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Normas del capítulo:
Moderación
Meses han pasado desde que aquel arañazo dorado rasgó el cielo. Meses han pasado desde que volvieron a surcar estos mares los piratas de Kepler. Meses han pasado ya desde la caída de la Isla Gyojin en manos de Hipatia Stix. Con cada día, el siguiente se ha ido volviendo más negro, y bajo el paraguas de Iulius C. Zar, cada truhán de los siete mares se ha ido arremolinando en torno a islas cuyo dominio antes nadie cuestionaba: Dressrosa, la joya del Gobierno Mundial en el Nuevo Mundo, fue atacada por sus mercenarios, aún capaz de defenderse. Wano no ha tenido tanta suerte.
La que otrora fue refugio de Legan Legim y parte del imperio de Berthyl S. Kyrios se alza en pie de guerra mientras en las profundidades de la Capital de la Flor descansa, custodiado por la Hermandad de la Estrella Oscura, un malherido Almirante Kurookami… O eso se cree. A pesar de todo, el avance de la Marina ha resultado incontenible, controlando la región de Ringo en su totalidad y expandiéndose poco a poco hacia Hakumai y Kibi, ante la imposibilidad de adentrarse en el corazón del archipiélago. Quien sin embargo sí parece haber podido sentarse en el trono de Wano es la emperatriz sirena, que seguida por un ejército de reyes marinos ha convertido hasta la última milla de agua en una trampa mortal, y escoltada por una cohorte de gyojins ha pasado a cuchillo a todo el que, a su paso por Udon, se ha interpuesto en su camino. Cómo han superado a la Estrella Oscura o qué tratos tienen con ella es un misterio, pero la hermandad se ha retirado a las afueras, más allá del puente, donde inicia la región de Kuri y vastos campos de cultivo sembrados por piratas ahora se levantan en una rebelión contra aquellos que los hicieron esclavos.
Kuri arde. Si bien en los demás territorios hay un control más o menos claro y las hostilidades se resumen en breves escaramuzas de frontera y tensos encontronazos sin disparar un solo fusil, la región más pobre del país se ha convertido en un caótico campo de batalla en el que impera el todos contra todos, sin ninguna regla que lo frene. El fuego que se esparce entre los juncos y las espigas brilla tan fuerte que mirarlo es doloroso, y la columna de humo que se levanta es tan negra que casi tapa el sol en una nube que oscurece toda Kuri.
Por si fuera poco, las naves de Iulius C. Zar tratan de acordonar la isla, y no en pocos lados dan inicio refriegas y batallas navales que terminan, en el mejor de los casos, con los barcos hundidos. Algunos espías han podido observar cómo los prisioneros del Hemperador* Pirata han sufrido un destino peor que la muerte. Las salvas de sus cañones entonan una canción de guerra tan funesta como inevitable, las espadas de sus guerreros silban un coro sanguinario, y las risas de sus comandantes frente a las masacren que provocan pueden escucharse, por momentos, hasta en el lugar más recóndito del archipiélago, mientras decenas de naves esperan en la costa, rodeando los buques de la Marina, expectantes por la orden de hundirlos.
Sin embargo, llega la caballería. No hay un gran contingente revolucionario esta vez, pero fuerte artillería logra abrir camino con una formación en punta de flecha, rompiendo el cerco y permitiendo que en Hakumai pequeñas unidades se repartan por el terreno. Frente a las costas de Kuri, cincuenta barcos con la bandera de los Red Dragon Pirates y encabezada por una colosal sierpe dorada incendian cada barco que se interpone entre ellos y el puerto. Por su parte, cuando la orden de hundir la flota llega, una amplia cadena de más de setenta barcos de guerra, algunos de ellos buques destructores, alzan la bandera marine sobre el horizonte. Las órdenes se cancelan al tiempo que los buques del emperador de los mares viran para enfrentar a los refuerzos que llegan desde el este.
Parece que una vez más el destino juega cartas caprichosas. Aliados llegan desde todas partes, dispuestos a ayudar. Algunos por lealtad, otros por dinero… Algunos por simple diversión. Pero todos, absolutamente todos, buscan algo. ¿Podrán todos encontrarlo?
- Se moderará lunes y jueves entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los lunes o jueves antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
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- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
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- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación
Meses han pasado desde que aquel arañazo dorado rasgó el cielo. Meses han pasado desde que volvieron a surcar estos mares los piratas de Kepler. Meses han pasado ya desde la caída de la Isla Gyojin en manos de Hipatia Stix. Con cada día, el siguiente se ha ido volviendo más negro, y bajo el paraguas de Iulius C. Zar, cada truhán de los siete mares se ha ido arremolinando en torno a islas cuyo dominio antes nadie cuestionaba: Dressrosa, la joya del Gobierno Mundial en el Nuevo Mundo, fue atacada por sus mercenarios, aún capaz de defenderse. Wano no ha tenido tanta suerte.
La que otrora fue refugio de Legan Legim y parte del imperio de Berthyl S. Kyrios se alza en pie de guerra mientras en las profundidades de la Capital de la Flor descansa, custodiado por la Hermandad de la Estrella Oscura, un malherido Almirante Kurookami… O eso se cree. A pesar de todo, el avance de la Marina ha resultado incontenible, controlando la región de Ringo en su totalidad y expandiéndose poco a poco hacia Hakumai y Kibi, ante la imposibilidad de adentrarse en el corazón del archipiélago. Quien sin embargo sí parece haber podido sentarse en el trono de Wano es la emperatriz sirena, que seguida por un ejército de reyes marinos ha convertido hasta la última milla de agua en una trampa mortal, y escoltada por una cohorte de gyojins ha pasado a cuchillo a todo el que, a su paso por Udon, se ha interpuesto en su camino. Cómo han superado a la Estrella Oscura o qué tratos tienen con ella es un misterio, pero la hermandad se ha retirado a las afueras, más allá del puente, donde inicia la región de Kuri y vastos campos de cultivo sembrados por piratas ahora se levantan en una rebelión contra aquellos que los hicieron esclavos.
Kuri arde. Si bien en los demás territorios hay un control más o menos claro y las hostilidades se resumen en breves escaramuzas de frontera y tensos encontronazos sin disparar un solo fusil, la región más pobre del país se ha convertido en un caótico campo de batalla en el que impera el todos contra todos, sin ninguna regla que lo frene. El fuego que se esparce entre los juncos y las espigas brilla tan fuerte que mirarlo es doloroso, y la columna de humo que se levanta es tan negra que casi tapa el sol en una nube que oscurece toda Kuri.
Por si fuera poco, las naves de Iulius C. Zar tratan de acordonar la isla, y no en pocos lados dan inicio refriegas y batallas navales que terminan, en el mejor de los casos, con los barcos hundidos. Algunos espías han podido observar cómo los prisioneros del Hemperador* Pirata han sufrido un destino peor que la muerte. Las salvas de sus cañones entonan una canción de guerra tan funesta como inevitable, las espadas de sus guerreros silban un coro sanguinario, y las risas de sus comandantes frente a las masacren que provocan pueden escucharse, por momentos, hasta en el lugar más recóndito del archipiélago, mientras decenas de naves esperan en la costa, rodeando los buques de la Marina, expectantes por la orden de hundirlos.
Sin embargo, llega la caballería. No hay un gran contingente revolucionario esta vez, pero fuerte artillería logra abrir camino con una formación en punta de flecha, rompiendo el cerco y permitiendo que en Hakumai pequeñas unidades se repartan por el terreno. Frente a las costas de Kuri, cincuenta barcos con la bandera de los Red Dragon Pirates y encabezada por una colosal sierpe dorada incendian cada barco que se interpone entre ellos y el puerto. Por su parte, cuando la orden de hundir la flota llega, una amplia cadena de más de setenta barcos de guerra, algunos de ellos buques destructores, alzan la bandera marine sobre el horizonte. Las órdenes se cancelan al tiempo que los buques del emperador de los mares viran para enfrentar a los refuerzos que llegan desde el este.
Parece que una vez más el destino juega cartas caprichosas. Aliados llegan desde todas partes, dispuestos a ayudar. Algunos por lealtad, otros por dinero… Algunos por simple diversión. Pero todos, absolutamente todos, buscan algo. ¿Podrán todos encontrarlo?
- Maki, Prometeo, Osuka - 1:
- El viaje hasta Wano ha sido largo. El Alto Mando no parece haber puesto reparos a que Maki vaya en un barco, a pesar de lo que sucedió la última vez, pero por el camino os habéis topado con un indeseable hastío mientras los días y las horas iban haciéndose una espiral confusa en vuestra cabeza. Tal es así que, cuando escucháis el primer cañonazo casi os alegráis de que haya un poco de actividad. Salís a cubierta, entusiasmados, y podéis ver cómo un cerco de naves pirata con la bandera de Iulius C. Zar se rompe a vuestro paso, retirándose los barcos en peores condiciones, pero acercándose aquellos que están en buen estado y cerrando un nuevo cerco. Acercándose a vuestra popa, sí: Donde el barco es más vulnerable.
Vuestro barco consigue llegar a tierra, pero una batalla naval se recrudece y poco a poco más naves van llegando en una escaramuza que parece no resolverse fácilmente. Al margen de que podéis subiros a un barco y hacer locuras, vamos a examinar nuestros alrededores.
Lo primero de lo que os percatáis es del clima otoñal que os rodea. Los árboles, muchos de ellos de tronco gris y calloso, no demasiado alto, poseen hojas de colores entre rojizos y dorados, algunos marrones, pero al mismo tiempo transmiten cierta paz. La gente que en los barcos va pisando tierra empieza a montar una pequeña base cerca del puerto, o una avanzadilla antes de establecer su Cuartel General, pero el asunto es que cuando tienen montado un toldo con un par de den den mushis y unas cajas que hacen las veces de mesas, un hombre de aspecto anciano os hace señales para que vayáis.
– ¡Vosotros, sí, vosotros! –os apura, gesticulando con las manos–. El Alto Mando quiere que nos hagamos con el castillo del Daymio. Es una tarea sencilla, si tenemos en cuenta las circunstancias, comparado a cualquier otra cosa. –Se acerca al oído de Prometeo–. Ten cuidado con el pez, en cualquier momento nos da una puñalada –susurra en tu oído.
El castillo se puede ver en la lejanía. Corriendo podríais llegar en unos minutos, pero las risas de los oficiales y los cañonazos os hacen daros la vuelta. Acaban de hundir uno de vuestros barcos, y abordar otro. Elegid bien qué deseáis hacer.
- Arashi no kaizokudan - 2:
- Cruzar la Red Line desde abajo siempre es divertido. Inflar la pompa, rezar por que los narvales no se pongan cariñosos, rezar para que la pompa aguante la presión, rezar para que no pillen los fardos de Luka en una aduana… Casi parecería que os vais aficionando a rezar, pero nada más lejos de la realidad dado que, al final del día, lo único que importa es que este viaje está siendo muy divertido. ¿O no?
Os habéis ido fijando, a lo largo de vuestro camino, en que hay mucho movimiento bajo las olas. En la prístina agua de mar, por debajo de vuestro barco, raro ha sido el momento en el que no habéis tenido un Rey Marino bajo el casco o habéis visto a una de esas bestias adelantaros, pero aun sin entender del todo a qué puede deberse semejante ajetreo, os hacéis una idea de qué puede ser. Sin embargo, todo va según los planes y el viaje resulta, al final, tranquilo. Con Zane haciendo trampas al strip-monopoly, pero tranquilo.
Sin embargo, cuando divisáis las corrientes propias de Wano desde la lejanía, todo se vuelve una terrible locura. La marea os recibe con altos oleajes que empapan vuestra cubierta y desestabilizan el barco, y carpas gigantes a uno y otro lado golpean a estribor y babor. Sobre vuestras cabezas el cielo, cerca de Kuri, es completamente negro, y frente a vosotros una decena de barcos pirata se dirigen hacia vuestra posición. Sin embargo, todos se detienen cuando en el mar que os separa se abre un enorme remolino, del que surge una colosal sierpe acuática, tan grande que eclipsa al sol frente a vosotros y, en su cabeza, un ser que parece minúsculo en comparación.
– ¡Su Majestad acepta el desafío! –grita, desde lo alto, y se lanza contra el barco.
Cae sobre cubierta, dejando un profundo hoyo en ella que habrá que reparar más tarde, pero de casualidad ha resistido, y ahí lo tenéis. Frente a vosotros un gigantesco gyojin que hace parecer pequeño a Mark, aunque prácticamente solo sois capaces de ver su silueta y unos malvados ojos amarillos. Entonces, muestra una sonrisa de dientes afilados y desproporcionados, y una luz se enciende sobre su cabeza.
– También podéis entregaros, claro –dice con confianza–. A Su Majestad le encantará recibiros.
Se ríe con malicia, y podéis ver el enorme tridente que porta a su espalda. Parece de oro macizo.
- The Sinners - 3:
- No habéis viajado. De hecho, os habéis acomodado en la Capital de la Flor tras la derrota de Kurookami. Este se ha quedado en el Leviatán, aunque la Hermandad ha extendido el rumor de que lo mantienen oculto en las mazmorras de la isla por alguna razón que no parecen haberos explicado. Además, poco a poco ha ido llegando gente que no conocíais. Frente a vosotros, de manera casi constante, está un hombre de traje y chaqué con cabello negro y ojos rojos. Se ha presentado como “El Mayordomo”, pero ni siquiera Blackhole le da órdenes y no parece que la clase de persona que guste recibirlas. A todo esto, Spolyar parece haber desaparecido.
Vuestra semana es tranquila hasta que, cierto día como hoy, Blackhole se presenta frente a vosotros y decide que ya es hora de abandonar el lugar. No parece muy contento, pero a su favor hay que decir: ¿Alguna vez lo está?
– Es hora de marcharnos –dice, parcamente–. Los piratas se han sublevado en Kuri.
No hay que olvidar que ellos fueron contratados para proteger esa región, principalmente, y que aunque hayan gozado de cierta simpatía del Shogun, tienen unas obligaciones que cumplir. Sin embargo, antes de que lleguéis a abandonar el lugar, podéis ver al daros la vuelta cómo un ejército de gyojins y tritones empieza a tomar las calles de la ciudad. Incluso, lo que es peor, los anchos ríos que solían ser blancos e impolutos ahora se visten de vivos colores al tiempo que mantienen uno en común: El marfil de los afilados dientes de Rey Marino.
Estáis frente al puente de Kuri. Podéis decidir lo que hacéis, pero tal vez Blackhole os haya ocultado algo. O, como mínimo, todo ha sido extraordinariamente casual. De todos modos, si queréis preguntarle, ya ha cruzado el puente y no parece interesado ni lo más mínimo en mirar atrás. ¿Cómo deseáis saciar vuestra curiosidad?
- Murasaki - 4:
- La bella vida del agente, ¿verdad? Infiltrarse en el Cipher Pol no ha sido fácil, pero lo parece cuando echas la vista atrás y te das cuenta de todo aquello a lo que has debido renunciar para seguir allí… Llegas a preguntarte si realmente ha valido la pena. Sin embargo, lo has hecho, y tu personaje ha logrado destacar entre las filas de la Agencia. Es por eso que te han infiltrado en las filas de Iulius C. Zar, el peligroso emperador del mar que muchos sospechaban, y ha resultado ser cierto, tiene tratos con los piratas de Kepler.
Todavía no has descubierto nada, pero tras conseguir que te aceptaran ahora formas parte de su flota, y como tal te exigen que hagas determinadas cosas. Lo que tal vez no esperabas era que Meame Necabit, tu superior directo, te enviase a una primera misión tan brutal.
– Demuestra que quieres estar aquí –te dice, antes de abrir la puerta de una casa.
Os encontráis en Udon. Antaño había una gran prisión-mina, pero hoy en día se encuentra una región en cierta medida próspera, de calor tórrido gran parte del día y con gran cantidad de familias viviendo alrededor del foso. En la mano, Meame lleva un cuchillo, pero el mango apunta hacia ti. Toda la tripulación está entrando sin piedad en los hogares, asesinando a cada persona que se encuentra y saliendo con un impresionante botín en metales y joyas, aunque estás segura de que no es lo que están buscando.
Con la puerta abierta puedes ver cómo una mujer corría atropelladamente por un pasillo hasta esconderse en una habitación. También puedes fijarte en que un anciano se ha quedado en el sofá, mirándote con cierto miedo, aunque no aparta los ojos. Te está juzgando con ellos. Tal vez esté demasiado viejo para correr, o sea demasiado orgulloso. En su cinturón puedes ver la vaina de una katana, pero por cómo la protege no sabes si realmente tiene hoja o es un farol.
– ¿A qué estás esperando? El Imperator lo necesita ahora.
- Lance - 5:
- Te noto cambiado, muchacho. Tras tanto tiempo por fin empieza a notarse que no eres un niño pequeño. ¡Y mírate! Hasta usas vehículo propio, como todo un hombre. Ahora es momento de demostrar que ese cambio no es solo un cascarón vacío.
Tal vez por eso has viajado hasta Wano, donde sabes que todo se está incendiendo por momentos. Los rumores de que Zane D. Kenshin esclavizó piratas se convirtió en la fehaciente realidad cuando estos se sublevaron, pero lo peor es que ese no es ni de lejos el mayor de los problemas: La Marina ha entrado por el noreste, e Hipatia ha tomado el sureste avanzando sin ningún problema hasta la capital. Por si fuera poco, ahora mismo estás en la tesitura de decidir si desembarcas en un Kuri en guerra o en un Udon totalmente arrasado por miles de tritones que, por cierto, avanzan sin resistencia por el sur de Kuri.
Si tomas como opción Kuri, consulta la moderación de Lysbeth y Shinobu. Si decides atracar en Udon…
Soltar el ancha en un precario muelle que creías discreto se convierte en una aparente trampa mortal. No tardas en ver bajo las aguas cristalinas un sinfín de manchas negras que se arremolinan bajo tu barco, y aunque apenas puedes captarlos escuchas cantos de ballena. Sientes una cierta urgencia, pero antes de que puedas apenas reaccionar llegan dos gyojins vestidos con uniforme negro, armados con alfanjes y fusiles. Son soldados de la reina, que llevan sus manos a la empuñadura mientras te saludan:
– ¡Alto, ¿quién va? –exclaman a la vez–. ¡Identifíquese, piel seca!
Por ponerte un poco en situación, estás en un pequeño muelle de un único pasillo, y frente a ti apenas hay un par de cabañas de pescadores; no mucho más. Sin embargo, mirando un poco más a lo lejos te puedes dar cuenta de que hay improvisados refugios en las lomas, y trincheras preparadas por si deben defender una invasión. Asimismo, en el llano a unos cien metros da inicio lo que podrías reconocer como un pueblecito, pero es extraño porque no parece haber ni un solo movimiento en él.
- Aki/Lysbeth - 6:
- Desde que recuperaste la memoria todo ha sido un choque tras otro. Aunque ya eras consciente, parece que de pronto el mundo se ha vuelto loco. Es como si de repente todo te afectase más, o lo vieras con unos ojos más realistas… O cautos. En cualquier caso desde que has zarpado en el Loreley todo ha sido una sorpresa tras otra. Convoyes de reyes marinos, enormes barcos que hacen al tuyo palidecer en comparación y un movimiento en los mares que, en cualquier caso, no resulta nada común. Hay batallas por todas partes, salpicadas en medio del océano, tanto de marines contra piratas como de piratas entre ellos.
Aun así, logras mantenerte al margen.
Con los días vas llegando hasta las costas de la isla, y puedes ver al enorme dragón dorado sembrar el terror entre las tropas del otro yonkou. Puedes acceder a Kuri, sí, pero te fijas en algo que hay sobre el suelo de cubierta.
Si lo coges puedes ver que se trata de un anillo dorado, con sello para el lacre en forma de dos serpientes cruzadas en círculos sobre sí mismas. Es la cicatriz de tu pecho; es tu pasado, algo que creíste ya superar pero, por lo visto, no ha logrado superarte a ti.
Si ignoras el anillo –y aunque no lo hagas, en realidad– el barco logra atracar en una cala tranquila. Sin embargo allá donde miras no hay tranquilidad, solo fuego y guerra. Granjeros con armas y fusiles peleando contra otros que se pertrechan de hoces y guadañas. Parece que los cadáveres se apilan unos sobre otros, y la sangre derramada dibuja kanjis de dolor sobre la tierra mientras cae hacia los arrozales. En un determinado momento, una bala rebota contra tu hombro. Si te fijas verás que se trata de una mujer de avanzada edad, que desde su ventana apenas puede mantener recto el cañón y te mira con temor. Al ver que no te hace nada, cierra la ventana de golpe y se refugia en el interior. También hay en el suelo una niña ensangrentada, pero si te acercas a ella verás que aún respira, muy débilmente. Elige lo que harás sabiamente.
Por cierto, una chica acaba de chocar contra ti. Parece desorientada y en medio de un ataque de pánico.
- Shinobu - 7:
- ¿Qué demonios está pasando? Miras a un lado, y a otro, sin terminar de comprender. Observas con desesperación todo el fuego que asola los campos, y también cómo mujeres y hombres se enfrentan y se matan por igual, sin ningún tipo de pudor. Lo peor de todo es que escuchas el atronador sonido de algo… ¿Qué es? Constantemente oyes explosiones, como pequeños truenos, y hay gente con tubos que humean y objetos que lanzan bolas de metal, un metal que no identificas.
Has aparecido en mitad del fuego cruzado, pero afortunadamente nada ha sucedido y puedes hacerte una imagen mental del lugar antes de entrar en pánico y salir corriendo. Afortunadamente, nadie intenta atacarte debido a, supones, tu grito aterrorizado. Y no es para menos, porque todo de pronto es demasiado. Simplemente demasiado, y en medio de tu carrera… Bueno, no podrías garantizar que no hayas matado a alguien en medio de la carrera por tu vida, pero te chocas contra alguien. Se trata de una mujer de cabellos morenos y ojos dorados, que está frente a una niña moribunda. Es alta, mucho más que tú, y viste… Bueno, digamos que en tu época nadie se atrevería a vestir así.
Nota: Puedes completar tu moderación apoyándote en la de Lysbeth.
- Kiritsu - 8:
- ¿Quién os diría que un lugar de tan difícil acceso se convertiría en el centro del mundo? Imagino que nadie y, por lo que se ve, al Almirante en Jefe tampoco. El Den Den Mushi echa fuego, y es que no puede permitir que una de las cabezas de la Marina, uno de los grandes guerreros capaces de mantener el orden en el mundo y oponerse a los monstruos que azotan los océanos, parezca más un niño maniatado que un verdadero Almirante.
Las tropas de la Marina avanzan por Wano, valiéndose de su innegable superioridad numérica, armamentística, táctica y casi cualquier cosa que se os ocurra para someter el territorio que pisa... Pero dejemos a un lado la descripción del entorno para centrarnos en vosotros.
Desembarcasteis junto al resto de las tropas en Ringo, la cual cayó ante vuestro empuje y os sirvió como asentamiento para expandiros por todo Wano. La Capital de las Flores se plantea como una fortaleza inexpugnable en estos momentos, de ahí que hayáis optado por rodearla y os encontréis en la actualidad en Hakumai. Tal vez aún estéis bastante lejos de Udon, pero un olor a muerte acompaña al vuelo de los cuervos ante la atenta y distante mirada del cráneo de Onigashima. Puede que sea un mal presagio, aunque no sé si sois muy supersticiosos o no.
―Los hombres están cansados ―dice entonces Molins, un capitán muy aplicado aunque un tanto falto de sangre en las venas. No sé si estaréis juntos, separados, o si alguno habrá tomado una ruta diferente a la de Hakumai, pero Molins parece estar pidiendo un descanso para los suyos. Quizás sea un buen momento para valorar la situación. ¿El infierno bélico de Kuri? ¿La impenetrable Capital de las Flores?
- Yarmin y Zaina - 9:
- No sé si quiero saber cómo habéis llegado hasta aquí, aunque supongo que ya me lo contaréis ―o no, como veáis―. El caso es que, mientras marines, piratas y surcadores de los mares de toda índole se enfrentan a lo largo y ancho de Wano, vosotros habéis conseguido plantaros a poco menos de dos kilómetros de la Capital de las Flores.
Desconozco el acceso que tendrá Zaina a la información de la Marina, pero estoy seguro de que el agente podrá habérselas ingeniado para conocer con bastante precisión cómo está la situación. La Marina no consigue acercarse siquiera al lugar donde se cree está cautivo el Almirante Kurookami… Probablemente que sean tropecientas personas de uniforme dificulte la labor de acercarse con disimulo, aunque daremos por hecho que no quieren hacerlo de ese modo… Sea como sea, vosotros, que sólo sois dos, sí que habéis conseguido ―si es que queréis, claro― acercaros hasta poco más de un kilómetro del núcleo mismo de Wano.
¿El problema? Pues bueno, que ya son varias las patrullas que habéis podido divisar en la distancia y el ruido que escucháis a unos cincuenta metros por delante de vuestra posición informa de que tenéis una extremadamente cerca, la cual, por supuesto, se dirige hacia vosotros. Tenéis libertad absoluta para describir a quienes la conforman si decidís interactuar con ellos, aunque no creo que se muestren demasiado amistosos en el primer contacto.
- Ryuu - 10:
- El rastro de destrucción que ha dejado Hipatia Stix a sus espaldas es tan desgarrador como fácil de seguir. Poco o nada queda del Udon que un día conoció la gente de Wano, y es que todos aquellos que han osado poner un pie en el camino que ella quería recorrer han visto abruptamente el fin de sus días.
En cuanto a ti, has llegado bastante después de que la reina del Reino Ryuugu moviese ficha, encontrándote en estos momentos en la zona de Udon más cercana a Kuri. Esta región parece haberse convertido en una gigantesca pira, pues columnas de humo negro se alzan hacia los cielos y se funden en una sola. El aire parece estar impregnado de muerte y tristeza, ambas llegadas desde otro tiempo con la inequívoca intención de quedarse.
La Marina ha tomado el este ―si aquí las brújulas tuviesen algo de razón, claro― y cualquiera podría suponer que no se quedarán allí esperando a que todo se solucione sólo. Hacia el oeste, el mayor campo de batalla que se haya podido contemplar en decenios y, hacia el noreste, el gran símbolo de Wano, su capital. A simple vista parece que hay tres direcciones que podrías tomar, pero no seré yo quien te haga elegir una de ellas.
Luka Rooney
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Luka no sabía lo que había echado de menos los viajes con los Arashi hasta que no se vió inmerso en uno. Aunque era un viaje vital para él y su gente, el pirata intentó relajarse lo máximo que pudo. Y relajarse en un barco donde está Zane, Therax, Marc y compañía, era bastante sencillo.
Casi lo primero que hizo al montar en el barco fue ir a ver su camarote, que tal y como le había prometido su ex-capitán, estaba tal cual lo habían dejado. Sus libros para aparentar que leía, el escritorio cuyo cajón había sido diseñado para guardar en una falsa superficie bolsitas de cualquier sustancia, e incluso la pata derecha hueca de su cama. Aquello le recordó que había guardado bolsas de marihuana de buena calidad allí, así que dió un par de tirones y abrió la para desde su soporte inferior, pero para su desgracia, tanto tiempo había pasado factura en su mercancía. Estaba seca. No pudo reprimir una gota cayendo por su mejilla, y en ese momento Marc entró al camarote.
-Mira, amigo. Me fui y dejé esto aquí… Es una pena, menos mal que tengo más. ¿Qué tal ha sido todo este tiempo sin mi?
Mientras su siempre sonriente y parlanchin amigo le contaba cosas, el tiburón se dispuso a recoger todas las pastillas, polvos y hojas en buen estado de cada rincón secreto de su habitación, y tras ello sacó los que traía en la mochila. Los fue clasificando y almacenando de nuevo, a excepción de unas bolsas que metió en su mochila. Algunas sustancias potenciarían su físico o el de sus amigos, y otras su estado anímico, aunque fuese temporalmente. Se tomó una de las pastillas azules y le ofreció una a Marc. La última vez que le dio una casi mata a la banda entera, ya que provocó una tremenda erección en el gigante.
Para el bien del estado del barco, aquella pastilla sólo relajará al gigante durante unos minutos, y aquello era exactamente lo que necesitaba el gyojin. Cuando su amigo hubiese acabado de contarle todo lo que tuvieran pendiente, saldría con él a cubierta, y se acercaría a su capitán, que estaba haciendo trampas en todos los juegos en los que le dejaban participar.
-Bueno bueno, capi. Muchas gracias por ayudarme en esto, pero hay una cosa que tienes que saber antes de nada. Si todo sale bien, nos encontraremos a una mujer allí dentro. Lleva mi nombre, os pido que no intervengais, aunque me cueste la muerte. Que por otro lado, nunca me llega, así que debéis estar tranquilos.
El viaje siguió su curso, y acabaron llegando a las cercanías de Wano, donde aguardaba la bruja de la Isla Gyojin. Había llegado bastante antes, por lo que era muy probable que hubiese preparado una buena defensa antes de llegar a ella. ¿Dónde estaría Ryuu?
Pero entonces, un espectáculo sucedió en la cercanía, primero una corriente extraña que sacudió el barco, y tras ello un gran remolino provocado por un enorme gyojin que salto a cubierta, provocando un gran boquete.
-Si me meto en el agua puedo prevenir estas cosas -le dijo a Therax con el semblante serio-. En cuanto nos encarguemos de este lo haré.
El habitante del mar dio un par de pasos al frente, suficientes para situarse a escasos tres metros del gyojin que acababa de gritar que la reina aceptaba el reto.
-Dirás la usurpadora -matizó a la par que escupía al suelo-. ¿Qué te hace servirla? Tienes dos opciones, saco de mierda -los ojos de Luka se fueron tornando rojizos a la par que se notaba que empezaba a encenderse-. Acabar en el suelo sin dientes, o servir al bando correcto.
Tras sus palabras, el tiburón se preparó para una posible defensa. Su experiencia le decía que aquello podía acabar de dos maneras, o bien el tipo seguía su juego fanfarrón, o pasaba a la opción. Aunque había una tercera, que hueyese. Aunque si optaba por esa, le iba a saltar mar para salvarse de Luka.
Casi lo primero que hizo al montar en el barco fue ir a ver su camarote, que tal y como le había prometido su ex-capitán, estaba tal cual lo habían dejado. Sus libros para aparentar que leía, el escritorio cuyo cajón había sido diseñado para guardar en una falsa superficie bolsitas de cualquier sustancia, e incluso la pata derecha hueca de su cama. Aquello le recordó que había guardado bolsas de marihuana de buena calidad allí, así que dió un par de tirones y abrió la para desde su soporte inferior, pero para su desgracia, tanto tiempo había pasado factura en su mercancía. Estaba seca. No pudo reprimir una gota cayendo por su mejilla, y en ese momento Marc entró al camarote.
-Mira, amigo. Me fui y dejé esto aquí… Es una pena, menos mal que tengo más. ¿Qué tal ha sido todo este tiempo sin mi?
Mientras su siempre sonriente y parlanchin amigo le contaba cosas, el tiburón se dispuso a recoger todas las pastillas, polvos y hojas en buen estado de cada rincón secreto de su habitación, y tras ello sacó los que traía en la mochila. Los fue clasificando y almacenando de nuevo, a excepción de unas bolsas que metió en su mochila. Algunas sustancias potenciarían su físico o el de sus amigos, y otras su estado anímico, aunque fuese temporalmente. Se tomó una de las pastillas azules y le ofreció una a Marc. La última vez que le dio una casi mata a la banda entera, ya que provocó una tremenda erección en el gigante.
Para el bien del estado del barco, aquella pastilla sólo relajará al gigante durante unos minutos, y aquello era exactamente lo que necesitaba el gyojin. Cuando su amigo hubiese acabado de contarle todo lo que tuvieran pendiente, saldría con él a cubierta, y se acercaría a su capitán, que estaba haciendo trampas en todos los juegos en los que le dejaban participar.
-Bueno bueno, capi. Muchas gracias por ayudarme en esto, pero hay una cosa que tienes que saber antes de nada. Si todo sale bien, nos encontraremos a una mujer allí dentro. Lleva mi nombre, os pido que no intervengais, aunque me cueste la muerte. Que por otro lado, nunca me llega, así que debéis estar tranquilos.
El viaje siguió su curso, y acabaron llegando a las cercanías de Wano, donde aguardaba la bruja de la Isla Gyojin. Había llegado bastante antes, por lo que era muy probable que hubiese preparado una buena defensa antes de llegar a ella. ¿Dónde estaría Ryuu?
Pero entonces, un espectáculo sucedió en la cercanía, primero una corriente extraña que sacudió el barco, y tras ello un gran remolino provocado por un enorme gyojin que salto a cubierta, provocando un gran boquete.
-Si me meto en el agua puedo prevenir estas cosas -le dijo a Therax con el semblante serio-. En cuanto nos encarguemos de este lo haré.
El habitante del mar dio un par de pasos al frente, suficientes para situarse a escasos tres metros del gyojin que acababa de gritar que la reina aceptaba el reto.
-Dirás la usurpadora -matizó a la par que escupía al suelo-. ¿Qué te hace servirla? Tienes dos opciones, saco de mierda -los ojos de Luka se fueron tornando rojizos a la par que se notaba que empezaba a encenderse-. Acabar en el suelo sin dientes, o servir al bando correcto.
Tras sus palabras, el tiburón se preparó para una posible defensa. Su experiencia le decía que aquello podía acabar de dos maneras, o bien el tipo seguía su juego fanfarrón, o pasaba a la opción. Aunque había una tercera, que hueyese. Aunque si optaba por esa, le iba a saltar mar para salvarse de Luka.
Maki
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Isla Gyojin. Palacio Ryugu. Unos días antes.
Me voy a matar humanos. Intenta no destruir la isla hasta que vuelva. Tienes comida en la nevera para toda la semana.
PD: Odio a tu madre.
Una línea y media. Su esposa no había necesitado más de una línea y media en un trozo de papel para decirle que se iba. ¿A dónde? No lo decía. ¿Por qué? Ni idea. Maki acababa de volver de la lucha en Terrel y se encontraba con que su mujer lo abandonaba. Su madre había tenido razón cuando le dijo que no era de fiar. Y aun así...
-¡VIVA!
Por fin se había librado de esa irritante sirena. ¡Ahora podría ser libre! Se sentaría en el sofá bueno sin ponerle sábanas, comería en la cama y haría todo lo que quisiera. De nuevo disfrutaría de la vida de soltero, aunque fuese solo un tiempo. O eso creía. Solo tardaron dos días en empezar a llegarle las malas noticias.
-¡Majestad! ¡Majestad! -llegó gritando un mensajero-. ¡La reina Hipatia está invadiendo una isla de la superficie!
Esas noticias le desconcertaron. ¿Para qué quería su mujer una isla humana? Desde la boda había sabido que estaba un poco loca, pero no tanto. A lo mejor la quería para cuando lo echase de la cama. Enviarle a dormir al sofá no debía de parecerle suficiente. Como le parecía bien la separación temporal, no le dio mucha importancia. El problema era que, en su camino hasta Wano, Hipatia había ido acumulando una gran cantidad de gastos: facturas, demandas, el pago a los soldados, las armas, los pertrechos... Y todas se las mandaban a él.
-¡¿Comida especial para los reyes marinos?! ¡Pero si comen peces! ¡Y encima se ha llevado la máquina de helados!
Maki nunca hubiera imaginado que una invasión supusiera tanto papeleo, y encima le tocaba rellenarlo. Literalmente suspiró de alivio cuando le llegaron las órdenes de Báltigo. Le enviaban a Wano, al mismo lugar donde su esposa estaba causando estragos. Debía ser cosa del destino. Maki lo tenía claro: solo él podía detener a su mujer.
País de Wano. En la actualidad.
-Vale, vale, a ver que me aclare. Hipatia está conquistando Wano, que es propiedad de un súper pirata, ¿no? Y también hay otro súper pirata atacando junto con otro montón de piratas. ¿Es amigo de mi mujer? No serán amantes... Y también está la Marina opresora, que ataca desde otro lado a saber por qué. Y, en medio, nosotros. ¿Es más o menos eso, Susu?
Lo cierto es que, con tanto lío, había tenido sus dudas sobre si podrían hacer algo útil allí, pero al ver el comando de élite que le habían asignado, se relajó. Ya había trabajado antes con el joven Pulmones, promesa de la Revolución, y sabía que Susu, aunque pésimo en los pulsos, daría la talla. Siempre y cuando recordase que, en caso de haber dos oficiales en la misma misión, mandaba el que tuviera la boina más grande, y ese sería Maki. Ir en barco no le hacía tanta gracia, pero al menos podía usarlo para poner su ropa a tender mientras iba nadando.
Según se acercaban a la isla, la situación se ponía peligrosa. No tardaron en verse inmersos en una batalla marítima en la que sus escasos números no ayudaban. Maki, como jefe autoproclamado de la expedición, se permitió el lujo de repartir camisetas conmemorativas. En ellas se veía la cara del propio Maki junto a la frase: “Yo fui a Wano con el pez”.
-¡Muy bien, camaradas! ¡Recordad que hemos venido a...! ¿A qué hemos venido? Ah, sí, ¡a salvar el mundo! ¡Y mi matrimonio! ¡Lucharemos hasta la muerte para traer la paz a esta isla y recuperar mi máquina de helados!
La verdad era que no tenía ni idea de qué cómo iban a calmar a toda esa gente enfrentada. Confiaban en que pudiesen lograrlo quitando a su esposa del trono. Irónicamente, solo estaba allí porque Maki la había puesto en otro trono. ¿Sería cosa del karma? Si ahora le quitaba un reino tras haberle dado otro, estarían en paz.
No podía decirse que le interesase mucho quien mandase en Wano -al fin y al cabo, eran gananciales-, pero no podía tolerar que su nombre, y por tanto el de la Revolución, se viese ensuciado por las acciones de su esposa. Y como siguieran llegando demandas al palacio le iban a arruinar. Era su responsabilidad poner fin a todo aquello. Se enfrentaría a su propio ejército si era necesario, alejaría a su malvada esposa de aquella tierra inocente y salvaría al mundo a la vez que su vida conyugal. Se llevaría a Hipatia de vuelta a la Isla Gyojin.
Cuando atracaron en la isla les comunicaron las órdenes de hacerse con un castillo. Maki tenía experiencia en esas cosas, pero no podía lanzarse al ataque hasta que sus hombres hubiesen llegado a salvo a la costa.
-Susu, te dejo el castillo. Ya nos veremos allí.
Dejando que su comando se ocupara de la misión en tierra, Maki se lanzó al mar para escoltar a sus barcos y tripulantes hasta la isla. Coger a los humanos que se ahogaban y meterlos en algún otro barco sería tan sencillo como arrojarlos como si fuesen fardos, pero seguramente tendría que hundir a cabezazos algún barco enemigo.
Ningún pirata se pondría en el camino de la Causa, no mientras Augustus Makintosh se disponía a salvar el mundo.
Me voy a matar humanos. Intenta no destruir la isla hasta que vuelva. Tienes comida en la nevera para toda la semana.
PD: Odio a tu madre.
Una línea y media. Su esposa no había necesitado más de una línea y media en un trozo de papel para decirle que se iba. ¿A dónde? No lo decía. ¿Por qué? Ni idea. Maki acababa de volver de la lucha en Terrel y se encontraba con que su mujer lo abandonaba. Su madre había tenido razón cuando le dijo que no era de fiar. Y aun así...
-¡VIVA!
Por fin se había librado de esa irritante sirena. ¡Ahora podría ser libre! Se sentaría en el sofá bueno sin ponerle sábanas, comería en la cama y haría todo lo que quisiera. De nuevo disfrutaría de la vida de soltero, aunque fuese solo un tiempo. O eso creía. Solo tardaron dos días en empezar a llegarle las malas noticias.
-¡Majestad! ¡Majestad! -llegó gritando un mensajero-. ¡La reina Hipatia está invadiendo una isla de la superficie!
Esas noticias le desconcertaron. ¿Para qué quería su mujer una isla humana? Desde la boda había sabido que estaba un poco loca, pero no tanto. A lo mejor la quería para cuando lo echase de la cama. Enviarle a dormir al sofá no debía de parecerle suficiente. Como le parecía bien la separación temporal, no le dio mucha importancia. El problema era que, en su camino hasta Wano, Hipatia había ido acumulando una gran cantidad de gastos: facturas, demandas, el pago a los soldados, las armas, los pertrechos... Y todas se las mandaban a él.
-¡¿Comida especial para los reyes marinos?! ¡Pero si comen peces! ¡Y encima se ha llevado la máquina de helados!
Maki nunca hubiera imaginado que una invasión supusiera tanto papeleo, y encima le tocaba rellenarlo. Literalmente suspiró de alivio cuando le llegaron las órdenes de Báltigo. Le enviaban a Wano, al mismo lugar donde su esposa estaba causando estragos. Debía ser cosa del destino. Maki lo tenía claro: solo él podía detener a su mujer.
País de Wano. En la actualidad.
-Vale, vale, a ver que me aclare. Hipatia está conquistando Wano, que es propiedad de un súper pirata, ¿no? Y también hay otro súper pirata atacando junto con otro montón de piratas. ¿Es amigo de mi mujer? No serán amantes... Y también está la Marina opresora, que ataca desde otro lado a saber por qué. Y, en medio, nosotros. ¿Es más o menos eso, Susu?
Lo cierto es que, con tanto lío, había tenido sus dudas sobre si podrían hacer algo útil allí, pero al ver el comando de élite que le habían asignado, se relajó. Ya había trabajado antes con el joven Pulmones, promesa de la Revolución, y sabía que Susu, aunque pésimo en los pulsos, daría la talla. Siempre y cuando recordase que, en caso de haber dos oficiales en la misma misión, mandaba el que tuviera la boina más grande, y ese sería Maki. Ir en barco no le hacía tanta gracia, pero al menos podía usarlo para poner su ropa a tender mientras iba nadando.
Según se acercaban a la isla, la situación se ponía peligrosa. No tardaron en verse inmersos en una batalla marítima en la que sus escasos números no ayudaban. Maki, como jefe autoproclamado de la expedición, se permitió el lujo de repartir camisetas conmemorativas. En ellas se veía la cara del propio Maki junto a la frase: “Yo fui a Wano con el pez”.
-¡Muy bien, camaradas! ¡Recordad que hemos venido a...! ¿A qué hemos venido? Ah, sí, ¡a salvar el mundo! ¡Y mi matrimonio! ¡Lucharemos hasta la muerte para traer la paz a esta isla y recuperar mi máquina de helados!
La verdad era que no tenía ni idea de qué cómo iban a calmar a toda esa gente enfrentada. Confiaban en que pudiesen lograrlo quitando a su esposa del trono. Irónicamente, solo estaba allí porque Maki la había puesto en otro trono. ¿Sería cosa del karma? Si ahora le quitaba un reino tras haberle dado otro, estarían en paz.
No podía decirse que le interesase mucho quien mandase en Wano -al fin y al cabo, eran gananciales-, pero no podía tolerar que su nombre, y por tanto el de la Revolución, se viese ensuciado por las acciones de su esposa. Y como siguieran llegando demandas al palacio le iban a arruinar. Era su responsabilidad poner fin a todo aquello. Se enfrentaría a su propio ejército si era necesario, alejaría a su malvada esposa de aquella tierra inocente y salvaría al mundo a la vez que su vida conyugal. Se llevaría a Hipatia de vuelta a la Isla Gyojin.
Cuando atracaron en la isla les comunicaron las órdenes de hacerse con un castillo. Maki tenía experiencia en esas cosas, pero no podía lanzarse al ataque hasta que sus hombres hubiesen llegado a salvo a la costa.
-Susu, te dejo el castillo. Ya nos veremos allí.
Dejando que su comando se ocupara de la misión en tierra, Maki se lanzó al mar para escoltar a sus barcos y tripulantes hasta la isla. Coger a los humanos que se ahogaban y meterlos en algún otro barco sería tan sencillo como arrojarlos como si fuesen fardos, pero seguramente tendría que hundir a cabezazos algún barco enemigo.
Ningún pirata se pondría en el camino de la Causa, no mientras Augustus Makintosh se disponía a salvar el mundo.
- Resumen:
- Maki llega a la isla para llevarse a su esposa a casa - Reparte camisetas y da un bonito discurso - Deja a Osu a cargo de conquistar el castillo y se lanza al mar para salvar a los revos y hundir unos cuantos barcos piratas.
Aki D. Arlia
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¿Qué demonios estaba ocurriendo? Tenía la sensación de que el mundo se había vuelto bocabajo. Los rumores de guerra hacían que un escalofrío le recorriese la espalda. Había participado ya en suficientes para saber que nunca traían nada bueno. Caos, violencia y destrucción hasta donde alcanzaba la vista.
Y ella, por supuesto, había ido derechita hasta el centro de todo eso.
No es que le gustaran las guerras, pero desde luego no iba a ignorarlas. Una sirena se había sentado en el trono de Wano, piratas inundaban las aguas y estaba convencida de que era la primera vez que veía tantos buques de guerra juntos. Eso por no mencionar todo lo demás. La reina marina con la que se habían topado en la isla de las amazonas palidecía en comparación con los convoyes que se había encontrado en camino a su destino. No eran lo único, a su alrededor no dejaba de cruzarse con barcos tan grandes que hacían que el suyo pareciera de juguete. Y el Loreley no era precisamente pequeño. Aún así, sus velas de color azul oscuro y la ornamentada L negra poco podían hacer para intimidar en una situación así. Todos los días presenciaba alguna batalla, pequeña o grande. Y todos los días escogía continuar navegando, directa hasta Wano. Sabía que lo peor del asunto tenía que estar sucediendo allí.
El cómo logró llegar a la playa era un misterio cuya respuesta no quería conocer. Estaba allí y eso era lo importante. Tanto sus cuchillos como sus sai estaban debidamente afilados y colocados en su sitio, a la espera de que decidiera utilizarlos. Por lo demás, un sencillo vestido negro ajustado hasta la cintura y falda con vuelo hasta las rodillas le daba toda la libertad de movimientos que iba a necesitar. La larga melena, negra de momento, estaba suelta y sus ojos dorados escudriñaban la costa con curiosidad. Había decidido llegar como Lysbeth, pues aunque echara de menos su verdadero físico era consciente de que mucha más gente le reconocería con ese y en una situación así, los aliados eran de lo más importante.
Mientras su barco terminaba de atracar, se fijó en algo que brillaba en el suelo de la cubierta. Lo cogió y tan pronto vio lo que era lo apretó en su mano, mirando a su alrededor. La ira se había apoderado de su expresión y le costó unos segundos calmarse. No estaba ahí antes. Quien quiera que lo hubiera colocado… podía darle problemas si sabía más de lo que debía. Activó su haki mantra buscando alguna presencia que no debiera estar ahí, pero con el caos que reinaba en el lugar, no tenía muchas esperanzas de averiguar algo. En lugar de quemarlo, esta vez se lo guardó. Lidiaría con ese asunto y lo terminaría de una vez por todas, lo tenía muy claro. De momento, sin embargo, Wano le esperaba.
Bajó a tierra y en seguida fue recibida por una bala en el hombro. A su alrededor granjeros y gente con armas peleaban y apilaban cadáveres y sangre por todas partes. Demonios, menuda entrada. Y lo peor era que de toda esa gente quien le había disparado era una abuelita. Lys abrió los brazos pidiendo una explicación con mirada exasperada, pero ella se apresuró a cerrar las ventanas. Pues vaya con la abuela.
En el suelo había una niña, que pese a que todavía respiraba, estaba ensangrentada y no parecía quedarle mucho tiempo. Ella no sabía mucho de medicina, pero la experiencia le había enseñado algo de primeros auxilios. Buscaría la herida y la taponaría con una tira de tela. Bien podía arrancarla de la camisa de un cadáver, su ocupante no iba a utilizarla. Poco más podía hacer, pero intentaría que estuviera cómoda. A su alrededor no había más que combatientes, encontrar un médico no era algo realista. Ninguna niña iría hasta allí por su cuenta, debía de ser una nativa de la isla. Qué mala suerte había tenido.
-Si prefieres que se acabe ya, tan solo asiente.
Si se lo pedía, acabaría con su sufrimiento simplemente rompiéndole el cuello. Si no, le ayudaría a sentarse y le dejaría reposar. No iba a estar más cómoda, pero desde luego habría menos probabilidades de que se durmiera y se le fuera. Junto a ella por lo menos intuía que no le llegarían más balas y de momento necesitaba organizarse.
O al menos eso iba a hacer, hasta que una chica chocó con ella. Estaba gritando y su primer instinto fue ponerle la mano en el hombro y transmitirle una breve onda de placer para que se calmara, antes de mirarle a los ojos.
-Eh. ¡EH! Ya está, ya pasó. ¿Qué es lo que ocurre?
Igual debería haber especificado, porque la verdad es que la estampa justificaba el estar corriendo y gritando. Pero tenía cuernos y un vistazo le había bastado para saber que era alguien que entrenaba. No sabía de dónde había salido, pero no era de por allí.
-¿Necesitas ayuda?
Asumía que la respuesta sería un sí, pero lo mejor era asegurarse.
Y ella, por supuesto, había ido derechita hasta el centro de todo eso.
No es que le gustaran las guerras, pero desde luego no iba a ignorarlas. Una sirena se había sentado en el trono de Wano, piratas inundaban las aguas y estaba convencida de que era la primera vez que veía tantos buques de guerra juntos. Eso por no mencionar todo lo demás. La reina marina con la que se habían topado en la isla de las amazonas palidecía en comparación con los convoyes que se había encontrado en camino a su destino. No eran lo único, a su alrededor no dejaba de cruzarse con barcos tan grandes que hacían que el suyo pareciera de juguete. Y el Loreley no era precisamente pequeño. Aún así, sus velas de color azul oscuro y la ornamentada L negra poco podían hacer para intimidar en una situación así. Todos los días presenciaba alguna batalla, pequeña o grande. Y todos los días escogía continuar navegando, directa hasta Wano. Sabía que lo peor del asunto tenía que estar sucediendo allí.
El cómo logró llegar a la playa era un misterio cuya respuesta no quería conocer. Estaba allí y eso era lo importante. Tanto sus cuchillos como sus sai estaban debidamente afilados y colocados en su sitio, a la espera de que decidiera utilizarlos. Por lo demás, un sencillo vestido negro ajustado hasta la cintura y falda con vuelo hasta las rodillas le daba toda la libertad de movimientos que iba a necesitar. La larga melena, negra de momento, estaba suelta y sus ojos dorados escudriñaban la costa con curiosidad. Había decidido llegar como Lysbeth, pues aunque echara de menos su verdadero físico era consciente de que mucha más gente le reconocería con ese y en una situación así, los aliados eran de lo más importante.
Mientras su barco terminaba de atracar, se fijó en algo que brillaba en el suelo de la cubierta. Lo cogió y tan pronto vio lo que era lo apretó en su mano, mirando a su alrededor. La ira se había apoderado de su expresión y le costó unos segundos calmarse. No estaba ahí antes. Quien quiera que lo hubiera colocado… podía darle problemas si sabía más de lo que debía. Activó su haki mantra buscando alguna presencia que no debiera estar ahí, pero con el caos que reinaba en el lugar, no tenía muchas esperanzas de averiguar algo. En lugar de quemarlo, esta vez se lo guardó. Lidiaría con ese asunto y lo terminaría de una vez por todas, lo tenía muy claro. De momento, sin embargo, Wano le esperaba.
Bajó a tierra y en seguida fue recibida por una bala en el hombro. A su alrededor granjeros y gente con armas peleaban y apilaban cadáveres y sangre por todas partes. Demonios, menuda entrada. Y lo peor era que de toda esa gente quien le había disparado era una abuelita. Lys abrió los brazos pidiendo una explicación con mirada exasperada, pero ella se apresuró a cerrar las ventanas. Pues vaya con la abuela.
En el suelo había una niña, que pese a que todavía respiraba, estaba ensangrentada y no parecía quedarle mucho tiempo. Ella no sabía mucho de medicina, pero la experiencia le había enseñado algo de primeros auxilios. Buscaría la herida y la taponaría con una tira de tela. Bien podía arrancarla de la camisa de un cadáver, su ocupante no iba a utilizarla. Poco más podía hacer, pero intentaría que estuviera cómoda. A su alrededor no había más que combatientes, encontrar un médico no era algo realista. Ninguna niña iría hasta allí por su cuenta, debía de ser una nativa de la isla. Qué mala suerte había tenido.
-Si prefieres que se acabe ya, tan solo asiente.
Si se lo pedía, acabaría con su sufrimiento simplemente rompiéndole el cuello. Si no, le ayudaría a sentarse y le dejaría reposar. No iba a estar más cómoda, pero desde luego habría menos probabilidades de que se durmiera y se le fuera. Junto a ella por lo menos intuía que no le llegarían más balas y de momento necesitaba organizarse.
O al menos eso iba a hacer, hasta que una chica chocó con ella. Estaba gritando y su primer instinto fue ponerle la mano en el hombro y transmitirle una breve onda de placer para que se calmara, antes de mirarle a los ojos.
-Eh. ¡EH! Ya está, ya pasó. ¿Qué es lo que ocurre?
Igual debería haber especificado, porque la verdad es que la estampa justificaba el estar corriendo y gritando. Pero tenía cuernos y un vistazo le había bastado para saber que era alguien que entrenaba. No sabía de dónde había salido, pero no era de por allí.
-¿Necesitas ayuda?
Asumía que la respuesta sería un sí, pero lo mejor era asegurarse.
- Resumen:
- Llegar a la playa, indignarse por el anillo y guardarlo, activar el haki de mantra para ver si reconoce alguna presencia o nota alguna fuera de lugar. Trata de cortar las heridas de la niña y si ella se lo pide, acaba con su sufrimiento. Si no, la sienta para que no se duerma y se quede k.o. Trata de hacer que Shinobu se relaje y le hable.
Unas semanas antes…
Se encontraba en la costa de uno de los manglares más peligrosos de todo el archipiélago Sabaody, un lugar que ni tan siquiera la marina solía visitar a no ser que quisieran empezar una batalla campal. Estaba cansado, recuperándose del gasto de energía tan grande que había empleado. Su principal idea había sido ir sobre los anchos y musculosos hombros de su recién nombrado segundo de abordo, Therax, pero como médico le insistió descansar antes de partir hacia el nuevo mundo.
—¿Desde cuándo te preocupas tanto por mi salud? —le pregunto con tono burlesco, guiñándole un ojo y bostezando justo después—. ¿Me analizaste sin que yo lo supiera y me has visto algo raro?
La superficie del mar que rodeaba aquella parte de la isla comenzó a enturbiarse, creando círculos concéntricos que se expandían formando un oleaje cada vez más intenso. Su propia bandera emergió del mar junto al resto de su barco: la deslumbrante Kin no Otome. Al timón se encontraba Marc, mientras que Nox, Vile y el resto de la tripulación los miraba desde la cubierta.
—¿Esto es verdad? —preguntó retóricamente en voz alta, justo antes de comenzar a reír.
Lo cierto era que su banda no era precisamente la más obediente, y mucho menos era disciplinada. ¿Qué había una jerarquía? Claro, como en cualquier otro ámbito de la vida, mas eso no implicaba que tuvieran que hacer caso siempre a lo que les decía su capitán, en este caso el bueno de Zane. Siendo sinceros muy pocas veces le hacía caso sin protestar algo, aunque en momentos de seriedad solían hacerlo… A regañadientes, claro está.
Zane no tardó ni un segundo en incorporarse y subirse al barco.
—Veo que seguís en vuestra línea… —comentó Zane, mirando a Marc—. ¿Ha sido cosa tuya? —le preguntó—. ¿O ha sido cosa vuestra? —su mirada se dirigió hacia Vile y Nox—. Porque teniendo en cuenta donde os deje y el tiempo que ha pasado, apenas tardasteis media hora en poner rumbo hacia aquí.
Y justo después, pusieron rumbo hacia el nuevo mundo, con la intención de hacer escala en la isla Gyojin y decirle a Luka que fuera con ellos.
En la actualidad…
Ascendían por las corrientes marítimas hacia la superficie, cuando la suerte con los dados volvió a favorecer al pelirrojo.
—¡Venga rubia! —exclamó al ver como Therax metía la ficha en su territorio repleto de casas de plástico—. O me das todos tus lereles o quítate la camiseta, que algo me dice que la buena de Antoñita quiere ver ese pechazo tuyo.
La poco agraciada okama miró a Therax, con los ojos haciendo chiribitas, y le guiñó un ojo al mismo tiempo que le tiraba un beso. Sin embargo, antes de poder saber la decisión de Therax, Luka apareció y reclamó la atención del capitán pirata.
—Si eso es lo que quieres…, es toda tuya —le dijo Zane con tono distendido—. Pero no seas orgulloso. Si te ves superado llámanos, si algo he aprendido desde que soy padre es que, en ocasiones, no puedes hacer las cosas solo. No eres menos hombre por recibir la ayuda de quienes te quieren en un momento complicado.
Y la voz de Manué interrumpió la conversación, seguido de un giro de timón muy brusco.
—¡Cabesas! —exclamó, dirigiéndose a Marc y Zane—. ¡E’hora de pille er timón arguno de los jefaso de la condusion y sus pongais ar lío! [/i]
—El timón me espera —le dijo a Luka—. Pero piensa en lo que te he dicho. Separados somos fuertes, pero también vulnerables. ¿Juntos? Que venga quien quiera, que nos los fumamos.
El pelirrojo se fue directo al castillo de popa, donde también se encontraba el semigigante.
—Hoy me encargo yo —le dijo—. Me conozco estas aguas como la palma de mi mano, y sabes que me encanta surcar una ola y aparcar en batería —le guiñó un ojo, sonriente—. ¡Señores! —gritó el pelirrojo—. ¡Desplegad las velas del palo de trinquete y el de mesana! ¡Y por mi difunto padre, después de asegurad los cabos de las velas del palo mayor, agarraos donde podáis que esto va a ser movidito!
Y como hubo prometido, así fue. Las corrientes marinas estaban locas, no seguían un camino lineal y continuo, sino que giraban en círculos, los hacía retroceder y tenían que ir cambiando de un lado al otro con movimientos del timón bastante bruscos. Olas gigantes los envolvía, a lo que el pelirrojo no dudó en posarse sobre la base de una y aprovechar la corriente de una de ellas para, de forma completamente increíble, subirse sobre su cresta y cabalgarla hasta que el desnivel marítimo volvió a su superficie.
Entonces, dos carpas empezaron a golpear el barco, uno por babor y el otro por estribor, como si estuvieran jugando a pasarlo de un lado al otro.
—¡Encañonad a esos putos peces! —gritó Zane, que intentaba aprovechar alguna corriente para dejar atrás a las carpas, sujetando el timón con fuerza para no desviarse del camino.
Su vista se posó sobre el cielo que estaba sobre la región de Kuri, donde tenía su casa y, seguramente, estaba su familia. «No puede ser…», pensó tragando saliva. Su corazón se aceleró y palpitó con fuerza. Sintió un tembleque en sus piernas y brazos, mientras que su garganta segregaba un exceso de saliva que tuvo que tragar. Respiró hondo, pensando que allí estaban Toshiro, Spanner y su abuelo para protegerlos. «Seguramente se habrán ido a alguno de los escondites que tienen para momentos de crisis», se dijo el pirata, tratando de calmarse.
Frente a ellos, como si supieran de alguna forma que iban a llegar por ahí, se alzó una flota de barcos con la bandera que tenían en sus estandartes y armaduras los captores de Luka, pero eso no iba a detenerlos.
Y de pronto, un remolino comenzó a crearse en mitad del océano, de cuyo centro emergió el rey marino más grande que había visto, de color verde y aspecto colosal, y alguien habló, aceptando el reto que el pelirrojo había lanzado semanas atrás y cayendo sobre la cubierta de su barco, agrietando sus tablones.
Como de costumbre, Luka fue el primero en dirigirse a él, así que Zane bloqueó el timón, para hacerle una señal a uno de los Okamas para que cogiera los mandos y avanzó hacia la cubierta, observando al gyojin. Por su aspecto parecía uno de esos peces que viven en las profundidades del mar, aunque con apariencia antropomórfica.
—Ya has escuchado a tu compatriota —dijo Zane, posando sutilmente la mano sobre la novena hoja fiordiana.
No tardó en usar el poder de su fruta del diablo para que el tiempo cambiara completamente alrededor de su barco en un radio de varios metros, haciendo que las nubes que estaban sobre ellos dejaran un hueco y se pudiera ver el cielo azul. La temperatura cambió paulatinamente, hasta que se situó en un verano cualquiera, y la mirada de Zane se posó sobre los ojos del hombre pez.
Clavó una mirada repleta de complicidad sobre sus tripulantes, y sin darle tiempo a reaccionar al gyojin, desplegó sus alas y se abalanzó sobre él con su katana en ristre, trazando una línea horizontal frente a su cara, tratando de lanzarle una poderosa llamarada con la única intención de cegarlo y que los demás aprovecharan y le atacaran rápidamente.
Se encontraba en la costa de uno de los manglares más peligrosos de todo el archipiélago Sabaody, un lugar que ni tan siquiera la marina solía visitar a no ser que quisieran empezar una batalla campal. Estaba cansado, recuperándose del gasto de energía tan grande que había empleado. Su principal idea había sido ir sobre los anchos y musculosos hombros de su recién nombrado segundo de abordo, Therax, pero como médico le insistió descansar antes de partir hacia el nuevo mundo.
—¿Desde cuándo te preocupas tanto por mi salud? —le pregunto con tono burlesco, guiñándole un ojo y bostezando justo después—. ¿Me analizaste sin que yo lo supiera y me has visto algo raro?
La superficie del mar que rodeaba aquella parte de la isla comenzó a enturbiarse, creando círculos concéntricos que se expandían formando un oleaje cada vez más intenso. Su propia bandera emergió del mar junto al resto de su barco: la deslumbrante Kin no Otome. Al timón se encontraba Marc, mientras que Nox, Vile y el resto de la tripulación los miraba desde la cubierta.
—¿Esto es verdad? —preguntó retóricamente en voz alta, justo antes de comenzar a reír.
Lo cierto era que su banda no era precisamente la más obediente, y mucho menos era disciplinada. ¿Qué había una jerarquía? Claro, como en cualquier otro ámbito de la vida, mas eso no implicaba que tuvieran que hacer caso siempre a lo que les decía su capitán, en este caso el bueno de Zane. Siendo sinceros muy pocas veces le hacía caso sin protestar algo, aunque en momentos de seriedad solían hacerlo… A regañadientes, claro está.
Zane no tardó ni un segundo en incorporarse y subirse al barco.
—Veo que seguís en vuestra línea… —comentó Zane, mirando a Marc—. ¿Ha sido cosa tuya? —le preguntó—. ¿O ha sido cosa vuestra? —su mirada se dirigió hacia Vile y Nox—. Porque teniendo en cuenta donde os deje y el tiempo que ha pasado, apenas tardasteis media hora en poner rumbo hacia aquí.
Y justo después, pusieron rumbo hacia el nuevo mundo, con la intención de hacer escala en la isla Gyojin y decirle a Luka que fuera con ellos.
En la actualidad…
Ascendían por las corrientes marítimas hacia la superficie, cuando la suerte con los dados volvió a favorecer al pelirrojo.
—¡Venga rubia! —exclamó al ver como Therax metía la ficha en su territorio repleto de casas de plástico—. O me das todos tus lereles o quítate la camiseta, que algo me dice que la buena de Antoñita quiere ver ese pechazo tuyo.
La poco agraciada okama miró a Therax, con los ojos haciendo chiribitas, y le guiñó un ojo al mismo tiempo que le tiraba un beso. Sin embargo, antes de poder saber la decisión de Therax, Luka apareció y reclamó la atención del capitán pirata.
—Si eso es lo que quieres…, es toda tuya —le dijo Zane con tono distendido—. Pero no seas orgulloso. Si te ves superado llámanos, si algo he aprendido desde que soy padre es que, en ocasiones, no puedes hacer las cosas solo. No eres menos hombre por recibir la ayuda de quienes te quieren en un momento complicado.
Y la voz de Manué interrumpió la conversación, seguido de un giro de timón muy brusco.
—¡Cabesas! —exclamó, dirigiéndose a Marc y Zane—. ¡E’hora de pille er timón arguno de los jefaso de la condusion y sus pongais ar lío! [/i]
—El timón me espera —le dijo a Luka—. Pero piensa en lo que te he dicho. Separados somos fuertes, pero también vulnerables. ¿Juntos? Que venga quien quiera, que nos los fumamos.
El pelirrojo se fue directo al castillo de popa, donde también se encontraba el semigigante.
—Hoy me encargo yo —le dijo—. Me conozco estas aguas como la palma de mi mano, y sabes que me encanta surcar una ola y aparcar en batería —le guiñó un ojo, sonriente—. ¡Señores! —gritó el pelirrojo—. ¡Desplegad las velas del palo de trinquete y el de mesana! ¡Y por mi difunto padre, después de asegurad los cabos de las velas del palo mayor, agarraos donde podáis que esto va a ser movidito!
Y como hubo prometido, así fue. Las corrientes marinas estaban locas, no seguían un camino lineal y continuo, sino que giraban en círculos, los hacía retroceder y tenían que ir cambiando de un lado al otro con movimientos del timón bastante bruscos. Olas gigantes los envolvía, a lo que el pelirrojo no dudó en posarse sobre la base de una y aprovechar la corriente de una de ellas para, de forma completamente increíble, subirse sobre su cresta y cabalgarla hasta que el desnivel marítimo volvió a su superficie.
Entonces, dos carpas empezaron a golpear el barco, uno por babor y el otro por estribor, como si estuvieran jugando a pasarlo de un lado al otro.
—¡Encañonad a esos putos peces! —gritó Zane, que intentaba aprovechar alguna corriente para dejar atrás a las carpas, sujetando el timón con fuerza para no desviarse del camino.
Su vista se posó sobre el cielo que estaba sobre la región de Kuri, donde tenía su casa y, seguramente, estaba su familia. «No puede ser…», pensó tragando saliva. Su corazón se aceleró y palpitó con fuerza. Sintió un tembleque en sus piernas y brazos, mientras que su garganta segregaba un exceso de saliva que tuvo que tragar. Respiró hondo, pensando que allí estaban Toshiro, Spanner y su abuelo para protegerlos. «Seguramente se habrán ido a alguno de los escondites que tienen para momentos de crisis», se dijo el pirata, tratando de calmarse.
Frente a ellos, como si supieran de alguna forma que iban a llegar por ahí, se alzó una flota de barcos con la bandera que tenían en sus estandartes y armaduras los captores de Luka, pero eso no iba a detenerlos.
Y de pronto, un remolino comenzó a crearse en mitad del océano, de cuyo centro emergió el rey marino más grande que había visto, de color verde y aspecto colosal, y alguien habló, aceptando el reto que el pelirrojo había lanzado semanas atrás y cayendo sobre la cubierta de su barco, agrietando sus tablones.
Como de costumbre, Luka fue el primero en dirigirse a él, así que Zane bloqueó el timón, para hacerle una señal a uno de los Okamas para que cogiera los mandos y avanzó hacia la cubierta, observando al gyojin. Por su aspecto parecía uno de esos peces que viven en las profundidades del mar, aunque con apariencia antropomórfica.
—Ya has escuchado a tu compatriota —dijo Zane, posando sutilmente la mano sobre la novena hoja fiordiana.
No tardó en usar el poder de su fruta del diablo para que el tiempo cambiara completamente alrededor de su barco en un radio de varios metros, haciendo que las nubes que estaban sobre ellos dejaran un hueco y se pudiera ver el cielo azul. La temperatura cambió paulatinamente, hasta que se situó en un verano cualquiera, y la mirada de Zane se posó sobre los ojos del hombre pez.
Clavó una mirada repleta de complicidad sobre sus tripulantes, y sin darle tiempo a reaccionar al gyojin, desplegó sus alas y se abalanzó sobre él con su katana en ristre, trazando una línea horizontal frente a su cara, tratando de lanzarle una poderosa llamarada con la única intención de cegarlo y que los demás aprovecharan y le atacaran rápidamente.
- Resumen:
- Descansa antes de decidir partir al nuevo mundo, llega su banda por sorpresa y se suben al barco. Tras eso, pasan las semanas y llegan a las aguas de Wano, allí maniobra como un buen timonel, da ordenes y traza un pequeño plan para derrotar al gyojin pez linterna rápido y tratar de continuar hacia el frente.
Gareth Silverwing
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Los territorios de Wano, un olor extraño, una tierra diferente, el mismo barro bajo mis botas. No sabía como ni por qué, pero fueras a donde fueras, daba igual la isla, el barro de la guerra siempre tenía el mismo olor, se pegaba igual, ensuciaba y pesaba lo mismo de siempre, y era algo que no salía por mucho que limpiase. Atrás quedó el frío de Ringo, la batalla había sido rápida y brutal, pero la victoria lograda había hecho que nuestros hombres no tuvieran que luchar en la nieve, la peor situación para un ejército atacante. Ahora las llanuras de Hakumai se extendían ante nosotros y una larga caminata hasta nuestro siguiente objetivo. Uno de nuestros capitanes, Molins creía recordar que se llamaba nos estaba pidiendo que diéramos a los hombres un descanso.
¿Cansados? - Pregunté con algo de escepticismo mirándole a los ojos. Luego miré al pelotón que llevábamos detrás, di un pisotón en el suelo que hizo que retumbase, levantando miradas y llamando la atención de todos. - Llevo, literalmente, liderando la carga como la punta de lanza desde el segundo en el que desembarcamos, sólo he pedido una cosa, seguidme y cubrid los flancos. ¡¿Acaso os estoy pidiendo demasiado?! - Un silencio sepulcral se hizo entre los hombres. - Contestadme sabandijas ¿Estáis cansados? - Sabía que la respuesta de aquellos que habían servido bajo mi mando sería inmediata, pero había hombres que eran externos a nuestra cadena en esta misión. Inmediatamente varios de ellos se pusieron firmes, lo que inspiró a los demás a seguirles el ejemplo un atronador "No señor" se escuchó entre las filas. Sonreí. - Diez minutos, escuadrones 4 y 5 montaréis guardia. Jack, dales a los que veas peor un refrigerio para que se recuperen.
Me di la vuelta y saqué un mapa de la zona con los puntos de interés marcados, provincias, ciudades, puertos y posibles asentamientos. Era un mapa simple, pero serviría. Estábamos en una posición en la que era fácil localizar una ofensiva, tenía la corazonada de que nos estaban observando desde que llegamos, pero supuse que nadie que supera quienes éramos atacaría de forma abierta, por lo que pude darme el lujo dejar que los hombres descansasen, si esto fuera un terreno montañoso la respuesta hubiera sido un rotundo no. No sabíamos cual era la situación del almirante, Kuri quedaba al otro lado de la isla, la capital de las flores estaba más cerca pero nos faltaban efectivos para realizar una incursión en un lugar tan importante, si tan sólo tuviéramos refuerzos...
- Al, Galhard venid un momento. - Llamé a mi almirante para mostrarle la ruta. - Hapu es un antiguo puerto que queda de camino en la misma provincia.- Tracé una línea en el mapa con un lápiz. - Hapu, Udon, Kuri. Tomar el puerto nos puede dar una ventaja estratégica al contar con un puerto cercano a la capital, aunque no lo usemos cortarla de suministros sería una opción igual de válida. Udon contuvo en su época una prisión y minas, sería un buen lugar para esconder personas de interés, por último podríamos apoyar en Kuri antes de poder marchar a la capital. No poseemos los números para asaltar la capital, pero si favorecemos la baralla en otros frentes esto podría cambiar.
¿Cansados? - Pregunté con algo de escepticismo mirándole a los ojos. Luego miré al pelotón que llevábamos detrás, di un pisotón en el suelo que hizo que retumbase, levantando miradas y llamando la atención de todos. - Llevo, literalmente, liderando la carga como la punta de lanza desde el segundo en el que desembarcamos, sólo he pedido una cosa, seguidme y cubrid los flancos. ¡¿Acaso os estoy pidiendo demasiado?! - Un silencio sepulcral se hizo entre los hombres. - Contestadme sabandijas ¿Estáis cansados? - Sabía que la respuesta de aquellos que habían servido bajo mi mando sería inmediata, pero había hombres que eran externos a nuestra cadena en esta misión. Inmediatamente varios de ellos se pusieron firmes, lo que inspiró a los demás a seguirles el ejemplo un atronador "No señor" se escuchó entre las filas. Sonreí. - Diez minutos, escuadrones 4 y 5 montaréis guardia. Jack, dales a los que veas peor un refrigerio para que se recuperen.
Me di la vuelta y saqué un mapa de la zona con los puntos de interés marcados, provincias, ciudades, puertos y posibles asentamientos. Era un mapa simple, pero serviría. Estábamos en una posición en la que era fácil localizar una ofensiva, tenía la corazonada de que nos estaban observando desde que llegamos, pero supuse que nadie que supera quienes éramos atacaría de forma abierta, por lo que pude darme el lujo dejar que los hombres descansasen, si esto fuera un terreno montañoso la respuesta hubiera sido un rotundo no. No sabíamos cual era la situación del almirante, Kuri quedaba al otro lado de la isla, la capital de las flores estaba más cerca pero nos faltaban efectivos para realizar una incursión en un lugar tan importante, si tan sólo tuviéramos refuerzos...
- Al, Galhard venid un momento. - Llamé a mi almirante para mostrarle la ruta. - Hapu es un antiguo puerto que queda de camino en la misma provincia.- Tracé una línea en el mapa con un lápiz. - Hapu, Udon, Kuri. Tomar el puerto nos puede dar una ventaja estratégica al contar con un puerto cercano a la capital, aunque no lo usemos cortarla de suministros sería una opción igual de válida. Udon contuvo en su época una prisión y minas, sería un buen lugar para esconder personas de interés, por último podríamos apoyar en Kuri antes de poder marchar a la capital. No poseemos los números para asaltar la capital, pero si favorecemos la baralla en otros frentes esto podría cambiar.
- Resumen:
- Parar 10 minutos y mostrar la estrategia a los miembros de la brigada.
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El panorama en Udon era desolador. El fuego y el humo eran casi lo único que quedaba de aquel ancestral distrito. Las tropas de la usurpadora Hipatia Stix habían avanzado destruyendo todo a su paso y, tras acabar con aquella región, se habían dirigido a Kuri. El corazón de Ryuu hervía de rabia y de odio. Aquella infame sirena, no contenta con usurpar el trono de la isla de origen de su padre, estaba ahora destruyendo su hogar. Y para colmo ahora había trasladado su destrucción a Kuri. El joven no podía evitar pensar en su pueblo natal, así como en su madre, su hermana menor, su maestro del dojo y todas las personas con las que había crecido. ¿Qué sería de ellas si los hombres de Hipatia llegaban hasta allí?
No, debía evitarlo por todos los medios. Tenía que darse prisa en llegar a Pueblo Okobore y protegerlo. No iba a permitir que aquellos gyojin, comandados por una demente, asesinaran a su familia y a todas las personas que le importaban. Antes moriría.
Una lágrima rodó por su mejilla ante el mero pensamiento de lo que pasaría a sus seres queridos si no llegaba a tiempo, cayendo sobre la tierra quemada. Sabía que en Okobore había guerreros poderosos, pues no era el único samurái que había aprendido a manejar la espada en el dojo de su viejo maestro. No dudaba de que Koji y Ryohei, sus dos grandes amigos desde la más tierna infancia, estarían allí, dispuestos a entregar su vida si era necesario para proteger a los habitantes del pueblo, pero no creía que fuesen suficientes para detener el avance de las huestes del mar. Le necesitaban.
Con el corazón en un puño, el semigyojin comenzó su avance hacia Kuri, con la firme intención de llegar a Pueblo Okobore lo antes posible para defender su pueblo natal. Y una vez se hubiera asegurado de que sus seres queridos estaban a salvo iría a por la usurpadora. Estaba decidido. La mataría personalmente.
No, debía evitarlo por todos los medios. Tenía que darse prisa en llegar a Pueblo Okobore y protegerlo. No iba a permitir que aquellos gyojin, comandados por una demente, asesinaran a su familia y a todas las personas que le importaban. Antes moriría.
Una lágrima rodó por su mejilla ante el mero pensamiento de lo que pasaría a sus seres queridos si no llegaba a tiempo, cayendo sobre la tierra quemada. Sabía que en Okobore había guerreros poderosos, pues no era el único samurái que había aprendido a manejar la espada en el dojo de su viejo maestro. No dudaba de que Koji y Ryohei, sus dos grandes amigos desde la más tierna infancia, estarían allí, dispuestos a entregar su vida si era necesario para proteger a los habitantes del pueblo, pero no creía que fuesen suficientes para detener el avance de las huestes del mar. Le necesitaban.
Con el corazón en un puño, el semigyojin comenzó su avance hacia Kuri, con la firme intención de llegar a Pueblo Okobore lo antes posible para defender su pueblo natal. Y una vez se hubiera asegurado de que sus seres queridos estaban a salvo iría a por la usurpadora. Estaba decidido. La mataría personalmente.
Marc Kiedis
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Como era de esperar, cuando Zane vio el barco emerger desde las profundidades y aparecer en el Archipiélago Sabaody ni se enfadó ni se mostró sorprendido. Había sido muy ingenuo por parte de su capitán pensar que Marc, Nox, Vile y los demás se iban a quedar de brazos cruzados mientras la vida de Luka corría peligro. De hecho, apenas el pelirrojo y su segundo de abordo abrieron las alas y partieron el semigigante puso a punto el navío y se colocó en el timón. Sin embargo, pese a que se había dado toda la prisa posible, para cuando llegaron a la isla la acción ya había terminado. Sus amigos habían rescatado al tiburón con la ayuda de un tipo que, al parecer, se llamaba Ryuu y era un samurái.
Una vez de camino a Wano, el grandullón no cabía en sí de gozo. Tras el enésimo revés que había supuesto la retirada de Spanner de la piratería para dedicarse a vivir una vida tranquila y familiar, volver a tener a su amigo Luka en el barco era una tremenda alegría. El semigigante le contó todas y cada una de las emocionantes aventuras que habían vivido en su ausencia, así como que todos se habían hecho mucho más fuertes.
Cuando el tiburón le ofreció una de sus pastillas azules el cocinero, recordando lo ocurrido en la anterior ocasión en que ingirió una, decidió que por el momento lo mejor sería guardársela en el bolsillo. Era posible que en algún momento se encontrasen en una situación que requiriese una gigantesca erección indestructible, pero dicho momento no era ese.
Más tarde, en cubierta, el semigigante repartió trozos especiales de queso a sus amigos. Era consciente de que iban a necesitar toda la fuerza que pudieran obtener en cuanto llegaran a Wano, por lo que entregó, para que comieran cuando les pareciera más oportuno, un trozo a cada uno. Gouda para Zane, manchego para Therax, parmigiano para Luka, roquefort para Vile y mozzarella para Nox.
Apenas un momento después una flota de diez barcos apareció ante ellos, así como un gigantesco rey marino montado por alguien que, aunque parecía pequeño al estar subido sobre él, cuando saltó y aterrizó en la cubierta del Kin no Otome, resultó ser más alto que el propio Marc.
El enorme gyojin anunció que la reina (o, como Luka la llamaba, la usurpadora) aceptaba el desafío. Al parecer Zane, en uno de esos momentos que tenía a veces y que Marc catalogaba como "momentos soy el Rey del Mundo", le había declarado la guerra. Sabiendo que esa señora había hecho daño a Luka y a muchos otros gyojins por los que su amigo se preocupaba, el semigigante estaba de acuerdo con su capitán. Era el momento de patearle el culo a esa reina y a sus súbditos, empezando por aquel tipo que se había presentado en su barco.
El grandullón, dando un paso adelante, desenvainó a Kotai-Hi. Su espadón brilló en sus manos, anticipando el inicio de las hostilidades.
Una vez de camino a Wano, el grandullón no cabía en sí de gozo. Tras el enésimo revés que había supuesto la retirada de Spanner de la piratería para dedicarse a vivir una vida tranquila y familiar, volver a tener a su amigo Luka en el barco era una tremenda alegría. El semigigante le contó todas y cada una de las emocionantes aventuras que habían vivido en su ausencia, así como que todos se habían hecho mucho más fuertes.
Cuando el tiburón le ofreció una de sus pastillas azules el cocinero, recordando lo ocurrido en la anterior ocasión en que ingirió una, decidió que por el momento lo mejor sería guardársela en el bolsillo. Era posible que en algún momento se encontrasen en una situación que requiriese una gigantesca erección indestructible, pero dicho momento no era ese.
Más tarde, en cubierta, el semigigante repartió trozos especiales de queso a sus amigos. Era consciente de que iban a necesitar toda la fuerza que pudieran obtener en cuanto llegaran a Wano, por lo que entregó, para que comieran cuando les pareciera más oportuno, un trozo a cada uno. Gouda para Zane, manchego para Therax, parmigiano para Luka, roquefort para Vile y mozzarella para Nox.
Apenas un momento después una flota de diez barcos apareció ante ellos, así como un gigantesco rey marino montado por alguien que, aunque parecía pequeño al estar subido sobre él, cuando saltó y aterrizó en la cubierta del Kin no Otome, resultó ser más alto que el propio Marc.
El enorme gyojin anunció que la reina (o, como Luka la llamaba, la usurpadora) aceptaba el desafío. Al parecer Zane, en uno de esos momentos que tenía a veces y que Marc catalogaba como "momentos soy el Rey del Mundo", le había declarado la guerra. Sabiendo que esa señora había hecho daño a Luka y a muchos otros gyojins por los que su amigo se preocupaba, el semigigante estaba de acuerdo con su capitán. Era el momento de patearle el culo a esa reina y a sus súbditos, empezando por aquel tipo que se había presentado en su barco.
El grandullón, dando un paso adelante, desenvainó a Kotai-Hi. Su espadón brilló en sus manos, anticipando el inicio de las hostilidades.
- Resumen:
- Guardarme la pastillita azul de Luka, dar un trozo de queso a cada uno de mis nakamas (sus efectos están en la técnica "Al Rico Queso" en mi ficha) y prepararme para el combate.
Zane se había mostrado bastante agotado durante la estancia de los Hermanos de la Tormenta en Sabaody, de forma que el rubio había cumplido su papel como médico a cargo de la tripulación y se podría decir que le había forzado a guardar reposo. el pelirrojo había terminado por ceder, así que la partida hacia el Nuevo Mundo se había caracterizado por conseguir que el capitán estuviese en plena forma.
No obstante, se había dedicado a maldecir la hora en que le había aconsejado que reposase. El Strip-Monopoly se había convertido en uno de los pasatiempos favoritos del grupo y, pese a que a Therax no terminaban de agradarle los juegos de mesa, debía admitir que había desarrollado cierto gusto por aquél. Que Manué fuese tan pudoroso a la hora de mostrar sus intimidades pese a lo arrojado de su conducta era, probablemente, el motivo principal de ese hecho. Sin embargo, en aquella ocasión iba perdiendo.
—¡Prefiero quedarme en pelotas antes que dejarte ganar! —exclamó el rubio al tiempo que se quitaba la camiseta para deleite de Antoñita, a quien ignoró para que no interpretase su mirada como un permiso velado para meterse sin previo aviso en su camarote de nuevo por la noche. Se había llevado un susto de proporciones antológicas y no había sido para nada fácil echarla, así que no quería volver a pasar por aquello.
Pese a todo, la situación cambió radicalmente en cuanto Wano estuvo suficientemente cerca. Una desproporcionada columna de humo negro parecía indicar que todo Kuri estaba en llamas. ¿Por qué habrían abandonado la tierra de los samuráis? Había sido un error, estaba claro, pero no tenía sentido lamentarse por ello. Lo más sensato era dejarse de remordimientos y enmendar el fallo garrafal que habían cometido.
Fuera como fuese, la amenaza que se había presentado ante ellos despejaba cualquier nimiedad como aquélla a un segundo plano. Nada más y nada menos que diez barcos les habían cerrado el paso y, lo peor de todo, un imponente rey marino montado por un gyojin les había cerrado el paso al nacer de un remolino que había surgido de la nada.
—De acuerdo —le dijo a Luka tras apartarse de la trayectoria del gigantesco hombre-pez, que había abierto un orificio en la cubierta del barco. Los daños serían más que considerables con toda seguridad, pero si querían encargarse de ellos primero deberían someter al peligro.
Los demás ya se habían puesto en marcha, y Therax no fue menos. Dos alas nacieron de su espalda, caracterizadas por un precioso plumaje azulado. El rubio se elevó hacia las alturas, desenvainando a Byakko y a Yuki-onna en el proceso. Ambas estaban conectadas por CABLE. El domador voló hasta posicionarse sobre el habitante del mar, comenzando entonces un descenso vertiginoso en el que giró sobre su propio eje. Cayó en picado sobre la cabeza del gyojin, posicionando sus sables frente a él con la firme intención de herir de gravedad al ser de escamas. Dudaba que si había decidido plantarles cara en solitario algo tan simple como aquello pudiese derrotarle, pero por algo había que empezar.
No obstante, se había dedicado a maldecir la hora en que le había aconsejado que reposase. El Strip-Monopoly se había convertido en uno de los pasatiempos favoritos del grupo y, pese a que a Therax no terminaban de agradarle los juegos de mesa, debía admitir que había desarrollado cierto gusto por aquél. Que Manué fuese tan pudoroso a la hora de mostrar sus intimidades pese a lo arrojado de su conducta era, probablemente, el motivo principal de ese hecho. Sin embargo, en aquella ocasión iba perdiendo.
—¡Prefiero quedarme en pelotas antes que dejarte ganar! —exclamó el rubio al tiempo que se quitaba la camiseta para deleite de Antoñita, a quien ignoró para que no interpretase su mirada como un permiso velado para meterse sin previo aviso en su camarote de nuevo por la noche. Se había llevado un susto de proporciones antológicas y no había sido para nada fácil echarla, así que no quería volver a pasar por aquello.
Pese a todo, la situación cambió radicalmente en cuanto Wano estuvo suficientemente cerca. Una desproporcionada columna de humo negro parecía indicar que todo Kuri estaba en llamas. ¿Por qué habrían abandonado la tierra de los samuráis? Había sido un error, estaba claro, pero no tenía sentido lamentarse por ello. Lo más sensato era dejarse de remordimientos y enmendar el fallo garrafal que habían cometido.
Fuera como fuese, la amenaza que se había presentado ante ellos despejaba cualquier nimiedad como aquélla a un segundo plano. Nada más y nada menos que diez barcos les habían cerrado el paso y, lo peor de todo, un imponente rey marino montado por un gyojin les había cerrado el paso al nacer de un remolino que había surgido de la nada.
—De acuerdo —le dijo a Luka tras apartarse de la trayectoria del gigantesco hombre-pez, que había abierto un orificio en la cubierta del barco. Los daños serían más que considerables con toda seguridad, pero si querían encargarse de ellos primero deberían someter al peligro.
Los demás ya se habían puesto en marcha, y Therax no fue menos. Dos alas nacieron de su espalda, caracterizadas por un precioso plumaje azulado. El rubio se elevó hacia las alturas, desenvainando a Byakko y a Yuki-onna en el proceso. Ambas estaban conectadas por CABLE. El domador voló hasta posicionarse sobre el habitante del mar, comenzando entonces un descenso vertiginoso en el que giró sobre su propio eje. Cayó en picado sobre la cabeza del gyojin, posicionando sus sables frente a él con la firme intención de herir de gravedad al ser de escamas. Dudaba que si había decidido plantarles cara en solitario algo tan simple como aquello pudiese derrotarle, pero por algo había que empezar.
- Resumen:
- Caer en picado sobre el gyojin para hacerle pupita ocn las espadas.
Descansar en Wano había sido una tarea casi imposible con tanto ir y venir. A lo largo de las últimas semanas todo había sido un varapalo tras otro: La fuga de Kepler, el secuestro de Kurookami, y pese a la breve victoria avanzando por el territorio del archipiélago se habían visto cercados por un contingente del emperador del mar Iulius C. Tzar, un hombre al que lo mejor era mantener lo más lejos posible. Aun así, pese a la constante necesidad de toma de decisiones y acciones rápidas, había conseguido descansar sus nueve horas diarias, lo que necesitaba para funcionar a plena potencia una vez fuese requerido. En su lugar, Arthur había tomado los mandos del cuerpo marine "bajo sus órdenes", confiando ambos en que lo ideal era que el inteligente fuese quien, por una vez, llevase la batuta. Al no tenía ningún problema en reconocer el mérito de otros ni de hacer caso a alguien más inteligente, sobre todo si eso implicaba menos trabajo.
Sin embargo Arthur era implacable. Igual de severo que era consigo mismo lo era con cada uno de los reclutas y oficiales que componían la pequeña legión que comandaban. Marchas forzadas, batallas constantes y cambios de guardia tan perfectamente estudiados que, a pesar de ser ideales, resultaban extremadamente insidiosos. También había ideado un protocolo según el cual al menos uno de los tres más veteranos -Arthur, Jack o él- debían estar despierto mientras los demás dormían. Por eso, durante las últimas semanas, había sido él quien hacía las guardias nocturnas en pos de que el contraalmirante tuviese una justificación de peso para mandar. Además, así él podía planchar sábana durante el día, que resultaba al final mucho más gratificante. El caso era que aquellas medidas draconianas no todos las veían tan bien como los miembros de la brigada, preguntándose muchos reclutas entre ellos a qué demonios venía lo de "indisciplinada". Por suerte Jack estaba por ahí, así que solían terminar por comprenderlo antes o después.
Cuando Arthur ordenó el alto muchos respiraron aliviados, pero él no. Se desperezó, estirando los brazos tras de sí y bostezando sonoramente, pero se mantuvo atento a todo lo que pudiese ver. El pelirrojo tenía razón, había ejercido de punta de lanza frente a toda la resistencia que habían encontrado y, aunque no lo admitiese, necesitaba un respiro como todos los demás. Por eso, se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
- Descanse, contraalmirante -dijo, casi en un susurro. Nunca solía hablarle con la cortesía de su título, igual que él no lo trataba a él con las dignidades propias de su cargo, pero por una vez ver al crispado niño trazar un plan con tal frialdad le hizo pensar que necesitaba una orden directa para sentarse.
Creó una basta silla de hielo. Estaba fría, sí, pero era relativamente cómoda, y empujó a Arthur contra ella, tras lo que se puso a mirar el mapa con cierta curiosidad. Era cierto que podrían cortar suministros apoyándose en el puerto, pero cualquier avance que no fuese hacia una región adyacente estaba totalmente descartado. Igual que había señalado que no podían tomar la capital, era obvio que no podrían atravesarla. De hecho era una de las cosas que más le preocupaban. También cómo harían para llegar hasta Udon sin llamar la atención y provocar un enfrentamiento terrorífico en Hakumai. Es más, aun si eran capaces de llegar a Udon, esa había sido la vía de entrada de la reina, por lo que estaría suficientemente atrincherada ahí como para resistir mientras Iulius o alguien peor les hacía una pinza. Además, no eran bastantes como para asegurar Ringo en esas condiciones.
- ¿Alguna posibilidad de bajar la flota con nosotros? -preguntó. Tendrían que llamar a los barcos, pero confiaba en poder hacerlo-. Si movemos hasta el sur parte de nuestras naves podríamos asegurar mejor el puerto y avanzar sin miedo a que nos flanqueen.
No tenía mucho más que aportar, así que simplemente esperó las aportaciones de los demás.
Sin embargo Arthur era implacable. Igual de severo que era consigo mismo lo era con cada uno de los reclutas y oficiales que componían la pequeña legión que comandaban. Marchas forzadas, batallas constantes y cambios de guardia tan perfectamente estudiados que, a pesar de ser ideales, resultaban extremadamente insidiosos. También había ideado un protocolo según el cual al menos uno de los tres más veteranos -Arthur, Jack o él- debían estar despierto mientras los demás dormían. Por eso, durante las últimas semanas, había sido él quien hacía las guardias nocturnas en pos de que el contraalmirante tuviese una justificación de peso para mandar. Además, así él podía planchar sábana durante el día, que resultaba al final mucho más gratificante. El caso era que aquellas medidas draconianas no todos las veían tan bien como los miembros de la brigada, preguntándose muchos reclutas entre ellos a qué demonios venía lo de "indisciplinada". Por suerte Jack estaba por ahí, así que solían terminar por comprenderlo antes o después.
Cuando Arthur ordenó el alto muchos respiraron aliviados, pero él no. Se desperezó, estirando los brazos tras de sí y bostezando sonoramente, pero se mantuvo atento a todo lo que pudiese ver. El pelirrojo tenía razón, había ejercido de punta de lanza frente a toda la resistencia que habían encontrado y, aunque no lo admitiese, necesitaba un respiro como todos los demás. Por eso, se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
- Descanse, contraalmirante -dijo, casi en un susurro. Nunca solía hablarle con la cortesía de su título, igual que él no lo trataba a él con las dignidades propias de su cargo, pero por una vez ver al crispado niño trazar un plan con tal frialdad le hizo pensar que necesitaba una orden directa para sentarse.
Creó una basta silla de hielo. Estaba fría, sí, pero era relativamente cómoda, y empujó a Arthur contra ella, tras lo que se puso a mirar el mapa con cierta curiosidad. Era cierto que podrían cortar suministros apoyándose en el puerto, pero cualquier avance que no fuese hacia una región adyacente estaba totalmente descartado. Igual que había señalado que no podían tomar la capital, era obvio que no podrían atravesarla. De hecho era una de las cosas que más le preocupaban. También cómo harían para llegar hasta Udon sin llamar la atención y provocar un enfrentamiento terrorífico en Hakumai. Es más, aun si eran capaces de llegar a Udon, esa había sido la vía de entrada de la reina, por lo que estaría suficientemente atrincherada ahí como para resistir mientras Iulius o alguien peor les hacía una pinza. Además, no eran bastantes como para asegurar Ringo en esas condiciones.
- ¿Alguna posibilidad de bajar la flota con nosotros? -preguntó. Tendrían que llamar a los barcos, pero confiaba en poder hacerlo-. Si movemos hasta el sur parte de nuestras naves podríamos asegurar mejor el puerto y avanzar sin miedo a que nos flanqueen.
No tenía mucho más que aportar, así que simplemente esperó las aportaciones de los demás.
- Resumen:
- Empujo a Arthur contra una silla para que descanse.
Lance Kashan
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
— Megos mag gue eg gate vuega —dije con cierta dificultad y un volumen considerable mientras el Jör avanzaba sin miramientos al máximo de su capacidad. ¿Por qué dificultad? Bueno, estaba sentado en la parte más superior de este, su tejado, y como era lógico el viento me azotaba con fuerza mientras hacíamos el camino, entrando en mi boca e inflándola como si fuera un globo poco elástico. Era divertido estar allí, además de que te permitía tener las mejores vistas, pero para hablar era un coñazo—. ¿Gómo va-- —Y un insecto se me metió en la boca, desmaterializándose mi cuerpo y fundiéndolo en el instante por puro instinto y reflejos. Escupiendo al agua con la mayor educación que puede comportar un gesto así, bajé de un salto a la cubierta del yate, sin frenar el flujo de energía que recorría mis piernas y suplía de energía a la embarcación.
— ¿Ese es el séptimo bicho que casi te zampas hoy? —preguntó Tzar con cierta seriedad para luego empezar a descojonarse, tratando de ahogar la risa sin demasiado resultado. Yo me crucé de brazos, tamborileando el zurdo con los dedos de la diestra y enarcando una ceja hacia el mink—. Vale, vale, entiendo las indirectas. ¿Solo seis? —Y se metió en el pasillo de las habitaciones, ahogado en carcajadas mientras yo terminé por rendirme y acompañarle. En las risas, digo, porque yo sí que tenía que estar al frente del barco para tener cuidado con todo lo que parecía plantearse al frente.
— ¿Entonces cómo vamos, Marcus? —Giré con suavidad el cuello hasta fijarme en el shandian pelirrojo que estaba a cargo de la navegación. Ni el zorro ni yo sabíamos nada acerca de los mares, pero él había aparecido a nuestro rescate justo antes de nuestra marcha de Treno, ofreciéndose a ayudarnos y aprovechando para ver mundo. Aunque no tuviera las mejores dotes, la navegación asistida del Ragnarok, que los inútiles de sus actuales dueños no habían sabido apagar, ofrecía un apoyo más que sólido para darle alas. Aunque ya las tuviera.
— Juraría que en menos de media hora deberíamos empezar a ver las cascadas… —aclaró algo meditativo, alternando la mirada entre mi cara y sus veinte instrumentos marítimos, además del volante. Yo asentí con una amplia sonrisa, diciendo ''Buen trabajo'' solo con los labios y sentándome en una de las butacas del exterior mientras cruzaba las piernas.
Finalmente, demostrando tener bastante razón, Marcus nos dejó ver al horizonte aquellas magníficas cascadas que hacían de cortinas de entrada a Wano. Yo dejé escapar un chiflido que llamó la atención del mink, el cual salió para buscar que era lo que me había arrancado tal reacción. Él, por su parte, no pudo hacer más que simplemente quedarse con la boca abierta ante el espectáculo que se daba allí adelante.
— Debería estudiar, cuando acabe todo… —Miré al cielo, encontrando un par de chimeneas que no auguraban nada bueno allí dentro—… debería estudiar el fenómeno físico del agua que sube. Pinta curioso —Y presioné visiblemente el pie contra la madera, acelerando progresivamente el yate hasta que finalmente se independizó del agua y comenzó a surcar los cielos para desgracia de su ''conductor''—. Tranquilo, Marcus, sé que puedes hacerlo.
No sé si en ese momento asintió, negó o simplemente su cabeza quiso abandonar su cuello y por eso se movió tan nerviosamente, pero no llegó a mirarme antes de tener que maniobrar a Jör para que no perdiese el rumbo. Aun así, dada la velocidad y la distancia que nos separaba, no tuvo demasiados problemas en llegar hasta la isla y, en ese punto, fue un esfuerzo conjunto en el que él redirigía el barco mientras yo frenaba paulatinamente el flujo de electricidad para hacer que perdiera potencia y fuese descendiendo hasta el agua nuevamente.
— ¡Ta-dá! —exclamé una vez el vehículo chocó contra el agua y la levantó, imitando la postura de un mago que acaba de realizar un truco de magia—. Acabamos de entrar en una de las islas más impenetrables solo por sus dos cascadas, así de fácil —Me fijé en que el mink se había asomado a la barandilla, escupiendo un poco mientras parecía algo indispuesto—. Te acostumbrarás, Tzar. Aprende de Marcus, él sí que está ent… —Le di una palmadita en la espalda al navegante por su buena forma, lo suficientemente fuerte como para moverle, pero que desencadenó en que vomitase un poco—…ero. Bueno, ¿sabéis qué? Vamos a ir lentitos ahora, bebed un poco de agüita y no os alarméis si escucháis disparos, explosiones o gritos —comenté poco convencido, ya que desde allí mismo podía ver los estragos que hacía la guerra en el país de los samuráis. Ellos simplemente aceptaron mis sugerencias y yo me encargué de dirigir el barco con suavidad a la costa más cercana.
Si estaba allí era por un par de razones muy simples: Tzar me lo había pedido porque le gustaba la tangana y yo estaba interesado en ver qué se tramaban todos. Al fin y al cabo, con Hipatia, Kepler, Zane, Berthyl y un sinfín más de nombres realmente conocidos y que solían ocupar portadas de periódicos reuniéndose en un mismo lugar, asomarse era una idea más que seductora. ¿El plan? Robarle centímetros en las publicaciones de los próximos días, encargándome de llamar la atención más que el resto para ganar preferencia en la Marina como su aliado y reconocimiento entre los piratas como alguien con sus armas. A aquella distancia, pulsaría el anillo del pulgar izquierdo para transformarme en Sif y no dejarme ver ante personas que no me convencieran. Asimismo, preparé la de Casiopeo para hacer el cambio de ser necesario y además cargué las Elektro Guns y las armas que tenía encima. Desde que habíamos tocado la primera gota de aquel lugar, teníamos que tener en cuenta que éramos el posible objetivo de cualquiera.
Terminamos por descender del barco en Udon, notándose ambos con un mejor cuerpo y algo más preparados. Antes de salir le aclaré a Marcus que lo mejor sería que permaneciera en la embarcación, ya que fuera correría peligro, y realmente dudaba que nadie se preocupase por hundir los barcos que plagaban un muelle tan pobre y deshabitado como parecía aquel. El correr bajo el agua de decenas de animales y los sonidos de cetáceos en las cercanías me hicieron tensar un poco mi postura, preparado ante cualquier imprevisto, aunque aquello seguramente tuviera que ver con la querida reina de los gyojins. Y hablando de tritones, dos de ellos habían aparecido al otro lado de aquel desvencijado muelle, examinándome con cuidado mientras preguntaban mi identidad.
— ¿No me reconocéis…? —dije, tocando la máscara mientras ladeaba suavemente la cabeza—. Bueno, soy un conocido de vuestra reina, amigo si ella quiere llamarle así. Sif, el shichibukai —Fui a llevar la mano al frente para estrechársela, descubriendo que no sería la mejor de las formas para tratar a alguien armado, llevándola pues atrás para señalar a la embarcación—. Si queréis comprobarlo, tengo un Den Den Mushi allí dentro que comunica con ella, o al menos así era cuando trabajé bajo su corona.
— ¿Ese es el séptimo bicho que casi te zampas hoy? —preguntó Tzar con cierta seriedad para luego empezar a descojonarse, tratando de ahogar la risa sin demasiado resultado. Yo me crucé de brazos, tamborileando el zurdo con los dedos de la diestra y enarcando una ceja hacia el mink—. Vale, vale, entiendo las indirectas. ¿Solo seis? —Y se metió en el pasillo de las habitaciones, ahogado en carcajadas mientras yo terminé por rendirme y acompañarle. En las risas, digo, porque yo sí que tenía que estar al frente del barco para tener cuidado con todo lo que parecía plantearse al frente.
— ¿Entonces cómo vamos, Marcus? —Giré con suavidad el cuello hasta fijarme en el shandian pelirrojo que estaba a cargo de la navegación. Ni el zorro ni yo sabíamos nada acerca de los mares, pero él había aparecido a nuestro rescate justo antes de nuestra marcha de Treno, ofreciéndose a ayudarnos y aprovechando para ver mundo. Aunque no tuviera las mejores dotes, la navegación asistida del Ragnarok, que los inútiles de sus actuales dueños no habían sabido apagar, ofrecía un apoyo más que sólido para darle alas. Aunque ya las tuviera.
— Juraría que en menos de media hora deberíamos empezar a ver las cascadas… —aclaró algo meditativo, alternando la mirada entre mi cara y sus veinte instrumentos marítimos, además del volante. Yo asentí con una amplia sonrisa, diciendo ''Buen trabajo'' solo con los labios y sentándome en una de las butacas del exterior mientras cruzaba las piernas.
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Poco después…
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Poco después…
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Finalmente, demostrando tener bastante razón, Marcus nos dejó ver al horizonte aquellas magníficas cascadas que hacían de cortinas de entrada a Wano. Yo dejé escapar un chiflido que llamó la atención del mink, el cual salió para buscar que era lo que me había arrancado tal reacción. Él, por su parte, no pudo hacer más que simplemente quedarse con la boca abierta ante el espectáculo que se daba allí adelante.
— Debería estudiar, cuando acabe todo… —Miré al cielo, encontrando un par de chimeneas que no auguraban nada bueno allí dentro—… debería estudiar el fenómeno físico del agua que sube. Pinta curioso —Y presioné visiblemente el pie contra la madera, acelerando progresivamente el yate hasta que finalmente se independizó del agua y comenzó a surcar los cielos para desgracia de su ''conductor''—. Tranquilo, Marcus, sé que puedes hacerlo.
No sé si en ese momento asintió, negó o simplemente su cabeza quiso abandonar su cuello y por eso se movió tan nerviosamente, pero no llegó a mirarme antes de tener que maniobrar a Jör para que no perdiese el rumbo. Aun así, dada la velocidad y la distancia que nos separaba, no tuvo demasiados problemas en llegar hasta la isla y, en ese punto, fue un esfuerzo conjunto en el que él redirigía el barco mientras yo frenaba paulatinamente el flujo de electricidad para hacer que perdiera potencia y fuese descendiendo hasta el agua nuevamente.
— ¡Ta-dá! —exclamé una vez el vehículo chocó contra el agua y la levantó, imitando la postura de un mago que acaba de realizar un truco de magia—. Acabamos de entrar en una de las islas más impenetrables solo por sus dos cascadas, así de fácil —Me fijé en que el mink se había asomado a la barandilla, escupiendo un poco mientras parecía algo indispuesto—. Te acostumbrarás, Tzar. Aprende de Marcus, él sí que está ent… —Le di una palmadita en la espalda al navegante por su buena forma, lo suficientemente fuerte como para moverle, pero que desencadenó en que vomitase un poco—…ero. Bueno, ¿sabéis qué? Vamos a ir lentitos ahora, bebed un poco de agüita y no os alarméis si escucháis disparos, explosiones o gritos —comenté poco convencido, ya que desde allí mismo podía ver los estragos que hacía la guerra en el país de los samuráis. Ellos simplemente aceptaron mis sugerencias y yo me encargué de dirigir el barco con suavidad a la costa más cercana.
Si estaba allí era por un par de razones muy simples: Tzar me lo había pedido porque le gustaba la tangana y yo estaba interesado en ver qué se tramaban todos. Al fin y al cabo, con Hipatia, Kepler, Zane, Berthyl y un sinfín más de nombres realmente conocidos y que solían ocupar portadas de periódicos reuniéndose en un mismo lugar, asomarse era una idea más que seductora. ¿El plan? Robarle centímetros en las publicaciones de los próximos días, encargándome de llamar la atención más que el resto para ganar preferencia en la Marina como su aliado y reconocimiento entre los piratas como alguien con sus armas. A aquella distancia, pulsaría el anillo del pulgar izquierdo para transformarme en Sif y no dejarme ver ante personas que no me convencieran. Asimismo, preparé la de Casiopeo para hacer el cambio de ser necesario y además cargué las Elektro Guns y las armas que tenía encima. Desde que habíamos tocado la primera gota de aquel lugar, teníamos que tener en cuenta que éramos el posible objetivo de cualquiera.
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Poco después…
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Poco después…
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Terminamos por descender del barco en Udon, notándose ambos con un mejor cuerpo y algo más preparados. Antes de salir le aclaré a Marcus que lo mejor sería que permaneciera en la embarcación, ya que fuera correría peligro, y realmente dudaba que nadie se preocupase por hundir los barcos que plagaban un muelle tan pobre y deshabitado como parecía aquel. El correr bajo el agua de decenas de animales y los sonidos de cetáceos en las cercanías me hicieron tensar un poco mi postura, preparado ante cualquier imprevisto, aunque aquello seguramente tuviera que ver con la querida reina de los gyojins. Y hablando de tritones, dos de ellos habían aparecido al otro lado de aquel desvencijado muelle, examinándome con cuidado mientras preguntaban mi identidad.
— ¿No me reconocéis…? —dije, tocando la máscara mientras ladeaba suavemente la cabeza—. Bueno, soy un conocido de vuestra reina, amigo si ella quiere llamarle así. Sif, el shichibukai —Fui a llevar la mano al frente para estrechársela, descubriendo que no sería la mejor de las formas para tratar a alguien armado, llevándola pues atrás para señalar a la embarcación—. Si queréis comprobarlo, tengo un Den Den Mushi allí dentro que comunica con ella, o al menos así era cuando trabajé bajo su corona.
- Resumen:
- Un poco de puesta en escena y el por qué Lance se ha presentado allí, se pone el traje de Sif, desembarcan en Udon mientras dejan a Marcus en el yate y habla con los señiores de la mafia pescadera.
Galhard
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La caída del contingente marine liderado por el almirante Douglas fue un duro revés al que tuvo que sumarse la fuga de Kepler, algo que visto los últimos acontecimientos debía verse venir, si bien lo que más preocupaba en ese momento a Galhard no era la ira de aquel monstruo si no que Kurookami estuviese de una pieza.
La incursión en Wano de la marina junto a Kiritsu, como era de esperar, había tenido mucho más éxito que su misión suicida previa, intentando rescatar él mismo a Kurookami, no solo por la ventaja armamentística y numérica si no por la impecable mente estratega de Arthur. Para Galhard era todo un modelo a seguir, su personalidad estricta en su punto de vista trataba de sacar lo mejor de él mismo y de todos los que le rodeasen, esa misma estricta actitud había motivado al marine a ir más y más lejos con la intención de alcanzar en la medida de lo posible el prestigio y el poder que la brigada tenía y había comprendido con agradecimiento que cada bronca, cada caballito sufrido habían sido para pulir su potencial cual piedra preciosa.
El impecable temple de su compañero había logrado que incluso siendo la avanzadilla de la marine en una operación de punta de lanza aún estuviesen en plenas condiciones para luchar al 100% contra cualquier amenaza que se les presentase.
Y siendo sinceros si alguien había sido siempre y es un perezoso no era otra persona que Galhard pero demasiados factores decisivos impulsaban su voluntad a participar al 120% de su rendimiento allí y por aquella razón cuando un capitán sugirió un descanso no pudo evitar fruncir el ceño "La única persona que necesita y merece un descanso ahora mismo es Arthur" Pensó en sus adentros mientras su cara mostró una sonrisa de satisfacción al escuchar el atronador "No, señor" pronunciado por los demás soldados. Sin duda Arthur sabía hacerse respetar.
Cuando el mismo llamó a Galhard y Al para que atendiesen lo que tenía que decir se dirigió con presteza, allí pudo ver como Al generó una butaca de hielo donde hizo sentarse a Arthur, después de todo aunque en personalidad fuesen opuestos podía decir con seguridad que nadie podía entenderse mejor el uno al otro que Arthur y Al.
Gal miró con atención el mapa que Al tomó.
-Hmm... Si bien tomar el puerto podría darnos una ventaja temporal sería mayor el esfuerzo que el beneficio... Además que sería reducir el número de nuestra avanzadilla en caso de tomar lugares distintos- Musitó Gal mientras su cabeza parecía echar humo.
-Aunque... Ahora que lo mencionamos, pese a que somos una fuerza de choque con números limitados hay algo que podríamos usar en nuestro favor... Y es el hecho de que precisamente necesitaríamos pocos efectivos para realizar un señuelo. Si atravesamos Udon nuestros enemigos sabrán perfectamente hacia donde nos movemos pero- Hizo una pausa dramática mientras señalaba Udon en el mapa.-¿Y sí alguien llama la atención de ellos desviando su interés en otro lugar? Eso podría dar pie a dos variables.- Galhard levantó su mano izquierda con el puño cerrado y el dedo indice alzado -Uno, tomar el puerto de forma que el enemigo tarde demasiado tiempo en percatarse de su falta o tarde en poder reaccionar facilitando que nuestra flota pueda proporcionarnos los refuerzos necesarios para cruzar la capital- Después de ello separó su mano derecha del mapa e hizo la misma pose que con la mano izquierda. -O bien podemos lograr que nuestra fuerza principal aproveche el desconcierto para cruzar inadvertidos entre las líneas enemigas- El marine bajó las manos.
-Y sí... Se que ello implicaría que algunos tuviésemos que quedarnos atrás y a nuestra suerte para el éxito de esa misión, una operación casi suicida.- Gal se rascó la cabeza. -Odio tener que recurrir a esto pero en una mirada simple es lo que se me ocurre... También podemos intentar reclutar a bandidos o milicias locales que quieran pelear contra los invasores, ellos nos podrían facilitar, si son de confianza, alguna ruta que esté inadvertida por las fuerzas de Iulius y Hipatia...- Tras ello suspiró mirando a sus superiores -De todos modos esto es aún una simple lluvia de ideas... Meditaré si puedo aportar una mejor idea, en caso de aceptar usar un señuelo me ofrecería para llevarlo a cabo, Iulius y yo tenemos un pequeño roce y dada mi intención más que conocida de salvar a Kurookami no pensarán que se trata de un señuelo para ganar tiempo- Sabía que recibiría una negativa ante sus peticiones pero aquellas ideas iniciales servirían para encender la chispa en su mente para tratar de lograr una mejor estrategia conjunta entre los miembros de la brigada.
La incursión en Wano de la marina junto a Kiritsu, como era de esperar, había tenido mucho más éxito que su misión suicida previa, intentando rescatar él mismo a Kurookami, no solo por la ventaja armamentística y numérica si no por la impecable mente estratega de Arthur. Para Galhard era todo un modelo a seguir, su personalidad estricta en su punto de vista trataba de sacar lo mejor de él mismo y de todos los que le rodeasen, esa misma estricta actitud había motivado al marine a ir más y más lejos con la intención de alcanzar en la medida de lo posible el prestigio y el poder que la brigada tenía y había comprendido con agradecimiento que cada bronca, cada caballito sufrido habían sido para pulir su potencial cual piedra preciosa.
El impecable temple de su compañero había logrado que incluso siendo la avanzadilla de la marine en una operación de punta de lanza aún estuviesen en plenas condiciones para luchar al 100% contra cualquier amenaza que se les presentase.
Y siendo sinceros si alguien había sido siempre y es un perezoso no era otra persona que Galhard pero demasiados factores decisivos impulsaban su voluntad a participar al 120% de su rendimiento allí y por aquella razón cuando un capitán sugirió un descanso no pudo evitar fruncir el ceño "La única persona que necesita y merece un descanso ahora mismo es Arthur" Pensó en sus adentros mientras su cara mostró una sonrisa de satisfacción al escuchar el atronador "No, señor" pronunciado por los demás soldados. Sin duda Arthur sabía hacerse respetar.
Cuando el mismo llamó a Galhard y Al para que atendiesen lo que tenía que decir se dirigió con presteza, allí pudo ver como Al generó una butaca de hielo donde hizo sentarse a Arthur, después de todo aunque en personalidad fuesen opuestos podía decir con seguridad que nadie podía entenderse mejor el uno al otro que Arthur y Al.
Gal miró con atención el mapa que Al tomó.
-Hmm... Si bien tomar el puerto podría darnos una ventaja temporal sería mayor el esfuerzo que el beneficio... Además que sería reducir el número de nuestra avanzadilla en caso de tomar lugares distintos- Musitó Gal mientras su cabeza parecía echar humo.
-Aunque... Ahora que lo mencionamos, pese a que somos una fuerza de choque con números limitados hay algo que podríamos usar en nuestro favor... Y es el hecho de que precisamente necesitaríamos pocos efectivos para realizar un señuelo. Si atravesamos Udon nuestros enemigos sabrán perfectamente hacia donde nos movemos pero- Hizo una pausa dramática mientras señalaba Udon en el mapa.-¿Y sí alguien llama la atención de ellos desviando su interés en otro lugar? Eso podría dar pie a dos variables.- Galhard levantó su mano izquierda con el puño cerrado y el dedo indice alzado -Uno, tomar el puerto de forma que el enemigo tarde demasiado tiempo en percatarse de su falta o tarde en poder reaccionar facilitando que nuestra flota pueda proporcionarnos los refuerzos necesarios para cruzar la capital- Después de ello separó su mano derecha del mapa e hizo la misma pose que con la mano izquierda. -O bien podemos lograr que nuestra fuerza principal aproveche el desconcierto para cruzar inadvertidos entre las líneas enemigas- El marine bajó las manos.
-Y sí... Se que ello implicaría que algunos tuviésemos que quedarnos atrás y a nuestra suerte para el éxito de esa misión, una operación casi suicida.- Gal se rascó la cabeza. -Odio tener que recurrir a esto pero en una mirada simple es lo que se me ocurre... También podemos intentar reclutar a bandidos o milicias locales que quieran pelear contra los invasores, ellos nos podrían facilitar, si son de confianza, alguna ruta que esté inadvertida por las fuerzas de Iulius y Hipatia...- Tras ello suspiró mirando a sus superiores -De todos modos esto es aún una simple lluvia de ideas... Meditaré si puedo aportar una mejor idea, en caso de aceptar usar un señuelo me ofrecería para llevarlo a cabo, Iulius y yo tenemos un pequeño roce y dada mi intención más que conocida de salvar a Kurookami no pensarán que se trata de un señuelo para ganar tiempo- Sabía que recibiría una negativa ante sus peticiones pero aquellas ideas iniciales servirían para encender la chispa en su mente para tratar de lograr una mejor estrategia conjunta entre los miembros de la brigada.
- Resumen:
- Gal propone estrategias militares mientras Al ayuda a Arthur a reposar
Shinobu Yamamoto
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Batallo inútilmente contra el cansancio y el dolor, pero el tambaleo de izquierda a derecha me hace caer. El pecho me arde como si respirase fuego y mis manos no pueden soportar ya el peso de Oni Sakon. La única razón por la que desvío la mirada hacia el cielo, esperando un milagro, es por mis amigos que caen uno a uno frente a las tropas del clan Takamoto. Lo dieron todo por el futuro del país y aun así sus corazones son atravesados por las espadas de aquellos que consideramos aliados. En un arrebato de ira intento levantarme. Si he de abandonar este mundo al menos lo haré siguiendo los pasos del maestro, sin embargo, no soy ni la mitad de fuerte y un simple puñetazo me hace caer. Lord Hitoshi me arrastra por el suelo jalándome del cabello y me lanza hacia mis amigos, algunos ya muertos.
Lord Hitoshi decapita con una frialdad impropia de un humano a uno de los nuestros y luego pide que cojan a Mikoto-san. Intento luchar para que no se lo lleven, pero una patada en la boca me echa hacia atrás. La cabeza está a punto de estallarme mientras mis ojos intentan enfocar para ver por última vez a Mikoto-san. Rujo con la agresividad de una bestia cuando la espada de lord Hitoshi cercena su cabeza. Un mutilado comandante intenta vengar a su compañero caído, pero recibe una flecha en el pecho. ¿No hay nada que podamos hacer? El corazón me late aterrado, pues sabe que no volveré a ver a ninguno de mis amigos. Alguien como yo no merece un lugar en el Abrazo de Izanagi-sama, el único sitio al que iré será al infierno.
Un vórtice en el cielo comienza a formarse y poco a poco toma tonalidades rojizas; pareciera que está a punto de llover sangre. La cabeza me arde al punto de que no puedo contener los gemidos de dolor. Arrugo la nariz cuando siento el aroma de Kato-san y me volteo con la esperanza de encontrarlo, pero de pronto todo comienza a desaparecer. De pronto me invade una sensación de vacío, dándome la impresión de que estoy flotando en el aire, y el miedo se apodera de mi cuerpo. ¿Qué está pasando? Intento encontrar el consuelo en lord Gin, pero este ha desaparecido. Y entonces todo se torna negro y silencioso.
Cuando abro los ojos no siento ningún dolor más que el de mis oídos cuando algo ruge a mi lado. Aturdida, miro hacia cualquier dirección en busca de una respuesta. Un hombre se desploma frente a mí, cortado por la mitad. Mi mano busca inconscientemente la empuñadura de mi lanza cuando un gigantesco soldado se acerca hacia mí, alzando una enorme hacha, pero este es derribado por una esfera de metal. Consigo levantarme expresando el más puro horror en mi rostro. Mire hacia donde mire hay gente matándose. ¿Dónde estoy…? ¿Acaso todo ha sido solo un sueño? Siento un ardor en mi cuello y llevo la mano hacia este por puro instinto. ¿Sangre? ¿Esta sangre es mía…?
Un grito que refleja la incertidumbre y el miedo que estoy sintiendo ahora escapa de mi boca. Mis piernas comienzan a correr sin saber hacia dónde se dirigen casi como si se controlasen solas. Suelto un respingo cada vez que los atronadores rugidos golpean con fuerza el cielo. Me giro sin saber por qué y cambio de dirección. Esquivo a cuanto hombre tengo en frente sin poder evitar fijarme en esos tubos de metal que sueltan destellos y humo. Por no estar atenta acabé chocando contra algo. O alguien, mejor dicho. Caigo de espalda y alzo la mirada para encontrarme a una… ¿Qué hace una mujer en un campo de batalla? ¡¿Y por qué viste así?! Intento golpear su mano que busca mi hombro, pero fracaso torpemente y entonces una sensación inexplicable recorre mi cuerpo. Todo se vuelve un poco más claro.
—¿D-Dónde es-estoy? —son las primeras palabras que salen agitadamente de mi boca. Suelto un grito y me estremezco cuando una espada destellante trona enfurecida—. Yo… ¿Qué ha-hago a-aquí…? —Cuando bajo la mirada mis ojos escarlatas se encuentran con el ensangrentado cuerpo de una niña—. ¡Ella está…! ¡Ella está muriendo!
De pronto las dudas se disipan y mi objetivo aparece por gracia divina. Intento armarme de valor, respirando profundamente como el maestro me enseñó, y busco calmarme. ¿Acaso no he estado antes en un campo de batalla? ¿Cuántas veces no he vivido esta situación? Trago saliva y me levanto, dejando de tiritar poco a poco y luego camino hacia la niña. ¿Esta señorita le ha atendido…? No puedo decir que es el trabajo de una experta, pero poca gente se detendría a ayudar a otros en medio de tanto caos y muerte.
—C-Creo que pu-puedo salvarla… ¡Creo que puedo hacerlo! —le digo a la señorita de pijama erótico, elevando el tono de voz y expresando seguridad.
Este no es el mejor escenario para cerrar las heridas de esta pobre criaturita, pero si la muevo bruscamente puedo acelerar su muerte… «Tendrás que ser fuerte», le susurro. Uso el mismo vendaje hecho por la mujer, pero lo acomodo de manera tal que ejerza una presión adecuada sobre las heridas para detener el sangrado. Espero que mis habilidades y conocimientos médicos alivien solo un poco su dolor. Debería intentar coser esos feos cortes, sin embargo, no tengo ninguna herramienta a mi disposición…
—¡No podemos abandonarla! ¡Ayúdeme, por favor! —le ruego entonces, mirándola con la esperanza de que me ayudaría—. ¡Solo necesito aguja e hilo!
Lord Hitoshi decapita con una frialdad impropia de un humano a uno de los nuestros y luego pide que cojan a Mikoto-san. Intento luchar para que no se lo lleven, pero una patada en la boca me echa hacia atrás. La cabeza está a punto de estallarme mientras mis ojos intentan enfocar para ver por última vez a Mikoto-san. Rujo con la agresividad de una bestia cuando la espada de lord Hitoshi cercena su cabeza. Un mutilado comandante intenta vengar a su compañero caído, pero recibe una flecha en el pecho. ¿No hay nada que podamos hacer? El corazón me late aterrado, pues sabe que no volveré a ver a ninguno de mis amigos. Alguien como yo no merece un lugar en el Abrazo de Izanagi-sama, el único sitio al que iré será al infierno.
Un vórtice en el cielo comienza a formarse y poco a poco toma tonalidades rojizas; pareciera que está a punto de llover sangre. La cabeza me arde al punto de que no puedo contener los gemidos de dolor. Arrugo la nariz cuando siento el aroma de Kato-san y me volteo con la esperanza de encontrarlo, pero de pronto todo comienza a desaparecer. De pronto me invade una sensación de vacío, dándome la impresión de que estoy flotando en el aire, y el miedo se apodera de mi cuerpo. ¿Qué está pasando? Intento encontrar el consuelo en lord Gin, pero este ha desaparecido. Y entonces todo se torna negro y silencioso.
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Cuando abro los ojos no siento ningún dolor más que el de mis oídos cuando algo ruge a mi lado. Aturdida, miro hacia cualquier dirección en busca de una respuesta. Un hombre se desploma frente a mí, cortado por la mitad. Mi mano busca inconscientemente la empuñadura de mi lanza cuando un gigantesco soldado se acerca hacia mí, alzando una enorme hacha, pero este es derribado por una esfera de metal. Consigo levantarme expresando el más puro horror en mi rostro. Mire hacia donde mire hay gente matándose. ¿Dónde estoy…? ¿Acaso todo ha sido solo un sueño? Siento un ardor en mi cuello y llevo la mano hacia este por puro instinto. ¿Sangre? ¿Esta sangre es mía…?
Un grito que refleja la incertidumbre y el miedo que estoy sintiendo ahora escapa de mi boca. Mis piernas comienzan a correr sin saber hacia dónde se dirigen casi como si se controlasen solas. Suelto un respingo cada vez que los atronadores rugidos golpean con fuerza el cielo. Me giro sin saber por qué y cambio de dirección. Esquivo a cuanto hombre tengo en frente sin poder evitar fijarme en esos tubos de metal que sueltan destellos y humo. Por no estar atenta acabé chocando contra algo. O alguien, mejor dicho. Caigo de espalda y alzo la mirada para encontrarme a una… ¿Qué hace una mujer en un campo de batalla? ¡¿Y por qué viste así?! Intento golpear su mano que busca mi hombro, pero fracaso torpemente y entonces una sensación inexplicable recorre mi cuerpo. Todo se vuelve un poco más claro.
—¿D-Dónde es-estoy? —son las primeras palabras que salen agitadamente de mi boca. Suelto un grito y me estremezco cuando una espada destellante trona enfurecida—. Yo… ¿Qué ha-hago a-aquí…? —Cuando bajo la mirada mis ojos escarlatas se encuentran con el ensangrentado cuerpo de una niña—. ¡Ella está…! ¡Ella está muriendo!
De pronto las dudas se disipan y mi objetivo aparece por gracia divina. Intento armarme de valor, respirando profundamente como el maestro me enseñó, y busco calmarme. ¿Acaso no he estado antes en un campo de batalla? ¿Cuántas veces no he vivido esta situación? Trago saliva y me levanto, dejando de tiritar poco a poco y luego camino hacia la niña. ¿Esta señorita le ha atendido…? No puedo decir que es el trabajo de una experta, pero poca gente se detendría a ayudar a otros en medio de tanto caos y muerte.
—C-Creo que pu-puedo salvarla… ¡Creo que puedo hacerlo! —le digo a la señorita de pijama erótico, elevando el tono de voz y expresando seguridad.
Este no es el mejor escenario para cerrar las heridas de esta pobre criaturita, pero si la muevo bruscamente puedo acelerar su muerte… «Tendrás que ser fuerte», le susurro. Uso el mismo vendaje hecho por la mujer, pero lo acomodo de manera tal que ejerza una presión adecuada sobre las heridas para detener el sangrado. Espero que mis habilidades y conocimientos médicos alivien solo un poco su dolor. Debería intentar coser esos feos cortes, sin embargo, no tengo ninguna herramienta a mi disposición…
—¡No podemos abandonarla! ¡Ayúdeme, por favor! —le ruego entonces, mirándola con la esperanza de que me ayudaría—. ¡Solo necesito aguja e hilo!
- Resumen:
- Describir brevemente lo que ha pasado, espantarme por lo mismo y narrar el encuentro con Lysbeth/Aki. Una vez con la cabeza algo más tranquila aplico primeros auxilios a la niña, usando el vendaje puesto por Lys. Finalmente, le pido ayuda para ayudar a la pequeña.
Katharina von Steinhell
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Nadie podía negar que la situación en Wano era un completo caos. Había frentes de batalla en prácticamente todas las regiones de la isla. La Capital de las Flores estaba infestada de Reyes Marinos comandados por una reina loca y estúpida, y se decía que un Emperador del Mar había formado un cordón de barcos alrededor del país. Aún tenía que perfeccionar hasta el último detalle sus planes para conquistar Wano, sin embargo, ahora mismo parecía más importante verse bien en el campo de batalla. Con una sonrisa de suficiencia en el rostro y mirándose en el espejo cambiaba de pose una y otra vez, buscando sus mejores ángulos. El parche en el ojo no era del todo cómodo (sobre todo cuando sudaba), pero la sorpresa y la rabia de Kaya no tenían precio. Que se jodiera, había perdido el monopolio de los parches.
Dejando tonterías a un lado, Alexandra acababa de ayudarle con su armadura. Raikiri le había salvado la vida en más de una ocasión y, teniendo en cuenta que todo Wano era un campo de batalla, sería ilógico no llevarla. A su espalda cargaba a Fushigiri en su respectiva vaina; era el arma perfecta para pelear con esos idiotas capaces de sanar extremidades en segundos. A la cintura llevaba a Arugoriashito, la guadaña transformada en una katana de ochenta centímetros y vaina plateada como si la luna estuviese impresa en esta. El Sombrero Mágico de Burbruja no terminaba de calzar con el resto de la vestimenta, pero ni loca lo dejaría atrás. Era una pieza emblemática de su outfit. ¿Y qué hay de la Varita Mágica de Burbruja? Pues la había usado recién para crear un trozo de pizza y zampárselo de una. Tampoco se había olvidado de La Ilusión, una daga un poco más larga de lo normal, ni la Súper cámara de fotos con dendenwifi. Tenía pensado sacarle fotos vergonzosas a Kaya y luego pasárselas al estúpido rey de la Isla Gyojin para que las comercializase, pues ese negocio se le daba muy bien, ¿no? Oh, y en la cintura tenía amarrado al Pequeño Traidor con un bozal en la boca. En una ocasión casi perdió el dedo por no andarse con cuidado.
El simpático caracolito con sombrero de bruja comenzó a sonar y Katharina lo cogió sin prisa.
—Te llamo solo para anunciarte que no se cuánto tiempo vaya a resistir en esta isla de mierda. Tengo unas putas ganas de romperle la boca a Rose a ver si se le afloja la lengua. ¿Puedes creer que Jacky le ha contado sus mejores chistes y lo único que ha hecho es mirarle con asco? ¡Si hasta se ha sacado un chimpancé del culo para hacerla reír y nada! ¡¿Dónde coño has sacado a esta androide?! —dijo Selene desde el otro lado, molesta y frustrada. Katharina no estaba del todo convencida en haber llamado a su prima… Esperaba que Rose pusiera orden en esa banda de idiotas, pero al parecer lo estaba teniendo muy complicado.
—¿Me estás llamando solo para quejarte?
—Bueno, sí, es que…
—¡¿Tú crees que no tengo mierdas importantes que hacer?! —rugió la bruja con el ceño fruncido y expresión fiera—. ¡No me hagas perder el tiempo, idiota! —le espetó y entonces cortó de golpe la llamada.
Salió de la habitación en la que estaba y se reunió con el resto de la banda en un salón común donde solo estaban ellos. Les había comentado previamente y sin demasiado detalle el plan que había elaborado con el vampiro. Había navegado el tiempo suficiente para saber que este se iría a la mierda y acabaría improvisándolo todo, pero de momento lo respetaría como hueso santo. Por otra parte, su naturaleza desconfiada le gritaba que tuviera cuidado con “El Mayordomo”. Había usado su mantra en él cuando le conoció, pero ¿realmente había obtenido información de este? Ya se estaba dando cuenta de que necesitaba con urgencia buenos espías… En fin, registró el lugar con haki de observación y, una vez comprobase que no hubiera oídos indeseados ni ojos curiosos cerca, hablaría:
—Es demasiado obvio que no nos lo están contando todo, de hecho, estoy convencida de que nos están usando para después echarnos a la basura. No sabemos qué hace Hipatia en Wano ni la relación que tiene con la Estrella Oscura. ¿Y quién es este mayordomo? Como siempre, tenemos más preguntas que respuestas —dijo la hechicera, pasando sus ojos por cada uno de sus amigos—. Por el momento responderemos a esta banda de mercenarios y cumpliremos nuestras obligaciones, nos mostraremos leales y útiles como lo hemos hecho hasta ahora. Algunos más que otros estaremos muy ocupados en el campo de batalla, pero no es excusa para no reunir información sobre todo lo que está sucediendo aquí. Cuento contigo para ello, Kaya. —Hizo una pequeña pausa para estudiar su reacción y luego siguió—. Seguiremos a Blackhole y partiremos a Kuri, pero cuidado: la posibilidad de que nos traicione está ahí.
Se quedaría allí en el salón aguardando los comentarios de sus compañeros y, una vez todo estuviera discutido y pactado, marcharía hacia Kuri. Se detendría frente al puente que conectaba ambas regiones y usaría su mantra para intentar ver cualquier situación que le involucrase negativamente. Desconfiaba muchísimo de Blackhole, sobre todo por la información que no había querido compartir con ella, y estaría lista para reaccionar a cualquier cosa que sucediese pasado el puente.
—Vamos, chicos. Iré yo en frente.
Dejando tonterías a un lado, Alexandra acababa de ayudarle con su armadura. Raikiri le había salvado la vida en más de una ocasión y, teniendo en cuenta que todo Wano era un campo de batalla, sería ilógico no llevarla. A su espalda cargaba a Fushigiri en su respectiva vaina; era el arma perfecta para pelear con esos idiotas capaces de sanar extremidades en segundos. A la cintura llevaba a Arugoriashito, la guadaña transformada en una katana de ochenta centímetros y vaina plateada como si la luna estuviese impresa en esta. El Sombrero Mágico de Burbruja no terminaba de calzar con el resto de la vestimenta, pero ni loca lo dejaría atrás. Era una pieza emblemática de su outfit. ¿Y qué hay de la Varita Mágica de Burbruja? Pues la había usado recién para crear un trozo de pizza y zampárselo de una. Tampoco se había olvidado de La Ilusión, una daga un poco más larga de lo normal, ni la Súper cámara de fotos con dendenwifi. Tenía pensado sacarle fotos vergonzosas a Kaya y luego pasárselas al estúpido rey de la Isla Gyojin para que las comercializase, pues ese negocio se le daba muy bien, ¿no? Oh, y en la cintura tenía amarrado al Pequeño Traidor con un bozal en la boca. En una ocasión casi perdió el dedo por no andarse con cuidado.
El simpático caracolito con sombrero de bruja comenzó a sonar y Katharina lo cogió sin prisa.
—Te llamo solo para anunciarte que no se cuánto tiempo vaya a resistir en esta isla de mierda. Tengo unas putas ganas de romperle la boca a Rose a ver si se le afloja la lengua. ¿Puedes creer que Jacky le ha contado sus mejores chistes y lo único que ha hecho es mirarle con asco? ¡Si hasta se ha sacado un chimpancé del culo para hacerla reír y nada! ¡¿Dónde coño has sacado a esta androide?! —dijo Selene desde el otro lado, molesta y frustrada. Katharina no estaba del todo convencida en haber llamado a su prima… Esperaba que Rose pusiera orden en esa banda de idiotas, pero al parecer lo estaba teniendo muy complicado.
—¿Me estás llamando solo para quejarte?
—Bueno, sí, es que…
—¡¿Tú crees que no tengo mierdas importantes que hacer?! —rugió la bruja con el ceño fruncido y expresión fiera—. ¡No me hagas perder el tiempo, idiota! —le espetó y entonces cortó de golpe la llamada.
Salió de la habitación en la que estaba y se reunió con el resto de la banda en un salón común donde solo estaban ellos. Les había comentado previamente y sin demasiado detalle el plan que había elaborado con el vampiro. Había navegado el tiempo suficiente para saber que este se iría a la mierda y acabaría improvisándolo todo, pero de momento lo respetaría como hueso santo. Por otra parte, su naturaleza desconfiada le gritaba que tuviera cuidado con “El Mayordomo”. Había usado su mantra en él cuando le conoció, pero ¿realmente había obtenido información de este? Ya se estaba dando cuenta de que necesitaba con urgencia buenos espías… En fin, registró el lugar con haki de observación y, una vez comprobase que no hubiera oídos indeseados ni ojos curiosos cerca, hablaría:
—Es demasiado obvio que no nos lo están contando todo, de hecho, estoy convencida de que nos están usando para después echarnos a la basura. No sabemos qué hace Hipatia en Wano ni la relación que tiene con la Estrella Oscura. ¿Y quién es este mayordomo? Como siempre, tenemos más preguntas que respuestas —dijo la hechicera, pasando sus ojos por cada uno de sus amigos—. Por el momento responderemos a esta banda de mercenarios y cumpliremos nuestras obligaciones, nos mostraremos leales y útiles como lo hemos hecho hasta ahora. Algunos más que otros estaremos muy ocupados en el campo de batalla, pero no es excusa para no reunir información sobre todo lo que está sucediendo aquí. Cuento contigo para ello, Kaya. —Hizo una pequeña pausa para estudiar su reacción y luego siguió—. Seguiremos a Blackhole y partiremos a Kuri, pero cuidado: la posibilidad de que nos traicione está ahí.
Se quedaría allí en el salón aguardando los comentarios de sus compañeros y, una vez todo estuviera discutido y pactado, marcharía hacia Kuri. Se detendría frente al puente que conectaba ambas regiones y usaría su mantra para intentar ver cualquier situación que le involucrase negativamente. Desconfiaba muchísimo de Blackhole, sobre todo por la información que no había querido compartir con ella, y estaría lista para reaccionar a cualquier cosa que sucediese pasado el puente.
—Vamos, chicos. Iré yo en frente.
- Resumen:
- Hablar con la banda, marchar a Kuri y seguir a Blackhole pasado el puente.
Sasaki
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Y más retrasos, parecía ser que el mundo no quería que uno de los eventos más importantes de mi vida sucediese. Siempre había alguna misión que cumplir o salvar el mundo nuevamente. Esto me había pensar que la marina estaba reduciendo su poder con el tiempo y que éramos los mismos lo que siempre teníamos que sacar las castañas des fuego. Esta vez en Wano es donde se desarrollaría la acción.
Habían prometido que aquella vez sería algo más peligroso y peliagudo que cuando se había llamado por lo mismo otras veces. Dado el aviso había decidido acudir con todo lo que tenía. Jack, Rudolph y Franco venían conmigo de apoyo para quien lo necesitase, aunque esperaba que pudiesen mantenerse al margen. En la cabeza de Franco íbamos Rudolph, sobre él iba sentado yo y en mi hombro derecho Jack. Siguiendo el barco de la brigada hacia el nuevo puesto que se había conseguido con tanto sudor y sangre.
El primero en desembarcar fue nuestro pelirrojo, quien pareció cabrearse cuando el Capitán Molins le pidió un descanso. Sin embargo, y por suerte para el capitán y sus hombres les concedió diez minutos, aunque el hecho de que me encargara de devolverles la energía no me gustó demasiado. ¿Qué había de Al? ¿O de mí? También estábamos cansados y no nos dejaban descansar. A pesar de todo le hice caso. Conté más o menos cuantos eran a los que se les había concedido el descanso y comendé a formar con el azúcar unos polos de azúcar. Según los iba creando me acerqué al Almirante y comencé a clavárselos en el cuerpo durante apenas cinco segundos, pasado ese tiempo los sacaba y volando por el aire los transportaba hasta algún soldado.
-Señores, no tomes sus palabras en serio. – Les dije mirándolos – Los enanos por naturaleza son rencorosos, este en especial. Además de ello el cansancio también hace mella en él, de ahí que ahora mismo mis compañeros Gal y Al estén obligándolo a sentarse. – Informé señalándoles la curiosa escena. – Sin embargo, puedo aseguraros que descansará menos que vosotros, para idear una estrategia que sea lo más segura para todos y que podamos irnos a casa cuanto antes. Comed los helados, restaurarán en parte vuestra fatiga y lo que es mejor para combatir, vuestro humor. – Les informé para tranquilizarles un poco. – Ahora mientras descansáis, notareis como vuestro cuerpo se abandona durante unos minutos, vuestra mente dejará de controlarlo y cuando vuelva a recuperar su control notareis como vuestras fuerzas no las habéis perdido, solo que vuestra mente se había olvidado de que teníais esa fuerza. En estos momentos en los que vuestra mente al olvidarse del cuerpo está recolectando esa fuerza para volver al inicio de vuestras fuerzas. – Concluí el discurso dando un par de palmadas.
No era algo que soliese hacer, el dar discursos, pero sin duda parecían todos demasiado cansados como para seguir, obtuviesen energía del helado o no. Quizás el que jugase momentáneamente con sus mentes les facilitaría el regreso al campo de batalla con fuerzas renovadas. El hipnotismo, no lo había probado en nadie más que en mí mismo, y había salido raro, sin embargo, ahora que sabía más de como funcionaba la mente humana seguro que funcionaba mejor.
Habían prometido que aquella vez sería algo más peligroso y peliagudo que cuando se había llamado por lo mismo otras veces. Dado el aviso había decidido acudir con todo lo que tenía. Jack, Rudolph y Franco venían conmigo de apoyo para quien lo necesitase, aunque esperaba que pudiesen mantenerse al margen. En la cabeza de Franco íbamos Rudolph, sobre él iba sentado yo y en mi hombro derecho Jack. Siguiendo el barco de la brigada hacia el nuevo puesto que se había conseguido con tanto sudor y sangre.
El primero en desembarcar fue nuestro pelirrojo, quien pareció cabrearse cuando el Capitán Molins le pidió un descanso. Sin embargo, y por suerte para el capitán y sus hombres les concedió diez minutos, aunque el hecho de que me encargara de devolverles la energía no me gustó demasiado. ¿Qué había de Al? ¿O de mí? También estábamos cansados y no nos dejaban descansar. A pesar de todo le hice caso. Conté más o menos cuantos eran a los que se les había concedido el descanso y comendé a formar con el azúcar unos polos de azúcar. Según los iba creando me acerqué al Almirante y comencé a clavárselos en el cuerpo durante apenas cinco segundos, pasado ese tiempo los sacaba y volando por el aire los transportaba hasta algún soldado.
-Señores, no tomes sus palabras en serio. – Les dije mirándolos – Los enanos por naturaleza son rencorosos, este en especial. Además de ello el cansancio también hace mella en él, de ahí que ahora mismo mis compañeros Gal y Al estén obligándolo a sentarse. – Informé señalándoles la curiosa escena. – Sin embargo, puedo aseguraros que descansará menos que vosotros, para idear una estrategia que sea lo más segura para todos y que podamos irnos a casa cuanto antes. Comed los helados, restaurarán en parte vuestra fatiga y lo que es mejor para combatir, vuestro humor. – Les informé para tranquilizarles un poco. – Ahora mientras descansáis, notareis como vuestro cuerpo se abandona durante unos minutos, vuestra mente dejará de controlarlo y cuando vuelva a recuperar su control notareis como vuestras fuerzas no las habéis perdido, solo que vuestra mente se había olvidado de que teníais esa fuerza. En estos momentos en los que vuestra mente al olvidarse del cuerpo está recolectando esa fuerza para volver al inicio de vuestras fuerzas. – Concluí el discurso dando un par de palmadas.
No era algo que soliese hacer, el dar discursos, pero sin duda parecían todos demasiado cansados como para seguir, obtuviesen energía del helado o no. Quizás el que jugase momentáneamente con sus mentes les facilitaría el regreso al campo de batalla con fuerzas renovadas. El hipnotismo, no lo había probado en nadie más que en mí mismo, y había salido raro, sin embargo, ahora que sabía más de como funcionaba la mente humana seguro que funcionaba mejor.
- resumen:
- Llegar a Wano con mis pequeñas mascotas y tiernas mascotas, hacer helados de azúcar con el cuerpo de Al para recargar energía de los soldados y dar mensaje motivacional a los soldados cansado (vamos intento hipnotizarlos para que "recuperen" fuerzas, psicologo rango 10).
Vile Spectre
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Vile no aceptó de buena gana volver al archipiélago Sabaody, máxime después de lo allí sucedido y de la vergonzosa huida de Madame Rouge, pero las buenas palabras del semigigante y su cándida actitud bastaron para convencerle. Marc incluso se dispuso a explicar los motivos por los que marchaban allí: tenían que encontrar a Kenshin y al rubiales para dirigirse a Wano y sacar tajada de un insólito evento que estaba teniendo lugar en aquel lejano territorio. Además, parecía que el tiburón se había metido en líos. Vile necesitó unos momentos para sincerarse consigo mismo y darse cuenta de que, en el fondo, el gyojin le había tratado bastante bien y se había ganado su simpatía, con lo que aceptó de buena gana arriesgar su vida junto a los Arashi no Kyoudai. No tenía ninguna gana de morir, pero menos quería dejarse llevar por el hastío y matarse de tanto beber. Un día más, participaría en las luchas intestinas del Nuevo Mundo por hacerse un nombre.
En cuanto Kenshin y Palatiard subieron al navío, se deshicieron en chanzas y gestos burlones pero familiares con el resto de la tripulación, acusándoles -no muy seriamente- de desobedecerle. Vile desvió la mirada al grandullón, el artífice de que se hallara allí y no emborrachándose en una esquina de Momoiro. Se limitó a dirigir una sonrisa arrogante en dirección a Kenshin:
-Vamos, ¿creías que te íbamos a dejar con toda la diversión, Kenshin? -preguntó el músico-. Además, tengo que demostrar que estos flamantes ciento veinte millones de berries de recompensa no son únicamente un número sobre un papel.
Pasaron algunos días navegando en el Kin no Otome, en los que Vile se dedicó a tocar una música triunfal en el castillo de popa con su armónica -sonaba algo estridente, sí, pero le divertía ver las caras de fastidio de algunos de sus compañeros-, compartir chanzas con el gyojin y el semigigante, y hacer algunas de las tareas que Kenshin encargaba a la tripulación. Desde que finalizó la Travesía de la Gran Ruta, se sentía poco motivado y ligeramente deprimido por lo sucedido con el anciano, por lo que hacía cuanto pudiera para sentirse vivo.
Y, por supuesto, participó en algunos de los juegos de Kenshin, en los que perdió su camisa y su preciado abrigo, dejando ver su escuálido cuerpo. Entre tiritona y tiritona lanzaba un quejido fingido:
-Os aseguro que Kenshin ha hecho trampa con los dados hace dieciséis tiradas -decía, tratando de meter cizaña-. Devolvedme el abrigo, anda, que aquí hace fresquete.
Al emerger, se levantó y se sentó en la baranda de estribor, contemplando la zona de guerra que era Wano. Con tanto caos, estaba más que seguro de que podría aprovechar algunas de las oportunidades que ofrecería semejante campo de batalla. No tardó en darse cuenta del bloqueo naval que una enorme flota estaba causando a la isla, y la observó con cierto anhelo. Era cierto que el Kin no Otome era un barco de lo más majestuoso, pero... Una flota siempre era preferible a un barco.
"Tengo... Tenemos que agenciarnos una de esas" pensó, mientras le castañeteaban los dientes.
De esta febril ensoñación le despertó un sonoro chapoteo y una sombra ocultando la luz solar repentinamente. Se dio la vuelta solo para reparar en una enorme sierpe atravesando la cubierta del barco y dejando detrás de sí a un feísimo hombre pez. Luka se dirigió a él, tratando de imponerse, aunque Kenshin ya parecía estar más que dispuesto a atacar. Vile sonrió y se movió silenciosamente, colocándose a la espalda del intruso. Cualquier señal del hombre pez le serviría para desenfundar su pistola, ya amartillada, y poner en un apuro a aquel indeseable.
En cuanto Kenshin y Palatiard subieron al navío, se deshicieron en chanzas y gestos burlones pero familiares con el resto de la tripulación, acusándoles -no muy seriamente- de desobedecerle. Vile desvió la mirada al grandullón, el artífice de que se hallara allí y no emborrachándose en una esquina de Momoiro. Se limitó a dirigir una sonrisa arrogante en dirección a Kenshin:
-Vamos, ¿creías que te íbamos a dejar con toda la diversión, Kenshin? -preguntó el músico-. Además, tengo que demostrar que estos flamantes ciento veinte millones de berries de recompensa no son únicamente un número sobre un papel.
Pasaron algunos días navegando en el Kin no Otome, en los que Vile se dedicó a tocar una música triunfal en el castillo de popa con su armónica -sonaba algo estridente, sí, pero le divertía ver las caras de fastidio de algunos de sus compañeros-, compartir chanzas con el gyojin y el semigigante, y hacer algunas de las tareas que Kenshin encargaba a la tripulación. Desde que finalizó la Travesía de la Gran Ruta, se sentía poco motivado y ligeramente deprimido por lo sucedido con el anciano, por lo que hacía cuanto pudiera para sentirse vivo.
Y, por supuesto, participó en algunos de los juegos de Kenshin, en los que perdió su camisa y su preciado abrigo, dejando ver su escuálido cuerpo. Entre tiritona y tiritona lanzaba un quejido fingido:
-Os aseguro que Kenshin ha hecho trampa con los dados hace dieciséis tiradas -decía, tratando de meter cizaña-. Devolvedme el abrigo, anda, que aquí hace fresquete.
Al emerger, se levantó y se sentó en la baranda de estribor, contemplando la zona de guerra que era Wano. Con tanto caos, estaba más que seguro de que podría aprovechar algunas de las oportunidades que ofrecería semejante campo de batalla. No tardó en darse cuenta del bloqueo naval que una enorme flota estaba causando a la isla, y la observó con cierto anhelo. Era cierto que el Kin no Otome era un barco de lo más majestuoso, pero... Una flota siempre era preferible a un barco.
"Tengo... Tenemos que agenciarnos una de esas" pensó, mientras le castañeteaban los dientes.
De esta febril ensoñación le despertó un sonoro chapoteo y una sombra ocultando la luz solar repentinamente. Se dio la vuelta solo para reparar en una enorme sierpe atravesando la cubierta del barco y dejando detrás de sí a un feísimo hombre pez. Luka se dirigió a él, tratando de imponerse, aunque Kenshin ya parecía estar más que dispuesto a atacar. Vile sonrió y se movió silenciosamente, colocándose a la espalda del intruso. Cualquier señal del hombre pez le serviría para desenfundar su pistola, ya amartillada, y poner en un apuro a aquel indeseable.
- Resumen:
- Introspección, estrechar lazos con la banda y prepararse para disparar al gyojin por la espalda.
Osuka Sumisu
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Después de tantos años, ahí estaba; Wano. Tierra de poesía, samuráis y acero. El trayecto hacia la isla había sido extensivo, pero las ganas de llegar del oficial alargaron más el tiempo incluso. Aunque hubiese deseado que fuera de otra forma, pues un guerra a tres bandas entre piratas, marines y revolucionarios no era la mejor ocasión para ir de turismo. Al menos ya tenía un subvenir; una camiseta con logotipo y la cara de Maki. Era correcto, estaba con Maki, que seguía insistiendo en que era el líder por una competición de tamaños. De boinas. Y como Osu no tenia, fue descalificado y se autoproclamo único participante y ganador de las olimpiadas de la boina hasta dentro de otros cuatro años. Por ahora lo consideraría un intercambio de sugerencias imperativas, pues las ideas del gyojin, aunque locas, solían funcionar siempre de milagro.
No había que olvidar que el motivo de la misión y todo aquel marrón era la mujer de Maki. Ni siquiera le había invitado a la boda y ahorra tenía que encargarse de aquello. Ni siquiera una sola mención a estatua del gyojin que había hecho en miniatura, estuvo dos noches para perfeccionar cada pliegue de aquel redondo cuerpo, sobretodo esa napia.
Los silbidos de las balas de cañón se hacían sonar en el aire y a cada milla el conflicto entre navíos se hacía notar. Aquello les estaba pasando factura pues perdieron a muchos de los barcos que les acompañaban. Desembarcaron casi de milagro, pero aquello no impidió a los tripulantes bajar del navío y empezar a montar el puesto de avanzada. Quiso reforzar aquella posición evidentemente débil, así que con un gesto de la mano izquierda, el oficial hizo emerger en los lugares más vulnerables del puesto unas estructuras piramidales cuadradas, de pura piedra y metro veinte. Estos “dientes de dragón” impedirían el avance de maquinaria enemiga del enemigo y serviría de cobertura para los revolucionarios. En su mano derecha llevaba una maza de gran tamaño, adornada con puntiagudas protuberancias doradas sobre un cuerpo negro. Al ser una arma típica de la zona, no veía escusa para no probarla por primera vez sobre el terreno. Con los muñecos de practicas, o lo que quedaron de ellos, había ido bastante bien.
A su vez que terminaba aquello, le llamaron la atención sobre su próximo movimiento; Ir directo a por la cabeza de la serpiente, o del pez en este caso. Tomar el castillo que se veía a la lejanía supondría un punto ventajoso en la batalla. Por otra parte, los barcos de la Armada se veían atosigados por los enemigos y no se les veía con muchas posibilidades de salir enteros. Maki le confió el asedio mientras él se iba a encargar de minimizar las bajas navales. Era evidente que uno era mejor en secano y otro en mojado. Osu simplemente sonrió de forma picara.
- Espero que lo hagas rápido o te vas a quedar sin castillo que conquistar – se crujió el cuello y los nudillos-. Y paso de encontrarme a solas con tu parienta. Seria súper incómodo.
Osu salió con ímpetu hacia el castillo mientras las primeras hojas de otoño bailaban sobre el al descender. El revolucionario empezó a conectarse con el elemento bajo sus pies, como un deportista calentando para salir al campo. La razón era evidente; aquello iba a ser divertido.
No había que olvidar que el motivo de la misión y todo aquel marrón era la mujer de Maki. Ni siquiera le había invitado a la boda y ahorra tenía que encargarse de aquello. Ni siquiera una sola mención a estatua del gyojin que había hecho en miniatura, estuvo dos noches para perfeccionar cada pliegue de aquel redondo cuerpo, sobretodo esa napia.
Los silbidos de las balas de cañón se hacían sonar en el aire y a cada milla el conflicto entre navíos se hacía notar. Aquello les estaba pasando factura pues perdieron a muchos de los barcos que les acompañaban. Desembarcaron casi de milagro, pero aquello no impidió a los tripulantes bajar del navío y empezar a montar el puesto de avanzada. Quiso reforzar aquella posición evidentemente débil, así que con un gesto de la mano izquierda, el oficial hizo emerger en los lugares más vulnerables del puesto unas estructuras piramidales cuadradas, de pura piedra y metro veinte. Estos “dientes de dragón” impedirían el avance de maquinaria enemiga del enemigo y serviría de cobertura para los revolucionarios. En su mano derecha llevaba una maza de gran tamaño, adornada con puntiagudas protuberancias doradas sobre un cuerpo negro. Al ser una arma típica de la zona, no veía escusa para no probarla por primera vez sobre el terreno. Con los muñecos de practicas, o lo que quedaron de ellos, había ido bastante bien.
A su vez que terminaba aquello, le llamaron la atención sobre su próximo movimiento; Ir directo a por la cabeza de la serpiente, o del pez en este caso. Tomar el castillo que se veía a la lejanía supondría un punto ventajoso en la batalla. Por otra parte, los barcos de la Armada se veían atosigados por los enemigos y no se les veía con muchas posibilidades de salir enteros. Maki le confió el asedio mientras él se iba a encargar de minimizar las bajas navales. Era evidente que uno era mejor en secano y otro en mojado. Osu simplemente sonrió de forma picara.
- Espero que lo hagas rápido o te vas a quedar sin castillo que conquistar – se crujió el cuello y los nudillos-. Y paso de encontrarme a solas con tu parienta. Seria súper incómodo.
Osu salió con ímpetu hacia el castillo mientras las primeras hojas de otoño bailaban sobre el al descender. El revolucionario empezó a conectarse con el elemento bajo sus pies, como un deportista calentando para salir al campo. La razón era evidente; aquello iba a ser divertido.
- Resumen:
- Reforzar el puesto avanzado, dejar a Maki dar cabezazos a cosas y dirigirse hacia el castillo
Ivan Markov
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La batalla de Akayama, la lucha final en las playas del norte, Vanator rota en la lucha contra el Almirante, el encuentro con su maestro Thelor... una sucesión de imágenes de esos recuerdos se cruzó por la mente de Ivan mientras caminaban hacia Kuri. El vampiro, normalmente despreocupado o risueño, mostraba en esta ocasión un rostro ensombrecido y adusto. Una seriedad poco natural en él. Llevaba su barroca armadura, la Coraza del Amo de la Noche, una armadura completa hecha por el mejor herrero del Bajo Mundo pero de aspecto poco común. En lugar de estar compuesta por piezas rígidas, la armadura era un traje de hilo de acero entretejido, similar a una cota de mallas, con placas móviles superpuestas por encima. A pesar de lo aparatosa que parecía, no entorpecía el movimiento, ni tampoco tintineaba ni hacía ruido al moverse. Sólo se notaba el peso de la armadura cuando las botas pisaban el suelo. Y en realidad, con la habilidad de Ivan para el sigilo, eso era solo porque no estaba activamente evitando hacer ruido al pisar. Colgada de las hombreras llevaba el Manto de la Noche, una capa negra de aspecto vaporoso y etéreo.
Demasiadas cosas había ocurrido. Aunque había procurado no darle importancia a la pérdida de su espada, armado únicamente con sus armas de fuego y dagas se sentía como desnudo. Vanator había sido su leal compañera desde que se la había arrebatado a Iliana. Antes de eso había portado su primera espada, pero se había roto durante el torneo. Tuvo un sentimiento de rabia al recordarlo, en parte motivado por el dolor de haber perdido un recuerdo como aquel, pero por otra parte porque de haberla tenido aún, podría llevarla a la batalla sustituyendo a Vanator. "No... en realidad no es así. Que se rompiese durante el torneo es la prueba. No puedo llevar armas normales y corrientes porque se quebrarán. Necesito una espada nueva, pero debe estar a la altura de Vanator o más." Por ahora tenía la Hoja Negra en el lado derecho de su cinturón, lista para ser desenvainada a la menor señal de peligro. Acarició el mango con los dedos enguantados. Seguía sintiéndose desprotegido pese a todo.
Pero no era simplemente haber perdido la espada lo que le hacía estar de un humor tan negro. No, se sabía lo bastante fuerte como para enfrentarse a rivales del Nuevo Mundo sin ayuda de Vanator. En el peor caso podía convocar la Espada de Hades, pues aunque no fuese capaz de mantenerla más que unos segundos, podía salvarle la vida. Lo que realmente le preocupaba era cómo se habían torcido sus planes en las últimas semanas. Había contado con que Akagami se presentaría en persona en la isla para defenderla. Incluso con la posibilidad de que Julius C. Zar apareciese por allí. Lo que no contaba era con aquel bloqueo naval que impediría que recibiesen refuerzos de Tlaseseyan o Terrell. Con lo que tampoco había contado era con la Marina enviando una segunda flota con tanta rapidez, y comandada por un segundo Almirante. Y aunque Kurookami había sido una auténtica bestia, Koneko había sido capaz de capturar al viejo Legim en solitario y en su propio territorio. Y el avance de la Marina había sido imparable desde Ringo a Hakumai. Pero, no bastando con eso, la reina de los gyojins se había plantado en persona en la capital... ¡con un ejército de Reyes Marinos!
¿Poseía dos ejércitos de no muertos? Sí. ¿Podía crear más a medida que la contienda avanzase? También. Pero no podía hacer milagros. Hasta él, en todo su ego, era consciente de que su poder tenía límites. No podía estar en todos lados. Demasiados actores se habían juntado en Wano. ¿Realmente tenían la capacidad de tomar la isla? Si, aún encima, Katharina tenía razón y Zane D. Kenshin estaba interesado en aquella isla, podía ser que apareciese antes o después. Y tres Yonkous, un Almirante, la reina gyojin y la Estrella Oscura eran demasiados rivales que vencer. Peor aún, si se juntaban tres Yonkou, ¿qué le decía que Émile no acabaría decidiendo pasarse a dar una visita? Esperaba, con todas sus fuerzas, que no fuese así. Aún no estaban listos para enfrentarse al Ángel Negro. Pero, lo que más le preocupaba de todo aquello, no era la posibilidad de morir.
- Espera, deja que me adelante - le dijo a Kath mientras cruzaban el puente - Quiero preguntarle algo a Blackhole.
Aceleró el paso hasta ponerse al lado del gigantesco luchador. No le resultaría tan imponente, aún siendo tan grande, si no fuese porque le había visto luchar.
- Compañero, ¿a qué venía todo eso de los hombres pez entrando en la capital sin oposición? ¿Son nuestros aliados o algo así?
Lo que realmente temía Ivan era dejar este mundo sin besar a Brianna una última vez.
Demasiadas cosas había ocurrido. Aunque había procurado no darle importancia a la pérdida de su espada, armado únicamente con sus armas de fuego y dagas se sentía como desnudo. Vanator había sido su leal compañera desde que se la había arrebatado a Iliana. Antes de eso había portado su primera espada, pero se había roto durante el torneo. Tuvo un sentimiento de rabia al recordarlo, en parte motivado por el dolor de haber perdido un recuerdo como aquel, pero por otra parte porque de haberla tenido aún, podría llevarla a la batalla sustituyendo a Vanator. "No... en realidad no es así. Que se rompiese durante el torneo es la prueba. No puedo llevar armas normales y corrientes porque se quebrarán. Necesito una espada nueva, pero debe estar a la altura de Vanator o más." Por ahora tenía la Hoja Negra en el lado derecho de su cinturón, lista para ser desenvainada a la menor señal de peligro. Acarició el mango con los dedos enguantados. Seguía sintiéndose desprotegido pese a todo.
Pero no era simplemente haber perdido la espada lo que le hacía estar de un humor tan negro. No, se sabía lo bastante fuerte como para enfrentarse a rivales del Nuevo Mundo sin ayuda de Vanator. En el peor caso podía convocar la Espada de Hades, pues aunque no fuese capaz de mantenerla más que unos segundos, podía salvarle la vida. Lo que realmente le preocupaba era cómo se habían torcido sus planes en las últimas semanas. Había contado con que Akagami se presentaría en persona en la isla para defenderla. Incluso con la posibilidad de que Julius C. Zar apareciese por allí. Lo que no contaba era con aquel bloqueo naval que impediría que recibiesen refuerzos de Tlaseseyan o Terrell. Con lo que tampoco había contado era con la Marina enviando una segunda flota con tanta rapidez, y comandada por un segundo Almirante. Y aunque Kurookami había sido una auténtica bestia, Koneko había sido capaz de capturar al viejo Legim en solitario y en su propio territorio. Y el avance de la Marina había sido imparable desde Ringo a Hakumai. Pero, no bastando con eso, la reina de los gyojins se había plantado en persona en la capital... ¡con un ejército de Reyes Marinos!
¿Poseía dos ejércitos de no muertos? Sí. ¿Podía crear más a medida que la contienda avanzase? También. Pero no podía hacer milagros. Hasta él, en todo su ego, era consciente de que su poder tenía límites. No podía estar en todos lados. Demasiados actores se habían juntado en Wano. ¿Realmente tenían la capacidad de tomar la isla? Si, aún encima, Katharina tenía razón y Zane D. Kenshin estaba interesado en aquella isla, podía ser que apareciese antes o después. Y tres Yonkous, un Almirante, la reina gyojin y la Estrella Oscura eran demasiados rivales que vencer. Peor aún, si se juntaban tres Yonkou, ¿qué le decía que Émile no acabaría decidiendo pasarse a dar una visita? Esperaba, con todas sus fuerzas, que no fuese así. Aún no estaban listos para enfrentarse al Ángel Negro. Pero, lo que más le preocupaba de todo aquello, no era la posibilidad de morir.
- Espera, deja que me adelante - le dijo a Kath mientras cruzaban el puente - Quiero preguntarle algo a Blackhole.
Aceleró el paso hasta ponerse al lado del gigantesco luchador. No le resultaría tan imponente, aún siendo tan grande, si no fuese porque le había visto luchar.
- Compañero, ¿a qué venía todo eso de los hombres pez entrando en la capital sin oposición? ¿Son nuestros aliados o algo así?
Lo que realmente temía Ivan era dejar este mundo sin besar a Brianna una última vez.
- resumen:
- Vamos a morir todos y lo sé. Ah, y le hablo a Blackhole mientras cruzamos el puente.
Alexandra Holmes
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Había tenido mucha faena durante el tiempo que llevaba en Wano con el resto de la tripulación. Había estado aprendiendo más y más, aunque el trabajo que tenía no le había permitido terminar de poner en práctica todo lo que había aprendido y entrenado. Ahora, más que nunca, había tenido que hacer uso de sus habilidades estilistas. Lo primero había sido ayudar a Katharina a poner a punto su armadura, para después pasar a su función principal: diseñar y tejer unas ropas que sirvieran para hacer pasar "desapercibidos" al resto, que no tenían la capacidad ofensiva de los dos líderes.
Gracias a las instrucciones de Kaya, la bestia rosa de los Sinner pudo diseñar unas prendas que se ajustaban bastante más que bien a lo que históricamente se vestía en Wano. Trató de satisfacer los gustos de sus compañeros —hizo prendas para todos, aunque luego ellos usaran otras cosas—, pero acabaría ciñéndose a lo que le decía la historiadora para pasar por nativos en la medida de lo posible. Ahora, siguiente "problema", ella misma. Siempre podía esconder su cola entre los huecos del kimono pero... ¿y la cara? después de los gyojins y los minks no tendrían por qué extrañarse demasiado de su forma, ¿no?
—Sería un crimen esconder esta cara —murmuró. Al final decidió ir a por las dos cosas. Se hizo una máscara también tradicional siguiendo las indicaciones de Kaya y se la guardó, pero iría con el rostro descubierto salvo que le pidiesen lo contrario. Se trataba de una máscara Hannya, una de las usadas en los teatros de Wano para representar a demonios femeninos. Por puro estilo le puso unas cuerdas finas y se la dejó puesta en la cara pero en un costado. Así, pudo vestirse con uno de los kimonos que había hecho, uno de colores rosa y blanco, con estampados de camelias. En lugar de botas, como siempre, llevaba ahora unas sandalias, que darían mucho menos el cante. También se había quitado los brazales y, en general, se había dejado en casa todo lo que no fuera de Wano.
En otro orden de cosas estaba la situación de Wano según les habían informado tanto Ivan como Katharina. Por lo que había oído y, según sus propias palabras, lo de Wano podía calificarse como "vaya puto caos de sitio, colega". Por otro lado estaba el tema del almirante que había hecho que Katharina perdiera un ojo. Por supuesto, no entendía por qué no le habían dejado pintarle un pene en la frente. Quizá, y solo quizá, esas ideas eran el motivo de no haberle dicho nada de los prisioneros hasta ahora.
—Mira, yo del mayordomo no me fío. Es igual de sigiloso que el puto Grimes solo que este me da mal rollo en lugar de aburrirme y no sé qué es peor, al menos del fiscal sieso este me puedo reir.
Respecto al resto no tenía mucho que opinar, confiaba en el criterio de la capitana y su segundo al mando, tenían una experiencia infinitamente más amplia y sabrían mejor qué hacer si todo descarrilaba. Las cosas funcionaban así, ellos no le discutían a Xandra sus capacidades científicas y ella no se metía en sus capacidades tácticas, funcionando así todos en perfecta armonía.
De repente llegó el tal Blackhole, con cara de pocos amigos diciendo que tenían que irse porque se habían sublevado en Kuri. Kuri era... si no recordaba mal lo que había visto la última vez en el mapa de Wano, era la región del oeste.
Sin embargo, antes de llegar a salir, pudieron ver a un ejército de habitantes del mar empezar a ocupar la ciudad. Oops. ¿Vendrían a por Katha después de toda la movida de la mujer patata? Pues sí que estaban enfadados... por suerte pudieron salir y, tiempo más tarde, se encontraban ya frente al puente que conducía a la región de Kuri.
Asintió a las indicaciones de Katharina, no iba a ser ella quien le pusiera pegas a lo de no ir delante. Sin decir mucho, la científica avanzaría por el puente detrás de la capitana y de Ivan, que ya se había adelantado un poco. Blackhole... tenía la sensación de que no era sensato soltar demasiadas bravuconadas cerca suya.
Pues bueno. Estaba metida en un país aislado, rodeada de un mezclote de Yonkōs, Almirantes, y vete tú a saber si no llegaba más gente a la fiesta. Espera, ¿decía Katharina que el Yonkō Zane quería la isla? Pensaba restregar sus pasadas victorias si se encontraba a los que reaccionarion tan mal durante aquella carrera. Ya pensaría algunas frases lapidarias por el camino, solo por si se los acababa cruzando.
No quería morir, le tenía miedo a la muerte y haría lo imposible por sobrevivir, pero si moría... sería dando guerra y descojonándose de alguien.
Gracias a las instrucciones de Kaya, la bestia rosa de los Sinner pudo diseñar unas prendas que se ajustaban bastante más que bien a lo que históricamente se vestía en Wano. Trató de satisfacer los gustos de sus compañeros —hizo prendas para todos, aunque luego ellos usaran otras cosas—, pero acabaría ciñéndose a lo que le decía la historiadora para pasar por nativos en la medida de lo posible. Ahora, siguiente "problema", ella misma. Siempre podía esconder su cola entre los huecos del kimono pero... ¿y la cara? después de los gyojins y los minks no tendrían por qué extrañarse demasiado de su forma, ¿no?
—Sería un crimen esconder esta cara —murmuró. Al final decidió ir a por las dos cosas. Se hizo una máscara también tradicional siguiendo las indicaciones de Kaya y se la guardó, pero iría con el rostro descubierto salvo que le pidiesen lo contrario. Se trataba de una máscara Hannya, una de las usadas en los teatros de Wano para representar a demonios femeninos. Por puro estilo le puso unas cuerdas finas y se la dejó puesta en la cara pero en un costado. Así, pudo vestirse con uno de los kimonos que había hecho, uno de colores rosa y blanco, con estampados de camelias. En lugar de botas, como siempre, llevaba ahora unas sandalias, que darían mucho menos el cante. También se había quitado los brazales y, en general, se había dejado en casa todo lo que no fuera de Wano.
En otro orden de cosas estaba la situación de Wano según les habían informado tanto Ivan como Katharina. Por lo que había oído y, según sus propias palabras, lo de Wano podía calificarse como "vaya puto caos de sitio, colega". Por otro lado estaba el tema del almirante que había hecho que Katharina perdiera un ojo. Por supuesto, no entendía por qué no le habían dejado pintarle un pene en la frente. Quizá, y solo quizá, esas ideas eran el motivo de no haberle dicho nada de los prisioneros hasta ahora.
—Mira, yo del mayordomo no me fío. Es igual de sigiloso que el puto Grimes solo que este me da mal rollo en lugar de aburrirme y no sé qué es peor, al menos del fiscal sieso este me puedo reir.
Respecto al resto no tenía mucho que opinar, confiaba en el criterio de la capitana y su segundo al mando, tenían una experiencia infinitamente más amplia y sabrían mejor qué hacer si todo descarrilaba. Las cosas funcionaban así, ellos no le discutían a Xandra sus capacidades científicas y ella no se metía en sus capacidades tácticas, funcionando así todos en perfecta armonía.
De repente llegó el tal Blackhole, con cara de pocos amigos diciendo que tenían que irse porque se habían sublevado en Kuri. Kuri era... si no recordaba mal lo que había visto la última vez en el mapa de Wano, era la región del oeste.
Sin embargo, antes de llegar a salir, pudieron ver a un ejército de habitantes del mar empezar a ocupar la ciudad. Oops. ¿Vendrían a por Katha después de toda la movida de la mujer patata? Pues sí que estaban enfadados... por suerte pudieron salir y, tiempo más tarde, se encontraban ya frente al puente que conducía a la región de Kuri.
Asintió a las indicaciones de Katharina, no iba a ser ella quien le pusiera pegas a lo de no ir delante. Sin decir mucho, la científica avanzaría por el puente detrás de la capitana y de Ivan, que ya se había adelantado un poco. Blackhole... tenía la sensación de que no era sensato soltar demasiadas bravuconadas cerca suya.
Pues bueno. Estaba metida en un país aislado, rodeada de un mezclote de Yonkōs, Almirantes, y vete tú a saber si no llegaba más gente a la fiesta. Espera, ¿decía Katharina que el Yonkō Zane quería la isla? Pensaba restregar sus pasadas victorias si se encontraba a los que reaccionarion tan mal durante aquella carrera. Ya pensaría algunas frases lapidarias por el camino, solo por si se los acababa cruzando.
No quería morir, le tenía miedo a la muerte y haría lo imposible por sobrevivir, pero si moría... sería dando guerra y descojonándose de alguien.
- resumen:
» Explicación de lo que ha hecho durante ese tiempo: hacer ropa wanense (sastre a tope) para todos según las instrucciones de la historiadora Kaya, para que se aproxime lo máximo posible a lo que haría una sastre nativa de Wano. También se ha hecho una máscara que se ha puesto a un lado de la cabeza. De momento va con la cara al descubierto.
» Estar en la pequeña reunión de la banda.
» Ir con ellos a Kuri, y cruzar el puente detrás de la capitana.
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-Y eso es más o menos lo que pasa. ¿Lo has entendido?
Una vez terminada la presentación, doy tiempo para que Inosuke asimile la información. He tenido que hacerlo con dibujos y marionetas, porque la situación aquí en Wano es más confusa cada día que pasa. No es que tenga muchas expectativas con el hombre-cerdo, pero confío en poder evitar que mate a quien no debe en el momento más inoportuno.
-¿Y tú?
Franklin se lleva la aleta a la frente, como un soldado dispuesto a todo. Interpreto que eso es un sí.
-Bien, me alegro.
-¡Mentira! No se lo cree -exclama el parche.
-Cállate, mierda. No sabes el asco que te tengo...
-¡Mentira! -grita de nuevo-. Lo sé perfectamente. Lo has expresado en cuatrocientas veintiocho ocasiones.
Mascullando maldiciones contra el parche chillón, el genio y la madre que los parió a todos, acudo a la reunión concertada por Kath, donde aguarda la plana mayor de la banda, o al menos los que más ruido hacen. Confío en que la bruja recapacite y... bah, sé que no va a hacerlo.
Hace ya días que me he resignado a la insensata idea de apoderarse de esta isla. Admito que es un enclave ideal para refugiarse, pero precisamente por eso está tan cotizado. Llevamos aquí varios días y cada mañana nos hemos despertado con la noticia de una nueva calamidad cerniéndose sobre Wano. Emperadores, Almirantes, monstruos marinos... Hasta hace poco podía consolarme con la idea de que al menos somos aliados del grupo de ese tío enorme y siniestro, Blackhole, pero, cómo no, Kath y Ivan quieren traicionarlo. Eso reduce a nuestro bando a nosotros, unos cuantos zombies y esos hombres-coquito tan monos y tan raros.
Lo único bueno es que la isla es interesante. La Capital de la Flor es un lugar de lo más pintoresco, y no solo porque hayan plantado el palacio de su líder en lo alto de un árbol demencialmente grande. Aunque la guerra acecha por todas partes, aquí la gente sigue haciendo su vida, confiando en que los samuráis se ocuparán de todo. He visto a algunos de esos, y no tienen pinta de que vayan a dejar que nos apoderemos de la isla tal y como piensa Kath. Aunque en teoría aquí ya gobierna un pirata, así que tal vez no les importe cambiarlo por otra.
He invertido buena parte de mi tiempo estos días en estudiar a la gente de este lugar tan peculiar. Parecen seguir una política de no interferencia con el mundo exterior. Mucha de la gente con la que he hablado no sabía qué era la Marina e incluso desconocía la existencia de los mismos gyojin que ahora les invaden sin motivo aparente. Son gente sencilla, pero compleja a su manera. Adoptar sus costumbres y su forma de hablar se ha convertido en un pequeño hobby, en parte ejercicio antropológico y en parte mecanismo de ocultación. Incluso le pedí a Xan que nos hiciera ropa típica para pasar desapercibidos y que no nos confundan con uno de los múltiples atacantes. No le ha quedado mal el kimono: violeta, con unas cuantas líneas blancas ondulantes en en cuello y los puños. El kimono y las sandalias no son lo más cómodo cuando hay peleas a la vista, pero bastará como disfraz. Además, llevo camiseta de tirantes y pantalones cortos debajo y le he pedido a Xan que le ponga al mío muchos bolsillitos. Los bolsillos son útiles, todo el mundo lo sabe.
Lo que me molesta es lo del parche. Alguien ha cortado la cinta de todos los de mi camarote excepto de esa aberración parlante que me dio el rarito de los deseos. Tengo la teoría de que ha sido ese mismo parche el que se ha cargado los demás para quitarse de en medio a la competencia, pero no puedo probarlo. En cualquier caso, me toca llevarlo y aguantarlo por ahora.
En la reunión, Kath expone sus sospechas sobre el grupo de la Estrella Oscura. Los mercenarios me parecen casi tan poco de fiar como los piratas, así que no me sorprende que puedan querer traicionarnos. Igual que nosotros a ellos, ya puestos.
-Ese mayordomo suyo ha estado aquí sin quitarnos el ojo de encima todo este tiempo. O planean algo o se fían de nosotros tan poco como deberían. ¿Creéis que se habrá enterado de lo del almirante?
Ese tipo permanece a buen recaudo en el tétrico submarino de Ivan, pero la idea de que pueda soltarse o de que lo encuentre quien no debe es inquietante. Solo lo he visto un par de veces cuando he ido a darle de comer. Lo justo para que no se muera, pero no tanto como para que recupere fuerzas, se libere y nos mate a todos. Ese tipo me recuerda a Arribor: transmite brutalidad y violencia con solo estar cerca de él, como si aun habiéndolo derrotado pudiese saltarte a la yugular y arrancarte un trozo de cuello de un bocado. Y también lleva un parche en el ojo. Parece que hoy todo el mundo usa un puñetero parche.
Al final quedamos en seguir la corriente a los mercenarios y ver qué pasa. Un gran plan. No puedo aportar mucho excepto:
-Si vamos a traicionar a alguien más vale ser oportunos. Y ya tengo información sobre lo que está sucediendo aquí. Ino, ve a por los dibujos.
Poco después estamos frente al puente que conecta la capital con Kuri. Las sombras de grandes bestias marinas se mueven bajo el agua como depredadores sin par, y hordas de hombres-pez se aproximan a paso ligero a la ciudad.
-Van a atacar la capital. ¿Es que ese Blackhole no va a hacer nada? ¿No se supone que esta gente protege el país? -comento solo para mis compañeros-. ¿Entonces por qué este tío nos manda a otro sitio justo cuando atacan su capital?
Otro motivo más para desconfiar de los mercenarios. Espero que no nos hayan traicionado ya.
Una vez terminada la presentación, doy tiempo para que Inosuke asimile la información. He tenido que hacerlo con dibujos y marionetas, porque la situación aquí en Wano es más confusa cada día que pasa. No es que tenga muchas expectativas con el hombre-cerdo, pero confío en poder evitar que mate a quien no debe en el momento más inoportuno.
-¿Y tú?
Franklin se lleva la aleta a la frente, como un soldado dispuesto a todo. Interpreto que eso es un sí.
-Bien, me alegro.
-¡Mentira! No se lo cree -exclama el parche.
-Cállate, mierda. No sabes el asco que te tengo...
-¡Mentira! -grita de nuevo-. Lo sé perfectamente. Lo has expresado en cuatrocientas veintiocho ocasiones.
Mascullando maldiciones contra el parche chillón, el genio y la madre que los parió a todos, acudo a la reunión concertada por Kath, donde aguarda la plana mayor de la banda, o al menos los que más ruido hacen. Confío en que la bruja recapacite y... bah, sé que no va a hacerlo.
Hace ya días que me he resignado a la insensata idea de apoderarse de esta isla. Admito que es un enclave ideal para refugiarse, pero precisamente por eso está tan cotizado. Llevamos aquí varios días y cada mañana nos hemos despertado con la noticia de una nueva calamidad cerniéndose sobre Wano. Emperadores, Almirantes, monstruos marinos... Hasta hace poco podía consolarme con la idea de que al menos somos aliados del grupo de ese tío enorme y siniestro, Blackhole, pero, cómo no, Kath y Ivan quieren traicionarlo. Eso reduce a nuestro bando a nosotros, unos cuantos zombies y esos hombres-coquito tan monos y tan raros.
Lo único bueno es que la isla es interesante. La Capital de la Flor es un lugar de lo más pintoresco, y no solo porque hayan plantado el palacio de su líder en lo alto de un árbol demencialmente grande. Aunque la guerra acecha por todas partes, aquí la gente sigue haciendo su vida, confiando en que los samuráis se ocuparán de todo. He visto a algunos de esos, y no tienen pinta de que vayan a dejar que nos apoderemos de la isla tal y como piensa Kath. Aunque en teoría aquí ya gobierna un pirata, así que tal vez no les importe cambiarlo por otra.
He invertido buena parte de mi tiempo estos días en estudiar a la gente de este lugar tan peculiar. Parecen seguir una política de no interferencia con el mundo exterior. Mucha de la gente con la que he hablado no sabía qué era la Marina e incluso desconocía la existencia de los mismos gyojin que ahora les invaden sin motivo aparente. Son gente sencilla, pero compleja a su manera. Adoptar sus costumbres y su forma de hablar se ha convertido en un pequeño hobby, en parte ejercicio antropológico y en parte mecanismo de ocultación. Incluso le pedí a Xan que nos hiciera ropa típica para pasar desapercibidos y que no nos confundan con uno de los múltiples atacantes. No le ha quedado mal el kimono: violeta, con unas cuantas líneas blancas ondulantes en en cuello y los puños. El kimono y las sandalias no son lo más cómodo cuando hay peleas a la vista, pero bastará como disfraz. Además, llevo camiseta de tirantes y pantalones cortos debajo y le he pedido a Xan que le ponga al mío muchos bolsillitos. Los bolsillos son útiles, todo el mundo lo sabe.
Lo que me molesta es lo del parche. Alguien ha cortado la cinta de todos los de mi camarote excepto de esa aberración parlante que me dio el rarito de los deseos. Tengo la teoría de que ha sido ese mismo parche el que se ha cargado los demás para quitarse de en medio a la competencia, pero no puedo probarlo. En cualquier caso, me toca llevarlo y aguantarlo por ahora.
En la reunión, Kath expone sus sospechas sobre el grupo de la Estrella Oscura. Los mercenarios me parecen casi tan poco de fiar como los piratas, así que no me sorprende que puedan querer traicionarnos. Igual que nosotros a ellos, ya puestos.
-Ese mayordomo suyo ha estado aquí sin quitarnos el ojo de encima todo este tiempo. O planean algo o se fían de nosotros tan poco como deberían. ¿Creéis que se habrá enterado de lo del almirante?
Ese tipo permanece a buen recaudo en el tétrico submarino de Ivan, pero la idea de que pueda soltarse o de que lo encuentre quien no debe es inquietante. Solo lo he visto un par de veces cuando he ido a darle de comer. Lo justo para que no se muera, pero no tanto como para que recupere fuerzas, se libere y nos mate a todos. Ese tipo me recuerda a Arribor: transmite brutalidad y violencia con solo estar cerca de él, como si aun habiéndolo derrotado pudiese saltarte a la yugular y arrancarte un trozo de cuello de un bocado. Y también lleva un parche en el ojo. Parece que hoy todo el mundo usa un puñetero parche.
Al final quedamos en seguir la corriente a los mercenarios y ver qué pasa. Un gran plan. No puedo aportar mucho excepto:
-Si vamos a traicionar a alguien más vale ser oportunos. Y ya tengo información sobre lo que está sucediendo aquí. Ino, ve a por los dibujos.
Poco después estamos frente al puente que conecta la capital con Kuri. Las sombras de grandes bestias marinas se mueven bajo el agua como depredadores sin par, y hordas de hombres-pez se aproximan a paso ligero a la ciudad.
-Van a atacar la capital. ¿Es que ese Blackhole no va a hacer nada? ¿No se supone que esta gente protege el país? -comento solo para mis compañeros-. ¿Entonces por qué este tío nos manda a otro sitio justo cuando atacan su capital?
Otro motivo más para desconfiar de los mercenarios. Espero que no nos hayan traicionado ya.
- Resumen:
- Kaya aprovecha el tiempo para aprender las costumbres de Wano, blablablablablabla y sigue a Kath hacia Kuri preguntándose por qué Blackhole los lleva a otro sitio mientras atacan los peces.
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La destrucción asolaba las calles de Udon. Con piratas recorriéndola y saqueando de un lado a otro. Entre ellos, junto a uno de los hombres a la cabeza se encontraba una mujer de estatura baja y cuerpo estilizado. Delgada, pero con curvas prominentes. Su cabello recogido en una coleta alta oscura. Vestía prendas de corte oriental, similares a las que usaba la gente de Wano: Un kimino negro corto con un Obi de color turquesa y un Haori también oscuro con los bordes adornados en el mismo azul. A su espalda, portaba una especie de martillo o maza con un mango alargado y la cabeza en forma de gota. Y agarradas a sus muslos con cintos varias dagas cortas.
«De todos los lugares posibles…» Se lamentaba mientras, caminando, observaba con ojos llenos de tristeza el lugar al que habían llegado. Solo sus ojos, pues el resto de su expresión se mantenía impasible ante el fuego, los gritos y la destrucción que se mostraba frente a ella. Estaba en Wano bajo el nombre de Alice a orden de sus superiores en el CP. En sus tiempos como pirata, la isla siempre se había quedado en la periferia de su mundo. Estaba ahí, pero no la había pisado, aunque fuera parte del territorio de Dexter. Y ahora le pertenecía a Berthil. Sus manos, temblaron por un momento a los lados de su cuerpo teniendo que contener sus ganas de volverse contra los criminales entre cuyas filas se había tenido que colar. No soportaba ver esa masacre, ni la idea de que, para mantenerse ahí le tocaría participar en ella. Claro que el tema de que Aka estuviera implicado solo lo hacía peor. Era como si le traicionara a él, y eso que sus manos aún no se habían manchado de sangre. Aún.
Su jefe, por el contrario, quien le había ordenado caminar entre las calles a su lado, tenía otros planes. Escogiendo una puerta al azar pudo ver como sacaba un cuchillo y se lo ofrecía con una mano, mientras que con la otra empujaba la puerta generando un chirrido. Se sentía enferma. Su fuerte determinación flaqueó un momento. No era tonta, en cuanto sacó el cuchillo sabía lo que esperaba de ella. Pero escucharlo salir de su boca le causó una sensación que oprimió su pecho.
Se daba cuenta en ese momento del tipo de monstruos que eran las personas que trabajaban para el gobierno. No es que no lo hubiera sabido de antemano antes. Pero alguien que tenía que hacer ese tipo de trabajos no debía tener corazón, o si lo tenía se había congelado. Sino, debía ser una persona que se engañaba a sí misma. Y, aunque le doliese, ella no estaba lejos de ser uno de esos monstruos. Pensamientos sobre cómo la habían intentado privar de su humanidad de pequeña para ese propósito hicieron que se revolviera en sus adentros aún más. No, el gobierno no era bueno. Tampoco los piratas, aunque eso en su día le costó verlo. Quizás tendría que haber seguido otro camino cuando se cruzaron ella y Aka. Quizás había hecho muchas cosas mal. Pero no había sacrificado todo para convertirse en lo que más odiaba, eso lo tenía claro. No iba a matar a ese desconocido sin más.
—Ya lo sé —aseguró al tiempo que tomaba el cuchillo de manos del hombre y se adentraba en la casa. Al menos, agradecía que le dieran un arma pequeña como esa, en vez de forzarla a usar su propia herramienta. Clavó sus ojos en el sillón, encontrándose la figura de una persona mayor y asustada. No quería matarle y estaba segura de que él no deseaba morir por la se aferraba a la katana. El tiempo que diera ahí al menos serviría a la mujer para irse, pensó. Y entonces se le ocurrió algo. Activo su mantra, necesitaba saber quién estaba cerca de la casa o dentro de ella y asegurarse de que no habría «sorpresas». Hecho eso, tras un momento de aparente nerviosismo por ser observada por su superior, se abalanzaría contra el hombre. Si no intentaba defenderse podría fingir que le apuñalaba el estómago, ocultando con las anchas y largas mangas de su haori como cortaba su propio antebrazo para simular la sangre sin que el contrario lo viera—. ¡No te muevas! —Gritaría después. Si parecía una novata, pero con verdadero interés la dejarían pasar, esperaba. Y si el anciano tenía dos dedos de frente haría caso a la morena y dejaría que le noqueara tras un breve forcejeo. Le dolería un poco el golpe en la boca del estómago para que se desplomara, eso sí.
De lograrlo, se apartaría, dejando ver un roto en la ropa del hombre —y una herida muy poco profunda pero que, esperaba, diera el pego—, manchado con sangre y el puñal goteando el líquido carmesí.
—¿Está bien así, Señor Necabit? —Preguntaría mirándole de reojo antes de hacer por tomar la espada del cinto del hombre de haberle dejado fuera de combate. La hemorragia de su brazo quedaría cortada gracias a sus propios hilos de aura, candentes, que se amoldaría a su brazo por dentro de la prenda. Una cicatriz más que añadir a la lista, pero que no tardaría mucho en cerrar.
Una vez le diera el visto bueno y con su nueva arma —la cual esperaba poder devolver cuando todo terminase— iría a buscar a la mujer, adentrándose más en la casa.
«De todos los lugares posibles…» Se lamentaba mientras, caminando, observaba con ojos llenos de tristeza el lugar al que habían llegado. Solo sus ojos, pues el resto de su expresión se mantenía impasible ante el fuego, los gritos y la destrucción que se mostraba frente a ella. Estaba en Wano bajo el nombre de Alice a orden de sus superiores en el CP. En sus tiempos como pirata, la isla siempre se había quedado en la periferia de su mundo. Estaba ahí, pero no la había pisado, aunque fuera parte del territorio de Dexter. Y ahora le pertenecía a Berthil. Sus manos, temblaron por un momento a los lados de su cuerpo teniendo que contener sus ganas de volverse contra los criminales entre cuyas filas se había tenido que colar. No soportaba ver esa masacre, ni la idea de que, para mantenerse ahí le tocaría participar en ella. Claro que el tema de que Aka estuviera implicado solo lo hacía peor. Era como si le traicionara a él, y eso que sus manos aún no se habían manchado de sangre. Aún.
Su jefe, por el contrario, quien le había ordenado caminar entre las calles a su lado, tenía otros planes. Escogiendo una puerta al azar pudo ver como sacaba un cuchillo y se lo ofrecía con una mano, mientras que con la otra empujaba la puerta generando un chirrido. Se sentía enferma. Su fuerte determinación flaqueó un momento. No era tonta, en cuanto sacó el cuchillo sabía lo que esperaba de ella. Pero escucharlo salir de su boca le causó una sensación que oprimió su pecho.
Se daba cuenta en ese momento del tipo de monstruos que eran las personas que trabajaban para el gobierno. No es que no lo hubiera sabido de antemano antes. Pero alguien que tenía que hacer ese tipo de trabajos no debía tener corazón, o si lo tenía se había congelado. Sino, debía ser una persona que se engañaba a sí misma. Y, aunque le doliese, ella no estaba lejos de ser uno de esos monstruos. Pensamientos sobre cómo la habían intentado privar de su humanidad de pequeña para ese propósito hicieron que se revolviera en sus adentros aún más. No, el gobierno no era bueno. Tampoco los piratas, aunque eso en su día le costó verlo. Quizás tendría que haber seguido otro camino cuando se cruzaron ella y Aka. Quizás había hecho muchas cosas mal. Pero no había sacrificado todo para convertirse en lo que más odiaba, eso lo tenía claro. No iba a matar a ese desconocido sin más.
—Ya lo sé —aseguró al tiempo que tomaba el cuchillo de manos del hombre y se adentraba en la casa. Al menos, agradecía que le dieran un arma pequeña como esa, en vez de forzarla a usar su propia herramienta. Clavó sus ojos en el sillón, encontrándose la figura de una persona mayor y asustada. No quería matarle y estaba segura de que él no deseaba morir por la se aferraba a la katana. El tiempo que diera ahí al menos serviría a la mujer para irse, pensó. Y entonces se le ocurrió algo. Activo su mantra, necesitaba saber quién estaba cerca de la casa o dentro de ella y asegurarse de que no habría «sorpresas». Hecho eso, tras un momento de aparente nerviosismo por ser observada por su superior, se abalanzaría contra el hombre. Si no intentaba defenderse podría fingir que le apuñalaba el estómago, ocultando con las anchas y largas mangas de su haori como cortaba su propio antebrazo para simular la sangre sin que el contrario lo viera—. ¡No te muevas! —Gritaría después. Si parecía una novata, pero con verdadero interés la dejarían pasar, esperaba. Y si el anciano tenía dos dedos de frente haría caso a la morena y dejaría que le noqueara tras un breve forcejeo. Le dolería un poco el golpe en la boca del estómago para que se desplomara, eso sí.
De lograrlo, se apartaría, dejando ver un roto en la ropa del hombre —y una herida muy poco profunda pero que, esperaba, diera el pego—, manchado con sangre y el puñal goteando el líquido carmesí.
—¿Está bien así, Señor Necabit? —Preguntaría mirándole de reojo antes de hacer por tomar la espada del cinto del hombre de haberle dejado fuera de combate. La hemorragia de su brazo quedaría cortada gracias a sus propios hilos de aura, candentes, que se amoldaría a su brazo por dentro de la prenda. Una cicatriz más que añadir a la lista, pero que no tardaría mucho en cerrar.
Una vez le diera el visto bueno y con su nueva arma —la cual esperaba poder devolver cuando todo terminase— iría a buscar a la mujer, adentrándose más en la casa.
- Resumen:
- Descripción de la apariencia de Mura disfrazada con su identidad secreta, Reflexiones de la misma de forma interna e intento de no matar al anciano, intentando engañar a su superior con un truquillo si el anciano no hace nada para impedírselo. Si lo consigue pretende ir detrás de la mujer.
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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¿Cuánto tiempo había transcurrido? ¿Una semana? No estaba seguro. A pesar del alboroto de los últimos días, había estado bastante entretenido explorando la isla. Me resultaba muy colorida y acogedora, y parecía un sitio tranquilo para vivir. Sin embargo, sabía que todo eso estaba cambiando. Innumerables enemigos pretendían quedarse la isla para ellos, y algunos tal vez quisieran destruirla y echar sal sobre la tierra para que no volviera a dar frutos. Si Katharina quería conseguir esa isla para ella, debíamos impedirlo.
Aquel día me había puesto por primera vez mi nueva vestimenta confeccionada por Xandra. Estaba compuesta por un kimono blanco con bordes carmesí, un hakama también rojo a modo de cinturón y un haori del color de la hierba de verano, además de unas sandalias a juego muy cómodas. Me había colgado del lado derecho del hakama a Kibatora, Hebikiba y Colmillo de Lobo, imitando a los espadachines de aquella tierra, y como detalle final le había a Xandra que añadiera un moño en la parte superior de la cabeza del jabalí, al igual que bajo ella había otro igual que me había hecho al recoger mi propio pelo. Como cazador había aprendido lo importante que era el camuflaje, y seguir las costumbres de aquel lugar me parecía importante.
Llevaba más prendas de ropa de las que solía portar, pero eran finas y suaves, además de cómodas, y tenían el añadido de ser fáciles de quitar o arrancar en caso de que necesitara más libertad de movimiento, que a juzgar por lo agitada que se encontraba la gente, iba a ser pronto. Katharina nos había llamado a una reunión de emergencia, así que me llevé un par de dedos a la boca, bajo la máscara, solté un silbido corto y agudo, y salí de mi habitación con Cazapeces sobre el hombro izquierdo.
— Mí no gustar esto. Haber demasiados enemigos: Reina de Peces con su ejército de peces; Pollo de Fuego, a quién ya nosotros vencer en carrera, Grandullón Vlacjol y Mayordomo Misterioso, además de piratas fuertes que Katha querer derrocar. Sí, esto ser emocionante, pero también ser peligroso. Yo poner serio, yo seguir órdenes y concentrar.
Después de aquel encuentro en el que intercambiamos puntos de vista, se nos presentó el grandullón al que había llamado "Vlacjol" para avisarnos de que había piratas en una parte de la isla cuyo nombre nunca conseguía retener y que teníamos que ir con él. El hombre era realmente grande, inmenso, y solo con ver su tamaño sabía que era extremadamente fuerte, pero era lo único que sabía sobre él. Y aún menos sabía sobre el hombre llamado Mayordomo, quién parecía que nunca nos quitaba el ojo de encima. A decir verdad, era extraño que no estuviera presente en aquel instante, pero daba igual. Tal y como nos había ordenado Katharina, fuimos obedientes y le seguimos.
Al final alcanzamos un puente que nos llevaría a nuestro objetivo, o al menos al objetivo del grandullón. Los día anteriores había ido a capturar peces para alimentar a mi alada y escamosa mascota, quien poco a poco había ido creciendo. Ahora sus alas extendidas llegaban a ser más amplias que mi propia espalda, y estaba más fuerte y sana que nunca, pero ni aún así la hubiera dejado acercase sola al río en las circunstancias actuales. Grandes serpientes marinas controlaban las aguas, acabando con la vida marina del lugar y devorando a cualquiera que metiese un solo dedo bajo el agua. De no haber tenido tantos frentes abiertos, me hubiera lanzado al río de cabeza, para cazar tantos monstruos como pudiera. Pero ahora no podía. Quizás más tarde tuviera la oportunidad, y si llegaba hasta donde se encontraba Pepito, muy probablemente lo soltase para que se alimentase de las criaturas, que no serían rival para el formidable behir. Al menos en la orilla. Por mi parte, continué el trayecto, quedándome siempre detrás de Katharina, cubriendo sus espaldas como un buen guardaespaldas con Cazapeces vigilando mi retaguardia para avisarme de cualquier peligro inminente.
—Yo confiar en ti, Katha. Yo saber que contigo nosotros ganar. Adelante.
Aquel día me había puesto por primera vez mi nueva vestimenta confeccionada por Xandra. Estaba compuesta por un kimono blanco con bordes carmesí, un hakama también rojo a modo de cinturón y un haori del color de la hierba de verano, además de unas sandalias a juego muy cómodas. Me había colgado del lado derecho del hakama a Kibatora, Hebikiba y Colmillo de Lobo, imitando a los espadachines de aquella tierra, y como detalle final le había a Xandra que añadiera un moño en la parte superior de la cabeza del jabalí, al igual que bajo ella había otro igual que me había hecho al recoger mi propio pelo. Como cazador había aprendido lo importante que era el camuflaje, y seguir las costumbres de aquel lugar me parecía importante.
Llevaba más prendas de ropa de las que solía portar, pero eran finas y suaves, además de cómodas, y tenían el añadido de ser fáciles de quitar o arrancar en caso de que necesitara más libertad de movimiento, que a juzgar por lo agitada que se encontraba la gente, iba a ser pronto. Katharina nos había llamado a una reunión de emergencia, así que me llevé un par de dedos a la boca, bajo la máscara, solté un silbido corto y agudo, y salí de mi habitación con Cazapeces sobre el hombro izquierdo.
— Mí no gustar esto. Haber demasiados enemigos: Reina de Peces con su ejército de peces; Pollo de Fuego, a quién ya nosotros vencer en carrera, Grandullón Vlacjol y Mayordomo Misterioso, además de piratas fuertes que Katha querer derrocar. Sí, esto ser emocionante, pero también ser peligroso. Yo poner serio, yo seguir órdenes y concentrar.
Después de aquel encuentro en el que intercambiamos puntos de vista, se nos presentó el grandullón al que había llamado "Vlacjol" para avisarnos de que había piratas en una parte de la isla cuyo nombre nunca conseguía retener y que teníamos que ir con él. El hombre era realmente grande, inmenso, y solo con ver su tamaño sabía que era extremadamente fuerte, pero era lo único que sabía sobre él. Y aún menos sabía sobre el hombre llamado Mayordomo, quién parecía que nunca nos quitaba el ojo de encima. A decir verdad, era extraño que no estuviera presente en aquel instante, pero daba igual. Tal y como nos había ordenado Katharina, fuimos obedientes y le seguimos.
Al final alcanzamos un puente que nos llevaría a nuestro objetivo, o al menos al objetivo del grandullón. Los día anteriores había ido a capturar peces para alimentar a mi alada y escamosa mascota, quien poco a poco había ido creciendo. Ahora sus alas extendidas llegaban a ser más amplias que mi propia espalda, y estaba más fuerte y sana que nunca, pero ni aún así la hubiera dejado acercase sola al río en las circunstancias actuales. Grandes serpientes marinas controlaban las aguas, acabando con la vida marina del lugar y devorando a cualquiera que metiese un solo dedo bajo el agua. De no haber tenido tantos frentes abiertos, me hubiera lanzado al río de cabeza, para cazar tantos monstruos como pudiera. Pero ahora no podía. Quizás más tarde tuviera la oportunidad, y si llegaba hasta donde se encontraba Pepito, muy probablemente lo soltase para que se alimentase de las criaturas, que no serían rival para el formidable behir. Al menos en la orilla. Por mi parte, continué el trayecto, quedándome siempre detrás de Katharina, cubriendo sus espaldas como un buen guardaespaldas con Cazapeces vigilando mi retaguardia para avisarme de cualquier peligro inminente.
—Yo confiar en ti, Katha. Yo saber que contigo nosotros ganar. Adelante.
- Resumen:
- Describir la ropa que llevo encima, seguir al grupo y tener fe ciega en Katharina, además de hacerle de guardaespaldas, como buen cerdo guardián.
Yarmin Prince
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Anticipación. Esa era la clave: Anticipación. Hacía meses que había puesto las máquinas a engrasarse, y aunque no había sabido mucho desde el Servicio Secreto, sí había logrado obtener bastante información por parte de su recién estrenado puesto al cargo de la octava agencia del Cipher Pol. Si bien el ejército de Oasis era proporcionalmente mucho más eficiente, los números en bruto del Gobierno Mundial lo habían terminado por dejar apabullado. No terminaba de saber dónde terminaba el Gobierno y empezaba el Inframundo, e incluso tras el acceso a los innumerables archivos clasificados seguía sin entender muy bien hasta dónde se extendían las raíces del sistema. Lo que sí había comprobado entre informe e informe era que este se encontraba al borde del colapso: De todas partes surgían piratas de otras épocas, o más bien de la segunda época en la que imperaba el oscurantismo. Desgraciadamente la mayor parte de archivos de esa época habían sido eliminados, pero aun así había logrado identificar un patrón formal entre todos aquellos que volvían: Eran astros. Además había conocido a Hipatia Stix, la "emperatriz de los mares" que, sumando dos y dos, tenía algo o mucho que ver con la desaparición de Terra Kepler tras su enfrentamiento a Koneko. Era mucho más sencillo, casi trivial, pensarlo una vez él mismo recibido un informe con los nueve carteles de recompensa en los que la sirena figuraba como la temible segunda al mando del Sol. Y, o bien eran imitadores increíbles, o realmente estaban frente a una tripulación capaz de viajar en el tiempo.
Por eso había hecho los deberes. Conocía a la esposa de Augustus, una mujer caprichosa y sanguinaria, pero más importante aún: Conocía sus movimientos. Desde su marcha de la Isla Gyojin había sabido predecir con mayor o menor precisión la ruta que seguiría, y había acertado en que esta culminaba con la invasión de Wano. Por eso, cuando ella había llegado, Yarmin ya estaba allí. Desde poco después de que la guerra hubiese saltado entre la Marina y la Estrella Oscura -otro nombre que, además de astronómico, ya olía a gente malvada que echaba para atrás- se había encargado de desembarcar en Hapu, un puerto occidental de la región de Hakumai. Sin embargo, en lugar de permanecer en las cercanías de Udon, había decidido tomar un camino algo más largo hacia la Capital de la Flor, evadiendo el territorio que de forma natural era más susceptible a ser tomado después de Kuri. Ahí había tirado una moneda al aire, aunque tenía entendido que los piratas de la Tormenta habían esclavizado a alguna que otra banda pirata en el oeste y no iba a negar que eso determinaba con mucha fuerza su decisión.
El caso es que le gustaba la vivienda que habían alquilado en Wano. Como estaba esperando a que la emperatriz llegase no quería avanzar más de lo necesario, y esos cuatro días habían sido como unas vacaciones. No había hecho mucho, pero se había esmerado en mantener todo su armamento en perfecto estado y hacer un par de llamadas todos los días, tanto para gestionar la presencia del Cipher Pol en el archipiélago como para asegurarse de que el Servicio Secreto sacase partido a la inestabilidad que enfrentaba el mundo. También para mantenerse al día, aunque cuando Hipatia desembarcó Gellert mismo se había encargado de darle el aviso.
- Cariño, nos vamos -dijo, inmediatamente.
En apenas medio día ya se habían acercado a apenas dos kilómetros de la capital, que estaba siendo tomada por los hombres pez y comenzaba a expandirse. De hecho, era probable que trazasen una trayectoria más omnidireccional teniendo en cuenta que habían esquivado unas cuantas patrullas. Sin embargo, a Yarmin no le apetecía particularmente entrar sin permiso a una ciudad bajo la ley marcial, por lo que explicó a Zaina la parte fundamental del plan: Hacerse amigos de la patrulla, acompañarlos si era necesario y ofrecer apoyo a la reina, como paso previo a... Bueno, un beso muy cercano en la mejilla mientras arañaba su cuello por debajo de la mandíbula era suficiente para que, si alguien los observaba en la lejanía o podía escucharlos, solo supiese de sus buenas intenciones.
Cuando la patrulla llegó se topó con una pareja caminando distraídamente por las afueras de un pequeño pueblo, y por lo menos él fingía estar distraído mientras hablaba a la mujer de los numerosos pájaros que habitaban la región, ante la cara de hastío de esta. Sabía que a Zaina le daban igual las aves, por lo que su aburrimiento era real y, cuando les dieron el alto, él dio un escasamente masculino saltito y fingió asustarse, llevando las manos por encima de la cabeza. Seguramente nadie se hubiese dado cuenta, pero había agarrado un mistisú de su bolsillo y lo ocultaba en ese momento, como en un truco de magia, bajo la manga.
- ¡¿Qué hacéis aquí?! -preguntó uno de ellos, una especie de hombre pulpo que le recordaba al "Señor Black", pero más perturbador-. ¡Es una zona restringida!
Yarmin arqueó una ceja. Miró a Zaina, fingiendo no comprender. Abrió los ojos como platos y los miró de vuelta a ellos, negando con la cabeza.
- Somos... -Tragó saliva-. Criadores de animales. De felinos. -Sus palabras salían lentamente de la boca, como si intentase controlar un ligero tartamudeo-. El Shogun nos encargó presentarle a la bestia más majestuosa que pudiéramos engendrar, por eso aquí la traemos.
Los hombres pez se quedaron mirando a Jade, igual que él, por un instante. La verdad era que un leopardo de las nieves grande como un barco resultaba en muchas maneras magnífico, y aunque en realidad no pensaba vender a Jade, sus poderes empezaban a penetrar aquellos oídos como tentáculos malévolos.
- No hay ningún Shogun, hay emperatriz. La emperatriz Hipatia Stix, soberana de los océanos, y ahora de Wano.
- ¿Emperatriz? ¿Tú sabías algo, cariño? -Evitó decir nombres, pero devolvió la mirada a los peces-. Bueno, estoy seguro de que igualmente la emperatriz agradecerá un presente de esta categoría. ¿Podrían permitirnos llevárselo, por favor?
Dejó fluir el poder de la educación, con la esperanza de que así, con un poco de suerte, los cuatro soldados caerían frente a él. En realidad no sabía hasta qué punto podía ser buena idea meterse en la boca del lobo de esa forma, pero sabía que la reina estaría encantada de contar con la ayuda de un viejo amigo.
Por eso había hecho los deberes. Conocía a la esposa de Augustus, una mujer caprichosa y sanguinaria, pero más importante aún: Conocía sus movimientos. Desde su marcha de la Isla Gyojin había sabido predecir con mayor o menor precisión la ruta que seguiría, y había acertado en que esta culminaba con la invasión de Wano. Por eso, cuando ella había llegado, Yarmin ya estaba allí. Desde poco después de que la guerra hubiese saltado entre la Marina y la Estrella Oscura -otro nombre que, además de astronómico, ya olía a gente malvada que echaba para atrás- se había encargado de desembarcar en Hapu, un puerto occidental de la región de Hakumai. Sin embargo, en lugar de permanecer en las cercanías de Udon, había decidido tomar un camino algo más largo hacia la Capital de la Flor, evadiendo el territorio que de forma natural era más susceptible a ser tomado después de Kuri. Ahí había tirado una moneda al aire, aunque tenía entendido que los piratas de la Tormenta habían esclavizado a alguna que otra banda pirata en el oeste y no iba a negar que eso determinaba con mucha fuerza su decisión.
El caso es que le gustaba la vivienda que habían alquilado en Wano. Como estaba esperando a que la emperatriz llegase no quería avanzar más de lo necesario, y esos cuatro días habían sido como unas vacaciones. No había hecho mucho, pero se había esmerado en mantener todo su armamento en perfecto estado y hacer un par de llamadas todos los días, tanto para gestionar la presencia del Cipher Pol en el archipiélago como para asegurarse de que el Servicio Secreto sacase partido a la inestabilidad que enfrentaba el mundo. También para mantenerse al día, aunque cuando Hipatia desembarcó Gellert mismo se había encargado de darle el aviso.
- Cariño, nos vamos -dijo, inmediatamente.
En apenas medio día ya se habían acercado a apenas dos kilómetros de la capital, que estaba siendo tomada por los hombres pez y comenzaba a expandirse. De hecho, era probable que trazasen una trayectoria más omnidireccional teniendo en cuenta que habían esquivado unas cuantas patrullas. Sin embargo, a Yarmin no le apetecía particularmente entrar sin permiso a una ciudad bajo la ley marcial, por lo que explicó a Zaina la parte fundamental del plan: Hacerse amigos de la patrulla, acompañarlos si era necesario y ofrecer apoyo a la reina, como paso previo a... Bueno, un beso muy cercano en la mejilla mientras arañaba su cuello por debajo de la mandíbula era suficiente para que, si alguien los observaba en la lejanía o podía escucharlos, solo supiese de sus buenas intenciones.
Cuando la patrulla llegó se topó con una pareja caminando distraídamente por las afueras de un pequeño pueblo, y por lo menos él fingía estar distraído mientras hablaba a la mujer de los numerosos pájaros que habitaban la región, ante la cara de hastío de esta. Sabía que a Zaina le daban igual las aves, por lo que su aburrimiento era real y, cuando les dieron el alto, él dio un escasamente masculino saltito y fingió asustarse, llevando las manos por encima de la cabeza. Seguramente nadie se hubiese dado cuenta, pero había agarrado un mistisú de su bolsillo y lo ocultaba en ese momento, como en un truco de magia, bajo la manga.
- ¡¿Qué hacéis aquí?! -preguntó uno de ellos, una especie de hombre pulpo que le recordaba al "Señor Black", pero más perturbador-. ¡Es una zona restringida!
Yarmin arqueó una ceja. Miró a Zaina, fingiendo no comprender. Abrió los ojos como platos y los miró de vuelta a ellos, negando con la cabeza.
- Somos... -Tragó saliva-. Criadores de animales. De felinos. -Sus palabras salían lentamente de la boca, como si intentase controlar un ligero tartamudeo-. El Shogun nos encargó presentarle a la bestia más majestuosa que pudiéramos engendrar, por eso aquí la traemos.
Los hombres pez se quedaron mirando a Jade, igual que él, por un instante. La verdad era que un leopardo de las nieves grande como un barco resultaba en muchas maneras magnífico, y aunque en realidad no pensaba vender a Jade, sus poderes empezaban a penetrar aquellos oídos como tentáculos malévolos.
- No hay ningún Shogun, hay emperatriz. La emperatriz Hipatia Stix, soberana de los océanos, y ahora de Wano.
- ¿Emperatriz? ¿Tú sabías algo, cariño? -Evitó decir nombres, pero devolvió la mirada a los peces-. Bueno, estoy seguro de que igualmente la emperatriz agradecerá un presente de esta categoría. ¿Podrían permitirnos llevárselo, por favor?
Dejó fluir el poder de la educación, con la esperanza de que así, con un poco de suerte, los cuatro soldados caerían frente a él. En realidad no sabía hasta qué punto podía ser buena idea meterse en la boca del lobo de esa forma, pero sabía que la reina estaría encantada de contar con la ayuda de un viejo amigo.
- Resumen:
- Blablabla, armarme la Casa de la pradera, blablabla, soy el puto amo de los planes maléficos, blablabla, por favor señor pez déjeme ver a la reina.
Prometeo
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Le dijeron que la guayabera negra con piñas amarillas pegaría en Wano, que estaban de moda. Oh, y todavía llevaba la bufanda de la señorita Brianna por si hacía frío. ¿Y las gafas de sol en forma de estrella? Bueno, había escuchado que para ser un buen revolucionario debía llevar gafas extravagantes y también una enorme boina. Una lástima que solo consiguiera una gorra de béisbol. Quizás lo único decente que vestía eran los vaqueros medio gastados. ¿A qué mente enferma se le ocurría mezclarlos con unas chanclas de madera? Antes de ser enemigo del Gobierno Mundial era el principal terrorista de la moda y el buen estilo.
Se había pasado una buena parte del viaje haciendo de dueña de casa: planchaba las camisas de los oficiales, limpiaba los baños para que nadie enfermase y preparaba el desayuno, el almuerzo y la cena. Estuvo tan ocupado que nunca entendió muy bien por qué estaban dirigiéndose a Wano, aunque los cañonazos, los barcos hundidos y los gritos de guerra pronto le dieron una idea. Guerra, sí, ese comportamiento autodestructivo que tenían los humanos. Suponía que el Ejército Revolucionario estaba allí para conseguir la paz, sin embargo, ya no lo tenía tan claro… ¿Por qué el señor Gelatina hablaba entonces de ir a ver a una señora gorda? Los oficiales del barco decían una cosa y el comandante Makintosh otra. Pobre Prometeo, estaba muy confundido.
—El jefe dice que te pongas esta —dijo uno de los revolucionarios de rango bajo, ofreciéndole una camiseta blanca a Prometeo. «Yo fui a Wano con el pez», tenía grabado—, pero si me preguntas a mí… Me quedaría con la guayabera.
Prometeo se encogió de hombros y guardó la camiseta en algún lugar de su maletín. Siempre era buena idea contar con algo de ropa extra. Tras hacerlo escuchó con atención y admiración el emotivo discurso del señor Gelatina. ¿A qué se refería con salvar su matrimonio…? ¡Cierto que se había casado! El homúnculo había estado demasiado ocupado como para asistir a la boda, y ahora se acordaba de la razón por la que estaba en Wano: quería conocer a la señora Makintosh. Había escuchado cosas horripilantes de esa mujer, pero nadie podía ser tan malo, ¿verdad?
Luego de un movidito viaje hacia la costa los revolucionarios consiguieron llegar a tierra firme. La gente había montado una especie de comando improvisado poco elaborado, pero serviría para apañarse. Allí había todo tipo de aparatos tecnológicos que permitirían una comunicación expedita y segura. Y también había un anciano.
—¿Tomar el castillo del Daymio…? —se preguntó a sí mismo mientras el hombre daba las instrucciones. Y luego escuchó las advertencias del mismo, a lo que Prometeo respondió con una sonrisa llena de confianza—: El señor Gelatina sería incapaz de hacer algo así, es un ejemplo a seguir.
Menudo ejemplo, sí.
Prometeo se acercó a otro de los míticos oficiales del Ejército Revolucionario, un hombre grande y fornido que acaparaba un sinfín de historias extraordinarias.
—No me he presentado adecuadamente, señor Sumisu. Soy Prometeo, teniente del Ejército Revolucionario —se presentó, ofreciéndole su mano a modo de saludo—. Cuente conmigo en todo momento, por favor.
Dicho lo dicho, seguiría los pasos del oficial. Cargaría el maletín en su mano izquierda, en el cual llevaba todo tipo de herramientas quirúrgicas y cuchillos de cocina. No le hacía mucha gracia dejar atrás al señor Gelatina, pero tenía una orden que cumplir.
Se había pasado una buena parte del viaje haciendo de dueña de casa: planchaba las camisas de los oficiales, limpiaba los baños para que nadie enfermase y preparaba el desayuno, el almuerzo y la cena. Estuvo tan ocupado que nunca entendió muy bien por qué estaban dirigiéndose a Wano, aunque los cañonazos, los barcos hundidos y los gritos de guerra pronto le dieron una idea. Guerra, sí, ese comportamiento autodestructivo que tenían los humanos. Suponía que el Ejército Revolucionario estaba allí para conseguir la paz, sin embargo, ya no lo tenía tan claro… ¿Por qué el señor Gelatina hablaba entonces de ir a ver a una señora gorda? Los oficiales del barco decían una cosa y el comandante Makintosh otra. Pobre Prometeo, estaba muy confundido.
—El jefe dice que te pongas esta —dijo uno de los revolucionarios de rango bajo, ofreciéndole una camiseta blanca a Prometeo. «Yo fui a Wano con el pez», tenía grabado—, pero si me preguntas a mí… Me quedaría con la guayabera.
Prometeo se encogió de hombros y guardó la camiseta en algún lugar de su maletín. Siempre era buena idea contar con algo de ropa extra. Tras hacerlo escuchó con atención y admiración el emotivo discurso del señor Gelatina. ¿A qué se refería con salvar su matrimonio…? ¡Cierto que se había casado! El homúnculo había estado demasiado ocupado como para asistir a la boda, y ahora se acordaba de la razón por la que estaba en Wano: quería conocer a la señora Makintosh. Había escuchado cosas horripilantes de esa mujer, pero nadie podía ser tan malo, ¿verdad?
Luego de un movidito viaje hacia la costa los revolucionarios consiguieron llegar a tierra firme. La gente había montado una especie de comando improvisado poco elaborado, pero serviría para apañarse. Allí había todo tipo de aparatos tecnológicos que permitirían una comunicación expedita y segura. Y también había un anciano.
—¿Tomar el castillo del Daymio…? —se preguntó a sí mismo mientras el hombre daba las instrucciones. Y luego escuchó las advertencias del mismo, a lo que Prometeo respondió con una sonrisa llena de confianza—: El señor Gelatina sería incapaz de hacer algo así, es un ejemplo a seguir.
Menudo ejemplo, sí.
Prometeo se acercó a otro de los míticos oficiales del Ejército Revolucionario, un hombre grande y fornido que acaparaba un sinfín de historias extraordinarias.
—No me he presentado adecuadamente, señor Sumisu. Soy Prometeo, teniente del Ejército Revolucionario —se presentó, ofreciéndole su mano a modo de saludo—. Cuente conmigo en todo momento, por favor.
Dicho lo dicho, seguiría los pasos del oficial. Cargaría el maletín en su mano izquierda, en el cual llevaba todo tipo de herramientas quirúrgicas y cuchillos de cocina. No le hacía mucha gracia dejar atrás al señor Gelatina, pero tenía una orden que cumplir.
- Resumen:
- Un poco de blabla y dirigirse con Osuka al castillo.
Noximilien
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No sabía cómo lo hacía en cada partida de aquel condenado juego, que siempre acababa en la cárcel. Como una cárcel simbólica no bastaba, a la banda le pareció divertido coger una caja de cartón y escrita la palabra “Cárcel” con rotulador con una caligrafía bastante deficiente. No cabía duda que Zane había trucado los dados y las reglas, pero no podíamos decir nada porque una de las reglas decía que si esto lo jugaba una tripulación, el capitán siempre tendría la razón. Ya era casualidad.
Aparte de eso, el viaje hacia Wano fue prácticamente tranquilo. Las corrientes marinas de la zona eran peligrosas y muy agresivas, pero el barco a mandos del pelirrojo las domaba con una fuerza increíble. Cosa de agradecer, pues no todos podían irse volando si acaban naufragando o peor.
Ya parecía que iban a salir de ese camino de obstáculos marino, como algo golpeo ambos lados del navío. Al ver más de cerca, eran dos inmensas carpas, que jugaban con el navío como una pelota. Eso enfado mucho al enmascarado, pues no se había gastado tantas horas en tenerlo en buenas condiciones para que dos pescados se le estropeasen como si fuera un juguete roto. Aparte de eso, una avanzadilla de la “nueva” emperatriz de Wano les había abordado; Una sierpe marine, un gyojin monsturoso y una flota de barco en las proximidades.
El pelirrojo dio una orden clara sobre sus invitados acuáticos. Nox asintió y saco su espada para llamar la atención a la banda de okamas que formaba la tripulación.
- Ya habéis oído al guaperas, señoritas. –ladeaba la espada de lado a lado para indicar a los travestis cuál era su puesto-. ¡A los cañones!
Mientras esperaba a que los afeminados tripulantes se colocaran y empezaban a cargar los cañones, los dos polloh ya iban de cabeza a por aquel emisario gyojin con mala uva. Aquella emperatriz había ido contra la banda menos adecuada si esperaban encontrar poca resistencia.
Los okamas le hicieron un gesto insinuoso y con guiño incluido de que estaban listo para disparar.
- ¡Salvas en babor y estribor contra esas carpas, a mi señal! –levanto su filo, que al segundo descendió velozmente-. ¡Fuego!
Aparte de eso, el viaje hacia Wano fue prácticamente tranquilo. Las corrientes marinas de la zona eran peligrosas y muy agresivas, pero el barco a mandos del pelirrojo las domaba con una fuerza increíble. Cosa de agradecer, pues no todos podían irse volando si acaban naufragando o peor.
Ya parecía que iban a salir de ese camino de obstáculos marino, como algo golpeo ambos lados del navío. Al ver más de cerca, eran dos inmensas carpas, que jugaban con el navío como una pelota. Eso enfado mucho al enmascarado, pues no se había gastado tantas horas en tenerlo en buenas condiciones para que dos pescados se le estropeasen como si fuera un juguete roto. Aparte de eso, una avanzadilla de la “nueva” emperatriz de Wano les había abordado; Una sierpe marine, un gyojin monsturoso y una flota de barco en las proximidades.
El pelirrojo dio una orden clara sobre sus invitados acuáticos. Nox asintió y saco su espada para llamar la atención a la banda de okamas que formaba la tripulación.
- Ya habéis oído al guaperas, señoritas. –ladeaba la espada de lado a lado para indicar a los travestis cuál era su puesto-. ¡A los cañones!
Mientras esperaba a que los afeminados tripulantes se colocaran y empezaban a cargar los cañones, los dos polloh ya iban de cabeza a por aquel emisario gyojin con mala uva. Aquella emperatriz había ido contra la banda menos adecuada si esperaban encontrar poca resistencia.
Los okamas le hicieron un gesto insinuoso y con guiño incluido de que estaban listo para disparar.
- ¡Salvas en babor y estribor contra esas carpas, a mi señal! –levanto su filo, que al segundo descendió velozmente-. ¡Fuego!
- Resumen:
- Perder de forma lamentable al monopoly. Organizar a los okamas para que empiecen a disparar a las carpas
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