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Confirmado, en esta isla no hacían más que maldecir a la siguiente generación con nombres cada vez más horrendos. Temía por los pobres niños que había visto, condenados a cargar con aquellas horribles etiquetas durante toda su vida. Seguro que les dejaban alguna repercusión psicológica. Desde luego, a mí me la estaban dejando.
Acepté su consejo, agradeciéndoselo con un musitado “gracias”, e intenté plasmar lo que me había explicado con un deje de torpeza propio de alguien que nunca se ensuciaba las manos. Me gustaría decir que lo conseguí, pero con esta nueva y cómoda postura el imitar los temblores propios del cansancio muscular era mucho menos efectivo. Comencé a sacar pequeñas esquirlas de la pared, nada que comparar con la montaña que sacaba mi vecino de una vertiginosa serie de golpes. Casi parecía que no se daba cuenta de la velocidad con la que cavaba hasta que los pedruscos le tapaban los pies.
Escuché atentamente lo que me reveló, pero no pude discernir qué es lo que pasaba en aquella isla ni cómo se regía. ¿Acaso había algún tipo de concurso cada generación para ver quién se llevaba la empresa? ¿Antes era más como una comuna que no podía igualar la eficiencia, ni la crueldad, de la que ahora hacía gala? Muchas preguntas que hacer y poco tiempo para poder hacerlas mientras estuviésemos vigilados. Tampoco entendí por qué el guardia advirtió a Gumer. Dejé el tiempo pasar para poder continuar con una espaciada charla que no atrajera la atención ni el odio de nuestros captores.
-¿Y cómo se hizo Murph con todo esto?- Sería la primera de las preguntas-. ¿Y qué se supone que extraemos?- La segunda, cinco minutos en el futuro, a otros cinco de la tercera-. ¿Cómo va el tema de los contratos?
Acepté su consejo, agradeciéndoselo con un musitado “gracias”, e intenté plasmar lo que me había explicado con un deje de torpeza propio de alguien que nunca se ensuciaba las manos. Me gustaría decir que lo conseguí, pero con esta nueva y cómoda postura el imitar los temblores propios del cansancio muscular era mucho menos efectivo. Comencé a sacar pequeñas esquirlas de la pared, nada que comparar con la montaña que sacaba mi vecino de una vertiginosa serie de golpes. Casi parecía que no se daba cuenta de la velocidad con la que cavaba hasta que los pedruscos le tapaban los pies.
Escuché atentamente lo que me reveló, pero no pude discernir qué es lo que pasaba en aquella isla ni cómo se regía. ¿Acaso había algún tipo de concurso cada generación para ver quién se llevaba la empresa? ¿Antes era más como una comuna que no podía igualar la eficiencia, ni la crueldad, de la que ahora hacía gala? Muchas preguntas que hacer y poco tiempo para poder hacerlas mientras estuviésemos vigilados. Tampoco entendí por qué el guardia advirtió a Gumer. Dejé el tiempo pasar para poder continuar con una espaciada charla que no atrajera la atención ni el odio de nuestros captores.
-¿Y cómo se hizo Murph con todo esto?- Sería la primera de las preguntas-. ¿Y qué se supone que extraemos?- La segunda, cinco minutos en el futuro, a otros cinco de la tercera-. ¿Cómo va el tema de los contratos?
Tu rubio y fornido mentor asiente al ver cómo cambias tu postura y empiezas a picar de la forma en que él te ha dicho y, tras hacer una pequeña pausa en la que observa tu desempeño con ojo crítico, continúa con sus labores.
-Pregunta menos y pica más -te dice en voz baja cuando escucha la primera de tus preguntas. Gumer no te responde a ésta, y cuando le lanzas la segunda el del palo vuelve a pasar a vuestras espaldas y le da un nuevo toque de atención con su arma. Esta vez ha sido un golpe algo más contundente, indicándole que estáis empezando a llamar la atención. No sé si te interesará o no, pero tu fuente de información no parece tener interés en que sus supervisores se enfaden.
-Mira, aquí hay mucha piedra y menos tiempo del que me gustaría. Además, Epifanio no para de avisarme de que Jonah está cada vez más enfadado, y créeme si te digo que no te gustaría comprobar lo que eso significa -te comenta en voz baja de forma atropellada después de que enuncias la última de tus preguntas-. Te responderé a una de las preguntas y se acabó, ¿de acuerdo? Elige tú.
Entonces comienza a golpear de nuevo la pared. Parece que Gumersindo tiene complejo de genio de la lámpara o algo por el estilo, pero el hecho es que sólo te va a dar información una vez más por el momento. Tal vez deberías escoger con cuidado qué es lo más relevante de todo lo que quieres saber.
-Pregunta menos y pica más -te dice en voz baja cuando escucha la primera de tus preguntas. Gumer no te responde a ésta, y cuando le lanzas la segunda el del palo vuelve a pasar a vuestras espaldas y le da un nuevo toque de atención con su arma. Esta vez ha sido un golpe algo más contundente, indicándole que estáis empezando a llamar la atención. No sé si te interesará o no, pero tu fuente de información no parece tener interés en que sus supervisores se enfaden.
-Mira, aquí hay mucha piedra y menos tiempo del que me gustaría. Además, Epifanio no para de avisarme de que Jonah está cada vez más enfadado, y créeme si te digo que no te gustaría comprobar lo que eso significa -te comenta en voz baja de forma atropellada después de que enuncias la última de tus preguntas-. Te responderé a una de las preguntas y se acabó, ¿de acuerdo? Elige tú.
Entonces comienza a golpear de nuevo la pared. Parece que Gumersindo tiene complejo de genio de la lámpara o algo por el estilo, pero el hecho es que sólo te va a dar información una vez más por el momento. Tal vez deberías escoger con cuidado qué es lo más relevante de todo lo que quieres saber.
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Si aquel fortachón a mi lado había podido ver a través de mi disfraz, era sólo una cuestión de tiempo que me descubrieran. Debía ganarme su confianza, siempre y cuando no fuese un agente doble. Dudaba de esto, es más, me parecía que el lobo que nos rondaba atento a interrumpir nuestras preguntas era más bien una oveja en piel de lobo. Quizás, dentro de este propio sistema, muchos hayan decidido apoyar a los malvados empujados por un extraño síndrome psicológico. Esto era el colmo.
Tenía que decidir cuál sería mi única pregunta. Tampoco podía abusar del tiempo de respuesta apretujándola todas en una larga oración condicional… ¿Qué escoger? Si inquiría sobre qué extraían de la piedra, podía no saberlo, o simplemente decirme que roca. Si esta “empresa” había sido siempre así, quizá Murph llevaba explotando a esta gente lo suficiente como para que su ascenso al poder no fuese recordado por el joven a mi lado. Dado que parecía bastante preocupado por el tiempo y la cantidad de material que sacaba, escogí la del contrato.
-¿Cómo va todo esto del contrato?- pregunté mientras continuaba realizando mi fingida labor.
Tenía que decidir cuál sería mi única pregunta. Tampoco podía abusar del tiempo de respuesta apretujándola todas en una larga oración condicional… ¿Qué escoger? Si inquiría sobre qué extraían de la piedra, podía no saberlo, o simplemente decirme que roca. Si esta “empresa” había sido siempre así, quizá Murph llevaba explotando a esta gente lo suficiente como para que su ascenso al poder no fuese recordado por el joven a mi lado. Dado que parecía bastante preocupado por el tiempo y la cantidad de material que sacaba, escogí la del contrato.
-¿Cómo va todo esto del contrato?- pregunté mientras continuaba realizando mi fingida labor.
Gumer sigue picando en silencio unos segundos después de que formules tu pregunta. De vez en cuando mira de reojo la posición de Epifanio y de Jonah, seguramente buscando el momento oportuno para responderte. Así es. Cuando ve que el primero se encuentra lo suficientemente lejos y que el segundo se da la vuelta, deja de extraer trozos de piedra y clava sus ojos en los tuyos.
-Escúchame bien, porque sólo te lo diré una vez. Eso de los contratos es para aparentar. Lithos funciona así desde siempre, desde antes de que mi abuelo naciera. Lo que ocurre es que la burocracia cada vez es más exigente y demanda que sea una empresa la encargada de vender los materiales que se extraen aquí. Además, obliga a que todos los "litheros" tengan un contrato que los confirme como trabajadores de la misma. ¡Por Dios, si la balanza que mide cuánto material has sacado lleva meses rota!
Entonces, dándose cuenta de que ha subido el tono de voz más de lo que le gustaría, retoma su labor con ánimos renovados. Si analizas lo que te ha dicho notarás que no ha dicho Stoneland para referirse a la isla. Puedes interpretar el resto de su respuesta como creas...
-Escúchame bien, porque sólo te lo diré una vez. Eso de los contratos es para aparentar. Lithos funciona así desde siempre, desde antes de que mi abuelo naciera. Lo que ocurre es que la burocracia cada vez es más exigente y demanda que sea una empresa la encargada de vender los materiales que se extraen aquí. Además, obliga a que todos los "litheros" tengan un contrato que los confirme como trabajadores de la misma. ¡Por Dios, si la balanza que mide cuánto material has sacado lleva meses rota!
Entonces, dándose cuenta de que ha subido el tono de voz más de lo que le gustaría, retoma su labor con ánimos renovados. Si analizas lo que te ha dicho notarás que no ha dicho Stoneland para referirse a la isla. Puedes interpretar el resto de su respuesta como creas...
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Tras recibir esa contestación me quedé unos segundos mirándole con un irónico “¿En serio?” a punto de brotarme de los labios. ¿Por qué? Primero porque me extrañaba que una isla llevara un sistema socioeconómico tan raro y prácticamente esclavista, y segundo porque le había preguntado el contrato y se había ido a la historia local con la facilidad con la que un mono se cambiaba de rama. O quizás sería mejor decir una ardilla dada la vegetación del entorno.
Seguí con el suave picado de la roca, al que todavía no me había acostumbrado, mientras pensaba que el problema no era de la burocracia, sino las personas tras esa medida de control. ¿Hacía falta hacerle un contrato a cada uno de los que se encargaran de labrar la roca? Claro, si querías pagarles lo justo según su esfuerzo, pero estas abusivas condiciones sobraban.
Estaba claro que había alguna manera de hacerse con el poder, algún tipo de reto o votación para controlar la nueva “empresa”. El único problema que podría plantear que yo mismo fuese quien retara para hacerme con el control sería que solo permitiesen a lithiyan… lethire… a gente nacida en Lithos.
Continuaría con mi labor, más cansada de lo esperado debido a la parsimonia y la monotonía de los gestos, a la que al tiempo añadiría los gestos propios del cansancio como los resoplidos, el enjugarse el sudor y el pararse un momento a tomar aire con las manos en las caderas y la espalda arqueada. Qué le voy a hacer, soy un actor del método. Y tambíen, en mi interior, continuaría con otra igual de cansada desde el punto de vista intelectual.
Me preguntaba a dónde me llevaría todo esto, y si de una maldita vez vez, cuando recogiera los trozos de roca para meterlos en el saco de arpillera, podría determinar qué demonios estaban extrayendo.
Seguí con el suave picado de la roca, al que todavía no me había acostumbrado, mientras pensaba que el problema no era de la burocracia, sino las personas tras esa medida de control. ¿Hacía falta hacerle un contrato a cada uno de los que se encargaran de labrar la roca? Claro, si querías pagarles lo justo según su esfuerzo, pero estas abusivas condiciones sobraban.
Estaba claro que había alguna manera de hacerse con el poder, algún tipo de reto o votación para controlar la nueva “empresa”. El único problema que podría plantear que yo mismo fuese quien retara para hacerme con el control sería que solo permitiesen a lithiyan… lethire… a gente nacida en Lithos.
Continuaría con mi labor, más cansada de lo esperado debido a la parsimonia y la monotonía de los gestos, a la que al tiempo añadiría los gestos propios del cansancio como los resoplidos, el enjugarse el sudor y el pararse un momento a tomar aire con las manos en las caderas y la espalda arqueada. Qué le voy a hacer, soy un actor del método. Y tambíen, en mi interior, continuaría con otra igual de cansada desde el punto de vista intelectual.
Me preguntaba a dónde me llevaría todo esto, y si de una maldita vez vez, cuando recogiera los trozos de roca para meterlos en el saco de arpillera, podría determinar qué demonios estaban extrayendo.
Pues eso: picas y picas. No parece que haya relevos y únicamente hacéis una pequeña pausa para recuperar el aliento. Dicho receso dura aproximadamente media hora, y vuestros "supervisores" -por decirlo suavemente- os obsequian con un mundano bocadillo de mortadela. No sé si tu exquisito paladar estará acostumbrado a la menor de las hermanas de los embutidos, pero en caso de que lo esté comprobarás que la calidad es más que mejorable. Por lo menos el bocadillo es grande...
Los tipos de alrededor engullen la comida como animales -Gumer incluído-. Si le preguntas por qué come de ese modo, te dirá que para aprovechar la media hora para descansar en condiciones y, de paso, que el flato no haga acto de presencia cuando volváis a picar la pared. Por cierto, espero que estés recogiendo las piedras que vas extrayendo, porque te darás cuenta de que es granito.
Tras unas horas te llega el eco de una alarma que suena en la distancia. La jornada laboral ha terminado, pero entonces aparece el bulldog acompañando al tal Jonah.
-Tú no te vas -dice cuando está lo suficientemente cerca de ti-. Tú aún tienes que trabajar tres horas más, así que sigue picando... princesa. -Entonces te guiña torpemente un ojo y se introduce en el mismo túnel por el que ha aparecido. El tal Jonah se queda unos metros por detrás de tu posición, observándote sin parpadear apenas. No te voy a engañar, el modo en que te mira es un poco espeluznante.
Los tipos de alrededor engullen la comida como animales -Gumer incluído-. Si le preguntas por qué come de ese modo, te dirá que para aprovechar la media hora para descansar en condiciones y, de paso, que el flato no haga acto de presencia cuando volváis a picar la pared. Por cierto, espero que estés recogiendo las piedras que vas extrayendo, porque te darás cuenta de que es granito.
Tras unas horas te llega el eco de una alarma que suena en la distancia. La jornada laboral ha terminado, pero entonces aparece el bulldog acompañando al tal Jonah.
-Tú no te vas -dice cuando está lo suficientemente cerca de ti-. Tú aún tienes que trabajar tres horas más, así que sigue picando... princesa. -Entonces te guiña torpemente un ojo y se introduce en el mismo túnel por el que ha aparecido. El tal Jonah se queda unos metros por detrás de tu posición, observándote sin parpadear apenas. No te voy a engañar, el modo en que te mira es un poco espeluznante.
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Al fin descansábamos. Me desmoroné sobre mis rodillas como una inestable estructura y apoyé la frente sobre la irregular superficie del granito que extraíamos. Me dolía en el alma desperdiciar el material tan caro que debía, que necesitaba, ser cortado con herramientas especializadas y cariño para poder sacar a relucir todo su esplendor. Y me dolía aún más haber tardado tanto en identificarlo, cuando yo ya era cómplice del brutal crimen. También lo hacían las rodillas en las que se me clavaban los iregulares trozos de roca que había extraído, obligándome a recordar en un futuro que antes de hacer un gesto tan profundo debía asegurarme que mi aterrizaje fuese más cuidadoso. Ahí iba parte de mis pantalones y la sangre de mis rótulas. Aun así no me pareció pago suficiente para el pecado que había cometido, del que todos habíamos sido partícipes.
Respiré con pesadez y me apoyé en el muro para girarme y sentarme en una posición más cómoda, libre de pedruscos que se me clavaran en mis posaderas. Ya había tenido suficientes pinchazos ahí por lo que quedaba de semana. Cogí suavemente el bocadillo ofrecido y lo miré con más cansancio que hambre, sobre todo después de abrirlo un poco y ver el embutido de baratillo con lo que lo habían rellenado miserablemente.
-¿Lo quieres? Yo voy a echarme un rato- le ofrecería al rubio, y si no lo aceptaba se lo daría a cualquiera, para después dejar caer mi cabeza sobre la roca y cerrar los ojos. Haría caso omiso a los consejos de que debería comer si alguien me los daba, William estaba demasiado cansado para hacerlo y yo mismo ya no necesitaba tanto mundanal sustento. Me quedaría dormitando todo el tiempo que William necesitaba, con el rostro caído y una lenta respiración de aquel que se desmorona por la fatiga.
Con el compás de mi respiración como fondo, escucharía las voces, los corazones y el rápido masticar de los allí presente como una banal sinfonía orquestada en el palacio de piedra que habíamos profanado. Cada gota de sudor cayendo por los sucios rostros ajenos dejaba una mancha al caer en el pétreo suelo, intacto durante milenios. Éramos herejes, monstruos que habían perpetrado el templo de la madre tierra que tanto nos había regalado. Tomábamos sus obras de arte y las destrozábamos. ¿Y para qué? Para nada más que saciar nuestra codicia. Esa diosa, tan buena y amable, pronto exigiría un pago en sangre como venganza. Nadie soportaría que, tras ayudar a todos con tanta ilusión, le tratasen con tanto desprecio.
-Venga ya, si sólo han sido cinco minutos- me quejaría al escuchar la alarma a la media hora. Volvería al trabajo de mala gana, interpretando estar más cansado y entumecido que antes. Aprovecharía este momento inicial de “empanaera” para recoger las piedras y mi bocadillo, si nadie lo había querido, metiéndolos en el saco. Quedaría bastante satisfecho de este gesto, como si no hubiese diferenciado entre la comida y una piedra al estar recién despertado.
-Por fin- dije con extenuación e ilusión al ver cómo, tras la alarma, todos volvían a casa. Por supuesto, este bonito amalgama de emociones se rompió al escuchar el último “princesa” de aquella jornada. Exhalé un gutural suspiro de impotencia, dejando caer mis brazos y buscando la ayuda de un dios que se apiadara de mí en el techo del túnel.
Bajo aquella perturbadora mirada de mi único vigilante, dejé pasar el tiempo lanzando alguna pregunta al aire como: “¿Y qué demonios sacáis de todas estas rocas?”, “¿Te gusta este trabajo?”, “¿Has ido al oculista últimamente?”, que, por supuesto, no recibieron contestación alguna. A la hora actuar bajo la atenta supervisión del guardia, lancé mi pico a un lado con desesperación.
-No puedo más- me lamenté baldado -. Tengo hambre, sueño, y me duelen las manos. Necesito descansar- diría sentándome sin su permiso, intentando recuperar el aliento-. Por favor, un rato, solo un rato… Te prometo que volveré a trabajar, nadie tiene porqué enterarse…-suplicaría, y en el momento justo en que se moviera hacia a mí para quitarme esa estúpida idea de la cabeza, levantaría un dedo esbozando una sonrisa-. ¿Y si te cuento una historia mientras? Mi historia. Así no te aburrirás- solicité, dispuesto a ofrecérsela como pago por unos minutos de descanso.
Esperaba que se detuviera, que me dejara comenzar mi relato bajo el pretexto de llegar a conocerme y así tener algo de lo que informar a su líder. Deseaba que me dejara contarlo más que el propio y cansado William.
Respiré con pesadez y me apoyé en el muro para girarme y sentarme en una posición más cómoda, libre de pedruscos que se me clavaran en mis posaderas. Ya había tenido suficientes pinchazos ahí por lo que quedaba de semana. Cogí suavemente el bocadillo ofrecido y lo miré con más cansancio que hambre, sobre todo después de abrirlo un poco y ver el embutido de baratillo con lo que lo habían rellenado miserablemente.
-¿Lo quieres? Yo voy a echarme un rato- le ofrecería al rubio, y si no lo aceptaba se lo daría a cualquiera, para después dejar caer mi cabeza sobre la roca y cerrar los ojos. Haría caso omiso a los consejos de que debería comer si alguien me los daba, William estaba demasiado cansado para hacerlo y yo mismo ya no necesitaba tanto mundanal sustento. Me quedaría dormitando todo el tiempo que William necesitaba, con el rostro caído y una lenta respiración de aquel que se desmorona por la fatiga.
Con el compás de mi respiración como fondo, escucharía las voces, los corazones y el rápido masticar de los allí presente como una banal sinfonía orquestada en el palacio de piedra que habíamos profanado. Cada gota de sudor cayendo por los sucios rostros ajenos dejaba una mancha al caer en el pétreo suelo, intacto durante milenios. Éramos herejes, monstruos que habían perpetrado el templo de la madre tierra que tanto nos había regalado. Tomábamos sus obras de arte y las destrozábamos. ¿Y para qué? Para nada más que saciar nuestra codicia. Esa diosa, tan buena y amable, pronto exigiría un pago en sangre como venganza. Nadie soportaría que, tras ayudar a todos con tanta ilusión, le tratasen con tanto desprecio.
-Venga ya, si sólo han sido cinco minutos- me quejaría al escuchar la alarma a la media hora. Volvería al trabajo de mala gana, interpretando estar más cansado y entumecido que antes. Aprovecharía este momento inicial de “empanaera” para recoger las piedras y mi bocadillo, si nadie lo había querido, metiéndolos en el saco. Quedaría bastante satisfecho de este gesto, como si no hubiese diferenciado entre la comida y una piedra al estar recién despertado.
-Por fin- dije con extenuación e ilusión al ver cómo, tras la alarma, todos volvían a casa. Por supuesto, este bonito amalgama de emociones se rompió al escuchar el último “princesa” de aquella jornada. Exhalé un gutural suspiro de impotencia, dejando caer mis brazos y buscando la ayuda de un dios que se apiadara de mí en el techo del túnel.
Bajo aquella perturbadora mirada de mi único vigilante, dejé pasar el tiempo lanzando alguna pregunta al aire como: “¿Y qué demonios sacáis de todas estas rocas?”, “¿Te gusta este trabajo?”, “¿Has ido al oculista últimamente?”, que, por supuesto, no recibieron contestación alguna. A la hora actuar bajo la atenta supervisión del guardia, lancé mi pico a un lado con desesperación.
-No puedo más- me lamenté baldado -. Tengo hambre, sueño, y me duelen las manos. Necesito descansar- diría sentándome sin su permiso, intentando recuperar el aliento-. Por favor, un rato, solo un rato… Te prometo que volveré a trabajar, nadie tiene porqué enterarse…-suplicaría, y en el momento justo en que se moviera hacia a mí para quitarme esa estúpida idea de la cabeza, levantaría un dedo esbozando una sonrisa-. ¿Y si te cuento una historia mientras? Mi historia. Así no te aburrirás- solicité, dispuesto a ofrecérsela como pago por unos minutos de descanso.
Esperaba que se detuviera, que me dejara comenzar mi relato bajo el pretexto de llegar a conocerme y así tener algo de lo que informar a su líder. Deseaba que me dejara contarlo más que el propio y cansado William.
Jonah no se encuentra allí por ser un hombre particularmente listo, sino por su diligencia y eficacia -y por su fenotipo "armario empotrado"-. Dudo mucho que caiga en la cuenta de que puede valerse de esa situación para obtener información útil para Murph, pero eso no quita que tenga sus curiosidades e inquietudes.
Tu vigilante ignora por completo tus preguntas mientras picas. Pareciera que han puesto un espantapájaros a observarte en lugar de a un hombre, pero su actitud cambia cuando te dejas caer. Jonah comienza a andar a paso rápido en dirección a ti al tiempo que coloca sus manos delante de su cuerpo, adoptanto la postura con la que pretende obligarte a que te levantes y sigas trabajando.
No obstante, cuando le ofreces contarle tu historia baja un poco el ritmo. Parece que le ha interesado; es un tipo curioso después de todo. Jonah se para y te observa durante unos segundos exhibiendo la más malhumorada de sus expresiones.
-Está bien. Cuéntamela, pero sigue trabajando aunque sea más lento... Como vuelvas a pararte seré yo el que se ponga a picar, pero te usaré a ti como herramienta -dice con una voz que no hace justicia a su condición, asemejándose más a un gruñido. Antes ha dirigido un breve vistazo a tu saco de piedras para ver cuánto llevas. Si te ha dicho eso será porque lo que llevas recogido es suficiente, ¿no? Tú verás si le haces caso o no.
Tu vigilante ignora por completo tus preguntas mientras picas. Pareciera que han puesto un espantapájaros a observarte en lugar de a un hombre, pero su actitud cambia cuando te dejas caer. Jonah comienza a andar a paso rápido en dirección a ti al tiempo que coloca sus manos delante de su cuerpo, adoptanto la postura con la que pretende obligarte a que te levantes y sigas trabajando.
No obstante, cuando le ofreces contarle tu historia baja un poco el ritmo. Parece que le ha interesado; es un tipo curioso después de todo. Jonah se para y te observa durante unos segundos exhibiendo la más malhumorada de sus expresiones.
-Está bien. Cuéntamela, pero sigue trabajando aunque sea más lento... Como vuelvas a pararte seré yo el que se ponga a picar, pero te usaré a ti como herramienta -dice con una voz que no hace justicia a su condición, asemejándose más a un gruñido. Antes ha dirigido un breve vistazo a tu saco de piedras para ver cuánto llevas. Si te ha dicho eso será porque lo que llevas recogido es suficiente, ¿no? Tú verás si le haces caso o no.
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Aquel gorila medio vizco que parpadeaba poco y asincrónicamente había mordido el anzuelo. A todo el mundo le gustaba una buena historia, siempre y cuando pudiese sentir algo por su protagonista. Este era el momento idóneo para darle la vuelta a la tortilla y convertir al asqueroso pijo en un personaje por el que uno se lamentaría el haberle odiado.
Se abre el telón.
Asentí y alargué la mano hacia el pico para tomarlo entre mis manos, permaneciendo sentado en el suelo unos segundos más. Jugaría con él, girándolo entre mis dedos sin llegar a darle la vuelta, meciéndolo a un lado y al otro para marcar el ritmo de mi historia. Le miré a los ojos de mi público y aparté la mirada sin querer que pudiese verme en mi hora más baja.
-Siempre soñé con ser actor- confesé, haciendo un esfuerzo por levantarme-, pero con mi apellido eso era algo imposible- me lamenté, arrastrando la herramienta por el suelo para intentar llegar a la pared que se me había prohibido picar antes. Si se me prohíbia, simplemente volvería a la que me había dedicado durante todo el día-. Nunca me había agradado el negocio familiar, siempre he odiado el tabaco: su olor, su sabor, y, por supuesto, sus devastadores efectos sobre la salud. Pero nunca lo odie tanto como el día en el que mi padre murió de un enfisema causado por su mal vicio- revelaría al primer golpe en la roca, uno no con todas mis fuerzas, pero con todas las de Will-. No me malinterpretes- me jacataría, mirándole por encima del hombro con una pequeña sonrisa mientras continuaba picando-, le odiaba tanto como al humo que le echaba en la cara a mi madre cada vez que ella volvía arrastrándose de nuevo hasta él- seguí con lo mío, dándole la espalda e impregnando de bilis mis palabras-. Era un hijo de puta con más de mil amantes que restregarle en su cara. Él ansiaba hacerle tanto daño como amor tenía ella para regalarle. Con su más que merecida muerte yo heredaba todo el maldito negocio, y, como buen Fortune- ironicé-, debía hacerme cargo de una multimillonaria empresa que no quería- suspiré, maldiciendo y dándome una pausa para continuar con mi relato-. Intenté destruirla desde dentro con un par de malos contratos, pero la suerte, riéndose de mí y de mi apellido, nos hizo duplicar nuestras arcas- me lamenté, buscando las fuerzas para levantar el pico una vez más-. Ojalá pudiera decir que el dinero me trajo la felicidad, pero nunca lo había hecho.
Recordé una infancia que jamás había vivido, una en la que, por muchos juguetes y criados que tuviera, siempre estaba solo.
-Quería ser real- anhelé, marcando la última palabra con un deseo tan puro y sincero que me hizo detener mi trabajo-, no un mero muñeco que mi madre presentara como legítimo heredero ante sus amigas y otros despiadados hombres de negocios- dije con una tristeza sacada directa del corazón-. Ella siempre había querido que me convirtiese en un hombre como mi padre, el amor de su vida que no la quería de vuelta. No es que fuese mala…- pronuncié intentando honrarla, o al menos no insultar su memoria-, pero nunca me escuchaba. Y el día en el que le conté mi sueño tampoco lo hizo, ignorando tanto mis palabras como mi súplica de que no saltara por la ventana…- miré al suelo, aún afectado por el recuerdo de su muerte-. A veces pienso que lo hizo para que, por fin, me convirtiese en un hombre tan cruel como mi padre- sonreí-. ¿Lo hice? Me gustaría haberlo hecho, así su muerte hubiese servido de algo- cerré los ojos, dando por concluida la primera parte de mi relato, dejando sin responder las preguntas de cómo había llegado hasta allí y qué había sucedido después. Debía mantener la ilusión-. Será mejor que continúe, ya he hablado lo suficiente- dije todavía cansado, dispuesto a reanudar mi trabajo tras la sentida pausa con mayor empeño. A menos, claro está, de que quisiese que continuara…
Se abre el telón.
Asentí y alargué la mano hacia el pico para tomarlo entre mis manos, permaneciendo sentado en el suelo unos segundos más. Jugaría con él, girándolo entre mis dedos sin llegar a darle la vuelta, meciéndolo a un lado y al otro para marcar el ritmo de mi historia. Le miré a los ojos de mi público y aparté la mirada sin querer que pudiese verme en mi hora más baja.
-Siempre soñé con ser actor- confesé, haciendo un esfuerzo por levantarme-, pero con mi apellido eso era algo imposible- me lamenté, arrastrando la herramienta por el suelo para intentar llegar a la pared que se me había prohibido picar antes. Si se me prohíbia, simplemente volvería a la que me había dedicado durante todo el día-. Nunca me había agradado el negocio familiar, siempre he odiado el tabaco: su olor, su sabor, y, por supuesto, sus devastadores efectos sobre la salud. Pero nunca lo odie tanto como el día en el que mi padre murió de un enfisema causado por su mal vicio- revelaría al primer golpe en la roca, uno no con todas mis fuerzas, pero con todas las de Will-. No me malinterpretes- me jacataría, mirándole por encima del hombro con una pequeña sonrisa mientras continuaba picando-, le odiaba tanto como al humo que le echaba en la cara a mi madre cada vez que ella volvía arrastrándose de nuevo hasta él- seguí con lo mío, dándole la espalda e impregnando de bilis mis palabras-. Era un hijo de puta con más de mil amantes que restregarle en su cara. Él ansiaba hacerle tanto daño como amor tenía ella para regalarle. Con su más que merecida muerte yo heredaba todo el maldito negocio, y, como buen Fortune- ironicé-, debía hacerme cargo de una multimillonaria empresa que no quería- suspiré, maldiciendo y dándome una pausa para continuar con mi relato-. Intenté destruirla desde dentro con un par de malos contratos, pero la suerte, riéndose de mí y de mi apellido, nos hizo duplicar nuestras arcas- me lamenté, buscando las fuerzas para levantar el pico una vez más-. Ojalá pudiera decir que el dinero me trajo la felicidad, pero nunca lo había hecho.
Recordé una infancia que jamás había vivido, una en la que, por muchos juguetes y criados que tuviera, siempre estaba solo.
-Quería ser real- anhelé, marcando la última palabra con un deseo tan puro y sincero que me hizo detener mi trabajo-, no un mero muñeco que mi madre presentara como legítimo heredero ante sus amigas y otros despiadados hombres de negocios- dije con una tristeza sacada directa del corazón-. Ella siempre había querido que me convirtiese en un hombre como mi padre, el amor de su vida que no la quería de vuelta. No es que fuese mala…- pronuncié intentando honrarla, o al menos no insultar su memoria-, pero nunca me escuchaba. Y el día en el que le conté mi sueño tampoco lo hizo, ignorando tanto mis palabras como mi súplica de que no saltara por la ventana…- miré al suelo, aún afectado por el recuerdo de su muerte-. A veces pienso que lo hizo para que, por fin, me convirtiese en un hombre tan cruel como mi padre- sonreí-. ¿Lo hice? Me gustaría haberlo hecho, así su muerte hubiese servido de algo- cerré los ojos, dando por concluida la primera parte de mi relato, dejando sin responder las preguntas de cómo había llegado hasta allí y qué había sucedido después. Debía mantener la ilusión-. Será mejor que continúe, ya he hablado lo suficiente- dije todavía cansado, dispuesto a reanudar mi trabajo tras la sentida pausa con mayor empeño. A menos, claro está, de que quisiese que continuara…
Jonah deja que te levantes a tu ritmo. Parece que entiende que es tu primer día de trabajo y es lógico que estés cansado. Tal vez es menos estricto de lo que parece... No obstante, cuando ve que intentas aproximarte a la pared en la que antes había sólo cuatro tipos picando te lo impide. Pone una mano delante de tu pecho sin llegar a tocarte y te dice:
-No. Esa no es la tuya. Tú tienes que seguir picando en el mismo lugar que hasta ahora. -Al mismo tiempo señala con la otra mano el muro del que te estás alejando. ¿Por qué no te dejarán acercarte allí ni siquiera cuando eres el único en toda la mina?
Tal y como te ha dicho, a cambio de que le cuentes tu historia deja que muevas el pico a tu ritmo y no mete prisa. Por lo menos cumple con lo que dice, ¿no? A pesar del interés que tiene, en su cara no asoma ni el más mínimo atisbo de compasión o empatía. En su lugar te sigue mirando con la inquietante mirada que es tan característica en él, parpadeando de vez en cuando y sin moverse ni un milímetro. Puede que considere que tu historia no es tan triste al fin y al cabo... Viendo la clase de vida que lleva la gente de por allí no sería extraño que hubiera muchas historias más tristes que la tuya.
-Sí, sí. Sigue picando, pero no pares de hablar. Ya te lo he dicho antes, ¿no? -dice ante tu último comentario.
-No. Esa no es la tuya. Tú tienes que seguir picando en el mismo lugar que hasta ahora. -Al mismo tiempo señala con la otra mano el muro del que te estás alejando. ¿Por qué no te dejarán acercarte allí ni siquiera cuando eres el único en toda la mina?
Tal y como te ha dicho, a cambio de que le cuentes tu historia deja que muevas el pico a tu ritmo y no mete prisa. Por lo menos cumple con lo que dice, ¿no? A pesar del interés que tiene, en su cara no asoma ni el más mínimo atisbo de compasión o empatía. En su lugar te sigue mirando con la inquietante mirada que es tan característica en él, parpadeando de vez en cuando y sin moverse ni un milímetro. Puede que considere que tu historia no es tan triste al fin y al cabo... Viendo la clase de vida que lleva la gente de por allí no sería extraño que hubiera muchas historias más tristes que la tuya.
-Sí, sí. Sigue picando, pero no pares de hablar. Ya te lo he dicho antes, ¿no? -dice ante tu último comentario.
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No sabía si mi historia era o no de su agrado, pero su rostro, siempre en el mismo gesto, no era una señal alentadora. Tenía que pensar algo diferente, algo mucho más violento y visceral… como clavarle el pico que sostenía en el cráneo para librarme de él. También podría haberle tocado, dándole una cruel bienvenida de acero y piedra. De esa manera podría incluso interrogarle para saber qué demonios escondía la pared prohibida. Sí, era una buena opción.
Y entonces, justo cuando me había decidido a cambiar mi plan, se pronunció para que su curiosidad no quedase insatisfecha. No pude evitar sonreír con cierta ilusión... Mi público deseaba más.
Pero aún necesitaba hacer una historia más sentida, más dedicada, sólo para él. La idea me vino en manos de una oportuna musa de rostro paralizado. Respiré hondo, dispuesto a comenzar el segundo acto tras el breve intermedio.
-Lo primero que hice, después de un largo luto, fue dejar en manos más capaces la empresa. Por mucho que odiara todo lo que significaba, necesitaba el dinero. Pero no lo haría por mucho tiempo, me dije, y me lancé al mundo de la interpretación con un sueño como guía. Clase tras clase y esfuerzo tras esfuerzo, mis profesores dijeron que no podrían enseñarme más…- sonreí, marcando a destiempo un tañido en la roca-. Qué iluso fui.
Me di la vuelta, mirándole mientras colocaba el pico en el suelo a modo de improvisado atrezzo, como un micrófono. Sonreí con miedo, temiendo la evaluación de un jurado que no estaba ahí, que solo vivía en una memoria que no existía.- ¿Y bien? Les pregunté tras mi actuación, sabiendo y temiendo que había pasado demasiado tiempo para una sentida ovación- fui bajando el rostro, haciendo desaparecer mi sonrisa y volviendo a darme la vuelta para continuar en mi empeño-. Me dijeron que aunque no había fallado en ninguna palabra, que aunque había leído el guión impecablemente, que aunque…- suspiré, cansado, destrozado-. Que a pesar de que les gustaría contratarme para ver mi apellido en su película, no era capaz de transmitir nada con mi actuación. Les pregunté que a qué se referían, si eran los gestos, las palabras, el tono… Pero simplemente me dijeron que era algo que no podía enseñarse, algo ante lo que no podía hacer nada. Me dijeron que mis emociones no parecían reales. Y deseé que tuviesen razón- terminé de decir con la voz amenazando con romperse.
Picaría, sin pronunciar palabra alguna, durante un minuto completo, conteniendo las ganas de llorar. Necesitaba un momento para mí, para terminar la historia, y para recomponer el alma del triste confeso que había creado.
-¿Cómo podían decirme que mis emociones no parecían reales?- pregunté, ofendido y confuso-. ¿Qué puede haber más cruel para un actor, para cualquiera, que que le digan que sus emociones no valen nada?- escupí, con una punzada de furia antes de sumergirme en la tristeza de una oscura revelación-. En ese momento comprendí que no es que el mundo jamás me escuchara, sino que yo mismo no hablaba el mismo idioma. Nunca me había dado cuenta de que…- pronuncié lentamente, mirando la constelación dibujada sobre el granito frente a mí-. Que hablaba así, sin darme cuenta- terminé hueco, mecánico, sin alma.
Habiéndole dedicado mi propio trauma al suyo, confiaba que se apiadara de un pobre desdichado que había tenido que pasar lo mismo que él desde el momento en el que perdió la capacidad de cambiar su gesto. Ambos éramos personas que no podían comunicar como otros cómo se sentían realmente, ambos éramos iguales… Y no hay nadie a quien quieras más ayudar que a ti mismo. Incluso aunque la mayor parte del tiempo ignores tus propios problemas al no poder verlos frente a ti, sabes que quieres hacerlos desaparecer, cambiar, ayudarte. Y ahora, oh, ahora le daba la oportunidad de satisfacer sus propios deseos en alguien a quien sí podía ver y ayudar con mucha más facilidad que a sí mismo. Era el momento perfecto para una pequeña pausa de veinte segundos y así hacer que la idea atravesara su espíritu.
-Leí y me impregné del significado de las palabras, de cada matiz que un color o el describir de una escena podía dotar de un sentido emocional a la situación. Pero cuando lees un poema con esta voz, pierde toda musicalidad- continué, con el horrible tono más propio de un contestador automático-. Así que, imitando la pomposidad de todos los que me habían rodeado, comencé a hablar así- dije ilustrando con la última palabra un desdén propio de un multimillonario adinerado-. Por supuesto, no fue suficiente, mi querido amigo, la plebe nunca tiene suficiente. Tomando una escandalosa cantidad de dinero, me “dediké” a “viahá” con “le prgopósito” de “hacegrme” con cada acento, "kadta" "matttiz" y "katda" "timbrRe" de las "voZes" de "otTRos”- continué, variando la profundidad de la voz, sus manías y errores gramaticales al pasar de un paleto de pantano de mandíbula desencajada a un nasal granjero amante del queso apestoso, y terminar interpretando a un malhumorado hombre de las nieves-. Y volví- dije con mi voz clásica, la primera que él había oído-. ¿Y sabes qué me dijeron?
Dejaría el pico en el suelo, recogiendo las piedras que había sacado en mi saco, esperando una respuesta para comprobar si mi público seguía atento a mi historia. Lo haría con una pequeña sonrisa, un gesto caído que dejaba bien claro que deseaba borrar ese pasado.
Y entonces, justo cuando me había decidido a cambiar mi plan, se pronunció para que su curiosidad no quedase insatisfecha. No pude evitar sonreír con cierta ilusión... Mi público deseaba más.
Pero aún necesitaba hacer una historia más sentida, más dedicada, sólo para él. La idea me vino en manos de una oportuna musa de rostro paralizado. Respiré hondo, dispuesto a comenzar el segundo acto tras el breve intermedio.
-Lo primero que hice, después de un largo luto, fue dejar en manos más capaces la empresa. Por mucho que odiara todo lo que significaba, necesitaba el dinero. Pero no lo haría por mucho tiempo, me dije, y me lancé al mundo de la interpretación con un sueño como guía. Clase tras clase y esfuerzo tras esfuerzo, mis profesores dijeron que no podrían enseñarme más…- sonreí, marcando a destiempo un tañido en la roca-. Qué iluso fui.
Me di la vuelta, mirándole mientras colocaba el pico en el suelo a modo de improvisado atrezzo, como un micrófono. Sonreí con miedo, temiendo la evaluación de un jurado que no estaba ahí, que solo vivía en una memoria que no existía.- ¿Y bien? Les pregunté tras mi actuación, sabiendo y temiendo que había pasado demasiado tiempo para una sentida ovación- fui bajando el rostro, haciendo desaparecer mi sonrisa y volviendo a darme la vuelta para continuar en mi empeño-. Me dijeron que aunque no había fallado en ninguna palabra, que aunque había leído el guión impecablemente, que aunque…- suspiré, cansado, destrozado-. Que a pesar de que les gustaría contratarme para ver mi apellido en su película, no era capaz de transmitir nada con mi actuación. Les pregunté que a qué se referían, si eran los gestos, las palabras, el tono… Pero simplemente me dijeron que era algo que no podía enseñarse, algo ante lo que no podía hacer nada. Me dijeron que mis emociones no parecían reales. Y deseé que tuviesen razón- terminé de decir con la voz amenazando con romperse.
Picaría, sin pronunciar palabra alguna, durante un minuto completo, conteniendo las ganas de llorar. Necesitaba un momento para mí, para terminar la historia, y para recomponer el alma del triste confeso que había creado.
-¿Cómo podían decirme que mis emociones no parecían reales?- pregunté, ofendido y confuso-. ¿Qué puede haber más cruel para un actor, para cualquiera, que que le digan que sus emociones no valen nada?- escupí, con una punzada de furia antes de sumergirme en la tristeza de una oscura revelación-. En ese momento comprendí que no es que el mundo jamás me escuchara, sino que yo mismo no hablaba el mismo idioma. Nunca me había dado cuenta de que…- pronuncié lentamente, mirando la constelación dibujada sobre el granito frente a mí-. Que hablaba así, sin darme cuenta- terminé hueco, mecánico, sin alma.
Habiéndole dedicado mi propio trauma al suyo, confiaba que se apiadara de un pobre desdichado que había tenido que pasar lo mismo que él desde el momento en el que perdió la capacidad de cambiar su gesto. Ambos éramos personas que no podían comunicar como otros cómo se sentían realmente, ambos éramos iguales… Y no hay nadie a quien quieras más ayudar que a ti mismo. Incluso aunque la mayor parte del tiempo ignores tus propios problemas al no poder verlos frente a ti, sabes que quieres hacerlos desaparecer, cambiar, ayudarte. Y ahora, oh, ahora le daba la oportunidad de satisfacer sus propios deseos en alguien a quien sí podía ver y ayudar con mucha más facilidad que a sí mismo. Era el momento perfecto para una pequeña pausa de veinte segundos y así hacer que la idea atravesara su espíritu.
-Leí y me impregné del significado de las palabras, de cada matiz que un color o el describir de una escena podía dotar de un sentido emocional a la situación. Pero cuando lees un poema con esta voz, pierde toda musicalidad- continué, con el horrible tono más propio de un contestador automático-. Así que, imitando la pomposidad de todos los que me habían rodeado, comencé a hablar así- dije ilustrando con la última palabra un desdén propio de un multimillonario adinerado-. Por supuesto, no fue suficiente, mi querido amigo, la plebe nunca tiene suficiente. Tomando una escandalosa cantidad de dinero, me “dediké” a “viahá” con “le prgopósito” de “hacegrme” con cada acento, "kadta" "matttiz" y "katda" "timbrRe" de las "voZes" de "otTRos”- continué, variando la profundidad de la voz, sus manías y errores gramaticales al pasar de un paleto de pantano de mandíbula desencajada a un nasal granjero amante del queso apestoso, y terminar interpretando a un malhumorado hombre de las nieves-. Y volví- dije con mi voz clásica, la primera que él había oído-. ¿Y sabes qué me dijeron?
Dejaría el pico en el suelo, recogiendo las piedras que había sacado en mi saco, esperando una respuesta para comprobar si mi público seguía atento a mi historia. Lo haría con una pequeña sonrisa, un gesto caído que dejaba bien claro que deseaba borrar ese pasado.
Jonah sigue escuchando tu historia impertérrito, y cada vez que haces una pausa te hace un gesto con la mano para que dejes de descansar y sigas trabajando. Al tipo le interesa lo que le dices, pero parece que cree estás intentando engañarlo para trabajar menos... y su cara demuestra que eso no le gusta. Aunque te dice que sigas, una pequeña vena ha comenzado a hacer acto de presencia en su frente. Tal vez deberías dejar de hacer pausas dramáticas y de apoyarte en el pico, pero como tú veas.
Cuando sueltas tu herramienta de trabajo y comienzas a recoger las piedras, tu vigilante alza una ceja y comprueba la hora en un reloj de bolsillo que, curiosamente, lleva colgado del cuello. ¿Para qué querrá un reloj de bolsillo si no lo guarda en un bolsillo? En fin, dudas existenciales aparte, el hecho es que espera a que termines de recoger el granito para hablarte.
-Pues no, no sé lo que te dijeron -responde, dándote a entender que quiere que termines tu historia-. Pero no pares de picar mientras me lo cuentas, anda, que ya no te queda mucho -dice mientras pasa el peso de cuerpo de una pierna a la otra y cruza los brazos delante del pecho. Si miras su cara verás que el cansancio empieza a hacer mella en su rostro. No eres el único al que ha perjudicado tu casi involuntario intento de escaqueo.
Cuando sueltas tu herramienta de trabajo y comienzas a recoger las piedras, tu vigilante alza una ceja y comprueba la hora en un reloj de bolsillo que, curiosamente, lleva colgado del cuello. ¿Para qué querrá un reloj de bolsillo si no lo guarda en un bolsillo? En fin, dudas existenciales aparte, el hecho es que espera a que termines de recoger el granito para hablarte.
-Pues no, no sé lo que te dijeron -responde, dándote a entender que quiere que termines tu historia-. Pero no pares de picar mientras me lo cuentas, anda, que ya no te queda mucho -dice mientras pasa el peso de cuerpo de una pierna a la otra y cruza los brazos delante del pecho. Si miras su cara verás que el cansancio empieza a hacer mella en su rostro. No eres el único al que ha perjudicado tu casi involuntario intento de escaqueo.
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Fue en el momento en el que el cansancio floreció en su rostro que me di cuenta de que no es que fuera víctima de una parálisis facial, sino que simplemente era un sieso. ¿Mea culpa? ¿Qué iba a hacer cuando tenía que seguir picando y me abstraía para darle más sentimiento a mi cuento? No, era su culpa, y lo mínimo que podía hacer era sufrir una apoplejía para satisfacer toda la dedicación de mi narración. Bueno, quizá me estaba pasando un poco simplemente al pensar eso. No debí darle una historia para satisfacer mi sed de tragedias.
Piqué de nuevo, sin hacer dramáticas pausas ni sentidos incisos. Ya montaría mi propio relato otro día con un público más agradecido que ese.
-Me dieron uno de los papeles principales en la obra y comencé mi vida como actor. Luego vinieron otros y ahora estoy viajando para dotar de más realismo a un papanatas de pueblo que se convierte en un héroe al finalizar la historia… Por supuesto, mis guardaespaldas no querían que me metiese en sitios peligrosos sin su supervisión, así que tuve que darles esquinazo para hacer una inmersión completa en el papel. Ya lo había hecho otras veces, y siempre acababan apareciendo en el momento climático, robándome protagonismo- dije enfadado como un niño pequeño-. Así termina mi historia, conmigo aquí, intentando cumplir mi sueño y dándome cuenta de que a cada película que hago sigo sin sentirme feliz- revelaría con más enfado que tristeza. William estaba cansado y cabreado por no ser feliz tras cumplir su meta, y yo estaba bastante satisfecho con haber creado una historia bastante real.
Seguiría picando, cumpliendo las órdenes con toda la diligencia que la interpretada extenuación me permitía. Con un poco de suerte le comentará al jefe algo de la misma, seguirán menospreciándome como habían hecho hasta ahora y, quizás, me invitarían para una actuación privada en la casa carmesí. Aunque quizás debería guardarme un as extra bajo la manga…
-La última vez que me secuestraron pagaron quince millones, ¿tú crees que alguien como yo vale tan poco?- le preguntaría al terminar la faena mientras me llevara a donde quiera que me llevase tras acabar mi cansada labor.
Piqué de nuevo, sin hacer dramáticas pausas ni sentidos incisos. Ya montaría mi propio relato otro día con un público más agradecido que ese.
-Me dieron uno de los papeles principales en la obra y comencé mi vida como actor. Luego vinieron otros y ahora estoy viajando para dotar de más realismo a un papanatas de pueblo que se convierte en un héroe al finalizar la historia… Por supuesto, mis guardaespaldas no querían que me metiese en sitios peligrosos sin su supervisión, así que tuve que darles esquinazo para hacer una inmersión completa en el papel. Ya lo había hecho otras veces, y siempre acababan apareciendo en el momento climático, robándome protagonismo- dije enfadado como un niño pequeño-. Así termina mi historia, conmigo aquí, intentando cumplir mi sueño y dándome cuenta de que a cada película que hago sigo sin sentirme feliz- revelaría con más enfado que tristeza. William estaba cansado y cabreado por no ser feliz tras cumplir su meta, y yo estaba bastante satisfecho con haber creado una historia bastante real.
Seguiría picando, cumpliendo las órdenes con toda la diligencia que la interpretada extenuación me permitía. Con un poco de suerte le comentará al jefe algo de la misma, seguirán menospreciándome como habían hecho hasta ahora y, quizás, me invitarían para una actuación privada en la casa carmesí. Aunque quizás debería guardarme un as extra bajo la manga…
-La última vez que me secuestraron pagaron quince millones, ¿tú crees que alguien como yo vale tan poco?- le preguntaría al terminar la faena mientras me llevara a donde quiera que me llevase tras acabar mi cansada labor.
Jonah no vuelve a abrir la boca durante el resto de tu relato, aunque tampoco es que haya dicho mucho hasta el momento. Del mismo modo, tampoco comenta nada después de tu último comentario. Desde luego, si se ha sorprendido es capaz de disimularlo a la perfección. Te deja -o más bien te exige- que piques durante otro rato, tiempo durante el cual se mantiene en la misma postura.
Pasado un rato vuelve a mirar su reloj y, tras estirarse un poco, te dice que ya es suficiente por el momento. Te conduce por un túnel que no es el que has empleado para llegar hasta allí, pero termináis desembocando en el mismo lugar en el que te dieron tu uniforme. Entonces te pide que te lo quites, que dejes el pico en una vagoneta cercana y que descargues el granito que has extraído en otra que hay junto a la primera. Puedes ver una rudimentaria balanza junto a las mismas, pero está rota y un tanto apartada. Seguramente sea la misma a la que Gumer se ha referido antes.
Jonah te guiará hasta Lithos o, mejor dicho, te dará indicaciones a tus espaldas. No hace mucho que el sol se ha puesto, y en esta ocasión sí que hay más gente en el pueblo. Una vez llegáis, tu vigilante te deja a tu libre albedrío y desaparece entre dos casas. En esa dirección se encuentra el hogar de Murph, ¿se dirigirá hacia allí? A fin de cuentas por ese camino se puede llegar a muchos más lugares...
Si das un paseo y te pasas por el pozo verás que Gustava vuelve a estar por allí, pero en esta ocasión se encuentra con unas amigas. Tal vez deberías pedirle perdón por haberla abandonado antes de ese modo... Aunque el pueblo te ofrece muchas más posibilidades: Gumer, por ejemplo, se encuentra sentado en el porche de la que supongamos será su casa. Además, bastante gente camina de un lugar a otro.
Pasado un rato vuelve a mirar su reloj y, tras estirarse un poco, te dice que ya es suficiente por el momento. Te conduce por un túnel que no es el que has empleado para llegar hasta allí, pero termináis desembocando en el mismo lugar en el que te dieron tu uniforme. Entonces te pide que te lo quites, que dejes el pico en una vagoneta cercana y que descargues el granito que has extraído en otra que hay junto a la primera. Puedes ver una rudimentaria balanza junto a las mismas, pero está rota y un tanto apartada. Seguramente sea la misma a la que Gumer se ha referido antes.
Jonah te guiará hasta Lithos o, mejor dicho, te dará indicaciones a tus espaldas. No hace mucho que el sol se ha puesto, y en esta ocasión sí que hay más gente en el pueblo. Una vez llegáis, tu vigilante te deja a tu libre albedrío y desaparece entre dos casas. En esa dirección se encuentra el hogar de Murph, ¿se dirigirá hacia allí? A fin de cuentas por ese camino se puede llegar a muchos más lugares...
Si das un paseo y te pasas por el pozo verás que Gustava vuelve a estar por allí, pero en esta ocasión se encuentra con unas amigas. Tal vez deberías pedirle perdón por haberla abandonado antes de ese modo... Aunque el pueblo te ofrece muchas más posibilidades: Gumer, por ejemplo, se encuentra sentado en el porche de la que supongamos será su casa. Además, bastante gente camina de un lugar a otro.
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No recibí más que órdenes en medio del silencio. Caminé fingiendo un cansancio físico y una extenuación mental dignos del más dedicado de los maestros de parvulario. No me detuve a analizar en detalle las vagonetas, ni la de las herramientas y la ropa, ni sobre la que arrojé la roca que saqué con tanto esfuerzo, y mucho menos me paré a mirar el bocadillo aplastado entre los pedruscos. Tampoco dediqué mucho tiempo a mirar la balanza rota, ya sabía de ella gracias al oportuno comentario de Gumersindo. Habría más momentos para investigar, y muchos otros lugares en los que sintiera que la roca no nos mirara con odio.
No me caía bien Jonah, pero no podía culparle por hacer su trabajo. Bueno, sí que podía, estaba esclavizando a un pueblo bajo las órdenes de Murph y era su elección seguirlas. ¿Qué empujaba a un hombre a tomar todo cuanto quería? ¿Era quizás la sed de venganza ante un mundo cruel e injusto o había una veta de pura maldad en su roca madre? No te mates por saber lo que el tiempo te dirá, que no hay placer más grande en esta vida que saber sin preguntar.
Me bamboleé sobre unos pies torpes y cansados, deseando dormir sin tener porqué hacerlo. No hablé durante todo el camino, sólo añoraba la comodidad de una cama y la calidez de un buen caldo. Hambre y sueño, sólo era un mero espantapájaros acosado por el yugo de las necesidades. Llegó un momento en que casi me convencí a mí mismo de mi actuación, como cuando uno se empeña en no estar enfermo, o en estarlo.
Y por fin, una vez llegamos al pueblo y el fiel empleado volvió a casa de su señor, pude rebajar la crudeza de mis fingidas emociones para permitirme deambular por aquellas calles sin tanto esfuerzo. Deseaba conocer todos los secretos que sus fachadas pudieran contarme.
No entendía como alguien podía guiarse entre los duplicados edificios con la soltura de sus habitantes, pero la diaria rutina llevaba al hombre a ser capaz de obrar milagros con soltura. Me detuve al ver al fornido rubiales con el que había compartido la tarde, sentado bajo el porche de uno de los edificios, que además de por su más que probable dueño como reclamo, no se diferenciaba demasiado del resto del barrio. Ahí, en un banco labrado en la misma piedra que la pared de su vivienda, descansaba sentado de un largo día de trabajo.
Me acerqué al joven, solicitando con un pequeño gesto de mi mano y la pesadez del resto de mi cuerpo que me permitiese sentarme a su lado para desmoronarme con un largo suspiro sobre el asiento.
-Buenas tardes, Gumersindo- diría sin mirarle tras unos segundos disfrutando de poder descansar las piernas-. ¿Todos los días son así de largos?- preguntaría, girando mi rostro hundido hacia él.
Quizás ahora que no teníamos que cumplir ningún horario pudiese satisfacer mis preguntas, pero antes debía conocerle mejor. Hubiese sido muy poco educado, e impropio de mi personaje, el ir directo al grano.
Pero si aquel muchacho era tan maleducado como para negarme el descanso y su conversación, seguiría mi camino por aquellas calles buscando la casa de Gustava.
No me caía bien Jonah, pero no podía culparle por hacer su trabajo. Bueno, sí que podía, estaba esclavizando a un pueblo bajo las órdenes de Murph y era su elección seguirlas. ¿Qué empujaba a un hombre a tomar todo cuanto quería? ¿Era quizás la sed de venganza ante un mundo cruel e injusto o había una veta de pura maldad en su roca madre? No te mates por saber lo que el tiempo te dirá, que no hay placer más grande en esta vida que saber sin preguntar.
Me bamboleé sobre unos pies torpes y cansados, deseando dormir sin tener porqué hacerlo. No hablé durante todo el camino, sólo añoraba la comodidad de una cama y la calidez de un buen caldo. Hambre y sueño, sólo era un mero espantapájaros acosado por el yugo de las necesidades. Llegó un momento en que casi me convencí a mí mismo de mi actuación, como cuando uno se empeña en no estar enfermo, o en estarlo.
Y por fin, una vez llegamos al pueblo y el fiel empleado volvió a casa de su señor, pude rebajar la crudeza de mis fingidas emociones para permitirme deambular por aquellas calles sin tanto esfuerzo. Deseaba conocer todos los secretos que sus fachadas pudieran contarme.
No entendía como alguien podía guiarse entre los duplicados edificios con la soltura de sus habitantes, pero la diaria rutina llevaba al hombre a ser capaz de obrar milagros con soltura. Me detuve al ver al fornido rubiales con el que había compartido la tarde, sentado bajo el porche de uno de los edificios, que además de por su más que probable dueño como reclamo, no se diferenciaba demasiado del resto del barrio. Ahí, en un banco labrado en la misma piedra que la pared de su vivienda, descansaba sentado de un largo día de trabajo.
Me acerqué al joven, solicitando con un pequeño gesto de mi mano y la pesadez del resto de mi cuerpo que me permitiese sentarme a su lado para desmoronarme con un largo suspiro sobre el asiento.
-Buenas tardes, Gumersindo- diría sin mirarle tras unos segundos disfrutando de poder descansar las piernas-. ¿Todos los días son así de largos?- preguntaría, girando mi rostro hundido hacia él.
Quizás ahora que no teníamos que cumplir ningún horario pudiese satisfacer mis preguntas, pero antes debía conocerle mejor. Hubiese sido muy poco educado, e impropio de mi personaje, el ir directo al grano.
Pero si aquel muchacho era tan maleducado como para negarme el descanso y su conversación, seguiría mi camino por aquellas calles buscando la casa de Gustava.
Gumer se hace a un lado para que puedas sentarte. Entonces estira todo su cuerpo y deja caer las manos a ambos lados del mismo en un gesto de cansancio. Aún así, parece que está demasiado fresco para las horas de trabajo que lleva acumuladas.
-Esto no es más que un calentamiento -dice sin mirarte-. Esa puñetera mina es el mismísimo infierno en temporada alta...
¡Qué ganas tengo de llegar a los ochenta y cinco! -exclama mientras tensa sus piernas y sus brazos y cierra los ojos.
No obstante, en seguida los abre cuando escucha unos pasos que se aproximan. Supongo que a ti tampoco te habrán pasado desapercibidos, y si miras en la dirección de la que provienen encontrarás que Epifanio se acerca con una cesta de picnic en la mano. El que ha sido tu vigilante la mayor parte del tiempo, un tipo alto, musculado y con las manos plagadas de callos, se sienta junto al rubio sin decir nada. Entonces retira el mantel de cuadros rojos y blancos que cubre la comida y muestra la que será tu cena.
-¿No llegas un poco pronto, Epi? -pregunta distraídamente Gumer al tiempo que comprueba qué ha traído su... ¿amigo? Un poco raro todo...
-Dejé la cesta preparada esta mañana -responde el otro mientras realiza un encogimiento de hombros. Acto seguido, deja la cesta en el suelo en un lugar accesible para los tres-. Coge tú también si quieres... ¡Mi nombre es Epifanio! -reacciona al ver que no sabe cómo dirigirse a ti, tendiéndote la mano un instante después.
-Esto no es más que un calentamiento -dice sin mirarte-. Esa puñetera mina es el mismísimo infierno en temporada alta...
¡Qué ganas tengo de llegar a los ochenta y cinco! -exclama mientras tensa sus piernas y sus brazos y cierra los ojos.
No obstante, en seguida los abre cuando escucha unos pasos que se aproximan. Supongo que a ti tampoco te habrán pasado desapercibidos, y si miras en la dirección de la que provienen encontrarás que Epifanio se acerca con una cesta de picnic en la mano. El que ha sido tu vigilante la mayor parte del tiempo, un tipo alto, musculado y con las manos plagadas de callos, se sienta junto al rubio sin decir nada. Entonces retira el mantel de cuadros rojos y blancos que cubre la comida y muestra la que será tu cena.
-¿No llegas un poco pronto, Epi? -pregunta distraídamente Gumer al tiempo que comprueba qué ha traído su... ¿amigo? Un poco raro todo...
-Dejé la cesta preparada esta mañana -responde el otro mientras realiza un encogimiento de hombros. Acto seguido, deja la cesta en el suelo en un lugar accesible para los tres-. Coge tú también si quieres... ¡Mi nombre es Epifanio! -reacciona al ver que no sabe cómo dirigirse a ti, tendiéndote la mano un instante después.
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Estreché su mano por muchos raspones que me dejara su mero tacto, pero no pude evitar preguntarme si ese señor no conocía los buenos usos de una crema hidratante.
-Es un placer, Epifano; soy William Fortune- me presenté-.Otro día quizá- me limité a decir con una pequeña sonrisa, rechazando su oferta. Y tomando impulso me puse en pie con el falso esfuerzo apropiado para mi personaje.
Aunque me hubiese gustado quedarme a comer algo para compartir su hospitalidad, estaba un poco incómodo. No era porque sospechaba con un margen bastante pequeño de duda de que fuesen gays, no soy un estúpido homófobo, pero interrumpir a una pareja que decide pasar el poco tiempo que tiene para cenar no iba con mi estilo. Eso sí, antes de irme no iba a hacerlo sin resolver un par de cuestiones de tremenda importancia.
-¿Tendrían la bondad de decirme dónde se encuentra la casa de la señorita Gustava? Hablé con ella antes para ver si podía hospedarme en su casa, con el pertinente permiso de su familia, claro- pronuncié amablemente-. Además, creo que me he dejado la maleta en algún sitio…- añadí mirando con sospecha toda la calle, buscándola como si fuera imposible que estuviese en mi interior. Una vez me dieran las indicaciones volvería a preguntarles-. Por casualidad, ¿qué es lo que tiene que hacer uno para hacerse dueño de la empresa?
Desde luego Murph no compartía las horribles etiquetas de los ciudadanos de Lithos, revelándose como foráneo, por lo que tuvo que hacer algo para llegar a ser el eficiente tirano que era. Una vez mi curiosidad quedara satisfecha, o incluso si no lo hacía, les haría una pequeña reverencia y les desearía una buena noche antes de recorrer las calles del pueblo.
Y sería cuando, tras pasar un buen rato en mi paseo sin ninguna luz residual en el cielo para guiarme, en el que lamentaría mi decisión. “Debí pedirles una lámpara”, pensaría al primer tropiezo, intentando forzar la vista para encontrar el camino que debía seguir. Y, cómo la necesidad va de la mano del invento, una oportuna idea apareció para rescatarme de la oscuridad. Tras sacar mi maleta, lanzándola suavemente fuera de mí con mi yo interior corpóreo, reacondicioné una sala de entrada con cientos de espejos y una enorme lámpara central preparada para encenderse. Colocando dicha habitación en mi mano y abriendo una de las puertas al exterior, encendí todas las velas para intentar improvisar una linterna de mano- nunca mejor dicho-.
De esta manera, si surtía efecto, pues no sabía cómo iba a responder la luz al cambio entre realidades al pasar por mi aura, buscaría la casa de Gustava. No sin antes, claro está, recoger mis pertenencias del suelo.
-Es un placer, Epifano; soy William Fortune- me presenté-.Otro día quizá- me limité a decir con una pequeña sonrisa, rechazando su oferta. Y tomando impulso me puse en pie con el falso esfuerzo apropiado para mi personaje.
Aunque me hubiese gustado quedarme a comer algo para compartir su hospitalidad, estaba un poco incómodo. No era porque sospechaba con un margen bastante pequeño de duda de que fuesen gays, no soy un estúpido homófobo, pero interrumpir a una pareja que decide pasar el poco tiempo que tiene para cenar no iba con mi estilo. Eso sí, antes de irme no iba a hacerlo sin resolver un par de cuestiones de tremenda importancia.
-¿Tendrían la bondad de decirme dónde se encuentra la casa de la señorita Gustava? Hablé con ella antes para ver si podía hospedarme en su casa, con el pertinente permiso de su familia, claro- pronuncié amablemente-. Además, creo que me he dejado la maleta en algún sitio…- añadí mirando con sospecha toda la calle, buscándola como si fuera imposible que estuviese en mi interior. Una vez me dieran las indicaciones volvería a preguntarles-. Por casualidad, ¿qué es lo que tiene que hacer uno para hacerse dueño de la empresa?
Desde luego Murph no compartía las horribles etiquetas de los ciudadanos de Lithos, revelándose como foráneo, por lo que tuvo que hacer algo para llegar a ser el eficiente tirano que era. Una vez mi curiosidad quedara satisfecha, o incluso si no lo hacía, les haría una pequeña reverencia y les desearía una buena noche antes de recorrer las calles del pueblo.
Y sería cuando, tras pasar un buen rato en mi paseo sin ninguna luz residual en el cielo para guiarme, en el que lamentaría mi decisión. “Debí pedirles una lámpara”, pensaría al primer tropiezo, intentando forzar la vista para encontrar el camino que debía seguir. Y, cómo la necesidad va de la mano del invento, una oportuna idea apareció para rescatarme de la oscuridad. Tras sacar mi maleta, lanzándola suavemente fuera de mí con mi yo interior corpóreo, reacondicioné una sala de entrada con cientos de espejos y una enorme lámpara central preparada para encenderse. Colocando dicha habitación en mi mano y abriendo una de las puertas al exterior, encendí todas las velas para intentar improvisar una linterna de mano- nunca mejor dicho-.
De esta manera, si surtía efecto, pues no sabía cómo iba a responder la luz al cambio entre realidades al pasar por mi aura, buscaría la casa de Gustava. No sin antes, claro está, recoger mis pertenencias del suelo.
-Por allí -dice Gumer al tiempo que te dedica una pícara sonrisa y señala una casa a tu derecha. Tal vez piense que vas con intenciones impuras-. Tras esa casa encontrarás otras cuatro, y justo detrás se encuentra la casa de Gustava. Sin embargo -añade mientras alza la muñeca y contempla un reloj que no llevaba en la mina-, viendo la hora que es no debería haber vuelto. Suele estar por el pozo con sus amigas. -Entonces señala en la dirección opuesta a la casa.
Supongo que deberás pensar hacia dónde te diriges pero, mientras lo haces, el rostro de tus dos interlocutores cambia al escuchar la segunda de tus preguntas. En esta ocasión el que sonríe es Epifanio, que parece encontrar divertido tu comentario. Por otro lado, Gumer ha adoptado un gesto más sombrío.
-Picar, William, picar -responde Epi con una risita. Parece que va a darte más información, pero Gumersindo lo calla con un suave codazo. Se ve que no le gusta la idea de que te intereses por el liderazgo de la empresa. Quizás pretenda hacerse con ella, aunque visto cómo picas no debería verte como un rival digno, ¿no?
Después de eso, en caso de que hayas ido hacia el pozo en busca de Gustava, verás que se encuentra junto al mismo. Charla con unas amigas y un candil situado sobre el borde permite una buena visibilidad en un radio de cinco metros. Si por el contrario has optado por intentar encontrar su casa, terminarás por alcanzar la plaza en la que se encuentra tras dar varias vueltas. Hay luces en el interior de la vivienda en la que ella entró antes, pero no escuchas su voz.
Supongo que deberás pensar hacia dónde te diriges pero, mientras lo haces, el rostro de tus dos interlocutores cambia al escuchar la segunda de tus preguntas. En esta ocasión el que sonríe es Epifanio, que parece encontrar divertido tu comentario. Por otro lado, Gumer ha adoptado un gesto más sombrío.
-Picar, William, picar -responde Epi con una risita. Parece que va a darte más información, pero Gumersindo lo calla con un suave codazo. Se ve que no le gusta la idea de que te intereses por el liderazgo de la empresa. Quizás pretenda hacerse con ella, aunque visto cómo picas no debería verte como un rival digno, ¿no?
Después de eso, en caso de que hayas ido hacia el pozo en busca de Gustava, verás que se encuentra junto al mismo. Charla con unas amigas y un candil situado sobre el borde permite una buena visibilidad en un radio de cinco metros. Si por el contrario has optado por intentar encontrar su casa, terminarás por alcanzar la plaza en la que se encuentra tras dar varias vueltas. Hay luces en el interior de la vivienda en la que ella entró antes, pero no escuchas su voz.
- Nota:
- En cuanto a la luz, la primera de las leyes de tu Akuma indica que los objetos creados dentro no pueden salir al exterior, y que si lo hacen desaparecen. Deduzco que cualquier cosa producida por ese objeto también desaparece, por lo que lo único que verás será una lucecita incapaz de iluminar nada en el lugar en el que has abierto la "ventana al exterior".
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Tras las indicaciones del dúo dinámico, al que esperaba no haberles cortado el rollo con mi pequeña interrupción no intencionada, me dirigí hacia el pozo para encontrar a Gustava. La idea de ir a su casa rápidamente había sido desechada de mi mente cuando vi que tenía que dar varios giros en la oscuridad de la noche y mi pequeño truco no funcionaba. “Al menos me podría servir para añadir dramatismo a mis ojos o a mi boca”, pensé al ver las llamas y el fulgor que se quedaban en el interior de mi mano. Apagué el innecesario fuego de la habitación y la reacondicioné con tranquilidad mientras mi yo interior volvía a analizar el mapa que había ido dibujando.
Tenía muchas cosas en las que pensar. En primer lugar debía deshacerme de las fuerzas hostiles que se habían hecho con la isla, y en segundo debía asegurarme de que no volviese a pasar nada así. El problema llegaba en que no tenía ni idea de cómo hacer ambas, y el secretismo de Gumersindo tampoco ayudaba. ¿A qué se referiría exactamente con lo de picar? Quizás Gustava y su familia podrían revelarme esa información.
Y allí, al contemplar los cuerpos jóvenes a la tenue luz del candil me sentí indispuesto, reacio a acercarme a las hermosas criaturas que destrozarían mis oídos con nombres gritados en mis pesadillas. A pesar de que sabía que era altamente improbable que sintiera de nuevo una atracción fatal por alguna de ellas, no quería sentir la decepción de rechazarlas tan solo por su verbal condena. ¿Qué clase de persona era que desechaba todo romance por una horrible sonoridad? Bueno, era músico, pero eso no quitaba que siguiese siendo moralmente reprochable. Finalmente, me armé de valor y me acerqué al pozo.
-Buenas noches, señoritas- diría haciéndoles una formal reverencia-, espero que me disculpen si las he interrumpido. Miss Gustava- Oh, qué horrible era pronunciar cada sílaba-, ¿le ha comunicado a sus familiares sobre mi proposición?- dije comprendiendo a destiempo la elección de mis palabras-. Me refiero al hecho de dormir hoy en su casa- No lo estaba arreglando-. Hospedarme en.- Esperaba que a la tenue luz de la lámpara no pudiesen ver mi vergüenza impresa en mi rostro.
Tenía muchas cosas en las que pensar. En primer lugar debía deshacerme de las fuerzas hostiles que se habían hecho con la isla, y en segundo debía asegurarme de que no volviese a pasar nada así. El problema llegaba en que no tenía ni idea de cómo hacer ambas, y el secretismo de Gumersindo tampoco ayudaba. ¿A qué se referiría exactamente con lo de picar? Quizás Gustava y su familia podrían revelarme esa información.
Y allí, al contemplar los cuerpos jóvenes a la tenue luz del candil me sentí indispuesto, reacio a acercarme a las hermosas criaturas que destrozarían mis oídos con nombres gritados en mis pesadillas. A pesar de que sabía que era altamente improbable que sintiera de nuevo una atracción fatal por alguna de ellas, no quería sentir la decepción de rechazarlas tan solo por su verbal condena. ¿Qué clase de persona era que desechaba todo romance por una horrible sonoridad? Bueno, era músico, pero eso no quitaba que siguiese siendo moralmente reprochable. Finalmente, me armé de valor y me acerqué al pozo.
-Buenas noches, señoritas- diría haciéndoles una formal reverencia-, espero que me disculpen si las he interrumpido. Miss Gustava- Oh, qué horrible era pronunciar cada sílaba-, ¿le ha comunicado a sus familiares sobre mi proposición?- dije comprendiendo a destiempo la elección de mis palabras-. Me refiero al hecho de dormir hoy en su casa- No lo estaba arreglando-. Hospedarme en.- Esperaba que a la tenue luz de la lámpara no pudiesen ver mi vergüenza impresa en mi rostro.
Las amigas de Gustava no pueden evitar soltar unas risitas de colegialas al escuchar el "Miss" con el que te refieres a ella, pero tu amiga -si quieres considerarla así- no les hace el menor caso y centra en ti toda su atención.
-Pues no... Hace poco que volvieron de la mina y yo aún no he pasado por casa. Preguntaré cuando vuelva -responde al tiempo que hace un gesto con la mano para que sus amigas se callen, ya que las risitas se han convertido en carcajadas al oír tu sucesión de torpezas verbales. En cuanto a la vergüenza de tu rostro... bueno, no la ven, pero tampoco hay que ser un genio para intuirla.
Entonces Gustava le pregunta la hora a una de sus amigas y, cuando ésta se la dice, su expresión cambia por completo. La que quizás se convierta en tu anfitriona te insta a que la sigas rápidamente, dado que no se ha dado cuenta de la hora que era y llega tarde.
Suponiendo que la sigas, comenzará a andar a gran velocidad tras despedirse de sus amigas. Estas últimas te dicen adiós agitando los dedos de una mano sin poder parar de reír. En fin, tras unos minutos llegáis a la puerta de su casa y Gustava te pide que esperes fuera. Puedes escuchar una breve conversación en el interior de la casa, tras la cual la puerta de la misma se abre y sale un hombre entrado en años. Debe medir aproximadamente un metro setenta de estatura. A pesar de las profundas arrugas que surcan su rostro, exhibe una actitud, una pose y una musculatura dignas de alguien veinte años más joven. El abuelo se planta ante ti y, tras darles un par de hondas caladas a la pipa que lleva en su mano izquierda, te habla:
-Hermenegildo Froggie -dice al tiempo que te da una mano-. Cabeza de familia y quincuagésimo tercer líder de Lithos. Mi nieta me ha dicho que eres nuevo y que no tienes dónde dormir... Lo primero que quiero decirte es que no me gusta cómo la has abordado, pero en esta casa siempre hemos sido hospitalarios. No obstante, quiero que me digas quién eres antes de decidir si duermes aquí o en la calle. -Entonces Hermenegildo se calla y le da una nueva calada a su pipa, escrutando tu cara con una pétrea mirada.
-Pues no... Hace poco que volvieron de la mina y yo aún no he pasado por casa. Preguntaré cuando vuelva -responde al tiempo que hace un gesto con la mano para que sus amigas se callen, ya que las risitas se han convertido en carcajadas al oír tu sucesión de torpezas verbales. En cuanto a la vergüenza de tu rostro... bueno, no la ven, pero tampoco hay que ser un genio para intuirla.
Entonces Gustava le pregunta la hora a una de sus amigas y, cuando ésta se la dice, su expresión cambia por completo. La que quizás se convierta en tu anfitriona te insta a que la sigas rápidamente, dado que no se ha dado cuenta de la hora que era y llega tarde.
Suponiendo que la sigas, comenzará a andar a gran velocidad tras despedirse de sus amigas. Estas últimas te dicen adiós agitando los dedos de una mano sin poder parar de reír. En fin, tras unos minutos llegáis a la puerta de su casa y Gustava te pide que esperes fuera. Puedes escuchar una breve conversación en el interior de la casa, tras la cual la puerta de la misma se abre y sale un hombre entrado en años. Debe medir aproximadamente un metro setenta de estatura. A pesar de las profundas arrugas que surcan su rostro, exhibe una actitud, una pose y una musculatura dignas de alguien veinte años más joven. El abuelo se planta ante ti y, tras darles un par de hondas caladas a la pipa que lleva en su mano izquierda, te habla:
-Hermenegildo Froggie -dice al tiempo que te da una mano-. Cabeza de familia y quincuagésimo tercer líder de Lithos. Mi nieta me ha dicho que eres nuevo y que no tienes dónde dormir... Lo primero que quiero decirte es que no me gusta cómo la has abordado, pero en esta casa siempre hemos sido hospitalarios. No obstante, quiero que me digas quién eres antes de decidir si duermes aquí o en la calle. -Entonces Hermenegildo se calla y le da una nueva calada a su pipa, escrutando tu cara con una pétrea mirada.
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Su risa, aunque algo malintencionada, era preciosa. Ahí estaba la voz humana, alzándose por encima del sufrimiento de una vida bajo la tierra, durante un pequeño momento de paz a la luz de la luna, las estrellas y un pequeño candil. Y, a pesar de todo, no era yo, sino un simple personaje el que disfrutaba de aquella pincelada de vida. No pude evitar preguntarme si no hubiera sacrificado todo lo que tenía y todo lo que había vivido por ser como ellos. Joder, creo que no me hubiera importado llamarme Segismundo o Eufrasio. Sonreí, y deseé que mi felicidad no se limitara a una breve fantasía.
Fuera, continué con mi papelón y seguí a la muchacha con un torpe paso despidéndome de las muchachas con otra reverencia a medio camino y un “buenas noches” que estuvo a punto de costarme un serio tropiezo. ¿Qué hubiera podido hacer el pobre William cargando con su maleta tras un largo día de esfuerzos si no?
Al fin, llegamos a su casa, y el noble desgraciado que interpretaba pudo dejar su pesada maleta en el suelo con un suspiro mientras esperaba el permiso que había ido a pedir la chica. Qué poco sabía que tendría que enfrentarse a un rey que no dejaría a cualquiera entrar en sus tierras. Y justo cuando iba a abrir la boca para presentarse con su acostumbrada pomposidad, en el momento en el que estreché la mano de aquel caballero preocupado por su familia, supe que yo, yo mismo, no podría seguir con aquel teatro.
Paralizado por el honor, miré al vacío intentando pensar cómo podía seguir mintiéndole sin tener que hacerlo. Las palabras brotaron de mi boca con sinceridad, pero a su vez omitían toda la verdad.
-Podría decirle mi nombre y mi apellido, y eso no le diría quién soy, solo como me llamo- dije solemne, mirando a unos ojos desconfiados envueltos en arrugas-. Lo único que puedo decirle, de lo poco que me conozco, es que soy un hombre que jamás traicionaría su confianza ni su hospitalidad. Le pido disculpas si he tratado a su nieta con una ceremoniosidad innecesaria, por desgracia es a lo que me han acostumbrado, y cuando la vea se las pediré a ella- añadiría, decidido a que la muchacha no se sintiese incómoda a mi lado.
Hice una pequeña pausa intentando comprender qué es lo que había hecho mal, pero no se me ocurrió. Solté su mano tras el firme apretón, solicitando con mi tono que me dejara compartir su techo.
-No necesito que me llamen por mi apellido, este parece ser de poca importancia en esta isla- casi me lamenté, aunque en el fondo me alegraba-. Así que… por favor, llámeme Will- terminaría, esperando la decisión del patriarca, fuese cual fuese.
Si decidía que era digno de pasar a su hogar le daría las gracias y entraría con él para ver qué me depararía el futuro… ¿Quedaría algo de cena para mí? Y si no, no sería la primera vez que dormía al raso.
Fuera, continué con mi papelón y seguí a la muchacha con un torpe paso despidéndome de las muchachas con otra reverencia a medio camino y un “buenas noches” que estuvo a punto de costarme un serio tropiezo. ¿Qué hubiera podido hacer el pobre William cargando con su maleta tras un largo día de esfuerzos si no?
Al fin, llegamos a su casa, y el noble desgraciado que interpretaba pudo dejar su pesada maleta en el suelo con un suspiro mientras esperaba el permiso que había ido a pedir la chica. Qué poco sabía que tendría que enfrentarse a un rey que no dejaría a cualquiera entrar en sus tierras. Y justo cuando iba a abrir la boca para presentarse con su acostumbrada pomposidad, en el momento en el que estreché la mano de aquel caballero preocupado por su familia, supe que yo, yo mismo, no podría seguir con aquel teatro.
Paralizado por el honor, miré al vacío intentando pensar cómo podía seguir mintiéndole sin tener que hacerlo. Las palabras brotaron de mi boca con sinceridad, pero a su vez omitían toda la verdad.
-Podría decirle mi nombre y mi apellido, y eso no le diría quién soy, solo como me llamo- dije solemne, mirando a unos ojos desconfiados envueltos en arrugas-. Lo único que puedo decirle, de lo poco que me conozco, es que soy un hombre que jamás traicionaría su confianza ni su hospitalidad. Le pido disculpas si he tratado a su nieta con una ceremoniosidad innecesaria, por desgracia es a lo que me han acostumbrado, y cuando la vea se las pediré a ella- añadiría, decidido a que la muchacha no se sintiese incómoda a mi lado.
Hice una pequeña pausa intentando comprender qué es lo que había hecho mal, pero no se me ocurrió. Solté su mano tras el firme apretón, solicitando con mi tono que me dejara compartir su techo.
-No necesito que me llamen por mi apellido, este parece ser de poca importancia en esta isla- casi me lamenté, aunque en el fondo me alegraba-. Así que… por favor, llámeme Will- terminaría, esperando la decisión del patriarca, fuese cual fuese.
Si decidía que era digno de pasar a su hogar le daría las gracias y entraría con él para ver qué me depararía el futuro… ¿Quedaría algo de cena para mí? Y si no, no sería la primera vez que dormía al raso.
Pues parece que tu pequeño discurso convence a Hermenegildo, porque pese al gesto de desconfianza que todavía esboza te indica que pases. En el interior únicamente se encuentran Gustava y un hombre cuya edad se sitúa entre la de la nieta y la del abuelo. Supongo que será el padre de Gustava. A simple vista no hay más mujeres en la casa y no se escuchan sonidos que indiquen lo contrario.
Accedes a un corredor de la misma piedra que la casa, la cual es bastante cálida y acogedora. A tu izquierda hay una puerta que da a la cocina, mientras que justo en frente hay otra que conduce a un salón comedor. Al final del pasillo hay unas escaleras que conducen a una segunda planta en la que hay tres dormitorios. El padre de Gustava te mira con la misma desconfianza que el abuelo, pero no dice nada y desaparece por la puerta de la derecha.
Entonces la chica entra en la cocina y, tras unos segundos, sale y te ofrece un plato de estofado y un trozo considerable de pan blando y calentito. Lo hace con la más tierna de las sonrisas, así que no le hagas el feo y cómetelo todo sin rechistar... o no, como tú veas. En caso de que lo aceptes, te llevarán hasta el salón comedor y te dejarán la comida sobre una mesa que hay justo al entrar. Acto seguido, ambos irán a sentarse junto al padre frente a un fuego situado en el fondo de la estancia.
Después de eso puedes decidir si te sientas a intentar hablar con la familia o te retiras a descansar. Mañana promete ser un día duro de trabajo en la mina y procura no olvidarte de que, según te ha dicho Epi, debes picar mucho y bien si quieres acercarte a Murph.
Accedes a un corredor de la misma piedra que la casa, la cual es bastante cálida y acogedora. A tu izquierda hay una puerta que da a la cocina, mientras que justo en frente hay otra que conduce a un salón comedor. Al final del pasillo hay unas escaleras que conducen a una segunda planta en la que hay tres dormitorios. El padre de Gustava te mira con la misma desconfianza que el abuelo, pero no dice nada y desaparece por la puerta de la derecha.
Entonces la chica entra en la cocina y, tras unos segundos, sale y te ofrece un plato de estofado y un trozo considerable de pan blando y calentito. Lo hace con la más tierna de las sonrisas, así que no le hagas el feo y cómetelo todo sin rechistar... o no, como tú veas. En caso de que lo aceptes, te llevarán hasta el salón comedor y te dejarán la comida sobre una mesa que hay justo al entrar. Acto seguido, ambos irán a sentarse junto al padre frente a un fuego situado en el fondo de la estancia.
Después de eso puedes decidir si te sientas a intentar hablar con la familia o te retiras a descansar. Mañana promete ser un día duro de trabajo en la mina y procura no olvidarte de que, según te ha dicho Epi, debes picar mucho y bien si quieres acercarte a Murph.
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A pesar de que iba a dejarme guarecerme en su hogar, me daba la sensación de que aquel compacto y curtido anciano estaría dispuesto a sacarme a patadas de él si creía que hiciese falta. No le daría razones para hacerlo, por supuesto, y tampoco lo haría William ahora que al desarrollar su historia me había permitido reducir su altivez.
Tal y como entré en aquel corredor austero y gris, me topé con la pequeña junta que había decidido mandar al abuelo afuera. Aquel hombre, unos veinte o treinta años más mayor que Gustava y seguro que otras tantas veces más fuerte, se parecía bastante más al abuelo que a ella. Les saludé con un “Buenas noches”, pero a él no parecí caerle en gracia. ¿Acaso creía que iba a quitarle la luz de su vida tras un romance que acabara en iglesia? Nada me hubiese gustado más, pero era imposible. Suspiré en mi mente, sabía que debía dejar de inventarme historias en medio de la mía, pero entonces la vida sería demasiado aburrida. Seguro que había exagerado la compañía de aquellos dos buenos amigos que había encontrado antes y me habían dado indicaciones, todo por el bien de decorar el cuento. En fin…
Agradecí con una amable sonrisa el gesto de la bella dama que me había robado el corazón, y volví a sentirme culpable por arrancárselo de las manos al escuchar su nombre. Ahora que lo pensaba, tenía al legítimo culpable delante de mis narices, pero seguro que si el abuelo también había sido condenado con un título tan horroroso, se había asegurado de pasarle la maldición correspondiente a su hijo. Casi prefería que la herencia que intercambiasen fuese una de las tantas hemofilias que rondaban por las endogámicas familias reales. Casi.
En silencio, y dejando mi maleta a mi lado, me senté en la pequeña mesa de madera de pino que me habían indicado. Me quedé observando el hogar de mis anfitriones, pero tampoco es que hubiese mucho que mirar. Las paredes, sin revestir, eran del mismo granito autóctono que cubría la fachada, y dispuestos en grandes bloques constituían las paredes de un techo, no demasiado alto, pero que, para mi sorpresa, carecía de travesaños. Piedra y nada más que piedra como la de las paredes, sin ningún tipo de soporte ni especial labranza. Casi se me encogió el pecho al no poder encontrar ningún punto de apoyo de la estructura, tan solo estaba la integridad de la piedra como soporte. Me obligué a pensar que debían esconder algún secreto, alguna viga de metal refugiada tras los bloques labrados que sustentara el aberrante peso del granito. Es decir, es una piedra estupenda para cimentar, incluso para hacer puertos resistentes al paso del tiempo, ¿pero una casa completamente hecha de granito? Tuve que reprimir un gritito de pánico.
Además del monótono granulado del material, solo había una textura más en todo ese hogar: la madera. Y esta no se limitaba solo a cubrir el suelo para evitar su frío tacto: cada estantería, cada escaso adorno, la mesa y cada pata de silla, desde la que me encontraban hasta las cercanas al fuego, estaba labrado en ella con el cariño y la dedicación que tan solo el aburrimiento podía dotar. Daba la sensación de que el minimalismo rústico, de existir esa denominación, sería el estilo al que se amoldaba la vivienda en la que me encontraba.
Todo el hogar podía reducirse a única idea: aquella gente era sencilla, vivía de la tierra sin coger más de lo que necesitaban ni menos de lo necesario, aprovechando cada material hasta el infinito absurdo de no tener que aprender a usar otros. No podía entender cómo demonios no añoraban tener algo que les diferenciara, un cuadro nuevo, un sofá estampado, algo que variara la agobiante rutina de su día a día. Tras darle vueltas un rato, supuse que no tendrían tiempo de hacerlo en su cansado estilo de vida.
Observé el plato, bien cargado y tan marrón como una castaña asada. Pude identificar en su superficie un par de setas cortadas, champiñones y alguna que otra especia de hoja ancha, pero no podía atreverme a adivinar qué carne, no del todo ausente, aderezaba el plato. Comí, dedicándole tiempo a cada profundo sabor de la tierra que se me había ofrecido con tanto cariño.
Aunque en apariencia denso, el caldo se esparcía por la boca inundándola con un sabor ligeramente picante al fondo de la lengua, y tras tragarlo la sensación aumentaba hasta un punto en el que uno verdaderamente notaba el amable calor recorriendo la garganta. Cada trozo de seta, de todas las variedades que había, era un tierno bocado que te hacía replantearte el prejuicio de que todo estofado necesitaba un buen trozo de ternera o cerdo. Y la carne, los pequeños trozos fibrosos que en apariencia iban a ser difíciles de masticar, eran una explosión de sabor a cada dentellada. Empapados de la nutritiva mezcla, cada músculo de la desconocida criatura sacrificada para esta obra de arte renovaba el apetito como si uno nunca hubiese dado un bocado. Por último, el pan, como un perfecto acompañante, tenía un recio regusto que no comprendí hasta que encontré uno de los trozos repartidos en su miga; era un pan de bellota, mucho más denso que el blanco al que estaba acostumbrado, perfecto para hundirlo en el caldo sin temor alguno a que se deshiciera. Todo en aquel plato había sido hecho con amor, cariño, y una profunda dedicación al arte culinario en su variedad más campestre. Me odié por no poder comer más de seis cucharadas y dos migajones de pan.
Ya a ese punto me sentía enfermo, repleto hasta la terrible saciedad. Mi cuerpo rechazaba el sustento, por delicioso que fuese, al haberse acostumbrado a no necesitar más de una décima parte que el humano medio. Esta asombrosa capacidad me había ahorrado muchos quebraderos de cabeza, pero ahora, a punto de ofender el cariño de mis anfitriones vomitando sobre su mesa todo cuanto me habían dado, era sin duda una maldición. Lo único bueno de la situación, que me obligaba a ver por el lado positivo, era que ya no necesitaba interpretar el enfermizo cansancio de William. Me terminé el plato entre sudores, desechando toda idea de preguntar a mis anfitriones sobre la historia de la isla por temor a que no fuesen solo palabras lo que saliese de mi boca.
Esperé, esforzándome por empujar la sensación de fatiga lo suficientemente hondo dentro de mí para que no brotase como un pútrido geiser. Solo deseaba que el tiempo pasase hasta que me encontrara mejor y que nadie me pidiese realizar ningún esfuerzo, por pequeño que fuese.
Tal y como entré en aquel corredor austero y gris, me topé con la pequeña junta que había decidido mandar al abuelo afuera. Aquel hombre, unos veinte o treinta años más mayor que Gustava y seguro que otras tantas veces más fuerte, se parecía bastante más al abuelo que a ella. Les saludé con un “Buenas noches”, pero a él no parecí caerle en gracia. ¿Acaso creía que iba a quitarle la luz de su vida tras un romance que acabara en iglesia? Nada me hubiese gustado más, pero era imposible. Suspiré en mi mente, sabía que debía dejar de inventarme historias en medio de la mía, pero entonces la vida sería demasiado aburrida. Seguro que había exagerado la compañía de aquellos dos buenos amigos que había encontrado antes y me habían dado indicaciones, todo por el bien de decorar el cuento. En fin…
Agradecí con una amable sonrisa el gesto de la bella dama que me había robado el corazón, y volví a sentirme culpable por arrancárselo de las manos al escuchar su nombre. Ahora que lo pensaba, tenía al legítimo culpable delante de mis narices, pero seguro que si el abuelo también había sido condenado con un título tan horroroso, se había asegurado de pasarle la maldición correspondiente a su hijo. Casi prefería que la herencia que intercambiasen fuese una de las tantas hemofilias que rondaban por las endogámicas familias reales. Casi.
En silencio, y dejando mi maleta a mi lado, me senté en la pequeña mesa de madera de pino que me habían indicado. Me quedé observando el hogar de mis anfitriones, pero tampoco es que hubiese mucho que mirar. Las paredes, sin revestir, eran del mismo granito autóctono que cubría la fachada, y dispuestos en grandes bloques constituían las paredes de un techo, no demasiado alto, pero que, para mi sorpresa, carecía de travesaños. Piedra y nada más que piedra como la de las paredes, sin ningún tipo de soporte ni especial labranza. Casi se me encogió el pecho al no poder encontrar ningún punto de apoyo de la estructura, tan solo estaba la integridad de la piedra como soporte. Me obligué a pensar que debían esconder algún secreto, alguna viga de metal refugiada tras los bloques labrados que sustentara el aberrante peso del granito. Es decir, es una piedra estupenda para cimentar, incluso para hacer puertos resistentes al paso del tiempo, ¿pero una casa completamente hecha de granito? Tuve que reprimir un gritito de pánico.
Además del monótono granulado del material, solo había una textura más en todo ese hogar: la madera. Y esta no se limitaba solo a cubrir el suelo para evitar su frío tacto: cada estantería, cada escaso adorno, la mesa y cada pata de silla, desde la que me encontraban hasta las cercanas al fuego, estaba labrado en ella con el cariño y la dedicación que tan solo el aburrimiento podía dotar. Daba la sensación de que el minimalismo rústico, de existir esa denominación, sería el estilo al que se amoldaba la vivienda en la que me encontraba.
Todo el hogar podía reducirse a única idea: aquella gente era sencilla, vivía de la tierra sin coger más de lo que necesitaban ni menos de lo necesario, aprovechando cada material hasta el infinito absurdo de no tener que aprender a usar otros. No podía entender cómo demonios no añoraban tener algo que les diferenciara, un cuadro nuevo, un sofá estampado, algo que variara la agobiante rutina de su día a día. Tras darle vueltas un rato, supuse que no tendrían tiempo de hacerlo en su cansado estilo de vida.
Observé el plato, bien cargado y tan marrón como una castaña asada. Pude identificar en su superficie un par de setas cortadas, champiñones y alguna que otra especia de hoja ancha, pero no podía atreverme a adivinar qué carne, no del todo ausente, aderezaba el plato. Comí, dedicándole tiempo a cada profundo sabor de la tierra que se me había ofrecido con tanto cariño.
Aunque en apariencia denso, el caldo se esparcía por la boca inundándola con un sabor ligeramente picante al fondo de la lengua, y tras tragarlo la sensación aumentaba hasta un punto en el que uno verdaderamente notaba el amable calor recorriendo la garganta. Cada trozo de seta, de todas las variedades que había, era un tierno bocado que te hacía replantearte el prejuicio de que todo estofado necesitaba un buen trozo de ternera o cerdo. Y la carne, los pequeños trozos fibrosos que en apariencia iban a ser difíciles de masticar, eran una explosión de sabor a cada dentellada. Empapados de la nutritiva mezcla, cada músculo de la desconocida criatura sacrificada para esta obra de arte renovaba el apetito como si uno nunca hubiese dado un bocado. Por último, el pan, como un perfecto acompañante, tenía un recio regusto que no comprendí hasta que encontré uno de los trozos repartidos en su miga; era un pan de bellota, mucho más denso que el blanco al que estaba acostumbrado, perfecto para hundirlo en el caldo sin temor alguno a que se deshiciera. Todo en aquel plato había sido hecho con amor, cariño, y una profunda dedicación al arte culinario en su variedad más campestre. Me odié por no poder comer más de seis cucharadas y dos migajones de pan.
Ya a ese punto me sentía enfermo, repleto hasta la terrible saciedad. Mi cuerpo rechazaba el sustento, por delicioso que fuese, al haberse acostumbrado a no necesitar más de una décima parte que el humano medio. Esta asombrosa capacidad me había ahorrado muchos quebraderos de cabeza, pero ahora, a punto de ofender el cariño de mis anfitriones vomitando sobre su mesa todo cuanto me habían dado, era sin duda una maldición. Lo único bueno de la situación, que me obligaba a ver por el lado positivo, era que ya no necesitaba interpretar el enfermizo cansancio de William. Me terminé el plato entre sudores, desechando toda idea de preguntar a mis anfitriones sobre la historia de la isla por temor a que no fuesen solo palabras lo que saliese de mi boca.
Esperé, esforzándome por empujar la sensación de fatiga lo suficientemente hondo dentro de mí para que no brotase como un pútrido geiser. Solo deseaba que el tiempo pasase hasta que me encontrara mejor y que nadie me pidiese realizar ningún esfuerzo, por pequeño que fuese.
Abuelo, padre y nieta conversan en voz baja a unos metros de ti, pero el tono es tan bajo que no eres capaz de oír ni una palabra. Tal vez hablen de ti... o no, cualquiera sabe. Una vez terminas de comer, Gustava se levanta de su asiento y se dirige hacia ti.
-Will, yo me voy a dormir ya. Tu habitación será la primera que encuentras al subir las escaleras, pero si quieres asegurarte o lo que sea puedes preguntarle a mi padre o a mi abuelo. ¡Buenas noches! -Una vez te dice eso desaparece por la puerta que hay junto a ti. Puedes escuchar el sonido de sus pasos al subir rápidamente los escalones que llevan hasta el segundo piso.
Hermenegildo y su hijo siguen junto al fuego. Al parecer te ignoran, o por lo menos hacen un considerable esfuerzo en que lo parezca. Ellos todavía tardarán un buen rato en retirarse a descansar... Puedes probar a charlar un rato con ellos; tal vez no sean tan gruñones como parecen. Aunque, por otro lado, también puedes irte a dormir -o a comer techo, como prefieras- o incluso lavar el plato que te han dado para que comas. Seguro que a tus anfitriones les gustaría tener un invitado educado.
-Will, yo me voy a dormir ya. Tu habitación será la primera que encuentras al subir las escaleras, pero si quieres asegurarte o lo que sea puedes preguntarle a mi padre o a mi abuelo. ¡Buenas noches! -Una vez te dice eso desaparece por la puerta que hay junto a ti. Puedes escuchar el sonido de sus pasos al subir rápidamente los escalones que llevan hasta el segundo piso.
Hermenegildo y su hijo siguen junto al fuego. Al parecer te ignoran, o por lo menos hacen un considerable esfuerzo en que lo parezca. Ellos todavía tardarán un buen rato en retirarse a descansar... Puedes probar a charlar un rato con ellos; tal vez no sean tan gruñones como parecen. Aunque, por otro lado, también puedes irte a dormir -o a comer techo, como prefieras- o incluso lavar el plato que te han dado para que comas. Seguro que a tus anfitriones les gustaría tener un invitado educado.
Krieg
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Akuma no mi
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El tiempo pasó con el suave susurro de sus cuchicheos a la luz de la lumbre, pero por desgracia no pude oír lo que decían por encima del ruido de mi propio agobio. Con un simple movimiento, aquella hermosura se levantó para regalarme su figura recortada por los infiernos de la chimenea; su aspecto era tan tentador y su sonrisa tan cálida… Solo pude asentir ante sus palabras, agradeciendo que me dedicara sus atenciones sin añadir más que un sincero “Buenas noches” cuando su luz me abandonó. El alegre repiqueteo de sus pies sobre el entarimado me hizo querer levantarme para seguirla, pero su nombre pesaba más que toda la piedra de la cantera, y aunque hubiese tenido otro, mi estómago hinchado no estaba por la labor de correr tras ella.
Con un esfuerzo, sintiéndome la persona más pesada del mundo, recogí mi cena y me acerqué a la angosta cocina de la que había salido para dejarla sobre la pila. No tenían agua corriente siquiera, así que no sabía que hacer más que dejarla al lado de los otros utensilios que seguro habían usado antes de que yo llegase. Dediqué unos minutos a disfrutar del olor a queso, cocido y frambuesa que manaba de la madera, impregnada de la cotidiana vida de aquellas pobres gentes. Sabía que no se merecían lo que les pasaba, pero no estaba aquí para ayudarles, no era mi objetivo principal.
Volví al salón y me acerqué al fuego con torpeza y lentitud, acuclillándome delante de él para disfrutar del danzar de las llamas sobre la leña. Siempre me había gustado el fuego, por dañino que este fuera para toda creación y vida.
-¿Podéis contarme la historia de cómo Lithos se convirtió en Stoneland?- pidió Will con una triste amabilidad mientras me escondía tras él. Si hubiese sido realmente yo, habría optado por un discurso más agresivo, de voz queda, en el que exigiese saber cómo un pueblo orgulloso de sus raíces y costumbres permitía que un tirano lo manipulase como lo hacía. Sospechaba, pero ya había decidido que debía preguntar en vez de suponer, aunque no pude evitar sentir un profundo asco al reconocer en mi cuento mis propias y absurdas limitaciones de un código moral en ellos, atrapados también un mundo cruel e injusto.
Si satisfacian mi curiosidad, toda ella, no seguiría interrogándoles y subiría a mi nueva habitación para dormir lo poco que necesitaba. Temía, antes de tiempo, el silencio y la soledad de mi bendición forjada bajo la privación y el esfuerzo. Sin duda, necesitaba un libro que leer, o unos cientos, para compensar mi nuevo rasgo, al que aún me costaba acostumbrarme.
Con un esfuerzo, sintiéndome la persona más pesada del mundo, recogí mi cena y me acerqué a la angosta cocina de la que había salido para dejarla sobre la pila. No tenían agua corriente siquiera, así que no sabía que hacer más que dejarla al lado de los otros utensilios que seguro habían usado antes de que yo llegase. Dediqué unos minutos a disfrutar del olor a queso, cocido y frambuesa que manaba de la madera, impregnada de la cotidiana vida de aquellas pobres gentes. Sabía que no se merecían lo que les pasaba, pero no estaba aquí para ayudarles, no era mi objetivo principal.
Volví al salón y me acerqué al fuego con torpeza y lentitud, acuclillándome delante de él para disfrutar del danzar de las llamas sobre la leña. Siempre me había gustado el fuego, por dañino que este fuera para toda creación y vida.
-¿Podéis contarme la historia de cómo Lithos se convirtió en Stoneland?- pidió Will con una triste amabilidad mientras me escondía tras él. Si hubiese sido realmente yo, habría optado por un discurso más agresivo, de voz queda, en el que exigiese saber cómo un pueblo orgulloso de sus raíces y costumbres permitía que un tirano lo manipulase como lo hacía. Sospechaba, pero ya había decidido que debía preguntar en vez de suponer, aunque no pude evitar sentir un profundo asco al reconocer en mi cuento mis propias y absurdas limitaciones de un código moral en ellos, atrapados también un mundo cruel e injusto.
Si satisfacian mi curiosidad, toda ella, no seguiría interrogándoles y subiría a mi nueva habitación para dormir lo poco que necesitaba. Temía, antes de tiempo, el silencio y la soledad de mi bendición forjada bajo la privación y el esfuerzo. Sin duda, necesitaba un libro que leer, o unos cientos, para compensar mi nuevo rasgo, al que aún me costaba acostumbrarme.
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