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Apareció el anciano de entre la multitud para decir la verdad, su verdad. Y cuando lo hizo me quedó más claro que nunca que aquellas gentes no podrían entender jamás porqué lo había hecho, no todos al menos. Quizás, en un futuro lejano, los niños comprenderían qué me llevó a actuar de aquella manera. O no.
-Eso es cierto, muy cierto. Me gustaría preguntarle por qué cree que haría eso, y también por qué no niego que lo hice- También me gustaría que lo hiciera, pero eso era algo bastante improbable-. Gracias por contestar.
Me di la vuelta dispuesto a entrar en el combate, pero un pensamiento me paralizó a los tres pasos. Habían hablado de un combate justo, pero aquel no era, desde luego, uno así. No, necesitaba un pequeño detalle más, uno crucial que, a la vez, se ponía en contra de mi respeto a sus tradiciones. No era quién para decirles cómo criar a sus hijos… ¿no? Aunque, si era por su bien… también lo era por el mío.
-Una cosa más. Supongo que el que esté cansado de sacar piedra y tal no es importante para la justicia del combate- No se tiene compasión alguna con los villanos-, pero… ¿Les importaría llevarse a los niños? No me gustaría dañar su inocencia con mi espectáculo- declaré desde el corazón, con una mano puesta sobre el mismo.
Mientras esperaba mi respuesta me mordería la mano para crear un corte en su superficie, esperando a su vez que con mi peculiaridad este sanara para no tener que soportar su malvada sangre en mi organismo. Suficiente tenía ya con mi propia vileza latente. Y una vez me respondieran o bien pasara el tiempo suficiente para que supiese que mi petición había sido ignorada, iría hacia Murph con mi mano cubierta de sangre bien en lo alto, para que todo el mundo pudiese verla.
-¡Mi nombre no es Will Fortune!-declaré en voz alta-¡Me llamo Alphonse Capone y honraré su tradición!
Me detuve frente a mi rival con un gran peso sobre el corazón, un peso que ardía más que mil soles. Deseaba destruirle, tanto que incluso pensar cada palabra que iba a decirle me hacía daño. Y no solo las pensé, las dije con una educación que no se merecía.
-Murph, a este punto de la historia lo más probable es que dude de la veracidad de mis palabras. Seguramente crea que todo esto es solo un farol, que soy un ser débil que no quiere enfrentarse a usted y que ha montado todo este paripé para librarse y ganar sin esfuerzo. Pero si aún queda un atisbo de duda, un pequeño recóndito en el que crea que soy un monstruo que puede matarle… por favor, ríndase. Si lo hace, si me recompensa al librarme de la terrible tentación de sucumbir a mis oscuros deseos, le dejaré vivo y libre. Si no…
Seré libre, verdaderamente libre por un momento.
Respiré hondo, tomándome un momento para empujar las terribles ideas y los reproches a mi “impecable” honor a un lado. En el fondo, en uno en el que por desgracia no se distanciaba mucho de la primera capa de honra, quería…
-Si no, o incluso si lo hace después de agraviarme una vez más-dije sin poder reprimir una pequeña sonrisa y un malvado destello en mis ojos-, lo único que le librará del sufrimiento será la muerte.
Y entonces, solo entonces, extendería mi mano hacia él como el demonio que era, dispuesto a sellar el pacto.
Aunque estaba dispuesto a aceptar un primer golpe, eso no significaba que no fuese a responder según las circustancias.
-Eso es cierto, muy cierto. Me gustaría preguntarle por qué cree que haría eso, y también por qué no niego que lo hice- También me gustaría que lo hiciera, pero eso era algo bastante improbable-. Gracias por contestar.
Me di la vuelta dispuesto a entrar en el combate, pero un pensamiento me paralizó a los tres pasos. Habían hablado de un combate justo, pero aquel no era, desde luego, uno así. No, necesitaba un pequeño detalle más, uno crucial que, a la vez, se ponía en contra de mi respeto a sus tradiciones. No era quién para decirles cómo criar a sus hijos… ¿no? Aunque, si era por su bien… también lo era por el mío.
-Una cosa más. Supongo que el que esté cansado de sacar piedra y tal no es importante para la justicia del combate- No se tiene compasión alguna con los villanos-, pero… ¿Les importaría llevarse a los niños? No me gustaría dañar su inocencia con mi espectáculo- declaré desde el corazón, con una mano puesta sobre el mismo.
Mientras esperaba mi respuesta me mordería la mano para crear un corte en su superficie, esperando a su vez que con mi peculiaridad este sanara para no tener que soportar su malvada sangre en mi organismo. Suficiente tenía ya con mi propia vileza latente. Y una vez me respondieran o bien pasara el tiempo suficiente para que supiese que mi petición había sido ignorada, iría hacia Murph con mi mano cubierta de sangre bien en lo alto, para que todo el mundo pudiese verla.
-¡Mi nombre no es Will Fortune!-declaré en voz alta-¡Me llamo Alphonse Capone y honraré su tradición!
Me detuve frente a mi rival con un gran peso sobre el corazón, un peso que ardía más que mil soles. Deseaba destruirle, tanto que incluso pensar cada palabra que iba a decirle me hacía daño. Y no solo las pensé, las dije con una educación que no se merecía.
-Murph, a este punto de la historia lo más probable es que dude de la veracidad de mis palabras. Seguramente crea que todo esto es solo un farol, que soy un ser débil que no quiere enfrentarse a usted y que ha montado todo este paripé para librarse y ganar sin esfuerzo. Pero si aún queda un atisbo de duda, un pequeño recóndito en el que crea que soy un monstruo que puede matarle… por favor, ríndase. Si lo hace, si me recompensa al librarme de la terrible tentación de sucumbir a mis oscuros deseos, le dejaré vivo y libre. Si no…
Seré libre, verdaderamente libre por un momento.
Respiré hondo, tomándome un momento para empujar las terribles ideas y los reproches a mi “impecable” honor a un lado. En el fondo, en uno en el que por desgracia no se distanciaba mucho de la primera capa de honra, quería…
-Si no, o incluso si lo hace después de agraviarme una vez más-dije sin poder reprimir una pequeña sonrisa y un malvado destello en mis ojos-, lo único que le librará del sufrimiento será la muerte.
Y entonces, solo entonces, extendería mi mano hacia él como el demonio que era, dispuesto a sellar el pacto.
Aunque estaba dispuesto a aceptar un primer golpe, eso no significaba que no fuese a responder según las circustancias.
-¿Es que no te cansas de parlotear sin parar? -pregunta Murph en voz baja. Entonces alza la voz y continúa hablando-: Los niños no pueden irse de aquí. Son tan parte del pueblo de Lithos como el más anciano y deben ver aquello que decidirá su futuro. Voy a darte la mano, pero únicamente para sellar nuestro compromiso de que el vencedor será proclamado líder de Lithos.
Entonces la estrecha, y tras darte un firme apretón se aleja unos metros de ti. El murmullo que nace de la multitud que os observa desde una distancia tan considerable como prudente te indica que el combate ha comenzado. Murph comienza a trazar un círculo en torno a ti, evaluándote y decidiendo cuál debe ser su primer movimiento.
Sin previo aviso, se precipita en tu dirección a gran velocidad y lanza una patada giratoria. Ha encogido su cuerpo, y su cabeza se encuentra a la altura a la que normalmente se encontraría su ombligo. Ha lanzado el talón con toda la violencia que ha sido capaz de reunir en dirección a tu mejilla derecha, y unos hilillos de blanca y brillante energía se desprenden del pie y dejan un rastro de la trayectoria seguida.
Entonces la estrecha, y tras darte un firme apretón se aleja unos metros de ti. El murmullo que nace de la multitud que os observa desde una distancia tan considerable como prudente te indica que el combate ha comenzado. Murph comienza a trazar un círculo en torno a ti, evaluándote y decidiendo cuál debe ser su primer movimiento.
Sin previo aviso, se precipita en tu dirección a gran velocidad y lanza una patada giratoria. Ha encogido su cuerpo, y su cabeza se encuentra a la altura a la que normalmente se encontraría su ombligo. Ha lanzado el talón con toda la violencia que ha sido capaz de reunir en dirección a tu mejilla derecha, y unos hilillos de blanca y brillante energía se desprenden del pie y dejan un rastro de la trayectoria seguida.
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Odiaba y agradecía su decisión, pero esta vez era por motivos muy diferentes. Los niños se quedarían, y sería solo por ellos que podría contener la ponzoñosa maldad que me ahogaba. Al menos, eso esperaba.
Confiaba que me apretase la mano e iniciara un ataque, pero no fue así. Una pena, tenerlo cerca me hubiese facilitado mucho las cosas. En su lugar, se alejó y comenzó a rondarme para evaluar su aproximación y determinar alguna apertura. Como respuesta simplemente pivoté, encarándole en todo momento y flexionando ligeramente los codos para mantener una guardia intermedia que me permitiese responder a ataques altos y bajos.
Corrió como el viento hacia mí, sin darme tiempo para apartarme de su camino ni la trayectoria de su pierna. Lo gracioso es que nunca quise hacerlo. Fue en el instante en el que trazó su patada al apoyar si pie derecho en el suelo el que aproveché para variar mi posición. Atrasando el pie izquierdo y adelantando el derecho un poco para constituir unos firmes cimientos, me defendí de su ataque alzando mi antebrazo derecho y bajando el resto del cuerpo para alejar mi rostro del posible daño.
¿Y ya está? ¿Una simple parada? No, eso no me habría satisfecho. Casi sin darme cuenta, no sabría decir si por el tiempo que me pasé cavando o por la sed de sangre que me arañaba el alma, imbuí la que estimé ser la zona de contacto con energía cortante justo antes de recibir el ataque.
La potencia del golpe viajó desde mi brazo hasta mis pies, descargándose en el suelo y amortiguando los daños de su patada giratoria. Dolía, y aunque era soportable, sabía que de no haber sido por la correcta distribución de cargas, mi armazón óseo se hubiese resentido. Otra cosa serían sus daños, ya que acababa de ejecutar un movimiento de alta presión sobre el filo de mi brazo-cuchilla sin más superficie de descarga que un pie que se enfrentaba al esfuerzo añadido de la torsión implícita en su ataque.
No importaba mucho para mi respuesta que su pierna se seccionara limpiamente y él siguiese girando, o que rebotase rota cambiando su momento de inercia. Con mi mano izquierda atrasada por la postura y el haber recibido el golpe, cerré el puño y lo lancé hacia su cuerpo proyectando el golpe con mi técnica tributo a Elizabello II.
Claro está, impactara en su cuerpo, su espalda o si no lo hiciera, volvería a mi postura defensiva preparándome para continuar el combate.
Confiaba que me apretase la mano e iniciara un ataque, pero no fue así. Una pena, tenerlo cerca me hubiese facilitado mucho las cosas. En su lugar, se alejó y comenzó a rondarme para evaluar su aproximación y determinar alguna apertura. Como respuesta simplemente pivoté, encarándole en todo momento y flexionando ligeramente los codos para mantener una guardia intermedia que me permitiese responder a ataques altos y bajos.
Corrió como el viento hacia mí, sin darme tiempo para apartarme de su camino ni la trayectoria de su pierna. Lo gracioso es que nunca quise hacerlo. Fue en el instante en el que trazó su patada al apoyar si pie derecho en el suelo el que aproveché para variar mi posición. Atrasando el pie izquierdo y adelantando el derecho un poco para constituir unos firmes cimientos, me defendí de su ataque alzando mi antebrazo derecho y bajando el resto del cuerpo para alejar mi rostro del posible daño.
¿Y ya está? ¿Una simple parada? No, eso no me habría satisfecho. Casi sin darme cuenta, no sabría decir si por el tiempo que me pasé cavando o por la sed de sangre que me arañaba el alma, imbuí la que estimé ser la zona de contacto con energía cortante justo antes de recibir el ataque.
La potencia del golpe viajó desde mi brazo hasta mis pies, descargándose en el suelo y amortiguando los daños de su patada giratoria. Dolía, y aunque era soportable, sabía que de no haber sido por la correcta distribución de cargas, mi armazón óseo se hubiese resentido. Otra cosa serían sus daños, ya que acababa de ejecutar un movimiento de alta presión sobre el filo de mi brazo-cuchilla sin más superficie de descarga que un pie que se enfrentaba al esfuerzo añadido de la torsión implícita en su ataque.
No importaba mucho para mi respuesta que su pierna se seccionara limpiamente y él siguiese girando, o que rebotase rota cambiando su momento de inercia. Con mi mano izquierda atrasada por la postura y el haber recibido el golpe, cerré el puño y lo lancé hacia su cuerpo proyectando el golpe con mi técnica tributo a Elizabello II.
Claro está, impactara en su cuerpo, su espalda o si no lo hiciera, volvería a mi postura defensiva preparándome para continuar el combate.
- Cosas usadas:
- Cubertería: Cuchillo (brazo cincél, porque la técnica de cincel es para proyectar técnicamente.
Prince Punch
Ambas técnicas son de manual
Logras frenar el golpe, pero los hilillos de energía se acumulan en la zona del impacto tomando una forma que recuerda a la de una peonza por unos segundos. Esto provoca que la fuerza del impacto sea algo menor y que el corte consecuente no sea tan profundo como te hubiera gustado. A pesar de eso, Murph gruñe a causa del dolor y la sorpresa.
Su postura no es la mejor para reaccionar ante un ataque, así que tu puñetazo acierta de pleno. La onda de choque provoca que salga disparado varios metros, llegando a aterrizar justo delante de la multitud que os contempla. Un pequeño murmullo se extiende entonces por el lugar, pero tu oponente se levanta en seguida. Se lleva la mano a la zona del corte, en la zona posterior de la pierna, y comprueba que sangra.
-Si piensas que esto será suficiente estás muy equivocado.
Está despeinado a causa del golpe que se ha dado, y su ropa arrugada como si llevase meses sin plancharla. Sin decir nada más, alza el talón de la pierna sana por encima de su cabeza en un gesto más propio de una gimnasta rítmica que de un empresario. La energía blanca se empieza a acumular en su talón, y cuando estima que es suficiente lo hace chocar con violencia contra el suelo. En un primer momento no ocurre nada, pero poco después el suelo se resquebraja en dirección a ti. Un resplandor blanco emana de la grieta, que avanza hacia ti a una velocidad de 30 m/s.
-¡Recibe eso si puedes! -exclama Murph, iracundo.
Su postura no es la mejor para reaccionar ante un ataque, así que tu puñetazo acierta de pleno. La onda de choque provoca que salga disparado varios metros, llegando a aterrizar justo delante de la multitud que os contempla. Un pequeño murmullo se extiende entonces por el lugar, pero tu oponente se levanta en seguida. Se lleva la mano a la zona del corte, en la zona posterior de la pierna, y comprueba que sangra.
-Si piensas que esto será suficiente estás muy equivocado.
Está despeinado a causa del golpe que se ha dado, y su ropa arrugada como si llevase meses sin plancharla. Sin decir nada más, alza el talón de la pierna sana por encima de su cabeza en un gesto más propio de una gimnasta rítmica que de un empresario. La energía blanca se empieza a acumular en su talón, y cuando estima que es suficiente lo hace chocar con violencia contra el suelo. En un primer momento no ocurre nada, pero poco después el suelo se resquebraja en dirección a ti. Un resplandor blanco emana de la grieta, que avanza hacia ti a una velocidad de 30 m/s.
-¡Recibe eso si puedes! -exclama Murph, iracundo.
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La pierna de Murph rebotó contra mi brazo llevándose su parte del daño, pero por supuesto este palideció en comparación con el del golpe que le propiné en su eslpalda y le había hecho volar unos cuantos metros hacia atrás, justo hasta llegar a la linde del “ring”. Debía ser más cuidadoso, si mi golpe hubiese sido más fuerte o él más débil, habría herido a los niños, primeros en las filas.
Abrí y cerré la mano, recuperándome del pequeño esfuerzo de mi onda sin poder evitar culparme de lo que podría haber pasado. Si hubiese aplicado mi rabia en aquel ataque como venganza a su actitud, la de sus subordinados y su última falta de educación respecto a mi educada petición… Ellos...
Atrapado por el precio que podrían haber tenido mis acciones, dejé que Murph se levantara del suelo y evaluara rápidamente sus heridas. Desde la distancia que nos separaba, no pude ver más que la sangre de la parte posterior de su pierna, manchando su pantalón algo más por encima del tobillo. No pude evitar preguntarme qué tal estaría su espalda tras mi Prince Punch, así como el tobillo en el que se había apoyado para lanzar el ataque. No debían ser demasiado graves, tal y como alzaba hacia el cielo la pierna.
Sin duda alguna, la luz que manaba de su pie indicaba que estaba cargando alguna especie de onda, la pregunta era de qué clase: ¿era una onda cortante que se desplazaría hacia delante, una descendente que se asemejaría más a un pájaro en picado, o bien una que saldría desde el suelo como un géiser? Desconociéndolo, pero sabiendo que lo único que compartían las tres era que se irían debilitando con la distancia, fui retrocediendo poco a poco. De todas formas habría tenido que hacerlo más tarde o más temprano para alejarle del público.
Y entonces, apenas había dado un par de cautelosos pasos hacia atrás, descargó su ataque contra la tierra. Esperándome que la energía manara desde el suelo, alcé el pie preparando mi ataque en respuesta para contrarrestar la onda que viniese. Pero no lo hizo desde abajo, no directamente. La fisura en la tierra avanzó como una peligrosa falla estructural en un muro de carga, destruyendo la integridad del terreno a su paso mientras la blanca luz se colaba entre los huecos de la fractura. Sin tiempo para esquivar, y con la pierna izquierda dispuesta a descargar el pisotón, solo pude hacer una cosa: darlo, y con todas mis fuerzas.
Pero, en vez de hacerlo para contrarrestar su ataque de manera directa como tenía pensado, descargué el pisotón a mi izquierda para destruir el terreno y crear un camino preferente en el que se descargara la energía de su onda. ¿Por qué? Porque si lo hubiese hecho hacia delante, y no hubiese contrarrestado toda la potencia del mismo con mi fuerza bruta, me hubiera enfrentado a las esquirlas de la roca fracturada como metralla. Y, como todos, prefería seguir vivo y con mis dos ojos intactos. Además, por si las moscas, crucé los brazos frente a mí preparándome para el impacto residual.
La onda resultante, aunque parte de ella había escapado por el agujero a mi izquierda, me impactó lo suficientemente fuerte como para hacerme clavar en el suelo la rodilla izquierda, cuya pierna se había desestabilizado por mi ruptura en el terreno. También me hizo aprender que era mucho mejor no dejar que alguien canalizara su ataque durante un tiempo, había sido más poderoso de lo que me esperaba.
Oculto por la nube de polvo y arena, comencé a concentrar mi energía para enviar al perfecto depredador a la caza. Soltaría a mi perro contra él.
Claro está, lo que menos me esperaba cuando comencé a levantarme con cuidado y a moverme hacia mi derecha para alejarme del terreno inestable fue contemplar semejante can. La energía, para mi más completa humillación, había tomado la forma de un peludo shih-tzu rojo que repiqueteaba con sus pezuñitas en su dedicada carga contra Murph. Era ridículo, probablemente igual de efectivo, pero ridículo. Quizá lo suficiente como para que lo menospreciara...
-Tengo que normalizar esta técnica- musité para mí mismo con vergüenza, colocándome de nuevo a la defensiva, desplazándome lentamente hacia la derecha para alejarme de la zona de suelo roto.
Abrí y cerré la mano, recuperándome del pequeño esfuerzo de mi onda sin poder evitar culparme de lo que podría haber pasado. Si hubiese aplicado mi rabia en aquel ataque como venganza a su actitud, la de sus subordinados y su última falta de educación respecto a mi educada petición… Ellos...
Atrapado por el precio que podrían haber tenido mis acciones, dejé que Murph se levantara del suelo y evaluara rápidamente sus heridas. Desde la distancia que nos separaba, no pude ver más que la sangre de la parte posterior de su pierna, manchando su pantalón algo más por encima del tobillo. No pude evitar preguntarme qué tal estaría su espalda tras mi Prince Punch, así como el tobillo en el que se había apoyado para lanzar el ataque. No debían ser demasiado graves, tal y como alzaba hacia el cielo la pierna.
Sin duda alguna, la luz que manaba de su pie indicaba que estaba cargando alguna especie de onda, la pregunta era de qué clase: ¿era una onda cortante que se desplazaría hacia delante, una descendente que se asemejaría más a un pájaro en picado, o bien una que saldría desde el suelo como un géiser? Desconociéndolo, pero sabiendo que lo único que compartían las tres era que se irían debilitando con la distancia, fui retrocediendo poco a poco. De todas formas habría tenido que hacerlo más tarde o más temprano para alejarle del público.
Y entonces, apenas había dado un par de cautelosos pasos hacia atrás, descargó su ataque contra la tierra. Esperándome que la energía manara desde el suelo, alcé el pie preparando mi ataque en respuesta para contrarrestar la onda que viniese. Pero no lo hizo desde abajo, no directamente. La fisura en la tierra avanzó como una peligrosa falla estructural en un muro de carga, destruyendo la integridad del terreno a su paso mientras la blanca luz se colaba entre los huecos de la fractura. Sin tiempo para esquivar, y con la pierna izquierda dispuesta a descargar el pisotón, solo pude hacer una cosa: darlo, y con todas mis fuerzas.
Pero, en vez de hacerlo para contrarrestar su ataque de manera directa como tenía pensado, descargué el pisotón a mi izquierda para destruir el terreno y crear un camino preferente en el que se descargara la energía de su onda. ¿Por qué? Porque si lo hubiese hecho hacia delante, y no hubiese contrarrestado toda la potencia del mismo con mi fuerza bruta, me hubiera enfrentado a las esquirlas de la roca fracturada como metralla. Y, como todos, prefería seguir vivo y con mis dos ojos intactos. Además, por si las moscas, crucé los brazos frente a mí preparándome para el impacto residual.
La onda resultante, aunque parte de ella había escapado por el agujero a mi izquierda, me impactó lo suficientemente fuerte como para hacerme clavar en el suelo la rodilla izquierda, cuya pierna se había desestabilizado por mi ruptura en el terreno. También me hizo aprender que era mucho mejor no dejar que alguien canalizara su ataque durante un tiempo, había sido más poderoso de lo que me esperaba.
Oculto por la nube de polvo y arena, comencé a concentrar mi energía para enviar al perfecto depredador a la caza. Soltaría a mi perro contra él.
Claro está, lo que menos me esperaba cuando comencé a levantarme con cuidado y a moverme hacia mi derecha para alejarme del terreno inestable fue contemplar semejante can. La energía, para mi más completa humillación, había tomado la forma de un peludo shih-tzu rojo que repiqueteaba con sus pezuñitas en su dedicada carga contra Murph. Era ridículo, probablemente igual de efectivo, pero ridículo. Quizá lo suficiente como para que lo menospreciara...
-Tengo que normalizar esta técnica- musité para mí mismo con vergüenza, colocándome de nuevo a la defensiva, desplazándome lentamente hacia la derecha para alejarme de la zona de suelo roto.
- Cosas usadas:
- Demolición:
- Alphonse, al descargar un golpe, libera una onda sísimica de repetición a la frecuencia del material que quiere dañar. Esta onda se propaga por el material, creando obscenos daños en la estructura en la que resuena. Normalmente la suele usar para derribar edificios, rocas en el camino y etcétera, pero dado su profesión de músico y arquitecto podría realizarlo sobre huesos, carne etcétera. La onda es efectiva hacia fuera del usuario, y se propaga como una terrible vibración. Se expande hasta un metro de distancia. En el centro liberará su máximo potencial, y el los extremos estará casi disipada. Nunca podrá llegar al nivel de una onda de luchador o devastador. Esta energía tiene un ángulo de expansión de 120 grados.
- Soltad a los perros:
- Alphonse genera un perro guardián, de raza aleatoria cada vez que persigue a sus enemigos. Su tamaño está limitado a 1x1x2 como mucho, y podrá usarse hasta dos veces por combate, y puede recorrer hasta veinte metros antes de desvanecerse. En su interior, como akuma, la técnica puede aparecer desde cualquier punto de la casa y puede estar formada por objetos que conformen al perro (como una estatua de piedra, metal, o incluso formado por cuchillos de cocina).
Murph emite algo similar a un gruñido de desagrado cuando comprueba que has desviado buena parte de su ataque, pero da paso a una leve sonrisa al verte hincar la rodilla. Por otro lado, no se espera que ese perro corra hacia él (y sí, deberías poner un chucho menos achuchable). Cuando reacciona, el animal ya se encuentra a poco más de un salto de él, y su única respuesta posible es cruzar los brazos e interponerlos en la trayectoria del cánido.
A pesar de ello, puedes oír como emite un quejido lastimero tras el ataque. Tal vez le haya mordido, o puede que únicamente haya impactado en un lugar... inadecuado, por decirlo así. La cuestión es que cuando tu mascota temporal desaparece clava en ti una mirada cargada de ira.
No dice nada más, pero se precipita hacia ti. Puedes ver las secuelas de tu ataque en sus antebrazos, pero las ignora y da un potente salto. Puedes ver cómo vuelven a aparecer esos hilillos de energía en torno a sus pies, y lanza una patada descendente con la que pretende alcanzarte en la cabeza. En esta ocasión hay más energía a su alrededor que en el primer ataque... Yo de ti tendría cuidado.
A pesar de ello, puedes oír como emite un quejido lastimero tras el ataque. Tal vez le haya mordido, o puede que únicamente haya impactado en un lugar... inadecuado, por decirlo así. La cuestión es que cuando tu mascota temporal desaparece clava en ti una mirada cargada de ira.
No dice nada más, pero se precipita hacia ti. Puedes ver las secuelas de tu ataque en sus antebrazos, pero las ignora y da un potente salto. Puedes ver cómo vuelven a aparecer esos hilillos de energía en torno a sus pies, y lanza una patada descendente con la que pretende alcanzarte en la cabeza. En esta ocasión hay más energía a su alrededor que en el primer ataque... Yo de ti tendría cuidado.
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A pesar del gruñido de Murph, tenía bastante claro que mi ataque no había servido de mucho. Era débil, siempre lo había asido al negar el combate y escudarme en las palabras y la educación; y ahora tenía que pagar el precio de mi “honorable” decisión. Me juré a mí mismo que me haría fuerte, pues la sociedad ya me había dejado bastante claro que muchas de las ideas que quería implantar tenían que atravesar una recia corteza de prejuicio y estupidez. Y ante la escasez de luces sólo la fuerza bruta parecía ser útil.
El disputado líder de Lithos continuó actuando con la belicosidad de la que había hecho gala desde el primer momento, y sin perder el tiempo se lanzó hacia mí sin miramientos. Sus ojos brillaban con el odio que sólo el sufrimiento físico podía otorgar, y sus apretados dientes rechinaban ansiando el sabor de la sangre. Era libre, verdaderamente libre de toda preocupación, miedo y dilema ético. Suertudo.
En cambio, yo era prisionero de mi juicio, mi calma y mi miedo a caer en la más profunda oscuridad; por mucho que siempre volviese a ella sediento de justicia, dispuesto a correr el riesgo de ahogarme al inclinarme para beber en ella. Y por oponerme a sucumbir del todo a la nada, y gracias al salvavidas de las tiernas miradas de los infantes, sabía que debía prevalecer.
El impetuoso tempo de Murph resonaba con cada una de sus acciones llevadas por la rabia, e intuyendo que su estilo de pelea parecía centrarse en el uso de las piernas, no necesitaba usar mi haki para preveer qué quería hacer. Podía sentirlo tan claro como el chasquido de un metrónomo. Iba a saltar y atacarme desde el cielo imbuyendo su energía en las piernas, el primer ataque sería el más poderoso, pero se guardaría la otra pierna por si fallaba, propinándome una patada por el costado. Se me ocurrió rápidamente cómo responder a aquella oda al odio, pero no sería agradable.
Respiré hondo y di unos cuantos pasos mientras el saltimbanqui tomaba impulso y se suspendía en el cielo, imbuyendo sus pies en energía. Entonces, cuando estuvo en su punto más álgido y posicionó su pierna izquierda tan cerca de su cara como lo había hecho antes dispuesto a descargarla sobre mí, yo actué acorde. Dando un pequeño impulso hacia delante y la izquierda, me posicioné para recibir su muslo sobre mi clavícula derecha imbuida en haki mientras extendía mi brazo derecho paralelo al hueco entre sus piernas, colándolo entre las mismas para agarrarle por el cuerpo antes del impacto a la vez que saltaba hacia delante. ¿Por qué? Porque así ambos caeríamos al suelo, habiéndome librado de toda posible patada que tuviese reservada dada la extraña postura.
Y sería desde el suelo, habiendo amortiguando parte de la caída sobre mi brazo izquierdo, con un desagradable dolor en mi hombro y mi rostro apretado contra su muslo, cuando abriría la tronera en la parte anterior del brazo que le agarraba. No había ganado, pero él había perdido.
-Ríndase, por favor- pedí una última vez mientras mi yo interior esperaba para disparar el cañón carcado de rocas al menor intento de sublevación, anticipándome a toda violencia con mi haki activado. Y desde ahí ni podía fallar, ni tenía posibilidad de herir al público-; no deseo matarle.- Era el más retorcido doblepensar… Porque, aunque fuera verdad, lo único que ansiaba era verle sufrir.
El disputado líder de Lithos continuó actuando con la belicosidad de la que había hecho gala desde el primer momento, y sin perder el tiempo se lanzó hacia mí sin miramientos. Sus ojos brillaban con el odio que sólo el sufrimiento físico podía otorgar, y sus apretados dientes rechinaban ansiando el sabor de la sangre. Era libre, verdaderamente libre de toda preocupación, miedo y dilema ético. Suertudo.
En cambio, yo era prisionero de mi juicio, mi calma y mi miedo a caer en la más profunda oscuridad; por mucho que siempre volviese a ella sediento de justicia, dispuesto a correr el riesgo de ahogarme al inclinarme para beber en ella. Y por oponerme a sucumbir del todo a la nada, y gracias al salvavidas de las tiernas miradas de los infantes, sabía que debía prevalecer.
El impetuoso tempo de Murph resonaba con cada una de sus acciones llevadas por la rabia, e intuyendo que su estilo de pelea parecía centrarse en el uso de las piernas, no necesitaba usar mi haki para preveer qué quería hacer. Podía sentirlo tan claro como el chasquido de un metrónomo. Iba a saltar y atacarme desde el cielo imbuyendo su energía en las piernas, el primer ataque sería el más poderoso, pero se guardaría la otra pierna por si fallaba, propinándome una patada por el costado. Se me ocurrió rápidamente cómo responder a aquella oda al odio, pero no sería agradable.
Respiré hondo y di unos cuantos pasos mientras el saltimbanqui tomaba impulso y se suspendía en el cielo, imbuyendo sus pies en energía. Entonces, cuando estuvo en su punto más álgido y posicionó su pierna izquierda tan cerca de su cara como lo había hecho antes dispuesto a descargarla sobre mí, yo actué acorde. Dando un pequeño impulso hacia delante y la izquierda, me posicioné para recibir su muslo sobre mi clavícula derecha imbuida en haki mientras extendía mi brazo derecho paralelo al hueco entre sus piernas, colándolo entre las mismas para agarrarle por el cuerpo antes del impacto a la vez que saltaba hacia delante. ¿Por qué? Porque así ambos caeríamos al suelo, habiéndome librado de toda posible patada que tuviese reservada dada la extraña postura.
Y sería desde el suelo, habiendo amortiguando parte de la caída sobre mi brazo izquierdo, con un desagradable dolor en mi hombro y mi rostro apretado contra su muslo, cuando abriría la tronera en la parte anterior del brazo que le agarraba. No había ganado, pero él había perdido.
-Ríndase, por favor- pedí una última vez mientras mi yo interior esperaba para disparar el cañón carcado de rocas al menor intento de sublevación, anticipándome a toda violencia con mi haki activado. Y desde ahí ni podía fallar, ni tenía posibilidad de herir al público-; no deseo matarle.- Era el más retorcido doblepensar… Porque, aunque fuera verdad, lo único que ansiaba era verle sufrir.
- Cosas usadas:
- Habilidad de músico niv 50 (o menor) para preveer su ataque, tema del "tempo".
+Haki de la armadura despertado para imbuir la zona del hombro.
+Habilidad de fruta clásica para abrir la tronera (ventanita de los castillos-barcos por donde se dispara) con el cañón que ya tenía hecho y cargado de antes, moviéndolo ahi)
Murph se sorprende al ver tu movimiento. No se lo esperaba y libera un pequeño grito de frustración. No obstante, los hilillos de energía vuelven a arremolinarse. En esta ocasión forman una pequeña esfera, y el líder de Lithos dobla la rodilla para hacerla impactar contra tu espalda. El golpe no es muy fuerte, pero la energía se disipa en forma de una onda de choque capaz de desplazar un coche varios metros.
-Eso no va a ocurrir -te susurra justo después, cuando ambos caéis al suelo.
Puedes notar cómo hace uso de su Haki de armadura (entrenado) y cómo recubre con él las zonas en las que estáis en contacto.
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En medio de la caída, justo cuando mi plan parecía dar sus frutos, hizo algo que no tuve en cuenta: flexionó la rodilla y me estampó el talón en la espalda. Aunque en un principio casi ni dolió, estaba bastante seguro de que solo fue así por compararlo a lo que vino después. La sacudida nos plantó en el suelo con fiereza, arrastrándonos varios metros hacia delante y hundiéndome en el suelo. Solo sabía que me dolía la espalda.
Y a pesar de todo seguí con mi decisión, arrastrándome para agarrarme bien a él mientras utilizaba mi brazo izquierdo para inmovilizar a su derecho. Y con un desgajado hilo de voz pronuncié la petición que habia elegido hacerle.
No sabía cuanto podía aguantar así, ni tampoco si mi cañón podía sobrepasar el haki que preveía en sus acciones como un susurro del destino… pero no podía dejarme llevar por lo que quería hacer.
Porque, de no haber público, de poder ser todo lo libre que realmente ansiaba ser… tan solo me hubiera arrastrado como un gusano sobre él, dejando mi diestra atrás para pasar por su lado, dispuesto a ahogarle. Al fin y al cabo el haki tan sólo era una defensa contra los golpes, ¿verdad? Ojalá. Ojalá dos veces.
Y así, sin hacer nada, aferrándome a la promesa que había hecho al poco de luz que no se había extinguido aún, esperé su respuesta. Intentaría mantener todo lo que pudiese mi último y “recién” adquirido sentido para descargar mi rabia contra él si preveía alguna respuesta violenta, como había elegido hacer previamente. Y, por si no fuera poco recibir un cañonazo a tan corta distancia, intentaría imbuirlo con el resquicio de voluntad para matar que me quedaba, intentando maximizar los daños.
-¿Vale la pena?-musité.
En ese momento no supe a quién iba dirigida mi pregunta.
Y a pesar de todo seguí con mi decisión, arrastrándome para agarrarme bien a él mientras utilizaba mi brazo izquierdo para inmovilizar a su derecho. Y con un desgajado hilo de voz pronuncié la petición que habia elegido hacerle.
No sabía cuanto podía aguantar así, ni tampoco si mi cañón podía sobrepasar el haki que preveía en sus acciones como un susurro del destino… pero no podía dejarme llevar por lo que quería hacer.
Porque, de no haber público, de poder ser todo lo libre que realmente ansiaba ser… tan solo me hubiera arrastrado como un gusano sobre él, dejando mi diestra atrás para pasar por su lado, dispuesto a ahogarle. Al fin y al cabo el haki tan sólo era una defensa contra los golpes, ¿verdad? Ojalá. Ojalá dos veces.
Y así, sin hacer nada, aferrándome a la promesa que había hecho al poco de luz que no se había extinguido aún, esperé su respuesta. Intentaría mantener todo lo que pudiese mi último y “recién” adquirido sentido para descargar mi rabia contra él si preveía alguna respuesta violenta, como había elegido hacer previamente. Y, por si no fuera poco recibir un cañonazo a tan corta distancia, intentaría imbuirlo con el resquicio de voluntad para matar que me quedaba, intentando maximizar los daños.
-¿Vale la pena?-musité.
En ese momento no supe a quién iba dirigida mi pregunta.
- Cosas usadas:
- Haki de observación mantenido para preveer algún tipo de violencia + Haki de la armadura condicional para imbuir mi ataque (los cañones técnicamente son parte de mí), solo en el caso de que haya que meterse de ostias. Consume mucha energía volverlo a usar a mi nivel de haki, aparte de que no quiero matarlo
Puedes notar cómo después del primer golpe, el talón de Murph se separa de tu espalda. Mientras hablas, el líder de Lithos vuelve a concentrar esa energía blanquecina en su talón. Forma una esfera de un tamaño algo mayor que en la ocasión anterior, y termina de consolidarla justo cuando lanzas tu pregunta.
Ha estado intentando forcejear para liberarse de tu presa, pero ante su incapacidad de hacerlo se muestra dispuesto a golpearte de nuevo. Puedes percibir cómo cada vez respira de una forma más agitada, lo que probablemente indique que la situación en la que se ve le agobia.
-¡Claro que merece la pena! -grita, pensando que tu pregunta va dirigida hacia él-. Es lo único que la merece.
Entonces vuelve a doblar la rodilla con la intención de golpearte con una nueva onda de choque. En esta ocasión será el doble de potente. No sé si será buena idea quedarte como estás, pero te aseguro que la inacción no es la mejor alternativa.
Ha estado intentando forcejear para liberarse de tu presa, pero ante su incapacidad de hacerlo se muestra dispuesto a golpearte de nuevo. Puedes percibir cómo cada vez respira de una forma más agitada, lo que probablemente indique que la situación en la que se ve le agobia.
-¡Claro que merece la pena! -grita, pensando que tu pregunta va dirigida hacia él-. Es lo único que la merece.
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Decidió, sé qué decidió. Decidí. ¿Decidí? ¿Acaso tuve opción? ¿Acaso me dejó opción?
Había visto sus intenciones, las había oído como un desesperado grito de su alma moribunda. Dejé de agarrarle con la derecha y simplemente giré mi antebrazo, apuntándole con la parte interior del mismo, donde estaba la tronera.
Las cosas se ven muy diferente cuando tienes dos pares de ojos. Fuera, con mi rostro sobre la arena y pegado a su muslo no podía ver su expresión; dentro, junto a mi cañón, veía su rabia y su orgullo mezclados como si tuviese todo bajo control, como si el haki con el que se protegía pudiese salvarle la vida. Pero al haberle agarrado por su brazo izquierdo, al haber notado el avance de su voluntad para fortalecerlo, supe que no todo él había sido cubierto. No, se enfocaba en lo estrictamente necesario.
Disparé bajo, pero solo lo suficiente como para no dispersar el cono de metralla hacia el público. Cada trozo, cada aleatoria lasca de piedra se clavaría en la carne de su pecho, de sus hombros y de su rostro. ¿Moriría? No lo sabía, y tampoco me importaba.
Pero no iba a acabar ahí, eso había sido solo una acción reflejo, como accionar el gatillo de la pistola que presionas sobre el cráneo de tu enemigo. Lo siguiente que haría, antes de que me volviese a cocear con extrema violencia y fuerza, estaría destinado a librarme de todo daño.
En primer lugar estiraría mi brazo derecho, dejándolo completamente recto para que pudiese deslizarse fácilmente y su superficie no quedara expuesta al pisotón. Al mismo tiempo clavaría mis rodillas en la tierra, teniendo un punto de apoyo al hacer uso de mis abdominales para alzarme sobre el suelo. Dolió, sobre todo con mi espalda resentida por el tremendo golpe que la había recorrido, pero no quedaba otra opción que el puro esfuerzo.
Y, por último y más importante, tiraría de su brazo derecho, el cual estaba agarrado por mi izquierdo, con toda mi fuerza en venganza. ¿Acaso quería sacárselo de la clavícula? No, aunque sería una deliciosa probabilidad. Lo único que quería era hacerle girar, usando mi hombro derecho y mi rostro contra su muslo como punto de apoyo, para así conseguir que su pie se descargara inocuamente sobre el suelo.
Bueno, no fue tan inofensivo como me esperaba. La onda hizo explotar la tierra bajo nosotros, lanzando peligrosos proyectiles que se clavaron en mi costado y mi brazo derecho. Apreté los dientes por el dolor, gruñendo como una alimaña herida y furiosa. Sangraba, sin saber cuánto, solo conociendo las tórridas palpitaciones de mis heridas.
Había visto sus intenciones, las había oído como un desesperado grito de su alma moribunda. Dejé de agarrarle con la derecha y simplemente giré mi antebrazo, apuntándole con la parte interior del mismo, donde estaba la tronera.
Las cosas se ven muy diferente cuando tienes dos pares de ojos. Fuera, con mi rostro sobre la arena y pegado a su muslo no podía ver su expresión; dentro, junto a mi cañón, veía su rabia y su orgullo mezclados como si tuviese todo bajo control, como si el haki con el que se protegía pudiese salvarle la vida. Pero al haberle agarrado por su brazo izquierdo, al haber notado el avance de su voluntad para fortalecerlo, supe que no todo él había sido cubierto. No, se enfocaba en lo estrictamente necesario.
Disparé bajo, pero solo lo suficiente como para no dispersar el cono de metralla hacia el público. Cada trozo, cada aleatoria lasca de piedra se clavaría en la carne de su pecho, de sus hombros y de su rostro. ¿Moriría? No lo sabía, y tampoco me importaba.
Pero no iba a acabar ahí, eso había sido solo una acción reflejo, como accionar el gatillo de la pistola que presionas sobre el cráneo de tu enemigo. Lo siguiente que haría, antes de que me volviese a cocear con extrema violencia y fuerza, estaría destinado a librarme de todo daño.
En primer lugar estiraría mi brazo derecho, dejándolo completamente recto para que pudiese deslizarse fácilmente y su superficie no quedara expuesta al pisotón. Al mismo tiempo clavaría mis rodillas en la tierra, teniendo un punto de apoyo al hacer uso de mis abdominales para alzarme sobre el suelo. Dolió, sobre todo con mi espalda resentida por el tremendo golpe que la había recorrido, pero no quedaba otra opción que el puro esfuerzo.
Y, por último y más importante, tiraría de su brazo derecho, el cual estaba agarrado por mi izquierdo, con toda mi fuerza en venganza. ¿Acaso quería sacárselo de la clavícula? No, aunque sería una deliciosa probabilidad. Lo único que quería era hacerle girar, usando mi hombro derecho y mi rostro contra su muslo como punto de apoyo, para así conseguir que su pie se descargara inocuamente sobre el suelo.
Bueno, no fue tan inofensivo como me esperaba. La onda hizo explotar la tierra bajo nosotros, lanzando peligrosos proyectiles que se clavaron en mi costado y mi brazo derecho. Apreté los dientes por el dolor, gruñendo como una alimaña herida y furiosa. Sangraba, sin saber cuánto, solo conociendo las tórridas palpitaciones de mis heridas.
- Cosas usadas:
- Haki de Observación(Preveer qué hace, que lo hace antes de decirme verbalmente las cosas)*, como he ido haciendo. Disparo ya preparado durante 2 turnos. Manual prisa, por si las moscas para hacerlo todo más rápido. Además el tirón del brazo se hace con una técnica de Deshacer agravios (ámbito Rey) que me da un... x2 a la fuerza durante un turno+0.5 por cada 20 niveles=2+1.5=3.5Fuerza; con mi x2 base de PUS físicos normales.
Por eso ese qué inicial lleva tilde (Sé qué decidió)
Puedes escuchar el desgarrador grito de dolor de Murph y, si tu "yo interior" -vamos a llamarlo así- tiene visión de su cara, verás que ha quedado completamente deformada. Ha logrado activar su propio Haki de armadura en el último momento, cubriendo parte de las regiones a las que iba el cañonazo y salvando de milagro su vida.
Intenta retorcerse y golpearte con la mano libre. Tras cinco o seis puñetazos -o intentos de ellos- comienza a patalear como un bebé al que le han quitado sus juguetes. El problema es que los zapatazos al suelo vienen acompañados de ondas de choque, aunque sólo sean dos. Ya no le importa su integridad física ni encontrase junto a ti. La primera de ellas, aunque vaya al suelo, es de la misma potencia que la que ha provocado que te claves las esquirlas, y la que lanza después tiene el doble de potencia. Su intención es clara: separarte de él a la fuerza.
Intenta retorcerse y golpearte con la mano libre. Tras cinco o seis puñetazos -o intentos de ellos- comienza a patalear como un bebé al que le han quitado sus juguetes. El problema es que los zapatazos al suelo vienen acompañados de ondas de choque, aunque sólo sean dos. Ya no le importa su integridad física ni encontrase junto a ti. La primera de ellas, aunque vaya al suelo, es de la misma potencia que la que ha provocado que te claves las esquirlas, y la que lanza después tiene el doble de potencia. Su intención es clara: separarte de él a la fuerza.
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La desesperación, el dolor y el miedo a la muerte conformaban la esencia de su chillido. Qué hermoso era encontrar aquella rota vibración manando de su boca desencajada y sangrante. Qué placentero era ver cómo su rostro se amorataba rápidamente por la sangre agolpada y cómo sus ojos se perdían bajo el carmesí que escupían las heridas con navajas de roca clavada. Qué tristeza me embargaba, no por contemplarle así, sino por alegrarme de poder hacerlo.
Casi se podría decir que convulsionaba, doblándose sobre sí mismo con esfuerzo para intentar propinarme puñetazos en el rostro. Son débiles, casi irrisorios; mostrando al fin su debilidad acorde al punto fuerte de su estilo de combate.
No perdí el tiempo, por mucho que deseara seguir contemplándole, el combate seguía. Pegué mi brazo derecho a mí, pasándolo por el hueco que dejaba su pierna apoyada sobre el suelo fracturado, colocándolo paralelo al cuerpo en un vano intento de parar los sangrados de mi costado y la propia extremidad.
¿Qué podía hacer ante las visiones de las Nornas que me auguraban tan mal destino? Debía huir. Tiré de mi cuerpo hacia la izquierda, tirando de su brazo agarrado para usarlo como apoyo y dando un impulso con mis rodillas para girar sobre mí mismo, haciendo la croqueta para acabar tumbado bocaarriba paralelo a él. Y de tener éxito estaría entonces con su brazo forzado en una extraña postura, bocaarriba, pudiendo contemplar la lluvia de piedras que se avecinaba.
Cerraría los ojos, apretándolos con fuerza para recibir el desagradable y plomizo granizo que amartillearía cada parte de mi ser. No pude evitar acordarme de cuando aquellos ingratos me lapidaban; la situación se parecía bastante… Ellos también habían permanecido en silencio. El horrible silencio. Yo también callaba.
Murph seguramente seguiría gritando de rabia y frustración, y a esa cercana distancia sería más que una molestia. Sería demasiado. No querría seguir, y casi lamentaba haber empezado. No habría más silencio por mi parte.
Tomaría aire por la boca, notando como la sangre de mi nariz apedreada dejaba su ferroso regusto por toda mi garganta, y giraría mi rostro hacia Murph para gritar tal y como debíe hacerse: desde el estómago, impregnando de bilis, ansia, sufrimiento y muerte cada terrible vibración. Mi cruel intención era que lo último que Murph oiría en esta vida, lo último que recordara, sería aquel horrible alarido recorriendo su alma.
Algo me decía que después de eso solo habría, de nuevo, silencio. Y aunque permaneciera atento a lo que el destino quisiese revelarme, no esperaba que fuese mucho.
Casi se podría decir que convulsionaba, doblándose sobre sí mismo con esfuerzo para intentar propinarme puñetazos en el rostro. Son débiles, casi irrisorios; mostrando al fin su debilidad acorde al punto fuerte de su estilo de combate.
No perdí el tiempo, por mucho que deseara seguir contemplándole, el combate seguía. Pegué mi brazo derecho a mí, pasándolo por el hueco que dejaba su pierna apoyada sobre el suelo fracturado, colocándolo paralelo al cuerpo en un vano intento de parar los sangrados de mi costado y la propia extremidad.
¿Qué podía hacer ante las visiones de las Nornas que me auguraban tan mal destino? Debía huir. Tiré de mi cuerpo hacia la izquierda, tirando de su brazo agarrado para usarlo como apoyo y dando un impulso con mis rodillas para girar sobre mí mismo, haciendo la croqueta para acabar tumbado bocaarriba paralelo a él. Y de tener éxito estaría entonces con su brazo forzado en una extraña postura, bocaarriba, pudiendo contemplar la lluvia de piedras que se avecinaba.
Cerraría los ojos, apretándolos con fuerza para recibir el desagradable y plomizo granizo que amartillearía cada parte de mi ser. No pude evitar acordarme de cuando aquellos ingratos me lapidaban; la situación se parecía bastante… Ellos también habían permanecido en silencio. El horrible silencio. Yo también callaba.
Murph seguramente seguiría gritando de rabia y frustración, y a esa cercana distancia sería más que una molestia. Sería demasiado. No querría seguir, y casi lamentaba haber empezado. No habría más silencio por mi parte.
Tomaría aire por la boca, notando como la sangre de mi nariz apedreada dejaba su ferroso regusto por toda mi garganta, y giraría mi rostro hacia Murph para gritar tal y como debíe hacerse: desde el estómago, impregnando de bilis, ansia, sufrimiento y muerte cada terrible vibración. Mi cruel intención era que lo último que Murph oiría en esta vida, lo último que recordara, sería aquel horrible alarido recorriendo su alma.
Algo me decía que después de eso solo habría, de nuevo, silencio. Y aunque permaneciera atento a lo que el destino quisiese revelarme, no esperaba que fuese mucho.
- Cosas usadas:
Manual Fus Ro Dah + Alaridos de terror(técnica sonora que hace huir) + Maestría músico nv 60(daña oídos) +( Habilidad músico (Solista) nv40 que por 60-23=37; 37/3=12.3 ; 23+12.3=35.3 Mecachis)+ Sigo con el Haki de observación- Alaridos de terror:
- ¿Sabes que los alaridos de un hombre torturado pueden hacer una estupenda sinfonía? Esta composición, altamente variable, sume a los que la escuchan en un estado de nerviosismo y fragilidad, siendo especialmente vulnerables al miedo. Además, si Alphonse la usa en su interior donde puede variar sus formas y demás… joder, eso sí que da canguele. Posee las siguientes características: Variable (al variar el tono y los chirridos uno puede recibir varias veces el mismo efecto acumulativo). Efecto miedo (la psique de los que la escuchan es más susceptible al terror durante 24 horas, perdiendo la esperanza, nv40). Los que la escuchen sentirán el impulso de huir, sobre todo a más fuerte sean los chirridos (que dañan los oídos de quien lo escucha, con Genio Musical 60) (TS 2017)
- Excelencia músico:
- ivel 60: Puede dañar los oídos de la gente si así lo desea, o relajar un poco la mente de quien lo escuche.
activado
Logras hacer la maniobra. Murph está bastante perjudicado -por decirlo suavemente- y, aunque opone resistencia, no es capaz de lograr nada. Además, por si fuera poco, recibe tu alarido de pleno. Un hilillo de sangre se escapa del oído más cercano a tu boca, mientras que el otro parece estar en un estado algo mejor.
-¡Muere! -grita, dejando que un matiz de pánico impregne claramente su voz.
Ahora que tiene ambas piernas libres, da un golpe en el suelo con ambos talones a la vez. Usa una cantidad de energía mínima, pero suficiente como para impulsar su cuerpo hacia arriba y, usando tu agarre como punto fijo, tratar de ir a poner sus pies sobre ti.
Cuando va por la mitad del recorrido, acumula una cantidad mayor de la energía blanca en torno a sus pies. Parece que quiere golpear con ambas ondas de choque tu barriga -o donde te logre alcanzar-. Acierte o no, verás como tras caer se cae un poco hacia el lado. Tu ataque anterior le impide mantener el equilibrio adecuadamente y, además, las heridas sufridas y el cansancio demuestran que está en las últimas. Parece un buen momento para acabar con todo esto de una vez por todas.
-¡Muere! -grita, dejando que un matiz de pánico impregne claramente su voz.
Ahora que tiene ambas piernas libres, da un golpe en el suelo con ambos talones a la vez. Usa una cantidad de energía mínima, pero suficiente como para impulsar su cuerpo hacia arriba y, usando tu agarre como punto fijo, tratar de ir a poner sus pies sobre ti.
Cuando va por la mitad del recorrido, acumula una cantidad mayor de la energía blanca en torno a sus pies. Parece que quiere golpear con ambas ondas de choque tu barriga -o donde te logre alcanzar-. Acierte o no, verás como tras caer se cae un poco hacia el lado. Tu ataque anterior le impide mantener el equilibrio adecuadamente y, además, las heridas sufridas y el cansancio demuestran que está en las últimas. Parece un buen momento para acabar con todo esto de una vez por todas.
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Su oído sangraba y en su rostro se palpaba la dulce mezcla del terror y el dolor. Tenía los dientes prietos, el cuello tenso y los ojos desorbitados; sabía que no podía huir. ¿Y qué hacía cualquier animal acorralado? Luchaba.
Fue mi error no dejarle la opción de escapar, ¿pero acaso no buscaba su sufrimiento por encima de todas las cosas? Bueno, quizá no por encima de mi propia autoconservación, ¿verdad? Esperaba no estar tan enfermo.
A pesar de que intenté sostener su brazo con todas mis fuerzas, e incluso que lo giré un poco para forzar el retorno de Murph al suelo, no parecía preocuparle en absoluto la integridad de su extremidad. Pude escuchar cómo sus músculos explotaban, rasgándose cada fibra y amoratándose la piel alrededor de la extremidad cuando sus piernas alcanzaba el punto más alto. Yo también tenía que huir.
Soltando su brazo y girándome todo lo rápido que pude, intenté huir rodando hacia el lado, pero no lo hice a tiempo. La onda a mi espalda me mandó volando, reboleándome varios metros y arrastrándome al aterrizar por todo el pedregal que el mismo Murph había levantado con su onda rompe-suelos. Me sentía como si me hubiesen apaleado, aunque no es que estuviese poco acostumbrado a ello; la realidad siempre rompía mis sueños.
Incluso después del grito de mi adversario y de su ataque, el público seguía en silencio. Ninguno condenaba sus acciones, ninguno se atrevía siquiera a pensar que aquellas dos bestias que cargaban la una contra la otra eran tan personas como ellos mismos. El mundo, cada día, me demostraba que estaba contaminado hasta la raíz con egoísmo, estupidez y mentiras. Las oscuras sugerencias que me hacía a mí mismo cada vez me seducían más.
Me levanté a duras penas, con las rodillas despellejadas y la espalda gritándome que descansara. De cuclillas, me paré a mirar mi brazo derecho, cubierto de sangre y polvo; aunque podía moverlo, no quería. Sabía que después de todo esto necesitaría un médico, pero Murph necesitaría un ataúd, si quedaba algo de él. Estaba cansado, pero la promesa de que todo acabaría pronto me empujaba a seguir. Sostuve una piedra que había arrastrado en mi desafortunado aterrizaje y me tambaleé hasta él por el camino que había “despejado”.
Intentaría realizar una carga, no sin antes usar la piedra como un proyectil preventivo de que huyera, lanzándoselo directo al pecho para derribarle o bien para interrumpir cualquier otra onda que predijera con mi haki, el cual mantenía todavía activo. Si tenía éxito, simplemente me dedicaría a golpearle una y otra vez hasta que se le quitasen todas las ganas de seguir con el combate.
Fue mi error no dejarle la opción de escapar, ¿pero acaso no buscaba su sufrimiento por encima de todas las cosas? Bueno, quizá no por encima de mi propia autoconservación, ¿verdad? Esperaba no estar tan enfermo.
A pesar de que intenté sostener su brazo con todas mis fuerzas, e incluso que lo giré un poco para forzar el retorno de Murph al suelo, no parecía preocuparle en absoluto la integridad de su extremidad. Pude escuchar cómo sus músculos explotaban, rasgándose cada fibra y amoratándose la piel alrededor de la extremidad cuando sus piernas alcanzaba el punto más alto. Yo también tenía que huir.
Soltando su brazo y girándome todo lo rápido que pude, intenté huir rodando hacia el lado, pero no lo hice a tiempo. La onda a mi espalda me mandó volando, reboleándome varios metros y arrastrándome al aterrizar por todo el pedregal que el mismo Murph había levantado con su onda rompe-suelos. Me sentía como si me hubiesen apaleado, aunque no es que estuviese poco acostumbrado a ello; la realidad siempre rompía mis sueños.
Incluso después del grito de mi adversario y de su ataque, el público seguía en silencio. Ninguno condenaba sus acciones, ninguno se atrevía siquiera a pensar que aquellas dos bestias que cargaban la una contra la otra eran tan personas como ellos mismos. El mundo, cada día, me demostraba que estaba contaminado hasta la raíz con egoísmo, estupidez y mentiras. Las oscuras sugerencias que me hacía a mí mismo cada vez me seducían más.
Me levanté a duras penas, con las rodillas despellejadas y la espalda gritándome que descansara. De cuclillas, me paré a mirar mi brazo derecho, cubierto de sangre y polvo; aunque podía moverlo, no quería. Sabía que después de todo esto necesitaría un médico, pero Murph necesitaría un ataúd, si quedaba algo de él. Estaba cansado, pero la promesa de que todo acabaría pronto me empujaba a seguir. Sostuve una piedra que había arrastrado en mi desafortunado aterrizaje y me tambaleé hasta él por el camino que había “despejado”.
Intentaría realizar una carga, no sin antes usar la piedra como un proyectil preventivo de que huyera, lanzándoselo directo al pecho para derribarle o bien para interrumpir cualquier otra onda que predijera con mi haki, el cual mantenía todavía activo. Si tenía éxito, simplemente me dedicaría a golpearle una y otra vez hasta que se le quitasen todas las ganas de seguir con el combate.
No, no hay onda. Murph sigue tambaleándose, y cuando le lanzas la piedra hace un gesto para intentar interceptarla. Por desgracia para él, ni siquiera se acerca a acertar el lugar al que va dirigida. En consecuencia la recibe, y poco después te abalanzas sobre él. Hace una nueva intentona por apartarte, por golpearte para que te quites, pero todo da vueltas a su alrededor y no lo logra.
Le golpeas una vez, y otra, y otra. Así durante un buen rato. El que ya podemos calificar como antiguo líder de Lithos trata de resistirse al principio, pero sus esfuerzos son tan inútiles como antes. Entonces, tras un número de golpes que dudo que hayas sido capaz de contar, se queda quieto. Ya no hay resistencia, no hay movimientos con los brazos ni con las piernas. Sólo silencio.
Un murmullo se extiende entonces entre la multitud que os rodea y, unos instantes después, el abuelo de Gustava da un paso hacia delante.
-En nombre del pueblo de Lithos, te reconozco como líder y guía. -No dice nada más. Da un paso hacia atrás y recupera su posición. Todos siguen en silencio, salvo los apagados gemidos de algunos niños, aterrorizados ante la visión del desfigurado rostro de Murph. Por cierto, si acercas tu rostro a sus labios verás que sigue vivo. Respira débilmente, pero lo hace.
En cuanto a tu nueva posición. Aún tienes que firmar papeles para ser reconocido como dueño de "Stoneland", pero toda la plebe que hay a tu alrededor no necesita que hagas eso para empezar a trabajar para ti -siempre y cuando no atentes contra sus arcaicas e inmutables normas, recuérdalo-.
Le golpeas una vez, y otra, y otra. Así durante un buen rato. El que ya podemos calificar como antiguo líder de Lithos trata de resistirse al principio, pero sus esfuerzos son tan inútiles como antes. Entonces, tras un número de golpes que dudo que hayas sido capaz de contar, se queda quieto. Ya no hay resistencia, no hay movimientos con los brazos ni con las piernas. Sólo silencio.
Un murmullo se extiende entonces entre la multitud que os rodea y, unos instantes después, el abuelo de Gustava da un paso hacia delante.
-En nombre del pueblo de Lithos, te reconozco como líder y guía. -No dice nada más. Da un paso hacia atrás y recupera su posición. Todos siguen en silencio, salvo los apagados gemidos de algunos niños, aterrorizados ante la visión del desfigurado rostro de Murph. Por cierto, si acercas tu rostro a sus labios verás que sigue vivo. Respira débilmente, pero lo hace.
En cuanto a tu nueva posición. Aún tienes que firmar papeles para ser reconocido como dueño de "Stoneland", pero toda la plebe que hay a tu alrededor no necesita que hagas eso para empezar a trabajar para ti -siempre y cuando no atentes contra sus arcaicas e inmutables normas, recuérdalo-.
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Para cuando quise darme cuenta ya estaba encima de Murph, golpeando su rostro destrozado una y otra vez. Intentó cubrirse, y al ver que le era imposible detener mis puñetazos intentó golpearme en la cara, arañándomela en su vano intento de apartarme a un lado. No paré cuando sus roncos gruñidos cesaron, sino cuando dejé de percibir todo acto futuro en sus acciones. Solo silencio mientras bajaba el puño ensangrentado, silencio en todas partes y en todos los tiempos.
Hasta que algo mucho más horrible lo sustituyó. Lloraban. Los niños sollozaban ante el terrible espectáculo, preguntándose por qué había dejado de moverse. No podían verlo desde los veinte metros que nos separaban, no conmigo sobre él y dándoles el costado. No era posible. ¿Lo era? Pero yo sí podía ver lo que había hecho ahora que las almas más puras del lugar me lo señalaban con su tristeza. Me asusté de mí mismo, y sin embargo comprendía los porqué; pero eso no hacía que no me sonaran a excusas.
Podría haber repetido que había sido su culpa por no habernos detenido, por no condenar nuestras acciones mientras se aferraban a sus tradiciones como a una agradable dama de hierro… Pero habría sido demasiado hipócrita por mi parte. La culpa era mía, al menos la mayor parte.
-Bien…bien- dije entendiendo sus palabras sin apenas escucharlas. ¿Qué clase de guía podría ser si yo mismo estaba perdido? Siempre solo, siempre perdido en un mar de dudas y deseos como un náufrago a la deriva.
Sabiendo que la multitud no tardaría mucho en acercarse para darme la enhorabuena, o bien una mirada de asco, extendí mi mano hacia el cadáver para hacerlo desaparecer. No podía permitir que los niños contemplasen cuán bajo había caído, a pesar de que pudiesen llegar a saberlo por sus padres, incluso a costa de ganarme la fama de ser un monstruo que hacía desaparecer cosas. Pude notar cómo respiraba al acercar mi mano hacia a él, a punto de tocarle y darle la “forzada bienvenida”; me detuve.
-Manda a todos a casa y que vengan cuantos médicos tengáis cuanto antes. Murph sigue vivo y tanto él como yo necesitamos que nos curen- ordené para luego mirarle a los ojos-. Ahora.
Dicho esto me senté al lado de Murph, esperando que se cumplieran mis órdenes con la mayor rapidez posible mientras bloqueaba con mi cuerpo la visión del pobre desgraciado que yacía en el suelo. No pude evitar preguntarme si no hubiese sido menos cruel matarle ahí mismo, ahorrándole una vida de dolores de espalda, ceguera y media sordera. El destino me había puesto la redención al alcance de la mano, pero no sabía cuál era el camino correcto a seguir.
¿Quería que viviese para que lo hiciera con sufrimiento o porque era lo correcto? ¿Quería matarle por ahorrarle la agonía o simplemente por el placer de verlo morir?
El resquemor de la duda escocía más que todas mis heridas.
Y todavía quedaba afrontar la situación del pueblo. Los dos mártires que había escogido serían los responsables del destino de todos ellos, excepto del de los niños, que siempre estarían a salvo.
Había tantas cosas que cambiar, y las únicas que de mí no dependían lo hacían de cómo respondiesen a la pregunta que les haría por separado y en la más absoluta intimidad un par de días después en mi nuevo hogar.
-Hace unos días le pregunté a Hermenelgildo qué estaba dispuesto a sacrificar por una ayuda que no pedía y me rechazó sin saber que no le cobraría nada más que aquella respuesta... Ahora las cosas son diferentes, pues sí pienso tomar lo que me ofrezcáis. Os pregunto: ¿Qué estáis dispuestos a sacrificar por el bien de vuestro pueblo?
Y esperaría las respuestas de los dos únicos que habían sido verdaderamente bondadosos conmigo: Gustava y Epifiano, el que yo creía novio de Gumer, cuya bondad al invitarme a cenar sin pedirme nada a cambio bastaba para ganarse mi respeto.
Hasta que algo mucho más horrible lo sustituyó. Lloraban. Los niños sollozaban ante el terrible espectáculo, preguntándose por qué había dejado de moverse. No podían verlo desde los veinte metros que nos separaban, no conmigo sobre él y dándoles el costado. No era posible. ¿Lo era? Pero yo sí podía ver lo que había hecho ahora que las almas más puras del lugar me lo señalaban con su tristeza. Me asusté de mí mismo, y sin embargo comprendía los porqué; pero eso no hacía que no me sonaran a excusas.
Podría haber repetido que había sido su culpa por no habernos detenido, por no condenar nuestras acciones mientras se aferraban a sus tradiciones como a una agradable dama de hierro… Pero habría sido demasiado hipócrita por mi parte. La culpa era mía, al menos la mayor parte.
-Bien…bien- dije entendiendo sus palabras sin apenas escucharlas. ¿Qué clase de guía podría ser si yo mismo estaba perdido? Siempre solo, siempre perdido en un mar de dudas y deseos como un náufrago a la deriva.
Sabiendo que la multitud no tardaría mucho en acercarse para darme la enhorabuena, o bien una mirada de asco, extendí mi mano hacia el cadáver para hacerlo desaparecer. No podía permitir que los niños contemplasen cuán bajo había caído, a pesar de que pudiesen llegar a saberlo por sus padres, incluso a costa de ganarme la fama de ser un monstruo que hacía desaparecer cosas. Pude notar cómo respiraba al acercar mi mano hacia a él, a punto de tocarle y darle la “forzada bienvenida”; me detuve.
-Manda a todos a casa y que vengan cuantos médicos tengáis cuanto antes. Murph sigue vivo y tanto él como yo necesitamos que nos curen- ordené para luego mirarle a los ojos-. Ahora.
Dicho esto me senté al lado de Murph, esperando que se cumplieran mis órdenes con la mayor rapidez posible mientras bloqueaba con mi cuerpo la visión del pobre desgraciado que yacía en el suelo. No pude evitar preguntarme si no hubiese sido menos cruel matarle ahí mismo, ahorrándole una vida de dolores de espalda, ceguera y media sordera. El destino me había puesto la redención al alcance de la mano, pero no sabía cuál era el camino correcto a seguir.
¿Quería que viviese para que lo hiciera con sufrimiento o porque era lo correcto? ¿Quería matarle por ahorrarle la agonía o simplemente por el placer de verlo morir?
El resquemor de la duda escocía más que todas mis heridas.
Y todavía quedaba afrontar la situación del pueblo. Los dos mártires que había escogido serían los responsables del destino de todos ellos, excepto del de los niños, que siempre estarían a salvo.
Había tantas cosas que cambiar, y las únicas que de mí no dependían lo hacían de cómo respondiesen a la pregunta que les haría por separado y en la más absoluta intimidad un par de días después en mi nuevo hogar.
-Hace unos días le pregunté a Hermenelgildo qué estaba dispuesto a sacrificar por una ayuda que no pedía y me rechazó sin saber que no le cobraría nada más que aquella respuesta... Ahora las cosas son diferentes, pues sí pienso tomar lo que me ofrezcáis. Os pregunto: ¿Qué estáis dispuestos a sacrificar por el bien de vuestro pueblo?
Y esperaría las respuestas de los dos únicos que habían sido verdaderamente bondadosos conmigo: Gustava y Epifiano, el que yo creía novio de Gumer, cuya bondad al invitarme a cenar sin pedirme nada a cambio bastaba para ganarse mi respeto.
Hermenegildo no tarda en cumplir tus órdenes. Todos los allí presentes se dispersan, haciendo desaparecer el perímetro que habían formado en torno a vosotros y yéndose hacia sus casas. Sin embargo, algunos de ellos se quedan y acuden hasta donde te encuentras junto a Hermenegildo.
Visten los uniformes que usan los guardias de las minas, pero queda claro que su función es curar golpes en vez de darlos. Tres de ellos cogen a Murph y se lo llevan a una caseta que hay cerca de las entradas a los túneles, mientras que un cuarto se queda junto a ti y comienza a curarte las heridas.
-¿Por mi pueblo? Cualquier cosa, siempre y cuando éste sea consciente de qué se va a hacer para garantizarle el bien y esté de acuerdo -te responde Epifanio sin un ápice de duda en su voz.
En cambio, Gustava te mira con muchísima tristeza en sus ojos. Se toma unos segundos para responderte. Tal vez esté meditando la respuesta, aunque podría ser que busque algún gesto en tu cara que delate cuáles son tus intenciones al preguntarle eso.
-¿Sacrificar? No lo sé. No es algo que me haya planteado, pero para eso estás tu aquí... ¿no? Quiero decir... es tu función como nuevo líder de Lithos. Tratar de hacerlo lo mejor posible para que vivamos lo mejor que podamos, ¿verdad? -Entonces te dirige una sonrisa tan tierna como inocente.
Visten los uniformes que usan los guardias de las minas, pero queda claro que su función es curar golpes en vez de darlos. Tres de ellos cogen a Murph y se lo llevan a una caseta que hay cerca de las entradas a los túneles, mientras que un cuarto se queda junto a ti y comienza a curarte las heridas.
***
-¿Por mi pueblo? Cualquier cosa, siempre y cuando éste sea consciente de qué se va a hacer para garantizarle el bien y esté de acuerdo -te responde Epifanio sin un ápice de duda en su voz.
En cambio, Gustava te mira con muchísima tristeza en sus ojos. Se toma unos segundos para responderte. Tal vez esté meditando la respuesta, aunque podría ser que busque algún gesto en tu cara que delate cuáles son tus intenciones al preguntarle eso.
-¿Sacrificar? No lo sé. No es algo que me haya planteado, pero para eso estás tu aquí... ¿no? Quiero decir... es tu función como nuevo líder de Lithos. Tratar de hacerlo lo mejor posible para que vivamos lo mejor que podamos, ¿verdad? -Entonces te dirige una sonrisa tan tierna como inocente.
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Habían pasado dos días desde que los médicos de Lithos, más de los que me esperaba para un pueblo tan pequeño, nos atendieron a mí y a Murph. Aunque mis heridas eran mucho menos graves que las del pobre momificado exlíder, se me había aconsejado descansar hasta que me recuperara por completo. No parecían querer perder a su nuevo líder tan pronto…
Mientras sanaba dediqué mis esfuerzos a dejar de preocuparme sobre qué es lo que estaba bien y lo que estaba mal, distrayéndome con la complicada elaboración de la nueva “Constitución” de Lithos. Me decidí a terminarla, acompañándola además de unos cuantos planos para mejorar el pueblo, aunque por desgracia mi decisión de implementar los cambios o no estaría muy influenciada por lo que tuviesen que decir los dos mártires que había escogido.
Le pedí a uno de los “amables” conciudadanos que se habían “ofrecido” a cuidar de mí y mi hogar durante mi reposo que les llamara para una cita privada. Todos eran bastante complacientes ahora que era el líder, esforzándose aún más por ganarse mi afecto al no saber, pero temiéndolo a pesar, qué les depararía mi reinado.
Recibí al señor Epifanio con hospitalidad, ofreciéndole té, pastas y mi compañía. No tardó mucho en preguntarme porqué le había llamado, y menos tardé yo en explicarle la situación y hacerle la orquestada pregunta. Contestó demasiado rápido para mi gusto.
Una larga sonrisa se dibujó en mi rostro al oír cómo aquel idiota creía que realmente estaba dispuesto a dar todo por su pueblo. Si no era capaz de elegir, me tocaría a mí decidir que iba a ofrecerme.
-Muy bien, veamos qué se me ocurre… Pedir que se suicide es harto horrible, además de cruel- Y poco divertido-, y pedirle que se corte un miembro, se saque un ojo o algo así va en la misma y oscura temática. Creo que voy a elegir simplemente su… tiempo.
Me levanté tras recolocar los puños de mi impoluto traje y pasar la mano por mi recortado vello facial; por fin estaba limpio por fuera, pero mi alma tenía una mancha incrustada hasta el fondo. Eché poco a poco los muebles a un lado, despejando el salón y dejando uno de los sillones apoyado en la pared, aislándolo del resto del mobiliario.
-Siéntese ahí una semana en completo silencio. Solo tendrá derecho a hablar para hacerme preguntas a mí, solo a mí. Si es capaz de aguantar la semana cumpliendo esas dos sencillas normas, me aseguraré de llevar a Lithos por el buen camino. Tiene media hora para hacer lo que quiera antes de comenzar su pequeña prueba, pero no puede contarle a nadie de qué va-Le extendí la mano para sellar nuestro trato-. No se preocupe, le contaré lo que tengo pensado para Lithos durante su silencio. Al fin y al cabo tendré que darle ánimos para que aguante, ¿no cree?- terminé diciéndole con una amable sonrisa.
Estaba ansioso por ver cómo sus convicciones se romperían al final del tercer día por un mísero trago de agua. No solo quería ver cómo sufría físicamente por el desgaste, sino también cómo su alma se rasgaba ante la decepción que sentiría de sí mismo después…
Una vez se sentara, si es que no me pedía antes de hacerlo un primer esbozo del documento que estaba elaborando, comenzaría a comentarle mis planes para el pueblo.
- En primer lugar necesitamos de una escuela para que los niños puedan aprender del mundo exterior y más cosas aparte de labrar y picar piedra. Como verá estoy bastante descontento con cómo llevaba la empresa Murph, obligando a todos a picar de mala manera. Empezaremos, claro está, por explicarles a todos los obreros cómo debe extraerse el granito tal y como lo hacían sus antepasados que construyeron con firmes bloques los edificios del pueblo. Se acabó eso de ir rompiendo sin ton ni son el material que han desperdiciado durante a saber cuánto tiempo- añadí con un gesto de desprecio-. Una vez hecho esto, el siguiente paso es habilitar el puerto para que puedan acceder los barcos de transporte, vender el material, comprar herramientas nuevas y modernizar el estilo de vida de los ciudadanos mediante la implementación de alguna que otra comodidad “moderna”. Agua potable, carreteras para el acceso hasta la zona portuaria, un almacén, electrodomésticos varios, quizás algún teatro o cine…
Se lo pintaría todo muy bonito, tal y como estaba pensado, al fin y al cabo el granito pulido era un material bastante cotizado y versátil, sirviendo para la elaboración de cimientos y recintos portuarios, superficies de cocinas y estatuas… por lo que dada la cercanía de New Loguetown a “Stoneland” no le pararían de llegar ofertas que me encargaría personalmente de analizar para el enriquecimiento de mi “pueblo”. Obviaría todo lo referente a las nuevas condiciones de trabajo, pues aún quedaba un mártir más que debía pronunciarse. Y ya era la hora de su cita.
De igual manera que con Epifanio, recibiría a Gustava como todo buen anfitrión debe hacer, tranquilizándola primero sobre la presencia de este –si es que había accedido a la prueba- y ofreciéndole té y pastas. No pude sonreír al ver cómo su inocencia iba a ser golpeada por la terrible realidad… aunque quise hacerlo.
-¿Verdad?- repetí con un deje de maliciosa aunque triste ironía mientras apoyaba mi espalda contra el sillón-. Así funciona los ideales, ¿no? Un líder se supone que debe llevar a sus subordinados a la victoria, una madre se supone que debe querer a su hijo y las tradiciones deben cumplirse por el bien del pueblo. Qué bonito suena todo en su forma más pura- ironicé con una rabia que iba de la mano con una silenciosa impotencia-. Es una pena que la vida nos demuestre día a día que los cuentos sólo existen en papel, ¿verdad?- repetí de nuevo impregnando de bilis la palabra.
Respiré hondo y cerré los ojos por un momento, tomándome unos valiosos segundos para tranquilizarme. Podía culparla, podía culparlos a todos y a mí mismo también. La culpa podía ser ubicua cuando uno quería, y cuando no quería también.
-¿Puedo tutearos? ¿Me permite ser totalmente franco con usted?- le pregunté de corrillo, esperando la más mínima confirmación para realizar mi confesión más sincera-. Estoy cansado, muy muy cansado. Exhausto, de rodillas implorando por un poco de… ¿sentido común? ¿Bondad? No lo sé. No sé de qué estoy sediento, quizás sea simple reconocimiento. De un mísero pero sincero “gracias”.
Me levanté, paseando por la habitación en un vano intento de relajarme mientras el contenido de mi alma se vertía en la sala como un grifo roto inundaba un baño.
-Yo siempre he intentado ayudar a la gente porque sé qué es lo que se siente cuando nadie te presta ayuda. Siempre, durante toda mi vida, he empujado una maldad latente, inherente, quizás heredada, a lo más hondo de mi ser para que no saliera. Quería demostrarme a mí mismo que podía ser un héroe, alguien bueno y amable a pesar de esas oscuras intenciones que me susurran terribles verdades. Y cada día, a cada desilusión, pierdo más las ganas de decirme a mí mismo que debo continuar así- sostuve su mirada durante unos segundos antes de apoyarme, sin sentarme del todo, sobre el posabrazos de mi sillón.
Necesité de varios segundos para seguir desnudando mi alma ante los allí presentes, arrancándome la incrustada coraza que había forjado capa por capa a lo largo de los años, especialmente durante los dos últimos. No dolía, pero sentía como mi cuerpo rechazaba el estímulo de la misma manera que se oponía a comer algo podrido. Era como el desagradable ahogo de una voz llorando.
-Llegué aquí diciéndome, repitiéndome, que no debía ayudar a quien no me pedía ayuda. Incluso podríamos decir que saboteé mis buenas intenciones incoscientemente debido a este pensamiento, pero al final… terminé como termino siempre: ayudando. Y de la mano van las dos cosas cada vez, mi ayuda y la terrible decepción. ¿Por qué? Porque no os merecíais nada más que seguir sufriendo.
Les acusé, la acusé directamente a ella con fuego en la mirada. Estaba harto de ser el único que viera la verdad, que la escuchara y la sintiera como un millón de clavos ardiendo. La señalé.
-Tú, tu padre, tu abuelo, tus vecinos, tus amigas, Murph, los obreros, Eufrasio, Gumersindo, y en definitiva todo adulto de este pueblo, habéis permanecido en silencio. Ninguno ha alzado su voz ante la injusticia, el dolor y el sufrimiento… Le di a tu abuelo y a tu padre una estupenda oportunidad para ver qué hondo llegaba vuestro dolor, pero se negaron a mostrar un ápice. Y os he seguido dando oportunidades, os he dado toda una semana en la que mostré a todo el pueblo en mi carne cómo se agotaba mi esperanza. ¡Vaya, si hasta para más inri dejé de ducharme para que tuvieses hasta un estímulo olfativo! Pero nada, solo silencio. Ese horrible silencio- rugí entre dientes clavando las manos sobre mis rodillas.
Chasqueé la lengua, sonriéndole al techo con tristeza y sin satisfacción alguna.
-¿Por qué os ayudé? Porque había entre vosotros almas que no habían tenido nunca la oportunidad de decidir nada. Si no hubiese sido por los niños todo seguiría igual… y yo estaría mucho menos cansado. Pero la realidad parece estar siempre dispuesta a ponerme a prueba, por harto que esté- dije cansado, para luego volver a mirarla-. Lo único que puede aliviarme, lo único que puede hacerme luchar un día más es ver que todo mi esfuerzo no ha sido en vano. Por eso estáis aquí, para sacrificar algo como una ofrenda para reavivar mi… estúpida e irracional elección de ser bueno, más bueno de lo que en verdad soy. Y te pregunto, ¿qué estás dispuesta a entregarme?
Deseé que todo terminara, sin importarme mucho qué destino escogería para los adultos, y así poder terminar el día llamando a mi hogar, mi verdadero hogar en otro Blue. Lo había pospuesto porque no sabía qué quedaría de mí al acabar la historia de Lithos, y lo seguiría posponiendo hasta que esta llegase a su final, cualquier final.
Mientras sanaba dediqué mis esfuerzos a dejar de preocuparme sobre qué es lo que estaba bien y lo que estaba mal, distrayéndome con la complicada elaboración de la nueva “Constitución” de Lithos. Me decidí a terminarla, acompañándola además de unos cuantos planos para mejorar el pueblo, aunque por desgracia mi decisión de implementar los cambios o no estaría muy influenciada por lo que tuviesen que decir los dos mártires que había escogido.
Le pedí a uno de los “amables” conciudadanos que se habían “ofrecido” a cuidar de mí y mi hogar durante mi reposo que les llamara para una cita privada. Todos eran bastante complacientes ahora que era el líder, esforzándose aún más por ganarse mi afecto al no saber, pero temiéndolo a pesar, qué les depararía mi reinado.
Recibí al señor Epifanio con hospitalidad, ofreciéndole té, pastas y mi compañía. No tardó mucho en preguntarme porqué le había llamado, y menos tardé yo en explicarle la situación y hacerle la orquestada pregunta. Contestó demasiado rápido para mi gusto.
Una larga sonrisa se dibujó en mi rostro al oír cómo aquel idiota creía que realmente estaba dispuesto a dar todo por su pueblo. Si no era capaz de elegir, me tocaría a mí decidir que iba a ofrecerme.
-Muy bien, veamos qué se me ocurre… Pedir que se suicide es harto horrible, además de cruel- Y poco divertido-, y pedirle que se corte un miembro, se saque un ojo o algo así va en la misma y oscura temática. Creo que voy a elegir simplemente su… tiempo.
Me levanté tras recolocar los puños de mi impoluto traje y pasar la mano por mi recortado vello facial; por fin estaba limpio por fuera, pero mi alma tenía una mancha incrustada hasta el fondo. Eché poco a poco los muebles a un lado, despejando el salón y dejando uno de los sillones apoyado en la pared, aislándolo del resto del mobiliario.
-Siéntese ahí una semana en completo silencio. Solo tendrá derecho a hablar para hacerme preguntas a mí, solo a mí. Si es capaz de aguantar la semana cumpliendo esas dos sencillas normas, me aseguraré de llevar a Lithos por el buen camino. Tiene media hora para hacer lo que quiera antes de comenzar su pequeña prueba, pero no puede contarle a nadie de qué va-Le extendí la mano para sellar nuestro trato-. No se preocupe, le contaré lo que tengo pensado para Lithos durante su silencio. Al fin y al cabo tendré que darle ánimos para que aguante, ¿no cree?- terminé diciéndole con una amable sonrisa.
Estaba ansioso por ver cómo sus convicciones se romperían al final del tercer día por un mísero trago de agua. No solo quería ver cómo sufría físicamente por el desgaste, sino también cómo su alma se rasgaba ante la decepción que sentiría de sí mismo después…
Una vez se sentara, si es que no me pedía antes de hacerlo un primer esbozo del documento que estaba elaborando, comenzaría a comentarle mis planes para el pueblo.
- En primer lugar necesitamos de una escuela para que los niños puedan aprender del mundo exterior y más cosas aparte de labrar y picar piedra. Como verá estoy bastante descontento con cómo llevaba la empresa Murph, obligando a todos a picar de mala manera. Empezaremos, claro está, por explicarles a todos los obreros cómo debe extraerse el granito tal y como lo hacían sus antepasados que construyeron con firmes bloques los edificios del pueblo. Se acabó eso de ir rompiendo sin ton ni son el material que han desperdiciado durante a saber cuánto tiempo- añadí con un gesto de desprecio-. Una vez hecho esto, el siguiente paso es habilitar el puerto para que puedan acceder los barcos de transporte, vender el material, comprar herramientas nuevas y modernizar el estilo de vida de los ciudadanos mediante la implementación de alguna que otra comodidad “moderna”. Agua potable, carreteras para el acceso hasta la zona portuaria, un almacén, electrodomésticos varios, quizás algún teatro o cine…
Se lo pintaría todo muy bonito, tal y como estaba pensado, al fin y al cabo el granito pulido era un material bastante cotizado y versátil, sirviendo para la elaboración de cimientos y recintos portuarios, superficies de cocinas y estatuas… por lo que dada la cercanía de New Loguetown a “Stoneland” no le pararían de llegar ofertas que me encargaría personalmente de analizar para el enriquecimiento de mi “pueblo”. Obviaría todo lo referente a las nuevas condiciones de trabajo, pues aún quedaba un mártir más que debía pronunciarse. Y ya era la hora de su cita.
De igual manera que con Epifanio, recibiría a Gustava como todo buen anfitrión debe hacer, tranquilizándola primero sobre la presencia de este –si es que había accedido a la prueba- y ofreciéndole té y pastas. No pude sonreír al ver cómo su inocencia iba a ser golpeada por la terrible realidad… aunque quise hacerlo.
-¿Verdad?- repetí con un deje de maliciosa aunque triste ironía mientras apoyaba mi espalda contra el sillón-. Así funciona los ideales, ¿no? Un líder se supone que debe llevar a sus subordinados a la victoria, una madre se supone que debe querer a su hijo y las tradiciones deben cumplirse por el bien del pueblo. Qué bonito suena todo en su forma más pura- ironicé con una rabia que iba de la mano con una silenciosa impotencia-. Es una pena que la vida nos demuestre día a día que los cuentos sólo existen en papel, ¿verdad?- repetí de nuevo impregnando de bilis la palabra.
Respiré hondo y cerré los ojos por un momento, tomándome unos valiosos segundos para tranquilizarme. Podía culparla, podía culparlos a todos y a mí mismo también. La culpa podía ser ubicua cuando uno quería, y cuando no quería también.
-¿Puedo tutearos? ¿Me permite ser totalmente franco con usted?- le pregunté de corrillo, esperando la más mínima confirmación para realizar mi confesión más sincera-. Estoy cansado, muy muy cansado. Exhausto, de rodillas implorando por un poco de… ¿sentido común? ¿Bondad? No lo sé. No sé de qué estoy sediento, quizás sea simple reconocimiento. De un mísero pero sincero “gracias”.
Me levanté, paseando por la habitación en un vano intento de relajarme mientras el contenido de mi alma se vertía en la sala como un grifo roto inundaba un baño.
-Yo siempre he intentado ayudar a la gente porque sé qué es lo que se siente cuando nadie te presta ayuda. Siempre, durante toda mi vida, he empujado una maldad latente, inherente, quizás heredada, a lo más hondo de mi ser para que no saliera. Quería demostrarme a mí mismo que podía ser un héroe, alguien bueno y amable a pesar de esas oscuras intenciones que me susurran terribles verdades. Y cada día, a cada desilusión, pierdo más las ganas de decirme a mí mismo que debo continuar así- sostuve su mirada durante unos segundos antes de apoyarme, sin sentarme del todo, sobre el posabrazos de mi sillón.
Necesité de varios segundos para seguir desnudando mi alma ante los allí presentes, arrancándome la incrustada coraza que había forjado capa por capa a lo largo de los años, especialmente durante los dos últimos. No dolía, pero sentía como mi cuerpo rechazaba el estímulo de la misma manera que se oponía a comer algo podrido. Era como el desagradable ahogo de una voz llorando.
-Llegué aquí diciéndome, repitiéndome, que no debía ayudar a quien no me pedía ayuda. Incluso podríamos decir que saboteé mis buenas intenciones incoscientemente debido a este pensamiento, pero al final… terminé como termino siempre: ayudando. Y de la mano van las dos cosas cada vez, mi ayuda y la terrible decepción. ¿Por qué? Porque no os merecíais nada más que seguir sufriendo.
Les acusé, la acusé directamente a ella con fuego en la mirada. Estaba harto de ser el único que viera la verdad, que la escuchara y la sintiera como un millón de clavos ardiendo. La señalé.
-Tú, tu padre, tu abuelo, tus vecinos, tus amigas, Murph, los obreros, Eufrasio, Gumersindo, y en definitiva todo adulto de este pueblo, habéis permanecido en silencio. Ninguno ha alzado su voz ante la injusticia, el dolor y el sufrimiento… Le di a tu abuelo y a tu padre una estupenda oportunidad para ver qué hondo llegaba vuestro dolor, pero se negaron a mostrar un ápice. Y os he seguido dando oportunidades, os he dado toda una semana en la que mostré a todo el pueblo en mi carne cómo se agotaba mi esperanza. ¡Vaya, si hasta para más inri dejé de ducharme para que tuvieses hasta un estímulo olfativo! Pero nada, solo silencio. Ese horrible silencio- rugí entre dientes clavando las manos sobre mis rodillas.
Chasqueé la lengua, sonriéndole al techo con tristeza y sin satisfacción alguna.
-¿Por qué os ayudé? Porque había entre vosotros almas que no habían tenido nunca la oportunidad de decidir nada. Si no hubiese sido por los niños todo seguiría igual… y yo estaría mucho menos cansado. Pero la realidad parece estar siempre dispuesta a ponerme a prueba, por harto que esté- dije cansado, para luego volver a mirarla-. Lo único que puede aliviarme, lo único que puede hacerme luchar un día más es ver que todo mi esfuerzo no ha sido en vano. Por eso estáis aquí, para sacrificar algo como una ofrenda para reavivar mi… estúpida e irracional elección de ser bueno, más bueno de lo que en verdad soy. Y te pregunto, ¿qué estás dispuesta a entregarme?
Deseé que todo terminara, sin importarme mucho qué destino escogería para los adultos, y así poder terminar el día llamando a mi hogar, mi verdadero hogar en otro Blue. Lo había pospuesto porque no sabía qué quedaría de mí al acabar la historia de Lithos, y lo seguiría posponiendo hasta que esta llegase a su final, cualquier final.
Epifanio no quiere hacer ningún preparativo. Directamente se sienta, y durante el tiempo que le obligas a estar ahí sentado sólo abre la boca para preguntarte si puedes darle algo de beber, comer... en fin, las cosas típicas que los seres humanos normales necesitan hacer.
En cuanto a Gustava, te escucha completamente en silencio. Antes de responderte te dirige una mirada cargada de pena.
-¿Sacrificar? -comienza-. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa, al igual que cualquiera de por aquí. Pero ese sacrificio sería por mi pueblo, no para saciar el ego de alguien ante quien no se han postrado cuando lo ha pedido -sentencia, dirigiendo una mirada a Epifanio-. ¿Sabes? Seguramente cualquiera de por aquí te respondería lo mismo que él, pero nunca peloteé a Murph y no pienso hacerlo contigo. Le obedecí, por supuesto, al igual que haré contigo, pero ni un paso más a partir de ahí.
Tendrás tiempo para decidir qué haces con los habitantes del lugar, pero creo que esa es una decisión que deberías tomar con calma y serenidad. No dudo de que lo harás, así que por mi parte...
- Estado del mushasho:
- Dependerá de cómo lo trates. Si más o menos le das esas cosas (agua principalmente) aguantará los siete días. En caso de que no hagas nada y no le des nada de lo que pide, puedes elegir deshidratación o lo que más te guste como el motivo de que caiga insconsciente al suelo.
En cuanto a Gustava, te escucha completamente en silencio. Antes de responderte te dirige una mirada cargada de pena.
-¿Sacrificar? -comienza-. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa, al igual que cualquiera de por aquí. Pero ese sacrificio sería por mi pueblo, no para saciar el ego de alguien ante quien no se han postrado cuando lo ha pedido -sentencia, dirigiendo una mirada a Epifanio-. ¿Sabes? Seguramente cualquiera de por aquí te respondería lo mismo que él, pero nunca peloteé a Murph y no pienso hacerlo contigo. Le obedecí, por supuesto, al igual que haré contigo, pero ni un paso más a partir de ahí.
Tendrás tiempo para decidir qué haces con los habitantes del lugar, pero creo que esa es una decisión que deberías tomar con calma y serenidad. No dudo de que lo harás, así que por mi parte...
FIN DEL MODERADO
- En cuanto a las peticiones:
- Esto era lo que querías lograr en un principio:
- Me gustaría que fuera en una isla inventada del West Blue para luego crearla si eso. Necesito, ansío materiales y un barco para poder empezar a moverme de manera autónoma y no depender de los barcos turísticos. Los materiales me refiero a obtener piedras de donde sacar cosas para cosntruir, algun pj con alguna logia de materiales de construcción (por desgracia cemento ya la tiene alguien), roca, madera etc. Si alguien ha visto American Gods y me quiere meter un bicho como Mr Wood, me encantaría (Aunque dudo que pudiera disponer de un npc con una akuma mitológica XD). La baku-baku me mola cantidubi, y la de la forja tb. Tengo que ampliar la famigliaa como buen rigattoni.
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No podía creer lo que Gustava acababa de decirme. Dudé durante unos eternos segundos de mi salud mental, creyendo que había puesto en su boca aquellas crueles palabras. Su gesto, su postura y un rápido vistazo al “cautivo” me confirmaron que no lo había imaginado. Ahora que era real dolía más, mucho más.
Me tomé un momento para hacer lo que ella no había hecho ni había querido hacer: escuchar.
¿Era aquello ego? ¿Era mi sincera súplica una simple excusa para no verme obligado a decidir? ¿Podía decidir? Uno siempre puede decidir, pero aquí el problema era qué debía decidir.
Si seguía siendo bueno, la realidad se encargaría de chuparme la vida al poner en mi camino más ingratas sanguijuelas. Por otro lado, si escogía la maldad estaría mucho más tranquilo, mucho más feliz y podría obtener todo lo que siempre había querido sin dilemas éticos estorbando. Por supuesto no iba a ser un monstruo con todo el mundo, sino que solo cambiaría el precepto básico de hacer el bien por no hacerlo a menos que se lo merecieran antes o en base a obtener algo. Era un grado de maldad razonable, necesario y saludable. Quizás la propia crueldad y la maldad fuesen los callos de un alma apaleada.
-Muy bien, señorita Froggy, que así sea. Si me disculpa tengo que seguir trabajando por el bien de Lithos- dije con la mirada perdida, invitándola a marcharse con un movimiento de la mano hacia la puerta.
Aquella mujer no solo había desperdiciado su oportunidad, también me había dado más razones a mi odio.
-¿Por qué cuando hablo la gente escoge lo que digo?- pregunté sin emoción a mi silencioso acompañante una vez Gustava se fue, tentándolo cuando su voluntad era fuerte. Se mantuvo firme, pero con el paso de un único día comenzó a pedir sustento. Le negué todo, dejándolo justo fuera de su alcance, alimentándome de su sufrimiento-. ¿No vas a preguntarme por qué hago esto? Puede, se lo recuerdo.
Y si decidía aceptar mi sugerencia, le contestaría.
-Porque tengo la esperanza de que usted, obligado a estar en silencio, pueda escucharme. Porque tengo la esperanza de que pueda comprender que sigo siendo humano. Porque tengo la esperanza de que a través de su propio sufrimiento pueda conocer el mío. Porque quiero que entienda que el mundo puede… romperte. Porque quiero que realmente me vea, me escuche y entienda mis decisiones. Porque espero que a diferencia de Gustava, usted si haya visto mi alma desnuda.
Dejaría el agua lo suficientemente cerca como para que solo tuviese que sacrificar a su pueblo por su bienestar. Y cuando vi en sus ojos secos y abiertos la desesperación por tomar un simple sorbo, no pude evitar recordárselo.
-Si te levantas… romperás tu promesa.
Tardó en oir mis palabras tras los gritos de su propia sed, pero lo hizo. A la mañana del cuarto día estaba en el suelo. No reaccionó cuando toqué su hombro. Tardé media hora en decidirme en llamar a un médico, tiempo en el que busqué la respuestas a la preguntas “¿Es decisión mía que muera o ha sido suya?” y “¿Quién ha ganado?”.
El matasanos tenía que llevárselo a casa, la cual hacía las funciones de improvisado hospital para atenderle. Hizo preguntas todo el camino, pero solo obtuvo silencio. Le ayudé a llevarlo, dejándole finalmente en una de las muchas camas de su “enfermería”.
Al fondo de la sala estaba Murph, vendado de pies a cabeza, silbando a través de su nariz rota cada vez que respiraba. Observé su cuerpo deshecho e inmóvil sin poder reprimir una pequeña sonrisa, feliz. Todo iba a estar bien a partir de aquel día porque Epifanio se había sacrificado por el bien de su pueblo y yo podría hacer de Lithos un…
Noté como la idea me estrangulaba con una verdad que había pasado desapercibida, que hubiera seguido oculta de no ser por ver al antiguo líder postrado en la cama.
Lloré en silencio. Lloré prefiriendo haber estado ciego ante aquella horrible epifanía. Le había encontrado en el suelo.
A la noche llamé a casa para pedir que viniesen a buscar mis trozos. Dos años sin escuchar una voz amiga, y ahora que lo hacía no podía sentir confort alguno en su tono. Al menos traerían mis cosas, todas mis cosas. Al menos tendría alguien con quien hablar, alguien que realmente escuchara.
Me tomé un momento para hacer lo que ella no había hecho ni había querido hacer: escuchar.
¿Era aquello ego? ¿Era mi sincera súplica una simple excusa para no verme obligado a decidir? ¿Podía decidir? Uno siempre puede decidir, pero aquí el problema era qué debía decidir.
Si seguía siendo bueno, la realidad se encargaría de chuparme la vida al poner en mi camino más ingratas sanguijuelas. Por otro lado, si escogía la maldad estaría mucho más tranquilo, mucho más feliz y podría obtener todo lo que siempre había querido sin dilemas éticos estorbando. Por supuesto no iba a ser un monstruo con todo el mundo, sino que solo cambiaría el precepto básico de hacer el bien por no hacerlo a menos que se lo merecieran antes o en base a obtener algo. Era un grado de maldad razonable, necesario y saludable. Quizás la propia crueldad y la maldad fuesen los callos de un alma apaleada.
-Muy bien, señorita Froggy, que así sea. Si me disculpa tengo que seguir trabajando por el bien de Lithos- dije con la mirada perdida, invitándola a marcharse con un movimiento de la mano hacia la puerta.
Aquella mujer no solo había desperdiciado su oportunidad, también me había dado más razones a mi odio.
-¿Por qué cuando hablo la gente escoge lo que digo?- pregunté sin emoción a mi silencioso acompañante una vez Gustava se fue, tentándolo cuando su voluntad era fuerte. Se mantuvo firme, pero con el paso de un único día comenzó a pedir sustento. Le negué todo, dejándolo justo fuera de su alcance, alimentándome de su sufrimiento-. ¿No vas a preguntarme por qué hago esto? Puede, se lo recuerdo.
Y si decidía aceptar mi sugerencia, le contestaría.
-Porque tengo la esperanza de que usted, obligado a estar en silencio, pueda escucharme. Porque tengo la esperanza de que pueda comprender que sigo siendo humano. Porque tengo la esperanza de que a través de su propio sufrimiento pueda conocer el mío. Porque quiero que entienda que el mundo puede… romperte. Porque quiero que realmente me vea, me escuche y entienda mis decisiones. Porque espero que a diferencia de Gustava, usted si haya visto mi alma desnuda.
Dejaría el agua lo suficientemente cerca como para que solo tuviese que sacrificar a su pueblo por su bienestar. Y cuando vi en sus ojos secos y abiertos la desesperación por tomar un simple sorbo, no pude evitar recordárselo.
-Si te levantas… romperás tu promesa.
Tardó en oir mis palabras tras los gritos de su propia sed, pero lo hizo. A la mañana del cuarto día estaba en el suelo. No reaccionó cuando toqué su hombro. Tardé media hora en decidirme en llamar a un médico, tiempo en el que busqué la respuestas a la preguntas “¿Es decisión mía que muera o ha sido suya?” y “¿Quién ha ganado?”.
El matasanos tenía que llevárselo a casa, la cual hacía las funciones de improvisado hospital para atenderle. Hizo preguntas todo el camino, pero solo obtuvo silencio. Le ayudé a llevarlo, dejándole finalmente en una de las muchas camas de su “enfermería”.
Al fondo de la sala estaba Murph, vendado de pies a cabeza, silbando a través de su nariz rota cada vez que respiraba. Observé su cuerpo deshecho e inmóvil sin poder reprimir una pequeña sonrisa, feliz. Todo iba a estar bien a partir de aquel día porque Epifanio se había sacrificado por el bien de su pueblo y yo podría hacer de Lithos un…
Noté como la idea me estrangulaba con una verdad que había pasado desapercibida, que hubiera seguido oculta de no ser por ver al antiguo líder postrado en la cama.
Lloré en silencio. Lloré prefiriendo haber estado ciego ante aquella horrible epifanía. Le había encontrado en el suelo.
A la noche llamé a casa para pedir que viniesen a buscar mis trozos. Dos años sin escuchar una voz amiga, y ahora que lo hacía no podía sentir confort alguno en su tono. Al menos traerían mis cosas, todas mis cosas. Al menos tendría alguien con quien hablar, alguien que realmente escuchara.
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