abajo, haciendo un precioso ángel de nieve de botellas. Solté un largo eructo y después levanté medio torso, rascándome la nuca. ¿Tenía algo pegado? Como una tirita... Extraño. Era muy extraño. Decidí no quitármela porque tenía que tenerla por algo. Fruncí el ceño y miré hacia mi brazo: tenía el torso totalmente desnudo y unas inscripciones en cada lado. Ahí fue donde sentí una pequeña punzada de respeto; si yo escribía cosas en mi brazo, es porque estaba lo suficientemente borracho como para advertirme a mí mismo de lo que iba a pasar. Y con algo de miedo leí.
—Tanto tú como Claude lo petasteis ayer. O bueno, más bien lo ibais a hacer: cuidado. Att: Tu yo del pasado.
Me coloqué los pantalones como pude, ignorando la ropa interior de por medio. Más de un estudio que había hecho comprobaba que los genitales debían airearse o era malo para dos cosas: la piel y la circulación. Por lo que coloqué después mi camisa, sin siquiera cerrar los botones y agarré mi sombrero y mis cosas. Una pequeña pistola, una bolsa con libros y algún que otro... ¿Botón? Lo examiné de cerca y fruncí el ceño. Parecía un dispositivo para accionar una bomba o algo parecido. Lo pulsé sin dudarlo y vi que no ocurría nada. O había provocado una cuenta atrás o me había gastado una broma a mí mismo. Por lo que decidí ignorarlo. Pero algo salió del techo, sorprendiéndome. La madera se había abierto en dos y podía ver un: felicidades con una letra de cada color. Ladeé la cabeza y pulsé el segundo botón. Tras esperar, se abrió una segunda pancarta al lado de la otra con un: me atraes un montón.
—Vaya, si no tengo mujer al lado, ¿se ha ido ya o no funcionó esa frase? —Pregunté en voz alta, analizándome a mí mismo—. ¿Porque si no de qué me iba a interesar atraer algo?
Salí hacia fuera y por suerte encontré directamente la puerta de Claude; eran solo dos habitaciones, por lo que tenía que ser la suya. Tenía que tener alguna pista: seguramente estando borracho habría escrito cosas en él. Y necesitaba respuestas.
—Tanto tú como Claude lo petasteis ayer. O bueno, más bien lo ibais a hacer: cuidado. Att: Tu yo del pasado.
Me coloqué los pantalones como pude, ignorando la ropa interior de por medio. Más de un estudio que había hecho comprobaba que los genitales debían airearse o era malo para dos cosas: la piel y la circulación. Por lo que coloqué después mi camisa, sin siquiera cerrar los botones y agarré mi sombrero y mis cosas. Una pequeña pistola, una bolsa con libros y algún que otro... ¿Botón? Lo examiné de cerca y fruncí el ceño. Parecía un dispositivo para accionar una bomba o algo parecido. Lo pulsé sin dudarlo y vi que no ocurría nada. O había provocado una cuenta atrás o me había gastado una broma a mí mismo. Por lo que decidí ignorarlo. Pero algo salió del techo, sorprendiéndome. La madera se había abierto en dos y podía ver un: felicidades con una letra de cada color. Ladeé la cabeza y pulsé el segundo botón. Tras esperar, se abrió una segunda pancarta al lado de la otra con un: me atraes un montón.
—Vaya, si no tengo mujer al lado, ¿se ha ido ya o no funcionó esa frase? —Pregunté en voz alta, analizándome a mí mismo—. ¿Porque si no de qué me iba a interesar atraer algo?
Salí hacia fuera y por suerte encontré directamente la puerta de Claude; eran solo dos habitaciones, por lo que tenía que ser la suya. Tenía que tener alguna pista: seguramente estando borracho habría escrito cosas en él. Y necesitaba respuestas.
Claude von Appetit
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Toda noche loca consta al menos de un borracho depresivo, un tipo eufórico y un Kol. Pero como Kol no está, me toca a mí aguantar a Roy cuando se pone pesado. Por suerte anoche consiguió meter a una mujer en su cama, aunque no tengo claro cómo habrá ido eso. Yo, por mi parte, permanezco tumbado en la cama disfrutando de la tranquilidad y la soledad que, normalmente, no puedo permitirme cuando ese loco está cerca. Me cae bien, vaya, pero cuesta seguirle el ritmo. Y estoy un poco harto de que siempre intente colarme a la amiga fea, sacarme saliva o pintarrajearme frasecitas por el cuerpo. La última ha sido "no quieres recordar esta noche", lo cual por desgracia es un recordatorio para él y no para mí, que no lo he olvidado.
Como no puede ser de otra manera escucho la puerta de Roy abrirse. Suena a paseo de resaca, a lo mejor no sabe ni dónde está tras la que lio ayer, pero tampoco puedo culparlo. Debe ser duro ser el ser más inteligente sobre la faz de la Tierra, aunque todos los que pasamos un tiempo con él nos damos cuenta de que eso lo hace, al mismo tiempo, bastante desdichado. Seguro que si pudiera cambiarse por una versión de sí mismo más simple lo haría. Bueno, eso, o utilizaría los recuerdos de ese Roy simple para crear un bizcocho de ambrosía lleno de nostalgia y felicidad que pudiese comer mientras empieza a nadar en billetes. Porque bueno, así es él. Así es mi mejor amigo.
Me levanto de la cama, evitando cuidadosamente tropezar con la mesilla e ignorando las delicadas tarjetas que algunas mujeres me facilitaron anoche -esta vez por lo menos ninguna ha apuntado su número den den en un tanga usado- me pongo ropa interior holgada y un pantalón ceñido. Sé lo que dice Roy siempre sobre ventilar los huevos, pero también le he escuchado decir que el conflicto Marina-Revolución se podría resolver en una cantina "alien", así que no pienso dejar que las ingles me escuezan para que mi escroto sea un uno por ciento más feliz.
Abro la puerta y delante de ella está Roy. Parece demasiado lúcido; seguramente se le haya pasado la borrachera, así que es probable que quiera examinar todo mi cuerpo en busca de información. Señalo el texto de mi brazo, me doy la vuelta para enseñarle el que pone "no, en serio, no quieres" y le lanzo una esponja a la cara.
- Tú me limpias la espalda, genio. -Algún día tendré que preguntarle cómo lo hizo sin quitarme la ropa.
Como no puede ser de otra manera escucho la puerta de Roy abrirse. Suena a paseo de resaca, a lo mejor no sabe ni dónde está tras la que lio ayer, pero tampoco puedo culparlo. Debe ser duro ser el ser más inteligente sobre la faz de la Tierra, aunque todos los que pasamos un tiempo con él nos damos cuenta de que eso lo hace, al mismo tiempo, bastante desdichado. Seguro que si pudiera cambiarse por una versión de sí mismo más simple lo haría. Bueno, eso, o utilizaría los recuerdos de ese Roy simple para crear un bizcocho de ambrosía lleno de nostalgia y felicidad que pudiese comer mientras empieza a nadar en billetes. Porque bueno, así es él. Así es mi mejor amigo.
Me levanto de la cama, evitando cuidadosamente tropezar con la mesilla e ignorando las delicadas tarjetas que algunas mujeres me facilitaron anoche -esta vez por lo menos ninguna ha apuntado su número den den en un tanga usado- me pongo ropa interior holgada y un pantalón ceñido. Sé lo que dice Roy siempre sobre ventilar los huevos, pero también le he escuchado decir que el conflicto Marina-Revolución se podría resolver en una cantina "alien", así que no pienso dejar que las ingles me escuezan para que mi escroto sea un uno por ciento más feliz.
Abro la puerta y delante de ella está Roy. Parece demasiado lúcido; seguramente se le haya pasado la borrachera, así que es probable que quiera examinar todo mi cuerpo en busca de información. Señalo el texto de mi brazo, me doy la vuelta para enseñarle el que pone "no, en serio, no quieres" y le lanzo una esponja a la cara.
- Tú me limpias la espalda, genio. -Algún día tendré que preguntarle cómo lo hizo sin quitarme la ropa.
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Ahí estaba mi persona pájaro favorita. Joder, la gente me caía mal en general pero este hombre era de lo más interesante. Su estilo de vida y cómo trataba la gente era un ejemplo a seguir: quizás sería un poco más honesto y tenía bastante limitada la línea de no matar, pero le quería igual. Me gustaba tener bien narrado en una serie de libros las ocasiones en las que salíamos por ahí y la liábamos. Su compañía hacía que no me sintiese waba laba dub dub —una frase algo cruel de Thesalia, que me enseñó Claude. No sabía si realmente había estado ahí, ni siquiera si la frase era del lugar, pero era mi muletilla favorita—. A pesar de que me hubiese gustado darle los buenos días... ¿No se había cambiado de camiseta? Qué guarro. No sabía por qué, pero la gente solía usar los mismos atuendos: o tenían una patología de lo más rara o les gustaba mucho esa ropa. Pero bueno, por lo menos llevaba a su Pluma y su cuchillito de carnicero. Me sentía bastante seguro a su lado, o por lo menos hasta que me ofreció que le limpiase. Porque ahí fue cuando el puzzle que yo mismo había armado empezó a danzar por mi cabeza.
Tenía grabadas cosas por su cuerpo. Chasqueé la lengua y después abrí los ojos del todo, algo impresionado de mí mismo: ¡por supuesto que Claude era una pieza! Era mi mejor amigo, joder. No sería la primera vez que lo metía en un plan mucho más grande que los dos, ¿por lo que a lo mejor teníamos que intentarlo?
—¿No, en serio, no quiero? —Pregunté mientras me llevaba la mano al mentón—. C-c-c-c-claude creo que llegué al blackout. ¿Tú te acuerdas qué pasó? Porque si hay un peor enemigo que la deforestación global, soy yo.
Procedí a agarrar la esponja: Claude llevaba demasiado tiempo sosteniéndola en el aire y era muy persistente. No me molestaba hacer un poco de frota frota y menos aún con el método en el que le imprimí la tinta en la piel. Volteé la esponja y le señalé restos de tinta en esta que ponían claramente: "vas por buen camino". Duh. Genio yo, por supuesto que iba por buen camino. ¿Qué haría si estuviese tan borracho que diría que petaría la noche? Lo primero, demostrar cómo pescar con explosivos. No, por el olor y la brisa teníamos que tener el mar a unos cientos de metros mínimos, y no me gustaba andar tanto. ¿A lo mejor me refería a alguna clase de picante? Si estábamos en una taberna, lo más seguro es que harían unas bombas o burritos de la hostia.
—Claude, dentro y fuera, aventura de veinte minutos —exclamé en voz alta.
Seguramente a Claude no le gustaría esa frase. Nunca era un simple dentro y fuera, a veces duraban semanas. Recordaba con anhelo todavía la vez que apostamos nuestras almas a cambio de una llave mágica. No servía de nada, pero es que la magia no existía —ni tampoco el alma, aunque hubiesen frutas del diablo que las manipulasen. Si eso tenía masa, ¿realmente era un alma?—. Pero me gustaba llevarla como colgante en el pecho para demostrar que un artefacto no era mágico por la propiedad del mismo, sino más bien por la persona que lo llevaba. Era una persona bastante magnética, de hecho. Golpeé con el dorso del puño derecho la palma izquierda que acababa de hacer. ¿A eso a lo mejor me refería con atraer? Explosiones y atracción. O era una de mis frases de flirteo míticas, o realmente la había liado.
—Bajemos a almorzar, si decidimos dormir aquí significará que tienen buen licor. Ahora mismo me entraba un bourbon, la verdad —le expliqué mientras me llevaba las manos al bolsillo y fingía olvidarme frotarle la espalda—. ¿Y a ti, amigo mío?
Me aguanté con cuidado en el posamanos de la barandilla y empecé a bajar lentamente. Dios, me pesaban las piernas una barbaridad. Tenía los isquiotibiales reventados: tendría que haber estado haciendo posturas raras. Negué con la cabeza algo decepcionado y decidí deleitearme del comedor:
Una sala sadomasoquista.
—Vaya, no te quiero impresionar, pero cuando nací los médicos estuvieron siete horas decidiendo qué era cordón umbilical y qué no.
Tenía grabadas cosas por su cuerpo. Chasqueé la lengua y después abrí los ojos del todo, algo impresionado de mí mismo: ¡por supuesto que Claude era una pieza! Era mi mejor amigo, joder. No sería la primera vez que lo metía en un plan mucho más grande que los dos, ¿por lo que a lo mejor teníamos que intentarlo?
—¿No, en serio, no quiero? —Pregunté mientras me llevaba la mano al mentón—. C-c-c-c-claude creo que llegué al blackout. ¿Tú te acuerdas qué pasó? Porque si hay un peor enemigo que la deforestación global, soy yo.
Procedí a agarrar la esponja: Claude llevaba demasiado tiempo sosteniéndola en el aire y era muy persistente. No me molestaba hacer un poco de frota frota y menos aún con el método en el que le imprimí la tinta en la piel. Volteé la esponja y le señalé restos de tinta en esta que ponían claramente: "vas por buen camino". Duh. Genio yo, por supuesto que iba por buen camino. ¿Qué haría si estuviese tan borracho que diría que petaría la noche? Lo primero, demostrar cómo pescar con explosivos. No, por el olor y la brisa teníamos que tener el mar a unos cientos de metros mínimos, y no me gustaba andar tanto. ¿A lo mejor me refería a alguna clase de picante? Si estábamos en una taberna, lo más seguro es que harían unas bombas o burritos de la hostia.
—Claude, dentro y fuera, aventura de veinte minutos —exclamé en voz alta.
Seguramente a Claude no le gustaría esa frase. Nunca era un simple dentro y fuera, a veces duraban semanas. Recordaba con anhelo todavía la vez que apostamos nuestras almas a cambio de una llave mágica. No servía de nada, pero es que la magia no existía —ni tampoco el alma, aunque hubiesen frutas del diablo que las manipulasen. Si eso tenía masa, ¿realmente era un alma?—. Pero me gustaba llevarla como colgante en el pecho para demostrar que un artefacto no era mágico por la propiedad del mismo, sino más bien por la persona que lo llevaba. Era una persona bastante magnética, de hecho. Golpeé con el dorso del puño derecho la palma izquierda que acababa de hacer. ¿A eso a lo mejor me refería con atraer? Explosiones y atracción. O era una de mis frases de flirteo míticas, o realmente la había liado.
—Bajemos a almorzar, si decidimos dormir aquí significará que tienen buen licor. Ahora mismo me entraba un bourbon, la verdad —le expliqué mientras me llevaba las manos al bolsillo y fingía olvidarme frotarle la espalda—. ¿Y a ti, amigo mío?
Me aguanté con cuidado en el posamanos de la barandilla y empecé a bajar lentamente. Dios, me pesaban las piernas una barbaridad. Tenía los isquiotibiales reventados: tendría que haber estado haciendo posturas raras. Negué con la cabeza algo decepcionado y decidí deleitearme del comedor:
Una sala sadomasoquista.
—Vaya, no te quiero impresionar, pero cuando nací los médicos estuvieron siete horas decidiendo qué era cordón umbilical y qué no.
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He cometido un error. Es decir, no sé hasta qué punto la noche avanzó tanto que el Roy borracho se coló en mi habitación para pintarrajear mis cosas, pero no me doy cuenta hasta que recoge la esponja de que tiene uno de esos mensajes crípticos escrito. De hecho, el de la esponja pone algo así como "bien, canino". No sé, pero igual ya contaba con que se la lanzase a la cara y al atraparla se siente un buen chico. Yo qué sé, el científico es él, no yo. Yo solo sé de química lo justo para hervir agua; bueno, eso y usar el nitrógeno líquido sin perder dedos en el proceso.
También sé que el jabón limpia, claro, pero me interesa más ahora mismo el agradable frotifroti que practica Roy en mi espalda. No sé si en las escuelas de ciencia te enseñan a limpiar, pero desde luego tiene mucho arte para limpiar. Aunque eso también puede deberse a que ha estado en la Marina, lo que explicaría al mismo tiempo por qué ha cogido la mala manía de creer que veinte minutos abarcan un plazo entre diecinueve minutos y cuatro semanas. Todavía recuerdo aquella vez que me dijo esa misma frase y acabé en medio de una sala de investigación con un mejunje absurdo a punto de ser insertado en mi cuello. "Medicina Funservice" o algo así, se llamaba, y al parecer me volvería más "divertido". Desde entonces siempre he creído que Roy siente algo más hacia mí, pero nunca hemos hablado en profundidad del tema. Y casi lo prefiero, porque todo aquel hardware pesaba. Sea lo que sea el hardware.
- No, no quieres -contesto, con tono serio, aunque me quedo pensando por un momento-. O no querías cuando yo me he ido a dormir, pero la llave mágica por la que apostaste nuestras almas tiene algo garabateado.
Lo he leído hace un momento. Pone "No te asustes, he sido yo". Eso ya me hace estar alerta, y cuando bajo al comedor aun así me asusto. Esto es lo más increíblemente raro que ha hecho Roy mientras yo dormía, si exceptuamos esa vez que me desperté unido quirúrgicamente a Kol. Bueno, quirúrgico es decir mucho. Nos había grapado el culo.
En cualquier caso camino por la sala de torturas y me siento en un potro frente a una mesa de rueda, donde un bastante molesto tabernero me mira con desaprobación. No le ha gustado que Roy haga de las suyas, así que siguiendo con la cadena yo miro hacia él, y él seguramente vaya a eructar y soltar alguna clase de comentario aparentemente banal con un trasfondo filosófico que tardaré años en descubrir. Como aquella vez.
- Mira, Roy -señalo-. ¿También has escrito eso?
En la pared pone "lo siento mucho" con sangre. Al menos parece sangre, pero al tabernero no parece asustarle y detecto una especie de lametón en una esquina. O le gusta la sangre o es jugo de ciruela. Pero en cualquier caso, no quiero pasar ni un segundo más en este antro. Algo ha hecho Roy mientras yo dormía, y si es como la última vez... No quiero pensar en cómo chillaban los del barco mientras lo estampábamos contra los Cabos Gemelos. Estamos por encima de ese fatídico nueve de noviembre.
También sé que el jabón limpia, claro, pero me interesa más ahora mismo el agradable frotifroti que practica Roy en mi espalda. No sé si en las escuelas de ciencia te enseñan a limpiar, pero desde luego tiene mucho arte para limpiar. Aunque eso también puede deberse a que ha estado en la Marina, lo que explicaría al mismo tiempo por qué ha cogido la mala manía de creer que veinte minutos abarcan un plazo entre diecinueve minutos y cuatro semanas. Todavía recuerdo aquella vez que me dijo esa misma frase y acabé en medio de una sala de investigación con un mejunje absurdo a punto de ser insertado en mi cuello. "Medicina Funservice" o algo así, se llamaba, y al parecer me volvería más "divertido". Desde entonces siempre he creído que Roy siente algo más hacia mí, pero nunca hemos hablado en profundidad del tema. Y casi lo prefiero, porque todo aquel hardware pesaba. Sea lo que sea el hardware.
- No, no quieres -contesto, con tono serio, aunque me quedo pensando por un momento-. O no querías cuando yo me he ido a dormir, pero la llave mágica por la que apostaste nuestras almas tiene algo garabateado.
Lo he leído hace un momento. Pone "No te asustes, he sido yo". Eso ya me hace estar alerta, y cuando bajo al comedor aun así me asusto. Esto es lo más increíblemente raro que ha hecho Roy mientras yo dormía, si exceptuamos esa vez que me desperté unido quirúrgicamente a Kol. Bueno, quirúrgico es decir mucho. Nos había grapado el culo.
En cualquier caso camino por la sala de torturas y me siento en un potro frente a una mesa de rueda, donde un bastante molesto tabernero me mira con desaprobación. No le ha gustado que Roy haga de las suyas, así que siguiendo con la cadena yo miro hacia él, y él seguramente vaya a eructar y soltar alguna clase de comentario aparentemente banal con un trasfondo filosófico que tardaré años en descubrir. Como aquella vez.
- Mira, Roy -señalo-. ¿También has escrito eso?
En la pared pone "lo siento mucho" con sangre. Al menos parece sangre, pero al tabernero no parece asustarle y detecto una especie de lametón en una esquina. O le gusta la sangre o es jugo de ciruela. Pero en cualquier caso, no quiero pasar ni un segundo más en este antro. Algo ha hecho Roy mientras yo dormía, y si es como la última vez... No quiero pensar en cómo chillaban los del barco mientras lo estampábamos contra los Cabos Gemelos. Estamos por encima de ese fatídico nueve de noviembre.
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Seguramente lo había escrito yo, por supuesto. El problema era hasta dónde iba a llegar todo esto. No recordaba si había tenido alguna de este calibre, pero... ¿No era impresionante transformar un garito en una noche? Tendría que revisar mi cartera después. No tenía una mierda de dinero, pero seguramente me las habría apañado para conseguir mano de obra barata. Quizás ese era el tema que me daba miedo. Eso y que Claude se pusiese serio, claro. A pesar de que otras personas dijesen lo contrario, la persona pájaro era una persona de lo más calmada. ¿Que te soltaba una patada o sacaba el pecho si le tocabas los cojones? Una reacción natural a tener una fuente de testosterona ilimitada. Por lo que sabía no estaba atraído a ningún genero en general, y a pesar de que aquello no demostrase que podía tener sexo aún así, lo más probable es que fuese que no. Y tampoco era lo suficientemente inmaduro como para basarlo todo en el sexo. Al fin y al cabo ese acto de intercambiar fluidos era química pura, y se sabía el procedimiento de sobras.
—Verás, Claude —paré un momento para soltar todo el gas que tenía acumulado en el estómago por la boca, con un sonido de lo más ruidoso—. Sé que estas situaciones pueden ser frustrantes, o indimidantes. Miras a tu alrededor y es misterioso y diferente. Pero... ¿sabes? Mirando hacia delante, cargando contra estas como un toro... Así es como crecemos como personas, Claude —acabé diciendo, mientras aprovechaba para tocar el hombro de mi amigo. El contacto físico era importante a la hora de levantar la moral, y más si era de forma sutil.
—Me debéis ciento cincuenta mil berries. Y tenéis que pagar a todas las mujeres que contrató el puto loco de los eructos —exclamó bastante ofendido, con una postura erguida y los brazos cruzados.
Nada más lo dijo, una puerta se abrió. No se encontraba muy lejos de donde estaba el tabernero: de hecho, a unos pasos de él, detrás de la barra era el lugar donde se encontraba susodicha. Así que observé fijamente y vi que salían varias mujeres, algo ligeras de ropa... Damas de la noche. Gruñí por lo bajo y me preparé para lo peor, no por la presencia de estas, sino por la simple razón de que tenían, cada una en sus brazos, una letra en grande. Si juntabas las tres, ponía R O Y. "Prometo no darle tanto al bourbon hoy." me juré a mí mismo mientras cerraba el puño con rabia. ¿Hasta dónde tenía que llegar para destruirme a mí mismo? No. Aparté ese tipo de pensamientos y decidí que mis conductas suicidas no irían a la par de esta situación. Había hecho esto por algo, tenía que tener una razón. Y el tabernero no tardó en dárnosla: clicó un den den mushi contestador.
—Uf me está quedando de puta madre el lugar —salió mi propia voz por el caracol, sonaba mucho más borracho de lo normal—. Tengo algo escondido para mi persona favorita, mi archienemigo, mi antítesis. Yo. Y tengo otra para quien trae balanza a mi mundo, el único e inigualable basilisco de Thesalia. Por eso mismo cuando yo mismo salga con el otro pelirrojo, reproducirás este mensaje. ¡¿Entendido?! —Se cortó la tranmisión con otro eructo.
El hombre no tardó demasiado en fruncir el ceño y levantar el dedo del den den mushi, agarrando una tabla con un clavo mal puesto. Era obvio que había hecho aquello a propósito, ¿pero no tendría más sentido hacerlo trabajando la madera directamente? El clavo era demasiado rudimentario y podía quedarse incrustrado en el cráneo de quien se lo reventase. Sin embargo, si afilaba lo suficiente la madera como para hacerle una forma triangular, podría asestar unas estocadas de la hostia. Pero tampoco tenía que darle más vueltas a un palo con un clavo, joder. O por lo menos a uno de los cuatro. Porque las otras tres mujeres de compañía sacaron uno para cada una de debajo de la barra.
—Venga, Claude. Sácale el pecho y demuestra quién manda. Sé el toro que te haga crecer como persona —le animé mientras me ponía detrás de él y sacaba mi pistola.
—Verás, Claude —paré un momento para soltar todo el gas que tenía acumulado en el estómago por la boca, con un sonido de lo más ruidoso—. Sé que estas situaciones pueden ser frustrantes, o indimidantes. Miras a tu alrededor y es misterioso y diferente. Pero... ¿sabes? Mirando hacia delante, cargando contra estas como un toro... Así es como crecemos como personas, Claude —acabé diciendo, mientras aprovechaba para tocar el hombro de mi amigo. El contacto físico era importante a la hora de levantar la moral, y más si era de forma sutil.
—Me debéis ciento cincuenta mil berries. Y tenéis que pagar a todas las mujeres que contrató el puto loco de los eructos —exclamó bastante ofendido, con una postura erguida y los brazos cruzados.
Nada más lo dijo, una puerta se abrió. No se encontraba muy lejos de donde estaba el tabernero: de hecho, a unos pasos de él, detrás de la barra era el lugar donde se encontraba susodicha. Así que observé fijamente y vi que salían varias mujeres, algo ligeras de ropa... Damas de la noche. Gruñí por lo bajo y me preparé para lo peor, no por la presencia de estas, sino por la simple razón de que tenían, cada una en sus brazos, una letra en grande. Si juntabas las tres, ponía R O Y. "Prometo no darle tanto al bourbon hoy." me juré a mí mismo mientras cerraba el puño con rabia. ¿Hasta dónde tenía que llegar para destruirme a mí mismo? No. Aparté ese tipo de pensamientos y decidí que mis conductas suicidas no irían a la par de esta situación. Había hecho esto por algo, tenía que tener una razón. Y el tabernero no tardó en dárnosla: clicó un den den mushi contestador.
—Uf me está quedando de puta madre el lugar —salió mi propia voz por el caracol, sonaba mucho más borracho de lo normal—. Tengo algo escondido para mi persona favorita, mi archienemigo, mi antítesis. Yo. Y tengo otra para quien trae balanza a mi mundo, el único e inigualable basilisco de Thesalia. Por eso mismo cuando yo mismo salga con el otro pelirrojo, reproducirás este mensaje. ¡¿Entendido?! —Se cortó la tranmisión con otro eructo.
El hombre no tardó demasiado en fruncir el ceño y levantar el dedo del den den mushi, agarrando una tabla con un clavo mal puesto. Era obvio que había hecho aquello a propósito, ¿pero no tendría más sentido hacerlo trabajando la madera directamente? El clavo era demasiado rudimentario y podía quedarse incrustrado en el cráneo de quien se lo reventase. Sin embargo, si afilaba lo suficiente la madera como para hacerle una forma triangular, podría asestar unas estocadas de la hostia. Pero tampoco tenía que darle más vueltas a un palo con un clavo, joder. O por lo menos a uno de los cuatro. Porque las otras tres mujeres de compañía sacaron uno para cada una de debajo de la barra.
—Venga, Claude. Sácale el pecho y demuestra quién manda. Sé el toro que te haga crecer como persona —le animé mientras me ponía detrás de él y sacaba mi pistola.
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Cuando el tabernero nos reclama el dinero, fulmino a Roy con la mirada. ¿En qué coño piensa este hombre? El tipo más inteligente del mundo, damas y caballeros, capaz de crear máquinas no euclidianas, se dedica a convertir tabernas en garitos sadomasoquistas. Que vamos, desde que lo conozco sé que estas cosas no las hace por mal, solo porque internamente pasa por un sufrimiento que ni él es capaz de soportar. De hecho, a veces me da pena pensar en cómo su intelecto lo obliga a ser. Ególatra y nihilista, la encarnación del caos... Todo su talento, todo ese don, desperdiciado. Y tantas putas.
En esta ocasión son solo tres, pero suficiente para hacer que me pregunte en qué carajo piensa este hombre. Ah, sí. En todo. De hecho, debe haber tenido alguna clase de brote psicótico en medio de la noche o un desdoblamiento de la personalidad, porque cuando se muestran las tablas con un clavo cada una tiene una palabra escrita. Suspiro, agotado. Este hombre me está robando las energías y no es ni media mañana:
- No, intentes, recordar, esto -leo, golpeando mi frente con la mano-. Tío, tienes que dejar el alcohol. Vámonos antes de que se líe más, anda.
Me levanto, observando que de alguna forma mis pantalones han hecho reacción con el asiento y un nuevo mensaje aparece: "Esta noche es espectacular, Persona Pájaro". Fulmino una segunda vez a Roy antes de estallar en una sonora carcajada. Me parto con estas cosas, la verdad. ¿Cómo sabía que iba a estar justo en esa posición? Y más aún, ¿cómo puede hacerlo sin macharme los pantalones?
- Vale, eso no ha estado tan mal -concedo.
- ¡Que nos paguéis, hostia!
Un tablazo se acerca peligrosamente a mi cabeza, pero activo el Habuso en mi mano y la madera se quiebra ante el avance de mis dedos. Eso ha sido un error por parte del tabernero, pues me suele poner un poco nervioso que me ataquen gratuitamente. Lo miro fijamente, con una cierta indiferencia, antes de decirle una última cosa:
- Tú no sabes quiénes somos, ¿verdad? -pregunto, con una sonrisa malévola. Desenvaino mi cebollero y corto la tabla fácilmente en dos, saltando acto seguido frente a su cara-. Ese de ahí es Roy Horrigan, seguro que te suena su nombre. Y yo...
- Von Appetit.
- No nos quedamos a comer, gracias. -Me doy la vuelta y me marcho, dejando al aterrado tabernero temblequeando. Resulta difícil que alguien no nos recuerde después de aquella vez en Baterilla. Y, aunque no me siento del todo orgulloso de lo que hicimos, ahora es importante resolver lo que sea que ha liado Roy.
Abro la puerta de la taberna, y lo que veo me deja, llanamente, boquiabierto.
- ¿Cómo cojones...?
En esta ocasión son solo tres, pero suficiente para hacer que me pregunte en qué carajo piensa este hombre. Ah, sí. En todo. De hecho, debe haber tenido alguna clase de brote psicótico en medio de la noche o un desdoblamiento de la personalidad, porque cuando se muestran las tablas con un clavo cada una tiene una palabra escrita. Suspiro, agotado. Este hombre me está robando las energías y no es ni media mañana:
- No, intentes, recordar, esto -leo, golpeando mi frente con la mano-. Tío, tienes que dejar el alcohol. Vámonos antes de que se líe más, anda.
Me levanto, observando que de alguna forma mis pantalones han hecho reacción con el asiento y un nuevo mensaje aparece: "Esta noche es espectacular, Persona Pájaro". Fulmino una segunda vez a Roy antes de estallar en una sonora carcajada. Me parto con estas cosas, la verdad. ¿Cómo sabía que iba a estar justo en esa posición? Y más aún, ¿cómo puede hacerlo sin macharme los pantalones?
- Vale, eso no ha estado tan mal -concedo.
- ¡Que nos paguéis, hostia!
Un tablazo se acerca peligrosamente a mi cabeza, pero activo el Habuso en mi mano y la madera se quiebra ante el avance de mis dedos. Eso ha sido un error por parte del tabernero, pues me suele poner un poco nervioso que me ataquen gratuitamente. Lo miro fijamente, con una cierta indiferencia, antes de decirle una última cosa:
- Tú no sabes quiénes somos, ¿verdad? -pregunto, con una sonrisa malévola. Desenvaino mi cebollero y corto la tabla fácilmente en dos, saltando acto seguido frente a su cara-. Ese de ahí es Roy Horrigan, seguro que te suena su nombre. Y yo...
- Von Appetit.
- No nos quedamos a comer, gracias. -Me doy la vuelta y me marcho, dejando al aterrado tabernero temblequeando. Resulta difícil que alguien no nos recuerde después de aquella vez en Baterilla. Y, aunque no me siento del todo orgulloso de lo que hicimos, ahora es importante resolver lo que sea que ha liado Roy.
Abro la puerta de la taberna, y lo que veo me deja, llanamente, boquiabierto.
- ¿Cómo cojones...?
Roy Horrigan
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Una de las razones por las que me gustaba tanto ir con Claude Von Appetit, es que era a lo que llamaba un amuleto protector. Veamos, ¿yo era mi peor enemigo, no? Si tienes una persona fuerte —más bien en su caso veloz, el muy cabrón se las apañaba de la hostia para cubrir la herida que escondía. Pero bueno, el orden de los factores no altera el producto— a tu lado, que encima te aprecia, balancea totalmente tu lado suicida. Seguramente más gente de mi calibre e inteligencia —más bien cercana a, mejor dicho— tenían un dispositivo similar para no morir. Era demasiado joven como para transferir mis genes o intentar crear un clon de mi mismo —juro que algún día aprenderé a hacer eso, no tiene que ser tan complicado—, por lo que mantenerme con vida era prioridad. El problema: mi subconsciente. A pesar de entenderlo perfectamente, el muy hijo de puta hacía peso sobre mi inexistente conciencia. Y seguramente al volverme uno con el alcohol me castigaba. El problema es que yo era más inteligente que mi subconsciente —al fin y al cabo, yo razono lo que hago y él se basa en emociones y experiencias— y podía sortear todo esto para acabar divirtiéndome.
—Booyah, el mítico chiste de usar tu nombre para cortar al otro. Muy buena, persona pájaro —le felicité con una sonrisa. A veces me gustaba parar para disfrutar del momento y comentar los chistes de Claude. Tenía una lengua afilada y era rápido pensando—. Carga la cuenta a Kol Landvik, anda.
Salí hacia fuera girando la tapa de mi petaca y dedicándole un soliloquio de lo más interesante. Cuando me limpié la baba que se me caía del labio inferior observé toda la parte de fuera. Y bueno, a Claude sorprendido. Le puse una mano en el hombro y me adelanté, en un acto de bravura. Entonces fruncí ligeramente el ceño y me mordí la lengua. No quería mostrarme asustado, pero si Claude se había despertado en el amanecer... Había tenido como unas cuatro horas para hacer esto. ¿Qué cojones?
—¿Por qué hay una cristalera gigante con tiburones en medio de la calle? —Pregunté en voz alta de forma retórica mientras me acercaba al cristal y ponía mi mano en él. Extendí un poco la cabeza y vi que los tiburones también tenían palabras escritas en ella.
Cuatro en total, C 1 3 7. Vaya, sí que lo había hecho yo. ¿Pero qué pretendía decirme a mí mismo con todo esto? ¿Que me enfriase o algo? Porque eso solo lo haría si incendiaba algo, y quería acorralar a alguien para elegir entre luchar con tiburones debajo del agua o morir ahogado por el humo. O abrasado, claro. Era una anécdota de lo más interesante, la verdad. Volví del lado de mi amigo y me crucé de brazos. Fui a decirle algo, pero una voz de lo más conocida me sorprendió. Detrás del tanque de agua, salieron cuatro tipos enmascarados y con trajes de dos piezas negros.
—Pear... —Gruñí mientras miraba hacia uno de los emisarios.
Cómo no, los de Pear. Un nombre que me negaba a pronunciar bien. Unos clase baja del Cipher Pool, un escuadrón de esos del apartado público. Estaban destinados al apartado tecnológico y solían realizar encargos para recuperar tecnología robada. Yo ya había dejado la Marina —más bien me habían echado por intoxicar un escuadrón de capitanes— y no me había llevado nada encima. Bueno, quizás un par de carpetas llenas de proyectos secretos, como el de crear al soldado de verano. Pero los quemé. Quizás por eso nos perseguían de vez en cuando, de isla en isla.
—Ppear, nos gusta usar dos p —explicó mientras se desataba el nudo de la corbata—. Roy y Claude, estáis detenidos por orden del gobierno mundial. La razón: terrorismo.
Como ni me dignaba a mirarle a los ojos, centré mi vista hacia el final de la calle. Por ahí estaba el ayuntamiento y la sede central de los Pear. La cosa era que... una estela negra de humo salía del lugar. Intenté no reírme y volví a centrar mi atención en mi mejor amigo, el cual estaría flipándolo. Siempre solía hacerse el sorprendido y, a veces, el indignado... Pero sabía que disfrutaba esto casi como yo. Procedí a adoptar una posición amenazante, con los hombros tensados y las manos con los dedos extendidos. Me di la vuelta y corrí hacia mi derecha, esperando no ser intervenido. Me metí por un callejón y me choqué con una señal. Cuando el metal retumbó, y yo me cagué suficiente en mis muertos por haberme dado solo, vi que caía una escopeta con una nota puesta en ella. Tras leerla, sonreí y volví hacia el lugar, cargándola con algo de dificultad. Sabía cómo empuñarla, pero la verdad es que pesaba bastante.
—A tu orden, Claude —acabé diciendo mientras la cargaba en mi hombro para no cansarme.
¿Había colocado la escopeta previamente para los tiburones, o para los de Pear? Un misterio. Ya me lo diría el bourbon luego.
—Booyah, el mítico chiste de usar tu nombre para cortar al otro. Muy buena, persona pájaro —le felicité con una sonrisa. A veces me gustaba parar para disfrutar del momento y comentar los chistes de Claude. Tenía una lengua afilada y era rápido pensando—. Carga la cuenta a Kol Landvik, anda.
Salí hacia fuera girando la tapa de mi petaca y dedicándole un soliloquio de lo más interesante. Cuando me limpié la baba que se me caía del labio inferior observé toda la parte de fuera. Y bueno, a Claude sorprendido. Le puse una mano en el hombro y me adelanté, en un acto de bravura. Entonces fruncí ligeramente el ceño y me mordí la lengua. No quería mostrarme asustado, pero si Claude se había despertado en el amanecer... Había tenido como unas cuatro horas para hacer esto. ¿Qué cojones?
—¿Por qué hay una cristalera gigante con tiburones en medio de la calle? —Pregunté en voz alta de forma retórica mientras me acercaba al cristal y ponía mi mano en él. Extendí un poco la cabeza y vi que los tiburones también tenían palabras escritas en ella.
Cuatro en total, C 1 3 7. Vaya, sí que lo había hecho yo. ¿Pero qué pretendía decirme a mí mismo con todo esto? ¿Que me enfriase o algo? Porque eso solo lo haría si incendiaba algo, y quería acorralar a alguien para elegir entre luchar con tiburones debajo del agua o morir ahogado por el humo. O abrasado, claro. Era una anécdota de lo más interesante, la verdad. Volví del lado de mi amigo y me crucé de brazos. Fui a decirle algo, pero una voz de lo más conocida me sorprendió. Detrás del tanque de agua, salieron cuatro tipos enmascarados y con trajes de dos piezas negros.
—Pear... —Gruñí mientras miraba hacia uno de los emisarios.
Cómo no, los de Pear. Un nombre que me negaba a pronunciar bien. Unos clase baja del Cipher Pool, un escuadrón de esos del apartado público. Estaban destinados al apartado tecnológico y solían realizar encargos para recuperar tecnología robada. Yo ya había dejado la Marina —más bien me habían echado por intoxicar un escuadrón de capitanes— y no me había llevado nada encima. Bueno, quizás un par de carpetas llenas de proyectos secretos, como el de crear al soldado de verano. Pero los quemé. Quizás por eso nos perseguían de vez en cuando, de isla en isla.
—Ppear, nos gusta usar dos p —explicó mientras se desataba el nudo de la corbata—. Roy y Claude, estáis detenidos por orden del gobierno mundial. La razón: terrorismo.
Como ni me dignaba a mirarle a los ojos, centré mi vista hacia el final de la calle. Por ahí estaba el ayuntamiento y la sede central de los Pear. La cosa era que... una estela negra de humo salía del lugar. Intenté no reírme y volví a centrar mi atención en mi mejor amigo, el cual estaría flipándolo. Siempre solía hacerse el sorprendido y, a veces, el indignado... Pero sabía que disfrutaba esto casi como yo. Procedí a adoptar una posición amenazante, con los hombros tensados y las manos con los dedos extendidos. Me di la vuelta y corrí hacia mi derecha, esperando no ser intervenido. Me metí por un callejón y me choqué con una señal. Cuando el metal retumbó, y yo me cagué suficiente en mis muertos por haberme dado solo, vi que caía una escopeta con una nota puesta en ella. Tras leerla, sonreí y volví hacia el lugar, cargándola con algo de dificultad. Sabía cómo empuñarla, pero la verdad es que pesaba bastante.
—A tu orden, Claude —acabé diciendo mientras la cargaba en mi hombro para no cansarme.
¿Había colocado la escopeta previamente para los tiburones, o para los de Pear? Un misterio. Ya me lo diría el bourbon luego.
Claude von Appetit
Fama
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Características
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Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
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- Tú deberías saberlo -respondo, dándome cuenta de que los cuatro tiburones marcan su identificación dentro de la Marina. No sabía que la echara de menos, pero borracho siempre se pone más sentimental. Tal vez esta sea su forma enferma y perturbada de pedir perdón, o de lamentarse por lo que sea. Igual tengo que hablar con él, pero si hay algo que Roy Horrigan sea además de maniático, inteligente, desesperante, increíble, magistral y nihilista es introvertido. Sacarle cualquier cosa resulta imposible. Mucho más delante de los Pera.
Los Pera son un escuadrón de la muerte del Cipher Pol en el South Blue, o como los hemos llamado siempre: Los niños especialitos del cuerpo. Les gusta el cuero, los discursos grandilocuentes y los "yo quería que creyeras eso". Con ellos en acción es muy probable que algunos de los mensajes que podamos ver sean simples falsificaciones de esta gente. Aunque bueno, tampoco es que aunque nos encontrásemos con los mensajes de verdad fuésemos a sacar algo en claro. Vamos, que yo soy consciente de casi todo lo que Roy ha estado haciendo esta noche, y en apenas un par de horas ha conseguido convertir la taberna en un antro BDSM y construir toda esta... No, imposible. He preparado suficiente pasta en mi vida como para saber que esto estaba preparado de antes.
- Roy, ten cuidado. Han fabricado cosas que harías tú borracho para conducirte a una trampa.
- ¡Te dije que no se llamaba C-137! - grita uno de atrás-. ¡No puedes creer todo lo que leas en una enciclopedia libre!
Sin duda deben referirse al proyecto Whisky, esa red de información sobre marines y agentes del Gobierno Mundial editable por cualquiera con acceso a un den den puzzle. El den den puzzle es un den den mushi cuyo caparazón puede desmontarse por piezas para dar lugar a un pequeño teclado, conectable a un den den proyector y a las bases de datos centralizadas -un invento de Roy-, que permite actualizar en tiempo real los ficheros. ¿El problema? Que Roy editaba la suya constantemente, cada vez con cosas más raras.
- ¿Entonces tampoco te afecta el Royantium? -pregunta, asustado, justo antes de que Roy salga corriendo. A lo mejor lo del Royantium es verdad...
O no, porque vuelve con una escopeta listo para la acción. Yo por mi parte me percato de una grieta en la piscina de tiburones; desde luego es un trabajo demasiado chapucero para ser de Roy, así que simplemente me río mientras señalo el punto exacto al que debe disparar.
- ¿No habías querido siempre un sistema de agua para recoger cultivos? -pregunto, incitándolo.
Tras eso espero unos cinco segundos y, tras ello, me lo llevo corriendo en el hombro mientras adopto mi forma completa. Próxima parada: El árbol.
Sí, así llamamos a la sede de los Pera.
Los Pera son un escuadrón de la muerte del Cipher Pol en el South Blue, o como los hemos llamado siempre: Los niños especialitos del cuerpo. Les gusta el cuero, los discursos grandilocuentes y los "yo quería que creyeras eso". Con ellos en acción es muy probable que algunos de los mensajes que podamos ver sean simples falsificaciones de esta gente. Aunque bueno, tampoco es que aunque nos encontrásemos con los mensajes de verdad fuésemos a sacar algo en claro. Vamos, que yo soy consciente de casi todo lo que Roy ha estado haciendo esta noche, y en apenas un par de horas ha conseguido convertir la taberna en un antro BDSM y construir toda esta... No, imposible. He preparado suficiente pasta en mi vida como para saber que esto estaba preparado de antes.
- Roy, ten cuidado. Han fabricado cosas que harías tú borracho para conducirte a una trampa.
- ¡Te dije que no se llamaba C-137! - grita uno de atrás-. ¡No puedes creer todo lo que leas en una enciclopedia libre!
Sin duda deben referirse al proyecto Whisky, esa red de información sobre marines y agentes del Gobierno Mundial editable por cualquiera con acceso a un den den puzzle. El den den puzzle es un den den mushi cuyo caparazón puede desmontarse por piezas para dar lugar a un pequeño teclado, conectable a un den den proyector y a las bases de datos centralizadas -un invento de Roy-, que permite actualizar en tiempo real los ficheros. ¿El problema? Que Roy editaba la suya constantemente, cada vez con cosas más raras.
- ¿Entonces tampoco te afecta el Royantium? -pregunta, asustado, justo antes de que Roy salga corriendo. A lo mejor lo del Royantium es verdad...
O no, porque vuelve con una escopeta listo para la acción. Yo por mi parte me percato de una grieta en la piscina de tiburones; desde luego es un trabajo demasiado chapucero para ser de Roy, así que simplemente me río mientras señalo el punto exacto al que debe disparar.
- ¿No habías querido siempre un sistema de agua para recoger cultivos? -pregunto, incitándolo.
Tras eso espero unos cinco segundos y, tras ello, me lo llevo corriendo en el hombro mientras adopto mi forma completa. Próxima parada: El árbol.
Sí, así llamamos a la sede de los Pera.
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