Alphonse "El Pocero" - Moderado Nvl. 3 [Boss]

Hermenegildo y el padre de Gustava observan cómo te acercas a la lumbre y, además, no dicen nada cuando te acuclillas. Sin embargo, ambos te dirigen una mirada curiosa cuando formulas tu pregunta. ¿Es una sonrisa lo que aparece en la cara del abuelo? Pues sí... ¿qué es tan gracioso? A lo mejor cree intuir tus intenciones, pero eso sólo lo dirá el tiempo.

-Cuéntasela tú, Lutgardo. Yo estoy harto de contar la misma historia una y otra vez -dice Hermenegildo con una voz cansada. El padre de Gustava le dirige entonces una mirada escéptica, buscando algún gesto en la cara del antiguo líder que indique que está bromeando o que trama algo. No obstante, no identifica nada que apunte en esa dirección y lanza un suspiro de resignación.

-Está bien -comienza Lutgardo-. Realmente Stoneland es Lithos. Es decir, que en esta isla siempre se ha funcionado del mismo modo. Aparte del granito aquí no hay nada que nos garantice el sustento, de modo que siempre nos hemos dedicado a extraerlo para después venderlo. El líder de Lithos siempre ha sido el encargado de coordinarlo todo y nunca ha sido un cargo heredado: el que pica más y mejor y, sobre todo, el que más platino encuentra, tiene derecho a retar al líder del momento para conseguir el puesto, pero siempre debe obrar buscando el bien de los litheros. -Lutgardo hace una pequeña pausa antes de continuar-. La llegada al poder de Murph vino acompañada de una imposición externa: debíamos crear una empresa para poder vender nuestros productos, de modo que surgió "Stoneland", cuyo presidente debe ser el líder de Lithos. Los pedidos fueron multiplicándose y, aunque la aldea está mucho mejor que antes, los más mayores ya no pueden aguantar el ritmo de trabajo que se exige. En fin, hay muchos que no tienen problema con la nueva situación, pero otros sí... De cualquier modo, Murph es actualmente el legítimo líder de Lithos y está realizando grandes progresos en el pueblo, así que supongo que no hay motivos para quejarse.

-¿A qué viene tanto interés, chico? -pregunta Hermenegildo cuando Lutgardo termina con su explicación.

Él habló y yo escuché, no hubo nada más que hiciera durante el relato. No me moví, no vacilé, no asentí ni sonreí, solo disfruté de la historia frente al fuego. Mi mente, con mi yo interior, se esforzó en darle un sentido a sus palabras, uno más trascendental que el que me habían regalado. Hallé una grieta en su historia, una falla estructural tan grande y obvia que la mayoría había pensado que  formaba parte del diseño. Sonreí.

-¿Tanto?- dije con sorna y malicia mientras la vida de Will se consumía en las llamas; la Bestia, con su voz queda, germinaba-. Aún no has visto nada, anciano, mi curiosidad es tan profunda como las raíces de este viejo bosque. Busco cada cuento, cada historia que la vida me ofrece para retorcerla más que la corteza de vuestros alcornoques, parasitando cada recoveco de su argumento como una hambrienta carcoma. El tiempo de Murph se ha acabado, pero eso no quiere decir que el vuestro resurja. ¿Qué estáis dispuestos a sacrificar por una ayuda que no necesitáis pero sin duda queréis? ¿Qué me daréis para aplacar mi rabia? ¿Qué le daréis a la madre tierra a la que habéis ofendido?

Lentamente, tan lento como un árbol se mece al viento, miré al rostro del más antiguo de todos ellos. Sin parpadear, sin mover en absoluto un rostro que más parecía una máscara mortuoria, esperaría mi respuesta. Una vez la obtuviese miraría al fuego, enterrando la oscura persona muy dentro de mí para que el joven inepto resurgiera de sus cenizas.

-¿Por casualidad tienen una lámpara de aceite? No me gustaría tropezarme- solicitaría amablemente antes de darles las buenas noches para subir a mi cuarto. Si todo salía bien no podría reprimir una sonrisa de orgullo en la soledad, al fin y al cabo era un maldito showman.

Una vez descansara mi hora pertinente, saldría de la casa con la luz del candil camino a la mina, deseando pasar las largas horas de la noche estudiando cuán profundas eran las heridas de la piedra que habían maltratado.

Aunque claro, si mis anfitriones consideraban a mi pequeña interpretación como un ser demasiado herético como para permitirle compartir el techo, siempre podría hacer los mismo en el amable confort de la linde del bosque; aún recordaba mi pequeña etapa como vagabundo.

Escuchan tu discurso en silencio, pero el rostro de cada uno de ellos reacciona de una forma completamente diferente. La cara de Lutgardo va volviéndose más y más roja frente a la lumbre conforme las palabras salen de tu boca, mientras que Hermenegildo te contempla impertérrito. No hay enfado, rabia, desconcierto ni, en realidad, ninguna emoción en su expresión. Simplemente te observa.

Cuando acabas, el padre de Gustava hace el amago de levantarse para abalanzarse sobre ti, pero un carraspeo del abuelo hace que se detenga en seco.

-En cuanto a lo de la madre tierra... creo que directamente voy a ignorarlo -comienza Hermenegildo-. Sin embargo, creo que tengo algo que decir acerca de los dos comentarios anteriores: nada. Nadie ha solicitado tu "ayuda" ni lo va a hacer y, si me apuras, diría que nadie la quiere; eso puedes darlo por seguro. Murph llegó a su puesto honradamente, y eso es algo que la gente de aquí valora. Además, eso de sustituir un tirano por otro no termina de casar con mis paisanos... Aquí sólo sirven el esfuerzo y el trabajo duro, así que ningún numerito va a impresionar a nadie -añade con una sonrisa. Se podría pensar que el hombre ha intentado descolocarte de algún modo y que muestra sus dientes en señal de triunfo, pero todo lo contrario: la sonrisa parece de lo más sincero-. Sin embargo, y por muy suave que te pongas ahora, espero que comprendas que en mi casa siempre se ha sacado la basura por la noche, así que te agradecería abandonaras mi hogar.

Como es lógico, tampoco te darán un candil ni nada que pueda servirte para iluminar el camino. Si decides irte a dormir al bosque, imagino que no tendrás problemas para encontrar un lugar que pueda sacarte del apuro. En cuanto a la mina, si vas en esa dirección comprobarás que hay media docena de hombres que guardan la entrada. No son los que has podido ver durante el día, pero tienen un aspecto similar y ten por seguro que no te dejarán acceder al interior bajo ninguna circunstancia.

Spoiler:

Con sus palabras había sellado su destino, el de su pueblo y el mío. Les daría una última oportunidad, un pequeño detalle que aún podrían hacer para contentarme. Salí de su casa sin querer más problemas, suficiente tenía conque me tocaría dormir al raso, con la única compañía de los alcornoques y los pinos para arroparme en mi pequeña siesta. Pero antes…

-Ay. Auch.- Sí, sin duda era más difícil moverse en la oscuridad sin conocer el terreno, y el granito de las paredes y los adoquines no es que fuera precisamente blando.

A tientas, intentando no apresurarme para dar otro tropiezo, busqué en la fría textura de la roca un camino que seguir, uno que me llevara a linde del bosque para dormir todo cuanto necesitaba. Me tumbaría en el suelo, despejándolo de las pocas rocas y ramas que pudiese contener para usar mi propio brazo de almohada.

Al despertar disfruté del silencio, del olor a tierra y el fresco olor a naturaleza. Quizás, si mi vida hubiese sido otra, hubiera encontrado un lugar para mí en algún salvaje recóndito. Me acordé de Ruffo, el único que conocía la existencia de la Bestia aparte de los dos desagradables lugareños que habían torcido mis buenas intenciones para echarme. ¿Dónde estaría ahora? Apartando su recuerdo de mi mente, me levanté para interpretar el monstruo que había creado, y que el mundo, con el tiempo, me había proporcionado todos los detalles que necesitaba para dotarle de verdadera esencia.

-Coge tu hacha, leñador, y córtales para alimentar la lámpara. ¿O acaso no quieres volver a ver a tu hija?- dije con una voz grave y queda y la dulce amabilidad de un embaucador que solo buscaba su beneficio en la desgracia ajena.

Con lentitud, caminé por la linde del bosque intentando no separarme del camino para poder llegar a la triple bifurcación que daba a escoger entre Lithos, por donde había llegado, la mina y el puerto. Y cuando sentí que la distancia era suficiente para no molestar a las almas que dormían en sus casas de piedra, tarareé en la perpetua búsqueda de la perfecta melodía para un ladrón de almas.

-Aquí es…-susurré al notar bajo la tenue luz de las estrellas la triple apertura en el camino. Acercándome al poste, intenté poder leer mejor sus letras impresas, delimitando así la dirección que tenía que seguir.

Qué pena tan grande para la solitaria criatura que representaba cuando encontré demasiadas luces empuñadas por un banquete de espíritus que guardaban las puertas a la tierra. Entrecerré los ojos, buscando en la seguridad de la oscuridad una idea mejor que la de esperar a que alguno se separara de la estructurada manada. Desde luego, aquellas personas parecían tener un mayor entrenamiento que los que pastoreaban a los hijos de Lithos durante el día.

-No hay desesperación en sus corazones ni temor por no saber cómo volver a casa. En la luz no puede existir mi oscuridad.

Retirándome la máscara, avancé a paso cauteloso por medio del camino, mirando con el temor de un niño perdido cada rama que crujía por el viento y cada eco entre los troncos. William se había perdido buscando su maleta, y desde luego se acercaría a aquellas gentes con cuidado, alivio y un atroz cansancio.

-Gracias a Dios- se alegraría, saliendo de entre la arboleda camino a los guardias-, creía que ya no iba a volver a ver a nadie- tomaría aire, cansado de huir de imaginarios monstruos saltando raíces y chocándose contra la corteza-. Buenas noches, caballeros, ¿por casualidad no habrán encontrado mi equipaje en los túneles, verdad?- diría, como aprovechando la excusa para huir de la oscuridad y los peligros que escondía.

Si me dejaban acercarme a la tenue luz de sus antorchas, continuaría con mi actuación dando, cómo no, explicaciones innecesarias.

-Salí a buscar mi maleta, que me la tuve que dejar en algún sitio entre el pueblo y el puerto, y no sé cómo perdí la visión del camino. Llevo dando vueltas más de media hora, ya creía que iba a ser mi fin- dije de corazón, aunque fuera una tremenda exageración-. ¿Saben si Murph me permitirá hospedarme en su casa? Seguro que podemos llegar a un acuerdo…- dije con una larga sonrisa de un hombre acostumbrado a que el dinero resolviese todos sus entuertos-. En cuanto encuentre mi equipaje- añadí más flojito, dando a entender "sin querer" que tendría algo de interés para él en mis bártulos.

En cuanto apareces de entre los árboles, uno de los que llevan las lanzas da la voz de alarma. Él y el otro lancero se encuentran en unas estructuras que han construido sobre el acceso a los túneles, desde las cuales tienen una mejor visión de la zona. Junto a ellos hay unos cilindros en los que puedes ver varias lanzas más.

El del espadón se adelanta al resto de sus hombres, lo que lo identifica como el líder del grupo de vigilancia. Tiene cara de pocos amigos, no parece que termine de agradarle tu presencia en la mina a una hora tan intempestiva. Sin embargo, te deja hablar sin decir nada y cuando te responde lo hace con un gruñido bastante educado.

-No se ha encontrado nada en el interior de las minas. Además, está prohibido el acceso fuera de las horas laborales. Ahora, si no te importa, te agradecería que abandonaras la zona. -Te ha dejado acercarte y alza un poco la antorcha para verte la cara-. Las órdenes de Murph son ley aquí, y no puedes pasar. De cualquier modo, en caso de que tu equipaje siga dentro seguirá allí mañana. Ya te digo que nadie puede entrar, ni siquiera nosotros. -Entonces el tipo se da la vuelta dando el asunto por cerrado, pero parece cambiar de opinión y se detiene un instante para decirte algo más-. En cuanto a lo de que el jefe te acoja... podrías probar. No sería la primera vez que lo hace y nunca ha pedido nada a cambio.

¿Habían tenido mis palabras el efecto deseado? Probablemente, Murph no parecía de esos que abriera su pequeño palacio a cualquier alma desamparada. O quizás me estaba equivocando, y así es como se hizo con un pequeño contingente de fieles soldados. Era bastante curioso como la bondad y la maldad del ser humano podían entremezclarse con tanta facilidad, y a su vez, con tanto contraste. Nos parecíamos más de lo que yo creía, ¿pero cuánto más?

-¿Y podríais acompañarme hasta allí? No me gustaría perderme de nuevo. O si al menos me dais una antorcha- solicité con la voz de Will, encogiéndome de miedo ante la idea de volver solo. Es lo que el pobre patán hubiese hecho.

Dudé por un instante de mi plan. Si me acompañaba alguno tenía la intención de hacerlo desaparecer allá donde nunca podrían encontrarle sin mi permiso, pero… me lo replanteé. Si por un casual conseguía herirme sería muy difícil de explicar los cortes de mi ropa, la sangre, y sobre todo mi rápida curación de un día para otro. Así que incluso si me acompañaban debería ser dócil cual gatito, a pesar de que los gatos tenían de todo menos de dóciles. Malditos gatos, estropeándome las metáforas en mi propio discurso interno.

Tuve que hacer unas pequeñas pausas en el camino para evitar perderme en mi propia actuación, no quería ser de esos actores que vivían tanto sus personajes que, al final, suplantaban sus personalidades originales. ¿De verdad no quería ser otra persona? No, o sí; nunca he sabido como contestar acertadamente a las preguntas negativas. Pero en esta situación tan desagradable Will hubiese muerto, y la Bestia no habría tenido piedad con ninguno… ni siquiera con los niños. Si no hubiese sido por ellos yo…

Una vez llegase, o llegásemos, a la casa de Murph, solicitaría su hospitalidad humillándome y cómo no, dando más información de la necesaria.

-Por favor, déjeme dormir aquí, no tengo otro lugar al que ir. Intenté acomodarme con esos paisanos, pero me echaron tras plantear algunas ideas más innovadoras de lo que sus mentes de granito podían aguantar. Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo, en cuanto encuentre mi maleta podré pagarle. Por favor, ya he tenido suficiente matándome en ese maldito hoyo-lloriquearía.


Si Murph era algo aparte de un buen-mal hombre, era uno muy listo. No dejaría la oportunidad de pedir un rescate, no cuando viera que mi lento picar en la mina le costaba la atención de un buen hombre cada día, haciéndole perder dinero y tiempo.

Estaba dispuesto a dejar pasar seis días más bajo la mascarada, esperando a que el único acto de bondad que podría complacerme brillara en la oscuridad de sus actos. Me sería muy difícil, tanto que me hacía dudar de mi propia resilencia, el ver a esos pobres niños desperdiciar su infancia cogiendo las piedras que extraían los elegidos de la pared prohibida, la cual probablemente fuese una veta rica en platino.

El del espadón chasquea los dedos y uno de los de las porras se acerca a él portando una antorcha apagada. Entonces el jefe del escuadrón de vigilancia emplea la suya propia para encenderla y te la cede.

-No tiene pérdida... De hecho no sé cómo te has perdido llegando hasta aquí si el camino es lo más simple del mundo. -Una sombra de sospecha se muestra en la cara del tipo antes de que se dé la vuelta y camine de vuelta junto a sus hombres.

Haces el camino solo, y el encargado de abrirte la puerta de la casa de Murph es el mismo que la guardaba antes. Te dirige una sonrisa de suficiencia y te deja pasar cuando le explicas por qué estás allí. El líder de la aldea te recibe con un escandalosamente ostentoso albornoz morado y te escucha sin decir palabra.

-Estoy al corriente acerca de sus... discrepancias con Hermenegildo, así como de su aparición por la mina para buscar sus pertenencias. Le ruego que disculpe la rigidez de Gervasio y sus chicos, pero sus órdenes son claras. De cualquier modo, tenga por seguro que si se encuentran sus pertenencias le serán de vueltas íntegramente. No es necesario ningún tipo de acuerdo; cualquier cosa por mis trabajadores. -No se puede apreciar sorna ni ironía en sus comentarios. Acto seguido te guía hasta una habitación situada en la planta baja de su casa y, tras dejarte en el interior, se va y cierra la puerta a sus espaldas.

Por otro lado, pasas tus seis días de trabajo tranquilamente. Gumersindo ya no quiere picar junto a ti, por lo que todos los días se sitúa a varios metros de distancia para trabajar. Todos los días transcurren igual, pero el sexto ocurre algo muy curioso: a mitad de la jornada Jonah se lleva a Gumer y no aparece más en el resto del día. ¿Qué querrán de él?

Además, si has estado prestando atención, habrás podido comprobar que un grupo muy reducido de mineros hacen uso de los túneles en cuya entrada se encuentran los niños. Son muy pocos, una docena a lo sumo, pero tienen un aspecto mucho más descansado que los demás.

Durante un primer momento solo fui un mero espectador de la historia que habían causado mis decisiones. Pero entonces todo cambió cuando aquel despótico tirano me recibió en su casa con una inesperada amabilidad y me reveló un dato de suma importancia: había sido… “traicionado”. Hermenegildo me había vendido, yendo probablemente sin perder un segundo de su tiempo hasta la casa de su amo para confesarle mis crímenes. ¿Cuánto sabía? ¿Cuánto creía que era real? Sin duda me echarían un ojo encima, pero aparte de una pequeña mueca de desagrado y un largo tragar asustado, propio de alguien que había hablado de más, no hice nada al respecto. ¿Por qué? Porque quería darle la sensación de que solo era un bocazas, uno muy bueno, lo suficiente como para engañar un anciano, pero nada más.

Por supuesto, esta nueva información me hizo variar ligeramente mi plan, y tuve bastante tiempo para trazarlo mientras fingía dormir. Se acabaron los héroes, los caballeros de blanca armadura y los malignos monstruos que buscaban la venganza de la madre tierra. No más historias, no más drama, no más protagonista en contra del mundo. No, nunca más volvería a ayudar a gente que no me pidiese mi ayuda, que solo tenía que pedirla y hacer patente que sería capaz de darme cualquier cosa para crear la justicia que se merecían, incluso cuando no fuese a pedirles nada más que su disposición. Se acabó.

A la mañana siguiente iría, previo mis labores de trabajo e interpretando a un William que a penas se podía tener en pie por las agujetas, a recoger mi maleta de la casa de Gustava. Se la pediría amablemente, esperando que me la diese. Haría como si quisiese decirle algo más, como si quisiese pedirle perdón o darle explicaciones para que supiera de mis verdaderas intenciones, pero decidiría, en un último momento, quedarme callado.

Haría desaparecer mi maleta cuando estuviese fuera de las miradas ajenas, como también haría desaparecer los restos de bocadillo  que me quedasen cada día y unas cuantas rocas cada vez que metiese mi mano en el saco. Mis resultados serían decepcionantes, pero no se podía esperar más del pobre William. Encima, aquel pobre desgraciado había vuelto a perder sus pertenencias, y no solo eso, apestaría a sudor y cansancio mientras la barba le crecía lentamente sobre su perfilada perilla, robando de su rostro todo rastro de nobleza.

Y aquel lamentable muchacho, para mayor desgracia, intentaría encontrar la amabilidad en los paisanos, incluso a pesar del obvio rechazo de Gumersindo, intentando encontrar un poco de luz y amor en esa oscura cueva y en ese pueblo tan frío como las rocas que construían sus muros. ¿Sería importante? Sí, era un buen detalle para su desesperación y para determinar la rama a seguir.

Progresivamente iría perdiendo la esperanza de rescate, la luz en sus ojos y las ganas de quejarse por los dolores de un cuerpo poco acostumbrado al ejercicio físico. Su alma se consumiría. Y si alguien le brindaba luz, bueno, su espíritu tan solo se moriría más lentamente.

Por mi parte tenía más cosas que hacer aparte de esforzarme en mantener la credibilidad del personaje en todo momento, pero pronto me di cuenta que esas cosas eran más una condena. Pensar cómo podía ayudar a esas gentes, si debía y por qué quería hacerlo no hizo más que revolverme en mi convicción de que no debía hacer nada. ¿Quién era yo para decirles cómo vivir su vida? ¿Era por mi necesidad patológica de sentirme querido? ¿Eran mis convicciones y mis pequeñas obsesiones provocadas por una madre no solo ausente sino abusiva? Mis propios pensamientos me torturaban a cada pequeño vistazo que les daba, así que intenté silenciarlos bajo cada golpe de pico, mio y ajeno.

Intenté disfrutar del ritmo del trabajo, del sonido de la tierra profanada y los lejanos murmullos del bosque. Quería ser sepultado por las sensaciones que me rodeaban, por cada brisa de viento, cada onda propagada por la tierra y cada respiración buscando la siguiente bocanada para seguir trabajando. Cada una era una nota que me alejaba de la realidad que había creado yo solo, una que prefería ignorar.

Si aquellos niños hubiesen parecido enfermos, incluso tristes, hubiese podido hacer algo, pero… para ellos era un juego. Me odié por desearles el mal para poder traerles el bien, viéndome a mí mismo de nuevo. ¿Era un monstruo que se escondía tras una brillante excusa de justicia? No podía, ni quería, contestar a esa terrible pregunta.

Las noches eran lo peor. Demasiado tiempo y demasiado silencio en aquella casa de madera y piedra llena de lujos. Pero siempre tenía tiempo para respirar y crear, crear nuevas historias en mi interior aprovechando todas aquellas “malas” emociones. Tenía todo el tiempo del mundo y más para perderme en el crujir de los muebles, el olor de la roca y los cambios de textura del papel de pared cuando la musa me rehuía, huyendo entre mis largos pasillos.

En el último día de mi aventura, o el que pretendía que fuera el último, Gumer fue trasladado por Jonah. No pude evitar preguntarme dónde. Pedí un descanso, sin importarme lo más mínimo que me lo concedieran, saliendo de mi túnel para ir a aquel en cuya entrada vi esperar a los niños aquella mañana.

-¿Ha pasado algo?-preguntaría, mirando el interior con un mal presentimiento-. ¿O es esta la prueba para ver quién lidera Lithos este ciclo?- pregunté, empujando mi negatividad a un lado.

Desde luego esperaba ser más rápido que los guardias, lo suficiente como para que me respondiesen antes de que llegaran para obligarme, o intentarlo, volver a mi puesto.

Por fortuna para ti, cuando te vas el vigilante encargado de tu zona se encuentra apremiando a un escuálido muchacho que no pica como debería. Es el mismo muchacho que ríe y derrocha energía día tras día cuando sale de la mina... Tal vez tenga un poco de cuento, pero eso es algo que no viene al caso. La cuestión es que el guardia te escucha "pedir permiso", porque pedir has pedido poco. Te dice que no, que te quedes en tu lugar, pero haces caso omiso y te diriges hacia el túnel.

-¿Qué prueba? -te dice inocentemente una niña de rizos dorados con las paletas un poco separadas-. La prueba la haces día a día... ya deberías saberlo. Lo que diferencia estos túneles de los demás es que a partir de aquí el platino se encuentra con bastante más facilidad, pero sólo pueden acceder los que dan la talla con el granito. -Entonces va corriendo a recoger varios de los cascotes que ha desprendido uno de los cuatro que pican en la pared VIP.

Unos segundos después llega tu vigilante, y sin decirte nada blande un látigo y lo lanza con intención de apresar tu mano derecha. En caso de lo que lo logre, presionará un botón que liberará una descarga eléctrica a través de su arma. No está para nada contento con tu actitud, y tiene motivos más que de sobra. Lo logre o no, te indicará que vuelvas a tu posición e intentará llevarte hasta allí.

Aquella niña rubia no debía tener más de siete u ocho años. Debería estar en la escuela, pero aquí estaba, esperando para recoger los cascotes de una de las vetas de platino. Le sonreí amablemente en todo momento, ella no se merecía todo el odio que reservaba para sus padres y abuelos. Por su culpa trabajaba aquí y envejecerá sin conocer más que la piedra y el cansancio.

-Muchas gracias, señorita- le dije, parándome después un poco para pensar sobre mis acciones. Ahora que mi creencia sobre que había algún tipo de prueba anual o bianual había sido destruida como mi fe en el pueblo, sabía lo que tenía que hacer.

El silbido del látigo por el aire me sugirió apartarme, ¿pero cómo iba a hacerlo cuando estaban tan cerca de mí los únicos a los que me interesaba proteger? Me adelanté, yendo de lleno al peligro para evitarles el más mínimo rasguño a los niños.

El ataque del guardia me apresó y el calambre posterior recorrió mi mano. No era nada comparado con todo lo que había tenido que soportar durante todos esos días: el peso de mi propio odio. Dolía algo, y estaría paralizada unos instantes, pero para lo que iba a hacer no necesitaba mover los dedos.Retorciendo el arma sobre mi brazo mientras avanzaba con una apabullante tranquilidad, le eché un vistazo a mi enemigo. Me dije: ¿Será uno de los chicos de Murph o uno de los “honorables” hombres del pueblo? Poco importaba.


-Curioso, unos lleváis lanzas de decepcionante manufactura y otros tenéis látigos que dan chasquidos eléctricos- diría con cierto desdén antes de intentar tirar del arma con todas mis fuerzas cuando le hubiera dado un par de vueltas sobre mi mano, asegurándome de que su dueño no pudiese volver a flagelarme; tenía la intención de arrebatárselo-. No está bien inculcarles la violencia a los niños, ¿sabes?- diría al triunfar, si es que lo hacía a pesar de los siguientes y más que probables calambres.

Si lograba arrebatarle su arma, me la iría desenrollando del brazo para recogerla sobre sí misma en un compacto y cómodo círculo que colgarse del cinturón. Se la tendería con amabilidad, como si quisiese devolvérsela sin trampa ni cartón. Y lo haría, acompañándole tranquilamente de vuelta a mi sitio, en el cual realizaría un pequeño soliloquio mientras me masajeaba la mano para recuperar su normal destreza.

-Creo que ya he sacado mi peso en piedra en estos días, así que… Hmm- me interrumpiría, deteniéndome un momento para calcular mis futuras acciones, recogiendo el pico y usándolo como un metro aproximado-. ¿Cuánto sacó Murph? ¿Quizás varias toneladas de peso a lo largo de los años? Pongamos que cada día durante toda su vida saca unos, no sé, cien kilos. Pongamos que la evaluación es cada unos cinco años; eso hacen… quinientos por trecientos sesenta y cinco días… Qué palo, redondeemos. Quinientos por cuatrocientos son veinte… doscientos mil kilos. Doscientas toneladas de granito. ¿Densidad del granito? Dos con cinco, dos con siete gramos por centímetro cúbico. Eso son unos dos mil quinientos kilos por metro cúbico completo, dos toneladas y media. Cien entre dos con cinco es cuarenta, por dos ochenta. Ochenta metros cúbicos cada cinco años. “Isy-pisy”- soltaría la herramienta, dejándolo a un lado y situándome centrado entre mi hueco y el que había dejado Gumersindo-. ¿Puntos de carga y tracción del túnel? Los suficientes como para sacar al menos dos metros cúbicos cada tres, quizás cuatro metros de pilares. Todo esto sería mucho mejor al aire libre- me lamentaría, colocando mi antebrazo sobre la roca para cincelar a través de ella.

Golpe tras golpe me abriría paso por la roca en un estrecho pasillo para poder sacar cuatro bloques de medio metro cúbico de la tierra, empujándolos al acceso donde los otros mineros picaban con un esfuerzo que estaba harto de interpretar. Terminado mi tabajo, me sentaría a descansar, aunque tampoco había hecho demasiado, sobre uno de los cubos de piedra.

-¿Soy vuestro rey ahora o hay algún tipo de ceremonia de por medio? Podría seguir, pero no me apetece demasiado. Realmente no me gusta Lithos, me aburriría si paso más tiempo aquí- comentaría como aquel que menciona un dato sin importancia. Miraría a los guardias, tranquilo, atento pero con un deje sobrado-. ¿Queréis llamar a Murph o algo, muchachos? Creo que le interesará saber en qué clase de monstruo se ha convertido el inútil de Will.

Pues sí, consigues arrebatarle el látigo a tu vigilante sin mayor esfuerzo. El tipo lo coge de tus manos con una mirada de incomprensión y un gesto dubitativo, como si esperase que lo usaras en su contra en el último momento. Al comprobar que no es así, se sitúa detrás de ti mientras te encaminas de vuelta a tu puesto de trabajo.

Una vez terminas con tu pequeño monólogo, al cuál nadie le ha prestado ni la más mínima atención, comienzas a cavar. Tu forma de extraer granito provoca que todos los mineros que se encuentran en las cercanías dejen lo que están haciendo. Los cansados hombres centran entonces toda su atención en ti y, por otro lado, la estupefacción de los guardias hace que no les apremien para que continúen con lo suyo.

Una vez terminas nadie hace caso a tu numerito triunfal, sino que los mineros vuelven a picar como si no hubieras dicho nada ni hubieses sacado tanto material de la pared. Los vigilantes tampoco muestran ningún tipo de interés en lo que dices, pero uno de ellos te agarra de un brazo y te invita con un suave pero firme tirón a que te levantes.

Si no opones resistencia y los sigues, te llevarán hasta la casa de Murph. El pomposo líder de Lithos y jefe de Stoneland se encuentra en el salón de su casa y te recibe sentado en uno de los sillones.

-Me han contado su hazaña, señor Fortune. ¡Enhorabuena! -dice con una sonrisa de oreja a oreja sin moverse de su posición-. Sin embargo, me parece que aún no ha sido capaz de vislumbrar del todo cómo se funciona aquí... O tal vez sí lo ha hecho y está disimulando torpemente por algún motivo.

Mi espectáculo, aunque tuvo público, no se granjeó ni siquiera un aplauso. Las pobres almas en pena simplemente volvieron a lo suyo una vez terminé, sin dedicarme una mísera palabra de enhorabuena o de asombro. Nada, salvo el silencio de la roca a la cual se le terminaba el descanso de su sufrimiento.

En cambio, los guardias sí parecían más sorprendidos, aunque no tanto como esperaba. Solo uno me apremió para ir a casa de Murph mientras el resto guarecía al dócil rebaño en los túneles. Le seguí, siendo incluso más manso que las criaturas a las que abandonaba, las que me habían abandonado pero, más importante, que se habían abandonado a sí mismas.

Por el camino fui introduciendo roca tras roca fui en los recios tubos de metal, por si acaso me viera forzado usarlas en algún momento. Chico precavido vale por dos.

Allí, mi poco humilde aunque buen anfitrión me recibió desde su sillón. Sus palabras rezumaban una soberbia a la que me había acostumbrado, la del hombre que se cree invencible y que piensa que no hay nada que escape a su control.

-Tengo mis teorías- Como que los que van sacando de más son sugeridos u obligados a convertirse en guardias y no tener que mover un dedo, asegurando así el perpetuo sistema de gobierno-. Pero, por favor, ilumíneme- solicité con educación, aún de pié y con un ojo puesto en su fornido guardia que hacía las funciones de portero.

Murph te mira en silencio durante unos segundos, seguramente evaluando si termina de poner a tu alcance el mecanismo para que intentes ocupar su puesto. Una sonrisa de suficiencia se dibuja en su rostro, y parece decidir que no eres una amenaza lo suficientemente grande como para que tema por su estilo de vida.

-Personalmente, encuentro este sistema exageradamente arcaico, pero nuestras normas estipulan que es el único modo de hacerlo. Llevo tiempo intentando encontrar un vacío en ellas, pero son tan simples que no dejan lugar a interpretación. -Entonces hace una pausa y se levanta a servirse una copa-. El que obtiene suficiente granito es seleccionado para extraer platino de las vetas que tenemos localizadas en lo más profundo de la mina. A partir de una cantidad determinada, el minero en cuestión puede optar por tomar un puesto de vigilante o seguir extrayendo cuanto platino sea posible. En caso de que escoja la segunda opción, su objetivo es superar la cantidad que extrajo en su día el líder de Lithos... en esta caso, yo. Una vez lo consiga, puede retarlo a un combate por hacerse con el control de la aldea y la empresa. -Vuelve a parar para dar un trago de su copa-. Se deben cumplir todos los requisitos, ya que el cargo de presidente de Stoneland está completamente vinculado al líder de la aldea. De no hacerse de este modo, el sujeto que crea que ha llegado al cargo no lo habrá hecho en realidad. No tendrá derecho a vender ni emplear el material obtenido ni a extraer recursos de la mina, la cual puede ser trabajada únicamente por los empleados de Stoneland. Creo que no me dejo nada... ¿alguna pregunta?

A medida que Murph me contaba cómo funcionaba todo el sistema de Lithos/Stoneland, más perdía el interés en hacerme con el pueblo. Pero entonces me puso un premio delante de la cara que la oscuridad de mi corazón no pudo negarse a obtener, no cuando había crecido tanto en los últimos días. Una pequeña sonrisa se formó en mi rostro y me vi obligado a reprimir las largas carcajadas de hiena que querían manar de mi pecho como si fuese un desquiciado.

Quería lo que me ofrecía, lo quería por encima de todo el dinero del mundo.

-La verdad es que tengo unas cuantas- dije, ahogando la risilla que quería salir de mi garganta con un obligado carraspeo-. Las primeras que se me ocurren es si tendría algún impedimento para irme de Lithos y si me permitiría llamar a mi casa para que, ya sabe, pueda reunirme con ellos.

Esperaría su respuesta con una mano sobre la boca, oculta en un pensativo gesto, como aquel que observaba una obra de arte modernista sin entender su contenido mientras asentía con la cabeza. Necesitaba ocultar la pequeña curvatura de mis comisuras y tener un refuerzo físico para seguir sometiendo mis risotadas al educado silencio.

Esperaría pacientemente a que me contestara, y de permitírseme haría una corta llamada a casa para que recogieran todas las cosas y se encaminaran hacia Loguetown.

Murph te mira perplejo. Parece que esperaba que tu intención fuese hacerte con su empresa, pero tu pregunta le ha cogido un poco por sorpresa. Se toma unos segundos para recomponerse, pero entonces esboza una sonrisa triunfal que demuestra que sí que temía por su puesto... aunque fuese un poco.

-Claro. Puedes llamar a quién quieras e irte cuando quieras. A fin de cuentas ya has cumplido de sobra con el contrato que firmaste. Sin embargo, desde el momento en que establezcas ese contacto se dará por hecho que cortas cualquier vinculación con nosotros. En consecuencia no podrás acceder a la mina y, en el improbable caso de que lo hagas, lo que extraigas de su interior no formará parte del material extraído de cara a convertirte en líder de Lithos. No sé si me explico... -Justo después hace un gesto con la mano en dirección a su hombre de confianza, que aparece con un den den mushi y se lo da a su jefe-. Bueno, ¿qué me dices? ¿Vuelves a la comodidad de tu hogar o intentas superarme? No hay punto medio. -Te tiende el caracol, y su mirada denota que está deseando que lo cojas y tomes una decisión que no tiene vuelta atrás.

Mis dedos se detuvieron cuando le escuché verbalizar la desagradable cláusula. Quería volver a casa, o que mi casa volviese a mí, pero… ¿estaba dispuesto a sacrificar tan suculento premio? No, lo necesitaba tanto como el respeto que me había faltado hablándome tan condescendientemente. No fue su tono, sino sus palabras las que, implícitamente, revelaban su temor y/o su interés. Nadie diría tales cosas si no estuviese desesperado o bien siendo grabado. ¿Quería acaso mostrarles luego la cinta a los aldeanos para asegurarse su puesto? Quizás les valía con la palabra de su guardaespaldas.

-Ha sido un mediocre anfitrión, señor Murph- diría con una inusitada amabilidad para tal calificación-, y eso solo ha valido para aplacar la ira de mi encarcelamiento en esta isla. Aunque si no hubiese sido por esta última falta de respeto al, no solo tutearme, sino también decirme con fanfarronería “¿Vuelves a la comodidad de tu hogar o intentas superarme?”-imité, añadiendo el desprecio con el que me había tratado implícitamente en el tono-, me hubiese ido de aquí tranquilamente. Ahora, si me disculpa, debo volver a la mina; hay toda una mena de platino que me reclama.

A pesar de que mantenía una actitud cordial e incluso relajada, estaba totalmente atento a cualquier ataque del más fiel de sus soldados, aquel que no abandonaba la casa y que probablemente había llegado con él a la isla. Lo cierto era que no tendría que ponerle un dedo encima para destrozarle, pero sí debía ir moviendo la apertura de la pequeña tronera que se desplazaba por mi cuerpo, con el cañón anclado cargado de piedras. Estaba bastante seguro de que la metralla le destrozaría antes de que pudiese siquiera pensar qué era el pequeño chorro de polvo que manaba hacia él.

Si no había necesidad alguna de violencia, algo que deseaba para que hacer que premio fuese mucho más dulce, volvería al trabajo y, al no haber necesidad de andarse con tanto cuidado al extraer el platino, cavaría como un vulgar topo simplemente respetando la integridad estructural del túnel.

Siempre me había considerado un hombre paciente, no me importaba esperar un par de días más tras los dos años sin ver ninguna de mis cosas, pero algo en mí ansiaba que todo terminara solo para poder escuchar sus huesos astillarse bajo la carne. Mi premio, el suculento alivio a la rabia que me acosaba de mano de la impotencia, estaba tan lejos y a la vez tan cerca…

-Hágase su voluntad -responde Murph, haciendo a continuación una pomposa floritura con una de sus manos-. Sin embargo, le ruego que me disculpe. Hoy no podrá volver a la mina, ya que necesitamos llevar a cabo algunos trámites burocráticos para que tenga acceso a la zona donde se encuentra el platino. -Entonces se levanta, se acerca a una pequeña mesa que hay junto a su sillón y saca un papel de un cajón de ésta-. Veamos. Éste es el contrato que intuyo que usted necesita. En él manifiesta su voluntad por cumplir con los requisitos necesarios para tomar mi cargo. En consecuencia, rechaza cualquier posibilidad de aceptar un puesto como vigilante y se compromete a, a partir de mañana, trabajar en nuestras instalaciones hasta que alcance la cantidad necesaria de platino. Una vez lo haga, podrá retarme para que todo lo mío sea suyo... Sólo le advierto una cosa: tenga claro que es usted quien me desafía a mí y que no será fácil.

Un movimiento a tus espaldas te indica que el hombre de confianza de Murph se ha acercado a vosotros, pero tras avanzar dos metros se detiene y no mueve ni un músculo más. No le gusta lo que estás haciendo, pero como buen lithero respeta las normas y tradiciones de su pueblo.

-Si decide firmar, como le he dicho, podrá empezar mañana en su nuevo puesto. El resto del día puede dedicarlo a hacer lo que mejor le plazca -concluye Murph mientras deja una pluma sobre el papel.

Por fin lo hizo y me hizo libre. Verdaderamente libre.

Todo empezó como un pequeño carraspeo, un murmullo inaudible que expedí por la nariz como un desagradable ronroneo soez y ahogado. Luego vinieron las carcajadas que me arrebataron el aire, una tras otra, sin control ni aguante. Mis ojos lagrimeaban de pura felicidad, del éxtasis de presenciar una buena comedia. Sentía como las fuerzas me abandonaban y me vi obligado a apoyarme en la silla que me había ofrecido, dándole pequeños golpes que no tenían sentido, pero que me hacían sentir mejor.
-¡Claro que sí, guapetón!- dije burlesco, retirándome las lágrimas arrastrando mi índice por los ojos, lanzándolas a un lado-. ¡Ay dios, que me moría!- exageré, recuperando el aire con una sonrisa en el rostro y todas las penas fuera de mi ser-. Por fin, me ha jodido lo bastante como para que no tenga que tratarle ni con una “pizquiriquita” de respeto. Qué felicidad, qué jolgorio, qué sensación casi orgásmica- suspiré, colmado de alegría-. Que me haya dicho que tenga que firmar un puto documento cuando antes siquiera ha respetado lo que ponía en el que ya “firmé” es…- dije, acotando mis palabras con unas irónicas comillas en gesto-. Es justo lo que necesitaba.
Sonreí, alzando las manos al cielo, agradeciendo a todas las deidades que se me ocurrían el cambio de mi suerte. Toda pena y tristeza se había marchado, toda ira había sido dada de lado por la maravillosa emoción que me embargaba.

-Llevaba toda la semana diciendo que vaya pueblo, que si sus gentes no me ayudaban, que nadie me hablaba, que se merecían toda esta situación por ser tan… tan… arcaicos- Miré a mi acompañante extra-. No se ofenda; casi me olvidé de que aún estaba aquí. Espero que entienda mi posición, me ha… Me ha dado una maravillosa excusa para que vea la persona cruel, avara, rastrera y…-Moví mi mano como una hormigonera- ¿Chaquetera? No, no es chaquetera, estoy buscando la palabra que se usa cuando alguien se escuda en unas reglas que sabe que no están bien para salvar su propio culo- Desistí tras un corto segundo-. Bueno, ahora vamos a volver a la mina y voy a sacar las cosas que hagan falta. Si no le importa usted va a venir conmigo, no vaya a ser que quiera huir con todo cuanto pueda acarrear. Y antes de que diga el tema de la burocracia le recordaré que no hubo ningún problema con que fuera a trabajar el primer día. Es más, se me echó una prisa reforzada con la bonita punta de unas lanzas.

Daría una palmada, dispuesto a llevar a cabo las acciones que completarían la plenitud de mi alma. En ese momento todo era hermoso, todo relucía con una belleza inherente y vibraba con un iridiscente “jenesequois”. Incluso si me viera forzado a destrozarles allí mismo con metralla, cada manchurrón de sangre y miembro seccionado no serían más que hermosas notas en una perfecta sinfonía de gritos, dolor y venganza.

-¡Venga, vamos!- entoné con entusiasmo. Mi cuerpo se movía solo, induciéndome un ritmillo agitado y bailongo-. ¡No puedo esperar a llegar!- reí.

El gesto de Murph se va torciendo poco a poco conforme te ríes de su contrato. Su expresión denota que pensaba que te tenía atado de pies y manos, pero tu comentario acerca de tu forzoso primer día de trabajo le ha desarmado por completo. Entonces se reclina en su sillón, tomándose unos segundos para reorganizar sus ideas y, de paso, dejarte acabar con... bueno, lo que estás haciendo.

En el tiempo que dura tu numerito, el líder de Lithos ha vuelto a adoptar su soberbia pose. Te observa desde su sillón y separa los labios para responderte.

-De acuerdo, parece que está claro que puede ir a picar en cuanto lo considere oportuno... siempre y cuando se encuentre dentro de la jornada laboral. Esto no es algo que dependa de ningún contrato; es simplemente que a la mina se puede acceder únicamente cuando está abierta -comenta mientras saca un mechero de su bolsillo y prende fuego al contrato, dejándolo sobre un cenicero que hay en la mesa para que se consuma-. No se preocupe, aún tiene varias horas. Por otro lado, no tengo el deber ni las ganas de acompañarle allí, así que le agradecería que volviese cuando tenga un reto para mí.

Tras esas palabras, el tipo que se encuentra detrás de ti y que no ha respondido a tu comentario vuelve a alejarse en dirección a la puerta. Cuando la alcanza, la abre y se hace a un lado para que puedas salir.

Pobre Murph, se creía que era un hombre tan tonto como para fiarme de las palabras que salían de sus descontentos labios. Supongo que es culpa mía, o mejor dicho gracias a mi maravillosa actuación. ¡Ah, cómo voy a disfrutar de todo esto!, pensé con dicha y jolgorio.

Estaba ilusionado, pero no lo suficiente como para un cabo tan importante colgando. Podría preguntarle a los compañeros de la mina, incluso a los guardias, mas mi nerviosismo no me dejó actuar con tanta paciencia.

-¡Lo tendrá, puedo asegurárselo!- cercioré-. Antes de irme- añadí meneándome a un lado y a otro con impaciencia-, ¿le importa decirme la meta a batir? Y antes de que infle sus números le diré que me aseguraré de la cifra con el resto de aldeanos… Just saying~.

Una vez me respondiese, o cuando el silencio fuera suficientemente largo como para saber que no iba a hacerlo, giraría sobre mis pies e iría a la puerta con paso alegre y una larga sonrisa en el rostro. Pero, justo en el momento en el que fuera a atravesar el umbral, me detendría y giraría mi rostro para mirarle por encima del hombro.

-Por favor, no huya- supliqué con ojos más tristes que los de un cachorro reprochado y un mohín. La carcajada siguiente se deslizó entre mis dientes como la más vil de las serpientes, dispuesta a reptar para constreñir los corazones de los allí presentes. Me fui ahogando mi risa poco a poco.

Por el camino pensé si mis actos formaban parte del espectáculo o si una maldad inherente a mi alma había crecido para traerme una golosa satisfacción. No me importaba cual fuese la respuesta, y menos cuando disfrutaba tanto. Todo era perfecto cuando no estaba atado, cuando podía dar rienda suelta a los pecados y las más viles de las perversiones. Y sucedía bastante poco a menudo como para no preocuparme de la pureza de mi alma. ¿Al fin y al cabo, qué hay más justo que acabar con los injustos? ¿Qué más dan los métodos cuando puedo ser tan feliz? Aunque sea solo por un momento.

En mi camino a la mina sentía que el mundo me pertenecía, que no había nada que pudiese dañarle aunque todo estuviese dispuesto a hacerlo. Estaba atento a la terrorífica belleza de mi alrededor, a cada rama amenazante que me sonreía y cada pajarillo que escapaba entre las ramas. Hasta el suelo, en sus caprichosos tonos terrosos era una delicada trampa construida por un poeta. Todo era inspiración y cacofonía. Yo mismo era caos y orden.

Ya no tenía que preocuparme de ser William, siquiera de ser tan yo mismo como lo era. Podía ser un yo liberado, uno que sonriera y saludara a todos cuantos se encontraba en su camino a pesar de los rostros cansados, tristes y extrañados. Fui, por un momento, el yo que podría haber sido.

Al llegar preguntaría entusiasmado dónde estaba mi nueva pared con platino a picar y al adentrarme al túnel que se me señalara canturrearía “¿Cuál es la meta a batir esta temporada?”. Silbando, y bailando casi, me acercaría a la pared usando el pico reglamentario como un buen bastón.

-Buenas tardes caballeros, si no les importa apartarse de la pared para que pueda trabajar… No me gustaría que se ocasionasen daños colaterales con mi extracción. Claro está, si siguen ahí empezaré sin preocuparme, esto solo es una amable advertencia- diría tranquilamente, apoyado en mi herramienta como un educado villano. No me apetecía interpretar más a un héroe, la verdad, no con ese público. Tampoco quería serlo ya.

Decidieran obedecer o no, dejaría mi pico atrás y cavaría con mis manos sin tener respeto por el material, que iba a destruirse de todas formas para extraer el mineral de su interior. Sólo respetaría la cueva, su integridad y mi propia seguridad mientras recorría la tierra como la alimaña en la que me habían convertido. A la que yo mismo había accedido dar rienda suelta. Al menos un tiempo, el justo para que se diera una vueltecita y pudiera estirar las piernas.

-Media tonelada -dice Murph de forma seca-. Mucha suerte, caballero. -Esa es la última palabra que escuchas de él. Ni siquiera cuando le dices que no huya abre la boca o cambia lo más mínimo su expresión. No hay furia, miedo, ni ninguna otra emoción apreciable, como si hubiera entrado en un estado diferente y ante ti se encontrase otro hombre.

Cuando llegas a la mina te dan tu pico y te escoltan por el interior. Algunos de los mineros vuelven sus rostros hacia ti cuando pasas, pero en seguida vuelven al trabajo. Tu guía te lleva hasta la zona reservada de la mina y te conduce por los túneles que la constituyen. En estos hay muchas menos personas. Puedes ver amplias zonas de pared que aún están por trabajar, y de vez en cuando encuentras grupos de tres o cuatro hombres que pican como dementes.

Terminan por colocarte junto a un señor calvo que te escucha atentamente. Antes de comenzar con tu tarea, te parece escuchar un "aquí hay pared de sobra, pedazo de imbécil", pero tal vez sea tu imaginación. Cuando te dé por parar de cavar, verás que un carro llevado por tres hombres se acerca a tu posición. Tienen un extraño objeto redondo sobre el que colocan uno de los cascotes elegido aparentemente al azar. Una vez el artefacto emite un pitido, uno de los operarios anota unos datos en una libreta y los otros dos emplean unas palas para llenar el carro con el material extraído de la pared. Varios grupos diferentes se pasarán periódicamente mientras estés trabajando.

No me preocupaba mucho la reacción de Murph, por fin había vislumbrado lo que se escondía detrás de las máscaras. O al menos creía haberlo visto de pasada. Me detuve en la deliciosa idea de seguir jugando con él un tiempo más, como el gato que hace sufrir a su presa. Quién lo hubiera dicho, yo haciendo metáforas con un animal que repudiaba…

¿Estoy comportándome como un… gato?

Un insulto justo antes de que mis manos rozaran la piedra me sacó de mi decisión de cavar. Sus palabras llenaron de ira el hueco en mi corazón que la alegría acababa de dejar a la duda. Sentía como la sangre se bombeaba con odio, haciéndome cerrar los puños en venganza ante un acto tan simplón. Respiré hondo y me senté en el suelo antes de comenzar.

Mis sentimientos y mis oscuros deseos me habían llevado por un camino de dudosa moralidad. Apoyándome con excusas había silenciado la crueldad de mis actos y su falta de justicia. Había pasado tantos días en silencio que no había hecho más que caer en un círculo vicioso de maldad y desgracia. Medité unos segundos y sonreí al darme cuenta de que el simple hecho de compararme con un animal al que le tenía una justificada tirria me había hecho reencaminarme al camino que decidí recorrer hace mucho tiempo.

-Lo siento, tiene razón- dije al aire en voz alta como disculpa, sin preocuparme de encontrar al que me había injuriado. Me cambié de zona para disfrutar de una soledad que necesitaba para hacer un pequeño reajuste en mis planes.

Golpe tras golpe notaba como la impía alegría me abandonaba, dejándome una vez más tan hueco como había empezado. Añoraba la sensación de la crueldad justificada, pero sabía que no era excusa para el comportamiento y la actitud de la que había hecho gala, siquiera con esos desgraciados sin dos dedos de frente. Yo mismo me había buscado mi propia infelicidad al creer que sería un héroe, al suponer que serían lo suficientemente inteligentes y nobles como para escuchar mis macabros susurros y al permanecer en silencio. Yo mismo había sido débil hace mucho tiempo, y sin inspiración no me hubiera fortalecido. Necesitaban alguien que les enseñara, no otro al que temer. Quizás podrían ser las dos cosas, pensé, intentando arañar un éxtasis que se esfumaba.

Cavé con tranquilidad pero sin pausa, sin intención ninguna de cansarme ni ahogar mis penas bajo el esfuerzo físico. Debía aniquilarlas con mi propia voluntad, no rompiendo las menas de platino entre mis dedos. ¿Lo hice? No del todo, nunca se es del todo infeliz.

Quizás el problema de este mundo es que los idiotas están seguros de todo y las personas inteligentes están llenas de dudas. O quizás sea la razón por la que son lo que son.

No presté mucha atención al artilugio que usaron mis “superiores”, le atribuía la propiedad de medir el porcentaje de platino en la mena con algún abracadabra científico. Tampoco me importó que se llevaran la roca, así me ahorraban el trabajo y hacía que los niños no tuvieran que arriesgarse al acercarse.

Me tomaría mi tiempo para escavar unos diez metros cúbicos de roca, lo suficiente como para satisfacer con creces el requisito de mi combate y asegurarme que nadie, en mucho tiempo, me retara.

Pica y cavila, pica y cavila. Daré por hecho que has empleado esa extraña habilidad tuya para extraer esos diez metros cúbicos. Poco a poco, el resto de los mineros privilegiados -por llamarlos de algún modo- han dejado sus quehaceres para verte trabajar, y los gestos calmados de los operarios han ido cambiando poco a poco. Se ve que no están acostumbrados a eso que haces.

Un resplandor verde en la máquina informa de que un piloto se ha encendido después de que recojan uno de tus trozos. Acto seguido, una sirena suena en toda la mina y un intenso alboroto ocupa los túneles por completo. Algo has hecho; bueno o malo, pero algo.

Dos vigilantes aparecen junto a ti, pero esta vez no te llevan al exterior a empujones, sino que te sugieren con la mano que sigas el camino que te indican. ¿Qué puede salir mal? Supongo que nada.

Si les haces caso, verás que te llevan a la entrada de la mina. Han retirado las vagonetas y no queda ningún rastro del material que antes se distribuía por el lugar. Todos los habitantes de Lithos se encuentran allí, pero a una distancia bastante grande del solitario individuo que se encuentra frente a ti. No es otro que Murph, y te mira con su característica sonrisa de autosuficiencia.

-Si no quieres firmar el contrato nuevo, habrá que firmar el antiguo -te dirá una vez estés lo suficientemente cerca. Entonces usará un pequeño cuchillo para provocarse un corte en la mano y te lo lanzará para, justo después, tenderte la mano sangrante. No sé qué pensarás acerca de eso, pero parece que es parte de la peculiar burocracia de la zona.

Mi combinación de técnicas, fruto del estrés de la caída del meteorito, hizo su función a la perfección. Conseguí sacar la rota trozo por trozo, echándolo a un lado con mis manos en forma de cuchara mientras me abría paso a “cincelazos” para extraer aún más. El coste energético de mis acciones era alto, pero nada comparable a lo que tardaría en tiempo y esfuerzo al usar un simple pico.

Me esforcé a cada golpe para no tener que dar otro que terminara cada incisión en la piedra. ¿Por qué? No porque quisiera sacar perfectos bloques con cuidado, sino porque por desgracia aún no estaba todo lo sereno que quería. Intentar tranquilizarse con la meditación o hablándose a uno mismo está muy bien, pero no hay nada mejor para templar un espíritu en llamas que los golpes.

Poco a poco, mi bizarro espectáculo atrajo la atención de aquellos que antes me habían ignorado tanto como a sus propios problemas. Su silenciosa admiración me repugnaba, y no solo porque fuera silenciosa. Podía verme a mí mismo en ellos, como una parte que sabía que era necesaria pero que a la vez odiaba.

Aunque hice una pequeña pausa para canalizar mi violencia en una actividad útil, no fue hasta veinte minutos después que paré definitivamente al sonar una extraña alarma. Algo asustado, miré alrededor y a la pared con la impresión de haber desenterrado una maldición radioactiva o un cúmulo de gas venenoso. Por suerte, la amabilidad de los guardias me tranquilizó un poco; no demasiado, porque aún podía estar impregnado de un veneno invisible y sospechaba que querían eliminarme como si me tratase de simple basura. Mi paranoia erró, y estaba agradecido al destino por ello.

Me acompañaron  afuera donde todo el pueblo  se había reunido para admirar el combate. Como una coordinada marabunta se dispusieron en corrillo alrededor de su temido aunque no temible líder. Murph, sonriendo con una arrogancia bíblica, me esperaba en el centro.

Me acerqué a él abriendo poco a poco los botones de mi sucia camisa, dispuesto a darle muerte. Cuando habló, mi vista vaciló hacia el público, contemplando todos y cada uno de los lejanos rostros que esperaban la nueva coronación o la reafirmación de su tirano. Quería sonreir, pero no pude.

-Claro Murph, como que voy a mezclar mi sangre con la de una alimaña como tú- dije sin siquiera mirarle, ya había perdido todo mi respeto y además ganado mi odio-. Discúlpame un segundo.-Pero seguía siendo un caballero.

Me quité la camisa sudada y mugrienta y arrugué la nariz al golpearme el olor de mi propia inmundicia. Nadie me había prestado ayuda, y mi anfitrión tan solo me proveía de techo y bocadillos de asquerosa mortadela durante los reglamentarios descansos. Allí, entre todos aquellos adultos, solo había dos a los que podía deberles algo, aunque no mucho. Y aun así…

-Pueblo de Lithos- comencé a decir en voz alta con el pecho descubierto a la vez que deambulaba por la periferia-, me habéis decepcionado. Llegué a esta isla como un extraño, inútil y desamparado… y nadie, ninguno, me ha brindado ni su ayuda ni su amistad. Debo decir que en parte también es mi culpa, quizás hice a mi pequeño personaje demasiado odioso como para granjearse una pizca de cariño- dije, casi a modo de soliloquio-. Pero…

Ordené mis pensamientos para que mi odio, tanto a ellos como a mi mismo, fuese expresado no tal y como quería, sino como necesitaban.

-Se sabe mucho de un pueblo en base a cómo trata los más débiles…-me detuve, acusándoles con la mirada, a todos menos a los niños. Era solo por ellos por lo que iba a hacer lo que iba a hacer-. Honraré sus costumbres, siempre y cuando tengan la amabilidad de explicarme cómo puedo continuar con el combate ritual y cuáles son sus condiciones. ¿¡Podría decirme alguien, algún alma caritativa e insatisfecha con la terrible situación actual, cómo actuar para respetar su tradición?!- pediría, sondeando en búsqueda de valentía entre el tumulto.

Murph te observa contrariado. Parece que no termina de entender el porqué de ese último discurso. Abre la boca para decirte algo, pero una voz del público le interrumpe. Es Hermenegildo, que ha dado un paso al frente y te mira con expresión seria. Cuando comienza a hablar, el actual líder de Lithos no osa interrumpirle y le mira con un gesto cargado de respeto.

-No mientas, muchacho. Se te iba a dar cobijo en mi casa. De hecho ya te encontrabas en su interior, pero un burdo intento de chantaje para "liberarnos" de nuestra carga pidiendo algo a cambio nos demostró que no eres buena persona. Aún así, nadie se ha interpuesto en tu camino para alcanzar el liderato de una isla, una empresa y, sobre todo, un pueblo del que no habías oído hablar en tu vida. Nadie lo hará; puedes tenerlo por seguro. Pienses lo que pienses, somos gente honrada que respeta sus tradiciones y, te parezcan como te parezcan, no eres nadie para juzgarlas o para imponer tu forma de pensar sobre la nuestra. Dicho esto, Murph está cumpliendo con el procedimiento. Debes imitarle, y entonces comenzaréis una lucha por ver quién es el líder de Lithos. Que te quede claro que todo se desarrollará ante nuestros ojos, y si estimamos que no ha sido un combate justo y honorable el vencedor no será considerado como tal. -El viejo da un paso hacia atrás y se sitúa junto a Lutgardo y Gustava.

-¿Empezamos o no? -te vuelve a decir Murph, tendiéndote una vez más la mano.