Normas del capítulo:
Las noticias empiezan a volar por todo Wano. La lucha sin cuartel ha dado paso, poco a poco, a un combate táctico en el que cada facción permanece atrincherada en los rincones que, a sangre y fuego, ha ido conquistando. Los incendios por fin se han apagado, y la sombra de la guerra amenaza ya la Capital de la Flor, hasta ahora bastión principal del ejército gyojin. Decenas de mensajeros y espías se mueven entre los bandos, firmando brevísimas treguas de apenas horas y rompiendo alianzas que duran poco menos de un día. Con la llegada de Berthil a Kibi las tropas leales a la emperatriz se han replegado sobre la capital, incapaces de detener el avance del dragón; sin embargo, se dice en las tabernas que Hipatia tiene algo pensado para él, y que muy pronto irá a su encuentro.
Sin embargo, la fragilidad de sus formaciones en el norte no ha hecho menos letal su ataque en el sur. Tras una inexplicable retirada de las tropas de Iulius C. Tzar Udon, el pasillo que separa Kuri de Hakumai, ha caído bajo el implacable control del ejército imperial, y si bien no es capaz de avanzar hacia un este guarnecido por Marina y Armada, en una tensa tregua tácita, el sur de Kuri empieza a sufrir la ocupación… Al menos, la poca gente que ha quedado en la región, claro.
Por su parte, el segundo sol está cada vez más grande, aunque a estas alturas ya nadie se cuestiona que el impacto del asteroide es inminente. La única pregunta realmente importante es qué pueden querer de él los hombres pez, o qué tiene que ver el ataque de Hipatia con los movimientos del resto de oficiales de Kepler, la cual aún sigue en paradero desconocido tras su fuga.
Otro desaparecido es Zane D. Kenshin. Mientras su tripulación liberaba del ataque pirata el norte de Kuri, el ave ardiente se esfumó sin que nadie pueda saber por qué. Hay quien dice que huyó aterrado de la guerra, mientras otros se resisten a creerlo y buscan su cuerpo; al principio todavía con esperanzas, ahora… Solo unos pocos locos mantienen la fe.
El destino de Wano es incierto, y es en estos días cada vez más largos, bajo la luz de un sol cegador, que los eventos han comenzado a precipitarse: Nuevas oleadas de naves revolucionarias desembarcan en Wano, así como refuerzos marines. La flota de Iulius C. Tzar se arremolina en torno a la gran isla de Onigashima, mientras una legión de samuráis asalta los cementerios de Ringo para obtener nuevas espadas, liberando pueblo tras pueblo que encuentran en su camino. Poco a poco, muy poco a poco, el dorado brillo de los dos soles empieza a proyectar una larga sombra.
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
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- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
Las noticias empiezan a volar por todo Wano. La lucha sin cuartel ha dado paso, poco a poco, a un combate táctico en el que cada facción permanece atrincherada en los rincones que, a sangre y fuego, ha ido conquistando. Los incendios por fin se han apagado, y la sombra de la guerra amenaza ya la Capital de la Flor, hasta ahora bastión principal del ejército gyojin. Decenas de mensajeros y espías se mueven entre los bandos, firmando brevísimas treguas de apenas horas y rompiendo alianzas que duran poco menos de un día. Con la llegada de Berthil a Kibi las tropas leales a la emperatriz se han replegado sobre la capital, incapaces de detener el avance del dragón; sin embargo, se dice en las tabernas que Hipatia tiene algo pensado para él, y que muy pronto irá a su encuentro.
Sin embargo, la fragilidad de sus formaciones en el norte no ha hecho menos letal su ataque en el sur. Tras una inexplicable retirada de las tropas de Iulius C. Tzar Udon, el pasillo que separa Kuri de Hakumai, ha caído bajo el implacable control del ejército imperial, y si bien no es capaz de avanzar hacia un este guarnecido por Marina y Armada, en una tensa tregua tácita, el sur de Kuri empieza a sufrir la ocupación… Al menos, la poca gente que ha quedado en la región, claro.
Por su parte, el segundo sol está cada vez más grande, aunque a estas alturas ya nadie se cuestiona que el impacto del asteroide es inminente. La única pregunta realmente importante es qué pueden querer de él los hombres pez, o qué tiene que ver el ataque de Hipatia con los movimientos del resto de oficiales de Kepler, la cual aún sigue en paradero desconocido tras su fuga.
Otro desaparecido es Zane D. Kenshin. Mientras su tripulación liberaba del ataque pirata el norte de Kuri, el ave ardiente se esfumó sin que nadie pueda saber por qué. Hay quien dice que huyó aterrado de la guerra, mientras otros se resisten a creerlo y buscan su cuerpo; al principio todavía con esperanzas, ahora… Solo unos pocos locos mantienen la fe.
El destino de Wano es incierto, y es en estos días cada vez más largos, bajo la luz de un sol cegador, que los eventos han comenzado a precipitarse: Nuevas oleadas de naves revolucionarias desembarcan en Wano, así como refuerzos marines. La flota de Iulius C. Tzar se arremolina en torno a la gran isla de Onigashima, mientras una legión de samuráis asalta los cementerios de Ringo para obtener nuevas espadas, liberando pueblo tras pueblo que encuentran en su camino. Poco a poco, muy poco a poco, el dorado brillo de los dos soles empieza a proyectar una larga sombra.
- Zane D. Kenshin:
- Al principio todo era oscuridad. Apenas sí podías abrir los ojos y ver una mancha apenas nítida, y el pitido en tus oídos era tan intenso que te sentías morir. Tu tacto tardó en regresar, pero supiste que no lo echabas de menos cuando sentiste toda la piel de tu espalda arder, fruto de las heridas que te hiciste al ser arrastrado por el suelo. Pero entonces, te tiraron en una celda y pareció que se olvidaban de ti.
Desde entonces has ido recuperando tus sentidos. La vista no te sirve de mucho, pues la constante penumbra apenas sí te deja ver las yemas de tus dedos cuando las acercas a la cara, o los grilletes que ahora te encadenan. La puerta se abre apenas una vez al día, con un molesto ruido, antes de que un orondo guardia deje de malas formas un plato contra el suelo. Casi siempre comida insípida, pero mejor cuando es así. Y, aunque has ido perdiendo poco a poco la noción del día y la noche, cuentas trece comidas desde que te atraparon. ¿Trece días, tal vez, o están jugando contigo? En cualquier caso este tiempo te ha servido para conocer el el lugar en el que te encuentras: Hay siete guardias, que se turnan, y siempre hay tres vigilando tu puerta. Les has oído hablar acerca de Blackhole, aunque no parece que hayan dicho nada demasiado interesante, y sobre la Estrella Oscura. Algo de un plan que está llegando a su fin, y sobre el asteroide del cielo.
Seguramente ya estés cansado de reflexionar sobre todo lo que te ha llevado hasta aquí, así que centrémonos en lo que tienes delante: Estás en una habitación sucia y pequeña, con apenas un catre y un retrete que podría pegarte cualquier cosa. También una pila de agua, aunque su sabor es arenoso. La buena noticia es que tras este tiempo investigando has descubierto que el cierre de la puerta no funciona del todo bien; también que una de las paredes está, cuanto menos, inestable y conformada por más escoria y restos que un muro propiamente formado. Y, si no te equivocas, están a punto de traerte la comida.
- Therax y Marc:
- Sin duda vuestra mano ha sido fundamental en los últimos días para hacer retroceder a la flota del Hemperador, pero no ha sido suficiente. Frente a vuestros ojos, sin que pudieseis hacer mucho para evitarlo, tropas gyojin han ido haciéndose con el control de cada rincón de Udon. Vosotros os habéis refugiado en un pequeño bastión de la región, la pequeña villa de O-tako, pero mientras planificabais vuestro próximo movimiento, en la taberna en la que os encontráis entra un mensajero apurado, que os busca.
- ¡Tienen al pelirrojo! -grita, sofocado-. ¡Está prisionero en las lomas del Fuji!
Seguramente no esperaseis esa noticia. Zane tiende a desaparecer cada dos por tres, pero si esto ha sucedido la situación debe ser muy grave. A vuestro alrededor, la gente que os ha acompañado en la lucha por Udon cruza miradas.
- ¿Qué pelirrojo? -os pregunta Hyoro al final-. ¿Vuestro capitán?
Hyoro es un hombre grande y fuerte, de largo cabello plateado recogido en un moño con forma de piña. A su lado se sienta O-fong, una mujer encantadora, de rasgos orientales pero unos misteriosos ojos azules, que no termina de comprender lo que ha sucedido.
- Las lomas de Fuji están al norte de la Capital, casi rozando Ringo. Era la prisión del Shogunato, la más segura de todo el país en tiempos mejores. -Tushido, un hombre enclenque que, a juzgar por su cojera, jamás habríais imaginado que fuese un experto artista marcial, parece pensar en el tema-. No tiene sentido que haya nadie ahí, no desde que existe la de Udon…
- En cualquier caso -dice Hyoro-, tenemos que luchar contra Hipatia. Sabemos que hay más grupos, pero ninguno cuenta con nadie tan fuerte como vosotros. Sabemos que un convoy de suministros va a pasar por este pueblo, lo que implica que si lo interceptamos haremos pasar mal a la capital, y tal vez alguna compañía de las zonas vecinas se acerque a ver qué sucede. Si no lo han matado aún hay tiempo para él todavía.
[Tenéis libertad para describir vuestras aventuras y a hasta tres personas más]
Parece que tenéis una decisión que tomar, aunque vuestros acompañantes parecen tener clara cuál es su postura.
- Nox y Vile:
- Las últimas dos semanas han sido un rollazo. Desde que os deshicisteis de ese pez canalla, el avance por Kibi ha sido extraordinariamente tranquilo. En determinado momento pudisteis ver llamaradas cruzar el cielo, aunque no duraron mucho y no se ha repetido desde entonces y, ahora, ya han pasado catorce días. En las aguas de la capital nadan enormes reyes marinos que salen a la superficie en cuanto os acercáis, y tropas gyojin asoman desde las murallas e informan de vuestros pasos. Pero entre ayudar a la gente, aprovecharos un poco de la situación que vive la gente y explorar el terreno, habéis descubierto un lugar increíble donde acampar. Se trata del claro de un bosque, con acceso a agua limpia y fruta; también a caza. Sin embargo, hoy no parece ser vuestro día de suerte.
Vais caminando hacia la Capital de la flor, buscando una forma de evadir a los enormes animales, cuando pisáis una ramita. Empezáis a escuchar un fuerte alboroto, y al cabo de pocos segundos estáis rodeados por unas cinco personas. No desenfundan sus armas, pero tienen las manos sobre su pomo, esperando cualquier indicio de amenaza.
- ¡Alto, ¿quiénes sois?! -pregunta un hombre de larga cabellera negra, ligeramente más bajo que Vile-. Y por qué estáis aquí, claro. Estas tierras pertenecen al emperador.
- Shinobu y Prometeo:
- Las dos últimas semanas no han sido demasiado fáciles, pero habéis logrado salvar varios pueblos durante los primeros días. Tras las numerosas derrotas a vuestras manos, o quizá por algo que desconocéis, han terminado por retirarse de Udon hacia el este y el sur. A Shinobu la conocen en la zona ya como Oni-chan -curioso apodo-, y a Prometeo como Tori-san, y os acogen de buen grado en el momento en el que pedís amablemente comida o alojamiento. De hecho, la gente ha empezado a respetaros y os han ido contando los secretos de la región, entre ellos que Hitomi-sama, la heredera del trono de Wano, está desaparecida tras pasar por la región, y es por eso que se estaba haciendo semejante criba. También os comentan que varios de los tripulantes de Zane D. Kenshin están en un pueblo vecino, aunque no es momento para moverse, dado que os encontráis en la parte más septentrional de Udon, casi frente a las puertas de la capital, y podéis ver una enorme torre antes de llegar al puente.
Sabéis que hay un cargamento que se dirige hacia el sur desde la Capital de la Flor, pero también que resulta muy extraña esa edificación, en tan buen estado, en medio de un campo de batalla como es Wano. De hecho, mientras observáis agazapados podéis observar que entra y sale una pareja de hombres pez (un hombre calamar y una mujer pez cebra, para ser exactos), que parece volver a la capital.
Ahora mismo vuestro objetivo no es muy claro, actuáis casi por inercia en un intento de liberar Udon, pero podéis dejaros llevar por la curiosidad y subir a la torre o atrapar e interrogar a los gyojins… Ahí vosotros juzgáis.
- The Sinners:
- La batalla contra Brutus comienza deprisa, pero cada movimiento parece pensado durante días. Mientras Katharina se apoya en su magia, Brutus hace uso de… Bueno, de recursos propios de un mago. Un conejo del casco, abejas de su flor, una cadena de lazos… El oficial de Tzar no parece intimidado por los trucos de Katharina, que sin embargo comienza a volar con su víctima atrapada y, ayudada por Ivan, intenta lanzarlo al mar a través de un portal.
No sabríais decir qué sucedió en ese momento, pero si bien su túnica cayó al mar, su cuerpo no terminó de aparecer. Tratasteis de investigar los barcos, cuyos tripulantes matasteis tan gratuitamente, pero no parece estar en su interior. Sin embargo, pudisteis escuchar su risa cuando entrasteis al puente de mando, encontrando un cuaderno de bitácora en el que están apuntadas cincuenta partes distintas de una espalda. Algunas extremadamente precisas, cabe decir.
Con el paso de los días parece imposible encontrar rastro de Brutus, y más complicado resulta en el momento en que todos sus barcos zarpan rumbo a Onigashima. Sin embargo, eso parece daros una dirección a seguir. De todos modos, en estas dos semanas seguramente hayáis hecho enemigos -y, conociéndoos, dejado un rastro de cadáveres y sangre mayor a cualquiera visto en Wano. Y sí, soy consciente de la que está liada-, y a lo mejor en estos momentos en Udon, en medio de un pueblo controlado por gyojins, lo tengáis algo complicado para encontrar un buen medio de transporte.
No parece que sean demasiado hostiles; resultan esencialmente molestos por su olor y algunas costumbres, pero se comportan como ciudadanos comunes. Se han impuesto como la raza dominante y, a decir verdad, parece que la gente ha tenido que aceptarlo porque… Bueno, hay como cincuenta personas crucificadas a las afueras. Sí, por una vez un genocidio que no habéis cometido vosotros; está bien para variar. Pero el caso es que parece que Hipatia está metida hasta el culo en esto, ¿qué vais a hacer?
[Tenéis libertad para interactuar con los habitantes del pueblo. Si queréis mantener una conversación relevante contactad por privado]
- Osuka y Aki:
- En dos semanas han sucedido muchas cosas, ¿verdad? Cómo cambia todo… En fin, parece que los samuráis sienten cierto recelo respecto a osuka, pero le trataron las heridas en silencio, dejando claro que era en pago por el tratamiento del joven Prometeo, y siguieron los planes de Lys para asaltar el castillo. Resultó un éxito, en cierto modo, pero mientras Hitomi comenzaba a organizar su nuevo Cuartel General en el castillo, la artillería llegó.
Antes de daros cuenta inició el asedio al castillo. Desde las ventanas pudisteis ver los cañones apuntando a su estructura, y un contingente de cientos de hombres pez armados con lanzas de coral y espadas de caparazones, esperando a las afueras mientras poco a poco iban rodeando el pueblo, aunque no pudieron cerrar el círculo.
A vuestra espalda se instaló por el oeste la avanzada revolucionaria, mientras que al este un pequeño puesto de vanguardia marine cuida el flanco, evitando que las tropas de Hipatia avancen. Sin embargo, os encontráis en una situación complicada de la que resulta complicado salir indemne, y tras más de una semana de esperar bajo el castillo, un gyojin de gran envergadura intenta dirigirse a vosotros:
- ¡En nombre de la emperatriz, solicitamos parlamento! -grita, desde lo bajo-. ¡Y exigimos resarcimiento por nuestros diplomáticos asesinados!
Por lo menos son educados… Más o menos. No han disparado, tampoco se puede pedir mucho más. Tal vez queráis hablar con el viejo Daimyo, encerrado en las mazmorras a la espera de juicio, o pasear por el pueblecito, aunque la presencia de fuerzas opuestas empieza a notarse y es muy probable que todo salte por los aires muy pronto. Por otro lado, en estos momentos parece que Udon ha sido tomada por la emperatriz, así que… Problemas en cada flanco, parece.
- Maki:
- Estás seguro de que Ed el gordo ha probado a ese peludo. Tal vez sea el pelo que tiene en la boca desde entonces, que le viste con un hueso sospechoso o que gritó “oh, dulce canibalismo” mientras arrancaba un trozo, pero ya no parece una persona de fiar. Sin embargo, desde tu llegada el grupo te ha acompañado a todas partes y con su ayuda habéis explorado en este tiempo no solo el castillo, sino toda la capital… Infructuosamente. Cada vez que llegabas a un lugar, un soldado con un casco extraordinariamente grande -seguramente a imitación de tu tradición de la boina- te decía que tu princesa estaba en otro lugar. Sin embargo esto se ha repetido ya demasiadas veces y empiezas a pensar que siempre es el mismo soldado que, básicamente, se aprovecha de tu educación para hacerte marchar sin que montes un escándalo.
Aun así, en este tiempo has podido percatarte de que Sonrisas está en la ciudad, y aunque no sabes qué está haciendo exactamente parece bastante estresado. De todos modos, ahora mismo estás en medio de una taberna con una pandilla de humanos, mientras Ibar pelea con el tabernero en una competición de consumo irresponsable: Él debe beberse tres litros de cerveza, y el tabernero comerse tres nueces con cáscara. Uno de los dos está en clara desventaja. Tú, por tu parte, estás recibiendo el tarot de una pitonisa, que te ha empezado a leer el destino en la mano:
- Veo… Dos narices, una cola… Dos mundos alineados, un gran ojo dorado, y el poder absoluto. Aunque eso solo es si caes en el lado oscuro, claro, como en esa popular película gaijin.
Dime, Maki, tras estas semanas de farra… ¿Qué vas a hacer?
- Kiritsu:
- Aprovechemos este breve receso para inspeccionar con cuidado el entorno. La tierra no deja de vibrar del mismo modo que lo ha hecho durante la apertura de las compuertas que querían convertiros en estatuas. No obstante, lo hace de un formo mucho más sutil, como si estuviese recuperando fuerzas para volver a la carga.
Frente a vosotros se abre un pasadizo que se pierde en la distancia, con múltiples túneles accesorios que se van distanciando lentamente de la arteria principal. Destaca la ausencia de vagonetas o cualquier elemento que permita mover los minerales extraídos con mayor rapidez, lo que tiene sentido teniendo en cuenta que quienes están allí lo hacen para ser castigados… Todo a pie.
Sea como sea, lo cierto es que una suerte de pequeñas arquetas en los laterales canalizan hacia las entrañas de la tierra los pequeños riachuelos de magma que continúan desprendiéndose con lentitud de las paredes. Hace un calor sofocante, pero sólo vosotros podéis saber cómo os afectan las altas temperaturas y los ambientes cargados.
Por no romper con la norma, en caso de que intentéis localizar a alguien medianamente cerca no hallaréis a nadie. Aun así, se antoja que alguien debe estar siguiendo vuestros pasos, pero ¿quién y cómo?
- Ryuu:
- El sol ha despuntado hace ya un buen rato, zanjando el merecido descanso que tú y los tuyos os merecéis después de tanto ajetreo y sangre. No hay novedades en el escondido terreno en el que os habéis ocultado en las inmediaciones de la Capital de las Flores, lo que, si me preguntas, es una buena noticia.
Tu maestro ha pasado una buena noche dentro de lo que cabe. Tus amigos y familia prácticamente te obligaron a dormir todo lo posible y no despertarte para hacer guardia (ya me contarás si les hiciste caso o no), velando al enfermo y oteando en todo momento los lugares por lo que podrían aparecer los potenciales enemigos. Como te digo, todo tranquilo en apariencia.
En caso de que optes por asomarte con disimulo, o incluso acercarte un poco, comprobarás que la actividad en la Capital de las Flores ha sido retomada con más ímpetu que nunca. No puedes ver mucho, pero los congéneres que atinas a divisar parecen muy ocupados. Algunos se mueven en pequeños destacamentos, otros van en solitario y algunos permanecen en posiciones más o menos estables, seguramente vigilando. De cualquier modo, parece bastante evidente que entrar ahí con sigilo (si es que es eso lo que te propones) va a ser bastante difícil. Algunos grupos de gyojines llegan cubiertos de sangre y polvo, con rostros visiblemente cansados pero con indudables ganas de más guerra. Parecen llegar desde múltiples direcciones, como si viniesen del frente.
- Dexter:
- Tu periplo en Sabaody llegó a su fin. Sólo tú puedes saber si has encontrado allí lo que andabas buscando o si, por el contrario, tu visita al archipiélago sólo ha sido una piedra en el camino. ¿Que qué camino? ¿Hacia dónde? Pues no sé, chico, yo sólo estoy intentando ambientar un poco la situación.
Con la agitación que está viviendo Wano, dos Almirantes rondando por la zona, la mismísima Hipatia Stix y nada menos que dos Emperadores del Mar, seguramente por primera y última vez en tu vida, tu llegada a la tierra de los samuráis pasa inadvertida, al menos por el momento. Inadmisible, ¿verdad? El caso es que no hay que ser un prodigio para darse cuenta de que todo está patas arriba.
Humo, cadáveres recubiertos de hollín en posturas de lo más estrambóticas y, en general, ausencia de vida son la tónica dominante en la zona. Te has detenido en Kuri, aunque sólo sea por un momento (eso lo decidirás tú) para tener una primera toma de contacto con el terreno y evaluar la situación. ¿Hay algún aliado cerca? De haberlo, ¿tienes algún medio para ponerte en contacto con él? Por el momento gozas del privilegio de ser de las pocas personas en la isla que dispone de unos momentos de tranquilidad. No sabemos cuánto durará esto, pero yo de ti intentaría aprovecharlo.
- Yarmin:
- Dos semanitas bastante intensas, si me pides mi opinión, aunque no sé si será lo mismo para ti. Nuestro querido Oc se ha encargado de que por el momento no puedas meter las narices en los asuntos realmente importantes, aquellos que te colocarían en una clara posición de ventaja de cara a cualquier negociación o chantaje en el futuro. No ocurre lo mismo con asuntos relevantes de menor calibre, por supuesto, y es que estos son muchos más e inabarcables por una única mente en un momento como el que os está tocando vivir, por muy privilegiada que pueda ser.
En cuanto a Moloch, lo cierto es que te deja más a tu aire. Al principio continuaba sin despegarse de ti, pero su vigilancia se ha flexibilizado al no identificar en ti ninguna intención extraña por el momento (que podría cambiar según lo que hagas, claro, pero por el momento la cosa está así). Es por ello que, gracias a la ronda de contactos (jeje) que hicieron tus mininos en su momento, te has encontrado con más de un custodio predispuesto a echarte un cable tras sucumbir a tus encantos para colarte en algún que otro sitio que, pese a no ser la panacea para lo que te propones, debería estar vetado para ti.
¿Y qué has descubierto? No gran cosa, también te digo, pero la verdad es que en los almacenes y demás todo está dispuesto para que, en caso de que alguien decidiese salir corriendo, pudiese hacerlo sin detenerse demasiado y sin apenas dejar nada atrás. ¿Te ha mentido Hipatia? Podría ser. De hecho, si no te mintiese sería rematadamente estúpida, para qué engañarnos. Ya me comentarás qué has intentado averiguar… Si quieres, vamos.
Ivan Markov
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Akuma no mi
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Ocurrió rápido. Se escuchó un chasquido similar al de un petardo y entonces la oscuridad se abatió sobre los campos. Había gente en la calle en aquel momento; pese a la presencia gyojin y la fuerte represión, la vida en la aldea tenía que continuar. La guerra no era motivo suficiente para detener la actividad, tal vez incluso la volviera más acuciante, pues cuando los soldados de la emperatriz viniesen a requisar comida para alimentar a sus tropas, ¿qué harían sin comida para ellos mismos? Por eso cuando la noche se hizo presente en mitad del día, muchos estaban en la huerta. Su ejecutor fue cruelmente rápido y eficaz. Muchos no supieron que estaban siendo cazados hasta que los colmillos desgarraron su garganta. La criatura se movía entre ellos rápido y sin hacer apenas ruido, así que el ruido de los cuerpos desplomándose fue la poca advertencia que recibieron aquellos lo bastante listos como para huir.
Normalmente los hubiese dejado huir. Es decir, no era su objetivo terminar de exterminar a la mermada población de aquel lugar. No, sólo pretendía alimentarse, recabar información y conseguir algunos cuerpos extra. Sin embargo no quería que los gyojins se plantasen en la zona antes de tiempo a molestar, así que se aseguró de que ni un solo campesino huyese al poblado. Mientras la oscuridad de su Night Powder Bomb comenzaba a desperdigarse, el vampiro se acomodó encima de una piedra. La negra miasma pasó de reducir todo a una opresiva oscuridad total a convertirse en una niebla negra que reducía la luz de los dos soles y le daba un tono enfermizo y fúnebre. El rostro de Ivan quedaba oculto entre las sombras, solo visibles sus brillantes ojos carmesíes, cuando dio la orden:
- Levantaos.
Los cuerpos de los aldeanos temblaron y con gestos espasmódicos y torpes comenzaron a moverse. Desde su llegada de Hakumai y la pelea posterior con Brutus, el vampiro había actuado de una manera taciturna y silenciosa, hablando solo lo justo. Y más raro aún: se había mantenido totalmente sobrio. No había bebido ni media cerveza. Pero el cambio más notorio había sido en su actitud hacia cualquier ser vivo que no perteneciera a la banda. Cruel y desapasionado. Aquella misma escena se había repetido en al menos media docena de poblaciones en las últimas dos semanas. No recordaba la última vez que había vuelto a forma humana. ¿Había sido antes de la pelea con Brutus, tal vez? Descartó esos pensamientos y examinó los recuerdos que la sangre le traía, buscando pistas sobre Brutus y su gente, u otras cosas fuera de lo común.
- Piénsalo bien, capitana - dijo, en tono impasible, al escuchar sus órdenes - Tenemos un único barco y un submarino. Iulius una flota entera y un ejército. No podemos transportar todos nuestros no muertos cómodamente... además de que están dispersos. En el momento en que se retiró fuera de Wano nos lo puso muy difícil - hizo una breve pausa - En cualquier caso, tú mandas.
Con una orden mental hizo que los zombies recogieran herramientas de labranza y fingiesen seguir trabajando. No funcionaría como engaño contra un observador atento o cualquiera que se acercase lo suficiente, pero bastaría para guardar las apariencias de primeras. Además, así de paso tenían a mano armas improvisadas. Desvió su atención de los no muertos a su rosada compañera. Alexandra era con diferencia la más sensata de los otros tres tripulantes, al menos hasta cierto punto. Era consciente de lo peligrosas que se estaban poniendo las cosas para sus compañeros, y de que no siempre iban a estar Katharina o él allí para salvarles.
- Alexandra. Toma esto - le tendió un puño americano voluminoso - Si las cosas se ponen feas, haz que Kaya e Inosuke se peguen a ti lo máximo posible y golpea el suelo con esto. Durante tres segundos os envolverá en una barrera que ni siquiera yo soy capaz de destruir.
Normalmente los hubiese dejado huir. Es decir, no era su objetivo terminar de exterminar a la mermada población de aquel lugar. No, sólo pretendía alimentarse, recabar información y conseguir algunos cuerpos extra. Sin embargo no quería que los gyojins se plantasen en la zona antes de tiempo a molestar, así que se aseguró de que ni un solo campesino huyese al poblado. Mientras la oscuridad de su Night Powder Bomb comenzaba a desperdigarse, el vampiro se acomodó encima de una piedra. La negra miasma pasó de reducir todo a una opresiva oscuridad total a convertirse en una niebla negra que reducía la luz de los dos soles y le daba un tono enfermizo y fúnebre. El rostro de Ivan quedaba oculto entre las sombras, solo visibles sus brillantes ojos carmesíes, cuando dio la orden:
- Levantaos.
Los cuerpos de los aldeanos temblaron y con gestos espasmódicos y torpes comenzaron a moverse. Desde su llegada de Hakumai y la pelea posterior con Brutus, el vampiro había actuado de una manera taciturna y silenciosa, hablando solo lo justo. Y más raro aún: se había mantenido totalmente sobrio. No había bebido ni media cerveza. Pero el cambio más notorio había sido en su actitud hacia cualquier ser vivo que no perteneciera a la banda. Cruel y desapasionado. Aquella misma escena se había repetido en al menos media docena de poblaciones en las últimas dos semanas. No recordaba la última vez que había vuelto a forma humana. ¿Había sido antes de la pelea con Brutus, tal vez? Descartó esos pensamientos y examinó los recuerdos que la sangre le traía, buscando pistas sobre Brutus y su gente, u otras cosas fuera de lo común.
- Piénsalo bien, capitana - dijo, en tono impasible, al escuchar sus órdenes - Tenemos un único barco y un submarino. Iulius una flota entera y un ejército. No podemos transportar todos nuestros no muertos cómodamente... además de que están dispersos. En el momento en que se retiró fuera de Wano nos lo puso muy difícil - hizo una breve pausa - En cualquier caso, tú mandas.
Con una orden mental hizo que los zombies recogieran herramientas de labranza y fingiesen seguir trabajando. No funcionaría como engaño contra un observador atento o cualquiera que se acercase lo suficiente, pero bastaría para guardar las apariencias de primeras. Además, así de paso tenían a mano armas improvisadas. Desvió su atención de los no muertos a su rosada compañera. Alexandra era con diferencia la más sensata de los otros tres tripulantes, al menos hasta cierto punto. Era consciente de lo peligrosas que se estaban poniendo las cosas para sus compañeros, y de que no siempre iban a estar Katharina o él allí para salvarles.
- Alexandra. Toma esto - le tendió un puño americano voluminoso - Si las cosas se ponen feas, haz que Kaya e Inosuke se peguen a ti lo máximo posible y golpea el suelo con esto. Durante tres segundos os envolverá en una barrera que ni siquiera yo soy capaz de destruir.
- resumen:
- Me doy un festín con algunos aldeanos en las afueras de la aldea, reviso sus recuerdos con la sangre que he bebido, hablo con Katharina y le presto el P.A.N.D.A. a Alexandra.
Moneda de la vida: Ivan puede percibir las emociones de la gente en la sangre. Cuando bebe sangre ya derramada, sabe lo que estaba sintiendo esa persona cuando se derramó. Además puede sentir recuerdos del dueño de la sangre que bebe (siempre fuera de combate, salvo que quiera distraerse y quedar expuesto a un ataque). Cuanta más beba más nítidos y más atrás llegan los recuerdos: si bebe un trago probablemente sólo vea algunos detalles de los últimos minutos de la vida del dueño. En cambio bebiendo toda la sangre de una persona hasta matarla vería recuerdos de toda su vida. No sería capaz de verla entera al detalle, pero sí muchos datos generales e incluso podría buscar recuerdos concretos que sepa o sospeche que están ahí. Cuanto más recientes sean, más nítidos serán.
Katharina von Steinhell
Fama
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fuerza
Fortaleza
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Destreza
Precisión
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Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Le hubiera gustado acabar con Brutus, pero resultó ser el oponente más escurridizo al que había enfrentado en su vida. A pesar de que investigó exhaustivamente los barcos abandonados en la costa, no encontró demasiada información. Cogió la bitácora, le echó una rápida lectura y la guardó por si a futuro la fuera a necesitar. Por otra parte, era consciente de que le había declarado la guerra a un Emperador del Mar y, si bien todavía tenía como objetivo apoderarse de Wano, creía que era un buen momento para utilizar el resto de sus recursos. Sin comentárselo a nadie cogió el den den mushi con un sombrerito de bruja y llamó a todos los tripulantes de su banda. Por razones obvias, dejó a la pequeña Liliana fuera de la guerra y a cargo de Marcus. Milena y Angie tampoco participarían.
—Estaré en Udon dentro de los próximos días, prima —dijo Selene del otro lado.
Su prima estaba con Jacky (a quien solía confundir con Bobby), Rose y el resto de los bandidos de Portland. Selene hacía todo lo posible para mantener a raya a los cocos sindicalistas, pero eran un jodido caos. No es que quisiera depender de ellos, pero en la situación en la que estaba tampoco iba a regodearse. Le pidió al vampiro que reuniese al ejército de no muertos en Udon, además de comentarle que ella se encargaría de conseguirles el transporte adecuado. Por lo menos tenía los barcos de la banda que había matado como declaración de guerra.
El Imperio de Tlaseseyan, ubicado en el Nuevo Mundo, era conocido por haber subyugado rápidamente a los reinos vecinos. La bruja se había mostrado interesada por su expansión territorial, preguntándose si se debía a factores políticos o puramente estratégicos. O a la flota invencible. Si bien no se sabía demasiadas cosas sobre Tlaseseyan, bastaba con echar un vistazo a la ciudad para darse cuenta de que era rico como ningún otro, pues todo estaba construido con oro. El caso es que Ivan y Katharina pelearon en nombre del Imperio contra una bestia gigantesca, ganándose el favor de este. En un principio dudó si convocarlos a la guerra o no, pero como la guerra contra Émile jamás llegaría si morían en Wano, decidió hacerlo. Y el Imperio respondió al llamado de Katharina.
El Reino de Terrel se hallaba en la última parte de Paraíso, a puertas del Nuevo Mundo. Era un reino medieval típico que no destacaba en muchas cosas, incluso sus problemas (la mayoría de linaje) eran comunes. Allí fue que conoció a Augustus Makintosh, una de las criaturas más horrendas del mundo entero, y no se refería a su apariencia, sino a la maldad intrínseca en su corazón. ¿Cómo pudo industrializar la figura de la “Mujer Patata”? Dejando esos importantes detalles a un lado, Jonathan Terrel II, hermano de la reina Miraeia, había prometido apoyo militar en caso de conseguir el trono. Y Katharina (mucho más que Makintosh, todo hay que decirlo) ayudó a ese propósito.
—Los piratas del Emperador Julius saquean y destruyen los pueblos de Wano. Todo parece indicar que el Ejército Revolucionario no dispone de las fuerzas necesarias para expulsar al pirata de la isla, y es ahí donde entran mi gente y yo. Quiero que respondan a mi llamado a la guerra como yo luché por su reino —argumentó principalmente, pues sabía que el Reino de Terrel pelearía solo por un motivo justo.
Miró durante un buen rato el número de Thawne. Hacía tiempo que no sabía nada de él, incluso echaba de menos trabajar con alguien tan diligente. Tras enfrentar a uno de los piratas más peligrosos del mundo, formaron una alianza. A cambio de contar con la ayuda de Katharina para la batalla final contra el Gobierno Mundial, Thawne le ayudaría contra Émile. No obstante, le explicaría lo urgente de la situación e intentaría convencerle para que acudiese a su llamado en contra del Emperador Julius. Finalmente, buscó el número de contacto de Yggdrasil y pensó un buen rato si contactar con Yuu o no, pero decidió no buscarle. Todavía le hacía falta fuerza para enfrentarse a un Yonkou.
Había estado en una guerra, pero en una que no tuvo ni pies ni cabeza como todo lo relacionado con su excapitán. Resultaba irónico que ahora buscase lo mismo que Zane buscó en su momento cuando llevó a la banda a Gray Rock. Y resultaba más irónico acordarse de que ella lideró su propio ejército de no muertos en contra de los marines, piratas y revolucionarios, cuando ahora lo hacía Ivan. Lamentablemente, una sola guerra no era experiencia real suficiente para imponerse ante un Emperador del Mar. Sin embargo, quería hacer las cosas lo mejor posible para disminuir las bajas.
Un día, la bruja decidió convocar a los miembros de su tripulación y contarles lo que tenía pensado.
—Atacaremos Onigashima y la usaremos como base militar —anunció de pronto con palabras secas. Escuchó las palabras de Ivan y luego habló—: Soy consciente de la situación en la que estamos y los problemas que enfrentamos. ¿Cómo le plantaremos cara al ejército de Julius si ni siquiera podemos transportar el nuestro a Onigashima? —Hizo una pausa para estudiar las reacciones de sus compañeros y entonces continuó—. Es por eso que he convocado a nuestros aliados para la guerra. El Imperio de Tlaseseyan es conocido por su poderío militar y su flota invencible. Con algo de suerte tendremos solucionado el problema del transporte. Con la excusa de que hacemos esto por ayudar a la gente he solicitado la ayuda del Reino de Terrel. Y también he intentado comunicarme con la organización criminal de Anders D. Thawne. —Miró fijamente al vampiro—. No pienso dar marcha atrás con esta guerra, Ivan.
Había otro asunto que tender: el pueblo de Udon. O más bien uno de ellos. La bruja no era una persona racista que odiase a los gyojins, pero sinceramente comenzaban a molestarle. Probablemente le afectaba más quedarse un día sin desayunar que los cuerpos crucificados, sin embargo, no tenía pensado abandonar al pueblo dominado por los soldados bajo el mando de la reina Hipatia. Si bien el futuro de unos mierdas le daba igual, no era estúpida como su antiguo capitán. Si ayudaba a un pueblo sometido y lo liberaba, pronto comenzaría el boca a boca. Con algo de suerte el nombre de Katharina von Steinhell generaría esperanza en parte de la población.
—Selene, ordena a tus hombres que bajen los cuerpos. Una vez liberemos el pueblo los entregaremos a sus familiares para que puedan enterrarlos —le ordenó sin casi ninguna expresión en la voz. Jacky estaba medio confuso, rascándose la panza como si no entendiera nada—. Lo siento, no he sido clara. Vamos a liberar a este pueblo matando a todos los gyojins.
—Estaré en Udon dentro de los próximos días, prima —dijo Selene del otro lado.
Su prima estaba con Jacky (a quien solía confundir con Bobby), Rose y el resto de los bandidos de Portland. Selene hacía todo lo posible para mantener a raya a los cocos sindicalistas, pero eran un jodido caos. No es que quisiera depender de ellos, pero en la situación en la que estaba tampoco iba a regodearse. Le pidió al vampiro que reuniese al ejército de no muertos en Udon, además de comentarle que ella se encargaría de conseguirles el transporte adecuado. Por lo menos tenía los barcos de la banda que había matado como declaración de guerra.
El Imperio de Tlaseseyan, ubicado en el Nuevo Mundo, era conocido por haber subyugado rápidamente a los reinos vecinos. La bruja se había mostrado interesada por su expansión territorial, preguntándose si se debía a factores políticos o puramente estratégicos. O a la flota invencible. Si bien no se sabía demasiadas cosas sobre Tlaseseyan, bastaba con echar un vistazo a la ciudad para darse cuenta de que era rico como ningún otro, pues todo estaba construido con oro. El caso es que Ivan y Katharina pelearon en nombre del Imperio contra una bestia gigantesca, ganándose el favor de este. En un principio dudó si convocarlos a la guerra o no, pero como la guerra contra Émile jamás llegaría si morían en Wano, decidió hacerlo. Y el Imperio respondió al llamado de Katharina.
El Reino de Terrel se hallaba en la última parte de Paraíso, a puertas del Nuevo Mundo. Era un reino medieval típico que no destacaba en muchas cosas, incluso sus problemas (la mayoría de linaje) eran comunes. Allí fue que conoció a Augustus Makintosh, una de las criaturas más horrendas del mundo entero, y no se refería a su apariencia, sino a la maldad intrínseca en su corazón. ¿Cómo pudo industrializar la figura de la “Mujer Patata”? Dejando esos importantes detalles a un lado, Jonathan Terrel II, hermano de la reina Miraeia, había prometido apoyo militar en caso de conseguir el trono. Y Katharina (mucho más que Makintosh, todo hay que decirlo) ayudó a ese propósito.
—Los piratas del Emperador Julius saquean y destruyen los pueblos de Wano. Todo parece indicar que el Ejército Revolucionario no dispone de las fuerzas necesarias para expulsar al pirata de la isla, y es ahí donde entran mi gente y yo. Quiero que respondan a mi llamado a la guerra como yo luché por su reino —argumentó principalmente, pues sabía que el Reino de Terrel pelearía solo por un motivo justo.
Miró durante un buen rato el número de Thawne. Hacía tiempo que no sabía nada de él, incluso echaba de menos trabajar con alguien tan diligente. Tras enfrentar a uno de los piratas más peligrosos del mundo, formaron una alianza. A cambio de contar con la ayuda de Katharina para la batalla final contra el Gobierno Mundial, Thawne le ayudaría contra Émile. No obstante, le explicaría lo urgente de la situación e intentaría convencerle para que acudiese a su llamado en contra del Emperador Julius. Finalmente, buscó el número de contacto de Yggdrasil y pensó un buen rato si contactar con Yuu o no, pero decidió no buscarle. Todavía le hacía falta fuerza para enfrentarse a un Yonkou.
A día de hoy…
Había estado en una guerra, pero en una que no tuvo ni pies ni cabeza como todo lo relacionado con su excapitán. Resultaba irónico que ahora buscase lo mismo que Zane buscó en su momento cuando llevó a la banda a Gray Rock. Y resultaba más irónico acordarse de que ella lideró su propio ejército de no muertos en contra de los marines, piratas y revolucionarios, cuando ahora lo hacía Ivan. Lamentablemente, una sola guerra no era experiencia real suficiente para imponerse ante un Emperador del Mar. Sin embargo, quería hacer las cosas lo mejor posible para disminuir las bajas.
Un día, la bruja decidió convocar a los miembros de su tripulación y contarles lo que tenía pensado.
—Atacaremos Onigashima y la usaremos como base militar —anunció de pronto con palabras secas. Escuchó las palabras de Ivan y luego habló—: Soy consciente de la situación en la que estamos y los problemas que enfrentamos. ¿Cómo le plantaremos cara al ejército de Julius si ni siquiera podemos transportar el nuestro a Onigashima? —Hizo una pausa para estudiar las reacciones de sus compañeros y entonces continuó—. Es por eso que he convocado a nuestros aliados para la guerra. El Imperio de Tlaseseyan es conocido por su poderío militar y su flota invencible. Con algo de suerte tendremos solucionado el problema del transporte. Con la excusa de que hacemos esto por ayudar a la gente he solicitado la ayuda del Reino de Terrel. Y también he intentado comunicarme con la organización criminal de Anders D. Thawne. —Miró fijamente al vampiro—. No pienso dar marcha atrás con esta guerra, Ivan.
Había otro asunto que tender: el pueblo de Udon. O más bien uno de ellos. La bruja no era una persona racista que odiase a los gyojins, pero sinceramente comenzaban a molestarle. Probablemente le afectaba más quedarse un día sin desayunar que los cuerpos crucificados, sin embargo, no tenía pensado abandonar al pueblo dominado por los soldados bajo el mando de la reina Hipatia. Si bien el futuro de unos mierdas le daba igual, no era estúpida como su antiguo capitán. Si ayudaba a un pueblo sometido y lo liberaba, pronto comenzaría el boca a boca. Con algo de suerte el nombre de Katharina von Steinhell generaría esperanza en parte de la población.
—Selene, ordena a tus hombres que bajen los cuerpos. Una vez liberemos el pueblo los entregaremos a sus familiares para que puedan enterrarlos —le ordenó sin casi ninguna expresión en la voz. Jacky estaba medio confuso, rascándose la panza como si no entendiera nada—. Lo siento, no he sido clara. Vamos a liberar a este pueblo matando a todos los gyojins.
- Resumen:
- Llamar a la guerra a los aliados, reunir al resto de los miembros de la banda, anunciar la intención de atacar Onigashima y dar la orden de liberar el pueblo dominado por los gyojins, matándolos a todos.
Maki
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Precisión
Intelecto
Agudeza
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Akuma no mi
Varios
El hombre permanecía de rodillas desde hacía rato, con la frente en el suelo de tierra de la taberna y las escasas monedas que había guardado en el bolsillo tiradas frente a él. Iba vestido con harapos poco más sucios que su triste remedo de moño y calzaba las sandalias típicas de Wano, tristes trozos de mimbre desgastado unidos con un cordel. El jefe yakuza le observaba impávido.
-¿Has dicho que no vas a hacerlo?
-Pero, oyabun, mis monedas...
-¿Sabes lo que tendré que hacerte si no cumples tu parte? ¿Eh, lo sabes? Díselo, Jack.
-¿Qué? Oh, perdón, no estaba prestando atención -dijo Jack el Tanuki. Suerte que Takoyaki Rockson estaba espabilado.
-¡Tendrá que cortarte un dedo, ¿has oído?! -gritó. El hombre se estremeció y se encogió aún más-. ¿Crees que puedes hacerte el listo? Al jefe no se le engaña. Nadie juega con...
-¡Silencio! -ordenó el jefe. Pidió a la pitonisa que callase-. Sakura la Floja, ¿cuáles fueron las condiciones del acuerdo?
-Tendría que comerse todas esas monedas o cortarse la coleta. Lo del dedo lo añadimos luego, creo.
Seguro que fue Takeshi el Gordo. Ese tipo ya no le parecía tan de fiar como antes, por alguna razón.
-Pero, señor, yo...
-¡Basta!
El jefe se levantó. Dejó a un lado la copa donde bebía agua con gas, una especie de platillo hondo tremendamente grande y poco práctico, y se levantó del suelo donde, como todos en esa extraña isla, se sentaba constantemente. Bajó a tierra desde su cojín, no sin antes tener que calzarse con sus sandalias de madera espectacularmente ruidosas, y se agachó para mirar a los ojos al hombre.
-¿Sabes quién soy? -preguntó. El hombre asintió-. Dilo. Ah, ah, dilo bien.
-Sois el Jefe yakuza-samurái-ninja-kabuki-sushiman Makimaru Augustus-sama. ¡Pero es que las monedas son muy gordas!
El jefe Makimaru hizo una seña y sus hombres se llevaron de su presencia a aquel despojo. No se inmutó. No era el primer momento desagradable que vivía en las dos semanas que llevaba viviendo en la Capital de las Flores y no sería el último.
Desde aquel episodio con el ñu, su esposa le había sido tan esquiva como un sofá decente en Wano. Le había instalado con todas las comodidades, eso sí -en una habitación enorme con un cojín, una mesita baja para comer y una manta para dormir que guardaban en un armario, la más lujosa y amueblada de todo el palacio-, pero no se había dignado a verle. Sus hombres siempre le ofrecían excusas corteses, y el código de etiqueta revolucionario exigía no insistir por si resultaba ofensivo a sus anfitriones.
A la decimoquinta negativa, Maki salió a las calles y comenzó su propia operación clandestina. Se hizo uno con las gentes de Wano, con todas, y llegó a dominar las más diversas disciplinas existentes, desde combate con espada hasta dramatización kabuki. Durante el proceso se tatuó unas flores y un dragón enroscado que terminaba mordiéndole la tetilla y convirtió a su unidad en una familia yakuza. Era la mejor tapadera para planificar su incursión al palacio.
-¿Lo habéis encontrado ya? -preguntó a sus hombres.. Volvió a sentarse en el suelo con el culo dolorido. Lo que daría él por una silla...
-Estamos en ello, oyabun. Mitsubishi Ibar sigue indagando. ¿Qué es...? ¿Qué es eso?
-¿Esto? -El jefe Makimaru alzó el objeto con el que removía el té-. Unos nunchakus. ¿A que molan?
Había estado practicando con ellos para convertirse en el perfecto ciudadano wanense. Comía como ellos -aunque era difícil, porque allí le daban mucho al pescado y eso le ponía en un compromiso-, vestía como ellos -un kimono muy colorido con un fajín que le hacía una tripita muy maja, como si pesase diez kilos menos- y hablaba como ellos -lo cual era una lata porque se le habían pegado mogollón de expresiones locales que ni entendía-. Incluso visitaba a sus estrafalarias y enigmáticas adivinas para que le contaran vaguedades. No eran tan interesantes como la novela sobre los Kepler, que Shakespeare le había leído, pero para matar el rato no estaba mal.
Por desgracia, no le servía para lo importante. Llevaba tiempo pensando en un plan para secuestrar a su esposa y llevársela de vuelta a casa, pero necesitaba un ingrediente más para ponerlo en marcha, uno que se rumoreaba que deambulaba por los alrededores.
Sacó su Den Den Mushi y llamó a Pulmones y Susu para ver cómo iban. Estaba en contacto con los camaradas que había dejado atrás, pero era difícil montar una revolución como era debido con tantos enemigos de por medio. Habían traído más folletos que cañones.
De repente, alguien irrumpió en su reservado, cosa no muy difícil porque la puerta era literalmente de papel.
-¡Oyabun, creo que lo hemos encontrado!
-Estupendo.
El jefe Makimaru reunió a sus hombres, se puso su capa de yakuza y salió a las calles, dispuesto a echar el guante a un nuevo aliado. Iba siendo hora de reencontrarse con su buen amigo Sonrisas.
-¿Has dicho que no vas a hacerlo?
-Pero, oyabun, mis monedas...
-¿Sabes lo que tendré que hacerte si no cumples tu parte? ¿Eh, lo sabes? Díselo, Jack.
-¿Qué? Oh, perdón, no estaba prestando atención -dijo Jack el Tanuki. Suerte que Takoyaki Rockson estaba espabilado.
-¡Tendrá que cortarte un dedo, ¿has oído?! -gritó. El hombre se estremeció y se encogió aún más-. ¿Crees que puedes hacerte el listo? Al jefe no se le engaña. Nadie juega con...
-¡Silencio! -ordenó el jefe. Pidió a la pitonisa que callase-. Sakura la Floja, ¿cuáles fueron las condiciones del acuerdo?
-Tendría que comerse todas esas monedas o cortarse la coleta. Lo del dedo lo añadimos luego, creo.
Seguro que fue Takeshi el Gordo. Ese tipo ya no le parecía tan de fiar como antes, por alguna razón.
-Pero, señor, yo...
-¡Basta!
El jefe se levantó. Dejó a un lado la copa donde bebía agua con gas, una especie de platillo hondo tremendamente grande y poco práctico, y se levantó del suelo donde, como todos en esa extraña isla, se sentaba constantemente. Bajó a tierra desde su cojín, no sin antes tener que calzarse con sus sandalias de madera espectacularmente ruidosas, y se agachó para mirar a los ojos al hombre.
-¿Sabes quién soy? -preguntó. El hombre asintió-. Dilo. Ah, ah, dilo bien.
-Sois el Jefe yakuza-samurái-ninja-kabuki-sushiman Makimaru Augustus-sama. ¡Pero es que las monedas son muy gordas!
El jefe Makimaru hizo una seña y sus hombres se llevaron de su presencia a aquel despojo. No se inmutó. No era el primer momento desagradable que vivía en las dos semanas que llevaba viviendo en la Capital de las Flores y no sería el último.
Desde aquel episodio con el ñu, su esposa le había sido tan esquiva como un sofá decente en Wano. Le había instalado con todas las comodidades, eso sí -en una habitación enorme con un cojín, una mesita baja para comer y una manta para dormir que guardaban en un armario, la más lujosa y amueblada de todo el palacio-, pero no se había dignado a verle. Sus hombres siempre le ofrecían excusas corteses, y el código de etiqueta revolucionario exigía no insistir por si resultaba ofensivo a sus anfitriones.
A la decimoquinta negativa, Maki salió a las calles y comenzó su propia operación clandestina. Se hizo uno con las gentes de Wano, con todas, y llegó a dominar las más diversas disciplinas existentes, desde combate con espada hasta dramatización kabuki. Durante el proceso se tatuó unas flores y un dragón enroscado que terminaba mordiéndole la tetilla y convirtió a su unidad en una familia yakuza. Era la mejor tapadera para planificar su incursión al palacio.
-¿Lo habéis encontrado ya? -preguntó a sus hombres.. Volvió a sentarse en el suelo con el culo dolorido. Lo que daría él por una silla...
-Estamos en ello, oyabun. Mitsubishi Ibar sigue indagando. ¿Qué es...? ¿Qué es eso?
-¿Esto? -El jefe Makimaru alzó el objeto con el que removía el té-. Unos nunchakus. ¿A que molan?
Había estado practicando con ellos para convertirse en el perfecto ciudadano wanense. Comía como ellos -aunque era difícil, porque allí le daban mucho al pescado y eso le ponía en un compromiso-, vestía como ellos -un kimono muy colorido con un fajín que le hacía una tripita muy maja, como si pesase diez kilos menos- y hablaba como ellos -lo cual era una lata porque se le habían pegado mogollón de expresiones locales que ni entendía-. Incluso visitaba a sus estrafalarias y enigmáticas adivinas para que le contaran vaguedades. No eran tan interesantes como la novela sobre los Kepler, que Shakespeare le había leído, pero para matar el rato no estaba mal.
Por desgracia, no le servía para lo importante. Llevaba tiempo pensando en un plan para secuestrar a su esposa y llevársela de vuelta a casa, pero necesitaba un ingrediente más para ponerlo en marcha, uno que se rumoreaba que deambulaba por los alrededores.
Sacó su Den Den Mushi y llamó a Pulmones y Susu para ver cómo iban. Estaba en contacto con los camaradas que había dejado atrás, pero era difícil montar una revolución como era debido con tantos enemigos de por medio. Habían traído más folletos que cañones.
De repente, alguien irrumpió en su reservado, cosa no muy difícil porque la puerta era literalmente de papel.
-¡Oyabun, creo que lo hemos encontrado!
-Estupendo.
El jefe Makimaru reunió a sus hombres, se puso su capa de yakuza y salió a las calles, dispuesto a echar el guante a un nuevo aliado. Iba siendo hora de reencontrarse con su buen amigo Sonrisas.
- Resumen (Osuka y Prome podrían echarle un vistacito):
- ¡El Jefe yakuza-samurái-ninja-kabuki-sushiman Makimaru Augustus-sama no tiene porqué daros explicaciones!
PD: Maki aprovecha estas dos semanas para integrarse en la capital, leer el diario que encontró hace un tiempo, como buen investigador que es (¿dice algo intereante?) y planificar cosas. Ahora, después de llamar a Osu y Prometeo para ver qué hacen, va a donde sus hombres creen haber visto a Yarmin para que se una a su comando.
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Estaba furioso. Podría haberlo causado Vega, que había demostrado una única neurona funcional casualmente apagada durante su estancia en Sabaody. Podría explicar el fuego en sus venas que Tea hubiese decidido repentinamente abandonarlo, tras ese estúpido discurso en, justamente, Wano. Podría seguir enfadado con Berthil, pero tras todo lo que acababa de suceder a causa de su propia negligencia... Solo podía estar enfadado consigo mismo. ¿Por qué había jugado con la vida de miles de personas? ¿Tanto se había dejado llevar por un orgullo estúpido? Sus visiones le decían que acudiese a Wano, pero él había decidido darle una lección a su antiguo contramaestre. ¿Lección de qué? Ni siquiera sabía qué quería enseñarle. No tenía nada que enseñarle. Solo había jugado la carta más egoísta para hacerle un daño desmesurado a alguien que se suponía su amigo. Y para ello, había dejado morir Wano.
Tal vez su presencia no hubiese cambiado nada. No lo sabría nunca, pero el hecho era que no había intentado nada para tratar de evitar un desastre que, a fin de cuentas, él conocía. A rasgos generales, al menos. Y ahora, dos semanas después y con el olor acre de la carne calcinada penetrando en sus pulmones, desembarcaba como un héroe en la costa para socorrer a una damisela en apuros. Si es que a Aki D. Arlia se le podía llamar damisela, claro.
O si es que podía estar en apuros.
Se levantó de la cama. Llevaba varios días tirado en ella, apenas sin moverse, tratando de reservar todas sus energías para lo que estaba por llegar. También alejó de su mente, aunque fuese solo por un rato, los pensamientos negativos. Al fin y al cabo, esa culpa solo enmascaraba un orgullo igual de tóxico, y no iba a caer en la trampa: Si había sobrevivido hasta ser endiosado por la gente era por nunca infravalorar a nadie; si empezaba a hacerlo ahora, su ocaso podía llegar en cualquier momento. Y, la verdad, no podía permitirse morir antes de haber cumplido con su destino.
Debía vestirse. Hacía mucho tiempo que prefería ir desnudo, pero a la hora de llevar un cinturón era más práctico hacerlo con pantalones y, puestos al detalle, había ciertas molestias que la ropa interior evitaba cuando debía moverse rápido. Eligió uno de sus trajes, como en los viejos tiempos, y se lo fue poniendo de abajo a arriba. Los calcetines negros, un calzoncillo rojo -siempre le había traído suerte- y una camisa blanca. Se puso los pantalones del traje, color gris noche sin brillo, y un chaleco a juego. Dudó si ponerse o no la corbata que Tea le había devuelto, pero decidió hacerlo. Tal vez una despedida, más bien una declaración: Esa corbata, y todo lo que podía significar, le pertenecía solo a él y a nadie más.
No se puso chaqueta de traje, pero enganchó todos sus bártulos al cinturón y se puso el hada en hombros, imitando un patrón a mitades blanco y negro, opuestas a su cabello. Como en los viejos tiempos.
Salió de su camarote. Apoyó la mano sobre el hombro de Slade, que controlaba el rumbo de la Joya y atracaba en las costas de Kuri. Nadie hablaba; solo esperaban en silencio órdenes, pero ni un alma osaba perturbar la insólita calma de la región. Aunque, por otro lado, era lógico que no se oyese un alma: estaba devastada.
- Creí que el grueso había desembarcado en Hakumai -dijo, sin mirar a su segundo al mando, intentando entender por qué se encontraban tan al oeste-. ¿Hay algo que deba saber?
Esperó la respuesta unos segundos antes de bajar del puente de mando. La cubierta principal estaba llena de cadetes ilusionados y oficiales de rango bajo dispuestos a hacer un buen mérito por la causa. También había un par de teóricos intentando explicar las dudas que cualquiera pudiese tener, como en qué casos estaba justificada la fuerza, cómo resistir la ira que aquella visión provocaba... Preguntas lógicas de novato. Preguntas que los veteranos deberían hacer más a menudo. Él incluido.
- ¡Atención! -Se posicionó en el centro de la cubierta, alzando las manos-. Como seguramente sepáis, estamos a punto de desembarcar en Kuri. Lo que quizá no sepáis, y tengo que decíroslo ya, es que algunos no volveremos. No sé quién será, ni si seré yo mismo el que muera hoy, pero solemos ignorar la fragilidad de nuestras vidas... Y eso no está bien. Pero es precisamente por esa fragilidad que todo lo que hacéis en el día a día, cada misión en la que os arriesgáis... Gracias. No sé cuántas veces os las dan, pero no son suficientes. -Dio un par de palmadas. No era muy dado a los discursos, y sabía que podía resultar extremadamente deprimente, pero decidió continuar-. Lo que se ha hecho en esta isla es una fechoría inadmisible. La sangre derramada de hombres y mujeres mancha la tierra, y si debemos morir para encontrar la justicia que los muertos merecen y la libertad que los vivos necesitan yo estoy dispuesto a pagar ese precio. Un precio escaso si logramos hacer de este mundo un mundo mejor. Ahora, preparad un centro de operaciones y fortificadlo. Deathstroke queda al cargo, y sabe qué hay que hacer.
No dijo adiós, pero saltó a la costa sin pensarlo dos veces. Tenía que encontrar a Aki, pero si se había comunicado con él a través de un mensajero tal vez su den den mushi no estuviese con ella. Por suerte, tenía una idea aproximada de su ubicación: Hakumai, en los alrededores de su castillo. Allí estaba la Revolución, al fin y al cabo, y los rumores sobre Osu y una despampanante mujer pelinegra habían corrido como la pólvora. Aun así, decidió probar suerte y, mientras caminaba por Kuri hacia el este, llamó a la pelirroja, esperando tono.
Más tarde también debía llamar a Berthil.
Tal vez su presencia no hubiese cambiado nada. No lo sabría nunca, pero el hecho era que no había intentado nada para tratar de evitar un desastre que, a fin de cuentas, él conocía. A rasgos generales, al menos. Y ahora, dos semanas después y con el olor acre de la carne calcinada penetrando en sus pulmones, desembarcaba como un héroe en la costa para socorrer a una damisela en apuros. Si es que a Aki D. Arlia se le podía llamar damisela, claro.
O si es que podía estar en apuros.
Se levantó de la cama. Llevaba varios días tirado en ella, apenas sin moverse, tratando de reservar todas sus energías para lo que estaba por llegar. También alejó de su mente, aunque fuese solo por un rato, los pensamientos negativos. Al fin y al cabo, esa culpa solo enmascaraba un orgullo igual de tóxico, y no iba a caer en la trampa: Si había sobrevivido hasta ser endiosado por la gente era por nunca infravalorar a nadie; si empezaba a hacerlo ahora, su ocaso podía llegar en cualquier momento. Y, la verdad, no podía permitirse morir antes de haber cumplido con su destino.
Debía vestirse. Hacía mucho tiempo que prefería ir desnudo, pero a la hora de llevar un cinturón era más práctico hacerlo con pantalones y, puestos al detalle, había ciertas molestias que la ropa interior evitaba cuando debía moverse rápido. Eligió uno de sus trajes, como en los viejos tiempos, y se lo fue poniendo de abajo a arriba. Los calcetines negros, un calzoncillo rojo -siempre le había traído suerte- y una camisa blanca. Se puso los pantalones del traje, color gris noche sin brillo, y un chaleco a juego. Dudó si ponerse o no la corbata que Tea le había devuelto, pero decidió hacerlo. Tal vez una despedida, más bien una declaración: Esa corbata, y todo lo que podía significar, le pertenecía solo a él y a nadie más.
No se puso chaqueta de traje, pero enganchó todos sus bártulos al cinturón y se puso el hada en hombros, imitando un patrón a mitades blanco y negro, opuestas a su cabello. Como en los viejos tiempos.
Salió de su camarote. Apoyó la mano sobre el hombro de Slade, que controlaba el rumbo de la Joya y atracaba en las costas de Kuri. Nadie hablaba; solo esperaban en silencio órdenes, pero ni un alma osaba perturbar la insólita calma de la región. Aunque, por otro lado, era lógico que no se oyese un alma: estaba devastada.
- Creí que el grueso había desembarcado en Hakumai -dijo, sin mirar a su segundo al mando, intentando entender por qué se encontraban tan al oeste-. ¿Hay algo que deba saber?
Esperó la respuesta unos segundos antes de bajar del puente de mando. La cubierta principal estaba llena de cadetes ilusionados y oficiales de rango bajo dispuestos a hacer un buen mérito por la causa. También había un par de teóricos intentando explicar las dudas que cualquiera pudiese tener, como en qué casos estaba justificada la fuerza, cómo resistir la ira que aquella visión provocaba... Preguntas lógicas de novato. Preguntas que los veteranos deberían hacer más a menudo. Él incluido.
- ¡Atención! -Se posicionó en el centro de la cubierta, alzando las manos-. Como seguramente sepáis, estamos a punto de desembarcar en Kuri. Lo que quizá no sepáis, y tengo que decíroslo ya, es que algunos no volveremos. No sé quién será, ni si seré yo mismo el que muera hoy, pero solemos ignorar la fragilidad de nuestras vidas... Y eso no está bien. Pero es precisamente por esa fragilidad que todo lo que hacéis en el día a día, cada misión en la que os arriesgáis... Gracias. No sé cuántas veces os las dan, pero no son suficientes. -Dio un par de palmadas. No era muy dado a los discursos, y sabía que podía resultar extremadamente deprimente, pero decidió continuar-. Lo que se ha hecho en esta isla es una fechoría inadmisible. La sangre derramada de hombres y mujeres mancha la tierra, y si debemos morir para encontrar la justicia que los muertos merecen y la libertad que los vivos necesitan yo estoy dispuesto a pagar ese precio. Un precio escaso si logramos hacer de este mundo un mundo mejor. Ahora, preparad un centro de operaciones y fortificadlo. Deathstroke queda al cargo, y sabe qué hay que hacer.
No dijo adiós, pero saltó a la costa sin pensarlo dos veces. Tenía que encontrar a Aki, pero si se había comunicado con él a través de un mensajero tal vez su den den mushi no estuviese con ella. Por suerte, tenía una idea aproximada de su ubicación: Hakumai, en los alrededores de su castillo. Allí estaba la Revolución, al fin y al cabo, y los rumores sobre Osu y una despampanante mujer pelinegra habían corrido como la pólvora. Aun así, decidió probar suerte y, mientras caminaba por Kuri hacia el este, llamó a la pelirroja, esperando tono.
Más tarde también debía llamar a Berthil.
- Resumen:
- Caminar hacia el este, dejar a mis tropas montarse la fiesta en Kuri y llamar a Aki.
Todo sucedió muy rápido, tanto que Zane no se dio cuenta de lo que había pasado hasta que despertó tiempo más tarde. Se encontraba en una mugrienta y pestilente celda sin ventanas, cuya luz brillaba por su ausencia. Era incapaz de ver nada más a allá de un palmo. Le dolía la cabeza. Notaba como su espalda le quemaba considerablemente y sentía como sus fuerzas habían mermado por culpa de los grilletes que tenía rodeando sus muñecas. «Kairoseki», pensó rápidamente. Pero no era una piedra del mar de alta calidad, pues, pese a sus heridas, podía moverse con ligera soltura, aunque para poder salir de allí necesitaba descansar. Y rápidamente, se quedó dormido.
No supo cuanto tiempo había estado durmiendo, pero lo que le despertó fue el desagradable sonido de la puerta de la celda al abrirse. Fue la primera vez que había visto luz en mucho y eso le cegó durante un instante. Se levantó lo más rápido que pudo, pero el dolor que sentía en su cuerpo le impidió acercarse lo suficiente y cayó de cara sobre el plato de comida que le habían lanzado.
—Por cortesía de estrella oscura, señor emperador —dijo el carcelero entre risas, yéndose por donde se había marchado—. No entiendo porque Blackhole te ha dejado con vida —pudo escuchar el pelirrojo justo antes de que cerrara la puerta de la celda.
«Emperador de pacotilla…», dijo para sus adentros, golpeando el suelo con rabia desatando algo de su voluntad en el mismo, continuando con más golpes hasta que estuvo exhausto.
Desde ese momento, los días parecieron transcurrir de forma lenta y monótona, mas no era consciente del tiempo que llevaba encerrado en aquel lugar. Si se guiaba por lo que le decían los distintos carceleros no me importaba, pues iba a pasar allí toda mi existencia, si lo hacia por sus sensaciones hubiera dicho que meses, pero si lo hacía por la cantidad de comidas que había recibido habían transcurrido apenas un par de semanas.
Cada día que había pasado se había ido encontrando mucho mejor, tanto a nivel físico como anímico. Tenía un plan, pero para ello debía esperar al momento idóneo.
Al no ver nada, el pelirrojo optó por mantenerse con los ojos cerrados y meditar, sintiendo todo lo que había a su alrededor y tratar de escuchar desde la distancia cualquier pista para saber donde estaba y que estaba ocurriendo. Esa idea tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas, dado que fue capaz de saber cuántas personas había en las instalaciones, un total de siete guardias, que tenían un plan extraño relacionado con un meteorito y que estaba a punto de llegar a su fin. Y la gran desventaja de cerrar los ojos para meditar y centrarse en aumentar sus sentidos mediante su mantra era que el hedor que desprendía la celda se acentuaba más y vomitó en un par de ocasiones, algo que con los días aumentó la pestilencia del habitáculo.
Hacía escasos minutos que había habido un cambio de guardia, concretamente el tercero desde que recibió su último festín de esa sustancia insípida y pastosa que llamaban comida. No quería saber qué demonios se había estado metiendo por el gaznate, pero lo cierto era que le empezaba a coger el gusto. ¿Estaría sufriendo algún tipo de variante del síndrome de la isla de Estocolmo relacionada con la mala comida? Esperaba que no, suficiente tenía con los regalices rojos como para también tener que decirle a Marc que aprendiera a hacer dicha cosa.
Cerró los ojos y centró sus sentidos en lo que había fuera de la celda, a lo lejos podía escuchar unos pasos y el movimiento del plato en una bandera de metal. Rápidamente pensó en los posibles planes de acción que había pensado.
Estaba el plan A, que consistía en esperar a que abriera la puerta y salir de allí dándose de hostias con todo el mundo hasta que le dieran las llaves de sus esposas, recuperar sus espadas e irse de allí volando. Simple, sencillo y para toda la familia.
También estaba el plan B, que consistía en esperar a que le dieran la comida, comérsela e intentar el muro lateral de su celda, pues durante una de sus meadas diarias había comprobado que era ligeramente endeble e inestable, nada que un buen golpe no lograra derribar.
Y luego estaba el plan C, que era el más complejo de los tres y el que iba a llevar a cabo. Primero usaría su mantra para ver cuando el carcelero entraba por una de las puertas del pasillo que daba a su celda, para luego usar su Nagare para concentrar su haki de armadura en sus manos y llevarlas al interior de las esposas de kairoseki con la intención de quebrarlas y deshacerse de ellas dando un fuerte tirón con sus manos, ayudándose si es necesario de su haki del rey, para romper la estructura de las esposas y liberarse de ellas.
Después de eso, esperaría a que el carcelero le entregara la comida, tal y como hacía siempre, lanzando el plato con desgana al suelo y cerrándola justo después. Sin embargo, en el momento en el que estuviera cerrándola, metiendo la llave en el interior del cerrojo, el pelirrojo lanzaría un poderoso torrente de fuego y golpearía la puerta para abrirse paso y comenzar a golpear a los guardias, convirtiendo sus manos en sendas y afiladas garras con la intención de acabar con ellos, mas trataría de dejar a uno con vida para que le dijera donde estaban sus espadas.
De no conseguirlo, simplemente llevaría a cabio el plan A, con la diferencia de que su cuerpo estaría recubierto de haki de armadura para mitigar golpes, y se defendería de los guardias usando el Mutoryu, usando sus brazos como si de espadas se tratasen hasta que le robara algún tipo de sable a algún guardia.
Ocurriera lo que ocurriere, el pelirrojo miraría a uno de los guardias y le diría lo siguiente:
—Tengo dos preguntas para ti…,¿dónde están mis espadas? —haría una pausa de apenas unas centésimas—. Y la segunda, pero no más importante, ¿en qué consiste ese maldito plan del que cuchicheáis tanto?
No supo cuanto tiempo había estado durmiendo, pero lo que le despertó fue el desagradable sonido de la puerta de la celda al abrirse. Fue la primera vez que había visto luz en mucho y eso le cegó durante un instante. Se levantó lo más rápido que pudo, pero el dolor que sentía en su cuerpo le impidió acercarse lo suficiente y cayó de cara sobre el plato de comida que le habían lanzado.
—Por cortesía de estrella oscura, señor emperador —dijo el carcelero entre risas, yéndose por donde se había marchado—. No entiendo porque Blackhole te ha dejado con vida —pudo escuchar el pelirrojo justo antes de que cerrara la puerta de la celda.
«Emperador de pacotilla…», dijo para sus adentros, golpeando el suelo con rabia desatando algo de su voluntad en el mismo, continuando con más golpes hasta que estuvo exhausto.
Desde ese momento, los días parecieron transcurrir de forma lenta y monótona, mas no era consciente del tiempo que llevaba encerrado en aquel lugar. Si se guiaba por lo que le decían los distintos carceleros no me importaba, pues iba a pasar allí toda mi existencia, si lo hacia por sus sensaciones hubiera dicho que meses, pero si lo hacía por la cantidad de comidas que había recibido habían transcurrido apenas un par de semanas.
Cada día que había pasado se había ido encontrando mucho mejor, tanto a nivel físico como anímico. Tenía un plan, pero para ello debía esperar al momento idóneo.
Al no ver nada, el pelirrojo optó por mantenerse con los ojos cerrados y meditar, sintiendo todo lo que había a su alrededor y tratar de escuchar desde la distancia cualquier pista para saber donde estaba y que estaba ocurriendo. Esa idea tuvo sus cosas buenas y sus cosas malas, dado que fue capaz de saber cuántas personas había en las instalaciones, un total de siete guardias, que tenían un plan extraño relacionado con un meteorito y que estaba a punto de llegar a su fin. Y la gran desventaja de cerrar los ojos para meditar y centrarse en aumentar sus sentidos mediante su mantra era que el hedor que desprendía la celda se acentuaba más y vomitó en un par de ocasiones, algo que con los días aumentó la pestilencia del habitáculo.
Hacía escasos minutos que había habido un cambio de guardia, concretamente el tercero desde que recibió su último festín de esa sustancia insípida y pastosa que llamaban comida. No quería saber qué demonios se había estado metiendo por el gaznate, pero lo cierto era que le empezaba a coger el gusto. ¿Estaría sufriendo algún tipo de variante del síndrome de la isla de Estocolmo relacionada con la mala comida? Esperaba que no, suficiente tenía con los regalices rojos como para también tener que decirle a Marc que aprendiera a hacer dicha cosa.
Cerró los ojos y centró sus sentidos en lo que había fuera de la celda, a lo lejos podía escuchar unos pasos y el movimiento del plato en una bandera de metal. Rápidamente pensó en los posibles planes de acción que había pensado.
Estaba el plan A, que consistía en esperar a que abriera la puerta y salir de allí dándose de hostias con todo el mundo hasta que le dieran las llaves de sus esposas, recuperar sus espadas e irse de allí volando. Simple, sencillo y para toda la familia.
También estaba el plan B, que consistía en esperar a que le dieran la comida, comérsela e intentar el muro lateral de su celda, pues durante una de sus meadas diarias había comprobado que era ligeramente endeble e inestable, nada que un buen golpe no lograra derribar.
Y luego estaba el plan C, que era el más complejo de los tres y el que iba a llevar a cabo. Primero usaría su mantra para ver cuando el carcelero entraba por una de las puertas del pasillo que daba a su celda, para luego usar su Nagare para concentrar su haki de armadura en sus manos y llevarlas al interior de las esposas de kairoseki con la intención de quebrarlas y deshacerse de ellas dando un fuerte tirón con sus manos, ayudándose si es necesario de su haki del rey, para romper la estructura de las esposas y liberarse de ellas.
Después de eso, esperaría a que el carcelero le entregara la comida, tal y como hacía siempre, lanzando el plato con desgana al suelo y cerrándola justo después. Sin embargo, en el momento en el que estuviera cerrándola, metiendo la llave en el interior del cerrojo, el pelirrojo lanzaría un poderoso torrente de fuego y golpearía la puerta para abrirse paso y comenzar a golpear a los guardias, convirtiendo sus manos en sendas y afiladas garras con la intención de acabar con ellos, mas trataría de dejar a uno con vida para que le dijera donde estaban sus espadas.
De no conseguirlo, simplemente llevaría a cabio el plan A, con la diferencia de que su cuerpo estaría recubierto de haki de armadura para mitigar golpes, y se defendería de los guardias usando el Mutoryu, usando sus brazos como si de espadas se tratasen hasta que le robara algún tipo de sable a algún guardia.
Ocurriera lo que ocurriere, el pelirrojo miraría a uno de los guardias y le diría lo siguiente:
—Tengo dos preguntas para ti…,¿dónde están mis espadas? —haría una pausa de apenas unas centésimas—. Y la segunda, pero no más importante, ¿en qué consiste ese maldito plan del que cuchicheáis tanto?
- Resumen:
- Estar en la celda chupiguay, darse cuenta de que le gusta un poco la comida que le han servido y salir de la celda, ya sea mediante el plan C o el plan A.
Aki D. Arlia
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El tiempo pasó volando. Alguien nuevo entró en acción y parecía haberse cargado al guardia del castillo. Un revolucionario con bastante voluntad, por lo visto. Una vez eso estuvo solucionado, tomar el edificio fue coser y cantar. En apenas una noche nos hicimos con él, pero lo complicado llegó después. Por lo menos, Hitomi estaba a salvo. Desde que empezó el asedio, la pirata no la separó de su vista. Se encontraban en una situación peliaguda y no tenía muy claro cómo proceder.
La guerra no era lo suyo. Sabía luchar, pero por sí misma. Las grandes estrategias y el comandar a grupos enormes de gente… no le gustaba. Demasiada responsabilidad. Ya había demostrado ser bastante ineficaz para cuidar de sí misma, como para tener a su cargo a un pueblo entero. De momento, sin embargo, no tenía más remedio que aguantar el fuerte.
Detrás del castillo se encontraba la revolución. A un lado, un pequeño puesto marine les defendía de las fuerzas de Hipatia. No tenía claro por qué colaboraban con los revolucionarios. No era una alianza en toda regla, pero sí una tregua no hablada que le escamaba. ¿Tan grave era la situación? Habían convivido a unos metros unos de otros y todavía no se habían lanzado a las gargantas. No lo entendía, pero desde luego no iba a intervenir mientras les beneficiase.
Udon había sido tomada por la emperatriz y en su puerta, los gyojins exigían parlamento. También resarcimiento por los diplomáticos asesinados, pero eso no iba a suceder. Lo primero, sin embargo… podía ser de utilidad. Una vez estuvieran dentro del castillo nadie de fuera sabría qué les ocurriría a los diplomáticos. Tan solo tenía que asegurarse de que salieran de allí con un trato que a ellos les favoreciera. Iban a mantener el castillo, eso era un hecho. El cómo… estaba por verse. Pero manejar a tres o cuatro personas era bastante más sencillo que estrujarse los sesos pensando cómo demonios podía acabar con una guerra.
-Traedlos. Celebraremos una reunión en una de las salas adyacentes al trono. Hitomi… vendrás conmigo, pero ellos no lo sabrán.
Chasqueando los dedos, cambió su apariencia. De la imponente e infantil reina, pasó a ser una joven sirvienta sin mucho por lo que destacar.
-El anonimato garantizará tu seguridad, al menos de momento. Escucha, pero déjame a mi hacer las preguntas. Te prometo que no les entregaremos tu castillo.
Mientras aguardaba a que los diplomáticos llegaran, avisó a Osuka de que acudiera. Él era su enlace con la revolución y debía estar presente en la reunión. Todo estaba listo y dispuesto cuando… sonó su den den mushi.
-Tú por aquí, qué casualidad.-dijo con una pequeña sonrisa. Se le había olvidado que tenía su número, pero en su defensa habían pasado varias cosas desde la última vez que le había visto. Debería revisar su agenda a ver qué más había por ahí.- ¿te apetece pasarte? Estoy a punto de tener una reunión con los emisarios de la… emperatriz. Si te apetece intervenir, eres bienvenido.
Le dio los detalles de su ubicación y escuchó su respuesta antes de colgar. Esperaba que no se interpusiera en su camino pero… la revolución les estaba apoyando. No había motivos para pensar que él no lo hiciera.
¿En qué momento se le había complicado tanto la vida?
La guerra no era lo suyo. Sabía luchar, pero por sí misma. Las grandes estrategias y el comandar a grupos enormes de gente… no le gustaba. Demasiada responsabilidad. Ya había demostrado ser bastante ineficaz para cuidar de sí misma, como para tener a su cargo a un pueblo entero. De momento, sin embargo, no tenía más remedio que aguantar el fuerte.
Detrás del castillo se encontraba la revolución. A un lado, un pequeño puesto marine les defendía de las fuerzas de Hipatia. No tenía claro por qué colaboraban con los revolucionarios. No era una alianza en toda regla, pero sí una tregua no hablada que le escamaba. ¿Tan grave era la situación? Habían convivido a unos metros unos de otros y todavía no se habían lanzado a las gargantas. No lo entendía, pero desde luego no iba a intervenir mientras les beneficiase.
Udon había sido tomada por la emperatriz y en su puerta, los gyojins exigían parlamento. También resarcimiento por los diplomáticos asesinados, pero eso no iba a suceder. Lo primero, sin embargo… podía ser de utilidad. Una vez estuvieran dentro del castillo nadie de fuera sabría qué les ocurriría a los diplomáticos. Tan solo tenía que asegurarse de que salieran de allí con un trato que a ellos les favoreciera. Iban a mantener el castillo, eso era un hecho. El cómo… estaba por verse. Pero manejar a tres o cuatro personas era bastante más sencillo que estrujarse los sesos pensando cómo demonios podía acabar con una guerra.
-Traedlos. Celebraremos una reunión en una de las salas adyacentes al trono. Hitomi… vendrás conmigo, pero ellos no lo sabrán.
Chasqueando los dedos, cambió su apariencia. De la imponente e infantil reina, pasó a ser una joven sirvienta sin mucho por lo que destacar.
-El anonimato garantizará tu seguridad, al menos de momento. Escucha, pero déjame a mi hacer las preguntas. Te prometo que no les entregaremos tu castillo.
Mientras aguardaba a que los diplomáticos llegaran, avisó a Osuka de que acudiera. Él era su enlace con la revolución y debía estar presente en la reunión. Todo estaba listo y dispuesto cuando… sonó su den den mushi.
-Tú por aquí, qué casualidad.-dijo con una pequeña sonrisa. Se le había olvidado que tenía su número, pero en su defensa habían pasado varias cosas desde la última vez que le había visto. Debería revisar su agenda a ver qué más había por ahí.- ¿te apetece pasarte? Estoy a punto de tener una reunión con los emisarios de la… emperatriz. Si te apetece intervenir, eres bienvenido.
Le dio los detalles de su ubicación y escuchó su respuesta antes de colgar. Esperaba que no se interpusiera en su camino pero… la revolución les estaba apoyando. No había motivos para pensar que él no lo hiciera.
¿En qué momento se le había complicado tanto la vida?
- resumen:
- Organizar una reunión con los emisarios de la emperatriz, invitando a Osuka y a Dexter a unirse. Disfrazar a hitomi de sirvienta para que asista a la reunión sin que los emisarios lo sepan y ella pueda mantenerla controlada y a salvo.
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Las primeras luces del alba despertaron a Ryuu de su sueño. Había podido disfrutar de un más que necesario descanso, pero aquella era la última concesión que podía permitirse. Su maestro estaba gravemente herido y no aguantaría mucho más, por lo que era absolutamente prioritario encontrar a un médico que pudiera tratar sus heridas y salvar su vida. Gracias al encomiable esfuerzo de Koji y Ryohei, así como de su madre y su hermana, el semigyojin había podido liberarse de la responsabilidad de cuidar de todo el grupo durante aquellas horas, pero el descanso había terminado. Era el momento de mostrar todo lo que había avanzado desde que abandonó Wano para convertirse en un pirata y encontrar a su padre. No iba a defraudar a sus seres queridos. No podía hacerlo.
Le bastó acercarse ligeramente a la ciudad para darse cuenta de que abrirse camino de forma silenciosa y sin ser visto iba a resultar del todo imposible. La capital bullía de actividad, y en todas partes soldados gyojin se desplazaban de un lugar a otro o montaban guardia en algún punto más concreto. Las únicas entradas a la ciudad eran las de los guerreros que regresaban, aparentemente del frente, para reponer fuerzas antes de volver a la batalla. Muchos de ellos iban tan cubiertos de sangre y polvo que apenas podía decirse que eran hombres pez.
Entonces el joven tuvo una idea. No sabría si calificarla como brillante, pues si merecía algún adjetivo era sin duda el de arriesgada, pero probablemente fuese su única alternativa si pretendía entrar en la Capital de las Flores. Se dirigió al lugar donde descansaban los cuerpos de los soldados que habían abatido la noche anterior antes de establecer su campamento y despojó a uno de ellos, el de tamaño más parecido al suyo, de su armadura. Se puso aquella pesada vestimenta sobre su haori, así como el yelmo, y se embadurnó todo lo que pudo en polvo y sangre seca. No le fue muy difícil, pues tras varios días abriéndose camino por Kuri a espadazo limpio y sin posibilidad de ducharse su cuerpo ya estaba prácticamente lleno de suciedad antes de aquello.
Comenzó a caminar en dirección a una de las puertas de la ciudad, tratando de parecer un cansado guerrero de las huestes de Hipatia que volvía del campo de batalla para descansar un poco antes de dirigirse de nuevo al combate. La armadura y el yelmo le resultaban molestos, pues el samurái estaba habituado a vestir prendas muy ligeras y que le permitieran moverse con total libertad. Aquella armadura, aunque no era especialmente pesada, no podía lógicamente compararse a su indumentaria habitual en comodidad y maniobrabilidad.
Consciente de que estaba a punto de meterse en la boca del lobo, el joven se dirigiría a la puerta más cercana y trataría de atravesar el control de vigilancia, si es que lo había, para adentrarse en la Capital de las Flores con el objetivo de encontrar un médico que pudiera salvar la vida de su querido maestro. A veces las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
Le bastó acercarse ligeramente a la ciudad para darse cuenta de que abrirse camino de forma silenciosa y sin ser visto iba a resultar del todo imposible. La capital bullía de actividad, y en todas partes soldados gyojin se desplazaban de un lugar a otro o montaban guardia en algún punto más concreto. Las únicas entradas a la ciudad eran las de los guerreros que regresaban, aparentemente del frente, para reponer fuerzas antes de volver a la batalla. Muchos de ellos iban tan cubiertos de sangre y polvo que apenas podía decirse que eran hombres pez.
Entonces el joven tuvo una idea. No sabría si calificarla como brillante, pues si merecía algún adjetivo era sin duda el de arriesgada, pero probablemente fuese su única alternativa si pretendía entrar en la Capital de las Flores. Se dirigió al lugar donde descansaban los cuerpos de los soldados que habían abatido la noche anterior antes de establecer su campamento y despojó a uno de ellos, el de tamaño más parecido al suyo, de su armadura. Se puso aquella pesada vestimenta sobre su haori, así como el yelmo, y se embadurnó todo lo que pudo en polvo y sangre seca. No le fue muy difícil, pues tras varios días abriéndose camino por Kuri a espadazo limpio y sin posibilidad de ducharse su cuerpo ya estaba prácticamente lleno de suciedad antes de aquello.
Comenzó a caminar en dirección a una de las puertas de la ciudad, tratando de parecer un cansado guerrero de las huestes de Hipatia que volvía del campo de batalla para descansar un poco antes de dirigirse de nuevo al combate. La armadura y el yelmo le resultaban molestos, pues el samurái estaba habituado a vestir prendas muy ligeras y que le permitieran moverse con total libertad. Aquella armadura, aunque no era especialmente pesada, no podía lógicamente compararse a su indumentaria habitual en comodidad y maniobrabilidad.
Consciente de que estaba a punto de meterse en la boca del lobo, el joven se dirigiría a la puerta más cercana y trataría de atravesar el control de vigilancia, si es que lo había, para adentrarse en la Capital de las Flores con el objetivo de encontrar un médico que pudiera salvar la vida de su querido maestro. A veces las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
- Resumen:
- Intentar disfrazarme de soldado gyojin que vuelve del campo de batalla para entrar en la Capital de las Flores.
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Debo decir que nunca creí que un plato a base de arroz cocido y pescado crudo pudiese estar bueno, pero las buenas gentes de Wano son toda una caja de sorpresas. Más allá de sus ridículos ropajes, sus incomprensibles instrumentos musicales y la lentitud con la que sirven el onmipresente té, resulta que tienen alguna que otra receta interesante. Las malas gentes probablemente también puedan enseñarme una cosa o dos, pero creo que los invasores submarinos han acabado con la mayoría de esos.
Las últimas dos semanas han sido como unas vacaciones. He aprendido sobre la comida local, me he comprado un kimono nuevo para intentar pasar un poco desapercibida y he podido reírme a gusto de la cara que ponía Kath mientras buscaba al lugarteniente de Zar durante horas. No hubo rastro de él, lo cual no sé si me alegra o no. Por un lado, eliminarlo antes de ir a por el resto de los suyos habría sido lo ideal; por otro... bueno, no parecía la clase de tipo que quiero tener cerca cuando está enfadado. Con suerte, se habrá olvidado de la matanza gratuita provocada por la bruja entre sus hombres. Eso si esta no olvida sus intenciones de ir a Onigashima a por la cabeza del Yonko, algo que encuentro sumamente improbable. Por si acaso, mejor prepararse.
-¡Inosuke! -exclamo desde mi gran cazuela de barro. donde remuevo el estofado con una cuchara de madera tan larga como yo misma-. Ve y consígueme una katana. Que sea buena.
Si tengo que enfrentarme a un ejército de piratas, mejor tener una espada, aunque no sepa usarla. Estoy segura de que se le pueden dar muchos usos incluso así, sobre todo si mi sirviente me consigue una buena. Es posible que después le mande a otro recado sin sentido solo para fastidiarle. El otro día le oí hablar en sueños sobre aquel momento en el que se propasó conmigo; pienso incordiarle hasta que su primitivo cerebro lo borre por completo. Estoy segura de que se las arreglará para conseguirme un buen arma. Al fin y al cabo, Kath tiene intención de convertir esto en un -en otro- campo de batalla, así que alguna decente encontrará. Lástima que nunca haga caso a mis objeciones.
-No quiero que parezca que no me apetece otra carnicería, pero tampoco queremos de enemigos a esos peces. Al menos por ahora, cuando tenemos que cruzar el mar. -Aunque dudo que nadie sea capaz de hundir realmente a nuestro colosal navío-. Y si liberamos este sitio y acto seguido nos vamos será como hacer una tarta y dejarla cerca de Xan: cuando volvamos a por ella le habrá puesto alas o algo así. Lo que quiero decir es que los gyojin arrasarán este sitio como represalia. No parecen de los que se molestan en tapar su puño de hierro con un guante de seda. Si quieres un consejo, al menos deja a esos pobres desgraciados en sus cruces. Ya no les puede ir peor, y al menos de lejos parecerá que la ocupación continúa.
Y aun así, aquí estoy. Me he puesto a cocinar a las afueras del pueblo para atraer a toda la gente que pueda. El olor de una comida gratis, y encima una hecha por mí, aunque esté mal que yo lo diga, siempre es un reclamo eficaz. Espero reunir a suficiente gente para que el ingrediente secreto -que pedí a Kath que me trajera del barco- haga efecto. No siento envidia por ellos, la verdad, ni por los gyojins ni por los humanos. A los primeros seguramente los maten, pero todos tendrán que escuchar el discurso sobre fiscalidad responsable que le he pedido a Grimes que dé cuando haya suficiente gente. Será suficiente para tumbarlos de aburrimiento, o al menos para que los gyojins se pongan muy violentos mientras el resto da cuenta de ellos.
Espero poder escabullirme antes de que el tío muermo empiece.
Las últimas dos semanas han sido como unas vacaciones. He aprendido sobre la comida local, me he comprado un kimono nuevo para intentar pasar un poco desapercibida y he podido reírme a gusto de la cara que ponía Kath mientras buscaba al lugarteniente de Zar durante horas. No hubo rastro de él, lo cual no sé si me alegra o no. Por un lado, eliminarlo antes de ir a por el resto de los suyos habría sido lo ideal; por otro... bueno, no parecía la clase de tipo que quiero tener cerca cuando está enfadado. Con suerte, se habrá olvidado de la matanza gratuita provocada por la bruja entre sus hombres. Eso si esta no olvida sus intenciones de ir a Onigashima a por la cabeza del Yonko, algo que encuentro sumamente improbable. Por si acaso, mejor prepararse.
-¡Inosuke! -exclamo desde mi gran cazuela de barro. donde remuevo el estofado con una cuchara de madera tan larga como yo misma-. Ve y consígueme una katana. Que sea buena.
Si tengo que enfrentarme a un ejército de piratas, mejor tener una espada, aunque no sepa usarla. Estoy segura de que se le pueden dar muchos usos incluso así, sobre todo si mi sirviente me consigue una buena. Es posible que después le mande a otro recado sin sentido solo para fastidiarle. El otro día le oí hablar en sueños sobre aquel momento en el que se propasó conmigo; pienso incordiarle hasta que su primitivo cerebro lo borre por completo. Estoy segura de que se las arreglará para conseguirme un buen arma. Al fin y al cabo, Kath tiene intención de convertir esto en un -en otro- campo de batalla, así que alguna decente encontrará. Lástima que nunca haga caso a mis objeciones.
-No quiero que parezca que no me apetece otra carnicería, pero tampoco queremos de enemigos a esos peces. Al menos por ahora, cuando tenemos que cruzar el mar. -Aunque dudo que nadie sea capaz de hundir realmente a nuestro colosal navío-. Y si liberamos este sitio y acto seguido nos vamos será como hacer una tarta y dejarla cerca de Xan: cuando volvamos a por ella le habrá puesto alas o algo así. Lo que quiero decir es que los gyojin arrasarán este sitio como represalia. No parecen de los que se molestan en tapar su puño de hierro con un guante de seda. Si quieres un consejo, al menos deja a esos pobres desgraciados en sus cruces. Ya no les puede ir peor, y al menos de lejos parecerá que la ocupación continúa.
Y aun así, aquí estoy. Me he puesto a cocinar a las afueras del pueblo para atraer a toda la gente que pueda. El olor de una comida gratis, y encima una hecha por mí, aunque esté mal que yo lo diga, siempre es un reclamo eficaz. Espero reunir a suficiente gente para que el ingrediente secreto -que pedí a Kath que me trajera del barco- haga efecto. No siento envidia por ellos, la verdad, ni por los gyojins ni por los humanos. A los primeros seguramente los maten, pero todos tendrán que escuchar el discurso sobre fiscalidad responsable que le he pedido a Grimes que dé cuando haya suficiente gente. Será suficiente para tumbarlos de aburrimiento, o al menos para que los gyojins se pongan muy violentos mientras el resto da cuenta de ellos.
Espero poder escabullirme antes de que el tío muermo empiece.
- Resumen:
- Kaya explota un poco a Inosuke y hace una comida mu rica en la calle para reunir a mucha gente. Y cuando haya suficientes gyojins atraídos por el olor de la comida gratis, soltará a Grimes para que los aburra y desmotive dando un discurso. Si es que hemos podido acceder al barco o traérnoslo estas dos semanas.
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Durante los últimos días Marc y Therax, como Comandantes de los Arashi no Kyoudai, habían hecho todo cuanto habían podido para restaurar el buen nombre de su capitán y, con él, el de su banda. Y sus esfuerzos habían dado fruto, pues habían logrado hacer retroceder a las tropas de Julius C. Tzar de forma significativa. No obstante, el ejército gyojin había aprovechado esa circunstancia para avanzar sobre Udon, consiguiendo ocupar su mayor parte. El semigigante y el rubio habían tenido finalmente que refugiarse en un pequeño pueblo llamado O-Tako.
Estando en la taberna, planeando su siguiente movimiento contra las tropas de Hipatia, un mensajero hizo acto de aparición y pronunció unas palabras que hicieron que a Marc se le helara la sangre. La expresión de su rostro cambió radicalmente a una enorme preocupación, y miró a su amigo para saber qué estaba pensando.
Zane prisionero. ¿Cómo podía ser? ¿Había alguien tan poderoso como para derrotar y atrapar a uno de los Emperadores del Mar? ¿O habría sido víctima de una trampa? Su capitán podía llegar a ser muy irreflexivo, tal vez eso fuera lo que había pasado. Aunque bueno, lo que hubiera ocurrido era lo de menos. La cuestión era qué debían hacer ellos dos en aquel momento.
Por un lado, la preocupación por la vida de su capitán y amigo era más que grande, pues muy pocas cosas en el mundo podían suponer un peligro para él, pero al parecer había acabado dando con una de ellas. Por otro, como Hyoro bien estaba aseverando, la resistencia contra Hipatia les necesitaba. El poder militar de los dos piratas era superior a ningún otro con el que contaran, y además no faltaba mucho para que un importante convoy de provisiones pasara por allí. Si lo interceptaban podrían poner en grandes apuros a la Capital de las Flores. Además Zane era muy fuerte, lo más probable era que supiera cuidarse solo y acabar liberándose de la prisión en la que le estaban reteniendo.
La decisión era muy difícil, tanto que el grandullón se veía incapaz de tomarla. No se le daban bien esas cosas, al contrario que a Therax. Seguro que el rubio podía deducir con facilidad qué era lo que debían hacer y explicarle por qué motivo. Si, esa era la mejor opción. Él estaba bloqueado y no iba a poder elegir, o al menos no pensando con claridad. Sin embargo su amigo... confiaba al cien por cien en su criterio, así que le miró fijamente. Buscaba hacerle saber que cualquier decisión que tomase él la apoyaría.
Estando en la taberna, planeando su siguiente movimiento contra las tropas de Hipatia, un mensajero hizo acto de aparición y pronunció unas palabras que hicieron que a Marc se le helara la sangre. La expresión de su rostro cambió radicalmente a una enorme preocupación, y miró a su amigo para saber qué estaba pensando.
Zane prisionero. ¿Cómo podía ser? ¿Había alguien tan poderoso como para derrotar y atrapar a uno de los Emperadores del Mar? ¿O habría sido víctima de una trampa? Su capitán podía llegar a ser muy irreflexivo, tal vez eso fuera lo que había pasado. Aunque bueno, lo que hubiera ocurrido era lo de menos. La cuestión era qué debían hacer ellos dos en aquel momento.
Por un lado, la preocupación por la vida de su capitán y amigo era más que grande, pues muy pocas cosas en el mundo podían suponer un peligro para él, pero al parecer había acabado dando con una de ellas. Por otro, como Hyoro bien estaba aseverando, la resistencia contra Hipatia les necesitaba. El poder militar de los dos piratas era superior a ningún otro con el que contaran, y además no faltaba mucho para que un importante convoy de provisiones pasara por allí. Si lo interceptaban podrían poner en grandes apuros a la Capital de las Flores. Además Zane era muy fuerte, lo más probable era que supiera cuidarse solo y acabar liberándose de la prisión en la que le estaban reteniendo.
La decisión era muy difícil, tanto que el grandullón se veía incapaz de tomarla. No se le daban bien esas cosas, al contrario que a Therax. Seguro que el rubio podía deducir con facilidad qué era lo que debían hacer y explicarle por qué motivo. Si, esa era la mejor opción. Él estaba bloqueado y no iba a poder elegir, o al menos no pensando con claridad. Sin embargo su amigo... confiaba al cien por cien en su criterio, así que le miró fijamente. Buscaba hacerle saber que cualquier decisión que tomase él la apoyaría.
- Resumen:
- Ser incapaz de decidir si deben ir a ayudar a Zane o seguir luchando y fiar todo a la decisión de Therax al respecto.
Shinobu Yamamoto
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—Hasta ahora hemos hecho un gran trabajo, Tori-san —le comenté con una sonrisa mientras me recostaba en el pasto seco, bajo la sombra de un árbol.
Las últimas semanas habían sido muy duras y agotadoras, no en vano estuvimos peleando contra los piratas de Juriasu C. Zaru en un intento de liberar esta tierra llamada Udon. Tal vez nunca llegaría a olvidar los rostros de las niñas que murieron ese fatídico primer día. No conocía sus nombres ni sus historias, pero si hubiera elaborado un mejor plan estarían con vida, tendrían la posibilidad de construir sus propios futuros. En las guerras los milagros no existían y tampoco servía de nada llorar a los que ya no estaban. Lo único que podía hacer era continuar adelante y cargar con los sueños de los que murieron. Lo sabía muy bien, pero no hacía más ligera la carga que llevaba sobre mis hombros.
—¿Estás bien?
Decir que estaba acostumbrada a la guerra era rendirme y aceptar que había perdido mi humanidad. Quizás fuera cierto, pero quería permanecer engañada por un tiempo más. A diferencia de mí, Tori-san no necesitaba autoconvencerse de nada. No estaba hecho para la guerra, lo descubrí cuando vi su cara en el momento en que los piratas asesinaron a los rehenes. Todavía estaba destrozado por dentro. ¿Alguien podía culparlo? Lo raro sería no estar así tras presenciar un genocidio sin escrúpulos y no poder hacer nada para evitarlo.
—Por más pueblos que ayudemos ellos jamás volverán, ¿verdad? —contestó Tori-san con la voz apagada, desganado—. Eran solo niños, Shinobu. Una parte de mí dice que los piratas son los únicos culpables, pero otra dice que no es así. ¿Y si hubiera sido más fuerte? Los habría rescatado y…
—Supongo que jamás lo sabremos —le interrumpí, acercando las rodillas al pecho—. La guerra no es dura por los enemigos a los que te enfrentas, sino por el precio que debes pagar. Creo que cada batalla nos arranca un trozo de nuestra humanidad y nos obliga a ver la oscuridad que hay dentro de nosotros. —Giré la mirada hacia Tori-san y le sonreí—. Pero también creo que tú eres diferente al resto. Estuve en tu mismo lugar y lo único que pensaba era en vengarme de los culpables, en cambio tú continúas peleando por la gente. Sonará un poco ingenuo considerando lo que hemos vivido, pero tal vez seas el único que pueda sobrevivir a esta guerra sin perder su humanidad. —Estiré los brazos y me levanté de un salto—. ¡Arriba el ánimo, Tori-san! No podemos rendirnos. Honraremos las memorias de los caídos y seguiremos hacia delante, ¿a que sí?
Gracias a la gente que rescatamos entendía un poco mejor el panorama de Wano. Había tantos bandos involucrados que era imposible decidir quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Otro pensamiento equivocado, ¿verdad? En las guerras nunca había buenos y malos, solo personas con distintos intereses. ¿A quién apoyaríamos nosotros? Tori-san pertenecía a un grupo que se llamaba Ejército Revolucionario, una especie de justicieros que luchaban en contra de la opresión.
Iba a proponerle una idea a Tori-san cuando el curioso caracol que llevaba a todos sitios comenzó a… ¿quejarse? Hacía un ruido extraño. ¡Yo también quería uno! Luego le preguntaría cómo conseguir uno de esos. Ahora lo importante era tomar una decisión. Si bien habíamos ayudado en Udon, la situación todavía era crítica. Y no podíamos abandonarlos hasta que fuera un lugar seguro.
—Necesitamos un ejército para proteger Udon —le comenté cuando dejó de hablar con el animal—. La pregunta es dónde lo conseguiremos… No podemos pedirles a los civiles que tomen las armas y luchen. Ese es nuestro trabajo, ¿no crees?
Era fácil decir cosas y soltar ideas locas, lo difícil era hacerlas realidad. ¿Dónde conseguiría un ejército? ¿Y quién seguiría a una niña desconocida? Había muchísimas preguntas y ningún punto de partida. Lo único que sabía era que ir a la Capital de las Flores era contraproducente, considerando que quería proteger Udon.
—Quedarnos quietos tampoco es buena idea. ¿Y si vamos a esa torre? Quizás descubramos algo importante.
Las últimas semanas habían sido muy duras y agotadoras, no en vano estuvimos peleando contra los piratas de Juriasu C. Zaru en un intento de liberar esta tierra llamada Udon. Tal vez nunca llegaría a olvidar los rostros de las niñas que murieron ese fatídico primer día. No conocía sus nombres ni sus historias, pero si hubiera elaborado un mejor plan estarían con vida, tendrían la posibilidad de construir sus propios futuros. En las guerras los milagros no existían y tampoco servía de nada llorar a los que ya no estaban. Lo único que podía hacer era continuar adelante y cargar con los sueños de los que murieron. Lo sabía muy bien, pero no hacía más ligera la carga que llevaba sobre mis hombros.
—¿Estás bien?
Decir que estaba acostumbrada a la guerra era rendirme y aceptar que había perdido mi humanidad. Quizás fuera cierto, pero quería permanecer engañada por un tiempo más. A diferencia de mí, Tori-san no necesitaba autoconvencerse de nada. No estaba hecho para la guerra, lo descubrí cuando vi su cara en el momento en que los piratas asesinaron a los rehenes. Todavía estaba destrozado por dentro. ¿Alguien podía culparlo? Lo raro sería no estar así tras presenciar un genocidio sin escrúpulos y no poder hacer nada para evitarlo.
—Por más pueblos que ayudemos ellos jamás volverán, ¿verdad? —contestó Tori-san con la voz apagada, desganado—. Eran solo niños, Shinobu. Una parte de mí dice que los piratas son los únicos culpables, pero otra dice que no es así. ¿Y si hubiera sido más fuerte? Los habría rescatado y…
—Supongo que jamás lo sabremos —le interrumpí, acercando las rodillas al pecho—. La guerra no es dura por los enemigos a los que te enfrentas, sino por el precio que debes pagar. Creo que cada batalla nos arranca un trozo de nuestra humanidad y nos obliga a ver la oscuridad que hay dentro de nosotros. —Giré la mirada hacia Tori-san y le sonreí—. Pero también creo que tú eres diferente al resto. Estuve en tu mismo lugar y lo único que pensaba era en vengarme de los culpables, en cambio tú continúas peleando por la gente. Sonará un poco ingenuo considerando lo que hemos vivido, pero tal vez seas el único que pueda sobrevivir a esta guerra sin perder su humanidad. —Estiré los brazos y me levanté de un salto—. ¡Arriba el ánimo, Tori-san! No podemos rendirnos. Honraremos las memorias de los caídos y seguiremos hacia delante, ¿a que sí?
Gracias a la gente que rescatamos entendía un poco mejor el panorama de Wano. Había tantos bandos involucrados que era imposible decidir quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Otro pensamiento equivocado, ¿verdad? En las guerras nunca había buenos y malos, solo personas con distintos intereses. ¿A quién apoyaríamos nosotros? Tori-san pertenecía a un grupo que se llamaba Ejército Revolucionario, una especie de justicieros que luchaban en contra de la opresión.
Iba a proponerle una idea a Tori-san cuando el curioso caracol que llevaba a todos sitios comenzó a… ¿quejarse? Hacía un ruido extraño. ¡Yo también quería uno! Luego le preguntaría cómo conseguir uno de esos. Ahora lo importante era tomar una decisión. Si bien habíamos ayudado en Udon, la situación todavía era crítica. Y no podíamos abandonarlos hasta que fuera un lugar seguro.
—Necesitamos un ejército para proteger Udon —le comenté cuando dejó de hablar con el animal—. La pregunta es dónde lo conseguiremos… No podemos pedirles a los civiles que tomen las armas y luchen. Ese es nuestro trabajo, ¿no crees?
Era fácil decir cosas y soltar ideas locas, lo difícil era hacerlas realidad. ¿Dónde conseguiría un ejército? ¿Y quién seguiría a una niña desconocida? Había muchísimas preguntas y ningún punto de partida. Lo único que sabía era que ir a la Capital de las Flores era contraproducente, considerando que quería proteger Udon.
—Quedarnos quietos tampoco es buena idea. ¿Y si vamos a esa torre? Quizás descubramos algo importante.
- Resumen:
- Hablar con Tori-san y proponerle ir a la torre.
Yarmin Prince
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Shh... No hagas ruido, por favor, ¿o es que no sabes lo que me ha costado traerte hasta aquí? Horas de planificación, días de vigilancia, encontrar el lugar adecuado, dar con el momento oportuno... Moloch ha tardado en quitarme el ojo de encima; eso casi es tu salvación, pero por desgracia para ti, pequeña gatita, a la séptima va la vencida.
No llores; a nadie le gusta una princesa triste. Sé que duele, por eso te lo he hecho, pero el dolor puede llegar a ser tan... ¿Inspirador? Alienta la creatividad; en su cara menos amable, claro, pero libera al artista que todos llevamos dentro. Aunque tú no parece que tengas dentro mucho más que vísceras y un poco de esperma. Culpable, supongo, aunque todo el mundo me había dicho que había en ti algo especial... Pero nada que no haya metido yo sobrepasa la vulgar mediocridad. ¿No te da vergüenza? Tantas expectativas sobre ti, tan impresionado que pudiste tener a todo el mundo... ¿Y qué eres ahora? Mírame a los ojos cuando te hablo si todavía quieres tener cara en tu funeral.
Solo eres un saco de carne, pequeña. Ni siquiera has terminado resultando útil, y si bien por un momento llegué a pensar que podías ser importante no has aportado nada. Sin información que pueda aprovechar, nada que no conozca ya, nada que vaya a ayudarme. Visto en perspectiva tal vez debería haberte creído antes de arrancarte las uñas, ¿pero puedes culparme? Esto era un interrogatorio, aunque francamente me alegro de que hayamos intimado tanto. Al menos, te irás con un buen recuerdo. O no. Pero ese no es mi problema.
Tal vez me he expresado mal. Cuando te digo que no grites es porque me molesta el ruido; estamos en un sótano alejados de la zona poblada y todo, absolutamente todo, está cubierto por cinco capas de alfombras. Sí, es poco glamuroso, pero ni tenía acceso a más ni una sala de torturas improvisada puede tener todos los lujos que uno querría. Ya da gracias de que he podido agenciarme una chimenea portátil y un par de atizadores, o te habrías desangrado hace horas. Pero... Es muy romántico, ¿sabes? Hacía años que no tenía un momento de intimidad como este, y ahora, mientras acaricio tu preciosa y pálida cara, no puedo pensar en lo inútil que ha sido todo este operativo, sino más bien en lo emocionante que ha sido traerte hasta aquí. Ver cómo tú misma dabas encantada pasos hacia mi red... Casi se siente como si tú misma te hubieses puesto los grilletes, como si tú misma te hubieses encadenado al techo. ¿Pero sabes qué se siente mejor? Ven, deja que te lo susurre al oído:
Estoy de vuelta.
No importa que no haya averiguado nada en estas semanas. En realidad, tampoco tengo claro qué me importaba lo que pudieses saber, si de todos modos un levantamiento contra Hipatia no tiene mucho sentido, pero supongo que hasta yo necesito un alivio de vez en cuando. Bueno, pensé que tendrías información que llevarle a la emperatriz y ganarme algo más de su confianza, pero tampoco era lo primordial. Al fin y al cabo, ¿qué es de la vida sin un poco de diversión?
Pero hablando de eso, con lo que cuesta escapar de la mirada de Hipatia y con lo complicado que es mantener a uno de sus limpiabotas lejos de mis asuntos mucho tiempo creo que va siendo hora de terminar esto. Me habría gustado llegar al punto mágico, ¿sabes? Aún tienes esperanza en que esto termine rápido, en que se acabe el dolor... Querría cortarte el cuello solo cuando pensases que no iba a terminar nunca, pero qué se le va a hacer. Por suerte, tengo otra forma de hacer que este proceso se te haga eterno. Y es que en esta caja hay casi cien ratas. Sí, a eso he dedicado los esfuerzos de mis tritones dominados. Pero tranquila, lo recordarán como si la idea hubiese sido suya. Y... ¡Oh dios mío! Son rápidas. En fin, mi dulce gatita, parece que es la última vez que nos vemos. Ahora sí que puedes gritar.
Adiós.
No llores; a nadie le gusta una princesa triste. Sé que duele, por eso te lo he hecho, pero el dolor puede llegar a ser tan... ¿Inspirador? Alienta la creatividad; en su cara menos amable, claro, pero libera al artista que todos llevamos dentro. Aunque tú no parece que tengas dentro mucho más que vísceras y un poco de esperma. Culpable, supongo, aunque todo el mundo me había dicho que había en ti algo especial... Pero nada que no haya metido yo sobrepasa la vulgar mediocridad. ¿No te da vergüenza? Tantas expectativas sobre ti, tan impresionado que pudiste tener a todo el mundo... ¿Y qué eres ahora? Mírame a los ojos cuando te hablo si todavía quieres tener cara en tu funeral.
Solo eres un saco de carne, pequeña. Ni siquiera has terminado resultando útil, y si bien por un momento llegué a pensar que podías ser importante no has aportado nada. Sin información que pueda aprovechar, nada que no conozca ya, nada que vaya a ayudarme. Visto en perspectiva tal vez debería haberte creído antes de arrancarte las uñas, ¿pero puedes culparme? Esto era un interrogatorio, aunque francamente me alegro de que hayamos intimado tanto. Al menos, te irás con un buen recuerdo. O no. Pero ese no es mi problema.
Tal vez me he expresado mal. Cuando te digo que no grites es porque me molesta el ruido; estamos en un sótano alejados de la zona poblada y todo, absolutamente todo, está cubierto por cinco capas de alfombras. Sí, es poco glamuroso, pero ni tenía acceso a más ni una sala de torturas improvisada puede tener todos los lujos que uno querría. Ya da gracias de que he podido agenciarme una chimenea portátil y un par de atizadores, o te habrías desangrado hace horas. Pero... Es muy romántico, ¿sabes? Hacía años que no tenía un momento de intimidad como este, y ahora, mientras acaricio tu preciosa y pálida cara, no puedo pensar en lo inútil que ha sido todo este operativo, sino más bien en lo emocionante que ha sido traerte hasta aquí. Ver cómo tú misma dabas encantada pasos hacia mi red... Casi se siente como si tú misma te hubieses puesto los grilletes, como si tú misma te hubieses encadenado al techo. ¿Pero sabes qué se siente mejor? Ven, deja que te lo susurre al oído:
Estoy de vuelta.
No importa que no haya averiguado nada en estas semanas. En realidad, tampoco tengo claro qué me importaba lo que pudieses saber, si de todos modos un levantamiento contra Hipatia no tiene mucho sentido, pero supongo que hasta yo necesito un alivio de vez en cuando. Bueno, pensé que tendrías información que llevarle a la emperatriz y ganarme algo más de su confianza, pero tampoco era lo primordial. Al fin y al cabo, ¿qué es de la vida sin un poco de diversión?
Pero hablando de eso, con lo que cuesta escapar de la mirada de Hipatia y con lo complicado que es mantener a uno de sus limpiabotas lejos de mis asuntos mucho tiempo creo que va siendo hora de terminar esto. Me habría gustado llegar al punto mágico, ¿sabes? Aún tienes esperanza en que esto termine rápido, en que se acabe el dolor... Querría cortarte el cuello solo cuando pensases que no iba a terminar nunca, pero qué se le va a hacer. Por suerte, tengo otra forma de hacer que este proceso se te haga eterno. Y es que en esta caja hay casi cien ratas. Sí, a eso he dedicado los esfuerzos de mis tritones dominados. Pero tranquila, lo recordarán como si la idea hubiese sido suya. Y... ¡Oh dios mío! Son rápidas. En fin, mi dulce gatita, parece que es la última vez que nos vemos. Ahora sí que puedes gritar.
Adiós.
- Resumen:
- Salir de mi casa-zulo a la calle en la zona más despoblada de la ciudad tras "interrogar" a una humana de una supuesta rebelión contra Hipatia.
Gareth Silverwing
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Día quince en el túnel, o mejor dicho, en la base secreta avanzada subterránea de la 83 brigada del ejército gubernamental de la marina. Tras varios días de caminata y la búsqueda de una salida de estos pasadizos, hemos decidido establecernos en una sala formada por una intersección entre el camino principal y varios pasillos secundarios. Estamos cerca de la salida, puedo sentirlo, o eso dije hace dos días, de todas formas hemos considerado que sería más prudente establecernos en este pasillo de lava en vez de salir y arriesgar a mostrarnos en una posición vulnerable. De todas formas no deberíamos tardar mucho en retomar la marcha.
En cuanto a los acontecimientos de estos días, sólo puedo remarcar dos cosas, la primera que dejé de comer nada que me diera Jack a la semana se entrar, sospecho que tengo una caries. Lo segundo, he malgastado mi comodín del año para darle una orden a Al, para ordenarle que no vuelva a orinar en el conducto de lava que hay a un lado para ver cuanto salta. Los vapores resultantes casi me hacen vomitar. Las "Ya hemos llegado?" en tono interrogante han sido terminantemente prohibidas, así como expresiones similares, debido a que el eco no ayuda con el constante dolor de cabeza que no para de ir a más.
En fin, en el lado bueno, puedo decir con orgullo que ninguno de ellos ha cruzado la línea que tracé en la tierra como límite de mi espacio personal. Puede que sea gracias a los incansables esfuerzos de Alfred y Wilson, un par de monigotes pintados sobre una losa de piedra, son soldados ejemplares sin duda, debería condecorarlos.
Entre tanto he dedicado mis esfuerzos en el tiempo libre a comprobar si puedo extraer metales o minerales raros de la lava que fluye a nuestros lados, puede que esto nos sea útil cuando salgamos y nos enfrentemos al mundo exterior. Si por el contrario no logramos salir, espero que alguien encuentre este diario y sepa de las andanzas de nuestro grupo y mi nombre Arth...
- ¡Me cago en todo! ¡¿Pero queréis callaros de una vez?! ¡Lleváis ya siete horas con las cancioncitas!
En cuanto a los acontecimientos de estos días, sólo puedo remarcar dos cosas, la primera que dejé de comer nada que me diera Jack a la semana se entrar, sospecho que tengo una caries. Lo segundo, he malgastado mi comodín del año para darle una orden a Al, para ordenarle que no vuelva a orinar en el conducto de lava que hay a un lado para ver cuanto salta. Los vapores resultantes casi me hacen vomitar. Las "Ya hemos llegado?" en tono interrogante han sido terminantemente prohibidas, así como expresiones similares, debido a que el eco no ayuda con el constante dolor de cabeza que no para de ir a más.
En fin, en el lado bueno, puedo decir con orgullo que ninguno de ellos ha cruzado la línea que tracé en la tierra como límite de mi espacio personal. Puede que sea gracias a los incansables esfuerzos de Alfred y Wilson, un par de monigotes pintados sobre una losa de piedra, son soldados ejemplares sin duda, debería condecorarlos.
Entre tanto he dedicado mis esfuerzos en el tiempo libre a comprobar si puedo extraer metales o minerales raros de la lava que fluye a nuestros lados, puede que esto nos sea útil cuando salgamos y nos enfrentemos al mundo exterior. Si por el contrario no logramos salir, espero que alguien encuentre este diario y sepa de las andanzas de nuestro grupo y mi nombre Arth...
- ¡Me cago en todo! ¡¿Pero queréis callaros de una vez?! ¡Lleváis ya siete horas con las cancioncitas!
- Resumen:
- Mantenerme cuerdo bajo tierra
Prometeo
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Los humanos llamaban sueños a lo que veían cuando dormían. O pesadillas, en caso de ser un mal sueño. Nunca había soñado antes de llegar a Wano. Era una sensación extraña y nada de lo que veía en ese mundo surrealista tenía el más mínimo sentido. No era algo que le gustara. ¿Por qué tenía que volver a ver una y otra vez las caras de los niños que no pudo salvar? Se sentía profundamente culpable por su incompetencia. Había fallado en proteger la humanidad. Últimamente no entendía nada. ¿Cómo se suponía que protegería a la humanidad de los mismos humanos? Se sentía encerrado en una habitación sin puertas ni ventanas. Su lado más cobarde le imploraba que olvidara lo que vio ese día, pero su parte más humana decía que jamás lo haría. Esos recuerdos eran un castigo autoimpuesto por culpa de su propia debilidad.
Había trabajado con más ímpetu que nunca sin preocuparse de sí mismo. Le daba igual su enfermedad o si volvía a casa. Sentía que tenía una deuda muy grande con el pueblo de Wano y lo único que podía hacer para saldarla era pelear por Udon. Le sorprendía la resiliencia de Shinobu. A pesar de ser menor y haber vivido exactamente lo mismo, parecía una persona que había vivido muchísimo más que él. Prometeo había descubierto que no era una chica lista, pero por alguna razón siempre estaba uno o dos pasos adelante cuando se trataba de algo relacionado con la guerra. No le importaría admitirlo llegado el momento: si no fuera por Shinobu, no habría podido levantarse luego de ver morir a esos niños. Ella no era fuerte ni ágil, tampoco veloz ni inteligente. Prometeo era indudablemente más talentoso que Shinobu, y aun así ella era la primera que saltaba al peligro cuando se trataba de proteger a alguien. Compensaba todo con un exceso de valentía que alcanzaba la imprudencia.
Pese a estar triste y sentirse avergonzado por haber fallado la misión, las palabras de Shinobu terminaron sacándole una sonrisa. ¿El único que podía sobrevivir a esa guerra sin perder su humanidad? Prometeo quería que fuera real porque, lo único que le permitía seguir adelante, era su sueño de convertirse en humano. Intentaba convencerse de que un ser humano jamás se rendiría frente a unos piratas, que un ser humano continuaría peleando contra las injusticias en busca de un mejor mundo. Quizás, luego de ver lo que había visto, ese ideal de ser humano no era más que una utopía. Sin embargo, si llegaba a existir una sola persona que cumpliera con las características que Prometeo tanto añoraba, dejaría de ser solo una utopía.
—Honraremos las memorias de los caídos —dijo Prometeo con algo más de determinación tras oír las palabras de Shinobu—. Lo siento, he sido una carga para ti y te he contaminado con mis problemas. Gracias por pelear a mi lado, Shinobu.
La doncella de guerra sonrió y alzó el puño hacia el cielo.
—Jamás te he considerado una carga. Somos un equipo, Tori-san, y entre los compañeros debemos apoyarnos. Por cierto, tengo una idea para…
El caracolito con ojos somnolientos que Prometeo llevaba a todos lados comenzó a sonar. Cogió la llamada y escuchó una voz familiar. ¡Era el señor Gelatina! No sabía nada del comandante, pero seguramente lo estuviese haciendo bien. Probablemente fuera la persona más capaz de toda la isla. Sus planes tenían la peculiaridad de acabar en buen puerto aunque aparentasen ser un desastre. Prometeo le habló sobre Hitomi-sama y los pueblos de Udon, sobre los piratas del Emperador del Mar, Julius C. Zar, y también sobre Shinobu. Le comentó que estaba muy cerca de la Capital de las Flores, tanto que incluso podía verla desde su posición. Le entregó un muy buen resumen de lo acontecido en las últimas dos semanas.
—¿Y usted, comandante? Me gustaría estar con usted, pero ahora mismo intentamos liberar Udon de las fuerzas invasoras. No está siendo una tarea sencilla, pero de alguna manera lo conseguiremos.
Tras mantener una grata conversación con el comandante, volvió con Shinobu. Le pidió perdón por la interrupción y escuchó sus palabras.
—¿Un ejército…? Existe la posibilidad de que el Ejército Revolucionario nos ayude, pero creo que está ocupado liberando Hakumai. Por el momento lo único que podemos hacer es ofrecer nuestra ayuda a los pueblos de Udon —contestó tras analizar las posibilidades—. ¿Quieres ir a esa torre…? Si bien es cierto que quedarse quieto no aportará nada, entrar a un lugar desconocido… —Prometeo vio los ojos de Shinobu y soltó una sonrisa—. Está bien, exploraremos la torre por si encontramos algo importante. Quizás hallemos la respuesta para terminar con esta guerra sin sentido.
Prometeo, recuperando poco a poco la esperanza, marchó hacia la misteriosa torre en compañía de Shinobu.
Había trabajado con más ímpetu que nunca sin preocuparse de sí mismo. Le daba igual su enfermedad o si volvía a casa. Sentía que tenía una deuda muy grande con el pueblo de Wano y lo único que podía hacer para saldarla era pelear por Udon. Le sorprendía la resiliencia de Shinobu. A pesar de ser menor y haber vivido exactamente lo mismo, parecía una persona que había vivido muchísimo más que él. Prometeo había descubierto que no era una chica lista, pero por alguna razón siempre estaba uno o dos pasos adelante cuando se trataba de algo relacionado con la guerra. No le importaría admitirlo llegado el momento: si no fuera por Shinobu, no habría podido levantarse luego de ver morir a esos niños. Ella no era fuerte ni ágil, tampoco veloz ni inteligente. Prometeo era indudablemente más talentoso que Shinobu, y aun así ella era la primera que saltaba al peligro cuando se trataba de proteger a alguien. Compensaba todo con un exceso de valentía que alcanzaba la imprudencia.
Pese a estar triste y sentirse avergonzado por haber fallado la misión, las palabras de Shinobu terminaron sacándole una sonrisa. ¿El único que podía sobrevivir a esa guerra sin perder su humanidad? Prometeo quería que fuera real porque, lo único que le permitía seguir adelante, era su sueño de convertirse en humano. Intentaba convencerse de que un ser humano jamás se rendiría frente a unos piratas, que un ser humano continuaría peleando contra las injusticias en busca de un mejor mundo. Quizás, luego de ver lo que había visto, ese ideal de ser humano no era más que una utopía. Sin embargo, si llegaba a existir una sola persona que cumpliera con las características que Prometeo tanto añoraba, dejaría de ser solo una utopía.
—Honraremos las memorias de los caídos —dijo Prometeo con algo más de determinación tras oír las palabras de Shinobu—. Lo siento, he sido una carga para ti y te he contaminado con mis problemas. Gracias por pelear a mi lado, Shinobu.
La doncella de guerra sonrió y alzó el puño hacia el cielo.
—Jamás te he considerado una carga. Somos un equipo, Tori-san, y entre los compañeros debemos apoyarnos. Por cierto, tengo una idea para…
El caracolito con ojos somnolientos que Prometeo llevaba a todos lados comenzó a sonar. Cogió la llamada y escuchó una voz familiar. ¡Era el señor Gelatina! No sabía nada del comandante, pero seguramente lo estuviese haciendo bien. Probablemente fuera la persona más capaz de toda la isla. Sus planes tenían la peculiaridad de acabar en buen puerto aunque aparentasen ser un desastre. Prometeo le habló sobre Hitomi-sama y los pueblos de Udon, sobre los piratas del Emperador del Mar, Julius C. Zar, y también sobre Shinobu. Le comentó que estaba muy cerca de la Capital de las Flores, tanto que incluso podía verla desde su posición. Le entregó un muy buen resumen de lo acontecido en las últimas dos semanas.
—¿Y usted, comandante? Me gustaría estar con usted, pero ahora mismo intentamos liberar Udon de las fuerzas invasoras. No está siendo una tarea sencilla, pero de alguna manera lo conseguiremos.
Tras mantener una grata conversación con el comandante, volvió con Shinobu. Le pidió perdón por la interrupción y escuchó sus palabras.
—¿Un ejército…? Existe la posibilidad de que el Ejército Revolucionario nos ayude, pero creo que está ocupado liberando Hakumai. Por el momento lo único que podemos hacer es ofrecer nuestra ayuda a los pueblos de Udon —contestó tras analizar las posibilidades—. ¿Quieres ir a esa torre…? Si bien es cierto que quedarse quieto no aportará nada, entrar a un lugar desconocido… —Prometeo vio los ojos de Shinobu y soltó una sonrisa—. Está bien, exploraremos la torre por si encontramos algo importante. Quizás hallemos la respuesta para terminar con esta guerra sin sentido.
Prometeo, recuperando poco a poco la esperanza, marchó hacia la misteriosa torre en compañía de Shinobu.
- Resumen (Comandante Makintosh, leer uno de los diálogos):
- Traumas de la guerra, contestar al señor Gelatina y hacerle un resumen de lo pasado en las últimas dos semanas, y finalmente decidir ir hacia la torre.
Sasaki
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Aquello empezaba a ser agobiante, habíamos pasado demasiado tiempo bajo tierra, más aún cuando esta no paraba de vibrar amenazando con caérsenos encima en cualquier momento, Había dado tratamiento psicológico ya a bastantes marines de la tropa, pero parecía haberles ayudado mi consejo de ir a preguntarle a Arthur cuanto faltaba ya que era el que guiaba la marcha; otros marines sobrellevaban el día a día jugando al veo veo o cantando canciones típicas de marcha. Por parte de la brigada parecía que estábamos, no se si por la locura que llevábamos encima todos, bastante enteros, quizás el que peor estaba era Arthur, cosa que me extraño de ese cabeza cuadrada seguidor ferviente de las normas, incluso tenía rocas que él consideraba unos grandes soldados.
Rudolph parecía más contento que nunca, intentaba ganarse amigos con cualquiera que me veía hablar, aunque su aspecto terrorífico no le ayudaba. Siempre había alguien que con mucho miedo se atrevía a acariciarle, lo que hacía que comenzase a corretear por el túnel.
Jack por su parte, pareció preferir ir junto al Almirante, que estaba mucho más fresco que el resto. Cosas de tener poderes de hielo que lo permitían. En mi caso la marcha era complicada. El azúcar en el que me transformaba se hacía más pegajoso de lo que quería debido al calor, y si no usaba ese truco el calor era bastante agobiante.
Sin embargo, en lo últimos días algo se había producido algo que en lo personal nos extrañaba como poco. Era una sensación de estar bajo vigilancia, pero no de nuestros compañeros, sino de algo que parecía seguirnos por el túnel. Quizás era necesario el ir a hacerle una vista y ver que era lo que quería. Por ello, hice un monigote y atado por un hilo conmigo lo mandé caminando en dirección opuesta a la nuestra para que viese lo que era, si era un enemigo el monigote haría que la cuerda de azúcar aumentase su temperatura, sino, pues regresaría y me contaría lo que era, si es que era algo.
Rudolph parecía más contento que nunca, intentaba ganarse amigos con cualquiera que me veía hablar, aunque su aspecto terrorífico no le ayudaba. Siempre había alguien que con mucho miedo se atrevía a acariciarle, lo que hacía que comenzase a corretear por el túnel.
Jack por su parte, pareció preferir ir junto al Almirante, que estaba mucho más fresco que el resto. Cosas de tener poderes de hielo que lo permitían. En mi caso la marcha era complicada. El azúcar en el que me transformaba se hacía más pegajoso de lo que quería debido al calor, y si no usaba ese truco el calor era bastante agobiante.
Sin embargo, en lo últimos días algo se había producido algo que en lo personal nos extrañaba como poco. Era una sensación de estar bajo vigilancia, pero no de nuestros compañeros, sino de algo que parecía seguirnos por el túnel. Quizás era necesario el ir a hacerle una vista y ver que era lo que quería. Por ello, hice un monigote y atado por un hilo conmigo lo mandé caminando en dirección opuesta a la nuestra para que viese lo que era, si era un enemigo el monigote haría que la cuerda de azúcar aumentase su temperatura, sino, pues regresaría y me contaría lo que era, si es que era algo.
- resumen:
- Ver como la psicología de todos va flaqueando, sentir como nos vigilan, mandar un monigote atado a una cuerda, si la calienta es para avisarme de que es enemigo, si no es enemigo regresará para decirmelo.
Vile Spectre
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-Vaya aburrimiento -se quejaba el músico-. No hemos sacado rédito alguno de nuestros últimos esfuerzos, ¡nada! Lo único que hemos ganado ha sido una miserable parcela de césped en la que montar nuestras tiendas y a la que me gustaría decir que no llega el olor a muerte que tiene este país, pero ni ese placer tenemos. ¡Y me he quedado sin sake!
Realmente no se hallaba tan frustrado como para ser tan vocal acerca de sus quejas, pero el estoico silencio de Nox era un mal compañero para aquellos días. Además, necesitaba dar esa apariencia de trivialidad a su actitud. Tenía un plan entre manos, y no pretendía permitir que su actitud chocase con la de su compañero por el estrés o la incomunicación. Cada vez que algo le suscitaba una opinión, se lo comunicaba a su compañero, aunque sin dejarse llevar por una actitud escandalizada u ofendida, sino con un grado de neutralidad. Sabía que su camarada, práctico como era, lo apreciaba.
La búsqueda de una entrada a la Capital de la Flor probó ser todo un desafío. Había que hallar un pasadizo ideal para evitar las innumerables medidas de seguridad que habían sido dispuestas para evitar intrusos. Y aunque se considerara un tipo sigiloso, Vile no se veía capaz de saltar los muros de aquel lugar e infiltrarse en el palacio. Necesitaba otro plan.
No tardaron en ser emboscados. ¿Habían dejado pistas? El músico hizo todo lo posible por no sobresaltarse. Estaban en inferioridad numérica y llevarse la mano a su recién adquirida espada podía suponer una dura refriega. Además, aquella situación le brindaba una maravillosa oportunidad.
-Vaya, ¿una recepción? -preguntó con aire juguetón, sin sacar las manos de sus bolsillos-. Este de aquí es Nox. Yo me llamo Vile. No os molestéis en presentaros porque se me dan fatal los nombres, sobre todo si hay cinco de vosotros.
Ensanchó su sonrisa y dio un par de pasos al hombrecillo que parecía tener la voz cantante. Ni siquiera con varias armas a su alrededor le traicionarían los nervios.
-¿Sirves a un emperador? Mira tú que bien, nosotros teníamos en mente entrevistarnos con uno. El tuyo quizás nos sirva, puede ser el mismo al que estábamos buscando. ¿A qué esperas? Llévanos ante él. No todos los días le visitarán célebres huéspedes como nosotros dos, ¿cierto?
Realmente no se hallaba tan frustrado como para ser tan vocal acerca de sus quejas, pero el estoico silencio de Nox era un mal compañero para aquellos días. Además, necesitaba dar esa apariencia de trivialidad a su actitud. Tenía un plan entre manos, y no pretendía permitir que su actitud chocase con la de su compañero por el estrés o la incomunicación. Cada vez que algo le suscitaba una opinión, se lo comunicaba a su compañero, aunque sin dejarse llevar por una actitud escandalizada u ofendida, sino con un grado de neutralidad. Sabía que su camarada, práctico como era, lo apreciaba.
La búsqueda de una entrada a la Capital de la Flor probó ser todo un desafío. Había que hallar un pasadizo ideal para evitar las innumerables medidas de seguridad que habían sido dispuestas para evitar intrusos. Y aunque se considerara un tipo sigiloso, Vile no se veía capaz de saltar los muros de aquel lugar e infiltrarse en el palacio. Necesitaba otro plan.
No tardaron en ser emboscados. ¿Habían dejado pistas? El músico hizo todo lo posible por no sobresaltarse. Estaban en inferioridad numérica y llevarse la mano a su recién adquirida espada podía suponer una dura refriega. Además, aquella situación le brindaba una maravillosa oportunidad.
-Vaya, ¿una recepción? -preguntó con aire juguetón, sin sacar las manos de sus bolsillos-. Este de aquí es Nox. Yo me llamo Vile. No os molestéis en presentaros porque se me dan fatal los nombres, sobre todo si hay cinco de vosotros.
Ensanchó su sonrisa y dio un par de pasos al hombrecillo que parecía tener la voz cantante. Ni siquiera con varias armas a su alrededor le traicionarían los nervios.
-¿Sirves a un emperador? Mira tú que bien, nosotros teníamos en mente entrevistarnos con uno. El tuyo quizás nos sirva, puede ser el mismo al que estábamos buscando. ¿A qué esperas? Llévanos ante él. No todos los días le visitarán célebres huéspedes como nosotros dos, ¿cierto?
- Resumen:
- Invitar a nuestros nuevos amigos a llevarnos ante su líder.
Alexandra Holmes
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Inosuke había curado sus heridas y durante todos aquellos días aquel corte había terminado por sanar. En cuanto a la cicatriz... bueno, ya se arreglaría el cuerpo cuando acabaran su trabajo en Wano, fuera cual fuera ese trabajo. De momento el trabajito incluía dejar cadáveres por el camino así que ni tan mal, ya no estaba tan mosca por no haber podido apuñalarse a sí misma de peque. También había aprovechado para cambiarse de ropa, ahora vistiendo su bata de laboratorio habitual sobre un vestido corto negro sin mangas y sin escote pero con unos brazales de tela negros cubriendo parte de sus brazos, elegante de narices. ¿Por qué un vestido así? Porque era diva las veinticuatro horas del día, estar metida en una guerra no era excusa para no estar despampanante. Su calzado eran unos tacones negros bastante pequeños. Podía moverse y pelear con tacones como si llevara zapatillas así que no tendría demasiado problema.
Ahora resulta que en Wano dominaban los gyojins, probablemente debido a la invasión que el tal Blackhole había ignorado completamente haciéndose el loco de la forma más cantosa que había visto en los últimos diez años.
La capitana los reunió pasados unos cuantos días, y al principio pensó que sería para repartir ambientadores de pino para solucionar el olor a sardina pasada que emanaba de los pueblos ahora dominados por gyojin, pero no, era para anunciar un plan que... no la sorprendió demasiado. Es decir, hacía apenas dos semanas que había bombardeado así de forma totalmente gratuita un campamento del Zar, ir a por Onigashima no es que fuera a sorprenderla. Para sorprenderla tendría que saber qué era esa isla, y ahora mismo Katharina parecía que hablaba Wanés, o algo así.
Entendió algunas cosas. Entendió que Ivan le había dado un puño americano que, por lo que le contaba, sonaba menos raro que el engendro de arma transmutadora de la jefa, ese insulto a la Madre Gaia y a cualquier deidad que se le pudiera ocurrir. No le diría que no a la ayuda, la verdad.
—Gracias, le daré buen uso. Entre esto y la vara me puedo apañar bien —agradeció mientras se lo guardaba. De momento no se lo pondría, lo reservaría para algún momento de emergencia más serio. Por supuesto aún tenía en la cintura su vara eléctrica, la E-Nucleus, el botín que consiguió dando una paliza a un okama emparejado con una tontatta llorona. La había estado cargando desde hacía un par de semanas y ahora tenía su potencial pleno. Aún no lo había usado así que esperaba sorprender incluso a su propia gente.
Por otro lado, el debate estaba servido. Había diversidad de puntos de vista, pero el núcleo no cambiaba: las sardinas al mar. Además, no es que a la científica le importara demasiado el bienestar de las gentes de Wano, si no entraba y le zurraba a un gyojin al azar era por un motivo: el condenado tío muermo. No, pasaba de contagiarse de muermitis por estar cerca, tendría que usar otro enfoque distinto.
Algunos la llamarían loca, otros la llamarían arriesgada, unos pocos incluso la llamarían tragaldabas, y un par de marines aún la seguirían llamando Sádica de Mierda. Todos se equivocaban por, probablemente, la envidia que sentían por su piel rosa. Tenía Una Idea, algo que no se le habría ocurrido a nadie por motivos bastante más que evidentes: era una idea de mierda. O de cojones, según se mire.
—Con ese señor ahí no me apetece entrar... pero puedo sacar a alguno. Creo. Igual me denuncian, no lo tengo muy claro. —dijo mientras se llevaba la mano al bolsillo de la bata. Hacía un tiempo desde que Katharina le había regalado unas gilipolleces tan absurdas que hasta le había hecho ilusión, y puede que este fuera el momento oportuno para usarlas.
Sus armas secretas, más secretas que su bioingeniería, algo que nadie se esperaría jamás... una pelota antiestrés con forma de escroto que era perturbadoramente realista y una pistola cuya única función era decir "payum". Agarró la pelota antiestrés. Apoyó el pie derecho, realizó un gesto de lanzamiento que dejaría a la liga infantil de béisbol a la altura de la mierda, y lanzó aquel escroto en dirección al gyojin más cercano. Si la estratagema de Grimes había tenido éxito apuntaría hacia el mogollón de gente. Esperaba darle a... a alguien con el escroto aquel, si era un gyojin mejor, pero conseguiría un efecto parecido si le daba a un humano.
¿El plan? Ninguno realmente, solo causar algo de conmoción cuando alguien reconociera el genital falso y reirse un poco antes de entrar a dar golpes.
Ahora resulta que en Wano dominaban los gyojins, probablemente debido a la invasión que el tal Blackhole había ignorado completamente haciéndose el loco de la forma más cantosa que había visto en los últimos diez años.
La capitana los reunió pasados unos cuantos días, y al principio pensó que sería para repartir ambientadores de pino para solucionar el olor a sardina pasada que emanaba de los pueblos ahora dominados por gyojin, pero no, era para anunciar un plan que... no la sorprendió demasiado. Es decir, hacía apenas dos semanas que había bombardeado así de forma totalmente gratuita un campamento del Zar, ir a por Onigashima no es que fuera a sorprenderla. Para sorprenderla tendría que saber qué era esa isla, y ahora mismo Katharina parecía que hablaba Wanés, o algo así.
Entendió algunas cosas. Entendió que Ivan le había dado un puño americano que, por lo que le contaba, sonaba menos raro que el engendro de arma transmutadora de la jefa, ese insulto a la Madre Gaia y a cualquier deidad que se le pudiera ocurrir. No le diría que no a la ayuda, la verdad.
—Gracias, le daré buen uso. Entre esto y la vara me puedo apañar bien —agradeció mientras se lo guardaba. De momento no se lo pondría, lo reservaría para algún momento de emergencia más serio. Por supuesto aún tenía en la cintura su vara eléctrica, la E-Nucleus, el botín que consiguió dando una paliza a un okama emparejado con una tontatta llorona. La había estado cargando desde hacía un par de semanas y ahora tenía su potencial pleno. Aún no lo había usado así que esperaba sorprender incluso a su propia gente.
Por otro lado, el debate estaba servido. Había diversidad de puntos de vista, pero el núcleo no cambiaba: las sardinas al mar. Además, no es que a la científica le importara demasiado el bienestar de las gentes de Wano, si no entraba y le zurraba a un gyojin al azar era por un motivo: el condenado tío muermo. No, pasaba de contagiarse de muermitis por estar cerca, tendría que usar otro enfoque distinto.
Algunos la llamarían loca, otros la llamarían arriesgada, unos pocos incluso la llamarían tragaldabas, y un par de marines aún la seguirían llamando Sádica de Mierda. Todos se equivocaban por, probablemente, la envidia que sentían por su piel rosa. Tenía Una Idea, algo que no se le habría ocurrido a nadie por motivos bastante más que evidentes: era una idea de mierda. O de cojones, según se mire.
—Con ese señor ahí no me apetece entrar... pero puedo sacar a alguno. Creo. Igual me denuncian, no lo tengo muy claro. —dijo mientras se llevaba la mano al bolsillo de la bata. Hacía un tiempo desde que Katharina le había regalado unas gilipolleces tan absurdas que hasta le había hecho ilusión, y puede que este fuera el momento oportuno para usarlas.
Sus armas secretas, más secretas que su bioingeniería, algo que nadie se esperaría jamás... una pelota antiestrés con forma de escroto que era perturbadoramente realista y una pistola cuya única función era decir "payum". Agarró la pelota antiestrés. Apoyó el pie derecho, realizó un gesto de lanzamiento que dejaría a la liga infantil de béisbol a la altura de la mierda, y lanzó aquel escroto en dirección al gyojin más cercano. Si la estratagema de Grimes había tenido éxito apuntaría hacia el mogollón de gente. Esperaba darle a... a alguien con el escroto aquel, si era un gyojin mejor, pero conseguiría un efecto parecido si le daba a un humano.
¿El plan? Ninguno realmente, solo causar algo de conmoción cuando alguien reconociera el genital falso y reirse un poco antes de entrar a dar golpes.
- resumen:
Cosas de esas semanas blabla se cambia de ropa y todo. Ahora lo importante: acepta el puñito americano P.A.N.D.A y, funcione lo de Grimes o no, como es lo bastante avispada como para no meterse a lo loco, decide lanzar su Pelota Antiestrés con forma de Escroto a la cabeza de un Gyojin para dejar que el famosísimo puritanismo de la sociedad siembre el caos en el pueblo. También tiene a mano la pistola payum payum porsiaca.
Ah, también lleva encima la E-Nucleus, lleva cargándose desde la primera parte así que ya está al 100%.
- El mismo -respondió Therax al tiempo que apuraba lo poco que quedaba de su whiskey de Ériu Land. No sabía cómo demonios se las habían ingeniado para, en medio de semejante conflicto, salvar algunos barriles. Fuera quien fuese quien hubiese tenido la idea, le debía una. Ante la ausencia de respuesta del pelirrojo poco después de acabar con el tipo de las tijeras, finalmente habían optado por afianzar su control sobre la zona. Sin piratas merodeando de forma anárquica, habían sido las tropas de Hipatia las causantes de todos sus dolores de cabeza.
Contempló el Den Den Zane que yacía en la mesa frente a él, a escasos centímetros de Hyoro y el resto de habitantes de Wano que habían reclutado durante las últimas dos semanas. Ellos no lo sabían, por descontado, pero el Emperador del Mar era problablemente la mejor baza con la que contaban para recuperar su hogar. Fuese como fuese, y a la luz de cómo se estaban desarrollando los acontecimientos en Wano, el rubio no había tardado en darse cuenta de que necesitarían refuerzos más pronto que tarde. Era por ello que se había puesto en contacto con todas las tripulaciones aliadas de los Hermanos de la Tormenta, la mayoría de ellas poco numerosas pero conformadas por excelentes luchadores. El último contacto había sido establecido hacía ya una semana, dando una única orden clara: llegar cuanto antes a la tierra de los samuráis.
Miro a Tushido, un tipo con un pintoresco nombre digno del ingenio del mismísimo pelirrojo. Éste, flanqueado por Pizi y Paze, dos gemelos de larga melena plateada, debía haber intuido lo que rondaba la mente del segundo al mando de los Arashi. Era en ocasiones como aquélla, cuando había que decidir con fría y aplastante lógica, cuando más echaba de menos a Spanner. Contempló su muñeca izquierda como si allí hubiese algún reloj que mirar. El Escuadrón Marino debía ser el primero en llegar, y con ellos su capitana. En cuanto a los gigantes y los demás... Esperaba que llegasen cuanto antes.
- Tal vez esté allí porque nadie le buscaría -musitó Therax tras dirigir una gélida mirada al informante. ¿Podía fiarse de él? En tiempos de guerra el enemigo podía estar en cualquier parte. Fueron varios tensos minutos los que tuvo que dedicar a meditar sobre su siguiente paso. ¿Dejar a Zane? No se pasaba por su cabeza, pero no quería arriesgarse a perder un apoyo tan valioso como el que le brindaban aquellos hombres y mujeres. Era consciente de que la mirada de Hyoro y Tushido se clavaban en él, pero aquello no implicaba la menor presión. Suspiró finalmente, levantándose por fin y mirando a sus subalternos-. Tenemos que ir a por él, y no es sólo una cuestión sentimental. Una de sus espadas vale por todas las mías y la de Marc juntas. Quedaos aquí, escondeos, y valorad la situación. confío en que podréis hacerlo. Permaneced ocultos y juzgad si el asalto al convoy es posible. Si no es así, dejadlo pasar y dedicaos a haceros fuertes en la zona hasta que volvamos, porque volveremos.
Aguardó algún gesto por parte de los allí presentes, dejando su Den Den Zane sobre la mesa para que pudiesen establecer comunicación cuando fuese necesario. Marc y él contarían con el del grandullón, por lo que no había peligro de quedar aislados de lo que estaba sucediendo en Udon.
- No quiero héroes. Sólo con estar aquí ya lo sois, así que ni se os ocurra atacar si no lo veis claro. Nuestros refuerzos deben estar a punto de llegar, aunque en cuanto ponga un pie fuera de aquí me aseguraré de averiguar su posición. En cuanto volvamos comprobaréis por qué es tan importante que le saquemos de allí -terminó por decir en un susurro completamente audible.
Acto seguido, abandonó la taberna y se elevó hacia los cielos junto a Marc, poniendo rumbo de inmediato hacia Fuji y siguiendo las indicaciones que había dado Tushido. Si era un lugar como el que había descrito, no podía ser difícil encontrarlo. Tal y como había dicho, pidió al semigigante su Den Den Zane para intentar contactar con todas y cada una de sus flotas aisladas. Les necesitaban allí cuanto antes.
Contempló el Den Den Zane que yacía en la mesa frente a él, a escasos centímetros de Hyoro y el resto de habitantes de Wano que habían reclutado durante las últimas dos semanas. Ellos no lo sabían, por descontado, pero el Emperador del Mar era problablemente la mejor baza con la que contaban para recuperar su hogar. Fuese como fuese, y a la luz de cómo se estaban desarrollando los acontecimientos en Wano, el rubio no había tardado en darse cuenta de que necesitarían refuerzos más pronto que tarde. Era por ello que se había puesto en contacto con todas las tripulaciones aliadas de los Hermanos de la Tormenta, la mayoría de ellas poco numerosas pero conformadas por excelentes luchadores. El último contacto había sido establecido hacía ya una semana, dando una única orden clara: llegar cuanto antes a la tierra de los samuráis.
Miro a Tushido, un tipo con un pintoresco nombre digno del ingenio del mismísimo pelirrojo. Éste, flanqueado por Pizi y Paze, dos gemelos de larga melena plateada, debía haber intuido lo que rondaba la mente del segundo al mando de los Arashi. Era en ocasiones como aquélla, cuando había que decidir con fría y aplastante lógica, cuando más echaba de menos a Spanner. Contempló su muñeca izquierda como si allí hubiese algún reloj que mirar. El Escuadrón Marino debía ser el primero en llegar, y con ellos su capitana. En cuanto a los gigantes y los demás... Esperaba que llegasen cuanto antes.
- Tal vez esté allí porque nadie le buscaría -musitó Therax tras dirigir una gélida mirada al informante. ¿Podía fiarse de él? En tiempos de guerra el enemigo podía estar en cualquier parte. Fueron varios tensos minutos los que tuvo que dedicar a meditar sobre su siguiente paso. ¿Dejar a Zane? No se pasaba por su cabeza, pero no quería arriesgarse a perder un apoyo tan valioso como el que le brindaban aquellos hombres y mujeres. Era consciente de que la mirada de Hyoro y Tushido se clavaban en él, pero aquello no implicaba la menor presión. Suspiró finalmente, levantándose por fin y mirando a sus subalternos-. Tenemos que ir a por él, y no es sólo una cuestión sentimental. Una de sus espadas vale por todas las mías y la de Marc juntas. Quedaos aquí, escondeos, y valorad la situación. confío en que podréis hacerlo. Permaneced ocultos y juzgad si el asalto al convoy es posible. Si no es así, dejadlo pasar y dedicaos a haceros fuertes en la zona hasta que volvamos, porque volveremos.
Aguardó algún gesto por parte de los allí presentes, dejando su Den Den Zane sobre la mesa para que pudiesen establecer comunicación cuando fuese necesario. Marc y él contarían con el del grandullón, por lo que no había peligro de quedar aislados de lo que estaba sucediendo en Udon.
- No quiero héroes. Sólo con estar aquí ya lo sois, así que ni se os ocurra atacar si no lo veis claro. Nuestros refuerzos deben estar a punto de llegar, aunque en cuanto ponga un pie fuera de aquí me aseguraré de averiguar su posición. En cuanto volvamos comprobaréis por qué es tan importante que le saquemos de allí -terminó por decir en un susurro completamente audible.
Acto seguido, abandonó la taberna y se elevó hacia los cielos junto a Marc, poniendo rumbo de inmediato hacia Fuji y siguiendo las indicaciones que había dado Tushido. Si era un lugar como el que había descrito, no podía ser difícil encontrarlo. Tal y como había dicho, pidió al semigigante su Den Den Zane para intentar contactar con todas y cada una de sus flotas aisladas. Les necesitaban allí cuanto antes.
- Resumen:
- Ir a por Zane después de dar un discursito para no perder el apoyo; todo sea por el triunfo de esta empresa y demás. Contactar con las flotas aliadas, con las que ya o hice -o lo intenté- durante las dos semanas previas, para preguntar su ubicación, darles indicaciones y meterles prisa.
De algún modo, esas dos semanas bajo tierra fueron un soplo de aire fresco para Al. Resultaba un poco irónico pensar en ello porque pocas cosas se cargan más deprisa que la ventilación en un túnel, máxime cuando no había ventiladores gigantes ni aparatos tecnológicos que aunque no entendía del todo, sabía que eran necesarios o la torre Alvenger habría sido sensiblemente más barata. Pero los arquitectos, técnicos, albañiles e incluso un anciano encorvado que miraba las obras había insistido en no escatimar en gastos cuando hacía una obra monumental en busca de compensar otra clase de complejo. Por favor, si tratase de compensar alguna clase de complejo tocaría un piano de cola.
- Ahora cobra más sentido el nombre, ¿verdad? -dijo al aire el almirante. Con los días, frente a las incoherencias de Arthur y... Jack, al final se había acostumbrado a romper el silencio de vez en cuando completando el curso de sus pensamiento-. Ya sabéis, el piano de cola. Porque tienes una cola enorme entre las piernas y las tocas... Bah, vosotros qué sabréis.
También había tomado por costumbre explicar sus chistes. Esperaba no tener que seguir haciéndolo una vez todo terminase. Al fin y al cabo, Arthur era el listo, Jack el gracioso y él el guapo. Aunque seguramente en la mente de Arthur él fuese las tres cosas y en la de Jack él fuese como mínimo también guapo, pero en toda la base de Dressrosa se cuchicheaba acerca de la inminente boda y de cómo el vicealmirante podría haber engatusado a una mujer humana. Había quien teorizaba que algún científico retorcido había tomado la ya extinta investigación de los guardianes TK para hacerle un robot sexual mientras otros sospechaban que en realidad dicha novia no existía: Era una piedra con la cara pintada, muy similar a los monigotes que había pintado Arthur en la pared para tener alguien de menor rango a quien dar órdenes. Porque, al final, a él ya le había dado la orden anual a la que tenía derecho. Y aunque no se arrepentía de haberle contado aquel vacío legal, ahora tenía que mear en la lava a escondidas.
Durante las dos semanas que llevaban bajo tierra, Al había intentado fabricar herramientas por sí mismo. Al principio había cogido restos de madera que había por el suelo, y había hecho un rudimentario pico que resultó más útil como una maza a la hora de astillar rocas, con las que hizo picos de piedra -o el equivalente neandertal a uno-, más sólido que le permitía arrancar pedazos de metal de las paredes y el techo, que luego intentaba fundir con la lava, aunque para templarlo seguía necesitando su orina y... Bueno, la verdad es que no se le había ocurrido en ningún momento templar con su hielo. Pero, en ese momento, solo había una cosa que pudiese ayudarles a salir rápidamente del túnel:
- ¡Necesitamos algo más duro que el metal! -exclamó-. ¡Diamantes! No, espera, eso es estúpido. Lo que necesitamos es mear en la lava. Por... razones.
Evitó decir que el olor del amoníaco al mezclarse con los azufres le recordaba a las sales de baño que le habían regalado en el juego de higiene de su botica favorita. Pero si había un secreto para el aspecto cuidado y juvenil de Al Naion... Era eso.
- Ahora cobra más sentido el nombre, ¿verdad? -dijo al aire el almirante. Con los días, frente a las incoherencias de Arthur y... Jack, al final se había acostumbrado a romper el silencio de vez en cuando completando el curso de sus pensamiento-. Ya sabéis, el piano de cola. Porque tienes una cola enorme entre las piernas y las tocas... Bah, vosotros qué sabréis.
También había tomado por costumbre explicar sus chistes. Esperaba no tener que seguir haciéndolo una vez todo terminase. Al fin y al cabo, Arthur era el listo, Jack el gracioso y él el guapo. Aunque seguramente en la mente de Arthur él fuese las tres cosas y en la de Jack él fuese como mínimo también guapo, pero en toda la base de Dressrosa se cuchicheaba acerca de la inminente boda y de cómo el vicealmirante podría haber engatusado a una mujer humana. Había quien teorizaba que algún científico retorcido había tomado la ya extinta investigación de los guardianes TK para hacerle un robot sexual mientras otros sospechaban que en realidad dicha novia no existía: Era una piedra con la cara pintada, muy similar a los monigotes que había pintado Arthur en la pared para tener alguien de menor rango a quien dar órdenes. Porque, al final, a él ya le había dado la orden anual a la que tenía derecho. Y aunque no se arrepentía de haberle contado aquel vacío legal, ahora tenía que mear en la lava a escondidas.
Durante las dos semanas que llevaban bajo tierra, Al había intentado fabricar herramientas por sí mismo. Al principio había cogido restos de madera que había por el suelo, y había hecho un rudimentario pico que resultó más útil como una maza a la hora de astillar rocas, con las que hizo picos de piedra -o el equivalente neandertal a uno-, más sólido que le permitía arrancar pedazos de metal de las paredes y el techo, que luego intentaba fundir con la lava, aunque para templarlo seguía necesitando su orina y... Bueno, la verdad es que no se le había ocurrido en ningún momento templar con su hielo. Pero, en ese momento, solo había una cosa que pudiese ayudarles a salir rápidamente del túnel:
- ¡Necesitamos algo más duro que el metal! -exclamó-. ¡Diamantes! No, espera, eso es estúpido. Lo que necesitamos es mear en la lava. Por... razones.
Evitó decir que el olor del amoníaco al mezclarse con los azufres le recordaba a las sales de baño que le habían regalado en el juego de higiene de su botica favorita. Pero si había un secreto para el aspecto cuidado y juvenil de Al Naion... Era eso.
- Resumen:
- Mear en la lava.
Osuka Sumisu
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Aquellas dos semanas se le habían hecho más cortas que todo el primer día. La muerte del guardián del castillo por parte del revolucionario supuso la rápida conquista del mismo. Aunque la alegría no duro mucho, pues los ejércitos de la reina Hipatia les asediaron. Osuka no les tenía tanto miedo. Si estaba lejos del alcance de sus proyectiles, podría concentrarse para proveer una fuente inagotable de defensores de roca maciza. Recibió una llamada de Maki, y conociendo su historial, seguro que le iba a bien comparado con el oficial.
- Oye Maki, de uno al diez. Si estuvieras atrincherado en un castillo, rodeado de hombres pez gruñones armados con bazucas y cañones para hacerte pupa, ¿qué puntuación le pondrías de nivel de problema? Es para un amigo.
Respondiese o no, colgaría después, pues Aki le dio un toque. Quería otorgarles a los gyojins el parlamento que deseaban. El oficial no estaba en contra, pero desde luego era de los que preferían estar en primera línea y no en la mesa de negociaciones. No conocía muy bien a aquella mujer en persona, pero los rumores sobre ella no parecían inciertos. Además de tener amistad con el actual líder de la revolución, contaban que tenía poderes curiosos, capaces de hacer que nadie le llevase la contraria a sus demandas. Esperaba que no hiciese lo mismo con él y no se estuviera dando cuenta. A su lado estaba acompañada Hitomi, la verdadera señora del castillo. Cuando la vio por primera vez, se alegró por los ronin que deseaban que siguiera viva. Después de que aquellos guerreros le hubiesen sanado las heridas incluso después de su comportamiento, se prometió a si mismo que protegería a la niña con todas sus fuerzas.
Sin embargo, aquella reunión con los “diplomáticos” le olía mal.
- Jum, nos tienen completamente rodeados y aun así vienen a negociar. –hizo una media sonrisa. burlesca-. O quieren ganar tiempo, o nos tienen demasiado miedo.
- Oye Maki, de uno al diez. Si estuvieras atrincherado en un castillo, rodeado de hombres pez gruñones armados con bazucas y cañones para hacerte pupa, ¿qué puntuación le pondrías de nivel de problema? Es para un amigo.
Respondiese o no, colgaría después, pues Aki le dio un toque. Quería otorgarles a los gyojins el parlamento que deseaban. El oficial no estaba en contra, pero desde luego era de los que preferían estar en primera línea y no en la mesa de negociaciones. No conocía muy bien a aquella mujer en persona, pero los rumores sobre ella no parecían inciertos. Además de tener amistad con el actual líder de la revolución, contaban que tenía poderes curiosos, capaces de hacer que nadie le llevase la contraria a sus demandas. Esperaba que no hiciese lo mismo con él y no se estuviera dando cuenta. A su lado estaba acompañada Hitomi, la verdadera señora del castillo. Cuando la vio por primera vez, se alegró por los ronin que deseaban que siguiera viva. Después de que aquellos guerreros le hubiesen sanado las heridas incluso después de su comportamiento, se prometió a si mismo que protegería a la niña con todas sus fuerzas.
Sin embargo, aquella reunión con los “diplomáticos” le olía mal.
- Jum, nos tienen completamente rodeados y aun así vienen a negociar. –hizo una media sonrisa. burlesca-. O quieren ganar tiempo, o nos tienen demasiado miedo.
- Resumen:
- Respondo a Maki y sigo a Aki para la parlamentacion
Noximilien
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Akuma no mi
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- Si intentas correr por un camino que no conoces, solo conseguirás comerte el suelo con la primera piedra.- era un dicho que decía un conocido cuando uno era demasiado impaciente-. Si te sirve de consuelo, mejor esto que pasarse un mes en una trinchera con dos docenas de tíos sin bañarse. Ahí el olor a muerte es lo último que te preocupa.
El emparejarse con Vile solo había funcionado los primeros días, la actitud impulsiva de Vile chocaba demasiado con la pasividad del enmascarado. Obviamente alguna cosa podía desembocar en una discusión, pero había una cosa clara; Vile era poco más que un adolecente. Y responderle de mala gana solo iba a suponer más problemas, por lo que tenía que contrarrestarlo siendo la contraparte tranquila y serena. Solo deseaba que esas hormonas desapareciesen algún día, pues el chaval se estaba ganando una buena colleja.
Antes de darse cuenta, habían sido rodeados por media docena de hombres. Sus pensamientos de cómo evitar darle en toda la nuca a Vile le distrajeron de una pequeña rama en el suelo que alerto a los individuos. Su compañero no pareció darse cuenta de que había sido el, así que se calló como un desgraciado.
- “Esto no puede acabar bien”- pensó mientras Vile dialogaba. A su vez, los dedos de la mano derecha del enmascarado estaban preparados para disparar proyectiles de sal en cualquier momento.
No tenía muy claro que pretendía su compañero, y que quisiese que los consideraran celebridades no era mucho mejor.
- ¿Te han dicho alguna eres la viva representación de la humildad? –le espetó a su compañero, sin quitarles un ojo a los hombres que le rodeaban.
El emparejarse con Vile solo había funcionado los primeros días, la actitud impulsiva de Vile chocaba demasiado con la pasividad del enmascarado. Obviamente alguna cosa podía desembocar en una discusión, pero había una cosa clara; Vile era poco más que un adolecente. Y responderle de mala gana solo iba a suponer más problemas, por lo que tenía que contrarrestarlo siendo la contraparte tranquila y serena. Solo deseaba que esas hormonas desapareciesen algún día, pues el chaval se estaba ganando una buena colleja.
Antes de darse cuenta, habían sido rodeados por media docena de hombres. Sus pensamientos de cómo evitar darle en toda la nuca a Vile le distrajeron de una pequeña rama en el suelo que alerto a los individuos. Su compañero no pareció darse cuenta de que había sido el, así que se calló como un desgraciado.
- “Esto no puede acabar bien”- pensó mientras Vile dialogaba. A su vez, los dedos de la mano derecha del enmascarado estaban preparados para disparar proyectiles de sal en cualquier momento.
No tenía muy claro que pretendía su compañero, y que quisiese que los consideraran celebridades no era mucho mejor.
- ¿Te han dicho alguna eres la viva representación de la humildad? –le espetó a su compañero, sin quitarles un ojo a los hombres que le rodeaban.
- Resumen:
- Dejemos a Vile hablar
Que podria salir mal?
Normas del capítulo:
- Se moderará los martes entre las 22:00 y las 23:59.
- No se puede postear los martes antes de la moderación.
- Hay un reloj que marca el tiempo restante. Cuando acaba los temas se cierran.
- Está prohibido metarrolear, powerrolear y demás actitudes tóxicas.
- A más riesgo, más premio.
- Como es tradición, el barco de Sons of Anarchy se hundirá en algún momento.
- Cada post debe ocupar entre 250 y 1.200 palabras. Si no se está en estos límites, el post podría ser ignorado.
- Es responsabilidad de un usuario comunicarse con la gente con la que interactúa.
- Si un post tiene más de 15 faltas ortográficas por párrafo podría ser ignorado.
- Hacer un resumen de acciones relevantes es obligatorio independientemente de la extensión.
- La ley del plot no es a prueba de idiotas.
Moderación:
- Yasanikasu Augustus Makintosh-sama, el bossu, y ese mindundi al que no me referiría de este modo si no supiese que ambos sabemos que es una amigable broma y que no se ofenderá por ella, porque para la siguiente moderación cambiaré su nombre… Probablemente a un shippeo:
- ¡Pero bueno! Me hubiese gustado saber cuál habría sido la opinión del Maki Jefe Yakuza en el pasado. Seguro que habría sido un digno oponente de El Comandante, pero imagino que esto es algo que se convertirá en un anhelo furtivo por el resto de mis días.
Sea como sea, debemos reconocer que, a su manera, la infiltración del gran Maki en Wano ha sido cuanto menos satisfactoria. Incluso la gente con más criterio ha podido ver que alguien que viste así, come con nunchakus y lleva un dragón tatuado no puede ser un impostor. Por tanto, nadie en la Capital de las Flores osa interponerse en el camino de quien, además, es el esposo de la gran Hipatia Stix. En cuanto a Sonrisitas… Bueno, vamos con él, porque lo cierto es que entre todos os gyojins que habitan en la Capital de las Flores en estos momentos se ha difundido el rumor de que la reina cuenta con un nuevo aliado. Un amigo, con cierto retintín, por lo que cuentan. No sé si deberías ponerte celoso.
El caso es que abandonas la comodidad de tus dominios para ir en busca del supuesto asesor, quien , según te han informado, no es otro que el mismísimo Sonrisitas. Habrás podido deducir por lo que te han comentado que tiene muy limitado el acceso al palacio, sobre todo a determinadas zonas. Parece que no eres el único con dificultades para acercarse a Hipatia.
En cuanto a Yarmin, cuando sales al exterior no hay ni un alma en las cercanías. Parece ser que diste con un buen lugar para desarrollar tu talento innato. Información, a decir verdad no has obtenido demasiada. Sí que hay cuchicheos entre los detractores de Hipatia, todos ellos ocultos y presos del miedo salvo cuando se reúnen, donde el sentimiento de grupo saca al exterior sus más profundos deseos.
Cuentan que alguien a quien no pueden identificar por el momento está sembrando la semilla de la discordia, alentando el espíritu revolucionario de la población humana que queda en la Capital de las Flores. Dicen que es alguien oculto ante la vista de todos, que prefiere el uso de la palabra y la propaganda al fuego de los cañones. Puede que todo sea mentira, claro está, pero ¿y si no? Sea como sea, si tus pasos te llevan lo suficientemente cerca del palacio tras dejar atrás a tu nueva amiga estoy seguro de que encontrarás un rostro tan peculiar como familiar.
- Dexter Black:
- ¿Quién dice que la sinceridad es triste? Puede serlo, pero más lo es encontrarse con la dura realidad y saber que te han mentido. Es por ello que, en silencio, tus hombres agradecen tus palabras antes de que desembarques. Están en buenas manos, por lo que puedes dar por hecho que las bajas que sufran tus tropas serán inevitables en caso de producirse.
La conversación con Aki D. Arlia transcurre mientras caminas por un páramo yermo e inhóspito, como si Zane y tú os hubieseis enfrentado en un día particularmente malo por parte de los dos. No queda rastro de vegetación, fauna o asentamientos, pues todos han sido reducidos a cenizas y sangre. Una verdadera tragedia para cualquiera capaz de sentir un mínimo de compasión, probablemente todavía mayor para quien en el pasado fue el protector del suelo desierto que pisas.
Una reunión potencialmente trascendental se antoja como un buen comienzo para tu andanza en la tierra de los samuráis. Es en tu paso por un pequeño pueblo devastado cuando escuchar un pequeño murmullo. Algo apenas audible, pero algo así como un frágil arrastrar de pies cansados. Cuando miras, descubres la marchita mirada de una anciana que carga a sus espaldas con una manta. Alguien llora en su interior ante la impasividad de quien la transporta. Dos pares de pequeñas manos se aferran a las raídas faldas de su abuela, que se ha quedado petrificada al verte. Y entonces, una lágrima resbala por su mejilla antes de que se lance hacia ti a toda a velocidad que sus años le permiten.
-Sabía que vendría, señor. No podía ser que quien nos protegió durante tanto tiempo nos dejara abandonados a nuestra suerte. Me llamaban loca, pero estaba convencida de que no había muerto, de que resurgiría de donde quiera que estuviese para expulsar a todos invasores. Peces, marines o piratas. Todos son iguales; sólo usted puede salvarnos.
Intenta aferrar tus pantalones tras caer derrotada. Al oír sus súplicas, no son pocas las miradas curiosas que emergen de la destrucción. El desconcierto y la esperanza recién nacida inundan sus rostros y es que, sin quererlo, quieren convertirte de nuevo en aquello que dejaste de ser.
-Marcharon hacia el norte –dice la anciana tras levantarse con esfuerzo-. Arrasaron con todo sin siquiera preguntar, sin detenerse a escuchar las súplicas o mostrar clemencia alguna. Son pocas, pero aún quedan algunas villas en el camino hacia el palacio que sobrevivieron al desastre por pura suerte… Aunque no creo que vayan a hacerlo mucho tiempo más.
- Ryuu:
- Caminas pesadamente hacia la puerta en cuestión, y es que tantos bártulos no son fáciles de transportar para alguien más acostumbrado a vestir de forma más bien ligera. Él último destacamento acaba de entrar cuando la reluciente lanza de coral repleta de algas de uno de los vigías se interpone en tu camino. Están acostumbrados a ver batallones muy mermados, pero no a un único superviviente. Su voz suena firme y autoritaria:
-Nombre y destacamento, muchacho –dice, esperando una respuesta por tu parte. Casi al mismo tiempo puedes apreciar un tintineo metálico a tus espaldas, y es que un nuevo destacamento ha emergido a lo lejos y se aproxima a la Capital de las Flores a un paso tan ligero como pueden mantener. ¿Mezclarte entre ellos y arriesgarte a que te descubran o intentar pasar antes de que alcancen tu posición?
No parece una decisión fácil, si te digo la verdad, pues ambas alternativas tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Elige con cuidado, porque nunca se sabe hasta dónde te pueden llevar tus pasos. Sea como sea, estoy seguro de que será a algún lugar interesante. ¿Quién sabe si hasta la mismísima Hipatia?
-¿Y el resto de tus compañeros? ¿De dónde vienes? ¿Quién te ha hecho esto? –añade su compañero, que parece bastante más compasivo.
- Kiritsu:
- Nadie os va a impedir seguir picando piedra, sobre todo si o hacéis en forma de humanoides cúbicos… Aunque creo que ése es un tema que deberíamos tratar en otro momento. Entre pico y meada habéis ido explorando poco a poco la zona de los túneles, haciéndose el calor más intenso conforme más os adentráis en las profundidades de la tierra. Aun así, por fortuna, hasta ahora no ha habido ningún susto con accesos de lava inesperados y demás.
Un plano lo suficientemente elaborado como para aprender a distinguir por dónde os movéis os sirve para hacerlo todo de forma cada vez más eficiente, de manera que únicamente os queda un pasaje que explorar. Algunos ya se han atrevido a adentrarse bastante en él, pero por el momento no habéis conseguido encontrar el final. Por cierto, como dato, conforme discurrís por él sí que, por fin, atisbáis a distinguir una presencia. No está lo suficientemente cerca como para que podáis intuir su nivel de poder, pero sí que sabéis que no permanece quieta.
En cuando a Jack, su monigote de azúcar desanda los pasos de la brigada en dirección a la salida. Lo hace siguiendo un pálpito de su creador hasta que, de forma súbita, desaparece. Cualquier conexión que pudiese mantener Jack con la marioneta desaparece sin que ésta pueda proporcionar más información que la celeridad con la que ha sucedido lo que quiera que haya pasado. Parece que sí que hay alguien o algo detrás de vosotros, pero ¿por qué no le o lo detectáis?
De cualquier modo, en caso de que optéis por recorrer el túnel acabéis por llegar a una zona en la que éste se abre a una suerte de cámara de mayores dimensiones. La roca allí es de un intenso color rojo, casi brillante, y emite un sofocante calor. La presencia se percibe más cercana que nunca, aunque no parece estar dispuesta a mostrarse por el momento. La zona recuerda en cierto modo a una gran colmena, con un sinfín de pequeñas oquedades de las que mana ardiente vapor en chorros de aparición aparentemente aleatoria. No parece haber salida a la vista, aunque tampoco hay nada que pueda hacer pensar que la zona se amoldó para extraer algún material en concreto.
- The Sinners:
- Ivan, espero que no tengas sed porque te empiezas a quedar sin pueblos. Katharina, si bien la flota de Tlsaseseyan ha decidido enviar, como prometió, mil hombres a luchar por vosotros, la respuesta de Terrel te deja fría: Con la reconstrucción del reino y los problemas en el Paraíso no pueden ayudar en este momento. Además, no poseen los medios para llegar al Nuevo Mundo a tiempo. Te piden disculpas con suma educación, como es lógico, y ofrecen su ayuda de nuevo en el futuro, en un momento menos convulso para el mundo. Puedes percibir que les duele no poder cumplir con su palabra, pero quién sabe.
Por otro lado, no sé si las palabras de Kaya han aportado una nueva perspectiva a la visión de túnel de nuestra impetuosa capitana, pero parece que el plan de atraer a hombres pez y humanos por igual a la sesión de Stand-up más lamentable de la historia. Aunque si sabéis algo de gestión de activos seguramente hayáis cogido que muchos de sus chascarrillos podrían ser graciosos, los cuenta con ese tono monocorde que lo hace parecer tan irritante. Sin embargo, uno de los gyojins parece reírse. O bien no le afecta la fruta de Grimes o su gracia está sobrepasando la torpe letanía. Y, poco a poco, la risa se contagia en un pequeño grupo a su alrededor… Al menos hasta que una mujer gyojin grita alterada porque “una bolsa de niños ha golpeado su cara”. Enhorabuena, Xandra.
Aunque Grimes intenta calmar los ánimos con un discurso sobre los buenos modales con algún que otro chiste de contabilidad por en medio esto no parece suficiente como para que la mujer pez, de color rosa y con aletas en forma de manos palmeadas, se fije indiscutiblemente en el engendro de ropa perturbadoramente sexy. Solo por aclarar, no hablo de Katharina.
- ¡¿Pero tú de qué vas, zorra?! -Sí, ha hecho ESE movimiento con el cuello. Tal vez luego chasquee los dedos, si dice algo lapidario o así-. ¿Quieres que te lance yo un saco ovular a la cara? Porque empiezo a repartir placentazos aquí y me quedo sola.
Grimes ha conseguido calmar a casi toda la turba con una clase magistral de contabilidad creativa, pero algunos gyojins -y unos pocos humanos- han empezado a hacer un círculo entre las dos mientras un par de personas van coreando “pelea de nutrias”, que debe ser el equivalente marino a “pelea de gatas” o algo así. Pero bueno, el caso es que la mujer saca una navaja de color coral y trata de acertarle una puñalada en el páncreas extremadamente precisa. Esta tía sabe.
- Zane:
- Aunque en un primer momento te cuesta concentrar tu Haki para liberarte de las esposas, parece que el empujón de tu Haki del rey es suficiente para desestabilizar definitivamente los grilletes y lograr romperlos. La parte de incendiar la puerta ya cerrada parece lo que peor sale, ya que la fuerza de la llamarada empuja su cuerpo contra el marco y a esa temperatura no tarda en soldarse, haciendo complicado salir por ella. Al fin y al cabo, en tu estado, escapar ahora parece complicado.
Pero cargas contra la puerta. Por muy hecho polvo que estés, solo necesitas embestirla un par de veces para que ceda; el único problema es que en este tiempo uno de los guardias ha desaparecido. O sea, hay uno achicharrándose bajo la puerta de metal que tú has calentado, uno más y si usas tu mantra sabes que el tercero se aleja tan rápido como puede. Pero asumiendo que no vayas a seguirlo, el guardia parece haberse meado en los pantalones al verte. Y es que da igual que estés sucio, lleno de heridas y hecho un asco, el porte de un emperador puede estremecer a cualquiera con una sola mirada. Ni siquiera tienes que poner cara demasiado seria para que el hombre pierda el equilibrio y caiga de culo, tratando de retroceder patéticamente arrastrándose con las manos mientras musita y farfulla a partes iguales letanías de negación y de disculpa.
Un par de pasos adelante, la pregunta mágica, y…
- ¡No lo sé! -chilla, con un gallo histérico-. Ya te habían quitado las cosas al encerrarte; deben estar con la Estrella. Pero da igual. -Traga saliva-. Toda la isla va a volar por los aires cuando caiga el meteorito. No sé por qué ella lo quiere, pero Hubble ha asegurado que es aquí. Hoy empezaba la evacuación de la prisión. ¡Por favor no me mates!
Bueno, parece que no va a saber mucho más, aunque puedes preguntarle si así lo deseas por algo más concreto. Si no, el lugar no tiene pérdida: Es un gran pasillo de celdas, bastantes con una, dos y hasta veintisiete personas -no todas vivas-, con una escalera al fondo y lo que parece una rudimentaria cocina bastante desarreglada al otro lado. ¿Qué decides, Zane?
- Aki y Osu:
- - De ninguna manera -dice Hitomi, tajante-. Ya me he escondido suficiente; da igual si mi anonimato garantiza seguridad, mi pueblo está en peligro y no me seguirán si me escondo como una cobarde. -Esta niña parece que ha nacido para mandar, ¿no?-. Y me parece una idea horrible meter aquí a esa gente, sean uno o mil. ¡Ellos mataron a mi padre! ¡A mis hermanos! Solo aplastarlos dará la justicia que este país merece. ¡Yoshio!
Hablando del rey de Roma… Masahisa, o Yoshio, hace casi dos semanas que se desvaneció, o al menos ha estado evitando activamente ser visto. Y aunque si Hitomi lo llama probablemente se deba a que debería estar allí, según pasan los minutos el anciano no aparece.
- ¿Dónde está Yoshio? -termina preguntando a una mucama-. Debería estar aquí.
- Nadie sabe nada de él hace días, majestad. Dijo que le quedaba una última cosa que hacer ahora que vuestra seguridad está garantizada por… -Mira a Aki con cierta inseguridad-. Esa encantadora mujer de notorias habilidades.
- Está bien… Ya hablaré con él si vuelve. Y tú vas a quitarme este aspecto, vas a bajar hasta ellos y les vas a decir que no va a quedar de su asqueroso cuerpo más que ese nauseabundo olor a pescado que dejan. Wano no los quiere, y si no se van los pasaré por la espada a todos ellos.
Igual está un poco crecidita la muchacha, ¿no? Pero la decision está en tus manos: Puedes intentar discutir con ella para explicarle la situación como adultas, bajar y seguir sus designios, largarte, o… ¿Qué es lo que realmente anhelas hacer?
- Prometeo y Shinobu:
- La torre, de planta cuadrada y una imponente altura de no menos de treinta metros, os observa impertérrita mientras os vais acercando. Escucháis algún que otro sonido proveniente de ella, aunque no demasiado potente. Sea lo que sea que han hecho los hombres pez ahí dentro, no parece haber pistas en los exteriores de ello. Sin embargo, una vez entráis en el edificio podréis ver que es un lugar… Agradable, dentro de lo que cabe. Hay algo de polvo, pero también varias cajas llenas de manzanas, carne, verduras varias y un tonel de agua. Aparte, como es lógico, unas largas escaleras que os llevan hacia arriba.
A medida que ascendéis podéis daros cuenta de que la decoración va cambiando. La rudimentaria y parca escalera se va volviendo lujosa y barroca, llena de elementos en su mayor parte tallados por las paredes, pero también algunos de cierta utilidad como telescopios, sistemas de medición varios, instrumentos de cálculo avanzado… Bueno, si los reconocéis, claro. Si no, son chatarra. Pero en lo más alto hay un anciano. Viste una tunica de color carmesí y ribetes dorados, pero avejentada y raída. El aspecto del hombre es a primera vista venerable, pero no resulta complicado percibir profundas ojeras y un pelo alborotado, además de algunas manchas por la piel de comida, ya resecas. Además notáis sus ojos vidriosos y una cara sonrojada. Aunque, al veros, se levanta de su silla apresuradamente y, con un leve traspiés, agarra su katana.
- ¡Kiene soi! ¡Kaséi akí! -os grita, aunque su mano temblorosa apunta a que no quiere pelear.
- Vile y Nox:
- La comitiva te mira. Luego se miran entre ellos, vuelven a mirarte, vuelven a mirarse… Crees que están aguantando la risa, aunque por la vena en la frente de uno tal vez sea una risa nerviosa o forzada. Que están de mal humor, vaya. Pero aun así el pelinegro se adelanta un paso más y asiente con una sonrisa. Parece que su mano juguetea con el pomo de una pistola, aunque no la desenfunda.
- Está bien, Neil y Vox. El emperador no esperaba ver a nadie hoy, pero parece que es vuestro día de suerte: Vais a conocerlo. Y si os portáis bien, tal vez hasta podáis largaros de Wano con los cobardes de vuestros compañeros. Denzie, espósalos.
Se adelanta un par de pasos un hombre algo más alto, bastante musculoso, y de cabello azul. Tiene un portentoso bigote imperial de gran tamaño, pero lo más llamativo son las esposas de color dorado que lleva. No parecen grilletes al uso, pero tampoco tienen aspecto de kairoseki. Podéis intentar resistiros, pero si no lo hacéis…
Terminan poniéndoos una capucha en la cabeza y os conducen a través de bosque y pasto, hablando por momentos a través de un den den mushi. Estáis seguros de que os hacen dar varias vueltas bastante innecesarias, pero al final del camino os dejan quietos y os quitan la tela de delante. Estáis rodeados de al menos un centenar de personas a cada cual con un aspecto más amedrentador, y varias tiendas de campaña y pabellones al fondo. Frente a vuestros ojos hay un muchacho de más o menos metros setenta -tal vez algo más-. Moreno, de ojos dorados y expresión altiva.
- Entonces… ¿Quiénes son estos dos? -pregunta sin prestaros atención-. ¿Por qué los has traído?
- Estaban en el perímetro, era esto o matarlos directamente -contesta el de la melena-. Creí que no te gustaría un remedio tan expeditivo.
- En guerra… Podríamos haber mirado a otro lado, ¿no crees? En fin… -chasquea los dedos delante de vuestra cara, asegurándose vuestra atención-. Decidme, ¿por qué habéis venido?
- Marc y Therax:
- Al principio vuestros compañeros no parecen muy conformes con la decisión, pero a medida que pasa el tiempo van aceptando que digan lo que digan vais a marcharos. Sin embargo, no se fían un pelo del mensajero. Tushido, de hecho, parece el más suspicaz de todos.
- Curioso -comenta, mientras Therax va haciendo las llamadas pertinentes-. Si eso es cierto, el pelirrojo llevaría ya un buen tiempo allí, ¿no? Y justo sus hombres se enteran cuando es vital que se queden con la resistencia a Hipatia. Muy oportuno, ¿no?
- Ciertamente podría ser una trampa -comenta Hyoro-. Si realmente vuestro capitán es tan poderoso y han logrado atraparlo, ¿qué os dice que vosotros podréis sacarlo? ¿Cómo podéis saber que no es una trampa para cazaros a vosotros?
Mientras el grupo va diciendo punto por punto todas las teorías alocadas -incluyendo una mujer a la que no habéis visto en la vida que habla de cosas algo íntimas del pelirrojo-, a Therax le van contestando las bandas aliadas una tras otra que están intentando llegar, aunque es posible que tarden entre tres y seis horas, por eso de que acceder a Wano es una tarea algo complicada. No obstante, si aún voláis tras ello, no parece que haya mucha resistencia en el aire.
De hecho, podéis ver cómo las pequeñas escaramuzas se suceden por doquier y los reyes marinos de los ríos empiezan a estar francamente coléricos, hambrientos de sangre. De hecho, sois conscientes de la suerte que tenéis dado que los más grandes no caben en estos canales, pero os dan un susto un par en cuanto os aproximáis a la capital. Sin embargo, podéis seguir volando y… Desde las alturas no se distingue nada. Pero claro, bajar más podría hacer que os divisen.
¿Garantías de éxito? Tal vez no hubiese demasiadas. De hecho, no las había, pero se negaba a dejar a Zane a su suerte cuando les necesitaba. El pelirrojo siempre había estado ahí para ellos, siempre había aparecido cuando era necesario, y cuando no también. ¿Podría mirarse al espejo el día de mañana sabiendo que pudo hacer algo y no lo hizo? Sabía de sobra que no, por lo que no hubo argumento alguno que pudiese separarle un milímetro de la decisión que había tomado. Por otro lado, si seguía vivo y conseguían llegar hasta él, lo que harían aunque les fuese la vida en ello, nada ni nadie podría separar al Emperador del Mar de la libertad.
Fue por ello que, ya cerca de la capital y después de esquivar por poco las fauces de dos Reyes Marinos no demasiado grandes -los ríos tenían el tamaño que tenían, por lo que los más colosales debían encontrarse en alta mar-, se detuvo para contemplar las cercanías. ¿Podrían llegar sus aliados? No tenía dudas acerca de la mayoría de ellos, pero si los monstruos abisales conformaban una muralla en torno a Wano no podía poner la mano en el fuego por los más inexpertos. Apretó los dientes por puro instinto. ¿Cuánto les costaría derrotar a aquella panda de desconocidos que habían salido de la nada?
El gran Fuji ya se divisaba a la perfección, con e habitual espejismo de cercanía que provocaban los fenómenos de la naturaleza de su envergadura. Sin embargo, nada ni nadie señalaba el supuesto lugar en el que debía encontrarse su capitán. ¿Habría sido todo una burda trampa, tal y como habían sugerido Hyoro y Tushido? Cabía la posibilidad, pero se resistí a aceptarla, pues ello implicaría darse la vuelta y regresas con las manos vacías sin siquiera intentarlo.
-Me parece que tendremos que volar más bajo -le dijo a Marc sin despegar su vista del terreno-. Ten cuidado con los ríos. Lo último que queremos es ser atrapados como moscas por una planta carnívora. Y presta atención a las batallas. Buscamos a cualquier superviviente al que preguntar dónde demonios se encuentra esa prisión y cómo podemos llegar hasta ella. el tiempo juega en nuestra contra.
Y sin decir nada más, descendió hasta situarse más cerca del suelo. Sus ojos sondeaban con precisión cada gota de agua cada vez que sobrevolaba cualquier superficie de agua, pues nunca se sabía por dónde podría aparecer el enemigo. Al mismo tiempo, sondeaba los resultados de las escaramuzas en busca de cualquier pobre infeliz, hombre o pez, que se arrastrase o caminase por su propio pie. Cualquier ser vivo con capacidad para hablar le serviría para obtener indicaciones, y no dudaría en ir a por ellas.
En cuanto a las tropas aliadas, les había dado instrucciones sobre cuál debía ser su proceder. El Escuadrón Marina aguardaría en el mar, efectuando una sutil y problemática estrategia de guerrillas en la que su objetivo principal serían los barcos de Iulius C. Zar. Su capitana estaba a la altura de Zane y él mismo como espadachina, convirtiéndose en el peor enemigo a enfrentar en el mar. En cuanto al resto, irrumpirían en Udon de ser posible para, comandados por Nailah y sus Piratas Sombra y los Piratas Colosos, engrosar las filas del pequeño ejército que Marc y él habían conseguido reclutar entre los superviviente de Wano que se oponían a Hipatia.
Fue por ello que, ya cerca de la capital y después de esquivar por poco las fauces de dos Reyes Marinos no demasiado grandes -los ríos tenían el tamaño que tenían, por lo que los más colosales debían encontrarse en alta mar-, se detuvo para contemplar las cercanías. ¿Podrían llegar sus aliados? No tenía dudas acerca de la mayoría de ellos, pero si los monstruos abisales conformaban una muralla en torno a Wano no podía poner la mano en el fuego por los más inexpertos. Apretó los dientes por puro instinto. ¿Cuánto les costaría derrotar a aquella panda de desconocidos que habían salido de la nada?
El gran Fuji ya se divisaba a la perfección, con e habitual espejismo de cercanía que provocaban los fenómenos de la naturaleza de su envergadura. Sin embargo, nada ni nadie señalaba el supuesto lugar en el que debía encontrarse su capitán. ¿Habría sido todo una burda trampa, tal y como habían sugerido Hyoro y Tushido? Cabía la posibilidad, pero se resistí a aceptarla, pues ello implicaría darse la vuelta y regresas con las manos vacías sin siquiera intentarlo.
-Me parece que tendremos que volar más bajo -le dijo a Marc sin despegar su vista del terreno-. Ten cuidado con los ríos. Lo último que queremos es ser atrapados como moscas por una planta carnívora. Y presta atención a las batallas. Buscamos a cualquier superviviente al que preguntar dónde demonios se encuentra esa prisión y cómo podemos llegar hasta ella. el tiempo juega en nuestra contra.
Y sin decir nada más, descendió hasta situarse más cerca del suelo. Sus ojos sondeaban con precisión cada gota de agua cada vez que sobrevolaba cualquier superficie de agua, pues nunca se sabía por dónde podría aparecer el enemigo. Al mismo tiempo, sondeaba los resultados de las escaramuzas en busca de cualquier pobre infeliz, hombre o pez, que se arrastrase o caminase por su propio pie. Cualquier ser vivo con capacidad para hablar le serviría para obtener indicaciones, y no dudaría en ir a por ellas.
En cuanto a las tropas aliadas, les había dado instrucciones sobre cuál debía ser su proceder. El Escuadrón Marina aguardaría en el mar, efectuando una sutil y problemática estrategia de guerrillas en la que su objetivo principal serían los barcos de Iulius C. Zar. Su capitana estaba a la altura de Zane y él mismo como espadachina, convirtiéndose en el peor enemigo a enfrentar en el mar. En cuanto al resto, irrumpirían en Udon de ser posible para, comandados por Nailah y sus Piratas Sombra y los Piratas Colosos, engrosar las filas del pequeño ejército que Marc y él habían conseguido reclutar entre los superviviente de Wano que se oponían a Hipatia.
- Resumen:
- Coentar las instrucciones que les he dado a las bandas aliadas y volar más bajo con cuidado de que ningún Rey Marino me coma de un bocado. El objetivo es buscar algún superviviente entre las escaramuzas, pez o humano, a quien preguntar por Zane, la localización de la prisión en la que en teoría está y cómo acceder a la misma.
Ivan Markov
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Ivan observó por un momento cómo se desarrollaba la situación. Empezaba a darle muchísima pereza aquel lugar. Cada vez que Grimes abría la boca le levantaba dolor de cabeza y le entraban ganas de sacar la pistola y reventarle la tapa de los sesos. No lo hacía sólo porque a Katharina le molestaría, y tal vez al resto. Ni siquiera tenía muy claro qué hacían con aquel tipo en la tripulación. Miró al resto. La capitana estaba enfrascada en sus preparaciones, mientras que a Alexandra una gyojin se le estaba poniendo chula. Kaya por otro lado había atraído a la gente a la "trampa" de Grimes cocinando. Por un momento les miró a todos y simplemente negó con la cabeza para sí mismo. Cada vez se sentía más frustrado y asqueado, y ni siquiera tenía claro el motivo.
- Me largo. Cuando vayamos a hacer algo productivo ya me avisaréis - dijo a nadie en particular.
Se dio media vuelta y se alejó sin una dirección concreta. Cuando Katharina le necesitase ya le llamaría al Den Den Mushi. Mientras tanto intentaría aclararse los pensamientos con un paseo. A lo mejor se encontraba algo interesante por el camino, o a alguien lo bastante estúpido como para querer meterse en su camino. Al pensar en la idea de pelearse con alguien un escalofrío le recorrió y se le tensó la espalda en un movimiento involuntario. Se dio cuenta en ese momento de qué le ocurría, de dónde venía su frustración. Simple y llanamente estaba furioso. Miró hacia uno de los aldeanos revivificados. Su mirada perdida le resultó desagradable y molesta. Con un gesto de la mano arrancó la no vida de los zombies que acababa de crear, observando cómo se desplomaban y caían al suelo, con una pequeña humareda violeta saliendo de sus bocas.
A pesar de todo, eso no logró calmar su rabia.
- Me largo. Cuando vayamos a hacer algo productivo ya me avisaréis - dijo a nadie en particular.
Se dio media vuelta y se alejó sin una dirección concreta. Cuando Katharina le necesitase ya le llamaría al Den Den Mushi. Mientras tanto intentaría aclararse los pensamientos con un paseo. A lo mejor se encontraba algo interesante por el camino, o a alguien lo bastante estúpido como para querer meterse en su camino. Al pensar en la idea de pelearse con alguien un escalofrío le recorrió y se le tensó la espalda en un movimiento involuntario. Se dio cuenta en ese momento de qué le ocurría, de dónde venía su frustración. Simple y llanamente estaba furioso. Miró hacia uno de los aldeanos revivificados. Su mirada perdida le resultó desagradable y molesta. Con un gesto de la mano arrancó la no vida de los zombies que acababa de crear, observando cómo se desplomaban y caían al suelo, con una pequeña humareda violeta saliendo de sus bocas.
A pesar de todo, eso no logró calmar su rabia.
- resumen:
- Me hago un split de esos que tanto le gustan al narrador. Me las piro, vampiro.
Dexter Black
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Dexter dedicó un segundo vistazo al yermo ceniciento que se extendía a su alrededor. El aire que respiraba olía a fuego, y el fuego apestaba al regusto metálico de sangre seca. Podía ver los restos de árboles y casas quemados hasta la raíz, muros tan endebles que al roce de un simple dedo caerían como todo lo demás, y otros algo más sólidos que extendían su sombra como improvisadas lápidas en un cementerio desolado. Miraba a un lado y al otro, buscando el más mínimo rastro de humanidad, pero todo lo que obtuvo fue el vacío por respuesta.
- Estoy deseando reunirme con la reina, créeme. -Dos alas azules surgieron lentamente en su espalda. Azules, escamosas, brillantes... El viento rugió bajo ellas cuando se desplegaron, mientras sus dientes iban poco a poco mutando en una hilera de colmillos-. Estaré ahí en...
Una anciana. Ella lo había visto tan pronto como él se había percatado de su presencia. Ojos hundidos en un mar de ojeras callosas, como los nudos de un árbol. Labios fruncidos en una mueca desesperanzada, temblorosos como las manos que la aferraban de una raída falda. Pudo ver una lágrima correr como los últimos retazos de un cauce seco por los surcos de su cara. El silencio se había roto con el llanto de un bebé, y el alboroto hizo surgir de entre la destrucción cuanta vida había persistido. De nuevo Dexter miró a todas partes, casi sin escuchar a la anciana pero contando a cada persona sobreviviente. No eran muchos, o al menos no tantos como habría deseado, pero algo era algo.
- En cuanto pueda. Id empezando sin mí.
¿Era una buena decisión? No lo tenía claro. Una persona inteligente habría elegido la opción más sensata: Reunirse con sus tropas, asistir a esa reunión, minimizar las hostilidades... Pero una persona inteligente no habría consentido en mantener separados dos contingentes del mismo ejército e irse él mismo en solitario a reunirse con la avanzada del sur. Tal vez no era tan inteligente como creía, o era más pasional de lo debido. Era posible, también, que simplemente necesitase caminar por Kuri; ya había mucha gente luchando en Hakumai, en Ringo y en Kibi. Udon no tardaría en convertirse en un campo de batalla tampoco... Alguien tenía que preocuparse de los supervivientes. O quizá solo estaba evitando ser quien debía ser.
¿Todo había sido una fuga? ¿Seguía siéndolo? ¿De qué huía? Sin saberlo, tal vez, sin quererlo, posiblemente, llevaba un año negando la evidencia, queriendo ser uno más mientras todo el mundo miraba hacia él como un titán entre mortales. A veces creyéndoselo, otras queriendo pensarlo y unas pocas deseando simplemente poder retirarse. En cualquier caso, ayudó a la anciana a levantarse y sujetó su mano con firmeza, no fuese a caer otra vez.
- Nunca abandoné Wano, señora -susurró en su oído mientras replegaba las alas-. Dejé paso a alguien más capaz. Si esto ha sucedido en manos de Berthil no quiero imaginar qué habría pasado en mi guardia.
Mentía. Claro que mentía. Si él hubiese estado centrado en Wano probablemente la batalla no hubiese pasado de la costa. Habría movilizado a Berthil desde el primer momento, y a Deathstroke. Los diez Grandes Guardianes de Fiordia, incluida Argus Mufasa habrían estado para hacer frente al invasor. Aun así, si bien el pelirrojo había subestimado una amenaza tan desproporcionada como la alianza de los piratas Kepler con Iulius C. Zar, Dexter había ignorado deliberadamente esa amenaza para darle una lección. Se había equivocado totalmente, y ese error había costado vidas. Demasiadas.
- ¡Bien, si todos me habéis visto dejad de esconderos y venid aquí! -gritó. Una vez se acercasen, se aseguraría de fijarse bien en cada persona -. Tú -diría al hombre más joven-. Ayúdala a sostenerse, por favor.
No estaba muy lejos del punto de desembarque, así que les indicó el camino hacia él. También buscaría a los más jóvenes y fuertes, hombres o mujeres, y si había les pediría que se quedasen con él. Podía ocuparse solo, pero tenía que organizar todo aquello para que por lo menos pudiese resistir un hipotético ataque. Aunque le costaba imaginar por qué nadie querría arrasar Kuri, a no ser que opusiesen resistencia. Y si estaban en pie, seguramente no la hubiesen opuesto.
Aunque le tentaba anunciar su llegada, evitó hacer un espectáculo de luces porque eso sí habría dado una razón para el exterminio de poblaciones en Kuri. Desde el punto de vista invasor, claro. Por eso simplemente se despidió de esa gente, les deseó suerte y se marchó. Si no había nadie joven o capaz, simplemente iría solo tras saber en qué dirección estaba el pueblo más cercano. Tenía que evacuarlo cuanto antes y mandar a sus habitantes con Deathstroke. Irónicamente, un éxodo era mucho más fácil de proteger que un tapete de poblaciones salpicadas.
- Estoy deseando reunirme con la reina, créeme. -Dos alas azules surgieron lentamente en su espalda. Azules, escamosas, brillantes... El viento rugió bajo ellas cuando se desplegaron, mientras sus dientes iban poco a poco mutando en una hilera de colmillos-. Estaré ahí en...
Una anciana. Ella lo había visto tan pronto como él se había percatado de su presencia. Ojos hundidos en un mar de ojeras callosas, como los nudos de un árbol. Labios fruncidos en una mueca desesperanzada, temblorosos como las manos que la aferraban de una raída falda. Pudo ver una lágrima correr como los últimos retazos de un cauce seco por los surcos de su cara. El silencio se había roto con el llanto de un bebé, y el alboroto hizo surgir de entre la destrucción cuanta vida había persistido. De nuevo Dexter miró a todas partes, casi sin escuchar a la anciana pero contando a cada persona sobreviviente. No eran muchos, o al menos no tantos como habría deseado, pero algo era algo.
- En cuanto pueda. Id empezando sin mí.
¿Era una buena decisión? No lo tenía claro. Una persona inteligente habría elegido la opción más sensata: Reunirse con sus tropas, asistir a esa reunión, minimizar las hostilidades... Pero una persona inteligente no habría consentido en mantener separados dos contingentes del mismo ejército e irse él mismo en solitario a reunirse con la avanzada del sur. Tal vez no era tan inteligente como creía, o era más pasional de lo debido. Era posible, también, que simplemente necesitase caminar por Kuri; ya había mucha gente luchando en Hakumai, en Ringo y en Kibi. Udon no tardaría en convertirse en un campo de batalla tampoco... Alguien tenía que preocuparse de los supervivientes. O quizá solo estaba evitando ser quien debía ser.
¿Todo había sido una fuga? ¿Seguía siéndolo? ¿De qué huía? Sin saberlo, tal vez, sin quererlo, posiblemente, llevaba un año negando la evidencia, queriendo ser uno más mientras todo el mundo miraba hacia él como un titán entre mortales. A veces creyéndoselo, otras queriendo pensarlo y unas pocas deseando simplemente poder retirarse. En cualquier caso, ayudó a la anciana a levantarse y sujetó su mano con firmeza, no fuese a caer otra vez.
- Nunca abandoné Wano, señora -susurró en su oído mientras replegaba las alas-. Dejé paso a alguien más capaz. Si esto ha sucedido en manos de Berthil no quiero imaginar qué habría pasado en mi guardia.
Mentía. Claro que mentía. Si él hubiese estado centrado en Wano probablemente la batalla no hubiese pasado de la costa. Habría movilizado a Berthil desde el primer momento, y a Deathstroke. Los diez Grandes Guardianes de Fiordia, incluida Argus Mufasa habrían estado para hacer frente al invasor. Aun así, si bien el pelirrojo había subestimado una amenaza tan desproporcionada como la alianza de los piratas Kepler con Iulius C. Zar, Dexter había ignorado deliberadamente esa amenaza para darle una lección. Se había equivocado totalmente, y ese error había costado vidas. Demasiadas.
- ¡Bien, si todos me habéis visto dejad de esconderos y venid aquí! -gritó. Una vez se acercasen, se aseguraría de fijarse bien en cada persona -. Tú -diría al hombre más joven-. Ayúdala a sostenerse, por favor.
No estaba muy lejos del punto de desembarque, así que les indicó el camino hacia él. También buscaría a los más jóvenes y fuertes, hombres o mujeres, y si había les pediría que se quedasen con él. Podía ocuparse solo, pero tenía que organizar todo aquello para que por lo menos pudiese resistir un hipotético ataque. Aunque le costaba imaginar por qué nadie querría arrasar Kuri, a no ser que opusiesen resistencia. Y si estaban en pie, seguramente no la hubiesen opuesto.
Aunque le tentaba anunciar su llegada, evitó hacer un espectáculo de luces porque eso sí habría dado una razón para el exterminio de poblaciones en Kuri. Desde el punto de vista invasor, claro. Por eso simplemente se despidió de esa gente, les deseó suerte y se marchó. Si no había nadie joven o capaz, simplemente iría solo tras saber en qué dirección estaba el pueblo más cercano. Tenía que evacuarlo cuanto antes y mandar a sus habitantes con Deathstroke. Irónicamente, un éxodo era mucho más fácil de proteger que un tapete de poblaciones salpicadas.
- Resumen:
- Mando la vieja con Deathstroke y busco los pueblos supervivientes.
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