Alphonse "El Pocero" - Moderado Nvl. 3 [Boss]

Ojeras mires donde mires. Tú sabrás cómo has llegado hasta este descuidado puerto, pero te encuentras rodeado de rostros cansados y ojerosos. De vez en cuando aparece alguna cara sonriente y descansada que por fuerza te llama la atención entre tanto agotamiento, pero la mayoría de las personas se mueven pesadamente de un lugar a otro. Parece que los gallos del lugar son aún más madrugadores que de costumbre, aunque un cartel indica que hace poco fueron las fiestas locales y tal vez estés contemplando una resaca generalizada. Espera, puedes leer que fueron hace dos meses, así que la segunda opción queda descartada, ¿no? Ya va siendo hora de que los retiren...

Dejando de lado cómo lucen los viandantes, en el puerto no puedes divisar más de un par de barcos. Ambos ondean la misma bandera: varios círculos concéntricos en cuyo centro se sitúa una esfera de color grisáceo.

A unos metros de ti un anciano pasa rocas de una en una desde un saco hasta un gran recipiente de madera. No parece que se encuentre en condiciones para realizar ese tipo de trabajos, aunque cualquiera sabe cuáles son sus circunstancias personales. Tal vez en casa necesitan el dinero.

En fin, desde donde te encuentras puedes ver la salida de la zona portuaria. Más allá se extiende un bosque, por lo que queda claro que el muelle no se encuentra incluido en ninguna población. Por otro lado, una vez decidas moverte las pocas personas que no parecen cansadas comenzarán a reparar en tu presencia, mientras que el resto te contemplará con indiferencia y seguirá su camino. El ambiente es cuanto menos raro... ¿Sabes dónde has ido a parar?

En caso de que decidas avanzar en dirección a la salida comprobarás que hay un puesto junto a la misma. Un señor pequeño y con el rostro surcado por profundas marcas se sienta bajo una gran pancarta: "Extracción minera - No dejes pasar esta oportunidad". El tipo no tiene cara de ser muy simpático.

Tú verás lo que haces.

Todo había acabado, pero aún tenía muchas cosas que empezar. Por supuesto no podía quedarme en New-Loguetown, no cuando el Gobierno podía rastrear mi presencia tan fácilmente al darme una cómoda y acogedora vivienda unifamiliar. ¿Acaso creían que era suficiente para pagar su deuda? De no saber que me dispararían, y si tampoco fuera una tremenda falta de respeto, me hubiera reído en sus narices. Así que, abandonando mi pequeña casita tras escribir sobre el buzón mi nombre, busqué la forma de salir de allí. Fue relativamente fácil, mucha gente iba y venía deseando hacer fortuna en aquella nueva tierra prometida que no disponía de los medios para autoabastecerse, y nadie negaba cien mil berries… o al menos mis cien mil berries.

Antes de que pudiera darle las gracias al pequeño barco, este ya había desaparecido del horizonte haciéndome preguntar si aquella breve travesía había sido un mero sueño. Me encogí de hombros, lamentando la falta de educación de aquel pobre desgraciado, pero sabiendo que no podía culparle de querer irse de aquel destartalado puerto. Todo parecía estar saliendo a pedir de boca: una isla en decadencia, con gente triste y desamparada. No necesitaba más.

Me detuve un par de segundos a contemplar el viejo cartel de celebración que aún permanecía colgado de los pútridos postes y pensé que yo habría podido diseñar uno mejor, y lo mismo sucedió con la triste bandera. Acto seguido, tras recaer en el esfuerzo que un pobre carcamal realizaba para sacar las piedras de un saco de una en una, me coloqué con rapidez a su lado dejando mi maleta en el suelo con la intención de asistirlo.

-Buenos días, ¿podría echarle una mano con tan pesada tarea?- le solicité con una sonrisa amable en el rostro, una que contrastaba con la terrible pesadumbre de aquella isla.

Esperaría bien su silencio o conformidad para ponerme a ello y acabar con rapidez y diligencia su trabajo. Luego, sin esperar un mísero gracias, me despediría de él con un pequeño gesto. La verdad, confiaba que mi conocimiento de las rocas pudiese darme una pista sobre las exportaciones de aquella melancólica tierra de una manera más fiable que los balbuceos de un octogenario.

Continuando mi camino por aquel desembarcadero, procurando no encontrar mi fin en un burdo tropiezo o un tablón suelto, llegué al final para sorprenderme de la ausencia de tabernas y almacenes. Allí, en el límite del paupérrimo muelle de astillas y desgastadas piedras, solo había un pequeño stand informativo que pretendía publicitar una empresa cuanto menos cuestionable.

-Muy buenos días- saludé animadamente al viejales de cara de bull-dog que había sentado en el pequeño puesto que, para no romper la temática, estaba tan burdamente construido como el resto la decepcionante arquitectura de la isla-. ¿Le sería mucha molestia decirme dónde estoy? Creo que me precipité un poco al embarcarme con un marinero de dudosa moralidad que quería cobrarme más de lo debido- mentí, fingiendo un pomposo sentimiento de traición al ponerme las yemas de los dedos sobre el pecho. Mientras esperaba sus gruñidos de vuelta, dirigí una mirada hacia el eterno y oscuro verdor que se extendía por la isla sin poder evitar el preguntarme si no hubiese sido mejor montar una empresa maderera.

El abuelete deja las piedras unos segundos mientras te mira de la cabeza a las pies, pero en seguida parece arrepentirse y se vuelve a agachar para coger la roca que acaba de soltar.

-¡Largo de aquí, mequetrefe! -te grita mientras escuchas cómo crujen todas y cada una de sus articulaciones. Definitivamente ése no es el lugar que le corresponde-. No pienso dejar que me quites ni un solo berrie -añade antes de pasar a ignorarte por completo. Parece que no le has cogido en su mejor día...

El viejo ni siquiera te ha dejado acercarte a sus aparentemente valiosas piedras, y puedes escuchar cómo continúa balbuceando algo incomprensible mientras te alejas. Vaya un desagradecido...

En fin, mientras avanzas en dirección al stand miradas entre suspicaces y... ¿divertidas? se clavan en tu nuca. No hace falta Haki de observación, porque cuanto más avanzas más descarados son los vistazos que te lanzan y ya ni esperan a que pases de largo. Las "alegres" miradas de los que lucen descansados contrastan con la desconfianza con la que te observan los demás, pero nadie te dice nada.

-Claro que sí, princesa -te dice en tono socarrón el bulldog al escucharte hablar. Mientras tanto esboza una sonrisa que roza lo siniestro, dejando ver una hilera de dientes tan amarilleados como torcidos-. Estás en Stoneland, donde todos tus sueños pueden hacerse realidad -añade, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la pancarta que hay sobre él.

Al escuchar eso, un par de muchachos de aspecto cansado que caminan a tus espaldas lanzan una mirada furtiva en dirección al diminuto hombre, pero si casualmente los ves comprobarás que no dejan que ninguna emoción se manifieste en su semblante. No obstante, no dura más de unos segundos y siguen con su camino, saliendo de la zona portuaria e introduciéndose en el bosque. Dos gruesos alcornoques con el tronco curiosamente curvado parecen ser el acceso.

Al mismo tiempo, el de la cara marcada no deja de observarte. Tal vez aguarde a que le digas algo más o que, por el contrario, espere que te quites de ahí. Una cola de rostros cansados se ha ido formando a tus espaldas y paradójicamente parecen tener prisa.

Aquel desgraciado anciano no me había dejado ayudarle, aferrándose a sus rocas como si pretendiese robárselas. El camino por el puerto estaba marcado de cortas y burlescas sonrisas que reposaban sobre rostros infinitamente más descansados que los de los que se esforzaban por continuar con su pesado trabajo. Para colmo, aquel señor al que había preguntado había optado por burlarse de mí y mi respetuosa actitud.

Desde luego ni ese viejo avaro ni el perro en su caseta merecían mi respeto, pero de todas formas sabía que tenía que ofrecérselo amablemente con una sonrisa en los labios. Me quede allí, observando al hombre del puestecillo durante más segundos de la cuenta. Un tiempo que sin duda alguna necesitaba para sobreponerme al pestazo que manaba de su horrible hocico.

-Vaya…- susurré sorprendido, incluso halagado-. Me alegra que me considere lo suficientemente apuesto como para compararme con un miembro de la realeza, pero he de rechazar su cortejo. Eso sí, no pierda la esperanza, algún día encontrará a su princesa- Pero tendrá que recluirla en un castillo con muebles parlantes para que le quiera-, al fin y al cabo aquí los sueños se hacen realidad- dije con ilusión, haciendo una floritura en el aire, moviendo los dedos como si esparciera un arco de polvos mágicos.

Antes de que la cola a mi espalda, que se había ido formando en un sepulcral silencio, me empujase a un lado, tan sólo me quedaba una pregunta que hacer al imbécil del puestecito.

-Previo encaminarme hacia la mina, supongo que siguiendo el mismo camino que ellos- añadí en referencia a los que cruzaban el umbral creado por dos gruesos árboles de rugosa corteza-  ¿necesito rellenar algún formulario?

Una vez me respondiera cogería mi maleta y seguiría las indicaciones del “recepcionista”.

Ya empezaba a sospechar cuál era la historia tras aquella curiosa isla. Lo más probable era que un despiadado hombre de negocios, más despiadado incluso que yo, hubiese creado la empresa prometiendo al pueblo un dinero que sin duda necesitaba, forzándoles a aceptar su yugo al no permitirles otra forma con la que ganarse el sustento. Sin duda alguna era un visionario. Uno muy hijo de puta, pero aún así…

El tipo te observa en silencio después de tu sarcástico comentario. ¿Lo habrá entendido? Parece que no, porque vuelve a enseñarte esas repugnantes hileras de dientes antes de responderte.

-A mí no me gustan las princesas; demasiado trabajo. Yo prefiero las plebeyas, y de dos en dos... Aunque a ti puedo buscarte algún muchacho que te guste -dice mientras exagera tus gestos para, acto seguido, proferir una sonora y desagradable carcajada. El nauseabundo olor que emana de su boca llega hasta tu nariz antes de que siga hablando-. ¿Formulario? -pregunta mientras te mira detenidamente, como si valorase si puedes serle útil o no-. Sí, rellena esto -comenta mientras pone ante ti un papel y una gastada pluma. Parece que le has convencido. A ver si el muchacho va a ser él...

El escrito es cuanto menos escueto y puede ser calificado de todo menos de contrato. En él te comprometes a extraer piedra en la cantera hasta alcanzar tu propio peso en rocas. Una vez lo consigas se te pagará con veinte berries por cada kilogramo de mineral que hayas obtenido. Tú decides si lo firmas o no.

En caso de que aceptes, el tipo te dará una amarillenta tarjeta identificativa carente de foto. Es poco probable que nadie intente suplantar a una persona con unas condiciones laborales tan ridículas, por lo que no es necesaria. Después te señalará el bosque. Al parecer por allí se llega a tu próximo puesto se trabajo... si es que puede calificarse de ese modo.

Si te lo piensas mejor y optas por retractarte, el sujeto esbozará una mueca de desagrado y el que te sigue en la cola te hará a un lado para rellenar el formulario. Un tanto incomprensible, ¿no? No es muy normal que haya tanta expectación por un trabajo tan mal pagado.

De cualquier modo, si eliges seguir el camino que han tomado los muchachos encontrarás una bifurcación. Sendas placas de madera marcan el fin de ambos caminos: a la izquierda, "Lithos"; y a la derecha, "Extracción minera".

Por otro lado, siempre puedes dar media vuelta y decirle un par de verdades al maleducado vejestorio o... no sé. Allá tú.

Lo malo de hacer bromas inteligentes es que podían salir mal si no había nadie para pillarlas. Con el rostro aún amable, aunque bastante menos, negué rechazando la oferta de aquella horrenda celestina y cogí la pluma para escribir mi nombre sobre la tarjeta. Bueno, no mi nombre, pero el nombre por el que debían conocerme los que comprobaran posteriormente el registro.

“Sir William Fortune IV Junior” improvisé, recordando cómo abusaban las familias ricas de los mismos nombres una y otra vez, como si quisiesen cargar con toda la gloria de sus antepasados sin tener que verse obligados a mover un dedo.

-Gracias- pronunciaría alegremente guardándome la tarjeta y encaminándome por el sendero a través del bosque, siguiendo a los que ya lo habían recorrido tantas otras veces.

Por desgracia para mí, cada uno de ellos tomaba una dirección diferente al llegar a la bifurcación señalada. Dos fueron hacia “Lithos”, fuese lo que fuese, y los otros dos directos a la extracción. Sin tener más pistas disponibles para saber por dónde podría comenzar mi aventura hice lo que todo buen joven indeciso podría hacer: confiar su suerte al canto de Pinto Gorgorito.

-Pinto, Pinto, Gorgo-rito, saca la mano de veinticinco. ¿En qué lugar? ¿En qué calleja? Saca la mano que tiene la vie…ja- canturreé señalando al compás mis opciones. El azar determinó que me encaminara hacia la izquierda, y yo no iba a cuestionarle.

Izquierda pues. Tras tu profunda y meditada decisión, te encaminas hacia lo desconocido... porque no tienes ni la más remota idea de qué hay al final del sendero, ¿verdad? O tal vez sí y sólo estás engañando a los viandantes que te observan sortear el rumbo a seguir.

La cuestión es que caminas durante diez minutos rodeado por chopos y alcornoques. Únicamente puedes escuchar el sonido de tus pisadas y los ruidos de las alimañas que se mueven en las cercanías. En el trayecto te cruzas con un par de individuos de gesto igual de cansado que los que has dejado atrás. A sus espaldas llevan un saco similar al que tenía el anciano del puerto, pero estos señores lo llevan vacío. Te lanzan alguna mirada extrañada cuando pasan a tu lado, pero nada más.

En fin, la vereda desemboca en un exageradamente amplio claro. En el interior del mismo puedes ver no menos de una docena de casas, y ésas forman sólo la primera línea de viviendas. Los dos últimos árboles, de nuevo dos alcornoques algo torcidos, sostienen un cartel que cuelga ante ti: "Lithos". ¿Pero la isla no se llamaba Stoneland? Bueno, la población no tiene por qué llamarse del mismo modo, ¿no? Además, en una misma ínsula puede haber más de un municipio y no todos van a llamarse igual... Tómatelo como quieras.

Antes de salir del límite del bosque puedes reparar en que la actividad es casi inexistente en el lugar. Sólo eres capaz de identificar a una muchacha que se inclina sobre un pozo situado a unos cincuenta metros de ti, a tu derecha. No hay puertas abiertas, comercios de ningún tipo ni nada que te sugiera que allí vive alguien, salvo la chica, por supuesto.

Desde luego allí no hay ninguna cantera ni nadie con aspecto de ir a pedirte la identificación. Entonces los dos tipos que tomaron el mismo camino que tú te adelantan y se introducen entre las casas sin prestarte ni la más mínima atención. Tal vez deberías empezar a sentirte ofendido, porque todo el mundo pasa de ti como si no existieras.

A mucha gente podría habérsele convertido aquel oscuro y siniestro trayecto en un maldito infierno, ¿pero a mí? A mí no. Yo me paré a disfrutar de los movimientos entre los arbustos, las hojas mecidas por los árboles y el rápido repiqueteo de las bestias saltando entre las ramas. Justo en el momento en el que decidí que aquella terrible sensación de aislamiento no importaba lo más mínimo, la soledad se transformó en belleza.

Me acerqué al borde del camino, acuclillándome con la intención de disfrutar de los olores del a tierra, la corteza y el musgo. Todo aquel bosque rebosaba de vida, una vida indómita y salvaje que había permanecido así mucho tiempo. La empresa maderera ahora parecía una opción menos interesante.

-Gracias-susurré al tronco de rugosa corteza, apoyándome en él para volver a levantarme tras disfrutar de unos perfectos diez minutos con la naturaleza.

Proseguí el camino con la mirada puesta en aquel inmenso verdor, intentando encontrar algún animalillo oculto que realizara su vida cotidiana. Sólo pude ver sombras, rápidas y pequeñas como ratas que se escabullían entre los cubos de basura. Las únicas ardillas que había visto en mi vida estaban impresas, y me prometí que no saldría de aquella isla sin el recuerdo de una de ellas.

Al final del trayecto se encontraba Lithos, presentado por un viejo cartel colgado entre los torcidos árboles que hacían de pórtico, un pueblo de casas de piedra gris y techos a varias aguas. Sin duda, para sustentar aquel inmenso bosque allí debía llover mucho, y a nadie, mucho menos a los primeros que se estableciesen allí para construir, parecía que le hiciese gracia el limpiar canaletas. Todo estaba construido de un mismo material, una roca compacta y angular que presentaba distintos matices pardos y grises sobre su superficie. Sin duda sabían –o no les quedaba otra que- aprovechar los materiales locales.

-Precioso- dije ante la espeluznante tranquilidad que me permitía admirar la arquitectura sin preocuparme de las miradas curiosas y las sospechas desde una ventana al asomarme para ver el interior. En todo el pueblo tan sólo parecía haber un alma, una joven muchacha que me regalaba la vista al inclinarse sobre un pozo. No pude evitar sentirme un poco nervioso, hacía mucho tiempo que no veía a una mujer, y más tiempo aún que no hablaba con una a solas.

-Buenos días- la saludé alegremente a unos dos metros de ella, esperando que se diera la vuelta y así dejar de usar parte de mi voluntad para sobreponerme a mis impulsos-. ¿Podría ayudarme? Tengo que encontrar un lugar en el que hospedarme esta semana, pero no encuentro a nadie más por el pueblo…- le solicitaría, con un deje de desamparada súplica.

-Un segundo -dice la chica con medio cuerpo metido en el pozo. Parece que has ido a preguntarle en el momento más peliagudo, porque introduce la mitad de su cuerpo en el pozo para acercarse el cubo de agua.

Cuando al fin consigue sacarlo, tras pasarse el dorso de la mano por la frente en señal de cansancio, se da la vuelta y te mira detenidamente. Permanece unos instantes en silencio, observándote de la cabeza a los pies. Se ve que el disimulo y el decoro brillan por su ausencia entre los habitantes de la isla...

-Aquí no hay posadas ni nada así, pero tal vez des con alguien dispuesto a acogerte -comenta mientras pasa el agua a un recipiente más grande y vuelve a hacer descender el cubo-. Pero tendrás que esperar un rato. La mayoría de las personas de por aquí trabajan en la mina y no están en casa. Debían encontrarse allí hace cuarenta y cinco minutos y los empleados de Murph se enfadan muchísimo si llegan tarde, por lo que todos están en la cantera... Aunque siempre puedes ir a preguntarle a él. Tal vez te dé alojamiento y comida gratis a cambio de que trabajes para él en la extracción minera, pero te hará sudar desde hoy mismo. Si te interesa, su casa se sitúa en el centro del pueblo. Es la que está pintada de rojo, y si eres daltónico la distinguirás por ser la más grande -añade con una sonrisa antes de volver a poner medio cuerpo sobre el vacío-. Si me preguntas mi opinión, te recomendaría que no trabajases para él y que esperases a que el resto vuelva del trabajo. Estarán destrozados, pero son buena gente y seguro que te ayudan.

Pues parece que el bulldog te la ha jugado y no te ha dicho que debías empezar a pringar de inmediato. A lo mejor sí que entendió tu sarcasmo y quiere reírse un poco a tu costa. Obviamente la muchacha no sabe que ya eres un "empleado" de Murph, si quieres llamarlo así.

Las opciones más claras parecen ser dos: ir a hablar con el tal Murph o correr a picar piedra, cosa que al parecer deberías estar haciendo ya. Aunque, bien pensado, podrías intentar hablar con la muchacha a ver si te dice algo más o incluso ir a darle una tunda al tipo del stand... Desde luego, se la merece.

Las opciones son tantas como ideas se te ocurran, así que piénsalo bien. Tu turno.

El segundo que me pidió se me hizo eterno. Casi podía notar como a cada esfuerzo, a cada pequeño empujón que daba para intentar rozar la superficie del agua, mis ojos se movían atraídos por los sensuales movimientos de sus carnes. Me sobrepuse, no podía dejar que aquella joven y tierna muchacha supiera de mis privados anhelos. Y entonces se giró, regalándome su pequeña silueta oculta tras la ropa de trabajo. Era hermosa.

Debía tener un par de años menos que yo, quizás tres, pero ya era toda una mujer. Rebosaba vitalidad, una envidiable e indómita energía que no le dejaba perder ni un segundo de su valioso tiempo. Sus rizos castaños se rebelaban de su coleta, cayendo graciosamente sobre su rostro, sirviendo de perfecta cortina para las brillantes esmeraldas que se habían detenido a juzgarme. Temí no caerle en gracia.

No me importó que no me devolviera los buenos días. Notaba que aunque era un poco salvaje, no era mala persona. Hablaba con ímpetu y de una forma directa, pero ni aunque hubiera sido soez, me hubiese parecido malintencionada. Era una flor silvestre, un espinoso arbusto de delicadas grosellas que… Creo que llevo demasiado tiempo soñando.

-Entiendo -dije, intentando recuperar el hilo de mis pensamientos para decidir qué podía hacer con la jugosa información que me había proporcionado-. ¿Y podría quedarme con usted mientras? Podría echarle una mano con sus tareas, si quiere. Me atrevería a preguntarle si podría hospedarme con- Usted, solo con usted- su familia, pero supongo que es algo que todos deberían decidir cuando vuelvan-. Soñar era gratis.

Así que quieres quedarte con ella, ¿no, pillín? Esperemos que el "se enfadan muchísimo" que te dijo antes no sea más que una exageración y sólo te echen una reprimenda... Al fin y al cabo no es que estés llegando tarde a tu primer día de trabajo, es que te estás escaqueando descaradamente.

De cualquier modo, la chica te dirige miradas llenas de inocencia mientras sigue sacando agua del pozo.

-Supongo que sí -comenta tras tomarse unos segundos para pensar. Entonces da la vuelta al pozo y vuelve con otros dos recipientes iguales al que lleva un rato llenando.

Suponiendo que hagas honor a tu palabra y la ayudes en sus labores, después deberás acompañarla a casa mientras cargas uno o dos de los cubos grandes. Lo dejo a tu elección, aunque estaría feo que después de decirle eso le dejaras casi todo el peso a ella.

La chica te guía entre las casas y, tal y como te había parecido al ver el pueblo de lejos, no hay ni un alma mires donde mires. Parece que es cierto eso de que todo el mundo trabaja en la mina. Te lleva hasta una plaza bastante amplia en la que, para tu suerte o desgracia, puedes identificar la casa roja de la que la chica te ha hablado antes.

Su vivienda se encuentra a unos veinte metros del hogar del tal Murph, y cuando os acercáis te pide que esperes mientras mete y guarda los cubos. ¿Adónde has ido a parar? Ni siquiera tienen agua corriente en casa...

Mientras aguardas, un tipo fresco como una rosa, moreno y algo más alto que tú sale de una casa cercana en dirección a la roja. Lo mires directamente o no, puedes notar cómo se detiene a observarte. Podría estar valorando si tu cara le resulta familiar o si estás en el lugar que te corresponde, pero cualquiera sabe.

La cuestión es que el sujeto sigue con su camino y la muchacha vuelve a salir de casa. Lleva una tarjeta azul y te dice que lo siguiente es ir al almacén a recoger leña. Vuelve a conducirte por el poblado, caminando entre casas que no se diferencian entre sí.

-¿Y tú quién eres? -pregunta un corpulento sujeto una vez llegáis al lugar indicado. La chica ha mostrado el papel que había sacado de casa y no le han puesto ningún problema, pero tanto el que te ha preguntado como su compañero, que no ha abierto la boca en ningún momento, te miran con desconfianza. No tienen aspecto de querer darte ni los buenos días... mucho menos madera.

Me había aceptado, permitiéndome disfrutar de su compañía en silencio pagando solo con mi sudor. Ni aunque hubiese tenido que cargar diez cubos más me hubiese importado por poder estar a su lado, simplemente ahí, con ella. Podría preguntarme a mí mismo por qué quería lo que quería, pero eso lo hubiera estropeado por completo. En aquel instante tan sólo quería ser una servicial sombra que cumpliese sus caprichos, un silencioso guardia que velara por los intereses de su señora.

Aproveché el momento en el que me dio la espalda para acercarse al resto de cubos e hice desaparecer mi maleta en el aire lanzándola a mi interior. Intenté cogerla con mi nueva forma física, pero inevitablemente cayó al suelo. Uno no podía aprender nuevos trucos en un solo día, aunque fuesen sencillos. Y luego, con diligencia, cogí dos de las cubas llenas sorprendiéndome de todo lo que podía pesar el agua en suficiente cantidad. No es que no pudiese llevarlos, pero como cuando levanta una estatua que parece –pero no es- ligera, no me esperé tener que hacer más fuerza de la que creía necesaria.

Caminaba tras ella por las calles del pueblo con un solo pensamiento en mente: que estábamos solos. Sentía una mezcla de casta vergüenza y feliz ilusión por ser el único beneficiario de su luz, y fantaseé con que fuésemos los últimos de la especie, destinados a estar juntos. Sabía que era una situación temporal hasta que todos volviesen al irse a dormir el sol, pero el tiempo había perdido un sentido de finalidad para mí. Cada segundo, cada minuto y cada hora que pasase no era una carrera para llegar a un sitio o conseguir un propósito, sino un camino del que gozar. Y desde luego me deleitaba con el mero hecho de vivir ese bendito presente.

Quería decirle mi nombre, pero no quería mentirle. ¿Qué clase de relación podría sustentarse en una mentira, aunque fuese una con tanta y tan poca importancia? ¿Olería una rosa mejor con otro nombre? No, pero regalar un ramo de tapaculos no se consideraría romántico.

Al pasar la casa de Murph pude ver cómo la natural piedra había sido pintada con sendas capas de un rojo tan brillante como la sangre. Sentí asco y repulsión al observar cómo desaprovechaban un material tan hermoso ocultándolo bajo una pintura de baratillo. Si tan solo hubiese pintado sus contraventanas y puertas con ese rojo se hubiese distinguido de una manera más elegante y clásica. La inteligencia de aquel empresario desde luego no iba de la mano con el buen gusto.

Esperé pacientemente a que la muchacha introdujera el agua en su hogar sabiendo que había hecho bien al pedirme que me quedara fuera. Yo podía ser un ladrón, un loco -y no solo de amor- e incluso un asesino, y además era un muchacho, por lo que no hubiese estado bien que nos quedásemos a solas en su casa sin el permiso de sus legítimos dueños. Me pregunté si formaría parte de una gran familia, si tendrían alguna costumbre de la que podrían honrarme al hacerme partícipe y si alguno de sus hermanos notaría mis “buenas” intenciones e intentaría hacerme cambiar de opinión.

Mientras me montaba mi propia telenovela mental, un tipo se paró en la distancia para mirarme con más interés de lo debido. Había salido del casón carmesí completamente dispuesto a… bueno, a lo que quisiera que fuese a hacer además de analizarme. El pelinegro vestía con ropas de calidad, al menos comparándolas con el desgastado estilo de la isla. ¿Pero quién era yo para juzgar su estilo cuando había salido de una casa tan estrambótica? Debía dar gracias de que no llevase un smoking amarillo pollo estampado con cuadros de un fulgurante lila. Sólo el imaginármelo hacía que me ardiesen los ojos por el horrendo contraste. Levanté mi mano hacia él y le saludé sin pronunciarme en voz alta para que los pocos que quedasen en el pueblo no viesen interrumpido su necesitado descanso. No tardó en marcharse para ocuparse de sus asuntos.

Ella salió por fin y me dijo con la voz más dulce:

-Arreando que aún nos queda ir a por leña al almacén.

Qué bello sonaba el nos en el que me incluía. La seguí sin esperar nada a cambio, sin comprender cómo se guiaba entre aquellos edificios tan similares con tanta soltura y sin atreverme a preguntarle su nombre para no tener que mentirle sobre el mío. Pero el ogro del dúo de guardianes del depósito de leña exigió saber quién era.

-¿Dónde estarán mis modales?- ironicé, llevándome las manos a la cintura y moviendo la cabeza reprochando mi propia actitud-. Soy Sir William Fortune IV Junior- dije, extendiéndole una mano que no llegaba a ser ni la mitad que la suya. Haría lo mismo con su compañero, confiando que me la estrechara aunque sospechase que ninguno fuese a variar lo más mínimo su postura para satisfacer el gesto. Luego me inclinaría hacia la bella dama para disculparme nuevamente-. Le ruego me perdone por no haberme presentado antes- y de nuevo me volvería hacia la autoridad-. Tan sólo quiero facilitarle el transporte de la madera, no debería ser un problema, ¿verdad?- dije a modo de súplica a la vez que me inclinaba levemente hacia un lado con una adorable e inofensiva sonrisa.

Pues parece que tus suposiciones son correctas. El tipo no hace ni la más mínima intención de estrecharte la mano y sigue analizando cada milímetro de tu superficie corporal. En cuanto a su compañero, ¿qué esperabas? No se ha dignado a dirigirte la palabra siquiera, y no va a cambiar su actitud hacia ti por muy bien que le hables.

Mientras la chica te dice que no pasa nada y se presenta como Gustava, el que te ha pedido que te identifiques entra en el almacén cuyas puertas guarda. El otro, al que haciendo un alarde de originalidad llamaremos "Mudo" por el momento, permenece en el mismo lugar y continúa observándote. Tal vez sea una estatua demasiado realista que han puesto ahí para hacer bulto...

En fin, puedes ver cómo el portero se acerca a una pequeña mesa situada en un lateral de la entrada y se dirige a un Den Den Mushi. El molusco es sorprendentemente parecido al bulldog, y junto a él hay varios más con diversas apariencias. Puedes escuchar cómo, entre una ristra de palabras que no puedes distinguir a menos que seas un experto leyendo los labios, pronuncia tu nombre... Bueno, el que le has dado. Unos instantes después te mira, y no parece precisamente contento.

Entonces vuelve a salir del almacén y, tras susurrarle algo a "Mudo" al oído sin dejar de mirarte, se dirige a ti.

-¿Se puede saber qué coño haces aquí? Deberías llevar más de una hora trabajando en la mina siete -dice el tipo dejando la cólera se apodere de su voz-. Vamos a hablar con Murph, no creo que le haga mucha gracia.

Mientras dice esto, para tu sorpresa "Mudo" se ha movido y ha entrado en el almacén, volviendo con dos rudimentarias lanzas. Tras entregarle una al que parece que lleva la voz cantante en la pareja, ambos te apuntan con ellas y te hacen un gesto para que comiences a andar en dirección a la casa roja.

Si miras a Gustava verás que una expresión de horror se ha adueñado de su cara. Te observa incrédula, preguntándote con la mirada por qué no le has dicho antes que eres un "empleado" de Murph. Seguramente te habría avisado, al fin y al cabo es una buena chica.

Ágata, Esmeralda, Pietra, Ruby, Perla, Amatista, Topacio, Jade… Había tantos nombres que sus padres le hubiesen podido regalar, pero en cambio le pusieron Gustava. Aquella denominación tan horrenda había arrancado de mi ser todo amor e ilusión al imaginarme susurrarlo entre las sábanas de la cama, gritarlo a los cuatro vientos cuando le exigiera su amor y pronunciarlo en voz alta desde la cocina. Me sentí mal por un instante, culpable por rechazarla por un detalle tan burdo… pero es que era el peor nombre que había escuchado en mi vida. No tenía melodía, tan solo era una mera adaptación de uno masculino que tampoco era de mi gusto. Me pregunté qué clase de dios había permitido semejante castigo a los oídos. Uno cruel, eso seguro.

A través de la puerta entreabierta pude ver cómo aquel troll realizaba unas llamadas mediante den-dens personalizados -probablemente a imagen y semejanza de los burócratas tras ellos- para finalmente dar con la respuesta que necesitaba. Una tan secreta que se encargó de compartirla al oído de su silencioso compañero. Y de sopetón sacaron lanzas para apuntarme.

Suspiré, más por mi sueño roto que por el detalle burocrático y mi obligado trabajo en la mina. Volví a suspirar cuando aquellos botarates me pincharon para azuzarme como una bestia al redil de su señor. Antes de abandonarla contemplé su rostro paralizado en una mueca de espanto y preocupación y deseé que volviese a ser simplemente “Ella”.

-No se preocupe, seguro que podemos llegar a un acuerdo como hombres civilizados - intenté tranquilizarla antes de dar un saltito causado por el pinchazo de mis “captores”- ¿Verdad señores?- Volvieron a pincharme, casi divertidos. Pero William no hubiese permanecido callado, no señor-. A mí nadie me ha dicho que tenga que… ¡Ay! Se arrepentirán de esto, yo soy William Fort… ¡Ay! ¡Dejen de clavarme eso en las posaderas! ¡Ay! ¡Lo digo en serio! ¡Señores, por favor!

No realizaría ningún acto de rebeldía más que aquellas ñoñas quejas de un caprichoso heredero. ¿Qué actor que se precie se saldría de su papel antes de terminar la escena? Tenía ganas de saber cómo era ese tal Murph, pero lo cierto era que temía encontrarme rodeado no por matones, sino por un diseño de interior tan horrible como el exterior de la vivienda.

Tras cinco minutos plagados de "auchs", llegáis a la puerta de la casa que actúa como centro neurálgico del pueblo y, al parecer, de la isla y de toda la actividad que allí se desarrolla. El tipo que se ha detenido a mirarte antes custodia la puerta, aunque parece un estupidez teniendo en cuenta que no hay ni un alma en las cercanías. Bueno, sus motivos tendrán...

La cuestión es que el jefe de la parejita se identifica -se llama Eufrasio, por cierto- y le explica al portero por qué os encontráis allí. El tipo esboza una siniestra sonrisa cuando oye las palabras "debería estar en la mina" y se hace a un lado para que podáis pasar.

Entonces, "Mudo" te da varios pinchazos en las nalgas para que subas los cinco escalones de madera que te separan de la puerta. Suponiendo que obedezcas, el individuo que se ha apartado os abrirá la puerta para que entréis. Por fin un atisbo de educación, ¿verdad? Aunque tal vez la situación no sea la más apropiada para agradecer un gesto tan insignificante.

Accedes a una vivienda de dos plantas y, para tu sorpresa y alivio, se encuentra decorada con un sorprendente buen gusto. Un discreto pero elegante zaguán conduce a un amplio salón, en cuyo centro una mesa baja de cristal se encuentra rodeada por cuatro sillones. Tienen aspecto de ser bastante cómodos, no te voy a mentir.

En uno de ellos puedes identificar a un hombre y, continuando con los sucesos inesperados, no hay ningún séquito de matones observándote con intenciones homicidas. Sin embargo, tus simpáticos acompañantes entran contigo en la estancia.

El tipo se levanta de su asiento al escuchar que entráis en la sala y se acerca a vosotros con una amable sonrisa iluminando su cara.

-¿Pero qué hacéis? Bajad las armas, por Dios. ¿Qué manera es esa de tratar a nuestros trabajadores? -Los sujetos obedecen y dejan de apuntarte con sus lanzas. Entonces te mira y te tiende la mano-. Murph Stevenson, encantado. Tome asiento, por favor -dice mientras se hace a un lado y señala uno de los sillones.

Es un tipo rubio, algo más alto que tú y con unos penetrantes ojos azules. Lleva una camisa blanca, la cual parece gritar que ha costado más que el sueldo de un año de cualquiera de los mineros. Los puños de la camisa están remangados a la altura del codo, y ésta se encuentra cuidadosamente recogida en el interior de unos pantalones negros hechos a medida.

Hagas caso de su ofrecimiento o no, Murph se deja caer sobre el sillón que se opone al que te ha señalado.

-Bueno, cuénteme por qué se encuentra aquí.

Reconocí al joven moreno que guardaba el edificio escarlata, era el mismo que había dedicado un buen tiempo a analizarme desde la lejanía. Por suerte fui lo suficientemente precavido como para hacer desaparecer mi maleta antes de encontrarme con él, por lo que no echaría en falta ese pequeño pero crucial detalle. Detalle para el que ya tenía una cómica excusa.

El ogro se presentó con un nombre tan horrendo como él, pero su jefe no cambió su seria expresión ni un ápice, como si no le importara quién carajo era, solo lo que venía a hacer. Una larga y estrecha sonrisa se dibujó en su rostro al saber el porqué de mi presencia y nos invitó a pasar con un elegante movimiento.

Había juzgado a un libro por su portada, o más bien a un hogar por su fachada. Todo en aquella casa era exquisito,  pero no era una de esas barrocas viviendas recargadas en la que cada centímetro de pared estuviese repleto de cuadros que se silenciaban los unos a los otros, sino que tenía la medida justa de elegancia. Ni yo mismo la hubiese decorado mejor.

El dueño de la casa era un hombre rubio, de mandíbula cuadrada y unos ojos tan fríos como el alma de un exitoso empresario. A pesar de su imponente aspecto, recio y respetable, se acercó a nosotros con un paternal reproche y una disculpa en los labios.

Me gusta poner imágenes:

Estreché su mano con firmeza y quedé satisfecho de que devolviera el gesto con la adecuada presión. Hacía mucho tiempo que no me encontraba a un caballero, fuera o no su causa la más justa.

-Lamento que pasará mucho tiempo antes de que pueda volver a sentarme, cortesía de su servicio- dije, lanzando una mirada de desprecio por encima del hombro a aquel dúo de prehistóricos botarates-. Soy William Fortune, pero le agradezco que me deje presentarme aunque ya conozca ese dato- añadí pomposo.

Me puse recto, todo lo recto que puede ponerse alguien cuando intenta parecer más importante de lo que es. Me detuve unos segundos a contemplar su vestimenta, para luego mirar hacia el lado sin querer admitir que mi sastre, o mejor dicho, al que El Gobierno le había encargado unas cuantas mudas, era muchísimo peor que el suyo.

-Llegué recientemente a esta isla tras separarme de mi guardia personal por decisión propia- dije revelando más información de la necesaria, como un idiota-. He venido como un turista común y corriente para poder vivir todo lo que el dinero no puede comprar. Creo que puede entender que alguien de nuestra posición sienta curiosidad por ver y sentir cómo vive la gente simple- dirigí una rápida mirada de odio sin adulterar a los lanceros-, pero jamás llegué a imaginar que me encontraría en una situación tan desagradable como la que acabo de vivir- volvería mi vista a mi anfitrión-. Espero que pueda permitirme trabajar unos cuantos días para usted y así satisfacer mi sed por lo mundano, señor Stevenson. También espero que discipline a estos dos malandrines no solo por el dolor que me han causado, sino porque han osado llamarle directamente por su nombre de pila.

Creo que había sido lo suficientemente altivo y clasista como para que el personaje que había creado con mi actuación disfrutara de muchas más muestras de odio. Me preguntaba si ya habría cumplido los requisitos para el secuestro con petición de rescate. Veamos… ¿Familia adinerada? Sí. ¿Tan tonto que se cree listo? A lo mejor hace falta un par de pinceladas más. ¿Lo suficientemente repugnante como para cogerle manía? Se la había cogido hasta yo.

-¿Y qué es lo que está extrayendo su empresa de la tierra? ¿Oro, perlas, tungsteno?- añadiría en un alarde de "sabionditis" para que contrastara con la estupidez de sugerir que las ostras viviesen en tierra seca.

El tipo te escucha atentamente mientras le explicas tu situación, y esboza una mueca un tanto extraña cuando le comentas tu intención de quedarte unos cuantos días a trabajar para él. Cuando te callas, se levanta de su sillón y se acerca a un pequeño mueble que hay en un lateral de la estancia. Permanece en silencio en todo momento y, tras unos segundos en los que te da la espalda, regresa a su sillón con dos vasos anchos. Ambos tienen un contenido oscuro.

-Espero que le guste el bourbon -comenta mientras deja el vaso en la mesa que se interpone entre vosotros. Tal vez debería habértelo ofrecido primero, aunque si todo en él es tan caro como su ropa no cabe duda de que puede merecer la pena probarlo. Tu verás lo que haces.

Entonces se sienta y cruza su pierna izquierda sobre la derecha para, acto seguido, dar un pequeño sorbo de su copa.

-Creo que aquí ha habido un grave malentendido, señor Fortune. Entiendo a qué se refiere con "nuestra posición", pero me temo que no es el caso -dice mientras te muestra la palma de la mano con la que no sujeta el vaso. Un enorme y grueso callo ocupa casi toda su extensión-. No sé quién es usted ni de dónde viene, y siéndole sincero no creo que eso influya de ningún modo en nuestra... relación laboral.

Vaya, parece que Murph no es el típico niño de papá rico y prepotente que se cree superior al resto del mundo. No sé si lo esperabas o no, pero no tiene pinta de que vayas a empatizar con él con esa actitud... Aunque puede que tu intención no sea congeniar con él. Eso sólo tú lo sabes.

En fin, el señor Stevenson hace una pausa y da un trago mayor de su bourbon, seguramente para que sus palabras calen en ti. Entonces se levanta y continúa hablando contigo mientras pasea por la habitación. Por supuesto, en ningún momento alza el tono de voz ni pierde los buenos modales.

-Le ruego que me disculpe, ya que parece que no he expresado bien mi pregunta o lo he hecho de forma ambigua. Verá, mis empleados han cumplido su función a la perfección y no tengo que disciplinarlos. Independientemente de quiénes sean sus padres o de cuántos escoltas pueda costearse, ha firmado un contrato y ha adquirido una serie de compromisos. Me son indiferentes sus anhelos y caprichos de hijo de hombres poderosos. Lo que quiero saber es qué hacía usted fuera de su puesto de trabajo un buen rato después de que comenzara su turno.

Anda, al final parece que si ha faltado un poco la educación que venía demostrando, aunque supongo que en cierto modo es comprensible. Cuando finaliza su discurso se vuelve a sentar en su sillón y apura lo que queda de su copa. Eufrasio y "Mudo" observan desde la entrada con una tímida sonrisa adornando sus poco agraciados rostros.

Por cierto, supongo que te habrás dado cuenta, pero ha ignorado por completo tu última pregunta. Puede que no quiera revelarte esa información, aunque tal vez simplemente piense que no es algo relevante vista la situación.

William casi estuvo a punto de decirle algo por osarle darle la espalda, pero reprimí al personaje creado con esmero y estereotipos para que no decidiesen simplemente librarse de él. Compartir un cuerpo con esta, mi nueva identidad, tenía sus inconvenientes. Tomé el vaso que me ofreció con una sonrisa, agitándolo sin realizar el educado gesto de disfrutar de su color, densidad y contenido alcohólico antes de dar un trago. Un trago que nunca llegó al quedarme con una estúpida mueca esculpida en el rostro al escuchar sus palabras y ver la desagradable dureza de su mano. Añadí un pelín de asco y menosprecio a la mezcla abriendo las fosas nasales y haciendo retroceder mi cuello sin moverme del sitio.

-¿Disculpe?- interrumpí, ya casi al final de lo que tenía que decirme, dejando colgar mi brazo sujetando el buen licor que me había regalado y aún no había tenido el gusto de probar-. Soy un Fortune, de la gran fortuna Fortune, y no pienso ser tratado de esta forma- extendí mi cuello en un altivo gesto-. Miss Potter, ocúpese- dije con la confianza propia de alguien que creía que su guardaespaldas seguía con él-. Vamos, Miss Potter, salga de las sombras y acabe con el problema como hace siempre- añadí moviendo la mano delante de mí, abanicando las preocupaciones a un lado-. Muy gracioso, señorita, muy gracioso. Actúe ahora mismo o está despedida- ordené enfadado sin que nadie me complaciera. Miré alrededor con cierta prisa y pánico para luego sonreír con orgullo mientras negaba y cerraba los ojos-. Quién lo diría, soy mejor ninja de lo que me creía… Conseguí darle esquinazo al final. Qué contraproducente para mi actual situación- me lamenté chasqueando la lengua-. En fin, Will, tendrás que encargarte tú mismo de esto, justo lo que querías- me dije como un soliloquio-. En primer lugar un contrato es un documento donde la parte contratante debe informar primero a la parte que contrate de cada parte contratante del documento- recité cual trabalenguas moviendo mi dedillo a un lado y al otro para ilustrar algo tan sumamente difícil de repetir-. Dicho de otra forma: no pueden hacerme responsable del formulario que he firmado porque no reflejaba ninguna de estas abusivas condiciones. Y aunque- añadí, levantando el índice hacia le cielo, haciéndome el listillo- hubiesen conseguido traspapelar mi nombre a otro documento del que no fuera plenamente consciente, he tomado precauciones- dije con una larga sonrisa, disfrutando de cómo mi bebida hacía olas a destiempo de los suaves movimientos del vaso-. Firmé, con el pretexto de librarme del trabajo cuando considerara que fuera demasiado pesado, no esperarán que iba a sacar setenta kilos de piedras yo solo, bajo un nombre falso- levanté mi copa con orgullo, dedicándole un brindis a mi anfitrión para decir con una inesperada seriedad-. Mi nombre no es Sir William Fortune IV Junior… mi nombre es Sir William Fortune V, asecas- solté una risilla de triunfadora maruja, girándome hacia cada uno de los plebeyos presentes para ver cómo se rompían sus gestos y sus planes.

Por supuesto, mi verdadero yo no esperaba encontrar ninguna variación en sus rostros más que alguna risa malvada o una mofa ante alguien tan sumamente idiota. Seguí sin beber y dejé caer mi cabeza a un lado como si la idea me hubiese golpeado como un martillo de obviedad.

-Oh…claro.

Si podían meter mi firma en cualquier documento, ¿qué les iba a impedir borrar un carácter y una palabra más al final de la misma? Nada, por supuesto.

Esperaba que como buen hombre de negocios e hijo de la tierra obligara al pijo a pagar su estupidez con más sudor que sangre. Lo peor de todo sería que si me propinaba algún puñetazo en señal de venganza kármica, tendría que aflojar cada uno de mis músculos para esforzarme en sentir el dolor consecuente que provocaría a alguien tan débil como mi personaje. Confiaba que no pasaría mucho tiempo hasta que viese que la satisfacción de ver a un remilgado trabajar se desvaneciese y la promesa de un rescate monetario tuviese mucho más peso en su plan de negocios. ¿Pero cómo podría inclinar la balanza hacia mi favor? Tendría que pensar algo pronto.

También estaba la cuestión de que obviara el mineral a extraer. Si lo había hecho debía ser porque se trataba de algo ilegal o bien algo tan nocivo para la salud que estuviese fuertemente regulado. El que los esclavos llevasen y trajesen las piedras hasta el muelle podría indicar que no se trataba de uno extremadamente tóxico. ¿Entonces qué podría ser? ¿Kairoseki? Si lo era iba a serme muy muy difícil ejecutar mi otra parte del plan, pero obtendría un margen de beneficios tan suculento… O no, porque la Marina me metería un balazo antes de que pudiera cantar “Se vende Kairo~”.

Murph te escucha en silencio, sin alterar lo más mínimo su expresión. Cuando concluyes con tu peculiar alegato, bosteza de una forma forzada y antinatural antes de dirigirse a ti:

-No tengo tiempo para sus tonterías, señor "Comoquieraquesellame". -Entonces hace una pausa para mirar un reloj de pared fabricado en ébano-. Me debe tres horas de sudor. Me consta que nadie le informó acerca del horario de su jornada laboral, por lo por esta vez lo dejaremos en una simple reprimenda. Buenas tardes.

Acto seguido hace un gesto con la cabeza en dirección a los dos gorilas que parecen haberse convertido en tu sombra. Eufrasio y "Mudo" vuelven a orientar sus armas hacia tus pomposas posaderas, invitándote con "amabilidad" a que abandones la estancia por la misma puerta que has usado para entrar.

Por su parte, el señor Stevenson da la conversación por terminada y desaparece por una puerta lateral. Si querías decirle algo más, no te ha dado la oportunidad de hacerlo siquiera. Mira la parte positiva: te ha invitado a un bourbon escandalosamente caro.

Suponiendo que hagas caso a los dos burros de las lanzas, te marcarán el camino a seguir con la voz y, en caso de que protestes sin mucha behemencia, te darán algún que otro pinchazo. Nada que no hayas aguantado ya, ¿verdad?

Recorréis a la inversa el camino que te ha llevado hasta Lithos. En la bifurcación en la que te paraste a seleccionar racionalmente la dirección a seguir os espera el bulldog, luciendo su asquerosamente horrenda sonrisa.

El tipo comienza a andar delante de vosotros, liderando la comitiva que te ha de llevar hasta la extracción minera. Una vez llegues, si es que en ningún momento te resistes y cumples lo que te manda la autoridad local, te encontrarás ante una multitud de personas ojerosas que salen y entran de un sinfín de agujeros excavados en la tierra. Los árboles dejan de crecer a tu alrededor y en su lugar te ves rodeado por enormes piedras. En los alrededores, tipos con un aspecto mucho más descansado que portan armas de lo más diverso contemplan todo lo que sucede ante ellos.

Entonces te guían hasta una rudimentaria báscula situada junto a varias vagonetas. Allí, un funcionario espera para pesarte y anotar el peso que marcará el fin de tu contrato.

-Súbete ahí, princesa -te dice el de la cara marcada, emulando los gestos que hiciste cuando hablaste con él en el stand.

Suponiendo que no hagas nada que contradiga esas órdenes, una vez te hayan pesado y anotado en una libreta, te darán un mono de trabajo y un pico. Según has dicho antes, la báscula debería marcar setenta kilogramos.

Por último, te señalan cuatro entradas diferentes a la red de túneles que proporciona a Murph sus ingresos. ¿Te gusta alguna?

El jefe decidió perdonarme a pesar de mi ofensivo estilo de vida y actitud a juego, probablemente porque no quería estropear innecesariamente su nueva propiedad. Tal y cómo me esperaba, no tardaron mucho en forzarme a ir a la extracción para que les diera lo que les debía. ¿Pero qué les debía? Se suponía que sólo tenía que sacar sesenta kilos de piedras de la pared para cumplir mi contrato, lo que no justificaría el pesado yugo que cargaba el pueblo. Aquí había algo que olía a chamusquina, pero aún no podía ver el fuego a punto de quemarme las cejas. ¿Era acaso una cuantía diaria que se acumulaba si no se llegaba al cupo? Había demasiada información que desconocía, demasiados cabos aún por atar.

Tragué amargamente el bourbon antes de irme con un cansado gesto. Continué con el vaso en la mano como si me pesara abandonar el último recuerdo vitrificado de una vida de lujos. Siempre, claro está, que no me obligaran a devolverlo alguno de los dos matones ocupados en propinarme lanzazos en el culo.  

Me dejé llevar por los acontecimientos interpretando una versión más asustada y triste del nobiliario señor Fortune, el cual estaba claro que dejaría de exigir y quejarse tantísimo por temer una reprimenda más fuerte que simples y divertidos pinchazos de sus captores. Aparte de aderezar mi actuación con algún esporádico “ays y auchs” postpinchazos y un par de miradas de odio al caraperro y su repetido apodo, cumpliría lo que se esperaba de mí como buen ganado.

Mientras danzaba en mi mascarada, tenía que realizar unos cuantos preparativos en mi interior. En primer lugar comenzaría a dibujar con mis propias paredes un mapa del lugar contando el número de guardias, sus idas y venidas, armas y actitudes. Una vez el campo de batalla estuviese impreso en relieve, con cada acceso y salida a las entrañas de la cantera convertida en mina, podría empezar a estudiar cómo salirme con la mía. Sería un proceso lento, necesitaría días y mucha más información de la que disponía, pero por algo tenía que empezar. Poco a poco iría actualizando con cada cosa que viera, oyera u oliera... ¡Dios, cómo le apestaba la boca al horrendo recepcionista!

Simulando cansancio por la caminata y algún que otro tropiezo entre la piedra desechada, continuaría con mi actitud de forzado esclavo con algún que otro farfulleo ininteligible a las espaldas de los lobos. Algo me decía que entre todas aquellas ovejas había más disfraces que el mío, por lo que debía mantener el espectáculo en todo momento.

Pronto, cuando me empujaran hacia el túnel por el que debía entrar según su meticulosa burocracia, tendría la oportunidad de saber qué es lo buscaban oculto en la roca.

Visto que tú pareces no tener predilección por ninguno, te conducen hasta el cuarto de los túneles que te habían señalado anteriormente. Una vez llegáis a la entrada del mismo, tus acompañantes no dan ni un paso más y se quedan quietos, esperando a que comiences a caminar para asegurarse de que no haces nada raro.

-Ya nos veremos, princesa -puedes escuchar a tus espaldas. El bulldog comienza a ponerse pesado... Parece que no tiene mucho repertorio.

En fin, al moverte por su interior puedes ver cómo todos se organizan como si estuviesen en un hormiguero gigante. Los que aún no han llenado sus sacos golpean la pared con sus herramientas, mientras que el centro del túnel es ocupado por dos filas que avanzan en sentido contrario. Unos transportan hacia el exterior sacos llenos de lo que quiera que saquen de allí, mientras que los otros buscan algún hueco en el que introducirse para continuar trabajando.

No obstante, el lugar está atestado y tu fila al completo avanza sin que nadie salga de ella. Termináis por desembocar en una amplia cueva. En los márgenes de la misma puedes ver a un sinfín de personas afanándose por extraer el material, pero aun así hay hueco para que comiences con tus labores... Te recuerdo que le debes tres horas más a Murph.

La mayoría de los mineros parecen trabajar en parejas o tríos, pero puedes identificar a cuatro tipos que pican en solitario en una pared que parece reservada para ellos.

Por otro lado, si das un vistazo a tu alrededor podrás comprobar que hay varios túneles que llevan hasta allí aparte del que has empleado tú. ¿Conducirán todos al exterior? Sería un poco raro, ¿no? El flujo de personas es grande en la mayoría de ellos, exceptuando los dos que flanquean la pared de los tipos solitarios. En esos no puedes ver a nadie.

Además, una veintena de tipos con una apariencia más inquietante que los que estaban fuera vigilan que todo siga su curso. Deberías comenzar a trabajar, ¿no? Murph podría enfadarse si se entera de que estás haciendo el vago.

La organización del trabajo era envidiable: una perfecta cadena de mando distribuía a los mineros en los distintos túneles para que el flujo de piedra fuese constante a pesar de las claras diferencias entre ellos. Todo el mundo trabajaba como uno solo, pero solo para sí mismo. No es que hubiera una malsana competencia para abastecerse del abundante recurso, es que no había ni un trazo de misericordia en los cansados rostros que se afanaban por acabar cuanto antes con su trabajo. Allí nadie trabajaba para un bien común, sino para el suyo o el de su familia e, inevitablemente, también para el de su patrón. Habiéndose desecho de cualquier sentido de comunidad en el trabajo, uno no debía acallar revoluciones, huelgas o quejas que no pudieran ser solventadas con un lanzazo a destiempo o un golpe. La legión de unos era el futuro en el presente. Era descorazonador ver cómo solo los amantes y los hijos no emancipados eran los únicos que colaboraban entre sí.

Este infernal reloj marcaba con precisión el tiempo que arrancaba de las vidas de los lugareños con los golpes de pico en la pared, los resoplidos y el arrastrar de pies. Quedé atrapado en este ritmo durante unos instantes, intentando buscar un patrón en el organizado caos de cientos de cansados corazones. No pude, no aún.

Decidí acercarme a un hueco recién abandonado para agarrar el pico de mango sudado con asco. Arrastrándolo pesadamente, me dirigí hacia la pared reservada por el peculiar cuarteto que debía de haberse ganado el respeto y la solitud de la que gozaban. Me apoyé en el instrumento como si de un bastón se tratase. Era el momento y el lugar perfecto para hacer negocios.

-Buenas tardes caballeros- les deseé en voz alta para llamar su atención-. No he podido evitar fijarme en que han creado una pequeña asociación para extraer todo lo posible de esta pared… Y hoy tengo una oferta, de tiempo limitado- especifiqué para añadirle interés-, que hacerles. Me ofrezco a limpiar el suelo, recogiendo y empaquetando los trozos de roca que extraigan, a cambio de una quinta parte. ¿Una quinta parte?- pregunté con un tono grave e irónico-. Eso es mucho, se dirán. Pero al final del día, cuando estén cansados de picar en esta cómoda posición recta, perfecta para el ejercicio de la espalda, seguro que se arrepienten de tener que agacharse- fingiría un dolor para ilustrarlo, cojeando ante ellos- para recoger los trozos de un largo… duro… y pesado día de trabajo- alargaría, pronunciando cada palabra con la pesadez que exigía el guión antes volver a mi alegre actitud-. Con esta pequeña mejora en su ergonomía les prometo que se ahorrarán los terribles dolores de los riñones, además de, al no tener que detenerse al final de la jornada, aumentar su producción de un treinta a un cuarenta por ciento. Y estamos hablando de porcentajes individuales- señalaría sin revelar que son los mismos que los totales para no estropear el valor de mi alegato-. No van a dejar esta oportunidad de enriquecerse ni de ahorrarse esos horribles calambres al tumbarse en la cama, ¿verdad? El tiempo corre, y hay mucha gente que, sin duda, aceptaría esta oferta… Esos pobres viejos de allí seguro que prefieren ahorrarse el reuma por una mísera, insípida e insufracta cantidad de piedras- Otro recurso útil es usar palabras que suenen acorde con el discurso propagandístico aunque no tengan nada que ver.

Estaría dispuesto a bajar mi sueldo a una octava parte de los beneficios, aunque intentaría llevarme lo máximo posible. Con esta acción respaldaría la debilidad de mi personaje al no verme obligado a levantar la “pesada” herramienta por encima de mis hombros, ahorrándome los quebraderos de cabeza que conllevaban silenciar la aberrante fuerza y habilidad que podría haber usado para extraer toneladas en apenas unos minutos.

Esperaba que alguien en toda la mina, aunque no fueran los de la pared VIP, aceptara mi proposición de negocios. No me importaba que luego pudiesen no respetar las obligaciones de nuestro contrato verbal, tan sólo deseaba contribuir a mi disfraz. Independientemente del resultado, aprovecharía mi tiempo arrastrando con fingido esfuerzo el pico por el suelo como una improvisada escoba para continuar desentrañando los secretos que enturbiaban mi plan. Y el primero y más sencillo de resolver era ver qué trazas escondían aquellos pedruscos.

Confiaba poder identificar si se trataba de algún compuesto usado en construcción, así como comprobar si era el metal anti-frutas del demonio tocándolo con la piel desnuda. Después, incluso si no llegaba a saber de qué se trataba, procuraría mantener una higiene respetable en su contacto para evitar posibles enfermedades derivadas de su exposición. Esto significaba que me levantaría el cuello de la camisa para improvisar una ridícula máscara anti polvo respirando a través de mis arrugadas ropas sujetas por la punta de la nariz.

Los cuatro que pican una única pared continúan haciéndolo mientras hablas, y cuando te callas siguen a lo suyo sin dignarse a mirarte siquiera. Parece que la falta de modales ha vuelto a hacer acto de presencia.

Si decides fijarte en cómo trabajan, comprobarás que no lo hacen igual que el resto de los mineros. La mayoría guardan los fragmentos de piedra que logran desprender de las paredes en sus sacos, pero esos tipos los dejan en el suelo y, además, no parecen tener ningún saco cerca. De hecho, se podría decir que les da igual la roca que extraen.

Entonces puedes reparar en que unos niños se encuentran en la entrada de uno de los pasillo y en que, periódicamente, corren a guardar en sus pequeñas bolsas las piedras que los cuatro sujetos arrancan de la pared. Desde luego pican más rápido y más fuerte que nadie en la gruta.

-¿Se puede saber que haces ahí? -dice una voz a tus espaldas. Uno de los vigilantes se acerca a ti a paso rápido y, tras agarrarte del hombro, te lanza junto al resto de los trabajadores. Estos se hacen a un lado sin mirarte siquiera, dejándote un hueco para que empieces a trabajar.

En caso de que decidas repetirles tu oferta, cualquiera de ellos la rechazará con un escueto "no" más parecido a un gruñido que a una respuesta.

No obstante, si miras a tu izquierda te encontrarás con un muchacho rubio, alto y musculoso que pica vigorosamente mientras te lanza algunas miradas de reojo. Él tampoco se dejará parasitar, pero tal vez le hayas gustado... En caso de que pongas un poco de atención, comprobarás que él tampoco trabaja del mismo modo que los demás. Todos guardan con cuidado cada piedra que sacan, pero él las ignora hasta que percibe que tiene demasiadas a su alrededor. Entonces las guarda en su saco y continúa.

Me ignoraron por completo, ni siquiera se dignaron a mirarme a la cara. Estaba acostumbrado al silencio, a la negación de toda petición y súplica, pero William no lo estaba. Él aún no había aprendido cuán doloroso podía llegar a ser el silencio. Mi sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco, rota por la crudeza y crueldad de una realidad que me tocaba vivir de nuevo, una a la que un noble jamás había estado expuesto. Fruncí el ceño, pero no lo hice de rabia, sino de incomprensión y miedo. Mi trabajo ya lo suplían otros, unos niños que parecían no comprender el alcance de la desgracia de su pueblo. Apreté los puños, tragándome el odio y la decisión que acababa de tomar. Necesitaba tiempo, más tiempo, y debía seguir actuando.

Con el primer rechazo, no a un capricho, sino a la propia humanidad, el señor Fortune no tardó mucho en obedecer los deseos del bruto guardia. Continué reflejando en mi rostro la preocupación de mi personaje por su integridad y la carga que se vería obligado a soportar. Nadie me contrataba por mucho que ofreciera mis servicios y rebajara mi sueldo.

Finalmente, acepté mi triste destino en el hueco. Dediqué una mirada al Adonis a mi lado intentando no dejar que me afectara el cercano tufo de su trabajo. Sonreí esperanzado, queriendo encontrar alguien, por baja que fuera su casta y por fuerte que fuese su sudor, de quien hacerme amigo. Es lo que hubiera querido el pobre desgraciado al que había dado vida, él sabía que en todas las historias todo se solucionaba con un buen amigo. Lo cierto es que esperaba que se quedara en solo eso, suficiente tenía con mi pretendiente de canino gesto.

-Buenos días, me llamo Will- dijo el noble al extraño, sobreponiéndose a los consejos de una madre que le exigía que hiciese lo contrario.

Mientras esperaba el inicio de una conversación que orquestar, totalmente dispuesto a improvisar las repuestas de mi nueva identidad, empecé a cavar intentando interpretar la torpeza y falta de vigor de un pijito. Dejaría que la gravedad hiciera su trabajo tras levantar la herramienta con pequeños temblores de unos músculos forzados a hacer un trabajo que nunca habían realizado.

Al menos ahora podría comprobar de primera mano qué era lo que escondía la piedra. Y por qué no, la conversación me permitiría obtener cierta información que estaba reservándome a preguntar a la noche.

-¿Y todo el tema este de la mina viene sucediendo hace mucho?- inquiriría con curiosidad a mi nuevo "amigo", aprovechando uno de las largas pausas que tenía que hacer para reunir las fuerzas para levantar el pico.

En mi interior, parte de mí estaba dedicándose a enumerar los guardias que había visto, intentando extrapolar matemáticamente de cuántos hombres disponía Murph.

-Gumersindo -dice el chico sin dejar de hacer impactar su pico una y otra vez. No obstante, guarda silencio cuando uno de los guardias que pasa por detrás de vosotros le da un suave toque con el palo que lleva-. Así acabarás más destrozado aún de lo que deberías -comenta cuando te ve levantar tu herramienta-. No hace falta que hagas tanto recorrido con el pico. Basta con que lo pongas a la altura de la cabeza y aproveches su peso para lanzarlo hacia delante. Es sencillo cuando te acostumbras.

Entonces hace una pequeña pausa y comienza a dar unos golpes en la pared con la empuñadura de su herramienta y, tras asentir casi imperceptiblemente, vuelve a la carga con ánimos renovados. Tras unos segundos todos los alrededores se llenan de fragmentos de piedra, pero Gumersindo no para de golpear la roca hasta que se da cuenta de que son demasiados. Una forma un tanto compulsiva de trabajar, ¿no?

-Hmmmm... No sabría decirte. Esto siempre ha sido así. Al igual que yo, mi padre trabaja aquí, y mi abuelo fue el dueño de la "empresa" durante su juventud -explica, dotando a la palabra "empresa" de una entonación un tanto diferente-. Tú no eres de por aquí, ¿verdad? -añade cuando vuelve a mirarte. Parece que cree que te ha dado suficiente información por el momento. Por cierto, ¿dónde estará su padre?

Si miras a tu alrededor verás que no hay nadie que se parezca al muchacho en lo más mínimo, aunque en realidad no tiene por qué parecerse a su padre, ¿no? Entonces el del palo vuelve a pasar caminando a vuestras espaldas y puedes escuchar cómo susurra a tu nuevo amigo, si quieres llamarlo así y él no manifiesta nada en contra claro...

-Calla, Gumer. Jonah está empezando a mirarte demasiado.