El Encuentro [Capítulo]

No había rastro de humor en el rostro de Eichi. Tan solo una seriedad inusual en él y un ceño fruncido. ¿Tan rápido habían escalado las cosas mientras activaban la central? Cuando luchó contra ese caballero, las cosas parecían calmadas... o al menos la capital se encontraba intocable. Ahora las calles estaban llenas de destrozos, y varias personas se enfrentaban entre sí. Esto... era demasiado. Lo más cercano a la muerte que pudo experimentar, fue cuando Akashi fue asesinado frente a sus ojos y tuvo que ser trasplantado del corazón. Ese dolor no era nada comparado con lo que la gente experimentaba en una guerra.

– Y pensar que tomaré un papel en la próxima guerra que afrontaré – pensó amargamente para si mismo.

Ya tenía asumido que no podría escapar de su destino. La guerra en Péndragon estaba en fase crítica. Los nobles intentaban apoderarse del trono, mientras que su tío manipulaba las cosas desde las sombras. En verdad, había fallado como príncipe. Le había fallado a su hermano, a su gente, a su maestro... Desde siempre él supo que sería una decepción para todos. Apretó firmemente el hombro de Alex, aunque no fue lo suficiente para hacerle daño; tan solo quería demostrar su frustración de alguna forma, y pensaba que esa era la indicada. Las palabras de la agente calaron hondo en él. ¿Qué podía decir? Nunca había participado en una guerra de verdad, por lo que no tuvo más opción que quedarse callado.

Eichi, en medio de aquellos pensamientos deprimentes, parpadeó al escuchar las palabras de Alex. Se quedó en silencio durante algunos segundos, y su rostro se encontraba desprovisto de emociones. Para su sorpresa, una pequeña risa amarga escapó de su garganta. Al cabo de unos segundos, se calmó lo suficiente y apoyó su cabeza en el hombro.

– ¿Irme? A estas alturas... No, te seguiré. Si vas a cometer una locura, quiero estar en primera fila para ver lo que harás – respondió el pelirrojo.

El pelirrojo abrió de par en par sus ojos al escuchar semejante gritos y tuvo que taparse los oídos. No, el daño a sus oídos estaba hecho. Sentí un pitido retumbar dentro de su oreja. De todas formas, igual pudo seguir escuchando su discurso. A medida que las palabras salían de la boca de la agente, una triste y amarga sonrisa se formaba en sus labios. Tenía toda la puta razón, pero... había algo que no tuvo en cuenta. Los siete pecados capitales existían por eso. Aunque los humanos fueran la raza "superior", eso no quería decir que no podían caer en desdicha. Uno de los peores pecados, fin de cuentas, era el orgullo... especialmente en una guerra.

– Tienes mucha razón en lo que dijiste, pero – Eichi suspiró y apoyó su cabeza de forma relajada en el hombro de la rubia. – Toda esta gente, cada facción... Ha sacrificado algo para llegar donde estar, o también tienen algo que proteger. A final de cuentas, todos los humanos son distintos... Y como diversos que somos, también formamos distintas opiniones. Es demasiado tarde, cómo ángel que eres deberías saber muy bien lo peligroso que puede ser el pecado del orgullo... Especialmente dentro de una guerra – Eichi se encogió de hombros y prosiguió. – A este punto, no se van a detener... No hasta que haya un vencedor. ¿Sabes lo más irónico en mi caso? – a este punto el joven pelirrojo dejaba caer unas pequeñas lágrimas, y estas caían en el hombro de la joven. – Es que puedo simpatizar con ellos. Mi reino está metido en una guerra civil, y solo asumiendo el trono podré parar con todo esto, pero... La gente no perdona, y me veré obligado a sentenciar a varias personas solo para que no se formen revueltas e inevitablemente empiece una guerra peor – concluyó el joven.

Le había contado más acerca de su vida en la nobleza, e incluso se vio obligado a llegar hasta este punto. Si, realmente las guerras eran lo peor. Eichi suspiró y cambió por un tono de voz mucho más amable; había olvidado que estaba lidiando con una idealistas que permanecía inocente antes los horrores del mundo... O en lo que respectaba, puesto que seguía siendo una agente del gobierno y ellos no... Mejor dejaba de pensar en eso.

– Perdón haber sido tan franco, pero no me arrepiento. Es mejor despertar ahora que lamentarse luego en una situación donde debas elegir: seguir tus ideales hasta el final y te auto destruyas a ti mismo, o mandarlos a la mierda por una causa mayor donde se salves más vidas de las que se pierdan. Lo entenderé si ya no me quieres hablar – terminó de decir en un tono solemne.

Balt: