Esta película me suena... [Moderado 3] [Boss]

El moretón del brazo comenzó a extenderse a medida que los terribles golpes de Kowalski rompían las fibras y agrietaban el hueso. Alphonse no podría aguantar mucho más, pero tampoco necesitaba hacerlo. Claro, podría haber satisfecho su crueldad moviendo el suelo bajo la bestia, impidiendo en sus salvajes idas y venidas que siguiera rompiéndole...

¿Pero para qué?, se dijo sabiendo que la corta satisfacción de torturar a aquella desgraciada criatura valía el afrontar la culpa con una resignación pragmática.  Si quería salir le dejaría hacerlo, e incluso tendría la amabilidad de abrirle la puerta. De todas formas todo había acabado.

El joven capo dejó de lado su concentración sobre las armas centrándose única y exclusivamente en satisfacer el deseo de libertad del monstruo. Con un rápido y corto esfuerzo intentó abrir un portón momentos antes de que aquella bestia arremetiera como un brutal ariete contra su pared.

Si todo funcionaba de lo único que tendría que preocuparse sería de sí mismo y el dolor de su brazo. ¿Por qué? Porque dejar una flecha dentro de la herida era mejor que sacarla. Aquel pobre desgraciado había pactado su muerte al entrar y se había comprometido a ella al salir, volviendo a una realidad donde las construcciones de la akuma se desvanecerían dejando nada más que huecos por los que fluirían ríos de sangre fría.

-Nadie me escucha en el silencio- musitó el actor odiando la tragedia.

Has jugado bien tus cartas. Kowalsky sale del interior de tu cuerpo, muy asustado. No para un segundo, y acaba por estamparse contra la pared de la sala en la que os hallábais en un principio. Dicho muro se rompe, dejando un gran boquete en él. Una nube de polvo se queda en el aire durante unos segundos, hasta que se disipa. Cuando lo hace, ves al gigante en el suelo, apoyado contra la pared de tierra que le rodeaba. Lo ves agonizando, mientras intenta cubrirse dos de los huecos que has dejado en su cuerpo con sus manos. Morirá pronto, y lo sabes. El suelo debajo de él está lleno de sangre de color casi negro, con tonos rojizos. Kowalsky no dice nada.

Todo ha salido bien, o eso piensas. De repente, ves como empiezan a entrar hombres trajeados a la sala donde te hallas, con gafas de sol y pelo engominado. La mayoría de ellos se reunen delante de la bestia, como si quisieran esperar a que muriese y llevársela. Por otra parte, los cuatro agentes restantes se encargan de los actores, incluyéndote a ti, y del director. Uno de ellos se acerca a ti.

- ¿Has sido tú el responsable del estado de la bestia? De ser así, tengo unas preguntas que hacerte. No sabíamos que este enorme plató existía, ¿cuál es tu vinculación con la empresa que lo dirige? Y... ¿cómo has acabado con el reptil?

El ímpetu de Kowalksi por salir provocó que, incluso a pesar del pequeño retraso al cambiar de dimensión, destrozara la pared inmediata de la sala al estamparse contra ella. Entre los escombros y la humareda el ser se desangraba a través de las enormes y tubulares hendiduras de sus costados. El charco de oscura sangre se extendía bajo él, reflejando como un espejo todo su dolor, miedo e impotencia en su ondulante y creciente superficie.

Alphonse contempló a la bestia con una inusitada pasividad, como si ante él no estuviese una persona intentando aferrarse a los últimos y deshechos hilos de su vida. “Ahora seré así, ¿no?”, pensó, acusándose sin querer. Se fue dando una excusa tras otras mientras las trajeadas figuras entraban en la escena, rodeando a la criatura y acercándose a los escasos supervivientes con un aire autoritario.

El último de los Capone se sorprendió, y no gratamente, al ver cómo aquellos uniformados agentes simplemente esperaban en corro a que el engendro muriese. Apretó los puños cuando las insistentes e inapropiadas preguntas del que se dirigió a él golpearon sus oídos.

-¿Bestia?, ¿qué bestia? Yo no veo ninguna bestia- le respondió antes de dirigirse hacia el moribundo, dejando sin respuesta aquello que no deseaba contestar.

Haciendo a un lado a la apretada unidad con un suave “Disculpen”, contempló el rostro del hombre al que hicieron monstruo una última vez. Entonces, se vio a sí mismo en la sangre como un oscuro reflejo no de lo que era, sino de lo que quería ser. Respiró, exhalando lentamente para que en su suspiro no hubiese sonido alguno. Pateó al monstruo; lo pateó dentro de sí haciéndolo desaparecer de la existencia de un plano que le dejaría morir en silencio.

Ese horrible silencio.

Esperaba gritos de pánico y sorpresa, e incluso algún que otro peligroso cañón apuntándole, pero lo que quería por una vez era silencio. Necesitaba concentrarse para lo que pretendía hacer, sin saber cuán bueno sería el resultado. “Si fallo al menos tendré un trofeo”, se susurró con una divertida malicia.

-¿Podrían llamar a un médico? Bueno, a varios, todos los que puedan encontrar en realidad- dijo Alphonse en voz alta mientras se sentaba en el suelo con las piernas extendidas. Notaba la pegajosa y cálida sangre aferrándose a él, empapando sus pantalones y tiñiendo su piel impoluta, pero no le importaba. Tenía cosas más importantes, mucho más importantes, que requerían toda su atención.

En su interior, las paredes y el suelo se habían ido transformando en colchones para aguantar el obsceno peso del reptil, pero los muelles crujían y se deformaban, quejándose del esfuerzo que tenían que realizar.

-Puedo hacerlo- se dijo en voz alta, pronunciándose en las dos realidades para reafirmar su convicción.

Al fin y al cabo amoldar sus creaciones para tapar las heridas e impedir que se desangrara era mucho más difícil que provocarlas. Incluso concentrándose para conocer cada recodo de la anatomía como conocía el resto de su casa, no sabría si aguantaría hasta que llegaran los profesionales. Aquellos primeros auxilios no servirían de mucho si nadie hacía caso a su petición.

“Al menos tendré un trofeo” repitió un oscuro e indeseado eco de su hueco corazón.

Cosas usadas:

Al meter a Kowalsky en "tu mundo", ves cómo todos los individuos que detrás de ti se encuentran se escandalizan. Ni siquiera saben dónde has metido a su objetivo ni tus fines con él. Algunos incluso piensan que lo has matado. En fin, tus buenas intenciones sirven para parar la hemorragia del grandullón, mas no consigues que nadie pida ayuda. De todas formas, ha perdido mucha sangre y posiblemente muera pronto, así que ni yendo tú mismo a encontrar a algún médico podrás salvarle. Además... aunque lo encontraras, las posibilidades de sobrevivir serían mínimas.

- ¡Tú! ¿Qué has hecho con la bestia? ¡La necesitábamos!

Ahora mismo se te presentan varias opciones. La primera es contarles a todos los hombres trajeados qué has hecho con él, y mostrarles pruebas de ello. En el caso de que no muestres ninguna lo más probable es que no te crean y se enfaden aún más, así que ponte las pilas para que se lo crean. En la segunda opción simplemente desistes ante la falta de tiempo y de médicos, y devuelves a Kowalsky al sitio donde se hallaba, causando de nuevo estupor entre los presentes. La tercera es bastante radical, y es a la que seguramente tendrías que acabar recurriendo si la primera opción sale mal. Simplemente, acabar con todos ellos. La cuarta es, claramente, huir de la zona e intentar salvar a Kowalsky de cualquier forma, aunque ya has sido advertido de las probabilidades que hay de que sobreviva.

Hay una quinta es una buena opción dependiendo de si las otras cuatro no satisfacen tus necesidades o propósitos. Haz lo que creas conveniente.

P.D: Si quieres elegir la tercera o la cuarta... hay 20 hombres en total, todos con pistolas, nada más.

Una vez más, el mundo condenaba las acciones de Alphonse con quejas y tuteos que le eran desagradables, pero al menos había salvado temporalmente la vida de otra condenada criatura. Al fin y al cabo, ¿quién no iba a perder la cordura en aquella dura e inhóspita realidad? Cuando la esperanza muere poco queda del hombre que eras antes. Quizás no nada, pero poco.

-¿Acaso no es obvio?- dijo el actor levantándose con cuidado sobre la sangre-. Es un poder, ¿pero cuál? Y más importante, ¿puedo hacer lo mismo con ustedes? – Lo único sutil en aquella amenaza era la inquietante amabilidad en su tono.-. Aunque, por supuesto, soy un buen ciudadano que solo actúa en defensa propia- decidió aclarar por si todo aquello pudiera ser grabado y tomado como prueba ante un tribunal.

Habiendo dejado las cosas bastante claras, intentó salir del incómodo corral para dirigirse al cuarteto que había decidido atender antes a él mismo y los otros actores. Claro está, si alguien le impedía hacerlo no recurriría a la fuerza, sino a una penetrante y adusta mirada ante aquel que se le opusiera. Si no era suficiente para que se apartara, intentaría rodearle con un amable “Disculpe”. Y si todo fallaba siempre podía seguir hacia delante, arrastrando y finalmente arrollando al susodicho como si no hubiera obstáculo alguno en el camino.

Una vez llegara al trajeado que se había dirigido a él en primer lugar, haría entrega de la pistola “Cabriola” que le quedaba haciendo antes un par de tranquilizadores gestos con la mano para que no hubiese problema alguno. Colaboraría con la ley, y ahora mismos ellos la representaban, o al menos eso creía.

Habiendo usado una resistencia no violenta, o al menos no todo lo violenta que podría llegar a ser volvería a repetir calmadamente su petición.

-Necesito médicos, cuantos más mejor, ¿les importaría traerlos cuanto antes? Estoy bastante seguro que un cuerpo militar como el suyo puede disponer de ellos rápida y velozmente.- afirmó con una amplia sonrisa. Antes de que pudiese interrumpirle con otra referencia a aquella horrible criatura, decidió aclararlo-. No se preocupe por la “bestia” como usted la llama, me aseguraré personalmente de que todo llega a buen término para todos.

Llegas con éxito a tu destino, sin resistencia alguna de los sujetos. Ante tus actos se muestran sorprendidos, aunque no bajan sus armas. Deciden observar tus movimientos en vez de atacarte. Al ver que te deshaces de tu pistola, se tranquilizan, pero... siguen sin bajarlas. Al fin y al cabo ni se habían percatado de que llevabas armas. Y, ante tus peticiones, el hombre se muestra un poco extrañado.

- No queremos que el monstruo viva. Hemos estado esperando a que la bestia muriese de alguna forma mucho tiempo. Sabíamos que se hallaba aquí porque teníamos a uno de los nuestros infiltrado en el plantel de la productora, que nos avisó en cuanto supo que su muerte estaba cerca. No vamos a traerte médicos, y ni siquiera somos un cuerpo militar. Las escamas de este bicho son muy valiosas, y su organismo una fuente de ingresos importante si lo vendemos a cierta organización científica. Voy a serte claro, chico... o nos lo devuelves muerto, o nosotros nos encargaremos de devolverlo.

El sujeto te mira fijamente, teniendo muy claro lo que había dicho. De ti depende lo que pase a continuación.

Al principio, Alphonse se mostró un poco extrañado por las palabras del que pasó a considerar “jefe” de la unidad, luego sonrió profundamente aliviado.


-¿Pero por qué no habéis empezado por ahí? Yo que creía que todo esto era parte de alguna trama gubernamental… La verdad es que es un alivio no tener la justicia en contra- suspiró, colocándose las manos manchadas de sangre sobre las caderas.


Tras un pequeño momento en el que asintió repetidas veces con tranquilidad, su rostro cambió percatándose de detalles cruciales de la escena, aunque, como un tonto, sin parecer recaer en la gravedad de la misma.


-Verá, nada me gustaría más que ahorrarme todo este paripé de balas, peleas y disputas en las que probablemente todos acabaríamos heridos y más de uno muerto; el problema es que no puedo hacer eso. No es que no quiera- recalca, levantando un dedo bien alto para que todos puedan verlo-, es que no puedo, literalmente. Ese ser es demasiado grande para que pueda empujarlo fuera de mí… Mi poder es algo así como un almacén, no muy útil pero útil- comentó, haciendo un pequeño tirabuzón con la muñeca-. Por lo que…


Alphonse se llevó una mano a la barbilla, mesando su perilla e impregnando su rostro del desagradable fluido negro en un acto pensativo.

-Se me ocurre que podemos llegar a un buen acuerdo. Está claro que una cosa viva es mejor que una cosa muerta, o al menos una cosa entera es mejor que una cosa a cachos. ¿Me entiende?- preguntó como el inofensivo charlatán que pretendía ser-. Si llevamos el cuerpo entero de ese monstruo para vender seguro que sacamos más dinero, con el añadido de que puedo transportarlo sin llamar la atención ni hacer esfuerzo. Por no mencionar de que todos pueden salir de aquí más rápidamente. Claro está, supongo que son muy competentes y habrán extraído toda la información de las cámaras para que no puedan culparles; aquí todo parece grabar para no perder un plano.


Dicho esto, esperó la "decisión" de sus “amienemigos” añadiendo un impacientado y corto resumen a los cinco segundos.

-Metéis dentro para luego sacar al bicho, cogemos a los otros actores de rehenes porque es mejor no dejar cuerpos incriminatorios “plus” podrían venderse sus órganos o como esclavos, aseguramos que nos deshacemos de las grabaciones, salimos, cortamos, vendemos y ganamos… Exigiría un cincuenta por ciento del total de ganancias debido a que no ganarían nada si me opongo a colaborar, incluso a costa de mi vida, pero estoy dispuesto a bajar hasta un treinta. Yo creo que no está nada mal, ¿no? – les preguntó a todos, girándose sobre sí mismo con los brazos bien abiertos- ¡Ah! Y necesito mi maletín que está arriba en la casa. Solo hay papeles, ropa y dinerillo, pero es mi maletín.

Todo volvía a ser comedia, y por lo tanto una función.

Los hombres bajan las armas. Sorprendentemente, tu idea les parece bien. Al fin y al cabo... no hay otra forma de hacer las cosas. El jefe de la tropa de hombres trajeados indica a todos que aseguren la zona y busquen una salida. Estos marchan por la puerta que cerrada se halla, al final de la sala. A otros se les ordena recoger los cuerpos de los presentes.

- Que sepas, chico... que eres un cabronazo. Pero tienes buen ojo para los negocios. La bestia la queríamos muerta... pero si hay un modo de llevarla sin que sea hostil para entregarla a los científicos viva... podríamos ganar incluso más dinero. Incluso podríamos cortarle las escamas para venderlas sin que él muriese... aunque eso ya lo veríamos más adelante. En fin, dada la oportunidad que se nos ha presentado gracias a ti, te daremos una parte de los beneficios. Mas me temo que solo puedo otorgarte un veintinueve coma nueve por ciento. Aún así, si lo que buscas es ganar dinero, es mucho lo que ganarás con ese porcentaje, créeme. ¿Trato hecho, entonces?

El superior te tiende la mano. Si la aceptas, el hombre mandaría a uno de sus subordinados arriba a por tu maletín, como has requerido. Luego, marcharías junto con él hacia la salida, la cual está por donde he comentado antes que los sujetos han salido. El camino te llevaría hasta el mar, es entonces cuando te das cuenta que las alcantarillas no eran un plató, sino eran las de la ciudad de Goa, las de verdad. Saldría a la playa, donde te esperaría un barco no muy grande. Junto con los hombres que aún quedaban en la sala, subirás a él, seguido también de los rehenes que han capturado.

Si no aceptas... puedes hacer una contraoferta o simplemente marcharte.

Para fortuna de Alphonse, los mercenarios mordieron el anzuelo… aunque aún estaba por ver si se había clavado en sus bocas. Aceptándole como uno de los suyos y tomando como "rehenes" tanto a los vivos como a los muertos que aún quedaban en escena, comenzaron su huida a través del alcantarillado de Goa.

- Un poco sí- aceptó, encogiéndose de hombros ante un insulto que no quería dejar pasar-. Bueno, no me quedará otra que aceptar, pero la chica pasa por mí primero- añadió con una dentuda sonrisa de depredador.

El actor no estaba contento con la decisión de su público, pero no lo mostraba. Al fin y al cabo no había conseguido hacer que se fiaran de él lo suficiente como para recluirles dentro de sus entrañas, lugar donde podría jugar con ellos sin temor a morir por un exceso de plomo… Y se le acababa el tiempo.

Fue tras dar un par de pasos sobre alguna ignota playa de la Grey Terminal que la idea le sobrevino. No era perfecta, pero a falta de una mejor y sin más tiempo que perder, debería aferrarse a ella con todo su… talento. Gritó.

Alphonse se tiró al suelo llevándose las manos al vientre, aullando y retorciéndose de dolor sobre la arena con la secreta esperanza de que funcionaría. Clavó sus manos en sus costados, en un desesperado intento por ahogar un dolor infinito. Incluso lloró.

-¡Se ha despertado! ¡Entrad a matarlo!- chilló, cortando toda excusa y pregunta de sus nuevos compañeros con gruñidos y espasmos a la vez que abría diversas puertas sobre su ser para así ilustrar su poder-. ¡Corred adentro, por dios!- rugió desesperado. Desesperado porque funcionara, la verdad.

Muy bien. Tu pataleta sirve para alertar a los hombres de tu zona, los cuales no saben qué hacer. No pudieron acabar con él en su época... y dudaban de si podrían hacerlo ahora. Vamos a ser claros, Boss. Les has mostrado que sabes negociar, pero no les has probado que eres de confianza. Eso hará que solo una intrépida y brava patrulla de hombres entre dentro de ti, armados con lo que han podido coger del barco. Sin embargo, estas armas son mejores que las que llevaban. Con lanzamisiles y arpones, ya en tu interior, se hallan a punto de disparar a la bestia, mas no ven nada, simplemente una sala vacía. ¿Dónde les has metido? Se dan cuenta que les has mentido, pero... no creo que eso sea un problema vistas tus intenciones, ¿verdad?

Eso sí... recuerda que si no vuelven los otros se enterarán.

Alphonse tuvo éxito en su artimaña, pero no como se esperaba. En vez de ir corriendo hacia él para socorrerle, del grupo salió despedida una pequeña patrulla que no tardó mucho en ir y volver del barco… y cuando vio a aquellos hombres aproximarse a él portando bazookas y enormes lanza-arpones supo que su idea no había sido la mejor. Y encima era demasiado tarde para echarse atrás. Debería pensar algo, algo que por una vez no le saliera por la culata.

Maldijo la bondad con la que quería tratar a un ser que probablemente no la mereciera. Como todos.

-¡Rápido!- gruñó apremiándoles a que se adentraran en sus entrañas.

Pero dentro de sí no había peligro alguno ni monstruo suelto al que dar caza, al menos en el inicio. Las puertas se cerraron detrás del sexteto de guerreros, aislándolos del mundo exterior.

Antes de que las infundadas sospechas cuajaran, una pequeña puerta de madera se formó al final del recibidor al que habían llegado, ante la cual una figura de humo gris se materializó de manera forzosa. Era Alphonse, o al menos la sombra de lo que era.

-Rá…pido- susurró con una voz rota y temblorosa. Les abrió la puerta, revelándoles una larga y estrecha escalera coronada por antorchas-. Estáis en la espalda… tenéis que llegar al… vientre- gruñó, encogiéndose sobre sí mismo antes de que su forma fluctuara, como si fuese incapaz de mantener su esencia en un mismo lugar.

Si todo salía bien no tardarían mucho en encaminarse hacia la puerta para cumplir su propósito; pero claro… aún quedaba un pequeño detalle. Bueno, en realidad dos, pero uno requería tiempo para hacerse notar.

Justo cuando fueran a cruzar el umbral, el yo interior del usuario les detendría, colocándose delante y descargando su brazo contra la pared del pasillo, haciéndolo vibrar no por su choque –pues era intangible- sino por el control que tenía de sí mismo.

-¿Lanzacohetes? ¡¿Pretendéis matarme?!- berreó furioso, con los ojos abiertos como platos-. Esa mierda se queda aquí.- Clavó la rodilla en el suelo, presa de un falso, pero nada fingido, dolor. -. Os… colocaré la armería de camino, tomad lo que necesitéis…

Dicho esto, se disolvió en el suelo, dispuesto a crear a la mitad del largo camino de peldaños una sala más propia de un club de cazadores y artilleros. La habitación contendría todo lo necesario para matar a cualquier animal, desde enormes rifles con balas antiblindaje pasando por cañones de barco, pistolas de mano y, cómo no, lanzaredes. Por supuesto, dado el poco tiempo que tenía para recrear este armamento, Alphonse simplemente intentó que pareciesen lo más real posible… aunque faltarían detalles como el desgaste de su uso en la homogénea e impoluta superficie de los metales.

Fuera, en la realidad común a la mayoría de seres vivos, se desplomaría en el suelo, temblando miserablemente en una imitación de un ataque catatónico. Esperaría a que le intentaran arrastrar, si es que hacían el intento, para gritarles con pánico mientras se retorcía y daba vueltas sobre la arena como un cangrejo epiléptico y apopléjico.

El tiempo se agotaba, y con él el aire de toda sala que no fuera la del reptil. Poco a poco, sin murmullo ni ruido para sellar el destino de los que se habían atrevido a entrar. Claro está, Alphonse se aseguraría de que dejaran los explosivos cerrándoles el paso, ya que aunque no podía verlos sí podía sentirles circular por su organismo-fortaleza.

Cosas usadas geyper:

En la realidad, los hombres restantes te arrastran por el suelo hasta el barco y levan anclas, para partir rápidamente en busca de la isla dónde esperan vender al monstruo.

En tu interior... las cosas son distintas. Te hacen caso en primera instancia, si, y cojen armas de esas falsas que les has creado. Seamos claros... parecen demasiado reales como para no creérselo. Nadie puede luchar contra el oxígeno, y estos hombres no son supersoldados. Poco a poco la asfixia acaba con ellos, los cuales se desploman contra el suelo y las paredes de la sala donde se hallan. ¿Salvas la vida de un monstruo que tú mismo casi asesinas y matas a pobres hombres que no te han hecho nada? Yo de ti me plantearía lo que has hecho. Ahora, todo en tu interior está en silencio, como tú has dicho.

Volviendo a la realidad, los que tenían conocimientos médicos mínimos decidieron inmovilizarte en el suelo, con los miembros extendidos y un pequeño cojín detrás de la cabeza. Recuerda que estás en un barco... y no te conviene mucho hacer ninguna locura. Pronto llegaréis a la isla acordada.

P.D: En el navío hay 15 hombres, 3 de ellos están alrededor de ti velando para que no te mueras.

Aquellos pobres desgraciados no pudieron hacer nada contra el enemigo invisible, y sin nada que hacer contra lo inevitable ni nadie contra quien disparar se desplomaron uno tras otro presa de la hipoxia. Cuando sintió el rostro de todos sobre el suelo, Alphonse sonrió.

-Seis menos …-se dijo mientras transformaba las armas que les había “regalado” en cadenas, grilletes y máscaras, los cuales serpentearon sobre los cuerpos sujetándolos a las paredes y el techo como los prisioneros que eran. Entonces, una vez asegurados, permitió al aire entrar en aquel horrible y viciado cuarto de un portazo-… y unas cuantas cosas más- añadió tras despojar a los desmayados reos de sus pertenencias.

Antes de abandonar la pequeña sala que había reacondicionado como calabozo, cerró sobre las testas de los vencidos las máscaras de hierro que, aunque no les dificultaban la respiración, no les permitirían en absoluto ver.

Mientras tanto, la mente del carcelero intentaba buscar alguna solución a la cadena de problemas en la que él mismo se había visto atrapado. Aquel reptil no sobreviviría mucho más, y estaba seguro que aquellos tipos, aunque no parecían demasiado bien organizados, habían pactado alguna seña al cabo de un tiempo prudencial. Debía actuar rápido… y el dolor de su brazo forzado por un miembro del trío que le sujetaba se lo recordaba.

Fuera, paró de moverse y gritar, desplomándose muerto. Dentro, empujó un carrito para desayunos cargado de las cosas robadas subiendo empinadas rampas rumbo a su cabeza.

-Veamos… eran veinte y tengo seis; eso hacen catorce… y al llegar solo parecía haber uno guardando el barco. ¡Qué desfachatez de planificación!- se quejó su yo interior, intentando encontrar un par de pistolas cargadas que empuñar.

En el exterior, mientras sus ojos se secaban abiertos en un teatralizado rigor mortis, percibió las dos siluetas desenfocadas de los rehenes que no habían hecho acto alguno de rebelión. Solo le interesaba la vida de uno, pero tampoco podía negar el valor de la del otro. De repente, tomó una enorme bocanada de aire a la que le siguieron otras muchas colmadas de ansia y luego alivio.

- Está bien, señores, ya… ya lo han matado- logró decir una vez “resucitado”-. Creo que los de adentro van a necesitar ayuda, no está la… cosa… muy bien que digamos- susurró con un hilo de voz lastimosa al perder el fuelle, intentando reincorporarse con un gruñido de molestia-. ¿Le importa soltarme el brazo roto? Como que duele- le dijo directamente al de su izquierda en serio reproche, abandonando toda teatralidad.

Al fin y al cabo la función había “acabado”.

Intentaría entonces levantarse, sacudiéndose el polvo, exhibiendo en su rostro una mueca de frustración e impotencia. Amargado y asqueado, exhaló por la nariz en señal de desagrado.

-¿Capitán? Bueno, jefe, pero para el caso- diría en voz alta, buscando con la vista al susodicho, encontrando antes al navegante ocupado en el timón-. Ponga rumbo de nuevo a Goa, tenemos que ir al hospital. Ahora-ordenó tajantemente.

Llegados a este punto, y sabiendo que no era quién para dar órdenes en un barco que no era suyo, decidió explicar por qué debían hacerle caso. Respiró profundamente, cansado de los reveses del destino, y se rascó la cara con desgana antes de empezar el pequeño discurso.

-Debo admitir que son más listos de lo que me pensaba. Sus hombres, o mejor dicho su hombre, me está amenazando con destruirme por completo si no atendemos sus heridas correctamente, a la par que la del maltrecho trío que sigue con vida. No es que se pueda seguir muy vivo con boquetes en el cráneo, pero en el pecho…- se justificó con cruel y aguda ironía, balanceando entre sus manos el peso de las desagradables opciones.  Chasqueó la lengua antes de continuar, recuperando la compostura-. Y antes de que me diga que no, si yo reviento, muero… y probablemente la onda expansiva al no poder usar mi poder se expandirá… y seis cohetes explotando son muchos para que nadie sobreviva. Que por mí; yo no es que pueda elegir mucho en esta terrible situación- se lamentó.

Esperó entonces, con el rostro caído y cansado, a que tomara una decisión – aunque no le había dejado muchas opciones -. Y por si esto fuera poco, añadió:

- Su “compi”, desangrándose, “sugiere” que tire a los rehenes dentro, que esto es “bastante grande”- complementó, flexionando los dedos para marcar las comillas-, ahorrando problemas con los marines. Una vez en el hospital, se secuestran médicos para que entren y “ale”. Recalca además que la habilidad este “tipo”, se refiere a mí, sería muy útil en futuros trabajos… Y así es como me convierto en una mula…-refunfuñó entre dientes Alphonse, rechinándolos poco después.

Ves que dentro de los trajes de los hombres hay una pistola y un táser. Nada más. Cuando te levantas en la realidad, los sujetos no muestran resistencia y te sueltan.

-Billy, si pones rumbo a Goa de nuevo te arranco las uñas una por una de cuajo. - dice el que tú llamas "jefe" justo detrás de ti. - Nuestro rumbo sigue siendo el mismo, allá a donde vamos hay médicos en abundancia. Además, no vamos a poner en peligro nuestra misión de vender el monstruo para que unos pocos se salven... no son nuestras políticas esas. De todas formas... dudo de tus palabras. Tal como tú dices, uno de mis hombres te amenaza con destruirte si no se le atiende... mas no ha nombrado Goa en ningún momento. Si tú eres consciente de lo peligroso que sería volver ahora... sigo sin entender por qué lo propones. - pone uno de sus manos en tu hombro. Sí, el del brazo que tienes roto. - Mira... confío en mis hombres. Demasiado, diría. Y puedo decir con certeza que si entraron en tu interior dispuestos a matar al monstruo... es por una razón en concreto. No temían a la muerte, y la enfrentaron de cara. Sabían de primera mano que no saldrían bien parados, pues ya lo intentaron una vez y perdieron. ¿Y ahora me dices que te amenazan para vivir? Permíteme dudarlo. - se aclara la garganta, lo oyes como lo hace justo al lado de tu oreja - Te diré lo que haremos, caballero. Seguiremos con mi plan hasta el final. Iremos a la isla donde nos esperan los científicos... y venderemos al bicho. Vivo o muerto. Ya no hay vuelta atrás, y cobrar cobraremos igual... y tú tambien, si colaboras. Ahora... transmíteles mis palabras a mis subordinados.

Te lo ha dicho alto y claro. Muy bien, de nuevo, libre elección. ¿Qué decides hacer? Depende completamente de ti. Si te resignas a seguir las órdenes del jefe... llegaréis a la isla en pocos minutos. Si no... quién sabe lo que pasará.

El joven Capone estaba impresionado. No es que le hubiese sorprendido que aquel tipejo hiciese hincapié en la mera mención del nombre de la isla, ya que el parafrasear a un moribundo armado no estaba de más, más bien fue que le pilló de sorpresa el tremendo desprecio y desapego que mostró con los que eran sus hombres. Y vaya si se había quitado de en medio, siquiera se había incluido en el grupo al referenciarlo.  Ahora su vida no valía nada.

¿Y qué mejor oportunidad para matar al villano que cuando se acerca melodramáticamente a tu oreja? Desde luego, cuando uno puede crear una ventana en su interior y tiene una pistola cargada a mano, ninguna.

Movido por la ira, su eterna frustración y decidido a dar rienda suelta a sus anhelos, Alphonse disparó la pistola a través de la tronera en su oreja con la intención de interrumpir aquel desagradable carraspeo. Continuó disparando, una bala tras otra, a aquella horrible y gigantesca sonrisa con la intención de borrarla para siempre. A esa corta distancia y con la perspectiva de su parte, sentía que no podía fallar.

¿Pero qué haría una vez la cabeza de aquel desgraciado explotara? Si es que lo hacía, claro. Hablar. Interpretar. Actuar. ¡Vivir!

-Odio cuando el público no me escucha. No es que pase a menudo, aunque realmente lo que hacen es oir lo que les da la maldita gana. ¿A quién culpar sino a la realidad en sí misma?- dramatizó cerrando el hueco por donde había disparado-. Yo ya estoy muerto, muchachos. Y me aferraré a la vida como lo hace vuestro compañero: con furia y sin resignación alguna; con sangre, vísceras y odio- se abriría de brazos, mostrando sus blancos dientes a todas las armas que de seguro le apuntaban.- Si muero, él muere y todos morís. Si él muere, yo muero y todos morís. La única opción que tenéis es la muerte si no colaboráis… Y nadie desea la muerte, menos aquel, claro está, que la desea para otros sin importarles quiénes son, o quienes eran- dijo, acusando al jefe fuese cual fuese su estado- . ¿Qué me decís? ¿Qué dice el querido navegante Bill?

Y si no, bueno, siempre había estado la opción de luchar contra un pequeño regimiento armado. Que hubiera estado intentando posponer esa desagradable opción no significaba que no pudiera enfrentarse a ella.

El jefe de los hombres no puede hacer nada contra ti... y su cabeza se ve atravesada por tus balas. Como disparas a bocajarro... tus disparos acaban con la vida de un par de hombres. Del shock que supone ver esto, todos se quedan quietos, salvo uno. Este te dispara a las dos rodillas y, si te alcanza... estarás jodido. Por otro lado, cuando salen de la inconsciencia tras unos dos segundos después de los últimos disparos... deciden tres de ellos, los cuales se hallan detrás de ti, abalanzarse sobre tu persona para que no te muevas. Uno de los individuos decide tomar las riendas de la situación... conforme puede. Todos se hallan apuntándote.

- Sucio puerco de mierda... - si consiguen retenerte, se acerca a ti y te da una patada en la cara. Si no, no hace nada. - Todo podría haber salido bien para ambas partes... el jefe viviría, tu vivirías... y todos saldrían ganando. - como antes, si en un principio no puedes moverte te estira del pelo para hablarte. Si no, pues lo mismo. - No... ahora te venderemos a tí, a la bestia... vivos o muertos. - notas cómo tiembla, aun pareciendo que controla la situación. - Billy, el jefe querría que no abortáramos la operación... así que sigue el plan conforme lo dijimos.

- Pero... ¿pero y si lo que dice el asesino es cierto? ¿Y si...? ¿Y si nuestros compañeros disparan dentro de él y el barco acaba explotando? No tendrá sentido seguir el plan entonces... moriremos ahogados o por las explosiones. - dice Billy, con un poco de desconcierto.

- Billy... haz lo que te digo. Este puto mentiroso no hace más que soltar mierda por la boca. Ya has visto cómo ha matado al jefe, ¿no ves que es porque él le ha descubierto? - le responde el otro.

- Roger tiene razón. Además... si lo de nuestros compañeros es cierto, seguro que no sabrán nuestro rumbo. - dice otro hombre de los presentes.

- Quien esté conmigo que levante la mano, pero... no dejéis de apuntar a este miserable. - dice el que ha tomado las riendas, el cual parece llamarse Roger.

La mayoría de ellos la levantan, salvo un par. Roger no tarda demasiado en volarle los sesos a ambos, simplemente por no compartir sus ideas. Tu situación se ha tornado aún más complicada. Quizás no deberias haber disparado, aunque no soy quién para decirlo. Billy aprieta los dientes y decide seguir las órdenes del nuevo "jefe". El barco sigue el rumbo establecido, estando a punto de llegar a la isla de destino, la cual se halla muy cercana a la de Dawn. ¿Qué harás? ¿Acabarás con todos ellos? ¿Cederás y dejarás que hagan contigo lo que se proponen? ¿Pondrás fin a todo cuando llegues a la isla? Recuerda que no te harán nada más hasta llegar, a no ser que tú les hagas algo. En cualquier caso, en el siguiente turno llegaréis por fin al destino.

Alphonse quedó sorprendido por la absurda potencia del arma que había empuñado, impropia para su pequeño tamaño. “Bueno, habían ido a cazar a un monstruo acorazado”, se dijo, encontrando rápidamente justificación al artilugio a la vez que le adjudicaba importancia dentro de la trama. Alguien había tenido que proporcionarles el armamento… y alguien había tenido que liberar, o perder, a aquella bestia.

La leve sonrisa tras el discursito le duró poco al muchacho, quebrándose en un susto cuando vio a Roger desenfundar. Sabía que tenía que esquivarlas, y aunque se tiró cuerpo a tierra para intentar sortear los proyectiles, uno mordió su carne. Atravesando el muslo de lado a lado, la bala se clavó en el suelo dejando un feo túnel de músculos rotos y venas aplastadas que sangraba en desmedida.

Claro está, era mejor que perder la articulación, pero pocos sobrevivirían algo así, y muchos menos mantendrían la consciencia. Alphonse, por suerte, pertenecía a ambos grupos.  Apretó los dientes, maldiciendo en su cabeza a todos los presentes, incluido él mismo. Sin oponer resistencia a sus captores, sintió la patada contra su cara tan solo como un insulto a su grandeza, y quizás como otro recordatorio de la crueldad del destino. Sin escupir, y sin siquiera sangrarle la nariz, cerró los ojos para evitar mirar al objeto de su odio. No debía hacer nada más que mantener la cabeza gacha, una vez más, para intentar salirse con la suya…

Además, necesitaba tiempo para sanar, y concentrándose en su herida pulsante como ya había hecho tantas otras veces en su vida, no tardaría en silenciar, o al menos minimizar, el daño causado.

Dentro del usuario de la shiro-shiro no mi, al último de los Capone se le recordó que su forma etérea recibía todos los daños de su yo real. Postrado en el suelo, agarrándose con dolor la pierna, maldijo bien alto sabiendo que allí no tenía nadie a quien ofender.

-¡Me cago en Dios! ¡¿Por qué demonios tendré que complicarme tanto?! ¿¡Tenía que complicarme tanto?! No. No, señor. ¿Me complico la vida porque sí? ¡Por que sí! ¿A quién demonios le importa la vida de un maldito engendro maltratado por el destino? ¿Quién demonios se ve reflejado y quiere ayudar? ¡Puto cliché con patas!- se maldijo- ¡No aprendes por mucho que se encarguen de partirte la cara! ¡Dos malditos años! ¡Dos! ¡Y me veo que no voy a volver con el director vivo, si es que lo veo! ¡Joder! ¿¡Y cómo voy a volver?! ¡Ahora encima tengo que dejar al tal Bill vivo! ¡Yo solo quería un casting! ¡Algo tranquilito! ¡Pero noooo….!- continuó quejándose mientras se ponía en marcha.

Fluyendo como el humo a través de sí mismo como humo, tomando luego forma física para arrastrar cojeando los lanzacohetes  y arpones mecánicos a través de su sistema. Debía armarse, y nada mejor para hacerlo que distribuirlos en sus brazos y espalda mientras dejaba en su testa la pistola para usarla más tarde.

“Si tan solo tuviese gente o fuera capaz de desdoblarme... Siempre lo tengo que hacer yo todo”, pensó amargamente.

Técnica usada:

Qué escena tan sangrienta, ¿no? En fin, el barco está en silencio hasta que llegáis a la isla. No sé si desde el suelo podrás verla, pero delante del navío se cierne una isla no muy grande, la cual consta de dos rocas gigantes, una más pequeña que la otra, y dos árboles en su cumbre. El barco atraca en medio de esas dos rocas, justo delante de la subida que tomarán para llegar a su destino. Cuatro hombres se quedan en el barco para vigilarlo, mientras que los otros restantes te rodean a tí, a los dos sujetos que te arrastran por el suelo, y a un corpulento hombre que lleva a los rehenes en sus hombros. La subida es complicada, con muchos baches que hacen que tus ropas acaben en muy mal estado al llegar al laboratorio, el cual alcanzáis en cuestión de minutos.

Os halláis en frente de la entrada del lugar. A primera, son solo tres edificios un tanto lúgubres, pero... eso solo es una tapadera. Si no haces nada para librarte de tus captores, llegaréis ante tres científicos, los cuales acompañarán a la patrulla hasta un ascensor, ubicado dentro del edificio central. ¿Qué decides hacer? ¿Quizás le vayas a dar utilidad a esas armas que has cogido?

Isla:

El reo levantó los ojos con cansancio al atracar, deleitándose con la visión de tierra firme. Pronto estaría a salvo y, aunque en la boca del lobo, podría moverse más libremente que en aquel pequeño y rápido navío. Mientras sus captores se organizaban entre señas y órdenes dedicó unos segundos a admirar la belleza que tan solo el azar y la naturaleza podían haber construido; y de la que el hombre se había aprovechado.

La pequeña isla  rocosa a la que habían llegado no parecía tener mucha superficie, y menos aún con el trío de edificios que disputaban el angosto espacio protegido de la furia del océano, pero Alphonse estaba bien seguro que la engañosa forma de su contorno ocultaba una vasta profundidad. “Un iceberg pétreo”, se dijo, jurándose recordar la metáfora para usarla en alguno de sus escritos.  

Fingiendo abandonar toda esperanza, el muchacho se dejó colgar de los brazos de sus porteadores, dejando tras de sí una estela de sangre y limo de alcantarillado.  Necesitaba recuperar fuerzas y terminar sus preparativos, y si aquellos hombres preferían llevarle a amenazarle para que anduviera tanto mejor para él.

El último de los Capone se esforzó por ocultar su sonrisa al ver cómo cuatro de los diez papanatas que le quedaban por matar se quedaban a guardar el barco. Sabía perfectamente qué significaba aquello, e iba a aprovecharlo. Dejó pasar un minuto de angustioso senderismo antes de abrir la boca, dedicando aquel tiempo a observar a la comitiva a su alrededor.

-No sé qué es lo que me parece más triste, que ninguno de los otros rehenes haya intentado algo o que ni siquiera sepamos si esta gente nos va a pagar. Vamos, que aquí parece que la confianza no sobra- espetó amargamente- . ¿Tienes algún tipo de garantía…o de plan? Porque ir sobre la marcha…- añadió, mostrándose poco halagüeño y dirigiéndose directamente al recién estrenado líder que le daba la espalda.

Sin querer arriesgarse a nada más que algún gruñido o insulto, pues un balazo no es del agrado de nadie, no volvió a abrir la boca durante toda la escena. De todas formas no le hacía falta, ya había sembrado la duda y el descontento entre sus filas, y él la había regado con la sangre de sus propios hombres a los que mató sin miramientos por dar una opinión lógica, cabal y cobarde.

Según llegaban al trío de grises naves, otro de científicos les recibió sin cruzar unas míseras palabras de bienvenida o de reproche. Como si se esperaran otro fracaso más de los mercenarios, les guiaron dentro del edificio, cuyo interior aséptico contrastaba con la azotada fachada, hasta un ascensor. ¿Bajarían o subirían?

Sin perder más tiempo y una vez ya dentro del ascensor, Alphonse apoyó finalmente los pies en el suelo y se puso recto; tenía algo muy importante que hacer.

-Mucho gusto señores; soy Alphonse, Alphonse Capone – pronunció sonriene, presentándose formalmente-. Mis disculpas por no presentarme antes, pero creo que comprenderán que en mi situación de rehén y frente al riesgo de ser disparado no podía hacer otra cosa. Ahora que estamos en un lugar más o menos apretado donde disparar sería totalmente contraproducente para el ascensor y la seguridad de todos, especialmente con esos revólveres tan potentes- matizó sin revelar que solo sería perjudicial para el montacargas si disparaban a los cables que lo suspendían en el hueco o a algún sistema eléctrico-, me gustaría que me contestasen unas cuantas preguntas. La primera es si ven normal esta situación tan violenta, la segunda si tienen todo dentro de la legalidad y burocracia pertinente, y la tercera es si alguno, por un casual,  es el responsable de tan magnífico armamento que se les ha proporcionado a mis… “amienemigos”- ironizó a medias-. Me encantaría tener una conversación con él, así como con cualquier científico apasionado que me explicara, en algún modo entendible para este humilde profano, su rama pertinente. Quizás les parezca que hablo mucho- continuó a modo de excusa- pero debo aprovechar el trayecto lo máximo posible ya que al llegar, si no me intentan cerrar la boca antes con alguna patada, volverán a tener a su disposición la efectiva amenaza de sus pistolas.

Previendo que sus palabras serían el colmo para la escasa paciencia del cabecilla, el joven capo se preparó para la masacre. Realizando un pequeño e imperceptible corte a través de la piel de su rostro, dejaría preparada una puerta para recibir con la habilidad de su fruta al truhán cuando este le golpeara. En su interior no encontraría nada de utilidad más que el ladrillo y la oscuridad, pero no era él a quien tenía que derrotar en ese preciso instante. A la vez, sin querer darles tiempo a los demás para reaccionar, su yo interior apostado en su cuello abriría una ventana en su nuca, encargándose de dar muerte a uno de los vigilantes de un potente balazo; mientras, con su cuerpo real y externo y haciendo gala de su absurda fuerza, intentaría lanzar al captor que le tenía agarrado por su brazo bueno –o más bien no roto- para estamparlo contra el otro vigía armado.

Habiendo hecho eso, si es lo lograba, tan solo quedarían dos individuos en pie para enfrentarle, el que le agarraba el brazo dañado, lo suficientemente cerca suya como para derrotarle antes de que desenfundara, y la mole que cargaba en sus hombros al inútil dúo del mundo del espectáculo. Por supuesto, no consideraba al trío de humildes científicos una amenaza, pero estaría dispuesto a derrotarles usando de improvisado ariete, a la vez que escudo humano, al sujeto que le aguantaba.

Claro está, los dos caídos no tardarían mucho en levantarse, si es que la potencia del golpe no les había dejado en un estado peor o igual a la inconsciencia, pero Alphonse ya había realizado preparativos para encargarse de ellos. Al fin y al cabo, su yo interior no tardaba apenas en reaparecer en un nuevo lugar, más concretamente la mano libre, y armarse con uno de los lanzadores de arpones para disparar fuera a través de una rápida y enjuta tronera.

-¿Se rinden?- amenazaría con voz tranquila, prefiriendo como aplicado alumno del “Arte de la guerra” ganar sin luchar.

Habilidades:

Al llegar al ascensor y cerrarse las puertas, justo cuando por fin iban a entablar conversación entre ellos, decides levantarte y soltar un pequeño monólogo. Nada más abrir la boca, el jefazo Roger decide darte una patada en la boca. Pero, ¿oh? Entra dentro de tu cuerpo. Teme por su vida, y empieza a disparar su pistola a todas las paredes, esperando hacer algo... ¿lo hará?

Mientras, fuera... los científicos apuntan cosas en unos papeles, apoyados en una carpeta. ¿Qué escribirán? Nadie lo sabe. Por otro lado... los que has tirado no se levantarán hasta pasado medio minuto, mientras se recuperan, cosa que los que has matado no pueden hacer. Respecto al hombre fornido que queda... deja a los rehenes en el suelo, y se pone hecho una furia. Si no tuvieras a los científicos detrás de ti - si estás mirando hacia el sujeto fortachón - dispararía, mas no puede porque no quiere darles. ¿Qué decide hacer, entonces? Pues tener una idea con consecuencias varias... para él. Como supone que harás lo mismo que hiciste con Roger, decide embestirte e intentar entrar dentro de ti. Si entran, uno empieza a golpear las paredes y demás... a la par que su nuevo jefe y el otro disparan a las paredes. Ah, y el que tienes al lado agarrándote decide golpearte con su puño en la cara. Lástima que le ocurra el mismo destino a ambos. Fuera, los científicos deciden pronunciarse.

- No nos han dicho aún estos chicos quién eres y para qué te han traído. Eres un usuario, ciertamente... y pareces bastante capaz, por lo visto. En fin, en fin. Esa pierna parece un poco mal, ¿puedes andar? - uno de los científicos se acerca a ti para ayudarte. - No podremos contar con la ayuda de la mafia, pero creo que podremos sacar algo bueno de esto... tanto tú como nosotros. - el ascensor llega a su destino. Cuando las puertas se abren, ves una gran sala blanca llena de experimentos metidos en cápsulas llenas de agua verde... típico, ¿verdad? No te asustes, los científicos no tienen ese futuro para ti. Deciden llevarte hasta la sala contigua, la cual está completamente vacía de cápsulas, y solo hay un montón de ordenadores y monitores bastante grandes con información que seguramente te es indescifrable. - No te preocupes, Alphonse. Al contrario que los señores que han venido contigo, nosotros somos pacíficos. Y... nos has causado una buena impresión con tus actos en el ascensor. No me malinterpretes, no queríamos que todos ellos muriesen... pero si así ha tenido que ser, que así sea. Vayamos al grano. Queremos saber cómo has llegado hasta aquí... y por qué como rehén de la mafia. - finaliza.

El que te lleva te ayuda a sentarte en una silla ubicada en un rincón de la sala. Separados por una mesa, a tu lado se halla el que parece ser el cabecilla de todas aquellas instalaciones... o al menos eso supones. Los otros científicos deciden ponerse con sus labores.

P.D: Los que están dentro de ti, en concreto el fortachón, tiene alrededor de un Tier 4 de fuerza, con lo que sus puñetazos en las paredes de tu cuerpo harán estragos en él. Yo de ti me lo cargaría pronto.

P.D2: Hay alrededor de 50 científicos rondando por todo el recinto. Concretamente, en la sala de las cápsulas habían 30, analizando a los espécimenes, de los cuales hay de todo tipo, de muchos mares, incluso de Nuevo Mundo. En la que te hallas están los otros 20, trabajando.

El plan de Alphonse había tenido éxito… aunque el hecho de la adelantada interrupción del belicoso cabecilla había impregnado con un deje de comedia aquella masacre. ¿Por qué? Bueno, pues porque en medio de aquel orquestado caos de vísceras, furia y desapariciones no había dejado de dar su discursito.

Una vez el joven hubo terminado lanzando la pregunta, y la oportunidad, al aire, comprobó que aquel mastodonte que cargaba a los rehenes los dejaba en el suelo de un rápido pero cuidadoso movimiento. “Interesante”, pensó, arqueando una ceja mientras cambiaba de objetivo.

Los caídos estaban todavía recuperándose del golpe, por lo que no serían un problema. Y qué mejor para librarse de una fiera musculosa que un arma diseñada expresamente para matarlas. Con un simple giro de muñeca y un apretar de gatillo en su interior, Alphonse se aseguró de sellar el destino de aquel botarate con rapidez y sin apenas esfuerzo. Sabía que la desmedida potencia del arma sería comparable a la de la pistola, y por muy forzudo que fuera aquel uniformado, el arpón le atravesaría y probablemente terminara clavándole en la pared en la que moriría.

 Ninguno de los mercenarios era muy listo, y lo habían demostrado menospreciándole incluso cuando se les dio muestras y razones de su poder y potencial; pero el imbécil que quedaba agarrándole se llevaba la palma. Sin preocuparse de evitar el nimio puñetazo del tirador, el hombre-fortaleza decidió simplemente aceptarlo. Tras el golpe, una vez los nudillos del desgraciado apretaban su mejilla, le miró. Le atravesó con su mirada.

-¿Es eso un no? ¿Estás… seguro? – preguntó fría y calmadamente, dando una última oportunidad al que consideraba, como poco, subnormal.  Si después de aquello intenta algo, el generoso capo le propinaría un codazo suficientemente fuerte para destrozar su cráneo.

Esperando amedrentar lo suficiente a aquel imbécil, lanzaría fuera de sí mismo el lanza-arpones usado. Aquel arma era inútil una vez  había disparado, y además perjudicial para Alphonse al restarle movilidad y destreza debido a la compacta y casi irrompible línea de hilo artificial que unía arma y proyectil, y por lo tanto a él mismo. Aprendiendo que podría hacer uso de objetos encadenados a su interior, o incluso de construcciones que formaran parte de sí mismo, se miró las manos deleitándose con aquel casi-inagotable y nuevo potencial.

-Más interesante incluso que lo anterior…- se dijo con una lobuna sonrisa abriendo y cerrando sus garras, palpando aquella nueva sensación de poder…

Pero aún quedaba un pequeño detalle, una mosca zumbona empeñada en disparar un arma hecha para destrozar la carne sobre la fría y compacta piedra. Era molesto, prácticamente inocuo, pero muy molesto. Volviendo su yo interior a su cuello, echó la pistola afuera de un suave movimiento, lo suficiente como para darle tiempo a su verdadero cuerpo a cogerla cuando esta saliera.

Tras intentar cogerla, y ya armado, Alphonse levantó su mano para pedir unos segundos a los indiscretos y desconsiderados hombres de bata. Les había escuchado, oído y entendido, pero tenía una conversación más importante que realizar antes de dirigirse a ellos.

-Hola.-El disparo iluminó la sala, pero en aquel breve lapsus de la oscuridad Roger solo pudo ver que lo que le hablaba era una sombra-. En la esquina- especificó el monstruo poco antes de recibir un asustado balazo-. Eso hubiera dolido si yo fuera algo real… creo que siquiera el haki podría dañar la propia representación que creo en mí mismo. No soy una logia al fin y al cabo. Y los daños que me estás realmente haciendo son… bueno, como clavarse unas cuantas espinas. Tienes que tener en cuenta la absurda diferencia de masas… En fin…- continuó, disfrutaba del cliché del villano que hablaba de más.

A medida que el monstruo se explicaba, la roca se movía para cambiar de forma, escupiendo uno tras otro los proyectiles encajados en su estructura como heridas que sanaban. Clink,Clink,Clink… La sala bajaba buscando a su hermana, el calabozo donde los otros mercenarios habían sido aprisionados pero no torturados. Ya debían de estar conscientes.

-¿Les importaría antes de… bueno, todo esto que está ocurriendo tan rápidamente y porque sí, después de un vano intento de ser reconocido en el mundo del espectáculo…- rumió frustrado- propiciarme una carreta para sacar a un monstruo herido de mi interior? Una muy grande… - matizó-.Aunque, pensándolo dos veces, creo que será mejor que manden gente dentro mía con equipo médico. Me temo que su vida pende de un hilo que no he tejido todo lo bien que debería, aunque sí todo lo bien que he podido- se lamentó recargadamente.

Tras la solicitud, el capo se quedó mirando al vacío, encañonando sin pensarlo dos veces tanto a los rehenes como a los enemigos que le quedaban en aquel ascensor. Le tocaba esperar a colaborar con los hombres de ciencia, pero por suerte tenía algo en lo que aprovechar el tiempo mientras se decidían y actuaban.

Dentro, el espectáculo daba comienzo. Habiendo unido las dos salas silenciosamente, deshaciendo las paredes que las separaban, Alphonse permitió al público escuchar en la oscuridad.

-Tú, Roger, eres de los hombres más despreciables que me he encontrado. Y créeme, he encontrado hombres muy despreciables en mi corta vida. Elegiste, muy rápidamente, abandonar a tus hombres heridos en mi interior y, por mucho que te pedí ir a un hospital para sanarles… preferiste dejarles morir. Es más, has matado a todos aquellos que votaron por ayudarles. Sin miramientos. Ninguno. Tu maldad es digna del teatro… de uno no muy bueno. Ahora, aunque creo saber la respuesta, te pregunto por qué. ¿Por qué?- inquirió con tristeza la sombra, buscando una luz lo suficientemente brillante para justificar todo aquello.

Si todo salía bien, el actor permitiría a los científicos entrar por su pie para atender a la bestia, facilitándoles todo cuanto su fruta podría crear para ayudarles. Si todo salía genial, podría hasta contar con seis hombres fieles a él matando a un verdadero monstruo. Y si todo salía mal siempre podría liarse a tiros con todo y con todos, esa siempre había sido una opción.

PU'S y Técnicas:

El arpón atraviesa completamente el corazón del fortachón. El ascensor se tamblaea un poco debido al impacto del hombre contra la pared, mas no le pasa nada grave. Respecto al hombre que te agarra... queda presa del pánico frente a tus palabras, y vuelve a golpearte. Como no toma muchas precauciones al respecto, y como ya te has preparado para ello... el cráneo del hombre queda verdaderamente mal parado después de tu codazo. Luego, tras tus palabras hacia los hombres con bata blanca... ellos deciden responderte, en concreto el del medio, que parece el que más manda ahí.

- Así que... Él está dentro de ti. Muy bien, tu solicitud te será concedida. Chicos, llamad a los del EEA. - acto seguido, sus dos compañeros corren hacia dentro de las instalaciones, en busca de dichos sujetos. - El Equipo Especializado en Abominaciones, o el EEA, se encargará expresamente de lidiar con aquel que se halla dentro de ti. No te preocupes, llegarán enseguida. Pero mientras vienen... tengo que preguntarte algo. En teoría los que han venido contigo no nos habían nada de traer un usuario. Nosotros solo requeríamos de ese monstruo que llevas dentro. ¿Cómo has acabado así, joven?

En un minuto, el equipo llega. Son solo ocho miembros, y cada uno de ellos lleva un artilugio distinto. Cuatro de ellos llevan una especie de armadura negra con luces rojas y las siglas EEA grabadas en el pecho, de color blanco. Los otros cuatro llevan un traje menos abultado de color blanco, con las mismas siglas en el mismo sitio, pero en negro. Sin preguntarte nada, y obviando que les abres una entrada, deciden adentrarse en tus adentros, valga la redundancia.


Tu inesperada incursión en la sala donde Roger se halla hace que este entre en desconcierto y te dispare instintivamente. En caso de que puedas verlo, sus globos oculares se encuentran en esos instantes abiertos de par en par, en los cuales puedes ver como la ira se apodera de ellos. El hombre emite un leve gruñido todo el rato,  como si fuese de repente a volver a disparar, pero no lo hace. Esta verdaderamente asustado, pero aún no ha entrado en pánico.

Cuando decides forzar la bajada de la sala donde Roger se encuentra para que todos los de tu interior estuviesen juntos... compruebas que, efectivamente, estos ya están conscientes. Nadie de ellos hace absolutamente nada. Nadie ve nada. Nadie reacciona. Tus palabras entran por los oídos de los presentes. Roger aprieta los dientes en señal de rabia ante tu voz. Este estalla.

- Tú... sucio bastardo hijo de puta. Tú no entiendes nada. Nadie de nosotros se puede permitir la derrota, ¿me entiendes? ¡Nadie! ¡Aquel que lo haga es débil! Y por lo tanto, no se merece estar entre nosotros. Esos hombres no demostraron ser lo bastante capaces, y debieron de afrontar su destino. Yo no me voy a encargar de ayudar a gente débil. ¡Ni ahora ni nunca! ¡Y no vas a ser tú, trozo de mierda, quien me haga cambiar de opinión!

Tras esto, el hecho de no tener ya su arma le hace ponerse aún más nervioso, haciendo que gritase de rabia. Es un caso perdido... y sus compañeros lo han escuchado todo. Estos prefieren no decir nada al respecto. Absolutamente nada.


El EEA entra en la sala donde se halla el monstruo. No hacen falta palabras entre ellos para que sepan cómo organizarse para llevar a cabo lo que iban a hacer. Rápidamente, los hombres de blanco rodean a Kowalsky. Uno de ellos apuñala a la bestia con su artilugio, el cual es una especie de aguja gigante que inyecta un líquido al sujeto. Eso se encargaría de aumentar la regeneración celular del monstruo, para que sus heridas parasen de sangrar y empezaran a sanar lentamente. El segundo de ellos cuenta con una especie de trabuco. Con él, dispara una especie de parches gigantes a las heridas visibles del monstruo, para sellarlas. El tercero despliega una lona de fibra de carbono sobre el suelo, para que luego sus compañeros de batalla - los que van con la armadura negra - carguen con la bestia. El último del equipo médico comprueba el pulso del sujeto, y determina que está estable.

El equipo de batalla entra en acción una vez los otros acaban. Tras quitarse de en medio estos, los cuatro especialistas levantan sin mucho esfuerzo a Kowalsky, y lo dejan en la lona. Poniéndose uno en cada esquina, logran transportar a la bestia hasta fuera de tu interior de una forma segura. Una vez fuera... los científicos volverían a insistir en que les acompañes, y te llevarían al lugar citado anteriormente en caso de aceptar.

Trajes:

Alphonse estaba decepcionado; su línea había sido ignorada de nuevo. No sintió remordimiento alguno al escuchar el húmedo crujido. “De todas formas no la estaba usando para mucho”, gruñó entre dientes. La pierna le dolía, y aunque había estado intentando ignorar el zumbido del tejido sanando sobre sí mismo, el girarse para su ataque le había pasado factura. Una factura que pagarían los dos caídos de la esquina.

-No más cabos sueltos- pronunció fríamente apretando el gatillo, acabando con la vida de los dos hombres ante la estupefacción de los rehenes. ¿Serían ellos los siguientes? No… si se portaban bien.

Impertérrito y con un aire marcial, el señor Capone recorrió con los ojos a la dama y al director por igual. No había lascivia en sus pensamientos, ni odio ni ira, solo un análisis de las pistas que deseaba encontrar mientras ponía en orden sus pensamientos y escuchaba, ofendido, el desagradable tuteo del científico. El día se le estaba haciendo largo, demasiado para alguien que deseaba una normalidad que solo obtenía de la ficción.

-Negándome a morir- Fue la respuesta que le dio al hombre de bata, la única que obtendría si seguía faltándole el respeto, aunque fuese sin querer.

Dejó pasar a la uniformada patrulla deseando una milicia tan bien equipada y entrenada para sí, y cuando notó sus pasos en su interior, iluminó el camino con antorchas y piras que les permitiesen ver y operar. Percibió poco de lo que hicieron, ¿pero qué más podía hacer si tenía la cabeza en tres sitios a la vez?


Habían pasado más de veinte segundos desde que Roger había escupido su última palabra. Aquel terrible silencio no había sido orquestado, pero quedaba perfecto en aquella cruel sinfonía. La sombra sonrió en la oscuridad, deleitada por las excusas a explotar.

-¿Debilidad? –susurró con una voz cargada de desprecio e ironía- ¿Qué es la debilidad? ¿Qué valor tienen esas palabras en la boca de un hombre armado? ¿Qué significado tienen en boca de un simple traidor? – preguntó rondando su presencia como un vil predador-. Todo el mundo es débil, Roger, esa no es razón para no ayudar. Podría entender que no ayudaras a quien no se lo mereciera, pero… ¿No ayudar a alguien por ser débil?, ¿a quién vas a ayudar si no?- expuso con un deje de risa, divertido por la situación.

Se detuvo por un momento, sintiendo la respiración de todos ellos en la suya propia, intentando por un momento escuchar el tamborileo de sus corazones como una desordenada banda que debía dirigir. Pero estaba cansado. Muy cansado.

Hizo emerger antorchas de las paredes con mera voluntad y ,tras un chasquido de sus dedos, las encendió para que pudiese contemplar por última vez unos hombres que habían sido suyos. Tras abrir las máscaras de sus prisioneros, contempló con interés y curiosidad lo que escondían todos aquellos ojos. ¿Furia, miedo, odio, impotencia? ¿Cuál era el ritmo que tocaban sus almas?

-Te he dado muchas oportunidades y, a pesar de todo, te regalo una más. Cuéntame todo, Roger.

Porque si no le servía de nada, todo él le estorbaba. Acabar con él sería muy fácil una vez no tuviera nada que decir, pero sin querer adelantar acontecimientos, Alphonse simplemente esperó para medir muy bien su siguiente paso.


Los científicos sacaban a la bestia de aquel cuerpo fortaleza,  y aunque Alphonse no quería que se la llevaran, no le quedaba otra que aceptar. No estaba dispuesto a enfrentarse a cuatro hombres en su interior, no cuando hacían gala de una fuerza tan extraordinaria. Fuese cual fuese el origen de aquella cualidad, mecánica o biológica, no quitaba que darían demasiada guerra. Tan solo le quedaba aceptar lo que aquellos científicos le proponían…

-Por favor, hagan el favor de acompañarnos- ordenó amablemente el muchacho a los que ahora eran sus rehenes-. No hagan movimientos bruscos y todo saldrá estupendamente-añadió con una cordial sonrisa en el rostro.

Y cuando los pasos de ambos grupos comenzaron a distanciarse, un solo pensamiento se hizo dueño de moreno.

No.:

Lo empujó a un lado, volviendo a seguir el camino que le marcaban tras aquella sentida pausa. Decidió no pararse a contemplar las maravillas encerradas en aquellas cápsulas, centrando su atención en las figuras que andaban frente a él; sospechaba que todos ellos, tanto los que llevaban bata como los que no, eran más peligrosos de lo que parecían.

Tras atravesar la instalación y llegar al centro de análisis y control, Alphonse siguió pastoreando a su tímido ganado hasta la mesa en la que le esperaba el que parecía el encargado o, al menos, con quien debía hablar. El hombre allí sentado desprendía una paz y frialdad propia del más impoluto de los quirófanos. Era prácticamente calvo y estaba totalmente arrugado, pero nada de eso importaba para su profesión. El brillo de sus ojos grises  desprendía una agudeza mental que parecía del todo incompatible con la bondad humana. Alphonse no pudo evitar preguntarse si de verdad era humano, o si, al menos, lo había sido alguna vez.

-¿Me permite?- preguntó el pobre desgraciado obligándose, o obligado, a ser como era. Si se lo permitía, tomaría asiento después-. Me llamo Alphonse Capone y me disculpo por no mirarle directamente, pero como puede ver debo hacerme cargo de… ya sabe- dijo, recalcando la evidente presencia de los dos más desgraciados que él.

Mini-aclaración:

Quién iba a decir que tal escena ocurriría en tu interior. Roger está de rodillas, con la mirada puesta en el suelo, su rostro es idéntico al de un maníaco. Todo su cuerpo le pide a gritos que acabe con todo, contigo, con todo en aquella sala. Pero él sabe que no puede. Su cuerpo ya no está bien. Sus sentimientos de rabia hacia ti... de culpa, por no haber podido hacer nada para impedir la muerte de su jefe. Todo esto es suficiente para que un hombre alcance el fin de su cordura, y él está al borde ahora mismo. Justo cuando la sala se ilumina... Roger sube la mirada. Te observa durante un segundo. Sus párpados empiezan a abrirse progresivamente, hasta que ya no puede abrirlos más de la impresión. De reojo, su vista alcanza a los que eran sus hombres. Los ve atados, mirándole con caras las cuales no sabe discernir si son de decepción o de tristeza. Ellos no dicen nada, solo lo atormentan con la mirada.

- Yo... no quiero tus oportunidades. Te odio. Ayer el jefe estaba vivo. Ayer todos sus hombres estaban vivos. Ayer... yo estaba vivo. Tú, un solo hombre, o lo que seas, me lo has quitado TODO. Y aún así... aún así... - se detiene por unos segundos - ¿¡Aún así quieres que haga lo que tú me digas!? ¡Antes muerto que someterme a tus órdenes! - vuelve a quedarse en silencio, esta vez menos tiempo, para pensar sobre lo que ha dicho. - Eso es. Sí. Eso es. Eso es, eso es, eso es. ¡ESO ES! Vete al infierno, mamón. - rápidamente, Roger alcanza una pistola que en el suelo se halla. Cargada. Con una bala.


En pocos instantes, los sesos de Roger se han escampado por toda la zona.  Las caras de los hombres... ya no expresan ni decepción ni tristeza.


Tu interior... tu interior vuelve a quedarse en completo silencio.



Fuera de tu cuerpo las cosas se desarrollan de otra forma. Los rehenes parecen reaccionar positivamente ante ti. Al parecer... aún les queda una pizca de esperanza en tu persona. ¿Estarán en lo cierto al creer eso? Eso ya dependerá de ti. En cualquier caso, te siguen, aún encadenados. Sus rostros impasivos se habían desvanecido, y en ellos ya solo quedaba una ligera sonrisa de esperanza, como ya he dicho.

El hombre calvo que has mencionado es nada más ni nada menos que el mandamás de aquellas instalaciones. Y su interés está puesto en ti, más que en la bestia.

- Muy bien. Es un... placer, Sr. Capone. - te tiende la mano. - Antes de nada, mi nombre es Karl Y. Bergentussen. Muchos me conocen como el Dr. Y. Como habrá podido suponer, toda esta isla está bajo mi cargo. ¿Difícil de creer, verdad? Que un vejestorio como yo... - suelta una pequeña carcajada, seguida de una tos seca. - En fin, a lo que iba. Necesito que, antes de hablarle sobre otros temas, me cuente cómo ha llegado aquí y qué ha pasado con los mafiosos que acordaron traernos a Kowalsky. De Él le hablaré luego. - finaliza, dándote paso.

Contemplar cómo aquel hombre se derrumbaba frente a él traía a Alphonse una malsana satisfacción. Cada palabra y cada gesto de terror, de culpa impotencia y asco era una pincelada de un cuadro que podría haber contemplado durante horas. Y pensaba hacerlo, pensaba disfrutar de cada segundo cuando le atara de pies y manos, colgándolo como un cerdo cuando apretara el gatillo del arma descargada. Pero tuvo que quedar una...

Estaba mosqueado; las cosas podrían haber sido mucho más divertidas. Le había arrebatado su diversión, una que se había ganado a pulso, y siquiera había tenido la pequeña satisfacción de mancharse el rostro o las manos con la sangre de aquel monstruo.

-Qué dramático- añadió como panegírico con una cruel pomposidad. Se acuclilló sobre el cuerpo aún caliente de Roger buscando entre sus restos una pieza crucial de un puzzle propio. El casquillo de aquella última bala no debía haber caído lejos, y una vez lo encontrara lo lanzaría fuera de sí mismo con un preocupado interés.

¿Aquella bala era real o la había creado él sin saberlo? La oscura duda le carcomía y el temor le asfixiaba.


Alphonse sabía que debía jugar muy bien sus cartas con aquel hombre. Estaba seguro de que no sería la primera vez que alguien “desaparecía” en aquellas instalaciones para convertirse en una cobaya más. Sin mirar la garra extendida del señor Bergentussen asintió con una pequeña sonrisa, dando a entender que agradecía, y admiraba, la educación del amable caballero.

-Deberá excusarme una vez más- se lamentó con cortesía-, pero debo concentrarme en el pequeño problema que tengo frente a mí en este instante- aclaró para no estrecharle la mano-. Verá, soy el alcalde de una isla cercana a New-Loguetown, y tras resolver unos cuantos problemas en la comunidad fruto del antiguo y penoso gobierno, decidí tomarme unas pequeñas vacaciones. Siempre he querido tener un pie en el mundo del espectáculo, y dado que mi primera incursión en él no tuvo demasiado éxito, decidí repetir. Una vez en Goa y tras encontrar en los periódicos un atractivo anuncio fui a presentarme a un casting consistente en varias pruebas de interpretación como un Don mafioso. Casi parecía que el destino se burlaba de mí al darme a interpretar un papel que había sido mi herencia. Bueno, si la hubiera elegido- añadió satisfecho, a pesar de la sonrisa de tristeza que se dibujó en su rostro.

Alphonse esperó para seguir hablando a ver y escuchar cómo aquel casquillo de bala caía al suelo y, más importante, cómo reaccionaban todos ante él. Si no lo había creado él, si era un objeto real y tangibl y ellos hacían algo, aunque fuese un mínimo gesto de sorpresa,  entonces y solo entonces sabría que no se estaba volviendo loco. De ser así, continuaría hablando; pero si no… no quería ni imaginárselo.

-Tras aquellas pruebas, el director, aquí presente- mencionó referenciando al rehén con un leve movimiento de cabeza-, me contrató sin mi permiso verbal ni escrito lanzándome a un escenario en el que debía interpretar al personaje ensayado. Debe ser un método realmente experimental porque podría haber muerto tras la explosión de un televisor-bomba. El caso es que, en el momento en que estalló, mi mujer; bueno, la actriz que interpretaba a mi mujer, corrió a refugiarse en el sótano. Quizás ella ya sabía que allí había uno, aunque a mí me sorprendió bastante encontrarlo lleno de armas  y con un boquete en una de sus paredes cuando fui en su búsqueda. Tras armarme y seguir su rastro con la ayuda de personajes secundarios que, por supuesto, todo el mundo olvidamos que eran personas, encontramos a Kowalsky. Peleé contra él protegiendo a la dama, apareció el director, gané al “monstruo”… Que por cierto vivía en una parte del alcantarillado cuya sala anexa estaba llena de cuerpos podridos pero no destrozados…- matizó-. Llegaron los mafiosos buscando al bicho, me uní a ellos porque lo tenía dentro, un poco de muerte y mentira por aquí y por allá para sobrevivir y henos aquí. Es una trama un poco lineal, pero con mucho peso oculto.

Tras aquel resumen y mientras se esforzaba por acallar los picores de la mugre y el dolor de sus heridas, Alphonse se reclinó sobre la silla jugueteando con la pistola. La oscilaba, apuntando sin terminar de decidir a quién de los dos disparar.

Aunque aún le quedaba una cosa que decir de aquel discurso, era el turno del anciano.

-Eso es casi todo... ¿Pero qué quería contarme sobre el señor Kowalsky?