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Mis compañeros estaban tratando de enfrentarse a los secuaces del supuesto padre del pollo frito, sin mucho éxito por lo que podía atisbar desde el rabillo del ojo. Y el capitán pirata se enzarzaba en un combate contra su propio padre.
Todos estábamos malheridos, maltrechos y fatigados, algunos más y otros menos, pero cansados al fin y al cabo.
Casi no habíamos descansado desde el asalto marine de la noche anterior, y no habíamos tenido ocasión de llevarnos siquiera un trozo de pan a la boca, así que no habíamos recuperado toda la energía gastada.
Podía notar el cansancio en mis hombros pesados y mis rodillas temblorosas, que amenazaban con fallar y dejarme a merced del enemigo en cualquier momento. Probablemente, dentro de lo que cabía, yo era la que me encontraba en mejor situación. No había tenido que enfrentarme a enemigos tan temibles ni poderosos como Zane, no sangraba por ninguna herida abierta ya que la del hombro comenzaba a cerrarse ya, y la fruta del diablo me otorgaba una mayor resistencia y fuerza física, que me ayudaba a mantenerme en pie. La carencia de sensibilidad al dolor permitía a mi cerebro ignorar el brazo roto y el hombro perforado, y evitar entrar en shock.
Sólo se me ocurría entretener a Art el tiempo suficiente hasta que se me cruzase por la cabeza un plan mejor. No podía vencerlo estando en plenas capacidades, así que no valía la pena siquiera intentarlo en mi estado. Debía al menos fingir que lo intentaba para que no se oliese la tostada, pero mi plan real consistía en vigilar el avance de los demás y salir pitando de allí a la primera ocasión que se presentase.
Quizá tendría que transformarme en dragón para poder cargar con todos y sacarlos de allí... Si no quedaba más remedio y debía mostrar mis habilidades ante aquella gente, lo haría. Después de todo, mis enemigos ya estaban al corriente, y mis aliados estarían mayormente inconscientes y no lo recordarían. Si quedaba alguno en pie... Bueno, entonces tendría que hablarles del tema. Pero no tenía sentido preocuparse por eso en aquellos momentos.
Mientras pensaba en todas esas cosas con toda la rapidez que me permitía mi cerebro, Art aprovechaba para acercarse de nuevo con gesto sombrío y, a pesar de mi intento de esquivar sus manos, consiguió rodearme el cuello con una mano enguantada y me levantó en el aire sin esfuerzo.
- Sabes que, si no te transformas, no tendrás una oportunidad, ¿verdad? -inquirió, casi con mirada tristona. Como si estuviese decepcionado-. Pero, por supuesto, no te vas a transformar aquí, delante de toda esta gente. Lo que implica que tus compañeros no conocen tu pequeño secreto -se respondió a sí mismo, al tiempo que agarraba su guante con la sana para intentar zafarme de su garra estranguladora y el brazo roto se balanceaba grotescamente a mi costado. Aunque el húmero seguía intacto, y su conexión con el hombro. Me esforcé por mover la mano dañada y conseguí aferrarme a la suya, pero el brazo había perdido casi toda su fuerza. En ese momento, me lanzó de nuevo y salí disparada hacia una de las casas. Choqué contra la pared y escuché el crujido de los huesos de mi espalda, para luego deslizarme hasta el suelo.
Me incorporé a duras penas e intenté levantarme, pero la mano con la que me apoyé resbaló al entrar en contacto con una sustancia húmeda. Miré a mi lado, para ver un charco de sangre sobre el que descansaba el gyojin alocado, que también trataba de incorporarse. Tenía el abdomen perforado y de él manaba sangre sin cesar, debilitándolo. El gyojin enemigo se acercaba a él con parsimonia y, un poco más allá, pude ver caer a Alviss.
Tenía que pensar en un plan antes de que fuese demasiado tarde. Si alguien moría aquel día, sería completa y enteramente mi culpa.
Me levanté con un gruñido de esfuerzo y apuré el paso de vuelta hacia Art, que ahora parecía estar buscando un nuevo objetivo con el que entretenerse mientras acariciaba el cañón de su pistola.
Utilicé el geppou para impulsarme hacia delante en lugar de hacia arriba, acortando la distancia que nos separaba y utilizándolo de impulso para rodear el abdomen del joven con ambos brazos y placarlo.
No obstante, el muchacho reaccionó con rapidez, haciendo gala de esa mente fría que le había ganado el ascenso, y aprovechó la inercia de su propia caída a su favor, para aterrizar sobre la espalda al tiempo que me sujetaba con ambos brazos y alzaba las piernas. Me propinó una patada doble que me arrancó de su torso y me obligó a dar una voltereta para no desnucarme contra el terreno empedrado.
Antes de que pudiese levantarme, Art me estaba apuntando justo entre las cejas con la pistola.
- Adiós -se despidió, casi melodramático, colocando el índice sobre el gatillo.
Me apresó el pánico. Iba a morir. Estaba a una milésima de segundo de morir, y no era lo suficientemente rápida en aquellos momentos para esquivar la bala. Todo mi cuerpo estaba en sentido contrario a Art, así que no podía patearlo, ni golpearlo de ninguna manera. ¿Qué podía hacer? Era el fin.
Entonces noté una especie de onda expansiva, que cogió al asesino por sorpresa y lo tiró al suelo. Me incorporé a toda velocidad y le propiné una patada en la cabeza, haciéndola rebotar contra la piedra de la plaza y asegurándome de que así el hombre perdiese el conocimiento, al menos unos segundos. Lo suficiente para escapar.
Observé la zona y pude intuir que el foco de la onda expansiva había sido Zane, que ahora yacía inmóvil en el suelo. Me acerqué a su lado con cautela. La mayor parte de los presentes había caído, y los gyojin echaban humo. ¿Una onda calorífica? Desde luego el agua de los gyojin se estaba evaporando, y podía notar la garganta seca, aunque no había bebido en horas, así que era hasta normal.
El terreno comenzó a temblar con un ritmo muy concreto, y pude escuchar voces y gritos a nuestro alrededor.
Los marines no tardaron en rodearnos, al tiempo que el pelirrojo padre ordenaba la retirada de los enemigos, que se marchaban a toda prisa sin mayor contemplación. Pude reconocer los rostros del escuadrón de Yurai entre los marines presentes. Había un den den sonando cerca.
- ¡Arashi no Kyoudai, estáis detenidos! ¡Tenemos la isla rodeada! ¡No tenéis escapatoria! ¡Rendíos pacíficamente! -gritaba alguien por un altavoz.
El den den pertenecía a Zane, así que me agaché para cogerlo y aceptar la llamada.
- ¡Zane! ¡El barco está listo y preparado para partir en cualquier momento, pero hemos visto atracar a los marines! ¡Daos prisa! -gritaba Esme al otro lado. Emití un ligero suspiro, porque no podía permitirme el lujo de suspirar hondo en aquellos momentos. No era momento de sentirse aliviada, teníamos que salir de allí.
Alviss estaba noqueado, Zane no podía moverse, Luka se desangraba y Therax estaba maltrecho.
Abofeteé ligeramente a Zane, comprobando si estaba consciente.
- Si estás despierto, y crees que puedes moverte o transformarte, hazlo ahora. Luka no puede moverse, Alviss tampoco. ¡Spanner! ¡Ayuda al capitán! -llamé, esperando que el joven comprendiese el plan y echando a correr en dirección al rubio. Me cargué a Alviss al hombro y continué mi carrera en dirección al barco pirata, apurando el paso para poder pasar antes de que los marines nos rodeasen por completo, contando con que Therax ayudase a Luka y Spanner cargase con Zane. ¿Y dónde estaba Nox? Esperaba que pudiesen apañárselas para llegar al barco a tiempo.
Subí a cubierta a toda prisa y deposité a Alviss con cuidado sobre el suelo de madera, esperando que los demás me siguiesen lo más pronto posible para salir de allí pitando.
Aquella había sido una derrota completa. Un fracaso absoluto. Una mancha en nuestra carrera criminal y una herida en nuestros egos y orgullos. Y todo por mi culpa.
¿Cómo podíamos pensar siquiera en ir a Shin Sekai si no podíamos sobrevivir en Paraíso? ¿Cómo pretendía vivir si no podía derrotar a mis enemigos? ¿Cómo íbamos a emprender una carrera pirata si un puñado de asesinos nos dejaban hechos trizas? Y aquella ni siquiera era la élite de la Araña.
"Necesitamos entrenar. Necesito... Necesito entrenar. Y tengo que volver a casa. Si Yurai sobrevivió... quizá alguien lo hizo. Quizá si vuelvo a casa, averiguaré algo. Y luego...", apreté el puño manchado con la sangre del gyojin. "Va siendo hora de aprovechar los poderes que esta maldita fruta me ha dado.", decidí, al tiempo que el barco se alejaba del islote de asesinos, dando bandazos para esquivar las balas de cañón que nos lanzaba el barco marine.
Todos estábamos malheridos, maltrechos y fatigados, algunos más y otros menos, pero cansados al fin y al cabo.
Casi no habíamos descansado desde el asalto marine de la noche anterior, y no habíamos tenido ocasión de llevarnos siquiera un trozo de pan a la boca, así que no habíamos recuperado toda la energía gastada.
Podía notar el cansancio en mis hombros pesados y mis rodillas temblorosas, que amenazaban con fallar y dejarme a merced del enemigo en cualquier momento. Probablemente, dentro de lo que cabía, yo era la que me encontraba en mejor situación. No había tenido que enfrentarme a enemigos tan temibles ni poderosos como Zane, no sangraba por ninguna herida abierta ya que la del hombro comenzaba a cerrarse ya, y la fruta del diablo me otorgaba una mayor resistencia y fuerza física, que me ayudaba a mantenerme en pie. La carencia de sensibilidad al dolor permitía a mi cerebro ignorar el brazo roto y el hombro perforado, y evitar entrar en shock.
Sólo se me ocurría entretener a Art el tiempo suficiente hasta que se me cruzase por la cabeza un plan mejor. No podía vencerlo estando en plenas capacidades, así que no valía la pena siquiera intentarlo en mi estado. Debía al menos fingir que lo intentaba para que no se oliese la tostada, pero mi plan real consistía en vigilar el avance de los demás y salir pitando de allí a la primera ocasión que se presentase.
Quizá tendría que transformarme en dragón para poder cargar con todos y sacarlos de allí... Si no quedaba más remedio y debía mostrar mis habilidades ante aquella gente, lo haría. Después de todo, mis enemigos ya estaban al corriente, y mis aliados estarían mayormente inconscientes y no lo recordarían. Si quedaba alguno en pie... Bueno, entonces tendría que hablarles del tema. Pero no tenía sentido preocuparse por eso en aquellos momentos.
Mientras pensaba en todas esas cosas con toda la rapidez que me permitía mi cerebro, Art aprovechaba para acercarse de nuevo con gesto sombrío y, a pesar de mi intento de esquivar sus manos, consiguió rodearme el cuello con una mano enguantada y me levantó en el aire sin esfuerzo.
- Sabes que, si no te transformas, no tendrás una oportunidad, ¿verdad? -inquirió, casi con mirada tristona. Como si estuviese decepcionado-. Pero, por supuesto, no te vas a transformar aquí, delante de toda esta gente. Lo que implica que tus compañeros no conocen tu pequeño secreto -se respondió a sí mismo, al tiempo que agarraba su guante con la sana para intentar zafarme de su garra estranguladora y el brazo roto se balanceaba grotescamente a mi costado. Aunque el húmero seguía intacto, y su conexión con el hombro. Me esforcé por mover la mano dañada y conseguí aferrarme a la suya, pero el brazo había perdido casi toda su fuerza. En ese momento, me lanzó de nuevo y salí disparada hacia una de las casas. Choqué contra la pared y escuché el crujido de los huesos de mi espalda, para luego deslizarme hasta el suelo.
Me incorporé a duras penas e intenté levantarme, pero la mano con la que me apoyé resbaló al entrar en contacto con una sustancia húmeda. Miré a mi lado, para ver un charco de sangre sobre el que descansaba el gyojin alocado, que también trataba de incorporarse. Tenía el abdomen perforado y de él manaba sangre sin cesar, debilitándolo. El gyojin enemigo se acercaba a él con parsimonia y, un poco más allá, pude ver caer a Alviss.
Tenía que pensar en un plan antes de que fuese demasiado tarde. Si alguien moría aquel día, sería completa y enteramente mi culpa.
Me levanté con un gruñido de esfuerzo y apuré el paso de vuelta hacia Art, que ahora parecía estar buscando un nuevo objetivo con el que entretenerse mientras acariciaba el cañón de su pistola.
Utilicé el geppou para impulsarme hacia delante en lugar de hacia arriba, acortando la distancia que nos separaba y utilizándolo de impulso para rodear el abdomen del joven con ambos brazos y placarlo.
No obstante, el muchacho reaccionó con rapidez, haciendo gala de esa mente fría que le había ganado el ascenso, y aprovechó la inercia de su propia caída a su favor, para aterrizar sobre la espalda al tiempo que me sujetaba con ambos brazos y alzaba las piernas. Me propinó una patada doble que me arrancó de su torso y me obligó a dar una voltereta para no desnucarme contra el terreno empedrado.
Antes de que pudiese levantarme, Art me estaba apuntando justo entre las cejas con la pistola.
- Adiós -se despidió, casi melodramático, colocando el índice sobre el gatillo.
Me apresó el pánico. Iba a morir. Estaba a una milésima de segundo de morir, y no era lo suficientemente rápida en aquellos momentos para esquivar la bala. Todo mi cuerpo estaba en sentido contrario a Art, así que no podía patearlo, ni golpearlo de ninguna manera. ¿Qué podía hacer? Era el fin.
Entonces noté una especie de onda expansiva, que cogió al asesino por sorpresa y lo tiró al suelo. Me incorporé a toda velocidad y le propiné una patada en la cabeza, haciéndola rebotar contra la piedra de la plaza y asegurándome de que así el hombre perdiese el conocimiento, al menos unos segundos. Lo suficiente para escapar.
Observé la zona y pude intuir que el foco de la onda expansiva había sido Zane, que ahora yacía inmóvil en el suelo. Me acerqué a su lado con cautela. La mayor parte de los presentes había caído, y los gyojin echaban humo. ¿Una onda calorífica? Desde luego el agua de los gyojin se estaba evaporando, y podía notar la garganta seca, aunque no había bebido en horas, así que era hasta normal.
El terreno comenzó a temblar con un ritmo muy concreto, y pude escuchar voces y gritos a nuestro alrededor.
Los marines no tardaron en rodearnos, al tiempo que el pelirrojo padre ordenaba la retirada de los enemigos, que se marchaban a toda prisa sin mayor contemplación. Pude reconocer los rostros del escuadrón de Yurai entre los marines presentes. Había un den den sonando cerca.
- ¡Arashi no Kyoudai, estáis detenidos! ¡Tenemos la isla rodeada! ¡No tenéis escapatoria! ¡Rendíos pacíficamente! -gritaba alguien por un altavoz.
El den den pertenecía a Zane, así que me agaché para cogerlo y aceptar la llamada.
- ¡Zane! ¡El barco está listo y preparado para partir en cualquier momento, pero hemos visto atracar a los marines! ¡Daos prisa! -gritaba Esme al otro lado. Emití un ligero suspiro, porque no podía permitirme el lujo de suspirar hondo en aquellos momentos. No era momento de sentirse aliviada, teníamos que salir de allí.
Alviss estaba noqueado, Zane no podía moverse, Luka se desangraba y Therax estaba maltrecho.
Abofeteé ligeramente a Zane, comprobando si estaba consciente.
- Si estás despierto, y crees que puedes moverte o transformarte, hazlo ahora. Luka no puede moverse, Alviss tampoco. ¡Spanner! ¡Ayuda al capitán! -llamé, esperando que el joven comprendiese el plan y echando a correr en dirección al rubio. Me cargué a Alviss al hombro y continué mi carrera en dirección al barco pirata, apurando el paso para poder pasar antes de que los marines nos rodeasen por completo, contando con que Therax ayudase a Luka y Spanner cargase con Zane. ¿Y dónde estaba Nox? Esperaba que pudiesen apañárselas para llegar al barco a tiempo.
Subí a cubierta a toda prisa y deposité a Alviss con cuidado sobre el suelo de madera, esperando que los demás me siguiesen lo más pronto posible para salir de allí pitando.
Aquella había sido una derrota completa. Un fracaso absoluto. Una mancha en nuestra carrera criminal y una herida en nuestros egos y orgullos. Y todo por mi culpa.
¿Cómo podíamos pensar siquiera en ir a Shin Sekai si no podíamos sobrevivir en Paraíso? ¿Cómo pretendía vivir si no podía derrotar a mis enemigos? ¿Cómo íbamos a emprender una carrera pirata si un puñado de asesinos nos dejaban hechos trizas? Y aquella ni siquiera era la élite de la Araña.
"Necesitamos entrenar. Necesito... Necesito entrenar. Y tengo que volver a casa. Si Yurai sobrevivió... quizá alguien lo hizo. Quizá si vuelvo a casa, averiguaré algo. Y luego...", apreté el puño manchado con la sangre del gyojin. "Va siendo hora de aprovechar los poderes que esta maldita fruta me ha dado.", decidí, al tiempo que el barco se alejaba del islote de asesinos, dando bandazos para esquivar las balas de cañón que nos lanzaba el barco marine.
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- “Venga, no me jodas. Han traído refuerzos” -pensaba Nox mientras daba un suspiro agobiado.
En cuanto pudieron despachar a sus primeros adversarios, vinieron más y al parecer incluso más fuertes. Lo que le sorprendió fue saber que el líder de aquel nuevo grupo se trataba ni más ni menos que del padre de Zane. Aquel encuentro era peor que el de las telenovelas. Aunque, no podía negar la evidencia que tenía el estilo y la gañaneria que poseía el hijo.
Aquella pelea iba a ser desastrosa para Zane. L os padres quizá no tuvieran la agilidad y fuerza de sus retoños más jóvenes, pero tenían experiencia. Y eso valia mas que la espada más afilada o el arco más certero.
Por otra parte el nuevo adversario era un semigigante y con cara de vacilón. El enmascarado en otra situación hubiera estado preocupado. Las heridas que tenía eran bastante graves y las que tenía vendadas empezaban a abrírsele las heridas, pero no tenía miedo. Hacía tiempo que el miedo había pasado de convertirse en el hijo de puta que le atormentaba a ser solo una molestia que solo le daba migraña. No tenía miedo a la muerte, porque sabía que no iba morir. Tanta locura, dolor y sufrimiento no iban a ser toda la historia.
El enmascarado no ocultaba una cara de agobio, sino una sonrisa desafiante. No iba a parar de pelear hasta que volviese a envainar su espada o sus huesos se acabasen de romper.
- ¡Vamos! Ven a por mí, ¡un mestizo de tres al cuarto no será un desafío! Ni eres el primero ni serás el ultimo- le grito en forma de provocación, como si Nox ya hubiese perdido la cabeza de una vez por todas.
El semigigante se tomó en serio la provocación y se dispuso a cargar contra el pero se vio interrumpido por una onda expansiva provocada por el padre e hijo pelirrojo. El grupo que les había atacado se dieron a la retirada mientras los marines empezaban a rodearlos.
Aquello quizá les hubiese salvado para luchar otro día. Se dio cuenta que por un segundo se había emocionado demasiado, pese a tener a varios de sus compañeros inconscientes, ni se había percatados del estado de ellos. Aun asi, no podían calmarse. Pues si los detenían los marines todo aquel esfuerzo hubiese sido en vano. Agarro a Zane y se lo subió al hombro como un saco de patatas y empezó a correr como sus piernas podían.
Al llegar al barco dejo a Zane apoyado en los tablones de madera, mientras se alejaban y rezaban para que no les diesen con un cañonazo.
- Pues al final se ha quedado entretenida la tarde –remato Nox aquella locura de día con esa frase.
En cuanto pudieron despachar a sus primeros adversarios, vinieron más y al parecer incluso más fuertes. Lo que le sorprendió fue saber que el líder de aquel nuevo grupo se trataba ni más ni menos que del padre de Zane. Aquel encuentro era peor que el de las telenovelas. Aunque, no podía negar la evidencia que tenía el estilo y la gañaneria que poseía el hijo.
Aquella pelea iba a ser desastrosa para Zane. L os padres quizá no tuvieran la agilidad y fuerza de sus retoños más jóvenes, pero tenían experiencia. Y eso valia mas que la espada más afilada o el arco más certero.
Por otra parte el nuevo adversario era un semigigante y con cara de vacilón. El enmascarado en otra situación hubiera estado preocupado. Las heridas que tenía eran bastante graves y las que tenía vendadas empezaban a abrírsele las heridas, pero no tenía miedo. Hacía tiempo que el miedo había pasado de convertirse en el hijo de puta que le atormentaba a ser solo una molestia que solo le daba migraña. No tenía miedo a la muerte, porque sabía que no iba morir. Tanta locura, dolor y sufrimiento no iban a ser toda la historia.
El enmascarado no ocultaba una cara de agobio, sino una sonrisa desafiante. No iba a parar de pelear hasta que volviese a envainar su espada o sus huesos se acabasen de romper.
- ¡Vamos! Ven a por mí, ¡un mestizo de tres al cuarto no será un desafío! Ni eres el primero ni serás el ultimo- le grito en forma de provocación, como si Nox ya hubiese perdido la cabeza de una vez por todas.
El semigigante se tomó en serio la provocación y se dispuso a cargar contra el pero se vio interrumpido por una onda expansiva provocada por el padre e hijo pelirrojo. El grupo que les había atacado se dieron a la retirada mientras los marines empezaban a rodearlos.
Aquello quizá les hubiese salvado para luchar otro día. Se dio cuenta que por un segundo se había emocionado demasiado, pese a tener a varios de sus compañeros inconscientes, ni se había percatados del estado de ellos. Aun asi, no podían calmarse. Pues si los detenían los marines todo aquel esfuerzo hubiese sido en vano. Agarro a Zane y se lo subió al hombro como un saco de patatas y empezó a correr como sus piernas podían.
Al llegar al barco dejo a Zane apoyado en los tablones de madera, mientras se alejaban y rezaban para que no les diesen con un cañonazo.
- Pues al final se ha quedado entretenida la tarde –remato Nox aquella locura de día con esa frase.
Luka Rooney
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El Gyojin me miraba sonriente. Era inevitable pensar que me superaba en fuerza, tamaño, vitalidad y un sin fín de características más. Pocas veces me había sentido así, y ninguna con peligro de muerte. Miré al cielo reflexivo, quizá era la última vez que podría hacerlo.
Me reincorporé lentamente y escupí algo de sangre para después mirar a mi rival. Su semblante era un resumen de todo lo que habíamos vivido durante la corta estancia en la curiosa isla. Sonriente, no dejaba de ojear cómo el resto de piratas machacaban a cada integrante de la banda. Y eso parecía hacerle más feliz.
Pero entonces las tornas se giraron, y una serie de marines hicieron acto de presencia, tras lo cual el padre del capitán pelirrojo ordenó a sus discípulos que se retiraran. Sin embargo, noté un fuerte pinchazo en la pierna, y de repente ésta cedió, cayendo al suelo. Entonces ví como una onda pasaba cerca mía, chocando contra el Gyojin.
¿Zane¿
Salté lo más ágilmente que pude contra el Gyojin, notando un mayor dolor punzante sobre la rodilla y lanzándolo al suelo, éste parecía paralizado. Mordí su brazo con las pocas energías que me quedaban, percibiendo un curioso sabor. Aquello hizo reaccionar al pez, que me de manera contundente me apeleó con una serie de golpes contundentes para después salir corriendo en dirección a su capitán. Se había olvidado del tridente.
- ¡Hueles y sabes a mierda! -grité con las pocas fuerzas que me quedaban, lo cual hizo frenar al Gyojin durante unos segundos, lanzándome la mayor mirada de odio desde que habíamos empezado la pelea. Pero pronto prosiguió la huida junto a los suyos.
Ayudándome del tridente para caminar, fuí a recoger a Alviss, maltrecho y aparentemente incosciente, pero Haruka lo hizo primero, entonces ví cómo Nox se llevaba a Zane también. Intuí que nuestra única vía de escape era la misma que la de la banda del padre de nuestro capitán; La huida.
Mi maltrecho cuerpo no aguantaría mucho en pie, se desangraba por el estómago, apenas podía divisar lo que pasaba a mi alrededor de la manera en la que lo hacía frecuentemente, si no que una niebla me negaba el cien por cien de la visibilidad. Sin duda algunos sentidos se habían visto bastante mermados.
- Vamos, Therax, huyamos -comenté al espadachín, que parecía poder valerse por sí mismo-. Ojalá salgamos de esta.
Apoyándome del tridente cada vez que me era necesario, corrí lo más rápido que pude -que no era mucho- hasta llegar finalmente a la cubierta del barco, donde me lancé al suelo, dejando un cada vez más grande charco de sangre a mi alrededor.
- No quiero alarmar a nadie, pero si me quedo sin sangre muero -hice una pausa para toser algo de sangre-. Principios básicos de la medicina.
Me reincorporé lentamente y escupí algo de sangre para después mirar a mi rival. Su semblante era un resumen de todo lo que habíamos vivido durante la corta estancia en la curiosa isla. Sonriente, no dejaba de ojear cómo el resto de piratas machacaban a cada integrante de la banda. Y eso parecía hacerle más feliz.
Pero entonces las tornas se giraron, y una serie de marines hicieron acto de presencia, tras lo cual el padre del capitán pelirrojo ordenó a sus discípulos que se retiraran. Sin embargo, noté un fuerte pinchazo en la pierna, y de repente ésta cedió, cayendo al suelo. Entonces ví como una onda pasaba cerca mía, chocando contra el Gyojin.
¿Zane¿
Salté lo más ágilmente que pude contra el Gyojin, notando un mayor dolor punzante sobre la rodilla y lanzándolo al suelo, éste parecía paralizado. Mordí su brazo con las pocas energías que me quedaban, percibiendo un curioso sabor. Aquello hizo reaccionar al pez, que me de manera contundente me apeleó con una serie de golpes contundentes para después salir corriendo en dirección a su capitán. Se había olvidado del tridente.
- ¡Hueles y sabes a mierda! -grité con las pocas fuerzas que me quedaban, lo cual hizo frenar al Gyojin durante unos segundos, lanzándome la mayor mirada de odio desde que habíamos empezado la pelea. Pero pronto prosiguió la huida junto a los suyos.
Ayudándome del tridente para caminar, fuí a recoger a Alviss, maltrecho y aparentemente incosciente, pero Haruka lo hizo primero, entonces ví cómo Nox se llevaba a Zane también. Intuí que nuestra única vía de escape era la misma que la de la banda del padre de nuestro capitán; La huida.
Mi maltrecho cuerpo no aguantaría mucho en pie, se desangraba por el estómago, apenas podía divisar lo que pasaba a mi alrededor de la manera en la que lo hacía frecuentemente, si no que una niebla me negaba el cien por cien de la visibilidad. Sin duda algunos sentidos se habían visto bastante mermados.
- Vamos, Therax, huyamos -comenté al espadachín, que parecía poder valerse por sí mismo-. Ojalá salgamos de esta.
Apoyándome del tridente cada vez que me era necesario, corrí lo más rápido que pude -que no era mucho- hasta llegar finalmente a la cubierta del barco, donde me lancé al suelo, dejando un cada vez más grande charco de sangre a mi alrededor.
- No quiero alarmar a nadie, pero si me quedo sin sangre muero -hice una pausa para toser algo de sangre-. Principios básicos de la medicina.
Sí, el efecto del veneno pasaba con la misma rapidez que había empleado para instaurarse. Casi podía notar cómo las fuerzas volvían a él, como si alguien le estuviese transfundiendo parte de sus energías. No obstante, el depredador que había ante él no tenía planeado esperar a que su presa pudiese valerse por sí misma. Tras emitir algo similar a un rugido -pero más escalofriante-, el felino se abalanzó sobre el rubio con un puño en alto. Therax se apartó como pudo, pero no pudo evitar el rodillazo que lanzó en dirección a él al ver que su primera intención erraba.
¿Que había recuperado buena parte de su estabilidad? Tal vez, pero la potencia de aquel impacto le habría hecho volar aun encontrándose en pleno uso de sus facultades. El cuerpo del espadachín surcó el aire hasta caer a algunos metros de distancia. Logró interponer una de sus manos para no dar un golpe seco contra el suelo y, sin darse ni un segundo para recuperar la respiración que el enemigo le había arrebatado, rodó hasta erguirse de nuevo.
-¿Por fin vamos a poder jugar? -dijo el ser, alrededor de cuyos puños comenzaron a surgir unas chispas de lo más amenazantes. «Mink entonces... supongo», reflexionó el domador-. Se suponía que debía hacer de contención para que Zane pudiera hablar con su hijito, pero sois decepcionantes.
Sin decir nada más, la pantera volvió a la carga. Hizo gala de una velocidad aún mayor que la empleada anteriormente lo que, unido al inexistente ruido que hacía al desplazarse, favoreció que el bloqueo de Therax fuese poco menos que deficiente. Alcanzó a emplear uno de sus sables -los cuales había desenfundado de manera casi instintiva- para impedir el golpe los nudillos sobre su rostro. Del mismo modo, un rodillazo fue frenado con la otra de sus espadas. Sin embargo, la rapidez del mink era demasiado elevada y el nivel de agotamiento del rubio rondaba el desfallecimiento. No pudo hacer nada para evitar la patada que lanzó en dirección a su estómago, que lo lanzó propulsado como si de una bala de cañón se tratase.
La espalda del muchacho fue a colisionar con... ¿con qué? ¿Un muro tal vez? ¿Una estatua? Lo cierto era que no lo sabía, pero tampoco podía permitirse perder de vista al felino que volvía a la carga, pues un gesto tan insignificante como aquél podría conllevar su fin. Antes incluso de que lograse hacer el amago de incorporarse, unas afiladas garras amenazaron su cuello.
-Tenemos orden de no matar al pelirrojo, pero supongo que no pasará nada por acabar con un miembro de su tripulación. ¿Qué importa que haya un pirata menos en el mundo? -Therax tragó saliva. Acababa de dejar atrás a la muerte gracias a la intervención milagrosa de Zane y, cuando apenas acababa de recuperarse del veneno de la desmembrada tiradora, iba a ser despedazado por un gato grande. Obscenamente fuerte, sí, pero un maldito gato.
Tragó saliva justo cuando la zarpa del mink retrocedió unos centímetros y, súbitamente, una distorsión en algún lugar cercano le advirtió de lo que estaba por suceder. «Van dos veces hoy. A ver cómo equilibro yo esto», pensó mientras veía a la pantera volar sobre él. Una onda acompañada de un poco agradable aumento de la temperatura -lo que indicaba que procedía del capitán pirata- desplazó a su oponente, dándole al rubio el tiempo justo para levantarse y ponerse en guardia.
El felino no tardó en recuperar la compostura y esbozar una sonrisa de autosuficiencia y, cuando se disponía a iniciar una nueva ofensiva, el padre de Zane ordenó que era el momento de abandonar el lugar. Se había librado por poco... una vez más. Fue entonces cuando pudo tomarse unos instantes para observar con detenimiento el estado del resto de la tripulación. La mayoría se encontraba en condiciones deplorables, lo que aseguraba que todos habían recibido una paliza de proporciones similares a la que le habían dado a él.
Por desgracia, no tuvo mucho tiempo para evaluar los daños de los demás. Para cuando se dio cuenta, un sinfín de marines volvían a rodear su posición. Entre los uniformes le pareció distinguir el rostro de la tiradora rubia que había perforado su cuerpo en varias ocasiones, pero enseguida se difuminó entre el blanco y el azul. ¿Es que no se cansaban de perseguirles? Un rápido vistazo le fue suficiente para saber cuál era el plan a seguir: escapar sin importar cómo.
No se lo pensó. Oyó cómo les comunicaban que estaban detenidos -una vez más-, pero ni siquiera se le pasó por la cabeza plantarles cara. ¿Cuánto podría durar antes de que le atrapasen cual conejo? ¿Diez segundos? ¿Quince tal vez? Haruka le hablaba a uno de los perturbadores caracoles que tanto se parecían a Zane. No podía ser nadie aparte de Esme o Manué, que se habían quedado en el barco. «Pues nos vamos», pensó al tiempo que adquiría la forma de un águila de plumaje azulado. Recorrió unos metros a ras de suelo, pasando junto a Spanner por si prefería o necesitaba huir sobre él. Tras eso, alzó el vuelo y se alejó cuanto pudo de los marines que pretendían cercar su posición.
En cuanto pisó la cubierta del barco comprobó quién requería un tratamiento más urgente. «La sardina, ¿cómo no?», pensó mientras se aproximaba al gyojin y comenzaba a explorar las heridas.
-Il mijir mídici, mi mídici prifiridi, mimimimi -masculló por lo bajo-. Pero luego siempre soy yo el que acaba tratando a todo el mundo -añadió, recordando su falsa promesa de no curar las heridas de ningún miembro de los Arashi. «Yo también he estado a punto de morir... dos veces. Tenemos que hacer algo. Necesitamos ser más fuertes», se dijo a sí mismo con plena convicción.
¿Que había recuperado buena parte de su estabilidad? Tal vez, pero la potencia de aquel impacto le habría hecho volar aun encontrándose en pleno uso de sus facultades. El cuerpo del espadachín surcó el aire hasta caer a algunos metros de distancia. Logró interponer una de sus manos para no dar un golpe seco contra el suelo y, sin darse ni un segundo para recuperar la respiración que el enemigo le había arrebatado, rodó hasta erguirse de nuevo.
-¿Por fin vamos a poder jugar? -dijo el ser, alrededor de cuyos puños comenzaron a surgir unas chispas de lo más amenazantes. «Mink entonces... supongo», reflexionó el domador-. Se suponía que debía hacer de contención para que Zane pudiera hablar con su hijito, pero sois decepcionantes.
Sin decir nada más, la pantera volvió a la carga. Hizo gala de una velocidad aún mayor que la empleada anteriormente lo que, unido al inexistente ruido que hacía al desplazarse, favoreció que el bloqueo de Therax fuese poco menos que deficiente. Alcanzó a emplear uno de sus sables -los cuales había desenfundado de manera casi instintiva- para impedir el golpe los nudillos sobre su rostro. Del mismo modo, un rodillazo fue frenado con la otra de sus espadas. Sin embargo, la rapidez del mink era demasiado elevada y el nivel de agotamiento del rubio rondaba el desfallecimiento. No pudo hacer nada para evitar la patada que lanzó en dirección a su estómago, que lo lanzó propulsado como si de una bala de cañón se tratase.
La espalda del muchacho fue a colisionar con... ¿con qué? ¿Un muro tal vez? ¿Una estatua? Lo cierto era que no lo sabía, pero tampoco podía permitirse perder de vista al felino que volvía a la carga, pues un gesto tan insignificante como aquél podría conllevar su fin. Antes incluso de que lograse hacer el amago de incorporarse, unas afiladas garras amenazaron su cuello.
-Tenemos orden de no matar al pelirrojo, pero supongo que no pasará nada por acabar con un miembro de su tripulación. ¿Qué importa que haya un pirata menos en el mundo? -Therax tragó saliva. Acababa de dejar atrás a la muerte gracias a la intervención milagrosa de Zane y, cuando apenas acababa de recuperarse del veneno de la desmembrada tiradora, iba a ser despedazado por un gato grande. Obscenamente fuerte, sí, pero un maldito gato.
Tragó saliva justo cuando la zarpa del mink retrocedió unos centímetros y, súbitamente, una distorsión en algún lugar cercano le advirtió de lo que estaba por suceder. «Van dos veces hoy. A ver cómo equilibro yo esto», pensó mientras veía a la pantera volar sobre él. Una onda acompañada de un poco agradable aumento de la temperatura -lo que indicaba que procedía del capitán pirata- desplazó a su oponente, dándole al rubio el tiempo justo para levantarse y ponerse en guardia.
El felino no tardó en recuperar la compostura y esbozar una sonrisa de autosuficiencia y, cuando se disponía a iniciar una nueva ofensiva, el padre de Zane ordenó que era el momento de abandonar el lugar. Se había librado por poco... una vez más. Fue entonces cuando pudo tomarse unos instantes para observar con detenimiento el estado del resto de la tripulación. La mayoría se encontraba en condiciones deplorables, lo que aseguraba que todos habían recibido una paliza de proporciones similares a la que le habían dado a él.
Por desgracia, no tuvo mucho tiempo para evaluar los daños de los demás. Para cuando se dio cuenta, un sinfín de marines volvían a rodear su posición. Entre los uniformes le pareció distinguir el rostro de la tiradora rubia que había perforado su cuerpo en varias ocasiones, pero enseguida se difuminó entre el blanco y el azul. ¿Es que no se cansaban de perseguirles? Un rápido vistazo le fue suficiente para saber cuál era el plan a seguir: escapar sin importar cómo.
No se lo pensó. Oyó cómo les comunicaban que estaban detenidos -una vez más-, pero ni siquiera se le pasó por la cabeza plantarles cara. ¿Cuánto podría durar antes de que le atrapasen cual conejo? ¿Diez segundos? ¿Quince tal vez? Haruka le hablaba a uno de los perturbadores caracoles que tanto se parecían a Zane. No podía ser nadie aparte de Esme o Manué, que se habían quedado en el barco. «Pues nos vamos», pensó al tiempo que adquiría la forma de un águila de plumaje azulado. Recorrió unos metros a ras de suelo, pasando junto a Spanner por si prefería o necesitaba huir sobre él. Tras eso, alzó el vuelo y se alejó cuanto pudo de los marines que pretendían cercar su posición.
En cuanto pisó la cubierta del barco comprobó quién requería un tratamiento más urgente. «La sardina, ¿cómo no?», pensó mientras se aproximaba al gyojin y comenzaba a explorar las heridas.
-Il mijir mídici, mi mídici prifiridi, mimimimi -masculló por lo bajo-. Pero luego siempre soy yo el que acaba tratando a todo el mundo -añadió, recordando su falsa promesa de no curar las heridas de ningún miembro de los Arashi. «Yo también he estado a punto de morir... dos veces. Tenemos que hacer algo. Necesitamos ser más fuertes», se dijo a sí mismo con plena convicción.
Gritos de dolor. Disparos al aire. Hedor a sangre fresca, a pólvora. El indistinguible sonido de un pelotón de la marina del gobierno mundial caminando al unísono en una misma dirección, hacia la plaza donde estaban todos y cada uno de los arashi no kyoudai. Allí, con el cuerpo completamente magullado y dolorido, sin poder moverse, estaba el Zane, sobre un gran cráter que él mismo había creado. El tiempo parecía ir a cámara lenta. El sutil movimiento de las nubes hacia el este, tapando el sol y trayendo una leve penumbra a la isla. El volar de los pajarillos que huían del lugar, como si supieran que algo malo estaba por suceder.
Y de pronto, como si un ángel salvador se tratase, alguien le cogió en brazos y se puso a correr hacia la costa. El camino fue largo, pero llegaron a su destino. Le dejaron caer de forma poco delicada sobre la madera del barco y allí quedó inconsciente. Lo último que recordaba eran las voces de Esme, Manué y Nox.
Pasada una semana despertó sobre una de las camillas de la enfermería, completamente vendado y con una vía intravenosa. A sus pies, sentado sobre una silla con un libro en la cara y dormido, estaba Spanner.
-Levanta, hermano –dijo Zane, incorporándose con suavidad.
Tras hablar con su segundo de abordo sobre el destino de la banda, se levantó y fue a la cubierta. Llamó a todos los miembros de la banda y los reunió en el castillo de popa.
-Sabéis que no me gusta irme por las ramas, así que iré al grano, ¿de acuerdo? –dijo, mirando uno a uno a todos sus compañeros-. Ha sido una decisión muy difícil de tomar después de todo lo ocurrido en Eriu, pero creo que todos opinaremos igual. Hemos sido humillados de muchas formas distintas en estos meses de viaje, pero esta vez ha sido la gota que ha colmado el vaso. No podemos seguir así.
-¿Ké ehtas tratando de desí? –intervino Manué.
-Que tenemos que separarnos y volvernos más fuertes por nuestra cuenta. Ya he hablado con Spanner y es la única solución. Desaparecer durante un tiempo y luego volver a juntarnos –aclaró el pelirrojo con impotencia en sus palabras. No estaba conforme con ello, sabía que era arriesgado y que podría suponer el fin de su preciada banda, pero no había otra solución-. Ninguno de nosotros ha dado la talla y tiene que madurar más, sobre todo yo. Aunque os puedo prometer que cuando volvamos a juntarnos seré mejor capitán de lo que soy ahora.
Dicho aquello esperó que el resto de la banda dijera algo, y les entregó un trozo de vibre card a cada uno para que supieran donde debían de reencontrarse.
-El punto de separación y encuentro será el archipiélago Sabaody, concretamente la casa de mi hermanastro –concluyó.
Pasados unos días llegaron al archipiélago y se separaron. Spanner y Haruka decidieron ir con él al nuevo mundo, pues su idea era hacerse mejores guerreros allí. Sin embargo, antes de partir Zane se acercó al Gyojin.
-Luka –dijo, entregándole un pequeño petate-. No es gran cosa, pero quédatelo. Ahí tienes dinero, comida y un den den Zane acompañado de una vibre card. Si necesitas ayuda algún día llámame y acudiré en tu auxilio. Has sido un buen amigo, y quiero que sepas que aunque te vayas siempre te consideraré de esta familia que hemos creado.
Tras eso, partieron hacia su nuevo destino.
Y de pronto, como si un ángel salvador se tratase, alguien le cogió en brazos y se puso a correr hacia la costa. El camino fue largo, pero llegaron a su destino. Le dejaron caer de forma poco delicada sobre la madera del barco y allí quedó inconsciente. Lo último que recordaba eran las voces de Esme, Manué y Nox.
Pasada una semana despertó sobre una de las camillas de la enfermería, completamente vendado y con una vía intravenosa. A sus pies, sentado sobre una silla con un libro en la cara y dormido, estaba Spanner.
-Levanta, hermano –dijo Zane, incorporándose con suavidad.
Tras hablar con su segundo de abordo sobre el destino de la banda, se levantó y fue a la cubierta. Llamó a todos los miembros de la banda y los reunió en el castillo de popa.
-Sabéis que no me gusta irme por las ramas, así que iré al grano, ¿de acuerdo? –dijo, mirando uno a uno a todos sus compañeros-. Ha sido una decisión muy difícil de tomar después de todo lo ocurrido en Eriu, pero creo que todos opinaremos igual. Hemos sido humillados de muchas formas distintas en estos meses de viaje, pero esta vez ha sido la gota que ha colmado el vaso. No podemos seguir así.
-¿Ké ehtas tratando de desí? –intervino Manué.
-Que tenemos que separarnos y volvernos más fuertes por nuestra cuenta. Ya he hablado con Spanner y es la única solución. Desaparecer durante un tiempo y luego volver a juntarnos –aclaró el pelirrojo con impotencia en sus palabras. No estaba conforme con ello, sabía que era arriesgado y que podría suponer el fin de su preciada banda, pero no había otra solución-. Ninguno de nosotros ha dado la talla y tiene que madurar más, sobre todo yo. Aunque os puedo prometer que cuando volvamos a juntarnos seré mejor capitán de lo que soy ahora.
Dicho aquello esperó que el resto de la banda dijera algo, y les entregó un trozo de vibre card a cada uno para que supieran donde debían de reencontrarse.
-El punto de separación y encuentro será el archipiélago Sabaody, concretamente la casa de mi hermanastro –concluyó.
Pasados unos días llegaron al archipiélago y se separaron. Spanner y Haruka decidieron ir con él al nuevo mundo, pues su idea era hacerse mejores guerreros allí. Sin embargo, antes de partir Zane se acercó al Gyojin.
-Luka –dijo, entregándole un pequeño petate-. No es gran cosa, pero quédatelo. Ahí tienes dinero, comida y un den den Zane acompañado de una vibre card. Si necesitas ayuda algún día llámame y acudiré en tu auxilio. Has sido un buen amigo, y quiero que sepas que aunque te vayas siempre te consideraré de esta familia que hemos creado.
Tras eso, partieron hacia su nuevo destino.
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